sábado, 16 de septiembre de 2023

EL ESPÍRITU DE LA RAZÓN TÉCNICA EN LA ACTUALIDAD

 

 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 

Sabemos que el mundo que habitamos está poseído por los espejismos de la tecnología y el desarrollo de los procesos. Sus configuraciones son cada vez mayores y todas las resistencias abren paso a su ley. “En el automatismo está el movimiento completo, el despliegue imperial, la seguridad Total” –nos recuerda Ernst Jünger. ¿Para quién? Para los que ejercen el poder y se valen de él para descargar su peso, su fuerza, su vigor, sobre el hombre que sufre; sobre el hombre que se encuentra solo y desprotegido; y cuya inseguridad también es total. Son conscientes de la concatenación que existe entre el poder, la técnica y el miedo. Este tipo de poder cae con toda su fuerza sobre el desamparado, el inmigrante, el negro, la prostituta, el blanco empobrecido, el excluido, el desempleado, el lumpen; y en particular, sobre los que luchan por la defensa de la libertad, la justicia social, los derechos humanos; por el Estado de Derecho, la defensa de la vida, la libertad de expresión, la libertad de creencias religiosas y la dignidad humana.

Es del miedo de lo que vive el despliegue del poder Total. Y su acción adquiere especial eficacia en aquellos campos donde se ha intensificado la sensibilidad. Son insaciables como la loba que está a las puertas del Infierno descrito por Dante en la Divina Comedia. Se alimentan del terror y la desesperanza de los débiles que en el mundo que habitamos, son siempre los muchos.

En los tiempos actuales vemos que el avance de los procesos y la utilización de los instrumentos técnicos, en efecto, están llegando hasta las profundidades de la naturaleza humana. Pero lo más dramático se expresa en los caminos de las tinieblas, caminos que descienden hacia los hondones de campos de esclavos y los mataderos, donde unos hombres primitivos se asocian criminalmente con la técnica. Afganistán, Yemen, Colombia, Oriente Medio, Ucrania, entre otros, son la expresión vigorosa y tenaz de la estructura técnica y la nueva tecnología del poder.

“En este ámbito no hay destino, lo único que existe son números. O bien poseer un destino propio o bien tener el valor de un número –esa es la disyuntiva que nos viene impuesta a todos y cada uno de nosotros, impuesta ciertamente a la fuerza; pero decidirse por lo uno o por lo otro es algo que cada cual ha de hacer por sí solo”. Pero también existe el camino de la luz, el que asciende hacia reinos que están en las alturas, hacia la muerte en sacrificio” o, al destino que tejen las musas o los dioses –expresó Jünger en el texto La emboscadura. Este no es otro, que el camino del encuentro del hombre consigo mismo, o con la estructura esencial, lo trascendente; y sólo se pueden alcanzar cuando nos conocemos más así mismos o, por la Revelación en el interior del ser humano.

Ahora bien, ¿cómo se le puede plantar cara al poder que encierra la técnica en los nuevos lenguajes digitales? Por supuesto, en la medida que gane terreno la autonomía de la voluntad, el umbral de la libertad y la consciencia reflexiva de los seres humanos. La consciencia de que somos seres lingüísticos y que ahí descansan nuestras fragilidades; pero también, nuestras fortalezas. Que el ser humano no es un agregado numérico, sino la expresión sublime de la cualidad del Ser. Que la experiencia enriquecedora – de la palabra y el relato - permitan que los hombres se preparen para la batalla. Los criminales que se han asociado con la técnica saben que su poder no es tan fuerte y eficaz como parece. Porque cuando se cuestionan los presupuestos sobre los que se asientan sus creencias o ideas, se ponen demasiado molestos y furibundos; y se convierten en seres intolerantes y no les queda otro camino que asociarse criminalmente con los instrumentos técnicos.

El mal que existe en el mundo proviene casi siempre de la ignorancia de este tipo de ralea, que cree que la maldad y la indiferencia, son potencias mucho más frecuentes en los actos humanos, que las bellas acciones o la bondad. Desconocen el encanto de la existencia o de la realidad. La categoría de anhelo o de esperanza le repugna a este tipo de personas. “Ya que el vicio más desesperado es el vicio de la ignorancia que cree saberlo todo y se autoriza entonces a matar – recuerda Albert Camus-. El alma del que mata es ciega y no hay verdadera bondad ni verdadero amor sin toda la clarividencia posible”.  

Sabemos entonces que la seguridad que brindan las máquinas y sus aparatos, son sólo espejismos con relación al peso de la realidad y de la existencia en particular. Sometidos como estamos –dice Jünger– a la fascinación de potentes ilusiones ópticas, nos hemos habituado a ver en el ser humano un simple grano de arena, si se lo compara con sus máquinas y sus aparatos. En esta alta civilización técnica los aparatos son y no dejan de ser, decorados de teatro colocados por la imaginación inferior. El ser humano es quién ha fabricado tales decorados y él es quien puede desmontarlos, o bien darles un sentido nuevo.

Por eso, es posible hacer saltar por los aires las cadenas de la técnica y quien puede hacerlo, es el hombre de carne y hueso. De lo que aquí se trata, no es de cifras ni del espejismo de los nuevos lenguajes digitales; tampoco de la Cultura del espectáculo, sino de la naturaleza del Ser, lo que constituye el espíritu de la realidad y de la existencia humana.

Además, junto al desierto visual se abre paso el infierno acústico. Pero el lugar donde más se siente el golpe virulento de la ola al romper, es en el lenguaje. Las imágenes desplazan a las palabras y las relaciones artificiales reemplazan a las relaciones de sentido. En la civilización actual el efecto que las imágenes causan, es más fuerte que el de las palabras. En consecuencia, el mundo no solo está adquiriendo un “aura” nueva, sino también una epidermis más sensible. Así pues, ¿cómo ha podido ocurrir esto en tan pocos espacios de tiempo y extenderse al mundo en general? No podía darse sino en un mundo en tránsito. Un mundo donde la atmósfera que reina es contradictoria e inextricable. Los nuevos valores no están vigentes del todo; los viejos ya no están.

Parece que el ser humano estuviera suspendido sobre la epidermis de la realidad; y existieran fuerzas que lo trascienden. Esta trastocación de los valores permite pensar que tenemos una imagen distorsionada de la existencia y la realidad. Porque el mundo que habitamos se presenta fluido, sin peso y fugaz, ante el sentido de la vida y del mundo. Por eso reina la sensación que todo, absolutamente todo, se mueve bajo los pies.

Herder tenía razón cuando en su día nos habló de la vida de la humanidad –al igual que Mill, Schopenhauer o Carlyle– nos hablaron de las trivialidades y del pesimismo de la vida cotidiana. De esa especie de entumecimiento de los sentidos, de la parálisis del pensamiento, de la que está cargada la atmósfera del presente–ahora. Esto está representado en los procesos refinados, precisos y abstractos de la técnica y la ciencia. Procesos que poco a poco van minando la capacidad de asombro, los contenidos de la experiencia individual, la memoria étnico-verbal que tanto han aportado a la historia de la cultura occidental. Cuando el pensamiento racional está cargado de maldad y esa cualidad suya contagia a todo plan humano, hay que dar un giro, buscar otros caminos de experiencia y de saberes.

De ahí que la vida en la Gran ciudad sea gris, sórdida, lúgubre y agitada. Porque la condensación de la rutina cotidiana es tan densa y se manifiesta en una especie de excitación rabiosa, que no permite visualizar el negro absoluto. En la Gran ciudad, la luz, el frescor de la naturaleza, la tranquilidad, se convierten en propiedad de unos cuantos poderosos. En la Gran ciudad, todo se compra y se vende, sólo basta poseer el mundo dineral. Se compra la salud, el agua que bebemos, el sosiego, la soledad, la educación, el sexo, la amistad, la cultura, etc. Pero también se escucha a lo lejos la voz que dice: no es en el terreno de la economía ni de la política ni de la técnica, tampoco de la ciencia, donde residen los fragmentos de Absoluto, sino en lo profundo de la condición humana. Por eso, en esta alta civilización técnica y de masas, vale la pena mirar hacia el hombre concreto de carne y hueso, hacia su mundo interior.

En este mundo que habitamos, existe la sensación de que el ser humano no posee las herramientas necesarias para batirse con la técnica y la nueva estructura del poder. Como si la vida fuera un grano de arena en el desierto arrastrado por el viento sin fronteras. De ahí que Walter Benjamín nos recuerde las novelas de Paul Scheerbart, que de lejos parecen como de Julio Verne, como se ha interesado (a diferencia de Verne que hace viajar por el espacio en los más fantásticos vehículos a pequeños rentistas ingleses o franceses), por cómo nuestros telescopios, nuestros aviones y cohetes convierten al hombre de antaño en una criatura digna de atención y respeto. Por cierto, que esas criaturas hablan ya en una lengua enteramente distinta. Y lo decisivo en ellas es un trazo caprichosamente constructivo, esto es contrapuesto al orgánico. Resulta inconfundible en el lenguaje de las personas o más bien en las gentes de Scheerbart; ya que rechazan la semejanza entre los hombres, principio fundamental del humanismo.

Sabemos que el Mundo Moderno realizó la concatenación entre el poder en sí y para sí, en el Estado. El liberalismo político del siglo XIX, creía que “el individuo sólo accedía a la libertad por y en el Estado”. Esta amenaza de tiranía se hace patente en el siglo XX, porque configura “una concepción de la razón incapaz de atajar su deriva en fuente” de sin sentido y penuria, dolor y sufrimiento, violencia y muerte. Franz Rosenzweig en Hegel y el Estado (1920), se refiere a una concepción de la razón incapaz de contener la violencia en la historia. En su defecto, intuye cómo la razón se pone al servicio de la guerra y de unos hombres demoniacos, haciendo patente el trágico destino del hombre sobre la Tierra.

Fue a partir de la fractura de la razón y de los despropósitos humanos, donde percibe que se “vuelve imposible pensar que la aspiración última del hombre puede satisfacerse dentro de la historia”. Y, que la vida obtiene su fundamento en el gobierno de la temporalidad histórica. De ahí que recurra al concepto de Revelación, “tal como Rosenstock se lo ha definido en su correspondencia: un acontecimiento en virtud del cual existe en la naturaleza una “orientación”, un arriba y un abajo, un antes y un después”.

Esto constata la “fascinación que sentía hacía mucho tiempo por el momento 1800 y el asco que le inspiraba, por el contrario, la esterilidad intelectual de su propia época”. En cuanto a “un antes y un después”, su nombre es, precisamente, “1800”, que Rosenzweig lo encarna en dos personajes, “Hegel” y “Goethe”: Hegel, como “último filósofo, último cerebro pagano”; Goethe como último cristiano, tal como quiso Cristo y, por tanto, primer “hombre a secas”. Para Rosenzweig “1800” representó una especie de “milagro de la historia mundial”.

Este milagro alcanzó su máxima expresión hasta el célebre verano sin nubes de 1914, cuando la guerra convierte la existencia y la civilización occidental, en campos de sin sentido, de dolor y muerte. Y a partir de ahí, el Estado Moderno se transforma en una gran máquina de producción técnica e instrumentos de poder y dominio. Entonces, se pudo observar que, en el transcurso del siglo XX, la nueva estructura de la técnica no sólo afectó la naturaleza lingüística del hombre, sino también la estructura de la razón y los valores de la cultura y la civilización occidental.

La primacía del lenguaje técnico en su deriva se metamorfosea en Cultura de lo efímero, y los altos valores de la cultura de Occidente, se deterioran en nombre del entrelazamiento de la técnica y la nueva estructura de poder. Así que, no se trata sólo de una renovación técnica del lenguaje, sino de la utilización del lenguaje y el pensamiento al servicio del poder, del colectivo técnico y del mundo de ese colectivo.

Por tanto, “es un movimiento que hay que atisbar más que demostrar”; las falacias ópticas y auditivas del progreso, por ejemplo, se han convertido en una fuerza de índole cultual: “de exceso, aventura en las profundidades de la existencia y pasión mística en la barbarie y la muerte”. Por eso, hay que situarlas en el pálpito de la civilización contemporánea. En cualquier caso, al servicio de la “modificación” de la realidad y no de su “descripción”. La prescripción llega de repente como un rayo que cae de un cielo sereno; tú eres un rojo, un blanco, un negro, un ruso, un alemán, un coreano, un sudaca, un jesuita, un masón; eres, en cualquier caso, mucho peor que un perro.  Sobre ellos cae el poder Total, sin contemplación; el que teje y desteje el mundo del colectivo técnico, la nueva voluntad de poder y las esferas del dinero. Esta mutación en el orden de la existencia, ha llegado a concentraciones tan vigorosas, inmediatas y universalistas, que no tiene parangón en la historia de la humanidad.

En este orden causa estupor imaginar, que la nueva estructura de poder convierta la crueldad, el miedo, el sufrimiento, el dolor, la inseguridad y el desasosiego de la vida cotidiana, en elementos constitutivos de las nuevas formaciones de poder. Así que, la indiferencia ante el dolor y el miedo, el sufrimiento y la soledad, se convierten en una de las representaciones evidentes de las sociedades contemporáneas. Esto hace del hombre de hoy, un ser sumamente desgraciado. 

Sabemos que la razón técnica en esta alta civilización abstracta, trastocó el sentido y la magia de las lenguas naturales. Por eso, se convierte en “imperativo”, que la razón trascienda los límites donde está recluida, ya que los espejismos de la técnica son sólo materializaciones de la especulación de los despliegues del” Yo” en la historia. Sabemos también por el estado de cosas que han sucedido, que a la deriva de la razón y a la historia reciente de la civilización occidental, le pertenecen los escombros de la memoria y del recuerdo, tanto como el relampaguear de las reflexiones del pensamiento, que han de hacerse cargo de las preguntas de los humillados, excluidos y vencidos.

Por tanto, re-pensar el alcance de la razón técnica, es hacerlo bajo las exigencias de justicia universal, propias del mesianismo. Re-pensar, por ejemplo, que la frescura de lo elemental que una vez contenía el lenguaje y las categorías de la razón, no responden con la misma energía a los requerimientos humanos. Esto resulta sumamente preocupante para el hombre de hoy. Porque en algunas esferas del saber y de la vida parece que la memoria verbal, los medios y los modos de la comunicación humana, estén completamente batidos. La conversación, por ejemplo, que ahonda y enriquece las vivencias espirituales, brilla por su ausencia. Esta mutación en el orden de la existencia, configura una civilización donde las redes de la comunicación simultánea e inmediata, pautan los ritmos de la vida. Como consecuencia nunca en la historia de la humanidad, los hombres se han sentido tan solos y desprotegidos como ahora.

Por eso, en efecto, la estructura de la técnica y el poder en sí y para sí, no tienen otro legado que cortar las amarras con lo permanente, los mitos y los ritos, las tradiciones y las costumbres, la memoria étnica y verbal de la Cultura, para imponer su impronta en la actualidad. Desean que el individuo portador de experiencia o el hombre vivo, que se enfrenta a la realidad cognoscible y a la experiencia histórica, se diluya en las redes de la razón técnica y la nueva voluntad de poder. “Cada vez más la palabra está subordinada a la imagen. Sectores cada vez mayores de los hechos y las sensibilidades, especialmente en las ciencias exactas y las artes no representativas, están fuera de la expresión verbal y de la paráfrasis” –expresó George Steiner en “El castillo de Barba Azul”.

Esto constata que la preponderancia de la razón técnica en los asuntos humanos, hace mella el mundo del espíritu lingüístico. Eso no significa que la armoniosa lira de la cultura de la palabra, no se escuche en momentos excepcionales; en el instante que la lengua humana bebe de las fuentes de la divina o de lo elemental. De las canciones que velaron nuestros sueños y pesadillas; los ecos fragmentados de la lengua de nuestros mayores; la que posibilita las experiencias comunes compartidas; esa que revela los sueños colectivos de una memoria ancestral, y aún en los momentos más oscuros otorga sentido a la existencia.

                                 Madrid-España a 16/09/2023

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