Para Spengler, la Decadencia de Occidente significa nada menos que, el problema de la civilización. Nos hallamos frente a una de las cuestiones fundamentales de la historia. ¿Qué es <<civilización>>, concebida como plenitud y término de una <<cultura>>? Porque cada <<cultura>> tiene su <<civilización>> propia. La <<civilización>> es el inevitable sino de toda <<cultura>>. La <<Civilización>> es el extremo y más artificioso estado al que llega una especie superior de hombres. Es un remate, subsigue a la acción creadora como lo ya creado, a la vida como a la muerte, a la evolución como al anquilosamiento, al campo y la infancia de las almas –que se manifiesta, por ejemplo, en el dórico y en el gótico- como decrepitud espiritual y la urbe mundial, petrificada y petrificante. Es un final irrevocable, al que inexorablemente se llega de nuevo, íntima necesidad. (Spengler).
Pues bien, ¿qué significa que los romanos hayan sido bárbaros, que no preceden a una época de gran crecimiento, sino que, al contrario, la terminan? Sin alma, sin filosofía, sin arte, animales hasta la brutalidad, sin escrúpulos, pendientes del éxito material, se hallan situados entre la cultura helénica y la nada. Su imaginación enderezada exclusivamente a lo práctico –poseían un derecho sacro que regulaba las relaciones entre hombres y dioses como si fueran personas privadas y no tuvieron nunca mitos-, es una facultad que en Atenas no se encuentra. (Spengler).
Los griegos, en cambio, tienen alma; los romanos, intelecto. Entre ambos se diferencia la cultura, de la civilización. Y esto no vale solo para la Antigüedad. Una y otra vez, en la historia, se presenta ese tipo de hombre de espíritu fuerte, completamente a-metafísico. En sus manos está el destino material y espiritual de toda época postrimera. Ellos son los que han llevado a cabo el imperialismo babilónico, egipcio, indio, chino, romano. En tales períodos se desarrolló el budismo, el estoicismo, el socialismo, y emociones definitivas que pueden, captar y transformar en su sustancia una humanidad mortecina y decadente. Así, la civilización pura, como proceso histórico consiste en una gradual disolución de formas muertas, de formas que se han tornado inorgánicas. (Spengler). Este no es otro que, el mundo del Titán y del titanismo, del Técnico y del colectivo técnico en la actualidad. Son los descendientes de Prometeo en la Tierra. Prometeo es el que lleva a los dioses el mensaje de los titanes; compite con los dioses, pero no llega a donde estos se hallan.
Por eso, lo que les interesa es la instrumentalización de la técnica y no su esencia, que pone ésta al servicio del hombre y de la Humanidad. Ellos son los que han llevado el imperialismo occidental a través del mundo en su expresión máxima. Así que, su brutalidad, lo bárbaro, la violencia, la guerra, la insensibilidad y de espíritu, en tratar los asuntos humanos, es su característica. Por eso, Spengler dice que es un pueblo sin alma, sin filosofía, sin escrúpulo. El éxito material, económico, científico y técnico; prevalece sobre las necesidades espirituales o morales del ser humano. Son la manifestación del Gran Poder y del Espíritu del Tiempo, en todas sus formas y materialidades.
Ahora se ejerce el poder en cuatro o cinco ciudades que han absorbido el jugo de toda la historia y frente a las cuales el territorio restante de la cultura queda rebajado al rango de provincia. (Spengler). En el presente se toman las decisiones desde un cuadro de mando, donde todas las piezas encajan a su perfección, un acto mediante el cual una única maniobra ejecutada en el cuadro de distribución de la energía conecta la red de la corriente de la vida –una red dotada de amplias ramificaciones y múltiples venas- a una gran corriente que proviene de las minorías selectas. (Jünger).
Hoy, en cambio, predomina la Gran ciudad en todas sus acepciones sobre las provincias y las aldeas, la urbe mundial significa el cosmopolitismo sobre el pueblo, el sentido frío de los hechos sustituye a la veneración de la tradición. Todo esto significa la irreligión científica como petrificación de la religión del alma y del corazón, sociedades en lugar del Estado, los derechos naturales en lugar de los adquiridos. Por tanto, el dinero como factor abstracto inorgánico, desprovisto de toda relación con el sentido del campo fructífero y con los valores de una economía de la vida, es lo que ya los romanos tienen antes que los griegos y sobre los griegos. A partir de aquí, una concepción distinguida y elegante del mundo es también cuestión de dinero. (Spengler).
El dinero y el poder en la Gran ciudad establecen relaciones inconexas (sin sentimientos, ni respeto, sin tradiciones compartidas, sin humildad, etc.). O, en otras palabras, relaciones políticas, jurídicas, culturales o económicas. Que diluyen el tejido del amor, la amistad, las creencias, los usos, hacia el otro o los otros. De ahí que, en la Gran ciudad no habita un pueblo, sino una masa. Una masa, informe y uniforme, sin tradiciones, usos y religiones compartidas. Una masa sin lazos de afectos, sin espíritu que eleva al ser humano a la libertad y la dignidad humana; y, por ende, a lo trascendente y eterno, que mora en el interior de todos y cada uno de nosotros.
Asimismo, Jünger se pregunta, ¿quién discutiría que la civilización tiene con el progreso una ligazón más íntima que la que posee la Kultur y que aquella es capaz de hablar en las grandes urbes su lenguaje natural y sabe manejar medios y conceptos a los que la cultura se enfrenta sin tener ninguna relación con ellos e incluso de manera hostil? En la Gran ciudad podemos observar que la civilización y el espíritu del progreso se entrelazan y responden al tiempo actual. Hoy cabe aportar ciertamente buenas razones para probar que el progreso ya no es un avance; si el auténtico significado del progreso no es otro, un significado diferente, más secreto, que se sirve, como de un escondite magnifico, de la máscara de la razón, muy fácil en apariencia de abarcar con la mirada. (Jünger).
El progreso no sólo rompe la relación que tienen los pueblos con la tierra, sino que destruye el hilo de la tradición: los mitos, la religión, los usos, las costumbres, el arte, que constituyen el ser y el núcleo de toda historia. El hombre de la Gran ciudad, el hombre masa es un hombre incomunicado pero adaptado a la sociedad, un hombre nervioso y excitado, un hombre carente de reglas y de normas compartidas, un hombre con capacidad de consumo y de entretenimiento e incapaz de analizar y juzgar, un hombre egocéntrico y alienado del mundo.
Además, la relación que la sociedad moderna establece con el progreso y la técnica, es completamente utilitaria y funcional. Y, en esa relación es donde hay que buscar el auténtico factor moral de nuestro tiempo, un factor provisto de irradiaciones tan sutiles e imponderables que con ella no pueden competir ni siquiera los ejércitos más fuertes. Es, de suponer que, la creciente trasmutación de la vida en energía y la progresiva volatilización del contenido de todos los vínculos en beneficio de la civilización de la Gran ciudad, de la técnica y el progreso, han trasmutado la relación del hombre con la naturaleza y con el mundo que lo rodea. (Jünger).
En este orden, Ludwig Wittgenstein entrelaza su pensamiento con el de Spengler y de Ernst Jünger y, dice: en la civilización de la Gran ciudad el espíritu sólo puede retirarse a un rincón. Pero no por ello es algo así como atávico & superfluo, sino que se cierne sobre las cenizas de la cultura como testigo (eterno) -casi como vengador de la divinidad.
En este orden, el imperialismo
se corresponde con la civilización
fáustica símbolo del fin de una época. Produce petrificaciones como
imperio, pero también en las formas y posibilidades de la cultura. El
imperialismo se constituye en civilización pura. El sino del Occidente lo
condena, irremediablemente, a tomar el mismo aspecto. El hombre culto dirige su
energía hacía dentro; el civilizado hacía fuera. La tendencia expansiva es una
fatalidad, algo demoníaco y monstruoso, que se apodera del hombre en el postrer
estadio de la Gran ciudad y, quiéralo
o no, sépalo o no, le constriñe y le utiliza en su servicio. Aquí la vida es la
realización de posibilidades, y para el hombre cerebral no hay más que
posibilidades expansivas. Esto es válido tanto para el imperialismo y la
civilización fáustica: el espíritu es el
complemento de la extensión. (Spengler).
Como Roma en el año 60 a. de Cristo, las ciudades del Mundo Moderno, viven en una miseria espantosa espiritual y material, sus habitantes hacinados en edificios en los cinturones de la Gran ciudad, y espoleados por el vicio, el alcohol, la droga, el desempleo y el hambre. Y, como en el reinado de Craso del año 60 a. de C. los que ejercen el Gran poder son indiferentes a las necesidades materiales, morales y espirituales de los pueblos.
Así pues, en la
esfera pública de las sociedades prevalecen los partidos políticos, el dinero bancario,
las finanzas internacionales, la técnica, la ciencia, el desarrollo
armamentístico, los grupos de presión, los lenguajes digitales, el Estado y las instituciones; más no el
hombre que calla y sufre, y que se encuentra desprotegido, y cuya inseguridad
es también total. Es del miedo de lo que vive el despliegue del Gran poder, y la coacción y el control
adquieren especial eficacia en aquellos sitios donde se ha intensificado la
sensibilidad. (Jünger).
Madrid – España – 04/03/2021
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