miércoles, 10 de mayo de 2023

 

                                    VASILI GROSSMAN

                            Fragmentos de Vida y destino

 

Antonio Mercado Flórez. Pensador y Ensayista.

 

Vasili Semiónovich Grossman (1905-1964), ruso-ucraniano. Fue periodista, escritor y corresponsal de guerra (1930-1960). Vida y destino narra las vicisitudes, el terror, el dolor, el sufrimiento y la muerte, en el Frente Oriental de la Segunda Guerra Mundial. Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en corresponsal de guerra del Ejército Rojo, publicando para el diario Krásnaya Zvezdá, haciendo crónicas de primera mano sobre las batallas de Moscú, Stalingrado, Kursk y Berlin. Su testimonio acerca de los campos de exterminio nazis, escritos tras la liberación de Treblinca, se encuentra entre uno de los primeros escritos sobre el Holocausto judío, que fue utilizado como prueba en los juicios de Núremberg.

 Después de la Segunda Guerra Mundial se quebranta su fidelidad al Estado soviético por la inflexión de Stalin y el establecimiento al antisemitismo. Así que, sus dos obras más importantes (Vida y destino y Todo fluye), son censuradas. La obra se publicó en el exterior-Suiza y, más tarde, en la Unión Soviética en 1988 durante la apertura de Mijaíl Gorbachov. La obra alcanzó un éxito enorme y fue aclamada como una de las mejores de la literatura universal del siglo XX.

Así que, Vida y destino es una novela que emociona al lentor, despierta y conmueve la sensibilidad y la condición humana y se compara con obras maestras como “Guerra y paz” o “Doctor Zhivago”. Sabe que la historia está hecha de ripios y escombros de la vida de gente que se enfrenta a las vicisitudes de la existencia y “al terror del régimen estalinista y el horror del exterminio en los campos, para que la libertad no se diluya y se aplaste bajo el yugo del totalitarismo”. Y el ser humano no pierda su capacidad de asombro, de imaginar, de sentir y de amar.

Esta novela nos dona un presente Divino, las herramientas intelectuales, las experiencias, las palabras y el pensamiento, para hacer frente a las máscaras que toma el totalitarismo, el autoritarismo, el populismo, el nacionalismo, que acechan la libertad, la dignidad, la justicia, la igualdad, entre los seres humanos en la actualidad.

Es una evidencia que la vida se sitúa sobre el abismo del pozo de la desesperanza, del dolor, la tragedia, el desamor y la espera. Una espera de retazos de vivacidad que abran las puertas del amor y la libertad. Es un mirar atrás con sus claros oscuros, la historia que jamás llegamos a comprender y asir en nuestras manos, por ser misteriosa y oscura para la consciencia de la vigilia.

Como dijo Vasili Grossman en la novela Vida y destino:

“Pero la historia está hecha de pequeños retazos de vida de la gente que lucha para sobrevivir al terror del régimen estalinista y al horror al exterminio de los campos, para que la libertad no sea aplastada por el yugo del totalitarismo, para que el ser humano no pierda su capacidad de sentir y amar”.

Así, lo que desea todo régimen autoritario, totalitario, o todo nacional-populismo, no es sólo exterminar la alteridad en la vida de las personas, sino ante todo la libertad de hablar, de pensar, de obrar, y que caiga sobre él como una loza el miedo, el silencio, el terror, que los paralice en el pensar, hablar y actuar. Que las palabras se vacíen de sus contenidos y sólo escuchemos su susurro en la distancia y, se conviertan en harapos de palabras sucias y corrompidas, como el Sistema que las coarta, las limita o las ensucia del estiércol del sufrimiento, del dolor, la sangre y la muerte que deja tras de sí.

De ahí que tengan miedo al nacimiento, la pluralidad y la mundanidad, al espacio público que afirma la individualidad y la razón de ser humano y no inhumano. Porque “todo lo que vive es irrepetible. Es inconcebible que dos seres humanos, dos arbustos de rosas silvestres sean idénticos. La vida se extingue allí donde hay empeño en borrar las diferencias y las particulares por la vía de la violencia”. (Grossman). 

La violencia lo que hace es dejar a la vera del camino un montón de escombros humanos y materiales; como esquirlas de huesos rotos, de carnes desgarradas y esperanzas truncadas. En estos regímenes los únicos lamentos que se escuchan no son los de los dolientes, los pobres y excluidos, sino los de los poderosos.

En las circunstancias de la vida los seres humanos comparten un destino común: en la cárcel, el barrio, la ciudad, el pueblo, la clase social a la que pertenecen o en las fábricas, un destino que los empuja lentamente y persistente al mismo punto. Casi siempre el hombre común ignora el destino y lo que ha de encontrar más allá de lo que divisa su mirada. Son destinos compartidos que en la mayor parte de las circunstancias comparten el dolor, el miedo, el sufrimiento, el recuerdo o la esperanza, pero todos saben que están unidos por un destino común.

El destino del hombre del campo y del pueblo a pesar de su diversidad, acaban por semejarse. Están atados a la misma cadena que los arrastra a lo desconocido. Este estado de cosas produce en lo profundo del alma del ser humano angustia y zozobra. Los que padecen bajo el totalitarismo o una democracia autoritaria, el pasado es maravilloso. Siempre muestra cosas nuevas para entender el presente y el futuro.

Es digno resaltar y avivar en la consciencia de los hombres, que lo que desea este tipo de personas es crear uno uniforme, disciplinado, que exalte los valores patrios, del Estado y sus instituciones, aún en medio de la inmundicia, la tortura y la muerte. De ahí que “el nacionalsocialismo había creado un nuevo tipo de prisioneros políticos: los criminales que no habían cometido ningún crimen”. (Grossman).

De lo único de lo que se les podía acusar es de ser diferentes, en cultura, en lengua, en creencias, en religión, en ideología, en manera de ser y comportarse. Porque odian la alteridad, la diferencia y la discontinuidad social, histórica y política. En el Estado totalitario o autoritario, las autoridades se apoyan en delincuentes comunes para vigilar a los políticos, los intelectuales o aquellos que estén en condiciones de alterar la convivencia social y el orden. O, en otros términos, vigilar a los que tienen consciencia crítica y sensibilidad con lo que sucede.

Para ciertas personas sean políticos u hombres del común, el fin justifica los medios y los medios que emplean son despiadados. “En la actual tiniebla, veo claramente vuestra fuerza y el terrible mal contra el que lucha […] Allí donde hay violencia impera la desgracia y corre la sangre”. (Grossman). Los grandes sufrimientos del pueblo se llevan a cabo en nombre del Estado, la seguridad, la libertad, la democracia y el bien. “¡Yo no creo en el bien creo en la bondad ¡– expresa irritado Grossman.

¿Acaso es la debilidad o el miedo la causa del silencio, lo que impele a no enfrentarnos con lo que no estamos conforme? Por eso cuando hablamos con uno de los funcionarios comprendemos de inmediato con media palabra a que nos enfrentamos. Y siempre o casi siempre, el ser humano desvalido, solo y despojado de sus derechos opta por el silencio. En estos casos es más elocuente que la palabra; y eso los desespera y los irrita, porque el silencio porta en su esencia un poder enorme, que trasciende las algarabías del lenguaje del torturador, del funcionario, de las autoridades competentes, del militar, del policía, y eso los convierte en seres violentos e impredecibles.

Tal como soportó Ulises el canto de las sirenas; para expresar que en todo tiempo existen individuos que desean resaltar la inteligencia y las fuerzas del espíritu frente a las adversidades de la vida, la historia y las fuerzas oscuras.  

En tiempos de violencia o de guerra muchas cosas del alma se vuelven extrañas. Que se puede hacer ¿Cuándo una parte de sí mismo se vuelve extraña? “Con uno mismo no se puede romper relaciones, ni dejar de encontrarse”. Quien rompe relaciones consigo mismo, rompe con lo que es, su razón de ser y también con su pasado. No podemos huir de nuestro pasado, porque éste nos acompaña hasta muerte.

¿Qué desea alcanzar el ejercicio del poder totalitario, autoritario o populista? Busca personas que rompan con su mismidad, su identidad, con las raíces de donde procede, sus sueños y fracasos, sus esperanzas y desdichas, ya que desea hombres sumisos, superficiales y no se pregunten, ¿por qué estoy en el mundo? ¿cuál es el destino que me depara la vida? ¿qué lugar ocupo en la sociedad? ¿Qué debo hacer o pensar para ir allende de lo establecido? Así que, no podemos romper con uno mismo y dejar de encontrarse cada instante; para que la vida adquiera valor y dignidad.

Con palabras sencillas el ser humano expresa lo esencial de la existencia y la relación con el mundo y los demás seres humanos. Ellas contienen lo fundamental de la vida y del mundo. Así el pensamiento, los sentimientos, el mundo y su realidad, son “formas” del lenguaje. Heidegger lo expresó con palabras sencillas, más tenues que los surcos que se dejan a la orilla de la mar: “El lenguaje es la casa del ser”. Y sus guardines son el poeta y el pensador. El ser está pensado en el sentido de la realidad absoluta; y comprendido como voluntad incondicionada que se quiere a sí misma como voluntad de saber y de amor. En la voluntad se esconde también el ser como voluntad de poder.

Grossman percibe el ejercicio del poder del estalinismo desde el discurso o la palabra (el logos) y dice: “En aquel gemido de mudos y discursos ciegos, en aquella espesa mezcla de individuos, unidos por el horror, la esperanza y la desgracia, en aquel odio e incomprensión entre hombres que hablan una misma lengua, se perfilaba de un modo trágico una de las grandes calamidades del siglo XX”.  

Así que, “para los fascistas cada día de vida” del Estado democrático Social de Derecho, los principios de la Ilustración y la libertad, “es insoportable. El fascismo no tiene alternativa. O nos devora y nos aniquila, o se extingue”. El fascismo odia la vida y más la que acaba de nacer. Porque lo que porta esa vida es algo nuevo y novedoso para el hombre; en ella se expresa la libertad, el amor, la fraternidad y el asombro ante lo cotidiano y desconocido. El fascista odia la vida nueva, porque ella hace cortes a lo establecido y rompe con la verdad. Una vida que está preñada de asombro; por eso el fascista la tritura. El odio del fascista contiene la justicia y el amor, de aquel que lo sufre.

Es una desgracia que los nuestros nos odien por creer en la justicia, la libertad, la igualdad, la fraternidad y el amor. Las élites sólo piensan en sí mismas y en lo que poseen, lo demás les importa nada, absolutamente nada. Que tristeza la del ser humano situado en las esferas del poder y del dinero; y la indiferencia hacia el Otro sea el principio que determine su vida.

                                     Madrid-España a 09/05/2023

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