VASILI
GROSSMAN
Fragmentos de Vida y destino
Antonio Mercado Flórez. Pensador
y Ensayista.
Vasili
Semiónovich Grossman (1905-1964), ruso-ucraniano. Fue periodista,
escritor y corresponsal de guerra (1930-1960).
Vida y destino narra las vicisitudes, el terror, el dolor, el sufrimiento y
la muerte, en el Frente Oriental de la
Segunda Guerra Mundial. Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial se
convirtió en corresponsal de guerra del Ejército
Rojo, publicando para el diario Krásnaya
Zvezdá, haciendo crónicas de primera mano sobre las batallas de Moscú, Stalingrado, Kursk y Berlin. Su
testimonio acerca de los campos de exterminio nazis, escritos tras la
liberación de Treblinca, se encuentra
entre uno de los primeros escritos sobre el Holocausto
judío, que fue utilizado como prueba en los juicios de Núremberg.
Después de la Segunda Guerra Mundial se
quebranta su fidelidad al Estado soviético
por la inflexión de Stalin y el establecimiento al antisemitismo. Así que, sus dos obras más importantes (Vida y destino y Todo fluye), son
censuradas. La obra se publicó en el exterior-Suiza y, más tarde, en la Unión
Soviética en 1988 durante la apertura de Mijaíl
Gorbachov. La obra alcanzó un éxito enorme y fue aclamada como una de las
mejores de la literatura universal del siglo XX.
Así que, Vida y destino es una novela que emociona al lentor, despierta y
conmueve la sensibilidad y la condición humana y se compara con obras maestras
como “Guerra y paz” o “Doctor Zhivago”. Sabe que la historia
está hecha de ripios y escombros de la vida de gente que se enfrenta a las
vicisitudes de la existencia y “al terror del régimen estalinista y el horror
del exterminio en los campos, para que la libertad no se diluya y se aplaste
bajo el yugo del totalitarismo”. Y el ser humano no pierda su capacidad de
asombro, de imaginar, de sentir y de amar.
Esta novela nos dona un presente Divino, las herramientas intelectuales,
las experiencias, las palabras y el pensamiento, para hacer frente a las
máscaras que toma el totalitarismo, el autoritarismo, el populismo, el
nacionalismo, que acechan la libertad, la dignidad, la justicia, la igualdad,
entre los seres humanos en la actualidad.
Es una evidencia que la vida se
sitúa sobre el abismo del pozo de la desesperanza, del dolor, la tragedia, el
desamor y la espera. Una espera de retazos de vivacidad que abran las puertas
del amor y la libertad. Es un mirar atrás con sus claros oscuros, la historia
que jamás llegamos a comprender y asir en nuestras manos, por ser misteriosa y
oscura para la consciencia de la vigilia.
Como dijo Vasili Grossman en la
novela Vida y destino:
“Pero
la historia está hecha de pequeños retazos de vida de la gente que lucha para sobrevivir
al terror del régimen estalinista y al horror al exterminio de los campos, para
que la libertad no sea aplastada por el yugo del totalitarismo, para que el ser
humano no pierda su capacidad de sentir y amar”.
Así, lo que desea todo régimen
autoritario, totalitario, o todo nacional-populismo, no es sólo exterminar la
alteridad en la vida de las personas, sino ante todo la libertad de hablar, de
pensar, de obrar, y que caiga sobre él como una loza el miedo, el silencio, el
terror, que los paralice en el pensar, hablar y actuar. Que las palabras se
vacíen de sus contenidos y sólo escuchemos su susurro en la distancia y, se
conviertan en harapos de palabras sucias y corrompidas, como el Sistema que las
coarta, las limita o las ensucia del estiércol del sufrimiento, del dolor, la
sangre y la muerte que deja tras de sí.
De ahí que tengan miedo al nacimiento, la pluralidad y la mundanidad, al espacio público que afirma la individualidad y la razón de ser humano y no inhumano. Porque “todo lo que vive es irrepetible. Es inconcebible que dos seres humanos, dos arbustos de rosas silvestres sean idénticos. La vida se extingue allí donde hay empeño en borrar las diferencias y las particulares por la vía de la violencia”. (Grossman).
La
violencia lo que hace es dejar a la vera del camino un montón de escombros
humanos y materiales; como esquirlas de huesos rotos, de carnes desgarradas y
esperanzas truncadas. En estos regímenes los únicos lamentos que se escuchan no
son los de los dolientes, los pobres y excluidos, sino los de los poderosos.
En las circunstancias de la vida
los seres humanos comparten un destino común: en la cárcel, el barrio, la
ciudad, el pueblo, la clase social a la que pertenecen o en las fábricas, un
destino que los empuja lentamente y persistente al mismo punto. Casi siempre el
hombre común ignora el destino y lo que ha de encontrar más allá de lo que
divisa su mirada. Son destinos compartidos que en la mayor parte de las
circunstancias comparten el dolor, el miedo, el sufrimiento, el recuerdo o la
esperanza, pero todos saben que están unidos por un destino común.
El destino del hombre del campo y
del pueblo a pesar de su diversidad, acaban por semejarse. Están atados a la
misma cadena que los arrastra a lo desconocido. Este estado de cosas produce en
lo profundo del alma del ser humano angustia y zozobra. Los que padecen bajo el
totalitarismo o una democracia autoritaria, el pasado es maravilloso. Siempre
muestra cosas nuevas para entender el presente y el futuro.
Es digno resaltar y avivar en la
consciencia de los hombres, que lo que desea este tipo de personas es crear uno
uniforme, disciplinado, que exalte los valores patrios, del Estado y sus
instituciones, aún en medio de la inmundicia, la tortura y la muerte. De ahí
que “el nacionalsocialismo había creado un nuevo tipo de prisioneros políticos:
los criminales que no habían cometido ningún crimen”. (Grossman).
De lo único de lo que se les
podía acusar es de ser diferentes, en cultura, en lengua, en creencias, en
religión, en ideología, en manera de ser y comportarse. Porque odian la
alteridad, la diferencia y la discontinuidad social, histórica y política. En
el Estado totalitario o autoritario, las autoridades se apoyan en delincuentes
comunes para vigilar a los políticos, los intelectuales o aquellos que estén en
condiciones de alterar la convivencia social y el orden. O, en otros términos, vigilar
a los que tienen consciencia crítica y sensibilidad con lo que sucede.
Para ciertas personas sean
políticos u hombres del común, el fin justifica los medios y los medios que
emplean son despiadados. “En la actual tiniebla, veo claramente vuestra fuerza
y el terrible mal contra el que lucha […] Allí donde hay violencia impera la
desgracia y corre la sangre”. (Grossman). Los grandes sufrimientos del pueblo
se llevan a cabo en nombre del Estado, la seguridad, la libertad, la democracia
y el bien. “¡Yo no creo en el bien creo
en la bondad ¡– expresa irritado Grossman.
¿Acaso es la debilidad o el miedo
la causa del silencio, lo que impele a no enfrentarnos con lo que no estamos
conforme? Por eso cuando hablamos con uno de los funcionarios comprendemos de
inmediato con media palabra a que nos enfrentamos. Y siempre o casi siempre, el
ser humano desvalido, solo y despojado de sus derechos opta por el silencio. En
estos casos es más elocuente que la palabra; y eso los desespera y los irrita,
porque el silencio porta en su esencia un poder enorme, que trasciende las
algarabías del lenguaje del torturador, del funcionario, de las autoridades
competentes, del militar, del policía, y eso los convierte en seres violentos e
impredecibles.
Tal como soportó Ulises el canto
de las sirenas; para expresar que en todo tiempo existen individuos que desean
resaltar la inteligencia y las fuerzas del espíritu frente a las adversidades
de la vida, la historia y las fuerzas oscuras.
En tiempos de violencia o de
guerra muchas cosas del alma se vuelven extrañas. Que se puede hacer ¿Cuándo una
parte de sí mismo se vuelve extraña? “Con uno mismo no se puede romper
relaciones, ni dejar de encontrarse”. Quien rompe relaciones consigo mismo,
rompe con lo que es, su razón
de ser y también con su pasado. No podemos huir de nuestro pasado, porque éste
nos acompaña hasta muerte.
¿Qué desea alcanzar el ejercicio
del poder totalitario, autoritario o populista? Busca personas que rompan con
su mismidad, su identidad, con las raíces de donde procede, sus sueños y
fracasos, sus esperanzas y desdichas, ya que desea hombres sumisos,
superficiales y no se pregunten, ¿por qué estoy en el mundo? ¿cuál es el
destino que me depara la vida? ¿qué lugar ocupo en la sociedad? ¿Qué debo hacer
o pensar para ir allende de lo establecido? Así que, no podemos romper con uno
mismo y dejar de encontrarse cada instante; para que la vida adquiera valor y
dignidad.
Con palabras sencillas el ser
humano expresa lo esencial de la existencia y la relación con el mundo y los
demás seres humanos. Ellas contienen lo fundamental de la vida y del mundo. Así
el pensamiento, los sentimientos, el mundo y su realidad, son “formas” del
lenguaje. Heidegger lo expresó con palabras sencillas, más tenues que los
surcos que se dejan a la orilla de la mar: “El
lenguaje es la casa del ser”. Y sus guardines son el poeta y el pensador.
El ser está pensado en el sentido de la realidad absoluta; y comprendido como
voluntad incondicionada que se quiere a sí misma como voluntad de saber y de
amor. En la voluntad se esconde también el ser como voluntad de poder.
Grossman percibe el ejercicio del
poder del estalinismo desde el discurso o la palabra (el logos) y dice: “En aquel gemido de mudos y discursos ciegos, en
aquella espesa mezcla de individuos, unidos por el horror, la esperanza y la
desgracia, en aquel odio e incomprensión entre hombres que hablan una misma
lengua, se perfilaba de un modo trágico una de las grandes calamidades del siglo
XX”.
Así que, “para los fascistas cada
día de vida” del Estado democrático
Social de Derecho, los principios de la Ilustración y la libertad, “es
insoportable. El fascismo no tiene alternativa. O nos devora y nos aniquila, o
se extingue”. El fascismo odia la vida y más la que acaba de nacer. Porque lo
que porta esa vida es algo nuevo y novedoso para el hombre; en ella se expresa
la libertad, el amor, la fraternidad y el asombro ante lo cotidiano y
desconocido. El fascista odia la vida nueva, porque ella hace cortes a lo
establecido y rompe con la verdad. Una vida que está preñada de asombro; por
eso el fascista la tritura. El odio del fascista contiene la justicia y el
amor, de aquel que lo sufre.
Es una desgracia que los nuestros
nos odien por creer en la justicia, la libertad, la igualdad, la fraternidad y
el amor. Las élites sólo piensan en sí mismas y en lo que poseen, lo demás les
importa nada, absolutamente nada. Que tristeza la del ser humano situado en las
esferas del poder y del dinero; y la indiferencia hacia el Otro sea el
principio que determine su vida.
Madrid-España a 09/05/2023
No hay comentarios:
Publicar un comentario