martes, 23 de marzo de 2021

DISCURSO SOBRE LA CULTURA

 

                             

 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Ensayista.

 

Al llegar a este punto, podemos darnos cuenta que sí la cultura se pone al servicio del poder, se degrada o se envilece y, lo que eleva, lo que aumenta la sensación de energía, de fuerza y dominio creador, es en verdad la verdad de la vida y del mundo. Las mentiras del poder que se valen de la cultura y de las obras de arte, no estimulan la capacidad creadora, sino que esterilizan la cualidad de ésta. Cuando la política y el ejercicio del poder se apoderan de la cultura y las obras de arte, y al hacerlo los engulle, los digiere, basta para convertirlos en <valor>, en bienes de consumo, de poder y de dominio. El legado de la cultura en la sociedad de masas tiene como meta convertirla en entretenimiento y consumo. Porque todo lo que toca el consumo lo destruye.

Así, en el siglo XX la cultura y el genio creador, se ponen muchas veces al servicio de la barbarie y de la muerte. La barbarie está más cerca de la cultura, que la cultura de la civilidad cuando se pone al servicio de la economía, del dinero, la política y el poder. Se demostró que la barbarie no es humanismo, ni humanidad, sino culto al dolor, al sufrimiento y la muerte. Esto es evidente. Desde que la cultura se instrumentalizó y se desprendió del sentido que le es propio, no responde a las necesidades morales, espirituales y materiales del ser humano.

Además, la barbarie y el terror adquieren fantásticas proporciones, al poner la dignidad y la libertad humana al servicio de los que demonizan las relaciones entre las personas y los pueblos. A este tipo de personas les encanta la destrucción en nombre de la voluntad de poder, que deja tras de sí un montón de ruinas, humanas y materiales, que en su día exaltaron y dignificaron la condición humana. Parece que el mundo que vivimos estuviera dispuesto a aceptar las destrucciones de los talentos, del alma y del espíritu, a cambio de unas pocas monedas de lo actual.

Nos damos cuenta que, la industria ilimitada, los instrumentos técnicos, los lenguajes digitales, la economía y el poder, se confabulan en mundo caótico y horroroso, que atenta sobre la vida espiritual y material del ser humano. Sabemos que la vida es lucha, frenética lucha para satisfacer el metabolismo de la vida biológica, de una parte; y la búsqueda de una vida más humana y digna sobre la tierra. Así que, la barbarie, el dolor y la muerte, es impuesta por una política descabellada e irracional, que trasciende el más mínimo respeto y consideración a los ciudadanos. Se da el caso, además, en las democracias parlamentarias que la soberana violencia, el terror, el odio, el hambre, la exclusión social, el desempleo, el sufrimiento, se conviertan en una segunda naturaleza del Estado y las instituciones, la banca y las organizaciones, los partidos y los grupos de presión. Porque no sólo son capaces de causar daño al ser humano, sino también la muerte. En los tribunales de justicia, sólo se escucha la voz de los acusadores, pero no la de los afligidos y menesterosos.

En una atmósfera de terror y horror el ser humano no tiene tranquilidad ni la soledad adecuada para restablecer el equilibrio del espíritu, que posibilita la obra de arte y la cultura. Desde un punto de vista literario, la vivacidad de la inteligencia y la cultura como refinamiento o espíritu crítico, establece una relación con el mundo lleno de sensualidad y pasión desbordada. Una entrega a las imágenes, al mundo, las personas, para obtener de ellas lo mejor; no sólo lo que es útil sino también lo que eleva la dignidad del ser humano.

 Sobre este tema el artista que se exige así mismo, no debe olvidar el mundo de lo factible y, que cada nueva obra le abra la sensibilidad, la imaginación y las capacidades creativas, para plasmar en ella el terror, el horror, el odio; pero también la esperanza, la refinada belleza que posibilita trascender la finitud del ser humano. Que lo excepcional de la obra le abra puertas y ventanas para apreciar todo lo demás.

En una atmósfera como la que vivimos, el arte y la cultura posibilitan ver en la oscuridad, los luminosos vestigios de luz al borde de la noche profunda. Su esencia es iluminar y posibilitar que los hombres en medio de la densa noche bajo un cielo oscuro y plomizo, posibilite la apertura del mundo y de la vida. Además, la cultura tiene el deber moral y ético de despertar en nosotros, las preocupaciones humanísticas y filosóficas, que dan sentido a la vida.

La tarea del filósofo, del novelista, del artista, es enfrentar al ser humano a los problemas; a la gama de los posibles caminos de acción. Su tarea no es exhortar, alabar, condenar, sino sólo iluminar: de lo que creen y de lo que buscan y, por supuesto, ayudarlos a decidir por sí mismos. Ayudar a que nos preguntemos sobre lo fundamental de la existencia, ¿cuál es el significado de la vida? ¿cuál es el propósito de la existencia? ¿por qué vivimos así y no de otra manera? De esto es de lo que depende el desarrollo y el progreso; y, además, la cualificación del ser humano.

Es curioso que en el Mundo Moderno la zona de la sentimentalidad, los sentimientos del hombre y lo elevado del espíritu y del pensamiento, se degraden en nombre de la inutilidad de lo útil. De los objetos de uso y de consumo, que posibilitan confort y entretenimiento. En este umbral del tiempo actual se le da importancia a la <<Vida>>, la vida efímera, impulsiva y desprovista de espíritu. De ahí que el arte y la cultura, enciendan las pasiones e ilumine el alma, exaltando las embriagadoras impresiones del mundo y la vida. Cuando la cultura goza de libertad y su nivel es elevado y, se encuentra a salvo de la influencia del Estado y las instituciones, del dinero y del poder, las grandes creaciones se tejen con los hilos de la tradición, la memoria, la historia y la rememoración. En este orden, empleando un vocablo primitivo, trágico y mitológico, más no cristiano, el hombre libre deja su impronta en el destino. Ese que desde el griego antiguo posibilita el carácter, el pathos, las obras de arte, la filosofía y la cultura en general.

Parece que estuviéramos sumergidos en un laberinto oscuro y profundo y que, anegados por todas partes en la profundidad de la oscuridad, diéramos pasos de ciegos. En la vida individual o social somos impelidos al despilfarro de la energía vital, al consumo y al entretenimiento. Al que nos hemos habituado y cuya eficacia reside la reproducción del Sistema y la permanencia de la vida biológica del ser humano. Somos parte de una corriente de desvaríos y extravagancias, que subsumen la energía vital de la existencia. Y participes de los excesos y la algarabía de nuestro tiempo, producen en nuestras vidas aprensiones y un ligero malestar. Esto trae consigo que la individualidad muchas veces se deja llevar por la corriente general.

En la sociedad actual deteniéndonos un poco en los acontecimientos del día a día, la suciedad del espíritu y del alma, la crueldad del poder, la licencia del vicio y el embrutecimiento moral y físico, son el pan de todos los días. Y lo cínico y desproporcionado con la existencia, se trasmite en los medios de comunicación de masas y las redes sociales. Ya que los hechos de la vida cotidiana se pliegan al querer de los poderosos. Los que tienen un poco de escrúpulo con lo que sucede en la vida individual o social, llenan su alma de aprensiones y dolores, inconfesables. Porque se observa en la Gran ciudad, los pueblos y las aldeas, el alejamiento de la tradición y de los valores que dan sentido a la existencia.

Así que, el progreso, la técnica, el dinero y, lo social aceptado por las instituciones y el poder, lo que deja tras de sí es un montón de ruinas. Y entre ellas está la cultura y las obras de arte convertidas en objetos de uso y consumo, en el mercado de la circulación y la demanda. Una época histórica como la nuestra inspira un profundo desprecio y malestar, en relación a las obras del espíritu y de la utilidad de lo inútil. Pero, aunque esto acontezca existen seres humanos que se apartan de las corrientes de la vida cotidiana, para crear ciencia, arte, música, filosofía y, así dejar un legado de la historia del espíritu para la humanidad.

Una de las congojas de nuestro tiempo, que la juventud no conserve el buen humor y la alegría ensoñadora de lo por venir. Que no sea fiel a la inteligencia, a la libertad de pensar o a interpretar lo elevado de los hechos elementales. Sino que se deja llevar por lo fácil, el acomodo a los acontecimientos y la futilidad de la vida cotidiana. Y esto es sumamente grave cuando en el momento de tránsito y de crisis de la cultura actual, se espera mucho de ella. Es comprensible que una juventud que ha vivido en la opulencia del Estado de Bienestar, se le exijan sacrificios para la inteligencia, el libre pensar y compromiso con lo elemental, de la vida humana. Se trata de abrirse paso en el mundo, en las esferas de la historia y de la vida. Abrirse paso no sólo en la estética y la cultura, el saber y la experiencia, sino también en las esferas más repugnantes y bellas de la vida.

Que la libertad rompa el odioso cerco del Estado, las instituciones y la moral del hombre común; y a galope del pensar, del lenguaje y la experiencia, la juventud rompa con lo establecido y las verdades absolutas de la sociedad. Parece que se ha apropiado de la juventud un entumecimiento de los sentidos, de alma inoculada por el veneno de la soledad y la desdicha, de la divagación vacía y un cohibimiento ante la totalidad y la trascendencia de la vida.

La antipatía o el alejamiento que tiene la joven generación con las obras de arte y la cultura, son la causa aparente de una crisis del espíritu y del pensar. La causa profunda es enigmática, mitológica, fría y distante, con las grandes creaciones de los hombres. Desde los hechos históricos y la tragedia de la vida, la juventud parece que no estuviera a la altura de lo que acontece en la política, la economía, la técnica, la ciencia, y las relaciones internacionales. Quizás la joven generación sea parte de una época de actores insignificantes y de hechos significativos.

Es de anotar que el arte deja huellas en la memoria o en el espíritu o en el sentimiento del hombre particular, algo que es imposible borrar. Pero esas cosas provocan un cambio en ella, aun cuando las fuerzas de su espíritu decaigan o, aunque fuese la madre quien, con la corriente de la sangre, trasmitiese aquello al no nacido. Es importante tener presente que, las artes alzan los fenómenos a un nivel de percepción más elevado –y la que con más fuerza logra eso es la música. Su fluido precede a la decisión, también a la decisión política. (Ernst Jünger).

Así, la cultura y el arte en particular, trascienden el Tiempo y sus juicios, porque operan mediante la imaginación. Crean modelos que, cual ecos o reflejos, hablan sobre la realidad. El plan subsistía antes de su ejecución; esta era una de sus posibilidades. El plan sobrevive también a su ejecución. <<En el poema de Homero son indestructibles las murallas de Troya>>. El plan está oculto en las construcciones; nos plantea enigmas. (Jünger). Las grandes ideas como la libertad, la justicia, la igualdad, la fraternidad, se deforman por el uso que se hace de ellas en la disputa política. Así pues, del tejido de las cosas posibles, el arte y la cultura ponen en marcha una que trasciende a las demás. Porque las cosas posibles están siempre ahí; esperan que se las evoque.

De ahí que el lenguaje del artista está en su obra. Si ese lenguaje está bien logrado, hablará a los hombres, los interpelará en algún lugar y en algún tiempo. (Jünger). El lenguaje del arte y de la cultura transforma a quien lo ve, lo lee o lo escucha, aunque no sea consciente de ello. Por eso, irradia belleza, armonía y un instante que es todos los instantes, en la atemporalidad de la obra. Lo que importa es que sus pequeñas miserias y sus grandes virtudes, quedan plasmadas en la lengua de la obra. Porque es conforme a la naturaleza del artista y a su carácter.

El artista tiende a lo extremado, a la exageración en ambos sentidos. A grandes bandazos oscila el péndulo entre la exaltación y la melancolía. Trata de llegar a los extremos: ascensiones, iluminaciones, privaciones y desbordamientos, sensaciones de libertad, de seguridad de sí mismo, de ligereza, de poder y de triunfo, tales que nuestro hombre llega a dudar de sus propios sentidos, una admiración sin límites que le permite prescindir fácilmente de la admiración de los demás; el amor escalofriante de sí mismo, acompañado de un delicioso temor, bajo cuya influencia vive con la ilusión de ser un vocero encantado, un monstruo divino. (Thomas Mann).

La industria del entretenimiento de la sociedad de masas, ofrece bienes que desaparecen con el consumo y, se ve en la necesidad de ofrecer nuevos artículos constantemente. Benjamín pensó que un ámbito como éste descompone velozmente los mundos perceptivos, lo que tienen de mítico aparece rápida y radicalmente, rápidamente se hace necesario erigir un mundo perceptivo por completo distinto y contrapuesto al anterior. Es necesario despertar de la industria del entretenimiento y de la iluminación técnica. No sólo rompen con la tradición de la familia, de la iglesia sino también con el hilo de la tradición de la cultura. Se banaliza la cultura en nombre del <valor>, el dinero y el poder. Así que, los que trafican con la cultura exploran todo el pasado y el presente de la cultura con la esperanza de encontrar material adecuado. (Arendt).

Aquí entran en juego los medios de comunicación de masas y las plataformas digitales, que comunican un tipo de cultura, que no sólo entretiene, sino que reproduce relaciones de dominio, de poder y de saber. El gran ciclo de la vida, el curso de su proceso vital necesita en la sociedad de masas de bienes de consumo cultural y material, que se ofrecen y producen una y otra vez para que el proceso permanezca abierto. Son objetos de cultura que han de ser producidos y consumidos, para la sociedad de masas. Estos objetos que ofrecen a la sociedad de masas y la cultura de masas entretenimiento posibilitan la estabilidad del Sistema y la reproducción del Gran Poder. Se teje entonces un velo de maya que no permite percibir el sentido del mundo y de la existencia. En este ámbito podemos percibir una vez más la crisis de la cultura en la Época Moderna.

Ahora bien, cuando la sociedad de masas se apodera de la cultura y la industria cultural se vale de ella, se destruye la cultura para brindar entretenimiento y convierten la cultura popular en objeto de venta y consumo. (Arendt). Este es un tipo de intelectual, de persona formada culturalmente, se vale de la cultura para organizar, difundir y cambiar los objetos culturales, en esa medida, le da prioridad al entretenimiento y al espectáculo. Ellos no sólo falsean las fuentes de la cultura y las obras de arte, sino que ofrecen sus productos en el mercado de la circulación y la demanda, tal como hace el mercachifle con un producto de primera necesidad. Por eso, olvidan que la cultura se relaciona con objetos y es un fenómeno del mundo; y el entretenimiento se relaciona con personas y es un fenómeno de la vida. Es en la medida que puede perdurar; y su durabilidad es la antítesis misma de la funcionalidad, la cualidad que lo hace desaparecer del mundo fenoménico una vez usado y desgastado. (Arendt).

Así pues, la vida y la temporalidad se unen dialécticamente en el proceso vital de la existencia hasta la muerte; por eso, en última instancia la vida humana contra quien lucha, es el tiempo. Una lucha que permanece en la historia, la memoria de los pueblos y las personas, en las obras de arte. La durabilidad de los objetos de cultura aún después de muerto quien los produce, constata que sólo no son un fenómeno del mundo, también trascedente a la vida del ser humano. Lo preocupante en la actualidad es que, las funciones de los objetos de cultura se vacíen de sus cualidades y respondan sólo a las necesidades de la vida biológica, y las apetencias del espíritu, del alma, de la mente y el lenguaje, queden anuladas por la primacía del mercado de la circulación y la demanda.

Esta configuración de la crisis de la cultura se expresa en la crisis social, política, económica, del ser humano en la actualidad. En consecuencia, la crisis del mundo actual tenemos que percibirla en su cultura. Además, la cultura no es ajena a la miseria material y espiritual del ser humano. Le da forma y la expresa en las obras de arte, la partitura musical, el poema, la novela o las narraciones de la cultura popular.

Así el autor capta la luz, que luego se refleja en el lector. En este sentido lo que el autor realiza es un trabajo preliminar. Lo primero que ha de hacerse es armonizar la muchedumbre de las imágenes y luego valorarlas –es decir: dotarles, conforme a una clave secreta, de la luz que corresponde a su rango. Aquí la luz significa sonido, significa vida que está oculta en las palabras. Esto sería entonces un curso de metafísica realizado entre parábolas: la ordenación de las cosas visibles de acuerdo a su rango invisible. Toda obra y toda sociedad deberían estar estructuradas según ese principio.

Así que, el escribir y la cultura no dejan de entrañar un riesgo muy alto, exige un examen y una reflexión más profunda que los que se necesitan para conducir regimientos al combate. Y si aún existen anillos mágicos, estarían en los sitios donde la voluntad de creación vence esa resistencia. El oficio, el ministerio de poetas es uno de los más excelso de este mundo. A su alrededor se concentran los espíritus cuando él transustancia la Palabra; huelen que allí está haciéndose una ofrenda de sangre. No sólo allí son vistas cosas futuras; también son conjuradas o proscritas. (Jünger). De nosotros depende que todo ello sea posible si abrimos nuestra mente y nuestro espíritu, al susurro de las imágenes y de las palabras que portan el legado de las musas o de los dioses, allende del tiempo histórico. Entonces seremos capaz de ordenar las cosas visibles de acuerdo a su rango invisible.

                                                                       

                                                            Madrid – España, 22/03/2021

sábado, 20 de marzo de 2021

LA IDEA DE LO TRANSITORIO EN OSWALD SPENGLER

               

 

 Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Ensayista.

 

Estamos en las postrimerías de un tiempo y de una forma de la historia que contiene en sí misma, el nacimiento y la muerte, la novedad y lo viejo. La cultura y la civilización occidental están llegando a su fin como forma de vida. De este modo, todo lo que existe es frágil y transitorio. Los pueblos, las naciones, los Estados, las instituciones, las lenguas, las religiones, las artes, en su cultura. Porque la forma interior de un pueblo se desvanece con sus generaciones. Así como desaparecieron un día las Grandes culturas (la babilónica, la persa, la egipcia, la hebrea, la griega, la romana, etc.), también lo hará la civilización y la cultura occidental. Desaparecerá el espectáculo de la historia universal y el hombre y con él la vida animal y vegetal sobre la Tierra. Y, también el sol con sus sistemas solares. Todo es transitorio.

 Llegará un día en que habrá cesado de existir el último retrato de Rembrandt, de Goya o de Picasso y el último compás de Mozart, aun cuando siga habiendo todavía lienzos pintados y partituras grabadas; ese será justamente el día en que hallan desaparecidos los últimos ojos y los últimos oídos capaces de entender el lenguaje de esas formas. Entonces, transitorio es todo pensamiento, todo dogma, toda ciencia, toda religión, que dejan de existir tan pronto se extinguen las almas y los espíritus en cuyos mundos sus <<eternas verdades>> parecieron verdaderas. Tan pronto dejan de existir las civilizaciones y las culturas donde tomaron forma y sentido en la historia universal.

Transitorio son los pueblos y sus generaciones, que contemplaron los mundos esterales, el sol, la luna y las estrellas, en su devenir cósmico. El rio de Heráclito, que simboliza el tránsito del tiempo, de la vida a la muerte. Un animal no sabe del tiempo ni de las figuras que toma en la historia universal; porque no tiene consciencia, ni reflexiona ni sabe de lo sido ni del futuro. Él está anclado en el presente-actual, ya que lo que le interesa es la vida biológica, no la mente ni el espíritu. Pero cuando desaparece la imagen del pasado, desaparece asimismo el anhelo de dar a lo transitorio un sentido más profundo. Así pues, puede expresarse la idea del macrocosmo humano con las palabras: todo lo transitorio es un símbolo.

El hombre por naturaleza es un animal simbólico. Las culturas viven mientras vivan sus símbolos. La función de los símbolos es defendernos del terror. Ni el movimiento trágico ni el movimiento técnico –si es licito emplear estos términos para distinguir los fundamentos de lo que es vivido- agotan la realidad del ser viviente. Somos seres en constante movimiento; aun cuando las cortinas de la noche cierran los ojos y el espíritu y los sentidos duerman.

De ahí que, todo movimiento propio tiene expresión, todo movimiento ajeno produce impresión; de suerte que todo cuanto se da en nuestra conciencia, sea cual fuere su forma –alma y mundo, vida y realidad, historia y naturaleza, ley y sentimiento, sino, Dios, futuro y pasado-, todo, para nosotros, encierra otro sentido, que es el más profundo. Y el único medio, el supremo para hacer comprensible lo incomprensible, consiste en una especie de metafísica, para lo cual todo, sea lo que fuere, tiene la significación de un símbolo.

Los símbolos son signos sensibles, impresiones últimas, indivisibles y, sobre todo, involuntarias, que poseen una significación determinada. Un símbolo es un rasgo de la realidad que, para un hombre con sus sentidos alerta, designa inmediatamente algo que no puede comunicarse por medio del intelecto. De este modo, todo lo que existe en la naturaleza y en el mundo hecho por el hombre, es símbolo. Así que, todo es impresión simbólica que el universo produce cuando estamos despiertos. Percibimos ese lenguaje en las horas de recogimiento. Por otra parte, el sentimiento de una comprensión homogénea es el que, sobre la humanidad universal, reúne y destaca ciertos grupos, familias, clases, tribus y, finalmente, todas las culturas.

Esa es la idea del macrocosmos, de la realidad como conjunto de todos los símbolos de un alma. Por tanto, en el momento que el hombre empieza a reflexionar sobre la muerte, y la incluye en su espíritu, sus sentimientos, sus obras, previsiones, manipulaciones, cesó la inmediata e instintiva vida animal, y nace lo que Spengler llamó: la Cultura.

Desde el momento de la existencia, cuando el hombre se hace hombre y conoce su inmensa soledad en el universo, es cuando despunta en su corazón el terror cósmico, bajo la forma puramente humana del terror a la muerte. Toda religión, toda filosofía, toda ciencia natural, tiene aquí su punto de partida. El lenguaje de todo gran simbolismo va unido al culto de los muertos, a la forma del enterramiento, al adorno de la tumba. Así que, el terror primigenio es el origen de todo sentimiento histórico. La solicitud vigilante por la vida, que aún no ha pasado, es la que inspira la solicitud por el pasado. Toda nueva cultura despierta también con una nueva <<intuición del mundo>>; esto es, con una súbita visión de la muerte. 

En este orden, las cosas no son realmente reales en el mundo; tienen también un sentido, que depende de cómo nos aparecen en la intuición que tenemos del mundo. Todo lo que existe se convierte para el hombre en una magnitud simbólica. Por tanto, la esencia de todo simbolismo auténtico -inconsciente e íntimamente necesario— tiene su origen en el conocimiento de la muerte, que nos descubre el misterio del espacio. Así, todo producto es transitorio.

Dentro de pocos siglos no habrá cultura y civilización occidental; y no porque la serie de generaciones humanas se hubiese acabado, sino porque no existe ya la forma interior de un pueblo, la que había reunido a un gran número de generaciones en un gesto común. Cuando se degrada en sus contradicciones el halito de un pueblo, desaparece la esencia que lo determina. Esa forma interior que posibilita la expresión de un pueblo, en las formas del conocimiento o en sus sentimientos: como el arte, la música, la arquitectura, la poesía, la literatura, la técnica, la ciencia o la religión. etc.

Bueno bien, lo que trata de hacer Spengler es comprender la era fáustica, la esfera política, económica, social, artística, religiosa, mitológica, y la ciencia y la técnica, por el espíritu de los siglos precedentes. Así, poder comprender, analizar y criticar, la Época Moderna y sus diversas formas de expresión, en el ámbito de la civilización occidental. Comprendió que un problema político, económico o social, no puede entenderse partiendo de sí mismo; hay muchos rasgos esenciales que actúan en las profundidades. Efectivamente, la imagen histórica, la imagen natural del mundo, no contiene nada que no sea la encarnación de las más profundas tendencias. 

Se da cuenta que, con los ojos de las Antiguas culturas y civilizaciones, podemos comprender los avatares del presente-actual. A partir de aquel momento aparecieron ante sus ojos, una multiplicidad de relaciones, que no se perciben en la superficie de los hechos actuales. Se da cuenta de la afinidad que existe entre las formas de las artes plásticas con la guerra y la administración del Estado. Comprendió la profunda afinidad entre las formas políticas y las matemáticas, la música y la plástica, la economía y el conocimiento. Como también las relaciones internas que unen las modernas teorías de la física y la química a las representaciones mitológicas de los antepasados germánicos.

Así pues, todas las formas de cultura y de civilización, tienden a seguir la misma tendencia espiritual; como los grupos de afinidades morfológicas, expresan simbólicamente una índole humana en el conjunto de la historia, y poseen así mismo, una estructura rigurosamente simétrica. Esta perspectiva es la que descubre el verdadero concepto de la historia. Y como ella, a su vez, es síntoma y expresión de una época. Como dijo Walter Benjamín: queremos leer en la vida y en las formas perdidas y aparentemente secundarias de aquella época, la vida y las formas de hoy.

 

                                                         Madrid-España- 20/03/21

sábado, 6 de marzo de 2021

OSWALD SPENGLER: LA DECADENCIA DE OCCIDENTE LA IDEA DE PROGRESO EN LA CIVILIZACIÓN FAUSTICA

 

            

 

 Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Ensayista.

 

Para Spengler, la Decadencia de Occidente significa nada menos que, el problema de la civilización. Nos hallamos frente a una de las cuestiones fundamentales de la historia. ¿Qué es <<civilización>>, concebida como plenitud y término de una <<cultura>>? Porque cada <<cultura>> tiene su <<civilización>> propia. La <<civilización>> es el inevitable sino de toda <<cultura>>. La <<Civilización>> es el extremo y más artificioso estado al que llega una especie superior de hombres. Es un remate, subsigue a la acción creadora como lo ya creado, a la vida como a la muerte, a la evolución como al anquilosamiento, al campo y la infancia de las almas –que se manifiesta, por ejemplo, en el dórico y en el gótico- como decrepitud espiritual y la urbe mundial, petrificada y petrificante. Es un final irrevocable, al que inexorablemente se llega de nuevo, íntima necesidad. (Spengler).

 Este devenir de la materia, del espíritu y de las formas artísticas de la civilización occidental, en su estado artificial y decadente, expresa la Época Moderna como cultura del artificio. Además, un ámbito en el que prevalecen las relaciones artificiales sobre las relaciones de sentido. Así se puede comprender a los romanos en cuanto sucesores de los griegos. Así se coloca la última etapa de la Antigüedad bajo una luz que revela sus más hondos secretos.

Pues bien, ¿qué significa que los romanos hayan sido bárbaros, que no preceden a una época de gran crecimiento, sino que, al contrario, la terminan? Sin alma, sin filosofía, sin arte, animales hasta la brutalidad, sin escrúpulos, pendientes del éxito material, se hallan situados entre la cultura helénica y la nada. Su imaginación enderezada exclusivamente a lo práctico –poseían un derecho sacro que regulaba las relaciones entre hombres y dioses como si fueran personas privadas y no tuvieron nunca mitos-, es una facultad que en Atenas no se encuentra. (Spengler).

Los griegos, en cambio, tienen alma; los romanos, intelecto. Entre ambos se diferencia la cultura, de la civilización. Y esto no vale solo para la Antigüedad. Una y otra vez, en la historia, se presenta ese tipo de hombre de espíritu fuerte, completamente a-metafísico. En sus manos está el destino material y espiritual de toda época postrimera. Ellos son los que han llevado a cabo el imperialismo babilónico, egipcio, indio, chino, romano. En tales períodos se desarrolló el budismo, el estoicismo, el socialismo, y emociones definitivas que pueden, captar y transformar en su sustancia una humanidad mortecina y decadente. Así, la civilización pura, como proceso histórico consiste en una gradual disolución de formas muertas, de formas que se han tornado inorgánicas. (Spengler). Este no es otro que, el mundo del Titán y del titanismo, del Técnico y del colectivo técnico en la actualidad. Son los descendientes de Prometeo en la Tierra. Prometeo es el que lleva a los dioses el mensaje de los titanes; compite con los dioses, pero no llega a donde estos se hallan.

 Por tanto, la civilización moderna que alcanza su exponente máximo en la sociedad norteamericana, deriva todas sus <<formas>> de la cultura europea. Su imaginación enderezada exclusivamente al pragmatismo, no se interesa por la elevación del espíritu, las formas artísticas, la cualidad del ser y el existir, ni por el devenir de la historia, sino por el presente-actual. Es ella una civilización donde prevalece el materialismo y el hedonista. Los europeos tienen alma y espíritu, ellos sólo intelecto. Que se decantan por la ciencia y la técnica. Mejor, no se inclinan por la esencia del ser, ni de la técnica, ni la esencia del hombre, sino por la función, la organización y la utilidad como <<valor>> de cambio, un bien social que se pone en circulación y se convierte en dinero. Además, implementan en la publicidad, la cultura del entretenimiento, el hiperconsumo y el ocio vacío, que no cualifica la esencia del ser y el existir.

Por eso, lo que les interesa es la instrumentalización de la técnica y no su esencia, que pone ésta al servicio del hombre y de la Humanidad. Ellos son los que han llevado el imperialismo occidental a través del mundo en su expresión máxima. Así que, su brutalidad, lo bárbaro, la violencia, la guerra, la insensibilidad y de espíritu, en tratar los asuntos humanos, es su característica. Por eso, Spengler dice que es un pueblo sin alma, sin filosofía, sin escrúpulo. El éxito material, económico, científico y técnico; prevalece sobre las necesidades espirituales o morales del ser humano. Son la manifestación del Gran Poder y del Espíritu del Tiempo, en todas sus formas y materialidades.

 Spengler plantea que, el tránsito de la cultura a la civilización se lleva a cabo, en la Antigüedad, hacia el siglo IV; en Occidente, hacia el siglo XIX. A partir del momento, las grandes decisiones espirituales no se toman ya <<en el mundo entero>>, como sucedía en tiempos del movimiento órfico y la Reforma, ya que no había una sola aldea que no tuviera importancia. 

Ahora se ejerce el poder en cuatro o cinco ciudades que han absorbido el jugo de toda la historia y frente a las cuales el territorio restante de la cultura queda rebajado al rango de provincia. (Spengler). En el presente se toman las decisiones desde un cuadro de mando, donde todas las piezas encajan a su perfección, un acto mediante el cual una única maniobra ejecutada en el cuadro de distribución de la energía conecta la red de la corriente de la vida –una red dotada de amplias ramificaciones y múltiples venas- a una gran corriente que proviene de las minorías selectas. (Jünger).

 En el presente actual existe la ¡Ciudad mundial y provincial! En lugar de un pueblo lleno de formas, creciendo con la tierra misma, tenemos un nuevo nómada, el habitante de la Gran ciudad, un hombre atenido a los hechos, un hombre sin tradición, que se presenta en masas informes y fluctuantes; un hombre sin religión, inteligente, improductivo, imbuido de una profunda aversión a la vida agrícola, un hombre que representa un paso gigantesco hacia lo inorgánico, hacia el fin. (Spengler).

Hoy, en cambio, predomina la Gran ciudad en todas sus acepciones sobre las provincias y las aldeas, la urbe mundial significa el cosmopolitismo sobre el pueblo, el sentido frío de los hechos sustituye a la veneración de la tradición. Todo esto significa la irreligión científica como petrificación de la religión del alma y del corazón, sociedades en lugar del Estado, los derechos naturales en lugar de los adquiridos. Por tanto, el dinero como factor abstracto inorgánico, desprovisto de toda relación con el sentido del campo fructífero y con los valores de una economía de la vida, es lo que ya los romanos tienen antes que los griegos y sobre los griegos. A partir de aquí, una concepción distinguida y elegante del mundo es también cuestión de dinero. (Spengler).

El dinero y el poder en la Gran ciudad establecen relaciones inconexas (sin sentimientos, ni respeto, sin tradiciones compartidas, sin humildad, etc.). O, en otras palabras, relaciones políticas, jurídicas, culturales o económicas. Que diluyen el tejido del amor, la amistad, las creencias, los usos, hacia el otro o los otros. De ahí que, en la Gran ciudad no habita un pueblo, sino una masa. Una masa, informe y uniforme, sin tradiciones, usos y religiones compartidas. Una masa sin lazos de afectos, sin espíritu que eleva al ser humano a la libertad y la dignidad humana; y, por ende, a lo trascendente y eterno, que mora en el interior de todos y cada uno de nosotros.

Asimismo, Jünger se pregunta, ¿quién discutiría que la civilización tiene con el progreso una ligazón más íntima que la que posee la Kultur y que aquella es capaz de hablar en las grandes urbes su lenguaje natural y sabe manejar medios y conceptos a los que la cultura se enfrenta sin tener ninguna relación con ellos e incluso de manera hostil? En la Gran ciudad podemos observar que la civilización y el espíritu del progreso se entrelazan y responden al tiempo actual. Hoy cabe aportar ciertamente buenas razones para probar que el progreso ya no es un avance; si el auténtico significado del progreso no es otro, un significado diferente, más secreto, que se sirve, como de un escondite magnifico, de la máscara de la razón, muy fácil en apariencia de abarcar con la mirada. (Jünger).

 Sabemos que la razón es cruel, más si se pone al servicio del progreso. El ser humano empieza a sospechar que a la idea de progreso se impone por doquier en la vida, unos impulsos diferentes y más ocultos. Con toda razón se ha complacido el espíritu en despreciar de múltiples modos las marionetas de madera del progreso –más los delgados hilos que ejecutan los movimientos de las marionetas son invisibles. (Jünger) Si nos ocupamos de los movimientos más secretos del progreso, tenemos la sospecha que éste responde al vaho fétido del ejercicio del Gran Poder.

El progreso no sólo rompe la relación que tienen los pueblos con la tierra, sino que destruye el hilo de la tradición: los mitos, la religión, los usos, las costumbres, el arte, que constituyen el ser y el núcleo de toda historia. El hombre de la Gran ciudad, el hombre masa es un hombre incomunicado pero adaptado a la sociedad, un hombre nervioso y excitado, un hombre carente de reglas y de normas compartidas, un hombre con capacidad de consumo y de entretenimiento e incapaz de analizar y juzgar, un hombre egocéntrico y alienado del mundo.

Además, la relación que la sociedad moderna establece con el progreso y la técnica, es completamente utilitaria y funcional. Y, en esa relación es donde hay que buscar el auténtico factor moral de nuestro tiempo, un factor provisto de irradiaciones tan sutiles e imponderables que con ella no pueden competir ni siquiera los ejércitos más fuertes. Es, de suponer que, la creciente trasmutación de la vida en energía y la progresiva volatilización del contenido de todos los vínculos en beneficio de la civilización de la Gran ciudad, de la técnica y el progreso, han trasmutado la relación del hombre con la naturaleza y con el mundo que lo rodea. (Jünger).

En este orden, Ludwig Wittgenstein entrelaza su pensamiento con el de Spengler y de Ernst Jünger y, dice: en la civilización de la Gran ciudad el espíritu sólo puede retirarse a un rincón. Pero no por ello es algo así como atávico & superfluo, sino que se cierne sobre las cenizas de la cultura como testigo (eterno) -casi como vengador de la divinidad.

 Como si esperara una nueva encarnación (en una nueva cultura).

 ¿Qué aspecto habría de tener el gran satírico de este tiempo?

 Además, si se quiere comprender la crisis del mundo actual –no hay que hacerlo desde las relaciones causales, de causa a efecto, tampoco desde el ángulo del partido, la ideología, el dogma, el determinismo material o espiritual -, sino desde la altura intemporal donde la mirada domina al mundo de las formas históricas repartido por miles de años. Si se quiere comprender realmente la decadencia de la época actual.

En este orden, el imperialismo se corresponde con la civilización fáustica símbolo del fin de una época. Produce petrificaciones como imperio, pero también en las formas y posibilidades de la cultura. El imperialismo se constituye en civilización pura. El sino del Occidente lo condena, irremediablemente, a tomar el mismo aspecto. El hombre culto dirige su energía hacía dentro; el civilizado hacía fuera. La tendencia expansiva es una fatalidad, algo demoníaco y monstruoso, que se apodera del hombre en el postrer estadio de la Gran ciudad y, quiéralo o no, sépalo o no, le constriñe y le utiliza en su servicio. Aquí la vida es la realización de posibilidades, y para el hombre cerebral no hay más que posibilidades expansivas. Esto es válido tanto para el imperialismo y la civilización fáustica: el espíritu es el complemento de la extensión. (Spengler).

Como Roma en el año 60 a. de Cristo, las ciudades del Mundo Moderno, viven en una miseria espantosa espiritual y material, sus habitantes hacinados en edificios en los cinturones de la Gran ciudad, y espoleados por el vicio, el alcohol, la droga, el desempleo y el hambre. Y, como en el reinado de Craso del año 60 a. de C. los que ejercen el Gran poder son indiferentes a las necesidades materiales, morales y espirituales de los pueblos. 

Así pues, en la esfera pública de las sociedades prevalecen los partidos políticos, el dinero bancario, las finanzas internacionales, la técnica, la ciencia, el desarrollo armamentístico, los grupos de presión, los lenguajes digitales, el Estado y las instituciones; más no el hombre que calla y sufre, y que se encuentra desprotegido, y cuya inseguridad es también total. Es del miedo de lo que vive el despliegue del Gran poder, y la coacción y el control adquieren especial eficacia en aquellos sitios donde se ha intensificado la sensibilidad. (Jünger).

                

                                                       Madrid – España – 04/03/2021