sábado, 16 de septiembre de 2023

EL ESPÍRITU DE LA RAZÓN TÉCNICA EN LA ACTUALIDAD

 

 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 

Sabemos que el mundo que habitamos está poseído por los espejismos de la tecnología y el desarrollo de los procesos. Sus configuraciones son cada vez mayores y todas las resistencias abren paso a su ley. “En el automatismo está el movimiento completo, el despliegue imperial, la seguridad Total” –nos recuerda Ernst Jünger. ¿Para quién? Para los que ejercen el poder y se valen de él para descargar su peso, su fuerza, su vigor, sobre el hombre que sufre; sobre el hombre que se encuentra solo y desprotegido; y cuya inseguridad también es total. Son conscientes de la concatenación que existe entre el poder, la técnica y el miedo. Este tipo de poder cae con toda su fuerza sobre el desamparado, el inmigrante, el negro, la prostituta, el blanco empobrecido, el excluido, el desempleado, el lumpen; y en particular, sobre los que luchan por la defensa de la libertad, la justicia social, los derechos humanos; por el Estado de Derecho, la defensa de la vida, la libertad de expresión, la libertad de creencias religiosas y la dignidad humana.

Es del miedo de lo que vive el despliegue del poder Total. Y su acción adquiere especial eficacia en aquellos campos donde se ha intensificado la sensibilidad. Son insaciables como la loba que está a las puertas del Infierno descrito por Dante en la Divina Comedia. Se alimentan del terror y la desesperanza de los débiles que en el mundo que habitamos, son siempre los muchos.

En los tiempos actuales vemos que el avance de los procesos y la utilización de los instrumentos técnicos, en efecto, están llegando hasta las profundidades de la naturaleza humana. Pero lo más dramático se expresa en los caminos de las tinieblas, caminos que descienden hacia los hondones de campos de esclavos y los mataderos, donde unos hombres primitivos se asocian criminalmente con la técnica. Afganistán, Yemen, Colombia, Oriente Medio, Ucrania, entre otros, son la expresión vigorosa y tenaz de la estructura técnica y la nueva tecnología del poder.

“En este ámbito no hay destino, lo único que existe son números. O bien poseer un destino propio o bien tener el valor de un número –esa es la disyuntiva que nos viene impuesta a todos y cada uno de nosotros, impuesta ciertamente a la fuerza; pero decidirse por lo uno o por lo otro es algo que cada cual ha de hacer por sí solo”. Pero también existe el camino de la luz, el que asciende hacia reinos que están en las alturas, hacia la muerte en sacrificio” o, al destino que tejen las musas o los dioses –expresó Jünger en el texto La emboscadura. Este no es otro, que el camino del encuentro del hombre consigo mismo, o con la estructura esencial, lo trascendente; y sólo se pueden alcanzar cuando nos conocemos más así mismos o, por la Revelación en el interior del ser humano.

Ahora bien, ¿cómo se le puede plantar cara al poder que encierra la técnica en los nuevos lenguajes digitales? Por supuesto, en la medida que gane terreno la autonomía de la voluntad, el umbral de la libertad y la consciencia reflexiva de los seres humanos. La consciencia de que somos seres lingüísticos y que ahí descansan nuestras fragilidades; pero también, nuestras fortalezas. Que el ser humano no es un agregado numérico, sino la expresión sublime de la cualidad del Ser. Que la experiencia enriquecedora – de la palabra y el relato - permitan que los hombres se preparen para la batalla. Los criminales que se han asociado con la técnica saben que su poder no es tan fuerte y eficaz como parece. Porque cuando se cuestionan los presupuestos sobre los que se asientan sus creencias o ideas, se ponen demasiado molestos y furibundos; y se convierten en seres intolerantes y no les queda otro camino que asociarse criminalmente con los instrumentos técnicos.

El mal que existe en el mundo proviene casi siempre de la ignorancia de este tipo de ralea, que cree que la maldad y la indiferencia, son potencias mucho más frecuentes en los actos humanos, que las bellas acciones o la bondad. Desconocen el encanto de la existencia o de la realidad. La categoría de anhelo o de esperanza le repugna a este tipo de personas. “Ya que el vicio más desesperado es el vicio de la ignorancia que cree saberlo todo y se autoriza entonces a matar – recuerda Albert Camus-. El alma del que mata es ciega y no hay verdadera bondad ni verdadero amor sin toda la clarividencia posible”.  

Sabemos entonces que la seguridad que brindan las máquinas y sus aparatos, son sólo espejismos con relación al peso de la realidad y de la existencia en particular. Sometidos como estamos –dice Jünger– a la fascinación de potentes ilusiones ópticas, nos hemos habituado a ver en el ser humano un simple grano de arena, si se lo compara con sus máquinas y sus aparatos. En esta alta civilización técnica los aparatos son y no dejan de ser, decorados de teatro colocados por la imaginación inferior. El ser humano es quién ha fabricado tales decorados y él es quien puede desmontarlos, o bien darles un sentido nuevo.

Por eso, es posible hacer saltar por los aires las cadenas de la técnica y quien puede hacerlo, es el hombre de carne y hueso. De lo que aquí se trata, no es de cifras ni del espejismo de los nuevos lenguajes digitales; tampoco de la Cultura del espectáculo, sino de la naturaleza del Ser, lo que constituye el espíritu de la realidad y de la existencia humana.

Además, junto al desierto visual se abre paso el infierno acústico. Pero el lugar donde más se siente el golpe virulento de la ola al romper, es en el lenguaje. Las imágenes desplazan a las palabras y las relaciones artificiales reemplazan a las relaciones de sentido. En la civilización actual el efecto que las imágenes causan, es más fuerte que el de las palabras. En consecuencia, el mundo no solo está adquiriendo un “aura” nueva, sino también una epidermis más sensible. Así pues, ¿cómo ha podido ocurrir esto en tan pocos espacios de tiempo y extenderse al mundo en general? No podía darse sino en un mundo en tránsito. Un mundo donde la atmósfera que reina es contradictoria e inextricable. Los nuevos valores no están vigentes del todo; los viejos ya no están.

Parece que el ser humano estuviera suspendido sobre la epidermis de la realidad; y existieran fuerzas que lo trascienden. Esta trastocación de los valores permite pensar que tenemos una imagen distorsionada de la existencia y la realidad. Porque el mundo que habitamos se presenta fluido, sin peso y fugaz, ante el sentido de la vida y del mundo. Por eso reina la sensación que todo, absolutamente todo, se mueve bajo los pies.

Herder tenía razón cuando en su día nos habló de la vida de la humanidad –al igual que Mill, Schopenhauer o Carlyle– nos hablaron de las trivialidades y del pesimismo de la vida cotidiana. De esa especie de entumecimiento de los sentidos, de la parálisis del pensamiento, de la que está cargada la atmósfera del presente–ahora. Esto está representado en los procesos refinados, precisos y abstractos de la técnica y la ciencia. Procesos que poco a poco van minando la capacidad de asombro, los contenidos de la experiencia individual, la memoria étnico-verbal que tanto han aportado a la historia de la cultura occidental. Cuando el pensamiento racional está cargado de maldad y esa cualidad suya contagia a todo plan humano, hay que dar un giro, buscar otros caminos de experiencia y de saberes.

De ahí que la vida en la Gran ciudad sea gris, sórdida, lúgubre y agitada. Porque la condensación de la rutina cotidiana es tan densa y se manifiesta en una especie de excitación rabiosa, que no permite visualizar el negro absoluto. En la Gran ciudad, la luz, el frescor de la naturaleza, la tranquilidad, se convierten en propiedad de unos cuantos poderosos. En la Gran ciudad, todo se compra y se vende, sólo basta poseer el mundo dineral. Se compra la salud, el agua que bebemos, el sosiego, la soledad, la educación, el sexo, la amistad, la cultura, etc. Pero también se escucha a lo lejos la voz que dice: no es en el terreno de la economía ni de la política ni de la técnica, tampoco de la ciencia, donde residen los fragmentos de Absoluto, sino en lo profundo de la condición humana. Por eso, en esta alta civilización técnica y de masas, vale la pena mirar hacia el hombre concreto de carne y hueso, hacia su mundo interior.

En este mundo que habitamos, existe la sensación de que el ser humano no posee las herramientas necesarias para batirse con la técnica y la nueva estructura del poder. Como si la vida fuera un grano de arena en el desierto arrastrado por el viento sin fronteras. De ahí que Walter Benjamín nos recuerde las novelas de Paul Scheerbart, que de lejos parecen como de Julio Verne, como se ha interesado (a diferencia de Verne que hace viajar por el espacio en los más fantásticos vehículos a pequeños rentistas ingleses o franceses), por cómo nuestros telescopios, nuestros aviones y cohetes convierten al hombre de antaño en una criatura digna de atención y respeto. Por cierto, que esas criaturas hablan ya en una lengua enteramente distinta. Y lo decisivo en ellas es un trazo caprichosamente constructivo, esto es contrapuesto al orgánico. Resulta inconfundible en el lenguaje de las personas o más bien en las gentes de Scheerbart; ya que rechazan la semejanza entre los hombres, principio fundamental del humanismo.

Sabemos que el Mundo Moderno realizó la concatenación entre el poder en sí y para sí, en el Estado. El liberalismo político del siglo XIX, creía que “el individuo sólo accedía a la libertad por y en el Estado”. Esta amenaza de tiranía se hace patente en el siglo XX, porque configura “una concepción de la razón incapaz de atajar su deriva en fuente” de sin sentido y penuria, dolor y sufrimiento, violencia y muerte. Franz Rosenzweig en Hegel y el Estado (1920), se refiere a una concepción de la razón incapaz de contener la violencia en la historia. En su defecto, intuye cómo la razón se pone al servicio de la guerra y de unos hombres demoniacos, haciendo patente el trágico destino del hombre sobre la Tierra.

Fue a partir de la fractura de la razón y de los despropósitos humanos, donde percibe que se “vuelve imposible pensar que la aspiración última del hombre puede satisfacerse dentro de la historia”. Y, que la vida obtiene su fundamento en el gobierno de la temporalidad histórica. De ahí que recurra al concepto de Revelación, “tal como Rosenstock se lo ha definido en su correspondencia: un acontecimiento en virtud del cual existe en la naturaleza una “orientación”, un arriba y un abajo, un antes y un después”.

Esto constata la “fascinación que sentía hacía mucho tiempo por el momento 1800 y el asco que le inspiraba, por el contrario, la esterilidad intelectual de su propia época”. En cuanto a “un antes y un después”, su nombre es, precisamente, “1800”, que Rosenzweig lo encarna en dos personajes, “Hegel” y “Goethe”: Hegel, como “último filósofo, último cerebro pagano”; Goethe como último cristiano, tal como quiso Cristo y, por tanto, primer “hombre a secas”. Para Rosenzweig “1800” representó una especie de “milagro de la historia mundial”.

Este milagro alcanzó su máxima expresión hasta el célebre verano sin nubes de 1914, cuando la guerra convierte la existencia y la civilización occidental, en campos de sin sentido, de dolor y muerte. Y a partir de ahí, el Estado Moderno se transforma en una gran máquina de producción técnica e instrumentos de poder y dominio. Entonces, se pudo observar que, en el transcurso del siglo XX, la nueva estructura de la técnica no sólo afectó la naturaleza lingüística del hombre, sino también la estructura de la razón y los valores de la cultura y la civilización occidental.

La primacía del lenguaje técnico en su deriva se metamorfosea en Cultura de lo efímero, y los altos valores de la cultura de Occidente, se deterioran en nombre del entrelazamiento de la técnica y la nueva estructura de poder. Así que, no se trata sólo de una renovación técnica del lenguaje, sino de la utilización del lenguaje y el pensamiento al servicio del poder, del colectivo técnico y del mundo de ese colectivo.

Por tanto, “es un movimiento que hay que atisbar más que demostrar”; las falacias ópticas y auditivas del progreso, por ejemplo, se han convertido en una fuerza de índole cultual: “de exceso, aventura en las profundidades de la existencia y pasión mística en la barbarie y la muerte”. Por eso, hay que situarlas en el pálpito de la civilización contemporánea. En cualquier caso, al servicio de la “modificación” de la realidad y no de su “descripción”. La prescripción llega de repente como un rayo que cae de un cielo sereno; tú eres un rojo, un blanco, un negro, un ruso, un alemán, un coreano, un sudaca, un jesuita, un masón; eres, en cualquier caso, mucho peor que un perro.  Sobre ellos cae el poder Total, sin contemplación; el que teje y desteje el mundo del colectivo técnico, la nueva voluntad de poder y las esferas del dinero. Esta mutación en el orden de la existencia, ha llegado a concentraciones tan vigorosas, inmediatas y universalistas, que no tiene parangón en la historia de la humanidad.

En este orden causa estupor imaginar, que la nueva estructura de poder convierta la crueldad, el miedo, el sufrimiento, el dolor, la inseguridad y el desasosiego de la vida cotidiana, en elementos constitutivos de las nuevas formaciones de poder. Así que, la indiferencia ante el dolor y el miedo, el sufrimiento y la soledad, se convierten en una de las representaciones evidentes de las sociedades contemporáneas. Esto hace del hombre de hoy, un ser sumamente desgraciado. 

Sabemos que la razón técnica en esta alta civilización abstracta, trastocó el sentido y la magia de las lenguas naturales. Por eso, se convierte en “imperativo”, que la razón trascienda los límites donde está recluida, ya que los espejismos de la técnica son sólo materializaciones de la especulación de los despliegues del” Yo” en la historia. Sabemos también por el estado de cosas que han sucedido, que a la deriva de la razón y a la historia reciente de la civilización occidental, le pertenecen los escombros de la memoria y del recuerdo, tanto como el relampaguear de las reflexiones del pensamiento, que han de hacerse cargo de las preguntas de los humillados, excluidos y vencidos.

Por tanto, re-pensar el alcance de la razón técnica, es hacerlo bajo las exigencias de justicia universal, propias del mesianismo. Re-pensar, por ejemplo, que la frescura de lo elemental que una vez contenía el lenguaje y las categorías de la razón, no responden con la misma energía a los requerimientos humanos. Esto resulta sumamente preocupante para el hombre de hoy. Porque en algunas esferas del saber y de la vida parece que la memoria verbal, los medios y los modos de la comunicación humana, estén completamente batidos. La conversación, por ejemplo, que ahonda y enriquece las vivencias espirituales, brilla por su ausencia. Esta mutación en el orden de la existencia, configura una civilización donde las redes de la comunicación simultánea e inmediata, pautan los ritmos de la vida. Como consecuencia nunca en la historia de la humanidad, los hombres se han sentido tan solos y desprotegidos como ahora.

Por eso, en efecto, la estructura de la técnica y el poder en sí y para sí, no tienen otro legado que cortar las amarras con lo permanente, los mitos y los ritos, las tradiciones y las costumbres, la memoria étnica y verbal de la Cultura, para imponer su impronta en la actualidad. Desean que el individuo portador de experiencia o el hombre vivo, que se enfrenta a la realidad cognoscible y a la experiencia histórica, se diluya en las redes de la razón técnica y la nueva voluntad de poder. “Cada vez más la palabra está subordinada a la imagen. Sectores cada vez mayores de los hechos y las sensibilidades, especialmente en las ciencias exactas y las artes no representativas, están fuera de la expresión verbal y de la paráfrasis” –expresó George Steiner en “El castillo de Barba Azul”.

Esto constata que la preponderancia de la razón técnica en los asuntos humanos, hace mella el mundo del espíritu lingüístico. Eso no significa que la armoniosa lira de la cultura de la palabra, no se escuche en momentos excepcionales; en el instante que la lengua humana bebe de las fuentes de la divina o de lo elemental. De las canciones que velaron nuestros sueños y pesadillas; los ecos fragmentados de la lengua de nuestros mayores; la que posibilita las experiencias comunes compartidas; esa que revela los sueños colectivos de una memoria ancestral, y aún en los momentos más oscuros otorga sentido a la existencia.

                                 Madrid-España a 16/09/2023

miércoles, 13 de septiembre de 2023

EL ESPÍRITU DE LA ACTUALIDAD


 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 

En la Gran ciudad, la clara y profunda llama de la vida que arde en los corazones parece que está nublada. Porque en su lugar priman los grisáceos y negruzcos nubarrones que preceden a las tempestades. En un ámbito como éste, en medio del sol más lúcido las cosas son lúgubres y frías, y la vida se torna rutina y siempre lo mismo. No podemos negar que la mayor parte de las veces, el dolor y el sufrimiento trascienden nuestras fuerzas. 

El habitante de la Gran ciudad le hace fintas y los esquiva, pero no prepara la vida para enfrentarlos como hace el torero con el toro. Esto tiene sus causas y una fundamental es la pérdida de la libertad. Hemos ido entregando poco a poco el fuerte donde mora la libertad. Que el “dragón de mil escamas”, el Estado, a cambio por seguridad.

Observamos, anonadados y sorprendidos, que la seguridad que la ciudad una vez nos brindó, se resquebraja. Porque se han despertado de su letargo sueño fuerzas míticas y atemporales, que creíamos con el desarrollo de la razón y los instrumentos técnicos que estaban dominadas. Y en forma de creencias atávicas, terrorismo islámico o ideológico, nacionalismos o populismos de izquierda o de derecha, se abren camino en las ciudades, los pueblos y los campos dejando tras de sí desolación y muerte. 

Esto permite percibir que estamos viviendo en esta alta civilización técnica, una disminución del sentido de la existencia individual. Y el optimismo, la confianza y la consciencia de poder que genera la técnica, se resquebraja cuando aparecen las fuerzas de lo elemental y atemporal. No sólo hacen evidente el resquebrajamiento de los anillos de seguridad que garantiza el Estado, sino también una visible falta de libertad. Y quedamos a merced de los espíritus fuertes y de voluntad recia, los hombres que permanecen firme en medio de las tempestades y las tragedias. 

Cobra validez en este estado de cosas, que “lo automático no se torna terrible hasta que no se revela como una de las modalidades de la fatalidad, como su estilo, tal como fue descrito de manera insuperable por Jerónimo Bosco”.

Asimismo, el arte se ocupa de manera especial de la nueva situación del ser humano; el objeto de éste va más allá de la mera descripción. En éste campo se están realizando tales ensayos que trascienden las valoraciones vigentes, los “órdenes” de valores establecidos. El arte contemporáneo nos sugiere participar de la inminencia o del “aura” de las imágenes; tal como lo percibe Benjamín y Borges en el “hecho estético”. 

Benjamín piensa las imágenes de la realidad como la inminencia de una Revelación. Y captarlas en un campo donde se entrecruzan sus sentidos de diversas maneras. Por eso, el arte contemporáneo nos Revela que actuamos en un mundo de imágenes entrelazadas y buscamos descifrar el enigma de lo actual. Posibilita reflexionar sobre el presente-actual, los lugares comunes y la tarea de destruir las fronteras de lo cotidiano,                                                        

Además, la pérdida de la libertad es una de las cuestiones que hoy se hallan detrás de todas las congojas del presente. El ser humano no sólo se está convirtiendo en cifra, también en un ser manipulado, vigilado, cercenado, atravesado y trascendido por fuerzas que no comprende ni domina. Asimismo, podemos decir que el hombre se “cosificó”, se “objetivó” dando paso a un ámbito donde sólo moran los titanes y las personas de espíritus fríos. 

Parece que fuéramos parte de un mundo del que se apoderó un pánico que dice mucho de la época que vivimos. Un terror a lo desconocido, lo diferente –al color de la piel, al ritmo de lenguas diversas, a las religiones, a la cultura diferente–, que acrecientan la angustia y la debilidad de la persona que sufre, tiene miedo y está desprotegida, vulnerable al ejercicio del poder.

También se observa, que la coacción tiene especial eficacia en los desplazados, los desempleados, los inmigrantes, las prostitutas, los homosexuales y, por supuesto, en las minorías étnico-lingüísticas. Esto nos devela que el miedo es el que domina y controla a esos hombres y mujeres; y se ubica en el pálpito de lo azarosa y violenta en que han convertido sus vidas. 

Se observa “que esos hombres y esas mujeres se precipitan en su miedo cual si fueran unos posesos y que subrayan con franqueza y sin rubor los síntomas de ese miedo”. 

Naturalmente, el pánico, el miedo, el odio, el sufrimiento y el dolor, se están convirtiendo en lo característico de la época que vivimos. Con relación al desarrollo de los instrumentos técnicos, “el pánico se hará más compacto todavía en aquellos sitios donde el automatismo aumenta y está aproximándose a formas perfectas, como ocurre en Norteamérica. En esos sitios es donde encuentra el pánico su mejor alimento; es difundido a través de redes que compiten en rapidez con el rayo”.

Pero existen personas que en medio del caos o la violencia que vivimos, se levantan por encima de las adversidades. Y se dan cuenta que “hay épocas de decadencia en las que se desvanece la forma de vida profunda que en cada uno de nosotros está dibujada de antemano. Cuando perdemos sus huellas, vacilamos y nos tambaleamos como a seres a quienes les falta el sentido del equilibrio. Entonces, pasamos de las oscuras alegrías a los oscuros dolores. Y la consciencia de una infinita perdida hace que el pasado y el porvenir se nos aparezcan llenos de atractivos, y mientras el instante huye para no volver más, nos balanceamos en épocas remotas o en fantásticas utopías”. 

Esa capacidad de percibir la forma de vida profunda en medio del caos y los instantes únicos de la vida cotidiana, los Dioses y las Musas la donan sólo a sus elegidos. Son los que perciben el sentido de las cosas y de la existencia en general. Entonces, su ofrenda se traduce en obra de arte, música, teatro, literatura, teología, poesía o filosofía. Gracias a ellos, la vida es agraciada con una nueva y desconocida luz. Y nos damos cuenta que la existencia que vivimos con un espíritu lleno de prejuicios o anclados en el tópico y el lugar común, se libera de las ataduras. Entonces, se torna piedra preciosa que brilla en medio del camino y a la que todo el mundo toma como un trozo de vidrio. Y se trata de una piedra preciosa, que tenemos que pulirla correctamente.

Por estar inmersos en los ritmos de la vida cotidiana, no nos damos cuenta que las personas son inestimables tesoros que están siempre a nuestro lado, a lo largo del viaje de nuestra existencia. Cada una de ellas forma parte de la aristocracia natural de este mundo –como la solía llamar el hermano Othón, uno de los personajes de la novela Sobre los acantilados de mármol de Ernst Jünger, - y que cada una de ellas, no obstante, puede hacernos un gran bien. Concebía a los hombres como depositarios de algo maravilloso y a todos les dispensaba un trato principesco. 

Todas las personas que se acercaban a él se abrían como plantas que despertaran de un sueño invernal, y no porque se hicieran mejores de lo que eran, sino porque se acercaban más a sí mismas. En los ritmos de la vida cotidiana no nos damos cuenta, que la existencia es algo sencillo, profundo o sublime, porque cada instante nos abre la comunicación consigo mismo, las Musas o, los Dioses.

En este orden de la existencia, la vida no puede ser arrojada en manos del primer postor. Como dice Ludwig Wittgenstein: “Aunque una doctrina afirme: la vida con todos sus placeres y dolores no es nada. La vida no está ahí para eso.  Tiene que ser algo mucho más absoluto. Tiene que tender a lo absoluto. Y lo único absoluto es defender victoriosamente la vida luchando como un bravo soldado por ella hasta la muerte. Todo lo demás es vacilación, cobardía, comodidad, miseria”. 

Por ello debemos vivir de tal modo que podamos morir bien. Y sólo lo alcanza quien logra conocerse a sí mismo, confesarse a sí mismo, lo que “es”. También sabemos que “conocerse a sí mismo es terrible porque a la vez se conoce la exigencia vital, y que uno no la satisface. Pero no hay un medio mejor de conocerse a sí mismo que mirar al perfecto. El perfecto tiene que desatar una tempestad de indignación en los seres humanos; si no quieren humillarse completamente. Creo que las palabras: “Bienaventurado quien no se escandaliza de mí” quieren decir: “Bienaventurado quien sostiene la mirada del perfecto”.

La tarea de la filosofía, en este estado de cosas, es tranquilizar el espíritu con respecto a preguntas carentes de significado. Quién no es propenso a tales preguntas no necesita la filosofía. Y esto no es una opinión cualquiera, tampoco una convicción, sino una actitud frente a las cosas y la vida en particular.

Con la rapidez y lo fugaz con que se presentan los fenómenos, no nos detenemos a pensar que el mundo todo, las plantas, los animales, los insectos, las olas del mar, el lamento de la lengua del río, las cosas y las hechuras humanas, nos hablan. Pero para entender el sentido de las cosas y el lenguaje que comunican, es preciso poseer un espíritu lúcido. Distinguir que detrás del relampaguear de los fenómenos, la fugacidad de las imágenes y el estuche de las apariencias, se oculta algo eterno. Eso que posibilita que en medio del dolor y la miseria humana, renazca la vida en el amor. 

Se trata de rasgar el velo que cubre el misterio del mundo materialista y hedonista del que somos parte y, así poder vivificar el espíritu.  Y que arda su llama con más intensidad en el corazón de los hombres. De esto depende que nuestros pensamientos y nuestras acciones tomen un curso nuevo. Entonces, la mirada ha de cambiar, mirar las cosas de la vida cotidiana con serenidad, absoluta serenidad; y el mundo se revelará en fragmentos de eternidad.

En estados como esos, la Gramática de la vida y la Gramática de la lengua, se entrelazan en un nuevo y resplandor brillo, que nos permiten ver el sentido de las cosas con los ojos de la jovialidad. De ahí que, “la palabra es, a la vez, como una reina y una bruja”. Ella posee el don de dignificar o destruir la existencia. Con el cetro de la palabra en la mano se pueden destruir reinos y demoler los cimientos de las culturas; por eso, los dioses la donan sólo a sus elegidos. El mundo cultual, el estético, la filosofía, lo saben desde tiempos inmemoriales; que existen seres humanos dotados para desvelar la magia de las cosas animadas e inanimadas. El duro hierro de los días en este orden de la existencia, es, más soportable y llevadero. Aquí el dolor y el miedo, la angustia y la fragilidad del ser humano, pierden la agresividad que los caracteriza.

Ahora bien, ¿qué está en juego en el mundo actual? Comprender que detrás de las apariencias, la fugacidad de los fenómenos, se oculta un profundo orden que gobierna a la naturaleza y a la vida. Por eso, el ser humano siente la necesidad de imitar con su débil espíritu el milagro de la Creación. Y para éste acto único y sublime el ser humano se vale de la imaginación, el lenguaje y las reflexiones del pensamiento. 

Se trata de tener la convicción que el orden y la ley están detrás de lo que nosotros llamamos desorden y azar. Por eso, el umbral de la filosofía y el cultual lo constatan: “cuanto más ascendemos, más nos acercamos al misterio que el polvo oculta”. Sólo cuando escapamos de las fuerzas del temor, del odio, del dolor, que nos acongojan y desorientan, se desvela que detrás de las esferas del cálculo y la fuerza del poder, está la estructura fundamental, el Absoluto. Y así, su resplandor ahuyenta los engañosos fantasmas que tratan de apoderarse de nuestras vidas. 

Esto permite que permanezcamos serenos y confiados en nosotros mismos, aun cuando las potencias destructivas se expandan por nuestras tierras y el miedo enrarezca el aire y sea malo de raíz.  Se trata “que nos pongamos a la altura de esta imagen terrible. Sobre esa cumbre todo se confundirá y se igualará”, entonces “la verdad brotará de la aparente injusticia”.

En un mundo donde el misterio de la vida o de la muerte, se profanan en nombre de la Cultura de lo efímero o, de la Cultura del Espectáculo se convierte en terreno apropiado para las nuevas utopías de lo inmediato. Y resulta fascinante para las vidas nuestras, en cuanto son insignificantes y están destinadas al olvido. Un tiempo donde el “presente sólo se proyecte a través de la música, las matemáticas, la poesía y el pensamiento de un número reducido de personas”, resulta preocupante. En su conducto, el despilfarro de la energía vital, es consecuente con la primacía de las nuevas utopías de lo inmediato

Somos habitantes de ámbitos donde los universales históricos cambian para dar paso al consumo, la técnica, las redes digitales, la imagen pictórica en movimiento, la estadística. Esta transformación en el orden de la existencia, se aleja cada vez más de la consciencia del estado transitorio e inestable del tiempo, la identidad personal, la coherencia del “Yo” concreto, la distinción entre “Yo” y “Tú” por la que el animal hablante entró en la historia. 

Existe la sensación que nos compelen a liberarnos de la consciencia histórica, la memoria verbal, las reflexiones del pensamiento, como si se tratara de un gran peso. Porque en el ámbito de la Cultura de lo efímero, las relaciones de sentido se sustituyen a marcha forzada por relaciones artificiales. La “retirada de la palabra” de la que nos habló Steiner, tiene su correspondencia en los códigos no verbales como las matemáticas y los signos, que controlan y definen gran parte de la realidad. “Hoy en día –dice Steiner– es cada vez más difícil “ser uno mismo”, encontrar un espacio diferenciado para el idioma, el estilo y la sensibilidad”. Porque todo en el orden de la existencia se ha vuelto estadístico, automatizado y objetivado. Entonces la Vida en lo más profundo de la existencia vive un hondo malestar y un quebrantamiento fundamental.

En esta alta civilización técnica y de masas se trata que la estructura de la gramática del habla, conserve la frescura que es debida. Porque con la rapidez con que se imponen los instrumentos técnicos, se está produciendo una drástica disminución y estandarización del vocabulario y la sintaxis, acompañados por un increíble aumento de las jergas, los estereotipos, las muletillas y los clichés. Semejante reducción de la gramática (de las particularidades y posibilidades estructurales de la frase) está en la base de la retórica publicitaria y del periodismo. 

Cuan grato resulta observar que en algunos círculos el lenguaje conserva la frescura que le es propia. Es grato también percibir, que el hombre a quien el miedo arrastra con sus espejismos seductores se levanta de los escombros de lo actual, como el Ave de Minerva al anochecer. Es sumamente grato, que los seres humanos establezcan conversaciones a la usanza de nuestros antepasados. En un acto tan sublime, pero humano, el lenguaje se convierte en el instrumento adecuado para dignificar la vida y la memoria histórica de los pueblos. Sí se tiraniza el lenguaje se violenta el sentido de las cosas y la existencia. Entonces la vida pierde su “dymon” –su personalidad, su divinidad.

Parece que, en este mundo de alta civilización técnica, hubiésemos caído en el hoyo profundo y oscuro de la insolencia de la fuerza –la económica, la política, la del desarrollo de los procesos, la militar, la terrorista, la de los ritmos de lo cotidiano, etc. Y, nos entregáramos a la excitación nerviosa que nos hace soñar con las cosas del poder y la fuerza, con las formas que van tomando en el tiempo dispuestas tanto al desastre como al triunfo, al combate de la vida. Y, nos olvidamos que detrás de las apariencias de las cosas animadas e inanimadas permanecen las huestes celestiales. 

Así pues, las fuerzas del mal, el terror o el miedo, se difuminan en presencia de hombres de espíritus libres. Por eso, el ser humano no debe perder el dominio de sí, ya que el miedo se apodera de él y le domina, zarandeándole en molinos como un ciego. Y la fuerza que se necesita para dominar el miedo y el dolor, sólo, absolutamente sólo, proviene de las fuentes del espíritu. De ahí que la serenidad ante el dolor y el pánico, cuya sombra siempre se cierne sobre la persona desprotegida y sola, tiene su contra partida en los espíritus libres y fuertes. 

Deseo resaltar que la técnica como instrumento de ejercicio de la voluntad de poder, ha ido reemplazando poco a poco las esferas del espíritu, los contenidos de las experiencias compartidas y el sentido de las lenguas naturales. Esta mutación toma forma y se materializa en provecho del Titán y las fraguas de Vulcano, de una parte; de otra, la arena de la historia y de la vida configuran un “tipo” determinado de hombre, como consecuencia de la universalización de la ciencia, del nihilismo y los instrumentos técnicos. 

Como contrapartida Jünger piensa que sí se dota a la técnica de su sentido de aletheia, de Revelación, se restaura la esencia del Ser y de la existencia. Ese lugar donde reposan las fuerzas míticas de la ciencia y la técnica que se entrelazan con la niñez. Por tanto, conectarnos con las fuentes de lo elemental y lo mítico de la ciencia y la técnica, significa, que el “ojo vea las cosas como debieron estar cuando su nacimiento, en su origen, llenas de novedad y de misterio”. También revelar que detrás de la esencia de la técnica se esconde la voluntad de poder, el saber y la libertad.

Benjamín, Jünger y Nietzsche, tratan de destruir a martillazos los viejos valores, los conceptos generales, el valor neutral que la sociedad moderna da a la técnica. Piensan que la técnica y la ciencia están ligadas a unas relaciones imperceptibles de saber y poder, de prácticas y usos, que estructuran el funcionamiento de un “tipo” de sociedad: “la felicidad de los medio ocre”. 

De ahí el mundo moderno haya entregado poco a poco la libertad, el querer de la voluntad, el pensamiento, los contenidos del lenguaje natural, a cambio de “unas pocas monedas de lo actual”. En esta época percibimos que se “aclimatan las asperezas para vivir en el domesticamiento, el sopor y la molicie”.

Desde esta perspectiva Jünger cree que la técnica, es un medio para concentrar la enseñanza que el dolor y el miedo marcan en la voluntad. Ha de ser un valor “horizontal”, y su telos hacerse “épico”. Esta visión de la técnica se antepone a la del sistema de producción global, que la concibe desde el umbral económico y utilitarista; vista como un medio para dominar al hombre o, a la naturaleza. También como instrumento de la producción del rendimiento y al ser humano como existencia en reserva. 

Jünger nos recuerda que el ser humano se ha colocado fuera de la obra, se ha salido de ella; ésta se ha vuelto autónoma, y ahora aquél deviene cada vez más sustituible y prescindible. A medida que va desapareciendo la originalidad del ser humano desaparece también su imprescindibilidad; con ello desaparece asimismo el respeto a él. 

Jünger cree en la necesidad de remontar el nihilismo, ya que los viejos valores están colapsados, y los nuevos no responden a las esperanzas y necesidades humanas. Una tarea que se opone a toda metafísica, y a las elucubraciones teóricas sin peso real. Se trata, entonces, del hombre de carne y hueso, su destino sobre la Tierra.

Es loable la reflexión de Jünger y Benjamín en cuanto se oponen a la maleabilidad del valor técnico, como fuerza despersonalizada. Piensan que allí brota el germen de la mediocridad y del servilismo. En consecuencia, la técnica se “asocia a un poder funcional enorme”, que llega a convertirse en “fuente de penurias, de sin sentido y de nihilismo planetario”. En un tipo de sociedad como ésta se prioriza el cálculo, la cifra, la estadística de la sociedad, sobre los valores del espíritu y de la cultura. La conservación de la naturaleza, los ecosistemas, y el “aura” de la vida en general se convierten en valor de cambio. 

Walter Benjamín tiene razón cuando afirma que en la técnica y la ciencia todo lo que sobrepase suplir las necesidades humanas, el resto se empleará inexorablemente para la propaganda de la guerra. De ahí se deduce que el desarrollo de los procesos y de la técnica están ligados a la industria armamentística. Esto confirma cuan poderosos son los “perros de la guerra” cuando se sueltan. Con la ciega voluntad de poder, las pérdidas humanas adquieren una terrible dimensión.

En este orden de ideas, el valor técnico en sí “cargado de sentido”, en una dirección antagónica a la naturaleza humana, levanta un malestar esencial sobre el Progreso y la Ilustración. El hombre moderno decadente y engreído al negar la dimensión de lo sagrado, convierte a la técnica en un arma propiamente infernal. La cultura de la técnica, en su defecto, deja tras de sí un montón de escombros: hambre, guerra, violencia, discriminación, dolor, sufrimiento, miedo, pánico, desolación, enfermedad, pandemias, y un grupo de poderosos que la ponen al servicio de los “cuadros de mando”. 

Así que, los poderosos del mundo hacen un desierto y lo llaman paz. Además, la ciudad, la Gran ciudad contemporánea se convierte en un frente de batalla. Se libran allí los combates más atroces cada instante, cada hora, cada día, entre el ser humano y los poderes impersonales que desean apropiarse de la vida de los hombres.

Esta trastocación desde un punto de vista filosófico, se orienta hacia una nueva determinación del valor. Que está ligado a la “metafísica de la voluntad de poder”; que se sitúa más allá del bien y del mal. En este orden la técnica y la ciencia son indiferentes a la moral, la ética o al ethos (al carácter, la forma de vida), de la sociedad. Son ellos los que imponen el valor moral, los principios y los usos que determinan a la sociedad. Por eso, el desenvolvimiento de la técnica en la sociedad moderna produce no sólo un desvelamiento del espíritu de la técnica, sino también un cierto constreñimiento. La técnica limita el libre desenvolvimiento de la personalidad. 

¿De qué se trata en un "tipo" de análisis como éste? ¿Dónde se ponen al descubierto la pluralidad de variables que tejen y destejen el sentido oculto de la técnica y las diversas relaciones de fuerza? Que detrás de los espejismos, las fantasmagorías del bienestar social y el desarrollo, la técnica obedece a su propia lógica interna. Y en el caso que nos ocupa percibir sus repercusiones en la vida psíquica, biológica y espiritual del ser humano; y su incidencia en el Estado, la política, los organismos internacionales, las comunidades, las sociedades, la naturaleza, los hombres y sus obras. Develar que el fin implícito que porta no es otro que el dominio de los seres humanos.

Desde un punto de vista mítico se narra que, en el origen de las civilizaciones hubo una lucha entre los dioses y los titanes. Durante milenios los dioses mantuvieron a raya a los titanes. Sin embargo, nos acercamos al crepúsculo de los dioses y al regreso de los titanes. Ellos imponen el mundo abyecto, frío e indiferente de lo elemental. Así que, “lo elemental retorna como consecuencia del predominio de unos instrumentos técnicos de extremado poder”. Se trata de un clima adverso a la naturaleza humana. Pero darle el valor que le corresponde, en medio de la atmósfera destructiva, de sin sentido que vivimos, le corresponde al hombre de carne y hueso. Que el ser humano sea “capaz de afrontar activamente las destrucciones”. 

Entonces, ¿qué le interesa realmente al hombre del colectivo técnico y al mundo de ese colectivo? No es la búsqueda de los fragmentos de felicidad, los instantes de solidaridad ni el amor ni el respeto a la dignidad humana, sino las riquezas, el poder, el consumo, la producción, el status, el bienestar social, el lujo y la rentabilidad que reportan los instrumentos técnicos. 

Jünger dice: 

“Lo importante no es que vivamos, sino la posibilidad de llevar en la tierra una vida de gran estilo según elevados criterios”.

Ahora bien, “la verdadera razón de ser de la técnica no es “acelerar el progreso”, sino intensificar su poder; la técnica constituye “el más poderoso y el menos contestable de la revolución total”. Entre más intensifique su poder, la técnica abarca espacios nuevos en la economía de la existencia, el mundo y la realidad. Pero el órgano que más mal parado sale, es el lenguaje. Son tan poderosos los instrumentos técnicos, que poco a poco sustituyen el sentido del lenguaje natural, por el contenido del lenguaje del artificio. Esta trastocación diluye la esencia de la gramática. 

            Dijo Wittgenstein: 

                         “La esencia es la gramática”.

Para Ernst y George Jünger, la idea de progreso es una quimera y sería un error creer que la técnica se desarrolla indefinidamente. Piensan que la técnica ha de alcanzar un punto de perfección que es la expresión máxima de sus posibilidades, esto anuncia la aparición de una ciencia simplificada. 

Ernst en Eumeswil señala: “¿Es “técnica” la palabra adecuada? Mejor sería hablar de “metatécnica”. Pero no entendida como un perfeccionamiento de los medios, sino como una transformación en una cualidad diferente”. No hay evolución que pueda extraer de la existencia más de lo que encierra. La economía de la existencia no puede dar más de las potencias que contiene.

Ernest Jünger no cree en el mito del progreso indefinido, tampoco que la técnica es “neutra”. Es decir, liberadora u opresora. De ahí que exalta su carácter mediador, revelador, porque quien recurre a la técnica no puede terminar siendo su esclavo, sino que ella debe contribuir a su nueva forma de vida, a la “adecuación” del nuevo estilo de vida que impone la técnica. Ella ha de contribuir a encontrar los medios y los modos de expresión y acción específicos. 

Así que, mirar la técnica desde esta perspectiva, significa pensarla “positivamente”. Ese proceso instaura una nueva concepción de la existencia y de la realidad. Por eso, el predomino de la técnica en el mundo actual no hay que tomarlo como algo aparente y fugaz en el sentido de la vida, ya que tocan los filamentos más profundos y finos de la existencia humana.

Ahora bien, ¿puede la técnica en esta alta civilización abstracta convertirse en instrumento de liberación? ¿un medio para restaurar la unidad del “¿Yo” pérdida o, la coherencia de la personalidad? ¿se constituye la técnica en el instrumento adecuado para alcanzar la dignidad de persona? ¿responde la técnica en esta alta civilización de lenguajes artificiales a la Gramática de la vida, o a las Gramáticas de la creación? Creo que para que se cumplan estas exigencias de alto estilo, la técnica ha de cambiar la “esencia” y la “función” que la constituye. Porque en los últimos espacios de tiempo cumplió una función abyecta, distante, opresora, cuando la cultura se conjugó con la barbarie. 

Se trata entonces de desvelar la ligazón entre la técnica y la nueva naturaleza del poder, y percibir las perdidas en la civilización moderna. Cuando esto suceda lo elemental recobrará su rostro natural, libre, lleno de novedad y de misterio, y como fuentes de aguas cristalinas bañaran las inmundicias de los seres humanos.

Jünger compara la técnica a un lenguaje que todos pueden hablar -dice Marcel Decombis-, pero cuyos intérpretes serán sólo quienes lo hayan aprehendido maternalmente. El hombre nuevo que nace como constructo de la técnica, necesita ipso facto un nuevo “decir”. Ese lenguaje es el “logos” del artificio. La lengua de las matemáticas, el signo, el símbolo, se adecuan a un Atlas lingüístico léxico-gráfico que responde sólo a la imagen y a los lenguajes digitales. 

En un tipo de análisis como éste se trata de desvelar lo que oculta la ligazón entre el confort técnico y la nueva voluntad de poder. De hecho, esto confirma que la técnica no es “neutra”, sino que está al servicio de quienes conocen sus requerimientos y manejan los “centros de poder”. En otras palabras, los valores técnicos que portan en sí un extremado poder, no sólo no responden a las necesidades y esperanzas humanas, sino que están al servicio de los poderosos, del Gran Poder; y, son instrumentos de dominio y control.

No podemos olvidar que la técnica es capaz de segregar un “tipo” humano que la “domina” y le da la “función” que le corresponde. “Segrega una inteligencia precisa, de buena calidad. Existe en todos los asuntos de la práctica un cierto número de seres humanos que forman la pequeña y bien diseñada ruedecita que da impulso y trabajo a la obra”. En esta época de alto desarrollo técnico y científico, existen personas adecuadas para que cumplan la función que les corresponde –abarcan el ámbito que va desde el confort técnico, la lengua de la Gran ciudad, la voluntad de poder hasta el mundo dineral–. 

El técnico, el poderoso y las redes del capital internacional, saben que “acceder al nivel de impersonalidad activa” significa acceder a los “cuadros de mando”. Por eso, el desarrollo de los procesos y el confort técnico están cargados de misterio y oscuridad. Esto se percibe en la industria armamentística, la automovilística o, en las empresas farmacéuticas, por ejemplo.

Sí la civilización de la Gran ciudad habla el lenguaje de la técnica y del progreso; y el espíritu sólo puede retirarse a un rincón...como si esperara una nueva encarnación (en una nueva cultura), como dijo Wittgenstein; la civilización que vivimos es la del hombre tecnificado. Configúrese en la historia como campesino, obrero, jornalero, talabartero, tecnócrata, político, hombre de las finanzas, militar, empresario, sacerdote o pastor evangélico. De ahí que su mecanismo tenga su “lógica” interna, que responde “a un orden bien definido, uniforme y necesario”. 

Preguntamos, ¿estamos los seres humanos capacitados para realizar nuestra voluntad a través de ellos y no dejarnos arrastrar por el sufrimiento, el dolor o el miedo que nos reportan? En todo caso se trata que las sociedades de masas –ni pedagógica ni culturalmente estén preparadas para hacerle frente a las “elites tecnológicas” ni a los poderosos que ejercen el Gran Poder: político, económico y cultural.

La técnica impone un estilo de vida, un estilo planetario; el mundo global conectado en Red habla la lengua de la técnica y la ciencia. Se impone una imagen de la realidad, unos medios y unos modos de lenguaje. En el mundo global que habitamos, por ejemplo, el gasto, la plusvalía o el interés comercial, están determinados por los instrumentos técnicos. La economía en su aprehensión histórica o sociológica responde a la dinámica de la técnica. 

Así, la lengua de la técnica comunica contenidos “abstractos” que conciernen a los de las relaciones artificiales. Ahora bien, ¿quién reina realmente en el mundo actual? ¿quién impone las reglas de juego a los sujetos internacionales? Por supuesto, el que posee la economía (capitalismo financiero internacional, el valor de los bienes en bolsa, las compañías o empresas transnacionales, etc.); y el desarrollo de los procesos –la dynamis de las ciencias y la técnica. 

De ellos depende en gran parte la vida de millones y decenas de millones de seres humanos. La producción, recolección y venta del 75 % de los productos agrícolas mundiales, por ejemplo, lo dominan tres empresas transnacionales; lo mismo sucede con las empresas farmacéuticas o de comunicación global, etc. 

Se trata que la macro estructura funcional, tenga un “cuadro de mando” –diluido, imperceptible y eficaz en las relaciones de fuerza–, que determinan la vida sobre la Tierra. Pero, lo más sorprendente es que cada punto y cada cuerda de la “Red del cuadro de mando” que se pone en movimiento, repercute en la Red total. Por paradójico que parezca la nueva voluntad de poder y el confort técnico responden sólo a los requerimientos de los “cuadros de mando”.

Deseo resaltar que en el mundo que habitamos la ciencia y la técnica tratan de suprimir toda “cualidad”; toda búsqueda de la excelencia humana. A la ligazón entre los instrumentos técnicos y la voluntad de poder no le interesa la “cualidad”, sino la eficacia y la eficiencia. Sabemos que la “cualidad” tiene que ver con el mundo subjetivo, el lenguaje, la sensibilidad y los movimientos del pensamiento. Este “tipo” de hombre se abre suelto y ligero de equipaje ante nuestros ojos y, desprovisto de envidia y lujuria va al encuentro de las creaciones y de los contenidos del espíritu. Son los que se enfrentan con ese “tipo” de ralea, mezquina de corazón y corta de razón; con ese “tipo” de hombre que mancilla la luz del espíritu con la sangre y el dolor del inocente. 

Este “tipo” de hombre se levanta como el Cóndor de pico de estrella y alas de fuego, sobre los negros nubarrones cargados de lluvia y fuego de la sinrazón y la maldad; y cómo valientes guerreros trazan en el combate las fronteras de la libertad. De ahí que luchan tenazmente contra esa ralea, que trata de convertir las tierras habitadas en campos de sin sentidos y legiones de demonios; luchan por restaurar la dignidad humana con el “cetro” de la palabra en la mano y el pensamiento. ¿Para qué? Para que su poder se extienda como los prados en flor y su aroma embriague los corazones, y se instaure un reino mucho más hermoso que todos los imperios conquistados a punta de espada y de armas de fuego.

Entonces, ¿de qué adolece la época actual? Que, frente al desafío de los instrumentos técnicos, la imagen gráfica en movimiento y los lenguajes digitales, tenemos que situarnos del lado de los hombres y lo que representa la vida para el ser humano. Porque el hombre de carne y hueso con sus sueños y pesadillas, esperanzas y quebrantos, es el único que puede hacerle frente al mundo de los titanes y del colectivo técnico. 

Se trata de reorientar el valor de los lenguajes digitales y la imagen en movimiento en beneficio del ser humano. Que el hombre no se convierta en esclavo, siervo de la técnica y sus espejismos, sino que se restaure desde las esferas del espíritu, el verdadero sentido de humanidad. Jünger exalta el tiempo del rebelde donde propone a los hombres no aliarse con los titanes, sino apelar a ellos en beneficio de los hombres, como una vía para el advenimiento de los dioses, únicos capaces de encadenar nuevamente a los titanes.

La labor de los poetas se torna indispensable en una civilización que habla el lenguaje de las máquinas y de la imagen. Ya que el fin que se proponen desde los “cuadros de mando”, es convertir al ser humano en objeto y uniformizar su energía vital. En los hallazgos del poeta hay “manantiales de agua y vida y la tierra se torna humanamente habitable”. En un mundo árido del espíritu de la palabra y de la imaginación creadora de “forma”, la poesía otorga fuerza a las acciones humanas. Y, así “el mundo de la técnica podrá revitalizarse, si accede al reino de las Musas; la enorme superioridad de este reino del arte y de la veneración podrá proporcionar al mundo de la Técnica el milagro del Ser, y entonces que sorpresas nos estén deparadas”. 

Sí el hombre se desliga de su obra –nos recuerda Jünger– que se ha convertido en autómata, y de la que cada vez es más difícil poder desasirse y suplirla; no queda más remedio que recurrir al reino de la poesía, del arte, la teología, música o, la filosofía, para restaurar la unidad del “Yo” perdida y la “magia” de la materia animada e inanimada. Restaurar, por así decir, el universo del habla, la memoria verbal y el pensamiento.

Si la “fatalidad azarosa”, ciega, de la técnica y la voluntad de poder que gobiernan la vida y las potencias de la muerte primarán sobre lo fundamental, el hombre se convertiría en apéndice de la técnica. Sí la fortaleza cae su caída será más devastadora que la que se produjo en la Segunda Guerra Mundial, cuando la poesía, el arte, la música, la filosofía y los altos ideales de la cultura occidental, se hermanaron con la barbarie. Y la muerte en sacrificio de seis millones de judíos y otras minorías étnicas, permanecen en la memoria de la Humanidad.  

No olvidemos que el pensamiento técnico, analítico y racionalista, no sólo es un pensamiento reduccionista, sino también que está cargado de maldad.

En una época como la nuestra es grato recordar, que “la palabra es, a la vez, como una reina y como una bruja”. Nos sirve como antorcha para bajar a las profundidades más atroces donde reina la tiranía, el dolor o la muerte, o nos levanta del polvo de la tierra y nos ayuda alcanzar las alturas, los reinos donde moran los Dioses y las Musas

El hombre siente en lo más profundo del corazón y del alma, la necesidad apremiante de “imitar con su débil espíritu el milagro de la creación”.

                                           Madrid-España a 12/09/2023

domingo, 10 de septiembre de 2023

El problema de la libertad en la Época Moderna

 


 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 

Sabemos que uno de los problemas fundamentales en la actualidad es el de la libertad. Es preocupante que sólo “una pequeña fracción de las grandes masas humanas esté capacitada”, para responder a los retos del manejo responsable de la libertad. Porque “las poderosas ficciones de nuestro tiempo y las amenazas que irradian de ellas”, desean imponer la “coacción abstracta y automática”. Así, ni los “poderes del presente” ni la libertad bastan para resistir a las potencias de las ficciones que ofrece el mundo técnico. Por un lado, está “la reflexión, la reflexión crítica de la actualidad, es decir, el conocimiento de que ya no bastan los valores vigentes”; por otro, que debemos abandonar la morada de los cíclopes expertos en trabajar el hierro e instrumentos técnicos para la guerra, y dirigir la mirada hacia el ojo interior.

Immanuel Kant era consciente que la libertad no se encierra en las relaciones de un sistema. Y, Franz Rosenzweig creía que deberíamos valernos de la libertad como un “milagro en el mundo de los fenómenos”. Pensaba que, para enfrentarnos como hombre de carne y hueso, “al laberinto objetivante de las relaciones, el hombre exterior al sistema teórico-práctico”, debería tener como punto de apoyo a la libertad.  Se trata desde el umbral que ofrece la libertad, ver el sentido de los objetos y la vida con otros ojos, los que moran en el interior del ser humano. Y quien puede verlo aquí y ahora –es el hombre de la acción libre e independiente. El que percibe la Antigua libertad vestida con el ropaje propio de la época. Es él quien se enfrenta a todo automatismo y contra el puro empleo de la violencia.

Este “tipo” de hombre con la antorcha de la palabra en la mano y la libertad, le hace frente al mundo del Titán y al colectivo del titanismo. Aquí y ahora -confrontar el Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo, es hacerles frente a los instrumentos técnicos, no sólo como ídolos, sino también a los espejismos que irradian de las “coacciones abstractas y automáticas”. Esto puede orientar las reflexiones del pensamiento y al individuo portador de experiencias, hacia “los padres, hacia los órdenes que nos fueron propios, hacia los órdenes que están más cerca del origen que nosotros”. Se trata de romper las redes de acero de las máquinas y los instrumentos técnicos, y desgarrar el misterio que encierra el velo del poder, y así desvelar la aureola con que se nos presentan. Y buscar la libertad en las profundidades de las fuerzas primordiales, esas que hacen frente a los puros poderes temporales.

De ahí que el misterio de la vida tenga siempre abierto el acceso al interior de las profundidades de las catatumbas, de la cripta, donde mora el lenguaje, la imaginación y las reflexiones del pensamiento. Porque estos poderes jamás podrán ser diluidos en las redes del puro movimiento o, en las “relaciones de un sistema”. Esta cuestión no puede limitarse a “la conquista de puros reinos interiores” ni limitarse sólo a “objetivos reales”. Ocurre más bien, quien ha captado la situación mejor que todos los gobiernos y que todos los teorizantes –dice Ernst Jünger- es el hombre sencillo, el hombre de la calle, la persona con que nos encontramos todos los días y en todos los sitios. Esto se debe a que continúan estando vivos en ese hombre vestigios de un saber que llega más hondo que los lugares comunes de la actualidad. Por eso, el hombre de carne y hueso “continúa teniendo órganos en los que está viva”, una sabiduría y una experiencia, que trasciende los poderes temporales de los gobiernos y las corporaciones.

 Así que, cuando el hombre de la calle “intenta averiguar dónde hay una salida, un camino para huir, se comporta de una manera que tiene en cuenta la magnitud e inminencia de la amenaza”. Cuando desconfía de los medios de comunicación de masas, la verborrea de los políticos, del capital financiero internacional, de las amenazas de la crisis, se atiene a objetos reales y al mundo donde se encuentra inmerso. Por eso, sabe distinguir entre “lo que es al parecer”, de “lo que es”. Sabe distinguir el oro del latón que está a la orilla del camino; y “mirar cara a cara a la catástrofe y enfrentase al modo en que uno puede verse envuelto en ella es algo útil en todo caso”. Porque deliberar sobre la catástrofe, sobre las crisis de los sistemas, las materiales o espirituales, es bueno para el espíritu; más si se hace al borde del abismo.

En los tiempos nublados que vivimos, se trata que la persona individual de acción libre e independiente, tome consciencia de la responsabilidad que le ha sido otorgada. Trátese de su vida privada o pública, para que “adquiera poder y figura una idea nueva de la libertad”. Y, de esta forma, hacerla posible en los tiempos que vivimos, en todos los puntos de la Tierra. Así, tendríamos que sacar al mundo nuevamente de sus goznes y hacer un giro copernicano, para que las energías desplegadas se pongan al servicio de los hombres. Y no de una “selecta minoría” que maneja los hilos de los “cuadros de mando” en las redes globales. No sólo será una revolución telúrica, sino a la vez de dimensiones cósmicas.

En el escenario internacional, el comportamiento estratégico-político no se reduce ya a sólo dos fuerzas, sino que, de los intersticios del espacio voluminoso del siglo XX, fluyeron una pluralidad de fuerzas que buscan su reconocimiento en el Orden Internacional. Por ejemplo, los países emergentes. Se trata de reconocer en todo caso que, en la escala de valores, la libertad ocupa un lugar fundamental; así se constituye en el problema medular de nuestro tiempo. Por eso, el propósito de esta reflexión no se orienta a las fachadas políticas ni se agota en sus agrupaciones o movimientos; ya que son pasajeras y en las fauces del tiempo son como bombas de jabón. Es indistinto donde se ubique el poder; se trata de domeñar el miedo, el sufrimiento, el dolor, y sólo se alcanza cuando el ser humano abjura de los fantasmas que lo atormentan y se yergue desde su interior soberano y libre, como el Cóndor de pico de estrella y alas de fuego, sobre las crestas de las montañas de los Andes.

En esta alta civilización abstracta, alcanzar la libertad exige de grandes sacrificios; “eso explica el ingente número de seres humanos que prefieren la coacción”. Porque es más fácil delegar la libertad que asumir la responsabilidad moral de las acciones humanas. Ahí está la iglesia, el sindicato, el partido, el movimiento, etc., para que asuman el peso que me corresponde en el manejo responsable de la libertad. Ernst Jünger piensa que “sólo los hombres libres pueden hacer autentica historia. La historia es la impronta que el hombre libre da al destino”. Sólo desde el ámbito de la libertad, se puede hacer frente a lo técnico, lo típico, lo colectivo. Y, en esa medida la persona individual puede enfrentarse a sus sufrimientos, sus dolores, a los fantasmas que atormentan su conciencia, y ha de valerse de sus conocimientos, su capacidad de juzgar, de sus experiencias. “Aquí las perspectivas cambian se tornan más espirituales y libres”. Cuando la persona individual se apropia de esas herramientas, “los peligros adquieren una claridad mayor”.

Debemos proporcionar a los seres humanos que están amenazados por el miedo, el sufrimiento, el odio, el dolor y los tormentos que provienen del mundo oscuro de la conciencia y la sociedad. “Una descripción de la situación en la que se encuentran, y que ellos mismos conocen casi siempre mal”. Debemos proporcionarle las herramientas necesarias tanto de conocimientos, como del mundo del que hacen parte, para que puedan actuar. Quizás el miedo las paralice, pero se trata que adquieran libertad y seguridad en sí mismas. Porque cuando despejamos las ilusiones ópticas o auditivas que nos atormentan, se desvelan no tan fuertes ni feroces como parecen.

El sistema educativo, por ejemplo, debe ahondar el trabajo en el interior del alumno; que el ojo interior prime sobre los espejismos del mundo exterior. De ahí depende la seguridad y la libertad de la persona individual: del estudiante, del ciudadano, del trabajador, de la madre de familia, del padre, del médico, del profesor, etc. En fin, de todas las personas de este mundo chato y horrible que vivimos. Pero es el único mundo posible que nos ha tocado vivir. Por eso, entre todos y con la ayuda de todos, debemos hacerles frente a los espejismos que nos atormentan y, hacer del mundo y su realidad algo mejor; más vivible y más humano.

 Sí se dota a la persona individual de las herramientas necesarias para combatir los tormentos del alma o del espíritu, “lo técnico, lo típico, lo colectivo”, se sitúan en la superficie y toman las configuraciones que le corresponden en el tiempo que es debido. No sólo con los sufrimientos, el dolor, el miedo, el ser humano hace frente a lo cotidiano y necesario, sino también ha de valerse de las experiencias, los conocimientos, los juicios de valor con los que actúa. No se trata de la libertad de las colectividades abstractas, sino del hombre de carne y hueso, en la época nuestra de alto desarrollo técnico, y adquirir consciencia que lo fundamental descansa en el interior de la persona individual.

Entonces, “las perspectivas cambian”; los objetos pierden su espíritu agresivo y “se tornan más espirituales y libres”. Cuando esto sucede la coacción no hay que verla sólo como algo negativo; también como instrumento necesario para defender las instituciones, la democracia y la libertad. En una época de valores en entre dicho, “de convenciones destruidas, de lazos objetivos disueltos”, la libertad no puede ser el origen de la esterilidad. “La conquista de la libertad –dice Thomas Mann- ha sido siempre estimulada por la esperanza de poner en movimiento fuerzas productivas”.

Preguntamos, ¿cuál es un quehacer natural de la libertad? Desencadenar “fuerzas productivas” que trasciendan las formas y los contenidos de lo cotidiano y necesario. Fuerzas que vayan más allá del espejismo técnico, el tópico y el lugar común, la homogenización y la superficialización de las colectividades. De ahí proviene la impronta, la dirección que “el hombre libre da al destino”. Aunque lo cotidiano se presente como terrible, caótico y el lugar donde las modalidades de poder, los sufrimientos, el dolor, la violencia, la muerte, se configuren; la libertad no ha de ser un instrumento de coacción y disciplina de la sociedad. Porque la libertad es lo único de que el hombre sale garante cuando se enfrenta al poder Total. El que se despliega en el Estado, o en los “micro poderes” o, en “el sistema teórico-práctico” diluidos en la sociedad; también el que sufre el hombre de carne y hueso; el desprotegido y su solo, cuya desprotección es total.

En este orden, el miedo, el sufrimiento o el dolor, desaparecen sí se encuentra un nuevo acceso a la libertad. Luchar, por ejemplo, contra la objetivación del ser humano y sus articulaciones, es un objetivo de la libertad. Que la persona individual no se diluya en los sistemas ni en los conceptos generales, ni en los sistemas racionalistas y materialistas, ni en las ideologías, ni en el dogma religioso, sino que su condición de “hombre en tanto que Yo”, permanezca firme. Porque son “las personas sencillas de las que todavía no se ha apoderado –dice Ernst Jünger- ni el odio ni el terror ni el automatismo de los lugares comunes”; los que no se dejan impresionar por el espejismo de la sociedad ni del poder; las que “saben resistir la propaganda”.

La libertad de la que hablo, significa, liberación del ser humano de todo constreñimiento objetivo o subjetivo. Ésta no puede estar al servicio de una ideología, dogma o mandamiento. Se es libre cuando se puede desplegar la mayor energía y no se puede desplegar tal cantidad de energía, sino se encuentra al servicio del hombre concreto de carne y hueso, “del hombre en tanto que Yo”. Se trata de restaurar repito nuevamente los cimientos de “la antigua libertad, y vestirla con el ropaje propio de la época: es la libertad sustancial, la libertad elemental”. Esa que responde a los más sutiles procesos psicológicos o morales del ser humano. Es la que posibilita como la distancia respecto a la antigua interpretación de la libertad, viene a ser una nueva cercanía al mito mismo, “desde la cual ese sentido nuevo se ofrece, inagotable, a nuevas búsquedas. Por eso, el mito griego “como dice Andre Gide” es como la jarra de Filemón: “ninguna sed la vacía cuando uno está bebiendo en compañía de Júpiter”. El instante correcto también es un Júpiter.  

En este apartado no hablo de la “libertad que se limita simplemente a protestar o a emigrar; es una libertad que está dispuesta a luchar”. Es la que encarna el hombre de acción libre e independiente; el hombre que se enfrenta al poder de Leviatán o las  potencias de lo Atávico que se han levantado de su sueño invernal; este tipo de hombre desea imponer sus marcas, sus emblemas, sus señales, sus ritmos, para que se haga realidad: “una libertad válida para una época venidera”.  En todas las épocas de la humanidad han existido personas que son capaces de asumir estas decisiones graves. Este tipo de hombre conoce la maldad del corazón de los hombres, pero también la crueldad de las energías que irradian de la ligazón entre el pensamiento racional y la tecnología. O, en otros términos, las potencias del sufrimiento, el dolor y la muerte, que provienen de la ciencia y las máquinas. Este entrelazamiento que se está configurando en el Espíritu de la Historia, son órdenes nuevos para fenómenos nuevos.

Ernst Jünger en “Radiaciones I, Diarios de la segunda guerra mundial (1939-1943)”, referencia la libertad como experiencia interior y radical en lugares donde la vida se topa con la muerte. Buscando, en el trayecto que lleva del Pont Neuf al Pont des Arts (París) -dice-, he comprendido de súbito con toda claridad que únicamente dentro de nosotros está lo laberíntico de la situación. De ahí que sería perjudicial el empleo de la violencia, destruiría muros, cámaras de nosotros mismos –el camino que lleva a la libertad no es ése. Las horas vienen reguladas desde el interior del reloj. Si movemos las agujas, modificamos las cifras, pero no la marcha del destino. Así que, Desertemos donde desertemos, con nosotros llevamos nuestro uniforme congénito; y ni siquiera en el suicidio logramos escapar de él. Es preciso que nos elevemos, que nos elevemos también a través del sufrimiento; entonces se vuelve más comprensible el mundo.

Para alcanzar la libertad que es debida a la persona individual, no es necesario que ella participe de la masa, del partido, del movimiento, de la iglesia, de la corporación, etc., para que despliegue el vigor que contiene en sí. Las potencias de la libertad han de estar dirigidas a combatir el miedo, el dolor, el sufrimiento, el odio, las coacciones de la sociedad y del Gran Poder, pero desde la persona individual: el hombre de acción libre e independiente. Para que ésta despliegue sus energías dinámicas en un proyecto colectivo. Se trata, en última instancia, de adecuar todos los aspectos del carácter y de la personalidad, al despliegue de las potencias de la libertad.

El siglo XIX y XX, se subsumió la libertad de la persona individual al Estado, al Sistema, a la masa, al partido, a la ideología, a la economía, a la ciencia, a la técnica, a los lenguajes digitales, a las imágenes en movimiento, ahora se trata que la libertad recobre el poder que es debido. Las potencias de la libertad fluyen del interior de la persona individual. Se trata en todo caso de la libertad del ser humano que sufre, siente dolor, miedo, hambre, desamparo, soledad y se encuentra coaccionado por la sociedad y los poderes que lo trascienden: el mundo dineral, la técnica, la ciencia, las relaciones de fuerza, que están al servicio de los “cuadros de mando” esparcidos en las redes del mundo global.

     Por tanto,

     el camino que lleva a la libertad, a la libertad sustancial, está dentro de nosotros mismos. En el interior     de todos y cada uno de nosotros.

                                               Madrid-España a 10/09/2023

 

jueves, 7 de septiembre de 2023

El problema del tiempo en la actualidad


 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 

Si el ser humano lucha en el fondo contra el tiempo; sus diversas configuraciones determinan la existencia. El tiempo es la esencia misma de la vida humana. En el mundo que vivimos el tiempo concreto, circular o cósmico, no se adecúa al Espíritu de la Época. Porque los propósitos del Gran Poder, la técnica, la ciencia o la nueva voluntad de poder, son indiferentes a los del hombre de carne y hueso. Su configuración simbólica se expresa en el mundo de los titanes, frío y distante, como también en el rostro del dolor y las necesidades humanas. Esta concepción del tiempo y de la historia lo ha invadido todo. El mundo que “ha sido” o, que “es”; o, en otros términos, el espacio donde habita el campesino, el carpintero, el jornalero, el talabartero, el obrero, etc., están determinados por el tiempo abstracto, mensurable, que se escurre como el agua entre los dedos. El de las manecillas del reloj, del trabajo, con sus horas uniformes e intercambiables se convierte en el toque de corneta de la civilización actual.

Bajo el manto del su hechizo del tiempo abstracto los hombres de la Gran ciudad realizan las transacciones financieras y comerciales, los coches automatizados trasladan a sus habitantes al trabajo y a los niños al colegio, los mendigos buscan en la basura un mendrugo de pan, y los poderosos se apoltronan en sus oficinas para dominar el mundo que el destino les puso bajo sus pies. Así, el devenir de la concepción del tiempo abstracto, hace imposible percibir las ventajas de anteriores cálculos de tiempo. Es la representación más clara y evidente que el Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo, el de los titanes y la cifra, el cálculo y sus juicios, determinan el sentido histórico de nuestra época. 

No podemos olvidar que el mundo nuestro está inmerso en las fauces del tiempo que camina, fluye, se escurre o se desliza. Un poder que avanza, progresa y como tal, inmanente al tiempo mismo. La interpelación que recibimos cada día es fuerte y fría; nos obliga a soportar el peso de la Vida. Es un mundo de distancias e indiferencias psicológicas como el que ofrece la Gran ciudad contemporánea, por eso es el mejor que aviene al desarrollo del Capitalismo global, la primacía de la Cultura de lo efímero.

Así, en nuestra época se cortan los lazos con el tiempo cíclico, cósmico, con el tiempo que retorna; el que retorna las lluvias, el Sol, las festividades y con ellas a los dioses. Sin embargo, el mundo nuestro diluyó en los sistemas de producción, el comercio, el consumo masivo, el ocio vacío de contenidos de sentido, las esferas de lo dineral y lo efímero, el sentido de la existencia individual.  En este orden, quizás nuestros ojos, nuestra lengua, nuestra sensibilidad, nuestra conciencia y nuestra experiencia, hayan experimentado una modificación.

Además, la lengua biológica e histórica que comunica contenidos espirituales, está dando paso a la lengua del artificio. Ahora vemos, pero no observamos: la sensibilidad y la solidaridad ante el hombre desnudo, solo y abatido, que antaño era común entre nuestros mayores; ahora vemos, pero no sentimos: la indiferencia ante el dolor, el odio, el sufrimiento y el hambre. No obstante, los ritmos de la vida cotidiana han dejado nuestra experiencia en una casa de empeño, por unas pocas monedas de lo actual. Entonces, la conciencia reflexiva, crítica o juzgadora se sustituye por los ritmos de la vida cotidiana.

Ernst Jünger nos dice: “El tiempo que retorna es un tiempo que trae y restituye cosas. Las horas dispensan obsequios. También son distintas, pues hay horas cotidianas y horas festivas. Hay ortos y hay ocasos, hay mareas altas y mareas bajas, constelaciones y culminaciones”. Este era el tiempo que regía la existencia y los ciclos de la naturaleza de los indígenas precolombinos; los pueblos y las aldeas del mundo. El tiempo nuestro, mensurable, cronológico y abstracto, en cambio, te sustrae y te niega cosas. Por eso, las manecillas del reloj cambiaron la percepción de la existencia y del mundo, de la vida y la muerte, de la alegría y la felicidad, de la conciencia del “Yo” concreto y del Otro.

Así, todo, absolutamente todo, se nos ofrece en la escala de lo lineal, lo continuo, lo pasajero; las esferas del presente-actual. Una dinámica de la vida que posibilita que el ser humano se encuentre solo y desprotegido, a merced de fuerzas que lo trascienden. En una época como la nuestra, el tiempo avanza, progresa, porque es tiempo uniforme, y los contenidos vitales, históricos o verbales, no tienen importancia. Esta concepción del tiempo no es otra que, la de la Cultura del espectáculo.

Por la primacía de la técnica y del tiempo continuo que avanza sin cesar, la “forma” sustituye al “sentido”. El tiempo mismo, por ejemplo, adquiere más valor que el conjunto de las cosas del mundo o, de la vida misma. “Esa forma puede llegar a convertirse en un poder religioso que es lo que hoy está ocurriendo en gran medida. De ahí el notable papel que el tiempo desempeña en el materialismo”. Observamos en este umbral, la falta de antagonismo entre la utilización del tiempo en la producción global, con relación a los desajustes estructurales que contiene en sí. Ya que la dynamis que lo determina no es otra que, la forma del tiempo abstracto y conmensurable, del dinero, la producción y el consumo. En este orden de cosas, el ser humano que da sentido a la historia, a las cosas y a la vida, se convierte en material de “existencias” en el Sistema del Capitalismo Global.

Si el tiempo llega a convertirse en un poder religioso, en dogma. Su importancia en el mundo materialista y hedonista de la época actual, lo confirma. Por eso Jünger se pregunta, “¿en qué quedarían las doctrinas materialistas si se les quitasen el componente del tiempo? Todas las utopías, no sólo las técnicas y biológicas, sino también las sociales y éticas, se alimentan de ese poder del tiempo que avanza, que progresa hacia su meta”. Si no existiera el progreso y la meta que esperamos, las utopías, la técnica y el mundo de los titanes, se convertirían en atroces fantasmas que atormentarían nuestra conciencia. Todo se dejaría al azar o, al destino, pero sabemos que estos no tienen miramientos con nadie. Este mundo, en su defecto, suprimiría las tablas de valores. Entonces el saber y el arte, la filosofía y la teología, la música y la poesía, se convertirían en herramientas para exorcizar dichos fantasmas. Por eso en nuestra época, el tiempo se convirtió en problema filosófico: Ontológico y Epistemológico. Ya que concierne a la esencia del tejido del Ser y del existir.

Nuestro mundo perceptivo se caracteriza por el antagonismo entre el espíritu que retorna y el espíritu que progresa. No sólo son dos concepciones del tiempo y del espacio, sino también dos umbrales de la vida, de “ser” y “estar”. El antagonismo político entre conservadores y liberales, entre laicismo y clerecía, entre técnica y naturaleza; son sólo formas exteriores de los universales históricos. “Si estos cambian, si las estructuras sintácticas de la percepción se modifican –dice Steiner–, se modifican también las formas de comunicación”. Sí consideramos los niveles de transformación, el discutido papel de los antagonismos históricos–sociales, son apenas un síntoma secundario y superficial.

Al respecto, Ernst Jünger sugiere que la solución sólo puede ser: “conocimiento, coordinación y armonización de los diversos estratos, pues el tiempo cósmico y el tiempo terrestre siempre están presentes y las exigencias que hacen son distintas. El tiempo que retorna y el tiempo que progresa hablan a dos estados de ánimo fundamentales del ser humano, a saber: al recuerdo y a la esperanza, que son los dos constructores del palacio que el hombre habita. En el recuerdo y la esperanza se encuentran el padre y el hijo, el espíritu conservador y el espíritu de cambio”.

Estos palacios ancestrales uno habita en las profundidades de lo elemental, respira la atmósfera de la selva virgen o del mar; la de los pueblos ubicados en las fronteras de la atemporalidad como Macondo en Cien Años de Soledad; el otro, habita las grandes urbes, es un ciudadano de la humanidad; la consciencia de sí y del entorno es una consciencia universalista. Es un creyente acérrimo del progreso, la técnica, la ciencia, el lujo, lo pasajero y la economía dineral; en él predomina la consciencia utilitaria y la razón de acuerdo a fines. Por tanto, el hombre de mundo respira la atmósfera de la Gran ciudad, del trabajo, del mundo dineral, de las relaciones jurídicas y contractuales, de las relaciones de fuerza, de ahí que el lenguaje que habla, es el de la ciencia, la técnica, la economía, del poder que se transforma en lengua artificial.

Este estado de la existencia individual en la cultura y la civilización occidental reciente, se concatena a un nuevo ejercicio del poder. Así pues, ¿quiénes son los hombres y mujeres de la Gran ciudad? Naturalmente, seres que se apresuran para encontrarse solos; porque no existe una época de la humanidad donde los hombres y las mujeres, nunca se han sentido tan solos como ahora. Y sienten en lo más hondo del alma, que son arrojados sin compasión al más espeso silencio de la tierra. Así que, la desdicha se apodera de sus corazones, y descienden a lugares infernales donde mora el sufrimiento, el dolor, el miedo, extienden un velo misterioso sobre sus rostros y sus pensamientos. Pero también existe el otro lado de la Vida, el que germina en el seno de las desgracias y el sufrimiento. Entonces, las vidas dejan de ser insignificantes adaptadas a la reclusión, la soledad y el silencio; porque pueden observar por la diminuta y frágil rendija de la existencia humana, el resplandor de la eternidad, del Poder Estático, que existe en el fondo de todo sufrimiento y dolor. Es el resplandor que aclara los caminos crepusculares que conducen a la liberación.

En este orden, Ernst Jünger nos recuerda que el retorno, es algo que viene determinado por poderes extraterrenales, es siempre cósmico e hijo del Sol; la esperanza en cambio forma parte, con el suicidio y las lágrimas, de los signos distintivos propiamente humanos. Así pues, la esperanza es algo humano-terrenal, un signo de imperfección. Pero el estado en que se siente la imperfección constituye ya, un estado superior a aquel en que no se la siente. Los detalles son conocidos, han sido descritos muchas veces; forman parte de nuestras experiencias más inmediatas. Lo que llamamos progreso, es esperanza secularizada; la meta es terrenal y se halla claramente circunscrita en el tiempo. En cambio, para George Steiner la esperanza y el temor son supremas ficciones potenciadas por la sintaxis. Es tan inseparable la una de la otra como lo son de la gramática. La esperanza encierra el temor al no cumplimiento; el miedo tiene en sí un grito de esperanza, el presentimiento de la superación. Es precisamente el status de la esperanza lo que hoy resulta problemático.

Así que, en todo nivel excepto en lo trivial o en lo momentáneo, la esperanza es una inferencia trascendental. El sentido estricto de esta palabra se apoya en presuposiciones teológico-metafísicos. (George Steiner). Hablar hoy en día de la esperanza, es hablar de los orígenes y la condición del lenguaje; significa hablar del hombre como ser lingüístico y simbólico. Como nos recuerda Steiner: “Tener esperanza es un acto de habla, una forma de comunicación, interior o exterior, que presupone un oyente, ya sea este el propio “Yo”. Rezar es el ejemplo por excelencia de este acto. Y su fundamento teológico es el que permite, exige que el deseo, el proyecto y la intención se dirijan a oyentes divinos con la esperanza, precisamente, de recibir ayuda o comprensión”.

La esperanza no tendría sentido alguno en un orden completamente irracional, o en el ámbito de una ética arbitraria y absurda. La esperanza tal como se ha estructurado en la psique y la conducta humana, tendría un papel insignificante si la recompensa y el castigo fueran determinados por sorteo. (Steiner). Sí la esperanza es un signo terrenal del hombre, su espera infiere un “orden” nuevo, social y material, ético y espiritual. Así pues, en consecuencia, la secularización de la vida en la cultura occidental moderna, disminuyó el “aura” religioso de la esperanza y fortaleció lo que llamamos progreso, esperanza secularizada. Su meta es terrenal y se halla circunscrita al tiempo histórico. “Un pulso compartido de progreso, de mejora, confiere energía a la empresa filosófico-ética desde el comienzo del siglo XVII hasta el positivismo de Comte”. En la consciencia individual del hombre occidental reciente, el movimiento principal del espíritu hace que la esperanza no sólo sea un motor de acción política, social, económica, técnica, científica, sino también una actitud razonable. Una condición que, en la conciencia de la cultura occidental, está ligada a la mejora de la justicia social y el bienestar material; son la cristalización de un futuro, la anticipación racional del mañana. (Steiner).

Pero también en este tipo de consciencia se ha ido cristalizando un pensamiento desesperanzado, de contra utopía, que ha experimentado un cambio cualitativo, pasó del optimismo a un súbito pesimismo. Ejemplos: Pascal en el siglo XVII, Kierkegaard en el siglo XIX, Huxley y Orwell en el XX. El progreso se concibe ahora como una tendencia material, social, económica y política, que no responde a las verdaderas necesidades y esperanzas humanas. Su progresión se aparta de sus designios y se observa una nueva especie de “disminución”. Esto nos permite pensar que se ha dado en la historia de la cultura occidental reciente, un cambio cualitativo del tiempo y de la consciencia que se tiene de él. Esta transformación infiere directamente en un cambio ontológico y epistemológico, que concierne a la esencia, al tejido del ser. Son modificaciones de la concepción del tiempo y de la esperanza, que no sólo inciden en el mundo histórico, científico y técnico, sino también en el espiritual y ético de la consciencia individual. No es casual que se reflexione sobre estos tópicos si son parte del “núcleo” de la cultura occidental reciente.

Resulta evidente en nuestro tiempo que la consciencia inventiva o común, evalúen las cosas o los aparatos técnicos de acuerdo a la renta que reportan. “Estamos habituados a juzgar los grandes inventos, por los beneficios que nos rinden –dice Jünger. En este orden, nuestro mundo técnico está impregnado de esas ilusiones ópticas; trata de poner el origen, el fenómeno originario de la técnica o de la ciencia bajo el rasero del beneficio. Pero olvida que es en nuestro tiempo cuantificable y cuantificado, nuestro tiempo abstracto y abstraído, donde las ilusiones ópticas de lo mensurable tratan de determinar los órdenes de la existencia individual. A saber, juzgamos los grandes inventos por los beneficios que nos reportan. De ahí que el tiempo mensurable, abstracto, determine el orden de la vida material y espiritual de los seres humanos. “Este Darwinismo de los aparatos técnicos es una de nuestras ilusiones ópticas”. (Steiner).

El ilusionismo técnico, en su defecto, se concatena con el sentido de rentabilidad. No importa el propósito que ánima al saber, a la inventiva, importan los beneficios que reportan. Una época que considera los medios como fines, es una época que se interesa por la “forma”, más no por el “sentido”. De ahí que en el origen, en el fenómeno originario –del saber y el conocimiento, de las prácticas sociales y las técnicas–, no intervengan nuestros fines. En el Génesis todo lo existente –material o espiritual–, es completamente ajeno a la rentabilidad. Por tanto, la inventiva, el saber en la historia de la humanidad, no han estado siempre bajo los propósitos de los fines y los beneficios. Por eso, en nuestra época materialista y hedonista, el sentido de rentabilidad y del placer alcanzó su máxima expresión. Por lo que toca a lo económico, los diversos procesos y la rentabilidad económica, se entrelazan con el Sistema de Producción Global. Existe entre ellos un juego de espejos, un juego de ecos, que se escuchan y se observan en todo el orbe terráqueo. Esto configura nuestro mundo y se expresa en tres esferas: el confort técnico, el saber y el gran capital; y, en consecuencia, entrelazan y generan un nuevo “tipo” de poder.

El mundo de los titanes y de la fragua de Vulcano, los cíclopes y el trabajo del hierro, sus aparatos técnicos e inventivas, son tan excitantes y embriagadores, que el hombre no tiene tiempo para pensar en sí mismo y el entorno que lo rodea. Hemos entregado las fuentes del ser en sí y para sí, la libertad creadora y la soledad que dignifica, a cambio de los ritmos del Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo; de las fintas fugaces y degradantes del sentido de humanidad. En esta época profana y profanadora, se devela que los grandes sueños en los que ha venido ocupándose a lo largo de los siglos el espíritu de la humanidad, tratan de reducirse al concepto de progreso, de ciencia, de técnica y de rentabilidad. Pensamos que afortunadamente en esta alta civilización tecnológica, “aún hoy continúa habiendo en nuestra investigación un rasgo alquímico, una voluntad misteriosa, cuya nobleza se delata en que no alcanza su meta. A eso se debe el que en nuestro mundo –que es un mundo creado por el espíritu– perdure un resto que el intelecto es incapaz de disolver: (Jünger).

Sabemos que está aflorando la consciencia y se palpa sobre la sensibilidad del mundo actual, que en todo momento y todo tiempo detrás del “cambiante paisaje”, se esconden fuentes primordiales de energía, y que “por debajo de los fenómenos fugaces” se hallan manantiales de agua viva; el Poder Estático, con sus afluentes de abundancia, “veneros de poder cósmico”. Ese saber constituye no sólo el cimiento simbólico-sacramental de la Iglesia y continúa desarrollándose no sólo en las doctrinas secretas y en las sectas; ese saber constituye también el núcleo de los filosofemos, por muy dispares que sean los mundos conceptuales de éstos. En el fondo todas esas cosas van buscando el mismo secreto, un secreto que es patente a todo el que una vez en su vida ha recibido de él la iniciación; y da igual que ese secreto sea concebido como idea, o como mónada primordial, o como cosa en sí, o como existencia de los hombre de hoy. Pero, mientras el hombre exista sobra la faz de la tierra continúa habiendo la posibilidad, que “el mundo sea un enigma” -  dice Gershom Scholem.

Estamos tan inmersos en nuestro tiempo de titanes y de automatismo, que no nos damos cuenta “que nuestro tiempo guarda semejanza con un desfiladero estrecho y funesto por el que se compele pasar a los seres humanos”. Estamos tan hechizados por el Weltgeist, el Espíritu del Mundo, que no nos damos cuenta ¿qué prima en las coordenadas donde nos movemos, o en las esferas en que nos encontramos? En un mundo como éste nos asentamos en los humores de lo material y cotidiano (lo técnico, lo colectivo, lo típico y el lugar común), que afectan la naturaleza espiritual del hombre, esto es, a los contenidos espirituales de la lengua y los movimientos del pensamiento. De ahí que el ser humano no sea capaz de percibir otros mundos perceptivos; y que existen momentos donde el instante es todos los instantes y se condensan en eternidad. O, que en el interior de todos y cada uno de nosotros, habita el Primer Adán. Y, cuando somos capaces de percibir que acontece detrás de los fugaces fenómenos, se nos revela diáfana la estructura fundamental. En otros términos, el lugar donde experimentamos nuestro Poder Estático, nuestra “Figura”, nuestro “tipo”, nuestro ser en sí y para sí; y éste no es otro que el Espíritu.

Es el umbral donde se revela la magia de la Naturaleza y el misterio de Dios. En comparación con eso, “los instrumentos se convierten en meras imitaciones. En instantes como ésos, se devela que el saber tiene una fuente en la cual no solo se acerca al arte y a la fe, sino que llega a unificarse con ellos”. (Jünger).

Sabemos que existen instantes en los que el ser humano trasciende el duro hierro de los días, la rutina de la vida cotidiana, lo abstracto y mensurable, en lo que se convirtió el mundo.  Son instantes en que la embriaguez del espíritu invade la plenitud del ser, la totalidad de la existencia; y entonces se revela el auténtico secreto del mundo.  Son momentos de un relampaguear donde lo fugaz se hermana con lo eterno, el ser humano se quita la máscara y radiante aparece el rostro de la bondad. “Necesariamente esos ambientes y esos estados de ánimo habrán de diferenciarse de los cotidianos; podrían ser, por ejemplo, oníricos”. Los Evangelios tienen pasajes donde la embriaguez del espíritu trasciende lo deleznable y frágil de la existencia humana; son el fruto del que se alimenta una gran cantidad de seres humanos y, reclaman su lugar en la historia y en la vida. En esos lugares donde el hombre tiene contacto con lo sobrenatural las apariencias del mundo evanescente se disipan y se da lugar al Ruha Jacode de Iahvé: al Espíritu de Dios. Así que, los poderes materiales o los malignos que viven en las oscuras profundidades del mundo o del corazón de los hombres, han de dar paso al adviento del espíritu en la vida de los seres humanos.

El hombre contemporáneo por estar inmerso en la algarabía de los lenguajes digitales y bajo el hechizo de la imagen gráfica en movimiento o, de las redes del tiempo abstracto, es incapaz de percibir el auténtico secreto del mundo y la melodía del destino. La Gran ciudad con sus flujos urbanos, la rapidez con que se presentan y lo fugaz con que se alejan; no permite que el hombre se detenga a pensar los detalles de las cosas y los propósitos que éstas persiguen. Separarse un momento de la excitación nerviosa que vive la Gran ciudad, significa, alejarse de la monotonía y del ritmo de los procesos, la velocidad y el automatismo. Esto sólo lo consiguen las conciencias despiertas y sensibles ante la magia de la materia animada e inanimada; los artistas, los poetas, los teólogos, saben mirar por debajo de los fugaces fenómenos de la realidad. Saben mirar por “detrás de la melodía, del ritmo del proceso”. Ellos se convierten en voz de los que no tienen voz, en ojo avizor del que los tiene nublado por los ritmos de lo cotidiano y en consciencia juzgadora, o crítica del orden existente. Casi siempre en una sociedad representan a los espíritus fuertes; ya que ejercen el poder de mando ante las adversidades de lo elemental, el dolor, del sufrimiento, de la muerte y de la indiferencia del Gran Poder. Se convierten, así mismo, en referentes éticos, políticos, sociales o culturales del mundo que les ha tocado vivir.

Observamos que algunas veces la actitud hacia las cosas que ofrecen las palabras y las imágenes, resplandecen en cromáticos tornasoles. Es privilegio de los dioses morar en el mundo de las imágenes y descender sólo excepcionalmente al de los fenómenos. “A nosotros se nos ha concedido en menor medida este don” –dice Jünger. Vislumbramos la riqueza del mundo de las imágenes con su cromático tornasol, y raras veces como ocurre durante los sueños, nos evadimos del mundo visible de los fenómenos para adentrarnos en el universo de la imaginación. Somos habitantes de un mundo donde se privilegia el tiempo actual y abstracto, la superficie y raras veces nos atrevemos a descender al de los gérmenes, las raíces o los sueños. Es necesario que desgarremos la tupida red que cada instante, cada minuto y cada hora, construye el tiempo abstracto y mensurable; que responde a los designios del materialismo, los instrumentos técnicos y al Sistema Económico Global.

Si somos capaces de quitarnos las escamas de los ojos, el mundo que habitamos lo percibiríamos inmediata y libremente, sin espejismos. Percibiríamos que la cifra no puede extraer de un problema, más que cifras. Que la vida es como un laberinto de donde no podemos escapar. Y por eso, hay que soportarla y vivirla en la naturaleza oscura de ambigüedades y contradicciones. Así que, a lo que le concierne al sentido de la existencia y de las cosas; la estadística, roza sólo la superficie y no es capaz de llegar a su estrato más profundo, elemental y primitivo. Permanece en el sentido literal de la palabra, como objeto de controversia. Esto confirma que los problemas fundamentales de la existencia, no hay que buscarlos solo en la superficie, sino en los bosques primitivos de las selvas tropicales, los linderos del desierto y el alba, donde habita lo permanente e inmutable y se está más cerca del origen. Donde las manecillas del reloj se paralizan ante lo intemporal y eterno. El pueblo del Libro lo sabe, son lugares donde prima la realidad intemporal, ahí se Revelan los fragmentos de Absoluto; eso que permite percibir lo trascendente y divino. En tanto que posibilita al ser humano tener consciencia que es límite y frontera del mundo –como lo afirma el imperativo pindárico.

Sabemos que lo que el reloj de rueda dispensa es tiempo abstracto, cuantificable. Es algo creado por el espíritu, de ahí que se distinga del reloj telúrico y cósmico. De él se emite un tiempo que no es un regalo de las fuerzas naturales ni del cosmos, sino un tiempo que el hombre se dispensa a sí mismo y toma sobre sí. En consecuencia, se gana poder domando el tiempo, aprisionándolo. Las aristas del tiempo que circundan, envuelven y atraviesan la existencia cotidiana, son menos libres y autónomas, que las del tiempo eterno que bebe de las fuentes de la eternidad. Las primeras, pertenecen al mundo fenoménico y aparente de las cosas; las segundas, al mundo fundamental, al “arquetipo de los arquetipos”. Por estar inmersos en el pálpito vital, no percibimos ni vivimos las corrientes del espíritu; que dan realmente sentido a la existencia individual. Si pertenecemos al mundo del Titán, las máquinas, la velocidad y el automatismo, no quiere decir que los antiguos poderes del tiempo y del espíritu, no nos exijan el status y el sacrificio que es debido.

Así que, el tiempo que prima en la historia de la cultura occidental moderna, es el abstracto, del trabajo, con sus horas uniformes e intercambiables. Bajo su hechizo los flujos de la gran ciudad son hervideros humanos, desalmados, materialistas e indiferentes ante el Otro. Por eso, el Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo y sus juicios, no puede trascender los límites del mundo y las fronteras de lo humano. Somos prisioneros de las redes que tejen y destejen los ritmos de la vida cotidiana: la publicidad, el consumo masivo, el hechizo del dinero y del poder, el confort de la técnica y la sensación de seguridad que otorga; y a su alrededor se cristaliza un mundo de terror, de dolor, de hambre, de enfermedades, de violencia y sufrimientos, que pasan desapercibidos a los ojos de los hombres. Es el ámbito del desarrollo de los procesos, la física o la biología, por ejemplo, donde se están superando todos los límites éticos y del conocimiento.

El cambio es atmosférico se siente en el aire que respiramos; se anuncian sorpresas nuevas para el siglo XXI, al que Nietzsche consideraba su patria espiritual. Por eso pensó que la moral se había ido quedando retrasada con respecto al desarrollo de los procesos; y que infería inexorablemente una transvaloración. No sólo en el orden moral y de los valores éticos, sino también en todos los órdenes de la existencia. Pero en momentos como éste, donde los volcanes empiezan a vomitar encendidas lavas y descender por las faldas de las montañas parece imposible dar un giro. Pero la vida se guarda sus runas y parece devolvérnosla con creces; ya el desarrollo de los procesos, la técnica y el automatismo, se están viendo como algo que alcanzó su máxima expresión y refinamiento. Se piensa en algunas esferas que no son el instrumento adecuado para dar cuenta del sentido de la vida. Quizá en los últimos espacios de tiempo, la convicción que se tenía del desarrollo de los procesos, se esté dilatando en la pupila de las personas que se preocupan por el Espíritu.

Recordemos nuevamente lo que dice Ernst Jünger: <<Hemos de admitir, sin embargo, que así como en la época de Kant los seres humanos daban vueltas en torno al conocimiento, hoy nosotros estamos empezando a girar alrededor del ser, el destino y el carácter. Son dos estilos de pensar distintos y a menudo también hostiles entre sí como el día y la noche, y llevan a modos distintos de valorar el tiempo; en el primer caso se lo concibe como forma de conocimiento, en el segundo caso, como forma del destino”. Se trata de develar que detrás de la seducción que ofrece el mundo moderno se oculta algo, se esconde otra realidad que tiene en sí y dentro de sí, un significado que nada tiene que ver con los espejismos del mundo actual. Que las cosas inmediatas y propicias permanecen siempre en el lado ciego de nuestra existencia; y se expresan únicamente por símbolos.

Walter Benjamín reflexionó sobre la pobreza del todo nueva que cayó sobre el hombre al tiempo que ese enorme desarrollo de la técnica. Y el reverso de esa pobreza, es la sofocante riqueza de ideas que se dio entre la gente –o más bien que se les vino encima- al reanimarse la astrología y la sabiduría yoga, la Christian Sciencie y la quiromancia, el vegetarismo y la gnosis, la escolástica y el espiritismo. Para Benjamín uno de los signos populares del mundo actual, es el crecimiento de la afición a los horóscopos. Es característico de la época que vivimos por el vaciamiento del espíritu y de los contenidos de la experiencia, que el ser humano entregue su vida a las cosas que les predican y a la fuerza del destino. Así a saber, nos ilustra Benjamín: “Investigar el estado en que uno se encuentra cuando apela a las fuerzas del destino, es uno de los caminos más cortos y más seguros para conocer y criticar dichas fuerzas. Ya que todo prodigio tiene dos caras, la de quien lo hace y la de quien lo recibe. Y no es raro que la segunda sea más instructiva que la primera, puesto que incluye su misterio”

Ahora bien, ¿por qué son tan importante los horóscopos en el torbellino del destino de los seres humanos? Porque tenemos <<una curiosidad tan ardiente por el resultado que parece como si esperase de éste información sobre alguien que es para él muy importante, pero completamente desconocido. La vanidad es el combustible de ese fuego. Pronto será un mar de llamas, puesto que tropieza con su propio nombre. Pero si la exposición del nombre es de suyo una de las influencias más fuertes que concebirse puedan sobre su portado, no cabe duda que en la predicción dicha exposición va unida al contenido de lo que se diga” –expresó Benjamín. Él cree que la imagen de la propia naturaleza que llevamos dentro de nosotros es, de un minuto a otro, pura improvisación. Su orientación está determinada por la multitud de máscaras que nos son presentadas. “Y sólo el hombre atrofiado, devastado, las busca como un simulacro en su propio interior. Porque la mayoría de las veces nosotros mismos somos pobres en este aspecto”.

El signo popular de los horóscopos y las constelaciones del destino, son imágenes de la nueva pobreza que ha caído sobre el hombre. Porque la mayoría de las veces somos pobres en los contenidos de la experiencia y el autoconocimiento de sí. Por eso, “somos felices cuando nos ofrecen un baúl de máscaras exóticas y raras, la máscara del asesino, del magnate de las finanzas, del político, del científico, del deportista, del inventor, del viajero que da la vuelta al mundo. Mirar a través de ellas nos encanta. Vemos las constelaciones, los instantes en los que hemos sido esto o lo otro o todo a la vez –visualizo Benjamín del hombre actual. Cuando ponemos nuestra existencia en manos de estos embaucadores -astrólogos, echadores de cartas, leedores de la mano, taumaturgos, etc., ponemos nuestras vidas desoladas y devastadas por la dynamis histórica, a su disposición. Y entrevemos en medio de la tupida red que nos aprisiona, esas quedas pausas del destino, que posteriormente advertimos como puras falacias y fantasmas de lo que verdaderamente nos ha tocado vivir.

“Hoy podemos concebir el pensamiento que dentro de esos giros de las innumerables ruedas se esconde una realidad diferente del fin y de la intención de esos giros, y que esa otra realidad tiene en sí y dentro de sí un significado”. Si el tiempo actual dirige su atención en lo “llamativo”, más no a lo “significativo”, esconde dentro de sí, el fin y la intención de esos giros. Si nuestra fuerza o nuestra consciencia se dirigen al rendimiento dinámico y automático, económico y material; la intención de los giros se aleja del espíritu, del Poder Estático. Las grandes religiones monoteístas lo saben –el cristianismo, el judaísmo, el islamismo, el taoísmo, el hinduismo–, detrás del mundo evanescente del que somos parte, existe el puro espíritu, la estructura fundamental, la esencia de lo que somos: Dios. 

Para Pitágoras era el número; para Platón las ideas o las formas; para Aristóteles el motor inmóvil e invisible; para Leibniz era la mónada; para Hegel era el Espíritu; para Marx era la existencia de los hombres en la arena de la historia, etc. Entonces, ¿cuál es el punto de inflexión en la época actual? Que la consciencia racionalista diluyó en el tiempo abstracto, cuantificable, el “aura” del espíritu y la vivencia de la existencia. Esto posibilitó que el hombre occidental moderno, sea sumamente desgraciado. Como dice Jünger: “Del nuevo sentimiento de la vida forma parte un hálito repentino que llega de lo absurdo. Eso puede decirse incluso de la economía –la gente se pregunta que acabará saliendo de ella”. En muchos sitios surgen dudas sobre el Zeitgesit, el Espíritu del Tiempo y sus juicios, y ahora la mirada se vuelve hacia la causa del tiempo y lo histórico; lo trascendental y divino. He ahí la fuente que alimenta el arte, la poesía, la filosofía y la nueva Revelación del siglo XXI; la luz que despierta los corazones de miles de millones de seres humanos para un nuevo encuentro consigo mismo o con Dios.

Se trata de percibir que el deslumbramiento de los instrumentos técnicos, de la ciencia o de la nueva voluntad de poder, traen consigo una nueva pobreza, la pobreza de nuestras experiencias. Porque no somos pobres sólo en experiencias privadas –nos recuerda Benjamín- sino en las de la humanidad en general. Se trata de una especie nueva de barbarie. Y el órgano que más mal parado sale, es el lenguaje. Porque en todo tiempo y lugar el significado de las ideas, como el de las palabras depende del marco en que se las usa. Y la época actual es la de los instrumentos técnicos, por eso las palabras han sido vaciadas de sus contenidos. Esto propició una pobreza nueva, la pobreza de los contenidos de las experiencias comunicables. Entonces, podemos constatar que las gentes no se han sentido tan solas como ahora. Este es un signo característico de nuestra época, la soledad. Esta no es sino una parte de la gran pobreza que ha cobrado rostro de nuevo. Por eso existe “una total falta de ilusión sobre la época”.

En la época que vivimos se trata no sólo de vaciar a las personas de sus experiencias, sino también de los contenidos espirituales de la lengua. Que los instrumentos técnicos y el ojo exterior primen sobre el mundo interior del ser humano. De ahí que el hombre esté sometido al asedio frío e indiferente de los instrumentos técnicos. El hombre de hoy es un ser vigilado, cercenado, atravesado y trascendido por poderes que desean borrar sus huellas sobre la Tierra. “Pobreza de la experiencia: no hay que entenderla como si los hombres añorasen una experiencia nueva. No; añoran liberarse de las experiencias, añoran un mundo en torno en el que puedan hacer que su pobreza, la externa y por ultimo también la interna, cobre vigencia tan clara, tan limpiamente que salga de ella algo decoroso” –reflexionó Benjamín.

En la época nuestra, la falta de ilusión sobre la época se concatena no sólo con el vaciamiento de las experiencias comunicables, sino también con la falta de conocimientos, con la inmovilidad de las reflexiones del pensamiento. “Nos hemos hecho pobres” –grita Benjamín desesperado y triste por lo que acontece en la actualidad. Y hemos ido entregando poco a poco la magia de la existencia a los espejismos del mundo moderno. Pero sobre la arquitectura de la ciudad sin alma, de las imágenes y de sus historias, del tiempo que fluye y la abstracción que arrastra tras de sí, el hombre se prepara para sobrevivir, si es preciso, al tiempo y a la cultura.

Como dijo Benjamín:

Que cada cual ceda a ratos un poco de humanidad” a ese hombre sólo y desprotegido de la época moderna, “que un día se la devolverá con intereses, incluso con interés compuesto”.

 

                                              Madrid-España a 07/09/2023