jueves, 2 de noviembre de 2023

 

                                                          Walter Benjamín                              

                                           Las Afinidades Electivas” de Goethe

 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 

La novela Las afinidades electivas de Goethe, trata sobre las vicisitudes que viven Eduard y Ottilie a lo largo de su matrimonio. Como, a la vez la lucha atroz entre las fuerzas del destino y el libre albedrío. También la fatalidad que contiene el sino en un matrimonio mal ávido y como la muerte y el sufrimiento se configuran en la relación matrimonial. De ahí que Immanuel Kant define el matrimonio como “el enlace de dos personas de distinto sexo para la mutua y vitalicia posesión de sus propiedades sexuales. – El fin de engendrar hijos y educarlos siempre puede ser un fin de la naturaleza, para lo cual implantó ésta la inclinación reciproca de los sexos, pero para la legitimidad de ésta unión suya no se exige que el hombre que se casa tenga que proponerse dicho fin; pues de lo contrario, cuando la procreación cesara, el matrimonio se disolvería por sí mismo”.1

Benjamín expresa que “el error más grande del filósofo fue creer que a partir de esta definición de la naturaleza del matrimonio podía establecer su posibilidad e incluso su necesidad moral por deducción, y confirmar con ello de tal modo su necesidad jurídica […] A nadie debería escapársele lo que en él hay de impuro, esa indiferencia hacia la verdad en la vida de los esposos. En verdad la justificación del matrimonio nunca está en el derecho, eso sería como institución, sino únicamente como expresión de la sustancia del amor, la cual por naturaleza la buscaría en la muerte antes que en la vida”.2

A Goethe, en esta obra, le resultaba indispensable la estricta plasmación de la norma jurídica. Pero él no quería fundamentar el matrimonio –dice Benjamín-, sino más bien mostrar aquellas fuerzas que surgen desde él, en su caída. Pero estos son por supuesto los míticos poderes del derecho, y el matrimonio en ellos no es sino el cumplimiento de una decadencia que él mismo no impone. Pues su disolución tan sólo es perniciosa porque no la producen potencias supremas. Y únicamente en esta ahuyentada desgracia consiste lo inevitablemente atroz de la consumación.3

Por así decir, según Benjamín, “el objeto de Las afinidades electivas no es el matrimonio, y en ninguna parte se podría buscar en ellas sus poderes morales. Desde el principio están desapareciendo, como la playa bajo las aguas durante la marea. El matrimonio no es aquí un problema moral, ni tampoco social. Y no es una forma de vida burguesa. En su disolución todo lo humano se convierte en fenómeno, mientras lo mítico permanece sólo como esencia”.4

Expresa Benjamín que “la bibliografía existente sobre las obras literarias sugiere que la exhaustividad en semejantes investigaciones debe cargarse en la cuenta de un interés filológico más que de uno crítico. En esta obra Benjamín habla del “contenido de verdad”: la crítica. Del “contenido objetivo”: el comentario. De una obra de arte. “La crítica busca el contenido de verdad de una obra de arte, y en cambio el comentario su contenido objetivo. La relación entre ambos la determina aquella ley fundamental de la escritura según la cual el contenido de verdad de una obra, cuanto más significativa sea ésta, tanto más discreta e íntimamente ligado se encuentra a su contenido objetivo”.5

“Así surge de pronto un criterio inapreciable de su juicio: sólo ahora puede plantear la pregunta crítica fundamental acerca de si la apariencia del contenido de verdad se debe al contenido objetivo o la vida del contenido objetivo al contenido de verdad”.6 Así, “en este sentido, la historia de las obras prepara su crítica y por eso mismo incrementa su fuerza la distancia histórica”. Pero para revelarlo Benjamín recurre a la labor del Paleógrafo. Ahora bien, “los contenidos esenciales de la existencia, ¿pueden plasmarse en el mundo de las cosas? ¿Pueden consumarse sin tal plasmación? Benjamín comenta que no hubo un período más ajeno a tal plasmación que el de Goethe.7

Así, los contenidos esenciales de la existencia”: el amor, la libertad, lo justo, la muerte, la vida, el tiempo, la eternidad, Dios, etc. Benjamín nos indica que no sólo se pueden plasmar, sino que no pueden consumarse sino en ellos. En la obra de arte, los contenidos materiales: color, tierra, aire, forma, son absolutamente indispensables para plasmar la condición humana. El arte necesita de materia para plasmar lo vivo de la existencia y la naturaleza.

La orientación del clasicismo que trataba de aprehender menos lo ético e histórico que lo filológico y mítico. Goethe “en efecto no apuntaba su pensamiento a las ideas en devenir, sino a los contenidos formados, según los conservaban el idioma y la vida”.8 Herder y Schiller, primero; Goethe y Humboldt posteriormente acentuaron ese pensamiento. Se descarta lo ético e histórico en nombre de lo filológico y mítico”.9

                            Expresa Benjamín que,

“en Las afinidades electivas no se puede definir con mayor seguridad la fatalidad. Como aquella culpa que se hereda en la vida.10

Aquí aparece el problema moral de una obra de arte y “los hombres mismos se vieron forzados a atestiguar el poder de la naturaleza”. “Los personajes de una obra jamás pueden verse sometidos al enjuiciamiento moral”.11 Así que, “el juicio moral sólo es aplicable a los seres humanos”.12 “Lo que distingue a los hombres de los personajes de la novela es que los últimos están cautivos por entero del poder de la naturaleza”.13 En consecuencia, “lo que se impone no es juzgarlos moralmente, sino comprender moralmente que sucede”.14

                               Tengamos presente que:

La enseñanza de Goethe consiste en que el juicio moral sólo es factible en los hombres de carne y hueso; más no, en los personajes de ficción. De ellos depende comprender moralmente lo que sucede.

 

Siguiendo la traza de Las afinidades electivas dice Benjamín: “La educación sólo conserva su valor donde es libre de manifestarse”.15 Las personas educadas se encuentran prácticamente libres de superstición”.16 Por eso, las personas ineducadas son presa fácil de la superstición y el dogma. El carácter banal se deja arrastrar por la corriente de la vida cotidiana que como velo cubre la luz de la sana razón instrumento y medio de conocimiento. La superstición paraliza el pensamiento, la capacidad de juicio y de crítica. Ésta no posibilita comprender desde una perspectiva histórica, literaria, estética o filosófica, la concepción del mundo, del hombre y la realidad. Ella agita los corazones, nubla el pensamiento y el autoconocimiento humano. Como también induce al hombre a la caída y la muerte, en nombre del dogma y los elementos irracionales de la vida humana.

De ahí la lucha contra la superstición en la historia de la cultura y la civilización occidental, se convirtió en problema filosófico, histórico, metafísico y lingüístico. Así que, en los contenidos del pensamiento se entrelaza mito y religión, mito y filosofía. Aquí se revela la relación entre “el mito piadoso” y el “temor supersticioso”.

Relata George Steiner en La barbarie de la ignorancia que “el escritor Arthur Koestler, estaba convencido de que el cerebro consta de dos mitades: una pequeña parte ética y racional (todavía muy pequeña) y una enorme trastienda cerebral, bestial, animal, territorial, cargada de miedos, de irracionalidades, de instintos asesinos, y que harían falta millones de años para que la condición moral alcance nuestra condición, nuestras técnicas de agresión y de destrucción”. Sabemos que en el devenir de la historia humana ha prevalecido la trastienda bestial, animal, supersticiosa cargada de miedos ancestrales, que han conducido y conducen a la violencia, la guerra y la muerte del ser humano. La ética y la esfera racional sólo son una pequeña parte del poder de lo instintivo y oscuro que mora y predomina en el interior del ser humano.

En Las afinidades electivas Goethe dice: “Tanto más claramente habla del interior de la tierra la fuerza magnética. La naturaleza en ninguna parte está muerta ni muda; es más le ha otorgado al rígido cuerpo de la tierra un confidente, un metal en cuyas partículas deberíamos percibir lo que sucede en la masa entera”.17 El símbolo de lo telúrico y del agua interesan a Goethe. El símbolo del lago, por ejemplo, esconde “la metafísica de la naturaleza bajo la superficie muerta del espejo”. Así que, en lo antediluviano se esconde tal fuerza destructora en base muerta del espejo del lago. Y, esto es recurrente como figura del mito y del destino en la vida del ser humano.

De ahí que el problema del destino lo simboliza Goethe en Las afinidades electivas en el elemento del agua. En la literatura de Goethe se concatena lo antediluviano, lo elemental y mítico. Y el destino se configura en la calma elemental del lago, es decir, “en la calma enigmática que lo deja sucumbir directamente”. En este orden, “cuando se desdeña la bendición del fondo firme, quedan a merced de lo insondable, que aparece antediluviano, en las aguas inmóviles”.18 Desde los tiempos primitivos “los hombres mismos se han vistos forzados a atestiguar el poder de la naturaleza, pues en ninguna parte se han desprendido de él”.19

Dos sentencias que Goethe tiene presente en Las afinidades electivas:

 1. “Un acuerdo íntimamente espiritual entre los seres”.

2. “La armonía particular entre los estratos naturales más profundos”. En él predomina la segunda sentencia.

Así que, en Goethe la naturaleza posee una armonía interior entre todos los elementos que la componen. Y “los hombres se verán forzados a atestiguar el poder de la naturaleza”, dice Benjamín en referencia a Goethe. Asimismo, el hombre es el que da testimonio del poder telúrico, enigmático de la naturaleza. Pero ésta no limita, ni cautiva al ser humano como hace con los personajes de la novela. Ésta lo espolea para que trascienda libre y espontaneo, el límite. Por ser fronterizo el hombre trasciende sus limitaciones y a la naturaleza, con la capacidad de asombro, de imaginación, la experiencia, el pensamiento y el lenguaje. Baudelaire dijo que la imaginación era la ciencia por excelencia. De ahí el poema, la novela, el teatro, el cine, la música, constatan la libertad y lo impredecible del ser humano.

Benjamín piensa que a la naturaleza no le sobra ni le falta nada. Ella se basta a sí misma. Pero el hombre al transformarla y conocerla, insufla el espíritu de alteridad y de destrucción. Goethe en su teoría de los colores dice que la naturaleza “en ninguna parte está muerta ni muda; es más, le otorga al rígido cuerpo de la tierra un confidente, un metal en cuyas partículas deberíamos percibir lo que sucede en la masa entera”.20

Para Goethe, en el hombre la bendición del fondo firme, no funda a merced de lo insondable, que aparece ante diluviano, en las aguas inmóviles. Así reina la vida y no sucumbe ante el destino. El “destino demoniaco–espeluznante que se cierne en torno al lago del placer” y marca el camino. El agua del lago “la colma enigmática que lo deja sucumbir directamente”, se oscurece debajo del espejo. Esta imagen emblemática del mito del destino se opone a la del agua como “elemento caótico de la vida”. Esa, no es el emblema del mito del destino en la naturaleza de Goethe, sino “la armonía particular de los estratos más profundos”. Así que, los elementos telúricos son una armonía, sólo basta afinar el oído para escucharla.

Johann Herder percibe el Cosmos en el lenguaje. La armonía de las palabras son una sinfonía, sólo basta afinar el oído interior para escucharla. Existe entonces una relación interna entre las palabras y los elementos de la naturaleza. Benjamín llega a decir que entre el espíritu lingüístico de las cosas y el de los seres humanos, existen semejanzas. Ellos se comunican a sí mismos como lenguas. Pero lo que los diferencia es, que en el de los seres humanos existe la “voz”. Es decir, el logos (la palabra y el discurso). Porque cuando Dios crea al hombre le insufla: Vida, Espíritu y Lengua.

Dice Benjamín al respecto: “Nada vincula tanto al ser humano con el lenguaje que su nombre”.21 En el lenguaje, el ser humano se reconoce a sí mismo, y a la vez, se distingue. “Todos los nombres son aquí nombres de pila” […] En efecto, se le ha de considerar (a Eduard) como un hombre cuyo amor propio impide hacer abstracción de las sugerencias que parecen hallarse contenidas en su nombre y que sin duda con ello lo degrada. Aparte del suyo, en la narración se encuentran aún otros seis nombres. Eduard, Otto, Ottilie, Charlotte, Nanny y Luciane. Pero, de todos éstos, el primero es por así decir inauténtico. Fue escogido arbitrariamente en razón de su sonoridad. Al doble nombre se agrega además un presagio, pues son sus iniciales E y O las que determinan finalmente que uno de los vasos de la juventud del barón se concierta en la prenda de su felicidad de enamorado.22  

Hay que anotar que la novela está llena “de rasgos premonitorios y paralelos en ésta. Ya desde hace tiempo se la considera lo bastante apreciada en cuanto expresión evidente de su estilo”. Ahora bien, ¿qué contienen esos rasgos premonitorios? “Un simbolismo de muerte. <<que tiene que acabar en malas casas se ve desde el comienzo>>, dice Goethe con expresión extasiada”. Lo que resalta el autor es la ruina moral de sus personajes esenciales que recorre desde el comienzo toda la novela.

Así lo Expresa Benjamín: “También se nos informa de la importancia que otorgaba Goethe a <<lo rápida e irrefrenablemente que se había producido la catástrofe>>. “Toda la obra se halla entretejida, hasta en sus rasgos más ocultos, por ese simbolismo”. En consecuencia, la obra está impregnada sutilmente del halo de la catástrofe y la muerte. “todos ellos se asocian con el episodio de aquella copa de cristal que, destinada a estrellarse, es cogida al vuelo y conservada”. La construcción de la casa presagia la tumba y la muerte; existe una correspondencia entre el simbolismo de la tumba y de la muerte y la construcción del hogar.

En este orden de ideas y de imágenes, lo que deberíamos percibir es la armonía particular de los estratos más profundos como configuradores del destino humano; más no el movimiento caótico que manifiesta.  Según dice Goethe, el destino o el sino se opone a la libre elección. “Considerada desde el sino toda elección es “ciega” y conduce a ciega a la desgracia.23 Así, pues, en el seno del sino, el libre albedrio se anula. Por eso, el mito prevalece ante lo ético, lo moral e histórico. El personaje de la novela Ottilie vive según Goethe en la esfera de la caída en calidad de “víctima del sino”; y cae como víctima de expiación de los culpables. Ella representa simbólicamente resarcir al hombre y la humanidad de la trasgresión según el mito judeo-cristiano. 

Esta idea se puede contrastar con lo vivido por Judas Iscariote en los Evangelios. El sino de entregar a Cristo Jesús, y al tiempo como víctima de expiación de los culpables: la humanidad en general. Entrega su vida para liberar al hombre de la culpa del pecado original. Tal como hace Cristo por mandato divino. En esta simbología humana pero divina, observamos el mito de la víctima del sino divino; y al tiempo el de la expiación del culpable. Preguntamos, ¿qué hubiera sucedido sí Judas no hubiera entregado a Cristo? El mito del cristianismo no hubiera vivido el punto de inflexión fundamental. Judas es el medio del destino divino; y también el medio por el que el hombre expía su culpa. Visto desde el mito del destino, Judas no es un maldito, sino un “escogido”, el facilitador del mandato divino en la Historia.

En las literaturas míticas de las religiones de la humanidad, existe el mito del “médium”. Es el agente facilitador del cumplimiento de éste y, al tiempo, de la revelación divina en el sacrificio del ritual de la expiación. Esto confirma que el Profeta, el sacerdote, la persona individual, se convierten en escogidos de Dios para revelar la Palabra a los seres humanos. Sabemos que Cristo, Mahoma, Buda, son los escogidos, pero ellos portan en sí mismos, la esencia de lo divino en el ritual de la expiación en el sacrificio. Goethe habla en Las afinidades electivas del mito del “destino espeluznante que se cierne en torno al lago del deseo”.24 Antígona quebranta la ley de Creonte enterrando a su hermano, entonces la expiación de la culpa la paga con su propia vida.

Así que, en el mito del destino de la culpa y la expiación, inexorable se resalta el simbolismo de la muerte. Entregando la vida se cortan las ataduras de la Historia y de la existencia y se establece un dialogo con lo divino. Así el hombre alcanza esta dignidad para que lo demoníaco-espeluznante que mora en él, no prevalezca ante lo bueno, lo bello, la verdad y lo eterno. Que habita en todos y cada uno de nosotros. Es una lucha atroz entre la vida y la muerte, la luz y la oscuridad, las fuerzas demoniacas que moran en las profundidades del alma y la luz de las alturas celestes. Que atraviesan, circundan, interrogan, juzgan y trascienden, la frágil vida humana. Así que, en esta contradicción dialéctica se debate constantemente la vida humana. En este devenir la tragedia humana se transforma en divina, pero humana. En otras palabras, se convierte en problema filosófico, metafísico y religioso.

Sí el ser humano no está cautivo del poder de la naturaleza, como lo están enteramente los personajes de ficción, puede levantarse como el Ave de Minerva al anochecer y no sólo alcanzar el conocimiento, sino también la comunicación consigo mismo y con Dios. Por eso sus acciones se someten al juicio moral; y el ámbito donde se debate es el devenir de la historia y de la ética. De ahí que sobre sus hombros no sólo cae el peso de la historia y de la cultura, sino también del juicio de la sana razón. La filosofía moral expresa que el hombre es el único ser que responde por sus actos; “el juicio moral sólo es aplicable a los seres humanos”. De ahí que tienda por la reflexión del autoconocimiento humano, sondeando la condición que lo define como humano. Porque asumir la “zozobra” que embarga al hombre, en su libre y racional elección, es asumir el mundo y su realidad.   

En el mismo orden expresó Isaih Berlin en una entrevista que concedió Bryan Magee dice, que hay gente que se preocupa por saber por qué vive, cómo está viviendo y porqué debe hacerlo así y no de otra manera. Esta clase de argumentaciones son propias de la filosofía; “y estos son problemas de principio, que han preocupado profundamente, y por mucho tiempo, a los hombres; problemas por los que se han desatado guerras y revoluciones sangrientas”. Por eso “el hombre tiene que aceptar su responsabilidad personal” y hacer lo que considere correcto: su elección será racional si advierte conforme a que principios elige, y será libre si pudo haber elegido de otra manera. Tales opciones pueden ser muy angustiantes. Es más fácil obedecer órdenes, sin reflexionar”. Bueno bien, no es lo mismo elegir bajo el mandato del destino o de la divinidad, que hacerlo teniendo en cuenta los principios de la filosofía moral, por ejemplo.

Así que, “el “eterno retorno de lo igual”, tal como inflexiblemente se impone ante el sentido que en lo más íntimo difiere, es sin duda el signo del destino, ya que sea que se asemeje en la vida de muchos o que se repita en la de los individuos”.25 Desde el devenir histórico el sentido de la existencia se contrapone al “signo del destino”. Por eso, en Benjamín hay semejanza entre el “eterno retorno de lo mismo” y el “signo del destino”. Entonces, por así decir, el motivo de ser presa del destino pone la vida en manos de fuerzas inconmensurables. Que dan cuenta de la existencia y la muerte, de la oscuridad y de la vigilia. En las esferas del destino parece que los seres humanos cumplieran el mandato de los dioses que “encierran a las naturalezas vivas en un único contexto de culpa y expiación”.26

Es en el ámbito de la literatura desde el griego antiguo hasta la modernidad donde mejor se constata la lucha inexorable entre las fuerzas del destino y las de la realidad. Benjamín se refiere a los personajes de Las afinidades electivas de Goethe. Esta imagen de la existencia la despliega el autor a lo largo de la obra. El contexto físico medioambiental se compagina con la elección de los personajes. Como dice Benjamín en otro aparte de la obra: “La filosofía moral ha de mostrar estrictamente que la persona ficticia siempre es demasiado pobre o demasiado rica para someterse al juicio moral. Este sólo es aplicable a los seres humanos. Lo que distingue a los seres humanos de los personajes de la novela es que los últimos están cautivos por entero del poder de la naturaleza. Lo que se impone no es juzgarlos moralmente, sino comprender moralmente que sucede”.27

Uno de los problemas fundamentales en la historia de la cultura occidental es, el de la libertad. De ahí que la filosofía y la literatura lo hayan convertido en objeto de análisis, de crítica y de juicio de la existencia, del mundo y su realidad. Vemos que el sistema de la filosofía de Kant, lo controvierte y lo ubica en el centro de sus reflexiones. Esto lo constata “La Crítica de la Razón Pura”, “La Metafísica de las Costumbres”, “¿Qué es la Ilustración?”. En sus obras se percibe un dialogo profundo con la libertad; también con sus limitaciones, sus alcances, tanto en la vida pública o privada. O, en otros términos, en la esfera del conocimiento, de la historia, de la política, de la ética, de la moral o de la estética. En la historia de la cultura occidental se convierte en uno de los problemas de la existencia en general.

Así, comprendida la libertad en sus acepciones, el mito del “eterno retorno de lo mismo” que desemboca en el destino, coartan el devenir de la libertad. Ésta se prefigura en cada punto de la red que teje el destino de los seres humanos. Desde la Antigüedad griega, la libertad ocupa el centro del pensar y las deliberaciones de los que hacen parte de la Ciudad Estado. En la Edad Media la libertad está diluida en los ritos y el dogma cristiano.

 Posteriormente en los Ilustrados y la revolución francesa, la filosofía crítica de Kant, y la del Idealismo absoluto de Hegel le dan en el siglo XVIII y XIX un tratamiento especial. Hegel en la “Fenomenología del Espíritu” o, en la “Dialéctica del Amo y del Esclavo”, el concepto de libertad se considera casi un absoluto. En la “Fenomenología” su consecución y despliegue se identifican con la verdad y el conocimiento absoluto: Dios. En la filosofía de Kant, todo pensamiento crítico, creativo, tiene como fundamento la libertad de pensar. De otra parte, la literatura moderna la problematiza y se convierte en algo fundamental de la condición humana. Preguntamos, ¿qué sería de la poesía, la ciencia, la filosofía, la política, la economía, sin libertad? Sólo un agregado de principios dogmáticos y de normas que cumplir. Por eso, la liberta es la “piedra del ángulo” de la sociedad, de la política, de la economía, de la cultura y de la existencia del ser humano.

Recordemos que “sólo la verdad está cargada de esencia”. Así que, el destino “se despliega incontenible en la vida culpabilizada”. “El destino es el contexto de culpa de lo vivo”. El signo de la fatalidad “como aquella culpa que se hereda en la vida”. En la “Tragedia” el emblema de la fatalidad como el de la belleza pueden estar cargados de esencia. La esencia no connota sólo lo bueno, lo bello, lo normativo, sino también lo fatídico. En la naturaleza del ser humano ambigua y contradictoria, infinita e insondable, el ámbito donde arraiga lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, la esencia de la verdad se comprende bajo el prisma artístico, como de ser presa del destino.

“La culpa de la muerte” deberá recaer en quienes no han expiado mediante la auto abnegación su culpa por esa existencia interiormente carente de verdad”.28 “Pero aquí no se habla de culpa moral - ¿cómo podría contraerla el niño?, sino natural, en lo que los seres humanos no incurren por acción y decisión, sino por omisión y negligencia”.29 “Cuando, desatendiendo lo propiamente humano, se entregan al poder de la naturaleza, entonces la vida natural, que en el hombre ya no conserva su inocencia sino se vincula a una superior, lo arrastra hacia abajo. Con la desaparición de la vida sobrenatural en el hombre, su vida natural se convierte en culpa, sin que en el obrar falte a la moralidad”.30

El problema filosófico-teológico de la culpa y la expiación lo ubica Benjamín en el ámbito del destino. Es donde toda naturaleza destinada, manifiesta la culpa y la expiación. Y, cuando la vida se convierte en culpa, lo arrastra hacia las profundidades del dolor, del sufrimiento, del miedo, del castigo, la enfermedad y, la degradación de la carne y del espíritu. Así, la vida natural del ser humano que ha perdido su inocencia, sino se agarra a lo sobrenatural y divino, lo trascendente y metafísico, lo arrastra a la oscuridad donde reinan los demonios, la corrupción moral, ética y la muerte. Las religiones monoteístas omiten el destino y le dan prioridad a la culpa y la expiación. De hecho, la vida que envuelve el mito del destino no podrá escapar del sino de la culpa. Mientras que, en el judaísmo, el cristianismo o el islamismo, la culpa de la vida natural, del poder de la naturaleza, se trasciende cuando el hombre alcanza la luz de la divinidad: a Dios.

En este orden, la contradicción entre elección y destino, Goethe la observa como lucha que entabla la vida y toda elección que acontezca en el ámbito del destino; ya que éste es “ciego y conduce a ciegas a la desgracia”. El destino no deja liberar a la vida humana de la desdicha, del dolor o la muerte que ha conjurado sobre ella. Que en el hombre se manifiesta como culpa de la mera vida. Goethe muestra que cada acto, cada emoción, cada elección, del que cae en las garras del destino, atrae hacia sí la culpa y la expiación. La fuerza del destino es tan fuerte, que atrae hacia el hombre su desgracia.

El hombre “cuando desatiende lo propiamente humano”, se entrega a las fuerzas oscuras de la naturaleza. Ernst Jünger dice en el texto “La emboscadura”, “siempre subsiste una diferencia, como la que se da entre la luz y las tinieblas. En el primer caso, el de la luz, el camino va ascendiendo hacia reinos que están en las alturas, hacia la muerte en sacrificio o hacia el destino de quien sucumbe con las armas en la mano; en el segundo caso, el de las tinieblas, el camino desciende hacia los hondones de los campos de esclavos y los mataderos, donde unos hombres primitivos se asocian criminalmente con la técnica. En este último caso no hay destino, lo único que hay son números. O bien poseer un destino propio o bien tener el valor de un número: esa es la disyuntiva que hoy nos viene impuesta a todos y a cada uno de nosotros, impuesta ciertamente a la fuerza; pero el decidirse por lo uno y por lo otro es algo que cada cual ha de hacer por sí solo.3

 Ahora, “sí el destino es “ciego” y conduce a ciegas a la desgracia”, éste coarta la libertad.

“Estamos refiriéndonos a la persona libre –dice Jünger-, tal como fue creada por Dios. Ese hombre no representa una excepción, no es una minoría selecta. Antes, al contrario, se halla oculto en el interior de todos y cada uno de nosotros”.32 “Cuando el hombre atiende a lo específicamente humano, se vale de la libertad que le ha sido otorgada”. (Jünger), o de la libertad que se ha tejido en compañía de los otros. (Arendt). Y, con su espada flamígera en sus manos combate las ataduras del destino que le han impuesto los dioses o, el peso del devenir de la historia. Jünger cree que hay que prestarle ayuda al ser humano – “y se le ha de prestar con el pensamiento, con el conocimiento, con la amistad, con el amor”.

Sí el hombre cae en la sombría profundidad de la naturaleza, sí la vida natural prevalece sobre la sobrenatural -espiritual o divina-, la existencia se quebranta y lo irracional, instintivo y oscuro de la existencia, predomina sobre lo espiritual y divino. Entonces, el vínculo espiritual se diluye en las “cosas” materiales. Dice Benjamín al respecto: “Sí el hombre desciende hasta este nivel hasta la vida de las cosas aparentemente muertas cobra su poder”.

En el mundo moderno el predominio de la ciencia y la técnica, han cosificado la vida. Porque toda emoción, todo sentimiento, todo estatus, toda amistad, lo mide el dinero y el poder. Este devenir histórico de la existencia ha desencadenado el despilfarro de la materia y de la energía vital. Con razón ha señalado Gundolf, nos recuerda Benjamín, la importancia de lo cósico en lo que acontece. Este desmoronamiento de la estructura interior del hombre, saca a la luz antiguas potencias atávicas que antes permanecían dormidas y ahora se han despertado con sed de sangre y de muerte.

La lucha encarnizada entre la “elección” y el “destino” que acertadamente señala Goethe en Las afinidades electivas”, por la esencia que la constituye, se aplica a todo hombre. Y nos recuerda Benjamín, “se debe perseverar allí donde nos ha puesto más el sino que la elección. Aferrarse a un pueblo, a una ciudad, a un príncipe, a un amigo, a una mujer, a una esposa, referirlo todo a esto, hacerlo todo, renunciar a todo y sufrir por esto, eso es lo que se valora”.33 Además, las fuerzas del sino se arraigan en las entrañas del ser humano, por eso, absolutamente por eso, su poder es más profundo que el de la elección. Esta atiende en su mayor parte al llamado de lo racional y superficial, por eso se configura en las cosas del mundo. “Se debe perseverar allí donde nos ha puesto más el sino que la elección”.34

Por lo que acontece en la vida de las personas, de una comunidad, de un pueblo, de una nación, la elección se diluye en la naturaleza del poder del destino. Por tanto, la decisión y la elección de las personas se someten a las potencias del destino y los trasciende. La fuerza del destino desgarra la naturaleza del sentido y de la realidad. El sino, en su conducto, es concomitante con “el eterno retorno de lo mismo” y no con el sentido, ni la historia, ni la ética. Cuando éste se pone en marcha arrasa todo constructo humano; por eso, cobra valor la sentencia de Goethe: “Se debe preservar allí donde nos ha puesto el sino […] Eso es lo que se valora”. En fin, son las potencias irracionales que alimentan las fuerzas del destino, las que determinan la existencia, no la acción y la elección.

Recordemos nuevamente que, “en el sino se cumple por lo tanto el simbolismo de la muerte bajo la mítica forma originaria del sacrificio”. Para el cristianismo, “la mítica forma originaria del sacrificio” se cumple en el sino divino que contiene el simbolismo de la muerte del Hijo de Dios, Jesús de Nazaret: la crucifixión. Predestinado a ello está Ottilie y el Hijo del Hombre. Tanto en una como en el otro, se teje la red del destino de entregar la vida en sacrificio: aquí el telos del destino se cumple. Para el cristianismo significa que la vida natural, manchada por el pecado vuelve a recobrar la inocencia que la vincula a lo sobrenatural y divino. Y, esta restauración significa salvación y vida eterna. Para Ottilie, en cambio significa expiar la culpa del matrimonio mal habido. “Ella es la verdadera hija de la naturaleza, y al tiempo su víctima”. En efecto, “su propio poder interno ella ya no puede sino aplicarlo a aniquilarse a sí misma” –al decir de Wilhelm Solger.

En la historia de la cultura occidental la literatura nos muestra la repetición de lo mismo en el tiempo y el espacio diferente. Antígona es la heroína que espía su culpa con su muerte por trasgredir la ley; Ottilie es la heroína del mito originario del sacrificio; Jesús de Nazaret es el héroe del mito divino y, en el Gólgota expía la culpa natural de la humanidad. En el caso de Ottilie su muerte aparece como “acto de sacrificio” –al decir de Benjamín. En el de Jesucristo como acto de crucifixión. Por lo tanto, el mito originario de la crucifixión es el símbolo de la restauración de la inocencia perdida en la caída. Por eso se manifiesta como una nueva alianza de la mera vida para que el telos humano no sea solamente la sombría profundidad del Hades.

Tanto Ottilie y Jesús de Nazaret no sólo caen como “victimas del sino”, sino también como víctimas “para expiación de los culpables”. Por tanto, resarcir al culpable a través de la muerte, permite inexorablemente el cumplimiento del sino. Así que, en el mito del monoteísmo religioso, el desgarramiento de la carne y el derramamiento de la sangre, posibilitan limpiar de la culpa y la expiación. Por consiguiente, restaurar la antigua alianza con Dios y limpiar la mancha del pecado, son contenidos fundamentales del mito del sacrificio. “La expiación, en efecto, es desde siempre, en el sentido del mundo mítico, la muerte de los seres inocentes”.35

Por último, Antígona, Mahoma, Jesús de Nazaret y Ottilie, son inocentes. Pero la muerte se ensaña contra ellos, y por eso, justamente por eso, se cumple el mito. Lo fundamental en la novela Las afinidades Electivas de Goethe confirma la estructura del mito que es la misma para todos. Y, las transformaciones que cada cultura realiza son superficiales y no afectan el sentido que los define. Aquí el “mundo simbólico de la mitología” se corresponde con el mundo de la novela de Las afinidades electivas. De esta forma, no obstante, lo divino permanece en lo humano.

                                     Madrid-España a 02/11/2023

 

 

                                                                   Bibliografía

 

1.       Benjamín, Walter. “Las Afinidades Electivas” de Goethe. Obras. Libro I/vol. I. Abad Editores 2006 Madrid. pág. 128

2.       Ib. pág. 131

3.       Ib. pág. 131

4.       Ib. pág. 132

5.       Ib. pág. 125

6.       Ib. pág. 126

7.       Ib. pág. 126

8.       Ib. pág. 127

9.       Ib. pág. 127

10.   Ib. pág. 132

11.   Ib. pág. 132

12.   Ib. pág. 135

13.   Ib. pág. 135

14.   Ib. pág. 135

15.   Ib. pág. 132

16.   Ib. pág. 132

17.   Ib. Pág. 133

18.   Ib. pág. 134

19.   Ib. pág. 134

20.   Ib. pág. 133

21.   Ib. pág. 136

22.   Ib. pág. 137

23.   Ib. pág. 143

24.   Ib. pág. 143

25.   Ib. pág. 140

26.   Ib. pág. 140

27.   Ib. pág. 135

28.   Ib. pág. 141

29.   Ib. pág. 141

30.   Ib. pág. 141y 142

31.   Jünger, Ernst. La emboscadura. TusQuets Editores, Barcelona 2002. págs. 68 y 69

32.   Ib. pág. 70

33.   Benjamín. Ib. págs. 142 y 143

34.   Ib. pág. 142

35.   Ib. págs. 143 y 144

lunes, 16 de octubre de 2023

 

EL UMBRAL DE LAS IDEAS

Dedicado a la reflexión desde todas las perspectivas: la filosofía y la ética; la antropología y la sociología; el arte y la literatura; la física y la metafísica. Este espacio está creado para reflexionar y debatir.

viernes, 7 de agosto de 2015

EL JUDAÍSMO DE HERMANN COHEN: EL FORASTERO Y EL PRÓJIMO EN LA RELIGIÓN DE LA RAZÓN.

 

<<A todos los seres humanos que por el sólo hecho de ser diferentes, sufren persecución política, racial, moral, religiosa o cultural>>.

                                         

                                               

                                        A modo de prefacio

                                                       I

 

  

 

Antonio Rafael Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 

Hermann Cohen pensador y filósofo alemán de origen judío. Fundador de la Escuela Neo-kantiana de Marburgo. Al lado de Heinrich Rickert y con frecuencia a través de Ernst Cassirer, encarnan el momento neo-kantiano de un procedimiento crítico extendido a los dominios del hombre y la sociedad. Así establecen la posibilidad de una re-apropiación del legado de Kant, a partir de la primera de las preguntas de su sistema: “¿qué puedo saber?”. Pero es en su obra, La religión de la razón desde las fuentes del judaísmo, donde establece la unidad de su sistema con el kantiano: “qué debo hacer” y “qué me está permitido esperar”.1 Lo que le interesa a Cohen, “es asegurar el paso del hombre universal abstracto a la persona reconocida a través de su sufrimiento, es decir, la religión completa a la ética”.2 

“Heredero de la ilustración judía inaugurada por Mendelsshon, Hermann Cohen les recordaba a los estudiantes que partían para combatir en el invierno de 1914 el ideal profético de una humanidad orientada a la paz eterna. Símbolo del judaísmo liberal, oponía a los ideales nacientes del sionismo la idea de Israel presente entre las naciones y que testimonia para ellas el porvenir mesiánico del hombre”.3 Este simbolismo fue criticado por Gershom Scholem, que considera su obra, una “metafísica de la asimilación”. El entrecruzamiento judeo-alemán configura para Scholem una “inquietante y trágica ilusión”. Confirma que el ideal de Cohen voló por los aires como una costra seca, cuando el nacionalsocialismo de Hitler instaura políticas de persecución, exterminio, barbarie y muerte, a todo lo que tenga rostro judío.

Además, ¿quién hubiera profetizado la catástrofe venidera, el destino que les estaba reservado a los judíos de Alemania y de otros lugares?4 Cohen creía que “el espíritu del judaísmo y las formas alemanas de la razón dan cumplimiento a la herencia de los griegos”. Para Cohen la pluralidad de correlaciones del hombre con sus semejantes, sirven como conductos para la correlación de Dios y el hombre. Sitúa el sufrimiento del hombre concreto de carne y hueso, en el centro de la reflexión ético-religiosa. Sí la ética formal kantiana no responde en su totalidad a las apetencias y requerimientos humanos, la religión sale al encuentro de la ética. “Desde un punto de vista de la filosofía de la historia, en la medida que tiene su base en la Ética, Dios es el redentor de la humanidad” - afirma Cohen.

Recordemos que la obra de Cohen contiene una idea fundamental: “la idea monoteísta del prójimo: con-sanguíneo, vecino, compatriota, pobre, huérfano, forastero, inmigrante, extranjero, enemigo, singularidad, pluralidad, universalidad, humanidad”.5 Esto encarna el ideal mesiánico de historia universal, porque contiene una dimensión lógica, ética, estética y religiosa. Como dice Andrés Azcona en el prólogo de El Prójimo: “idear es poner un fundamento, proponer una tarea, crear una forma, ejercer una función. La idea media conocimiento, tiene eficiencia, construye comunidad, constituye al ser humano en cuanto ser humano. El ser humano se constituye al generar ideas, al compartirlas, al realizarlas. Al producir cultura, al enriquecerla, al purificarla y heredarla”.6

Así que, por la educación, la globalización de las culturas y de las civilizaciones, los valores compartidos, la internacionalización de los conflictos humanos, los pueblos y naciones del mundo, han cobrado consciencia de sí mismos en cuanto a humanidad. En cuanto a los ojos del Dios Uno, el Señor, no existe racismo, xenofobia, discriminación, distinción y jerarquía, por la raza, la lengua, las técnicas, sino que el hombre es todos los hombres y, estos la humanidad misma. En este tiempo donde prevalece la hibrys del progreso, predominan sobre el espíritu y los valores humanos, el dinero y el materialismo. Además, nos duele en lo hondo de nuestro corazón que se persiga, se torture, se secuestre, a un ser humano. Que millones de seres humanos pasen hambre, y se inflija sobre ellos la trata de seres humanos, que un niño no tenga comida, salud, educación, y las familias no tengan donde vivir, y se violen los derechos y las libertades del ser humano. Somos parte de un proceso histórico-político, donde se está dañando no sólo la condición humana, sino también el espíritu del hombre. De ahí la crisis ética, estética y cultural del ser humano. Por eso al descubrir que el Otro, no es un no-Yo, sino el Yo, un hombre de carne y hueso, el ser humano se observa como en espejo, y así se revela nuestra identidad, nuestro Ser en sí y para sí, adquiriendo la jerarquía de persona. Así pues, Cohen en sintonía con Jesús de Nazaret, tal como está escrito en el Sermón de la Montaña, nos invita no sólo a amar al prójimo, sino también “amar a nuestros enemigos”.

 

 

                                                   II

 

 

 Es digno de creer que el Dios Uno, Creó al hombre y, de esta creación nació la humanidad misma. Así, Cohen quiere dejar claro que el amor al prójimo no es algo particular, nacional, de Israel. Sino que el amor al prójimo es un concepto universal valido para todos los hombres, los pueblos y naciones del mundo. En el Antiguo Testamento, Rea significa el otro, y ciertamente éste es a veces también el compatriota. Esto no podría ser de otra forma, ya que la Biblia no es sólo un libro religioso sino también una obra histórica nacional y, finalmente, también un libro de normas jurídicas y de doctrina del Estado.7 

De ahí que en su réplica al Prof. Rudolf Kittel, exegeta del Antiguo Testamento, en relación a sus opiniones sobre Judenfeindschaft oder Gotteslästerung, […], expresa que en la antigua Biblia está destinado al fracaso el análisis filológico, sino se pone en primera instancia el amor al hombre. Y expresa Cohen: “Sólo entonces se podrá comprender también lo que significa el forastero y el modo en que este concepto sirve de mediación para descubrir al ser humano como aquel al que se ha de amar. Y lo reafirma con el viejo Michaelis en su Derecho mosaico (1793): “Moisés manda, como puede hacerlo todo legislador, amar a los forasteros, y todos los subsume bajo el nombre del prójimo al que uno debe amar como a sí mismo”. En “subsumir” se puede barruntar la idea metódica según la cual la legislación jurídico-política relativa al forastero sirve de medio para descubrir el concepto ético por excelencia: el concepto de prójimo.8

De ahí que Cohen exprese, “todas las leyes de excepción que se pueden referir al extranjero sólo conciernen, en primer lugar, a la erradicación de la idolatría y, luego, a las relaciones jurídicas rituales, como cobrar y pagar intereses, exigir el pago de las deudas; una crítica objetiva no puede confundir todas estas leyes de excepción con el mandamiento fundamental del amor al ser humano. Este es el pensamiento fundamental del monoteísmo, tal cual llega a su perfección en el mesianismo de los profetas”. 9 (1Reyes 8, 41, Salmo 15). ¿Quién alcanzará la altura ética, el lugar donde mora Yahavé-Dios? “Quien no hace mal a su rea”. En su réplica a Kittel, permanece firme en la exhortación: “Descubrid y aprended, por fin, que es un deber amar al ser humano simple y llanamente. Porque donde se permiten grados, no se puede evitar que haya niveles y grados y relativismo y, finalmente, atenuantes y reducciones en el amor al ser humano”.10  

En el Targum de Jonatán ben uziel, rea, significa compañero, y añade: “No le hagas lo que te es odioso”. (Lv 19, 33). “En semejante inocencia original de sentimiento habla una inocente religión original”. Y concluye esta idea Cohen con la exaltación al amor al prójimo como fuente de amor a todos los seres humanos. “El forastero es la causa de que haya surgido el mandamiento del amor. El ser humano fue descubierto en el forastero. El motivo primordial del amor es el amor al forastero”.11 Dice algo verídico para los pueblos del mundo moderno, son las contradicciones, los antagonismos que se dan en la historia geopolítica universal: “¡Qué florecimiento y que legitimidad habría ganado la cultura política, la cultura histórica, si el conciso mandamiento de amar al forastero se hubiera constituido en la ley fundamental de la religión, en lugar de convertir el amor al prójimo en un eslogan superficial! Nuestra política actual no haría escarnio de la religión de una manera tan hipócrita, si en el lenguaje de una política decente fueran inconcebibles las expresiones “elementos extraños al pueblo” o, incluso, “cuerpos extraños”. Por consiguiente, la ley fundamental de la moralidad, y probablemente de la religión, es el amor a todo lo que tenga rostro humano”.12

Así, la problemática política se ha convertido en tribulación y, así lo esperamos confiadamente, también en la renovación de la historia universal. Pero el enemigo, incluso en la guerra, debe ser respetado como prójimo. Sobre esta figura jurídica descansa el derecho de gentes, que por cierto tampoco fue concebido sólo para los tiempos de guerra.13 “Pero, si la sensibilidad estética no es capaz de proteger suficientemente contra la inhumanidad, entonces debe hacerlo la religión: amarás a tu prójimo como a ti mismo”.14 Así pues, la sensibilidad estética y la religión sobre el fundamento ético, en que se basan, se convierten en crítica de la cultura política y la cultura histórica. Por eso, cuando una es incapaz de proteger al individuo de la inhumanidad de la barbarie y la muerte, recurre a la otra para denunciar la violación no sólo del derecho de gentes, en caso de guerra, sino también los derechos fundamentales del ser humano. Pero, ante todo, basándose en la dimensión moral del ser humano, denunciar la violación de la dignidad del hombre.

Además, en el Talmud se reglamenta la vida individual y comunitaria del extranjero, desde un ámbito jurídico, político y religioso en la vida social de la comunidad judía. Así lo concibe Cohen en El amor al prójimo en el Talmud (1888): “No se exige la fe en el Dios de los judíos. Ni siquiera está permitido imponerle esta fe a un esclavo. Quien tiene hijos cuando se convierte al judaísmo, no tiene derecho de convertir al judaísmo a sus hijos menores de edad: mientras no alcancen la mayoría de edad y puedan decidir por sí mismos, no dejan de ser noájidas (Tratado Ketubot 11ª.).

Aunque el extranjero (noájada), no sea un creyente, en Yahavé-Dios, se considera ciudadano. El extranjero es considerado un ser moral. Para él, la legislación descansa sobre los pilares de una “correlación teocrática fundamental, sobre la idea de separación entre el Estado y la fe”. “Tal es la razón por la que esta institución constituye a todas luces un factum singular en la historia de la política religiosa: la última razón que explica semejante hecho se encuentra en la fuerza de la idea fundamental del monoteísmo: “Moisés manda, en la medida en que un legislador puede hacerlo, amar a los forasteros, y a todos ellos los abarca explícitamente bajo el nombre de prójimo al que se ha de amar como a sí mismo”.15 

Este fenómeno no se da en la Antigua Grecia. Según Ezequiel 47, 21 – 23, los forasteros tienen derecho a gozar del reparto de la tierra de las nuevas fronteras. Tienen derecho a adquirir esclavos y esclavas. Tienen los mismos derechos que los nativos.16 El Dt 27, 19 dice: “Maldito quien fuerza el derecho del forastero, el huérfano y la viuda”. Son designados en el Talmud como “los justos de las naciones del mundo”, como “los piadosos de las naciones del mundo”. Por ser piadosos y justos, adquieren el derecho de la “vida eterna”.

Respondiendo la pregunta hecha por el Real Tribunal Regional (de Marburgo), Cohen establece que “La Ley de Moisés” es válida no “sólo para las relaciones de un judío a otro”, sino, con la misma exactitud y precisión, también para todas las relaciones morales y jurídicas del judío con el goy noájida.17

En cuanto al sectarismo religioso el Talmud es claro, enfático y preciso: “El Talmud rechaza a los sectarios con todo el fanatismo de que es capaz la fe positiva. Las presiones políticas del exterior y las persecuciones religiosas en el seno de su propio campo son suficiente explicación de esta reacción común a toda la humanidad: combatir todas las tendencias centrífugas”.18 Así, el Talmud no se terminó de escribir hasta el año 500, cuando el cristianismo ya se ha establecido como religión de Estado. El principio del Talmud: “El derecho del Estado es Derecho”, tiene fuerza de ley. Este principio es válido para los Estados persa y romano, que no reconocían “la creación del mundo ni la doctrina de Moisés”. Sino que eran Estados idolatras. Se trata de la defensa que hace Cohen ante el Real Tribunal Regional de Marburgo de los judíos. Se adelanta más de medio siglo a lo que luego acaeció: el Holocausto.

En consecuencia, el odio, la envidia, la calumnia, la persecución, no sólo vendrá del pueblo alemán llano, sino que es alentada por los espíritus lúcidos del momento. Filósofos, poetas, escritores, teólogos, científicos, músicos, ensayistas, periodistas, etc. Ya Cohen en 1888 dice enfáticamente: “Además de las declaraciones, envenenadas por el odio, que excluyen al idolatra del amor debido al ser humano, hay muchas otras sentencias que ponen al idolatra en el mismo nivel que el israelita cuando este no se puede valer más que de haber nacido judío”. Ya en esa época se aupaba contra los judíos, la razón de ser de su existencia, ser judío. “También ha de notarse que en los juicios más duros contra la idolatría se mencionan judíos, no precisamente infieles o sectarios, sino moralmente malos, como tahúres, usureros, cuatreros que mueven los mojones que marcan el lugar donde se puede llevar el ganado a pastar”.19

Por eso lanzar juicios morales contra un hombre o una mujer o una comunidad o una nación, por el simple hecho de ser diferente. Constituye una violación a la dignidad humana. Porque alienta las persecuciones políticas y religiosas dentro de una nación, lo cual constituye una violación de las libertades y los derechos de los ciudadanos. También un ataque frontal contra la consciencia religiosa y la vida de las personas. De ahí que el idolatra que excluye el Talmud, se refiere sólo al que comete asesinato, roba o práctica la sodomía. Estos principios que abarcan el orden jurídico-político y, moral del ser humano, ya están instituidos en el Antiguo Testamento, la Ley mosaica, el Decálogo, los usos y costumbres del pueblo judío.

Para los exegetas de la Palabra, sólo se comete idolatría cuando se niega al Dios Uno, al creador del cielo y de la tierra. El Talmud designa al idolatra como alguien que odia a Dios. Pero desde un punto de vista moral y jurídico, el castigo no se carga sobre los hombros de los hijos. Sólo dice el Antiguo Testamento: “si me odian”. Es un punto de inflexión donde se entrecruza el derecho, la moral y el credo de la iglesia. Además, prohíbe el Talmud, robarse las ideas del otro: “Está prohibido robarse las ideas de las criaturas, incluso las de un idolatra”. (Jullin, folio 94 a; Baba Metsia, folio 58 b), “plagio de ideas” o “engaño verbal” -dice Cohen- son expresiones agravantes por las cuales se prohíbe decir mentiras piadosas, ni siquiera al idolatra.

Visto el Talmud con los cristales de la modernidad, el engaño verbal, la demagogia política, el engaño a la buena fe del otro, son expresiones agravantes que tocan la ética y, la moralidad de los dirigentes políticos y empresariales. Por eso, el sentido de la historia universal mesiánica trata de redimir a la humanidad de los antagonismos y las contradicciones de la historia geopolítica universal. De esa forma, la filosofía de la historia descansa en los brazos de la ética y, ha de proporcionar el fundamento de que Dios es, el redentor de la humanidad. “El redentor de Israel ha llegado a ser el redentor de la humanidad gracias al ideal mesiánico”.

Hermann Cohen siguiendo las investigaciones de José Albo y éste de Jasdai(1412), equipara el amor y la unidad en su libro sobre los fundamentos de la fe (ikkarim) valiéndose de ese juego de azar que es el simbolismo de los números. Y Cohen dice que las dos palabras hebreas para decir amor y único (…) tienen el mismo valor numérico: 13. Y se pregunta, ¿responde este valor numérico a los trece atributos? ¿o se formaron de acuerdo a las trece reglas hermenéuticas de Rabí Ismael? Sea de ello lo que fuere, el amor es su quintaesencia, su unidad.20 Así pues, los trece atributos de Dios están contenidos en las segundas tablas de la Ley (Ex 34, 6-7) :“El Señor, el Señor, el Dios compasivo y clemente, misericordioso y fiel, que conserva la misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados, y no deja nada impune>>. Por tanto, lo importante es que los trece atributos han sido recopilados en el concepto de amor, uno sólo bajo trece nombres distintos. La sabiduría de Dios le ha cedido el puesto al amor.21

El amor de Dios se entrelaza a las palabras expresadas en el Talmud: <<El Señor pasó ante él proclamando (Ex 34, 6). Los atributos del Santo, Bendito sea tu Nombre –nos recuerda Rabí Yojana- se muestra bajo el velo de mensajero de la comunidad y se muestra a Moisés el orden de la oración”. Pero lo que quiere resaltar el Rabí Yojana es, el perdón y la misericordia del Señor, ante los israelitas. “Mientras Israel peque, los israelitas procederán ante mí siguiendo este orden, y yo los perdonaré. Yo soy el Eterno, yo soy el Eterno, aun antes de que el ser humano peque, y lo siga siendo, aun después de que el ser humano haya pecado y hecho penitencia”.22 El amor de Dios carga sobre sí el pecado, aun antes de que el hombre lo cometa, “el amor quiere ser corresponsable en el pecado”. El amor de Dios se practica con los buenos y los malos, ya está establecido en el Antiguo Testamento y el Talmud. Por eso el Talmud instituye esta revelación como atributos divinos, y, por consiguiente, revelación de la esencia de Dios. “De esa manera los trece atributos cómo la exegesis de los diez mandamientos. Y como los atributos determinan la esencia de Dios en la moralidad, así también la moralidad se convierte en la quinta esencia de los diez mandamientos”. En fin, lo que se quiere decir es, que los trece atributos “sólo significan amor, y amor puro”.23

Como expresa Cohen: “Todos ellos no son sino variaciones del único motivo que es el amor: el amor es también el apetito, el instinto natural, innato, propiamente humano. Conduce a los seres humanos a formar una familia. De la horda, el amor hace la gens y el pueblo. Arranca de raíz el aislamiento que impide la moralidad. Crea y nutre a la comunidad humana”.24 “Y no sólo es la condición natural de la familia y del Estado, sino también de esas comunidades relativas que se tejen en el seno de esas redes coherentes que son la familia y el pueblo. El amor busca y descubre al amigo y cultiva la amistad”.25 Así “el apetito amoroso se vuelve inmediatamente alma y espíritu. El placer sensual mismo se vuelve espiritual. El trato y la conversación se vuelven necesidad ideal”.26 En Cohen reconocer la energía del sentimiento, posibilita la igualdad de todos los seres humanos. Así pues, el amor en su dimensión moral, despierta el sentimiento hacia el otro, y la moralidad del sentimiento posibilita la igualdad de todos los seres humanos.

Si el amor es el hontanar de la familia, del pueblo y del Estado, posee también su dimensión estética en la amistad. “El proceso de espiritualización, sin embargo, progresa en y por ella”. Aquí toma altura y fundamento la correlación entre lo que expresa Cohen y Joseph Brodsky, en su obra Del dolor y la razón: “En general toda nueva realidad estética hace más definida la realidad ética del hombre. Pues la estética es la madre de la ética. Las categorías de “bueno” y de “malo” son, ante todo, categorías estéticas, previas, al menos etimológicamente, a las de “bien” y “mal”. El hecho de que en ética no “todo esté permitido” se debe precisamente que en estética no “todo está permitido”, pues su gama de colores es limitada”. Además, el arte enseña que la vida, más que una lección moral es, una elección estética.

“Así se puede comprender lo que de otra manera nos dejaría perplejos: que en el alba de nuestros documentos sagrados el amor llegó a ser el concepto fundamental de la religión y el omnicomprensivo atributo de Dios”.27 Lo sublime de estas palabras de Cohen, tienen como colofón que en el amor de Dios. El amor se vuelve amistad. O, en otras palabras, que el atributo de los atributos, “el amor, el amor puro”, es una actitud estética. Por eso, se instituye como fuente de la dimensión ética y moral del ser humano. “El amor es ante todo el amor materno; el derecho materno al amor. La protección de la que el hombre noble no deja de estar necesitado: el consuelo”: “Cómo a un niño a quien su madre consuela, así los consolaré yo”.28 (Is 66, 13).

Correlativamente del amor a la madre –dice Cohen- se transfiere el amor al padre. Y al cuidado y manutención se agrega la educación. “Cómo un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles”. (Sal 103, 13). En consecuencia, “al concebirse el concepto de Dios como padre, se funda también el concepto de hijo como a sí mismo el de familia. El padre es el padre de familia. Por consiguiente, los seres humanos no son sólo sus hijos, sino también hermanos entre sí. El amor de Dios como padre produce el concepto de igualdad de todos los seres humanos”.29 Ante el padre todos los hijos son iguales y, así todos los seres humanos son hermanos. Así el concepto de padre, lleva al concepto de comunidad e igualdad. La comunidad protege como el padre a sus hijos. Por eso, es un deber moral proteger a los que moran en ella.

De ahí que el amor de Dios al hombre aparece también en relación esponsal: “Te desposaré conmigo para siempre. Te desposaré conmigo en justicia y derecho, en amor y misericordia. Te desposaré conmigo en fidelidad”. (Os 2, 21 s). Y en Jr 2, 2, podemos leer: “Recuerdo tu amor de joven, tu amor de novia, cuando me seguías por el desierto, por tierra yerma”. Aquí se entrelaza el deseo, el anhelo tierno y ardiente entre Dios e Israel. “Dios siente gratitud por el regalo del amor. La imagen estética promueve la idea ética”. Dijo Thomas Mann, en La Montaña Mágica: “El hombre es divino en la medida que es sensible. Es la sensibilidad de Dios. Dios le ha creado para sentir a través de él. El hombre no es más que el órgano mediante el cual Dios realiza sus bodas con la vida despierta y embriagada. Si el hombre falta a la sensibilidad, falta a Dios, es la derrota de la fuerza viril de Dios, constituye una catástrofe cósmica, un terror inimaginable”. Estas imágenes estructuran y expresan la posibilidad de amar al prójimo. El hombre es la lengua de Dios, hecha carne en la tierra. Así pues, la fuente de posibilidad de la existencia y del amor al otro, está en Yahvé-Dios. Desde la filosofía mesiánica, el Dios Uno, es, la posibilidad de la posibilidad.

Sabemos tal como lo fundamenta el filósofo de Marburgo, que todos estos conceptos tienen su consistencia en el concepto de Dios, en el de monoteísmo. Dios es el Único Dios. Sin el Dios Único la religión no es más que mitología. La mitología es sólo religión natural. El monoteísmo sólo funda la religión histórica.30 Por eso la lucha contra Dios y la religión del Antiguo Testamento, no es sólo una lucha de la filosofía de la religión, la ciencia bíblica, la teología, y del fanatismo religioso. Sino que en ella están en juego los principios fundamentales de la filosofía de la historia, cuya condición de posibilidad es el Dios Único.31

De ahí que toda forma de fascismo antijudío, xenofobia y racismo, según el Antiguo Testamento, el Talmut y la Mishná, es un atentado contra la esencia del Dios Uno. Esto representa al Ángel de la historia, perseguido por la tormenta del progreso, el fascismo y la politización del arte. Somos parte de una cultura política y de una cultura histórica, que atenta contra la dignidad y el espíritu del hombre. Somos parte de un Sistema donde el amor, el respeto, la dignidad, la solidaridad, se sustituyen por el dolor, el odio, el miedo, el sufrimiento y la muerte. Cohen escribió El Prójimo, siguiendo los principios de la filosofía y la teología para expresar que la relación con Dios, pasa inexorablemente por la correlación entre el hombre y el hombre. Pero en el fondo de esas redes correlativas se sitúa cual hontanar la ética, en la medida que Dios es el redentor de la humanidad.

Piensa Cohen que desde la Antigüedad el conocedor de hombres estableció preceptos y principios, que reconocen y expresan que el prójimo se constituye como tal, cuando se reconocen y respetan los derechos y las libertades del noajidas, del extranjero. Además, que en el prójimo se configura el rostro del ser humano como hombre de carne y hueso. De ahí que el libro religioso, instituye norma jurídica y doctrina de Estado.

Quizá Cohen quiso responder en sus obras El Prójimo y La religión de la razón desde las fuentes del judaísmo, lo que se venía planteando desde mediados del siglo XIX en Alemania, el problema de la asimilación. El judío puede ser ciudadano, pero a expensas de abandonar sus raíces. Pero el mundo al que tienen que asimilarse el de la modernidad, es hostil a sus raíces, su memoria y al espíritu del judaísmo. Ese mundo se derrumba como un castillo de naipes. Como dice Reyes Mate: “Hegel, Nietzsche y posteriormente Heidegger, lo convierten en un solar. El judío con su experiencia de exilios y persecuciones, no puede instalarse en lo que hay, como pide Hegel; ni puede aceptar que el bien y el mal sea cosa de gustos, como predica Nietzsche; ni puede seguir a un Heidegger que desconoce el humanismo en nombre de oscuras llamadas del ser”.

Cohen creía en la asimilación sin abandonar las fuentes del judaísmo. Pensó su tiempo sobre dos pilares fundamentales, la ética Kantiana y las fuentes del espíritu judío. Pero no vislumbró la tragedia que se venía encima sobre todo lo que tuviera rostro judío: Auschwitz, Treblinka, etc. Era un filósofo de la razón y de razones, que utilizaba sus pensamientos y acciones, para defender el espíritu del judaísmo en Alemania. No podemos negar que La religión de la razón, quiere dar cuenta no sólo de la esfera ética y religiosa del ser humano. Sino que responde a las preguntas sobre la “santidad y las leyes de la hospitalidad”, contenidas en la Tradición, la Ley oral y la Ley escrita del pueblo hebreo, fuentes del derecho natural moderno. Cohen –dice Pierre Bouretz- sabe que “la filosofía moral y religiosa de Kant se cruza con una idea proveniente de la tradición judía”.32 Pero descubre más allá de la constitución del sujeto en referencia a la ley moral, su relación con el prójimo. Un ámbito donde la moralidad deja de verse como “autonomía abstracta para realizarse como relación intersubjetiva”. De esta depende no sólo el ámbito de la moralidad “sustantiva” de Cohen, sino también la relación con Dios.

Así, las esferas de la moralidad humana dejan de verse sólo como esqueleto abstracto para fundamentarse en la relación del hombre y el hombre. La moralidad se convierte para Cohen en la bisagra que une las dos alas de la puerta: la relación entre el hombre y el prójimo, y la relación del hombre con Dios. Por tanto, el punto de inflexión llevado a cabo por Cohen en el terreno de la filosofía, se fundamenta en las fuentes del judaísmo. No es la esfera de la autonomía abstracta la que determina la moralidad humana, sino la relación intersubjetiva. Cohen -dice Bouretz- la ve desplegarse en el interior de una responsabilidad hacia el prójimo que se confirma a través de dos conceptos expresados en el Deuteronomio: el pobre y el extranjero. Cohen entonces se propone – expresa Bouretz-: “la voluntad de liberar la Ley del paradigma de una heteronomía injuriosa; el anhelo de demostrar que la relación ética que une a uno mismo con el prójimo en el dominio de la intersubjetividad produce un vínculo entre el hombre y Dios susceptible de ser conocido en el orden religioso”.33

Así sus alumnos Gershom Scholem, Walter Benjamín y Franz Rosenzweig, concatenan sus reflexiones colocando el mesianismo en el centro de sus pensamientos. Pero su heterogeneidad no es causa para no “pensar su tiempo desde la tradición judía. Su tiempo, del que se ha apoderado el positivismo, es el de un desencanto sin esperanza”. Por eso, el poeta, el músico, el escultor, el filósofo, son especialistas en sentir, oír y conocer, el futuro. De esos escombros materiales y humanos que Cohen no vio y que han quedado a la vera del camino. Ellos no son visionarios, ni augures, sino “abogados de cusas perdidas, de sueños incumplidos o esperanzas insatisfechas”. Se trata de refundar la razón, la razón en la que creía Cohen, para que trascienda los límites donde se ha recluido. Saben que a la razón también pertenecen la memoria y el recuerdo, y tienen como obligación hacerse cargo de las preguntas de los vencidos. El pensador, el historiador o el filósofo, trascendiendo las particularidades y los nacionalismos trasnochados, quien quiera remover los escombros del pasado y remitirse al futuro, dice Reyes Mate, “ha de dar testimonio del pasado y escuchar algo que ocurría, aunque fuera impensable. No se trata sólo de enriquecer el alcance racional de la razón, como antes, sino de re-pensar todas las categorías de la razón a la luz de ese impensado que tuvo lugar”.

Asimismo, el amor al prójimo, los derechos del inmigrante, a las minorías étnicas, lingüísticas y culturales, son la piedra de toque para la defensa de los pobres, los desempleados, los perseguidos, los refugiados y excluidos del mundo, bajo la luz de las exigencias de justicia universal propias del mesianismo. Se trata de develar un tipo de pensamiento que ha sido ocultado por los Sistemas de pensar y la barbarie que vivió el hombre en el siglo XX. Porque tienen mucho que decir y que contar. Como dice Reyes Mate elocuentemente: “La diferencia está en que hay pensamientos que responden a preguntas verdaderas, y otros, que las ocultan”. Por eso en la actualidad de tiempos confusos, oscuros, es el lugar donde prima la mediocridad, lo fugaz y pasajero, la Cultura del artificio. El pensador ha de estar alerta, ojo visor, contra el fascismo antijudío, la xenofobia y el racismo, de cualquier ser humano. Porque el pensador se convierte en luz de la verdad, indiferente a la raza, la lengua, la religión, la cultura, de donde provenga. Ese es el testimonio que ha de dar todo aquel que tiene un compromiso ético, estético, moral, histórico, filosófico, con la realidad del momento actual.

 

                                                   

 

                                                                  Bibliografía

 

 

 

1. Bouretz, Pierre. Testigos del futuro. Filosofía y mesianismo. Editorial Trotta, S.A. Madrid. pág. 23.

2. Ib. pág. 23.

3. Ib. págs. 23-24.

4. Cohen, Hermann. El Prójimo. Anthropos Editorial, 2004. Barcelona. pág. 24.

5. Ib. pág. 10.

6. Ib. pág. 11.

7. Ib. pág. 20.

8. Ib. pág. 20.

9. Ib. pág. 21.

10. Ib. pág. 22.

11. Ib. pág. 23.

12. Ib. p. 24.

13. Ib. p. 24.

14. Ib. pág. 24.

15. Ib. pág. 46.

16. Ib. pág. 46.

17. Ib. pág. 48.

18. Ib. pág. 49.

19. Ib. pág. 51.

20. Ib. pág. 55.

21. Ib. pág. 55.

22. Ib. pág. 56.

23. Ib. pág. 57.

24. Ib. pág. 56.

25. Ib. pág. 56.

26. Ib. pág. 56.

27. Ib. pág. 58.

28. Ib. pág. 58.

29. Ib. pág. 58.

30. Ib. pág. 2.

31. Ib. pág. 2.

32. Ib. pág. 43.

33. Ib. pág. 44.