Antonio
Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.
En
la Gran ciudad, la clara y profunda
llama de la vida que arde en los corazones parece que está nublada. Porque en
su lugar priman los grisáceos y negruzcos nubarrones que preceden a las
tempestades. En un ámbito como éste, en medio del sol más lúcido las cosas son
lúgubres y frías, y la vida se torna rutina y siempre lo mismo. No podemos
negar que la mayor parte de las veces, el dolor y el sufrimiento trascienden
nuestras fuerzas.
El habitante de la Gran
ciudad le hace fintas y los esquiva, pero no prepara la vida para
enfrentarlos como hace el torero con el toro. Esto tiene sus causas y una
fundamental es la pérdida de la libertad. Hemos ido entregando poco a poco el
fuerte donde mora la libertad. Que el “dragón de mil escamas”, el Estado, a
cambio por seguridad.
Observamos,
anonadados y sorprendidos, que la seguridad que la ciudad una vez nos brindó,
se resquebraja. Porque se han despertado de su letargo sueño fuerzas míticas y
atemporales, que creíamos con el desarrollo de la razón y los instrumentos
técnicos que estaban dominadas. Y en forma de creencias atávicas, terrorismo
islámico o ideológico, nacionalismos o populismos de izquierda o de derecha, se abren camino en las ciudades, los pueblos y los campos
dejando tras de sí desolación y muerte.
Esto permite percibir que estamos
viviendo en esta alta civilización técnica, una disminución del sentido de la
existencia individual. Y el optimismo, la confianza y la consciencia de poder
que genera la técnica, se resquebraja cuando aparecen las fuerzas de lo
elemental y atemporal. No sólo hacen evidente el resquebrajamiento de los
anillos de seguridad que garantiza el Estado, sino también una visible falta de
libertad. Y quedamos a merced de los espíritus fuertes y de voluntad
recia, los hombres que permanecen firme en medio de las tempestades y las
tragedias.
Cobra validez en este estado de cosas, que “lo automático no se
torna terrible hasta que no se revela como una de las modalidades de la
fatalidad, como su estilo, tal como fue descrito de manera insuperable por
Jerónimo Bosco”.
Asimismo, el
arte se ocupa de manera especial de la nueva situación del ser humano; el
objeto de éste va más allá de la mera descripción. En éste campo se están
realizando tales ensayos que trascienden las valoraciones vigentes, los
“órdenes” de valores establecidos. El arte contemporáneo nos sugiere participar
de la inminencia o del “aura” de las imágenes; tal como lo percibe Benjamín y
Borges en el “hecho estético”.
Benjamín piensa las imágenes de la realidad como
la inminencia de una Revelación. Y captarlas en un campo donde se entrecruzan
sus sentidos de diversas maneras. Por eso, el arte contemporáneo nos Revela que
actuamos en un mundo de imágenes entrelazadas y buscamos descifrar el enigma de
lo actual. Posibilita reflexionar sobre el presente-actual, los
lugares comunes y la tarea de destruir las fronteras de lo cotidiano,
Además,
la pérdida de la libertad es una de las cuestiones que hoy se hallan detrás de
todas las congojas del presente. El ser humano no sólo se está convirtiendo en
cifra, también en un ser manipulado, vigilado, cercenado, atravesado y
trascendido por fuerzas que no comprende ni domina. Asimismo, podemos decir que
el hombre se “cosificó”, se “objetivó” dando paso a un ámbito donde
sólo moran los titanes y las personas de espíritus fríos.
Parece que fuéramos
parte de un mundo del que se apoderó un pánico que dice mucho de la época que
vivimos. Un terror a lo desconocido, lo diferente –al color de la piel, al
ritmo de lenguas diversas, a las religiones, a la cultura diferente–, que acrecientan la angustia y la debilidad de la persona que sufre, tiene miedo y está desprotegida, vulnerable al ejercicio del poder.
También
se observa, que la coacción tiene especial eficacia en los
desplazados, los desempleados, los inmigrantes, las prostitutas, los
homosexuales y, por supuesto, en las minorías étnico-lingüísticas. Esto nos
devela que el miedo es el que domina y controla a esos hombres y mujeres; y se
ubica en el pálpito de lo azarosa y violenta en que han convertido sus vidas.
Se observa “que esos hombres y esas mujeres se precipitan en su miedo cual si
fueran unos posesos y que subrayan con franqueza y sin rubor los síntomas de
ese miedo”.
Naturalmente, el pánico, el miedo, el odio, el sufrimiento y el
dolor, se están convirtiendo en lo característico de la época que vivimos. Con
relación al desarrollo de los instrumentos técnicos, “el pánico se hará más
compacto todavía en aquellos sitios donde el automatismo aumenta y está
aproximándose a formas perfectas, como ocurre en Norteamérica. En esos sitios
es donde encuentra el pánico su mejor alimento; es difundido a través de redes
que compiten en rapidez con el rayo”.
Pero
existen personas que en medio del caos o la violencia que vivimos, se levantan
por encima de las adversidades. Y se dan cuenta que “hay épocas de decadencia
en las que se desvanece la forma de vida profunda que en cada uno de nosotros
está dibujada de antemano. Cuando perdemos sus huellas, vacilamos y nos
tambaleamos como a seres a quienes les falta el sentido del equilibrio.
Entonces, pasamos de las oscuras alegrías a los oscuros dolores. Y la
consciencia de una infinita perdida hace que el pasado y el porvenir se nos
aparezcan llenos de atractivos, y mientras el instante huye para no volver más,
nos balanceamos en épocas remotas o en fantásticas utopías”.
Esa capacidad de percibir la forma de vida
profunda en medio del caos y los instantes únicos de la vida cotidiana, los Dioses y las Musas la donan sólo a sus elegidos. Son los que perciben el sentido
de las cosas y de la existencia en general. Entonces, su ofrenda se traduce en
obra de arte, música, teatro, literatura, teología, poesía o filosofía. Gracias
a ellos, la vida es agraciada con una nueva y desconocida luz. Y nos damos
cuenta que la existencia que vivimos con un espíritu lleno de prejuicios o
anclados en el tópico y el lugar común, se libera de las ataduras. Entonces, se
torna piedra preciosa que brilla en medio del camino y a la que todo el mundo
toma como un trozo de vidrio. Y se trata de una piedra preciosa, que tenemos
que pulirla correctamente.
Por
estar inmersos en los ritmos de la vida cotidiana, no nos damos cuenta que las
personas son inestimables tesoros que están siempre a nuestro lado, a lo largo
del viaje de nuestra existencia. Cada una de ellas forma parte de la
aristocracia natural de este mundo –como la solía llamar el hermano Othón, uno
de los personajes de la novela Sobre los
acantilados de mármol de Ernst Jünger, - y que cada una de ellas, no
obstante, puede hacernos un gran bien. Concebía a los hombres como depositarios
de algo maravilloso y a todos les dispensaba un trato principesco.
Todas las personas que se acercaban a él se abrían como plantas que despertaran
de un sueño invernal, y no porque se hicieran mejores de lo que eran, sino
porque se acercaban más a sí mismas. En los ritmos de la vida cotidiana no
nos damos cuenta, que la existencia es algo sencillo, profundo o sublime,
porque cada instante nos abre la comunicación consigo mismo, las Musas o, los Dioses.
En
este orden de la existencia, la vida no puede ser arrojada en manos del primer
postor. Como dice Ludwig Wittgenstein: “Aunque una doctrina afirme: la vida con todos
sus placeres y dolores no es nada. La vida no está ahí para eso. Tiene que ser algo mucho más absoluto. Tiene que
tender a lo absoluto. Y lo único absoluto es defender victoriosamente la vida
luchando como un bravo soldado por ella hasta la muerte. Todo lo demás es
vacilación, cobardía, comodidad, miseria”.
Por ello debemos vivir de tal
modo que podamos morir bien. Y sólo lo alcanza quien logra conocerse a sí
mismo, confesarse a sí mismo, lo que “es”. También sabemos que “conocerse a sí
mismo es terrible porque a la vez se conoce la exigencia vital, y que uno no la
satisface. Pero no hay un medio mejor de conocerse a sí mismo que mirar al
perfecto. El perfecto tiene que desatar una tempestad de indignación en
los seres humanos; si no quieren humillarse completamente. Creo que las
palabras: “Bienaventurado quien no se escandaliza de mí” quieren decir: “Bienaventurado
quien sostiene la mirada del perfecto”.
La
tarea de la filosofía, en este estado de cosas, es tranquilizar el espíritu con
respecto a preguntas carentes de significado. Quién no es propenso a tales
preguntas no necesita la filosofía. Y esto no es una opinión cualquiera,
tampoco una convicción, sino una actitud frente a las cosas y la vida en
particular.
Con
la rapidez y lo fugaz con que se presentan los fenómenos, no nos detenemos a
pensar que el mundo todo, las plantas, los animales, los insectos, las olas del
mar, el lamento de la lengua del río, las cosas y las hechuras humanas, nos
hablan. Pero para entender el sentido de las cosas y el lenguaje que comunican,
es preciso poseer un espíritu lúcido. Distinguir que detrás del relampaguear
de los fenómenos, la fugacidad de las imágenes y el estuche de las apariencias,
se oculta algo eterno. Eso que posibilita que en medio del dolor y la miseria
humana, renazca la vida en el amor.
Se trata de rasgar el velo que cubre el
misterio del mundo materialista y hedonista del que somos parte y, así poder vivificar
el espíritu. Y que arda su llama con más
intensidad en el corazón de los hombres. De esto depende que nuestros
pensamientos y nuestras acciones tomen un curso nuevo. Entonces, la mirada ha
de cambiar, mirar las cosas de la vida cotidiana con serenidad, absoluta
serenidad; y el mundo se revelará en fragmentos de eternidad.
En
estados como esos, la Gramática de la
vida y la Gramática de la lengua, se
entrelazan en un nuevo y resplandor brillo, que nos permiten ver el sentido de
las cosas con los ojos de la jovialidad. De ahí que, “la palabra es, a la vez,
como una reina y una bruja”. Ella posee el don de dignificar o destruir la
existencia. Con el cetro de la palabra en la mano se pueden destruir reinos y
demoler los cimientos de las culturas; por eso, los dioses la donan sólo a sus
elegidos. El mundo cultual, el estético, la filosofía, lo saben desde tiempos
inmemoriales; que existen seres humanos dotados para desvelar la magia de las
cosas animadas e inanimadas. El duro hierro de los días en este orden de la
existencia, es, más soportable y llevadero. Aquí el dolor y el miedo, la
angustia y la fragilidad del ser humano, pierden la agresividad que los
caracteriza.
Ahora
bien, ¿qué está en juego en el mundo actual? Comprender que detrás de las
apariencias, la fugacidad de los fenómenos, se oculta un profundo orden que
gobierna a la naturaleza y a la vida. Por eso, el ser humano siente la
necesidad de imitar con su débil espíritu el milagro de la Creación. Y para
éste acto único y sublime el ser humano se vale de la imaginación, el lenguaje y las
reflexiones del pensamiento.
Se trata de tener la convicción que el orden y la
ley están detrás de lo que nosotros llamamos desorden y azar. Por eso, el
umbral de la filosofía y el cultual lo constatan: “cuanto más ascendemos, más
nos acercamos al misterio que el polvo oculta”. Sólo cuando escapamos de las
fuerzas del temor, del odio, del dolor, que nos acongojan y desorientan, se desvela que
detrás de las esferas del cálculo y la fuerza del poder, está la estructura
fundamental, el Absoluto. Y así, su
resplandor ahuyenta los engañosos fantasmas que tratan de apoderarse de
nuestras vidas.
Esto permite que permanezcamos serenos y confiados en nosotros
mismos, aun cuando las potencias destructivas se expandan por nuestras tierras
y el miedo enrarezca el aire y sea malo de raíz. Se trata “que nos pongamos a la altura de
esta imagen terrible. Sobre esa cumbre todo se confundirá y se igualará”,
entonces “la verdad brotará de la aparente injusticia”.
En
un mundo donde el misterio de la vida o de la muerte, se profanan en nombre de
la Cultura de lo efímero o, de la Cultura del Espectáculo se
convierte en terreno apropiado para las nuevas utopías de lo inmediato. Y resulta fascinante para las vidas
nuestras, en cuanto son insignificantes y están destinadas al olvido. Un tiempo
donde el “presente sólo se proyecte a través de la música, las matemáticas, la
poesía y el pensamiento de un número reducido de personas”, resulta preocupante. En su conducto, el despilfarro de la energía vital, es
consecuente con la primacía de las nuevas utopías
de lo inmediato.
Somos habitantes de ámbitos donde los universales históricos cambian para dar paso al consumo, la
técnica, las redes digitales, la imagen pictórica en movimiento, la
estadística. Esta transformación en el orden de la existencia, se aleja cada
vez más de la consciencia del estado transitorio e inestable del tiempo, la
identidad personal, la coherencia del “Yo”
concreto, la distinción entre “Yo” y
“Tú” por la que el animal hablante
entró en la historia.
Existe la sensación que nos compelen a liberarnos de la
consciencia histórica, la memoria verbal, las reflexiones del pensamiento, como si se tratara de un gran peso.
Porque en el ámbito de la Cultura de lo
efímero, las relaciones de sentido se sustituyen a marcha forzada
por relaciones artificiales. La
“retirada de la palabra” de la que nos habló Steiner, tiene su
correspondencia en los códigos no verbales como las matemáticas y los signos,
que controlan y definen gran parte de la realidad. “Hoy en día –dice Steiner–
es cada vez más difícil “ser uno mismo”, encontrar un espacio diferenciado para
el idioma, el estilo y la sensibilidad”. Porque todo en el orden de la
existencia se ha vuelto estadístico, automatizado y objetivado. Entonces la
Vida en lo más profundo de la existencia vive un hondo malestar y un quebrantamiento fundamental.
En
esta alta civilización técnica y de masas se trata que la estructura de la gramática del habla, conserve la
frescura que es debida. Porque con la rapidez con que se imponen los
instrumentos técnicos, se está produciendo una drástica disminución y
estandarización del vocabulario y la sintaxis, acompañados por un increíble
aumento de las jergas, los estereotipos, las muletillas y los clichés. Semejante
reducción de la gramática (de las particularidades y posibilidades
estructurales de la frase) está en la base de la retórica publicitaria y del
periodismo.
Cuan grato resulta observar que en algunos círculos el lenguaje
conserva la frescura que le es propia. Es grato también percibir, que el hombre
a quien el miedo arrastra con sus espejismos seductores se levanta de los
escombros de lo actual, como el Ave de
Minerva al anochecer. Es sumamente grato, que los seres humanos
establezcan conversaciones a la usanza de nuestros antepasados. En un acto tan
sublime, pero humano, el lenguaje se convierte en el instrumento adecuado para
dignificar la vida y la memoria histórica de los pueblos. Sí se tiraniza el
lenguaje se violenta el sentido de las cosas y la existencia. Entonces la vida
pierde su “dymon” –su personalidad,
su divinidad.
Parece
que, en este mundo de alta civilización técnica, hubiésemos caído en el hoyo
profundo y oscuro de la insolencia de la fuerza –la económica, la política, la
del desarrollo de los procesos, la militar, la terrorista, la de los ritmos de
lo cotidiano, etc. Y, nos entregáramos a la excitación nerviosa que nos hace
soñar con las cosas del poder y la fuerza, con las formas que van tomando en
el tiempo dispuestas tanto al desastre como al triunfo, al combate de la vida.
Y, nos olvidamos que detrás de las apariencias de las cosas animadas e
inanimadas permanecen las huestes celestiales.
Así pues, las fuerzas del mal, el
terror o el miedo, se difuminan en presencia de hombres de espíritus libres.
Por eso, el ser humano no debe perder el dominio de sí, ya que el miedo se
apodera de él y le domina, zarandeándole en molinos como un ciego. Y la fuerza
que se necesita para dominar el miedo y el dolor, sólo, absolutamente sólo,
proviene de las fuentes del espíritu. De ahí que la serenidad ante el dolor y
el pánico, cuya sombra siempre se cierne sobre la persona desprotegida y sola,
tiene su contra partida en los espíritus libres y fuertes.
Deseo
resaltar que la técnica como instrumento de ejercicio de la voluntad de poder,
ha ido reemplazando poco a poco las esferas del espíritu, los contenidos de las
experiencias compartidas y el sentido de las lenguas naturales. Esta mutación
toma forma y se materializa en provecho del Titán
y las fraguas de Vulcano, de una
parte; de otra, la arena de la historia y de la vida configuran un “tipo”
determinado de hombre, como consecuencia de la universalización de la ciencia, del nihilismo y
los instrumentos técnicos.
Como contrapartida Jünger piensa que sí se dota a la
técnica de su sentido de aletheia, de
Revelación, se restaura la esencia
del Ser y de la existencia. Ese lugar donde reposan las fuerzas míticas de la
ciencia y la técnica que se entrelazan con la niñez. Por tanto, conectarnos con
las fuentes de lo elemental y lo mítico de la ciencia y la técnica, significa,
que el “ojo vea las cosas como debieron estar cuando su nacimiento, en su
origen, llenas de novedad y de misterio”. También revelar que detrás de la
esencia de la técnica se esconde la voluntad de poder, el saber y la libertad.
Benjamín, Jünger y Nietzsche, tratan de destruir a martillazos los viejos
valores, los conceptos generales, el valor neutral que la sociedad moderna da a
la técnica. Piensan que la técnica y la ciencia están ligadas a unas relaciones
imperceptibles de saber y poder, de prácticas y usos, que estructuran el
funcionamiento de un “tipo” de sociedad: “la felicidad de los medio ocre”.
De ahí el mundo moderno haya entregado poco a poco la libertad, el querer de la voluntad, el pensamiento, los contenidos del lenguaje
natural, a cambio de “unas pocas monedas de lo actual”. En esta época
percibimos que se “aclimatan las asperezas para vivir en el domesticamiento, el
sopor y la molicie”.
Desde
esta perspectiva Jünger cree que la técnica, es un medio para concentrar la
enseñanza que el dolor y el miedo marcan en la voluntad. Ha de ser un valor
“horizontal”, y su telos hacerse
“épico”. Esta visión de la técnica se antepone a la del sistema de producción
global, que la concibe desde el umbral económico y utilitarista; vista como un
medio para dominar al hombre o, a la naturaleza. También como instrumento de la
producción del rendimiento y al ser humano como existencia en reserva.
Jünger
nos recuerda que el ser humano se ha colocado fuera de la obra, se ha salido de
ella; ésta se ha vuelto autónoma, y ahora aquél deviene cada vez más
sustituible y prescindible. A medida que va desapareciendo la originalidad del
ser humano desaparece también su imprescindibilidad; con ello desaparece
asimismo el respeto a él.
Jünger cree en la necesidad de remontar el nihilismo, ya que los viejos valores están
colapsados, y los nuevos no responden a las esperanzas y necesidades humanas.
Una tarea que se opone a toda metafísica, y a las elucubraciones teóricas sin
peso real. Se trata, entonces, del hombre de carne y hueso, su destino sobre la
Tierra.
Es
loable la reflexión de Jünger y Benjamín en cuanto se oponen a la maleabilidad
del valor técnico, como fuerza despersonalizada. Piensan que allí brota el
germen de la mediocridad y del servilismo. En consecuencia, la técnica se
“asocia a un poder funcional enorme”, que llega a convertirse en “fuente de
penurias, de sin sentido y de nihilismo planetario”. En un tipo de sociedad
como ésta se prioriza el cálculo, la cifra, la estadística de la sociedad,
sobre los valores del espíritu y de la cultura. La conservación de la naturaleza,
los ecosistemas, y el “aura” de la
vida en general se convierten en valor de cambio.
Walter Benjamín tiene razón
cuando afirma que en la técnica y la ciencia todo lo que sobrepase suplir las
necesidades humanas, el resto se empleará inexorablemente para la propaganda de
la guerra. De ahí se deduce que el desarrollo de los procesos y de la técnica
están ligados a la industria armamentística. Esto confirma cuan poderosos son
los “perros de la guerra” cuando se sueltan. Con la ciega voluntad de poder,
las pérdidas humanas adquieren una terrible dimensión.
En
este orden de ideas, el valor técnico en sí “cargado de sentido”, en una
dirección antagónica a la naturaleza humana, levanta un malestar esencial sobre
el Progreso y la Ilustración. El hombre moderno decadente y engreído al negar la
dimensión de lo sagrado, convierte a la técnica en un arma propiamente
infernal. La cultura de la técnica, en su defecto, deja tras de sí un montón de
escombros: hambre, guerra, violencia, discriminación, dolor, sufrimiento, miedo, pánico,
desolación, enfermedad, pandemias, y un grupo de poderosos que la ponen al
servicio de los “cuadros de mando”.
Así que, los poderosos del mundo hacen un desierto y lo llaman paz. Además, la
ciudad, la Gran ciudad contemporánea
se convierte en un frente de batalla. Se libran allí los combates más atroces
cada instante, cada hora, cada día, entre el ser humano y los poderes
impersonales que desean apropiarse de la vida de los hombres.
Esta
trastocación desde un punto de vista filosófico, se orienta hacia una nueva
determinación del valor. Que está ligado a la “metafísica de la voluntad de
poder”; que se sitúa más allá del bien y del mal. En este orden la técnica y la
ciencia son indiferentes a la moral, la ética o al ethos (al carácter, la forma de vida), de la sociedad. Son ellos
los que imponen el valor moral, los principios y los usos que determinan a la
sociedad. Por eso, el desenvolvimiento de la técnica en la sociedad moderna
produce no sólo un desvelamiento del espíritu de la técnica, sino también un
cierto constreñimiento. La técnica limita el libre desenvolvimiento de la
personalidad.
¿De qué se trata en un "tipo" de análisis
como éste? ¿Dónde se ponen al descubierto la pluralidad de variables que tejen
y destejen el sentido oculto de la técnica y las diversas relaciones de fuerza?
Que detrás de los espejismos, las fantasmagorías del bienestar social y el
desarrollo, la técnica obedece a su propia lógica interna. Y en el caso que nos
ocupa percibir sus repercusiones en la vida psíquica, biológica y espiritual
del ser humano; y su incidencia en el Estado, la política, los organismos
internacionales, las comunidades, las sociedades, la naturaleza, los hombres y sus obras. Develar que el fin implícito que porta no es otro que el dominio de los
seres humanos.
Desde
un punto de vista mítico se narra que, en el origen de las civilizaciones hubo
una lucha entre los dioses y los titanes. Durante milenios los dioses mantuvieron a
raya a los titanes. Sin embargo, nos acercamos al crepúsculo de los dioses y al
regreso de los titanes. Ellos imponen el mundo abyecto, frío e indiferente de
lo elemental. Así que, “lo elemental retorna como consecuencia del predominio
de unos instrumentos técnicos de extremado poder”. Se trata de un clima adverso
a la naturaleza humana. Pero darle el valor que le corresponde, en medio de
la atmósfera destructiva, de sin sentido que vivimos, le corresponde al hombre
de carne y hueso. Que el ser humano sea “capaz de afrontar activamente las
destrucciones”.
Entonces, ¿qué le interesa realmente al hombre del colectivo
técnico y al mundo de ese colectivo? No es la búsqueda de los fragmentos de
felicidad, los instantes de solidaridad ni el amor ni el respeto a la dignidad
humana, sino las riquezas, el poder, el consumo, la producción, el status, el
bienestar social, el lujo y la rentabilidad que reportan los instrumentos técnicos.
Jünger dice:
“Lo importante no es que vivamos, sino la posibilidad de
llevar en la tierra una vida de gran estilo según elevados criterios”.
Ahora
bien, “la verdadera razón de ser de la técnica no es “acelerar el progreso”,
sino intensificar su poder; la técnica constituye “el más poderoso y el menos
contestable de la revolución total”. Entre más intensifique su poder, la
técnica abarca espacios nuevos en la economía de la existencia, el mundo y la
realidad. Pero el órgano que más mal parado sale, es el lenguaje. Son tan
poderosos los instrumentos técnicos, que poco a poco sustituyen el sentido del
lenguaje natural, por el contenido del lenguaje del artificio. Esta
trastocación diluye la esencia de la gramática.
Dijo Wittgenstein:
“La
esencia es la gramática”.
Para
Ernst y George Jünger, la idea de progreso es una quimera
y sería un error creer que la técnica se desarrolla indefinidamente. Piensan
que la técnica ha de alcanzar un punto de perfección que es la expresión máxima
de sus posibilidades, esto anuncia la aparición de una ciencia simplificada.
Ernst en Eumeswil señala: “¿Es
“técnica” la palabra adecuada? Mejor sería hablar de “metatécnica”. Pero no
entendida como un perfeccionamiento de los medios, sino como una transformación
en una cualidad diferente”. No hay evolución que pueda extraer de
la existencia más de lo que encierra. La economía de la existencia no
puede dar más de las potencias que contiene.
Ernest Jünger
no cree en el mito del progreso indefinido, tampoco que la técnica es “neutra”. Es decir, liberadora u opresora. De ahí que exalta su
carácter mediador, revelador, porque quien recurre a la técnica no puede
terminar siendo su esclavo, sino que ella debe contribuir a su nueva forma de
vida, a la “adecuación” del nuevo estilo de vida que impone la técnica. Ella ha
de contribuir a encontrar los medios y los modos de expresión y acción
específicos.
Así que, mirar la técnica desde esta perspectiva, significa pensarla “positivamente”. Ese proceso instaura una nueva concepción de la
existencia y de la realidad. Por eso, el predomino de la técnica en el mundo
actual no hay que tomarlo como algo aparente y fugaz en el sentido de la vida,
ya que tocan los filamentos más profundos y finos de la existencia humana.
Ahora bien, ¿puede la técnica en esta alta civilización abstracta convertirse en
instrumento de liberación? ¿un medio para restaurar la unidad del “¿Yo” pérdida o, la coherencia de la
personalidad? ¿se constituye la
técnica en el instrumento adecuado para alcanzar la dignidad de persona?
¿responde la técnica en esta alta civilización de lenguajes artificiales a la Gramática de la vida, o a las Gramáticas de la creación? Creo que para
que se cumplan estas exigencias de alto estilo, la técnica ha de cambiar la “esencia”
y la “función” que la constituye. Porque en los últimos espacios de tiempo
cumplió una función abyecta, distante, opresora, cuando la cultura se conjugó con la
barbarie.
Se trata entonces de desvelar la ligazón entre la técnica y la nueva
naturaleza del poder, y percibir las perdidas en la civilización moderna.
Cuando esto suceda lo elemental recobrará su rostro natural, libre, lleno de
novedad y de misterio, y como fuentes de aguas cristalinas bañaran las
inmundicias de los seres humanos.
Jünger
compara la técnica a un lenguaje que todos pueden hablar -dice Marcel
Decombis-, pero cuyos intérpretes serán sólo quienes lo hayan aprehendido
maternalmente. El hombre nuevo que nace como constructo de la técnica, necesita
ipso facto un nuevo “decir”. Ese
lenguaje es el “logos”
del artificio. La lengua de las matemáticas, el signo, el símbolo, se adecuan a
un Atlas lingüístico léxico-gráfico que responde sólo a la imagen y a los
lenguajes digitales.
En un tipo de análisis como éste se trata de desvelar lo que
oculta la ligazón entre el confort técnico y la nueva voluntad de poder. De
hecho, esto confirma que la técnica no es “neutra”, sino que está al servicio
de quienes conocen sus requerimientos y manejan los “centros de poder”. En
otras palabras, los valores técnicos que portan en sí un extremado poder, no
sólo no responden a las necesidades y esperanzas humanas, sino que están al
servicio de los poderosos, del Gran Poder;
y, son instrumentos de dominio y control.
No
podemos olvidar que la técnica es capaz de segregar un “tipo” humano que la
“domina” y le da la “función” que le corresponde. “Segrega una inteligencia
precisa, de buena calidad. Existe en todos los asuntos de la práctica un cierto
número de seres humanos que forman la pequeña y bien diseñada ruedecita que da
impulso y trabajo a la obra”. En esta época de alto desarrollo técnico y
científico, existen personas adecuadas para que cumplan la función que les
corresponde –abarcan el ámbito que va desde el confort técnico, la lengua de la
Gran ciudad, la voluntad de poder
hasta el mundo dineral–.
El técnico, el poderoso y las redes del capital
internacional, saben que “acceder al nivel de impersonalidad
activa” significa acceder a los “cuadros
de mando”. Por eso, el desarrollo de los procesos y el confort técnico están cargados de misterio y
oscuridad. Esto se percibe en la industria armamentística, la automovilística
o, en las empresas farmacéuticas, por ejemplo.
Sí
la civilización de la Gran ciudad
habla el lenguaje de la técnica y del progreso; y el espíritu sólo puede
retirarse a un rincón...como si esperara una nueva encarnación (en una nueva
cultura), como dijo Wittgenstein; la civilización que vivimos es la del hombre
tecnificado. Configúrese en la historia como campesino, obrero, jornalero,
talabartero, tecnócrata, político, hombre de las finanzas, militar, empresario,
sacerdote o pastor evangélico. De ahí que su mecanismo tenga su “lógica”
interna, que responde “a un orden bien definido, uniforme y necesario”.
Preguntamos, ¿estamos los seres humanos capacitados para realizar nuestra
voluntad a través de ellos y no dejarnos arrastrar por el sufrimiento, el dolor
o el miedo que nos reportan? En todo caso se trata que las sociedades de masas
–ni pedagógica ni culturalmente estén preparadas para hacerle frente a las “elites tecnológicas” ni a los poderosos
que ejercen el Gran Poder: político,
económico y cultural.
La
técnica impone un estilo de vida, un estilo planetario; el mundo global
conectado en Red habla la lengua de
la técnica y la ciencia. Se impone una imagen de la realidad, unos medios y unos modos de lenguaje. En el mundo global que habitamos, por ejemplo, el gasto, la
plusvalía o el interés comercial, están determinados por los instrumentos
técnicos. La economía en su aprehensión histórica o sociológica responde a la
dinámica de la técnica.
Así, la lengua de la técnica comunica contenidos
“abstractos” que conciernen a los de las relaciones
artificiales. Ahora bien, ¿quién reina realmente en el mundo actual? ¿quién
impone las reglas de juego a los sujetos internacionales? Por supuesto, el que
posee la economía (capitalismo financiero internacional, el valor de los bienes
en bolsa, las compañías o empresas transnacionales, etc.); y el desarrollo de
los procesos –la dynamis de las
ciencias y la técnica.
De ellos depende en gran parte la vida de millones y
decenas de millones de seres humanos. La producción, recolección y venta del 75
% de los productos agrícolas mundiales, por ejemplo, lo dominan tres empresas
transnacionales; lo mismo sucede con las empresas farmacéuticas o de
comunicación global, etc.
Se trata que la macro
estructura funcional, tenga un “cuadro de mando” –diluido, imperceptible
y eficaz en las relaciones de fuerza–, que determinan la vida sobre la Tierra.
Pero, lo más sorprendente es que cada punto y cada cuerda de la “Red del cuadro de mando” que se pone en
movimiento, repercute en la Red total.
Por paradójico que parezca la nueva voluntad de poder y el confort técnico responden sólo a los requerimientos de los “cuadros de mando”.
Deseo
resaltar que en el mundo que habitamos la ciencia y la técnica tratan de
suprimir toda “cualidad”; toda búsqueda de la excelencia humana. A la ligazón
entre los instrumentos técnicos y la voluntad de poder no le interesa la
“cualidad”, sino la eficacia y la eficiencia. Sabemos que la “cualidad” tiene
que ver con el mundo subjetivo, el lenguaje, la sensibilidad y los
movimientos del pensamiento. Este “tipo” de hombre se abre suelto y ligero de equipaje
ante nuestros ojos y, desprovisto de envidia y lujuria va al encuentro de las
creaciones y de los contenidos del espíritu. Son los que se enfrentan con ese
“tipo” de ralea, mezquina de corazón y corta de razón; con ese “tipo” de hombre
que mancilla la luz del espíritu con la sangre y el dolor del inocente.
Este
“tipo” de hombre se levanta como el Cóndor
de pico de estrella y alas de fuego, sobre los negros
nubarrones cargados de lluvia y fuego de la sinrazón y la maldad; y cómo
valientes guerreros trazan en el combate las fronteras de la libertad. De ahí
que luchan tenazmente contra esa ralea, que trata de convertir las tierras
habitadas en campos de sin sentidos y legiones de demonios; luchan por
restaurar la dignidad humana con el “cetro” de la palabra en la mano y el
pensamiento. ¿Para qué? Para que su poder se extienda como los prados en flor y
su aroma embriague los corazones, y se instaure un reino mucho más hermoso que
todos los imperios conquistados a punta de espada y de armas de fuego.
Entonces,
¿de qué adolece la época actual? Que, frente al desafío de los instrumentos
técnicos, la imagen gráfica en movimiento y los lenguajes digitales, tenemos
que situarnos del lado de los hombres y lo que representa la vida para el ser
humano. Porque el hombre de carne y hueso con sus sueños y pesadillas,
esperanzas y quebrantos, es el único que puede hacerle frente al mundo de los
titanes y del colectivo técnico.
Se trata de reorientar el valor de
los lenguajes digitales y la imagen en movimiento en beneficio del ser humano. Que el hombre
no se convierta en esclavo, siervo de la técnica y sus espejismos, sino que se
restaure desde las esferas del espíritu, el verdadero sentido de humanidad.
Jünger exalta el tiempo del rebelde
donde propone a los hombres no aliarse con los titanes, sino apelar a ellos en
beneficio de los hombres, como una vía para el advenimiento de los dioses,
únicos capaces de encadenar nuevamente a los titanes.
La
labor de los poetas se torna indispensable en una civilización que habla el
lenguaje de las máquinas y de la imagen. Ya que el fin que se proponen desde
los “cuadros de mando”, es convertir
al ser humano en objeto y uniformizar su energía vital. En los hallazgos del poeta hay
“manantiales de agua y vida y la tierra se torna humanamente habitable”. En un
mundo árido del espíritu de la palabra y de la imaginación creadora de “forma”,
la poesía otorga fuerza a las acciones humanas. Y, así “el mundo de la técnica
podrá revitalizarse, si accede al reino de las Musas; la enorme superioridad de
este reino del arte y de la veneración podrá proporcionar al mundo de la
Técnica el milagro del Ser, y entonces que sorpresas nos estén deparadas”.
Sí el hombre se desliga de su obra –nos recuerda Jünger– que se ha convertido
en autómata, y de la que cada vez es más difícil poder desasirse y suplirla; no
queda más remedio que recurrir al reino de la poesía, del arte, la teología,
música o, la filosofía, para restaurar la unidad del “Yo” perdida y la “magia”
de la materia animada e inanimada. Restaurar, por así decir, el universo del
habla, la memoria verbal y el pensamiento.
Si
la “fatalidad azarosa”, ciega, de la técnica y la voluntad de poder que
gobiernan la vida y las potencias de la muerte primarán sobre lo fundamental, el hombre se convertiría
en apéndice de la técnica. Sí la fortaleza cae su caída será más devastadora que la que se produjo en la Segunda
Guerra Mundial, cuando la poesía, el arte, la música, la filosofía y los altos ideales de la cultura occidental, se hermanaron con la barbarie. Y la
muerte en sacrificio de seis millones de judíos y otras minorías étnicas,
permanecen en la memoria de la Humanidad.
No olvidemos que el pensamiento
técnico, analítico y racionalista, no sólo es un pensamiento reduccionista,
sino también que está cargado de maldad.
En
una época como la nuestra es grato recordar, que “la palabra es, a la vez, como
una reina y como una bruja”. Nos sirve como antorcha para bajar a las
profundidades más atroces donde reina la tiranía, el dolor o la muerte, o nos
levanta del polvo de la tierra y nos ayuda alcanzar las alturas, los reinos
donde moran los Dioses y las Musas.
El hombre siente en lo
más profundo del corazón y del alma, la necesidad apremiante de “imitar con su
débil espíritu el milagro de la creación”.
Madrid-España a 12/09/2023