En las sociedades
contemporáneas asistimos al paso del lenguaje natural al lenguaje artificial.
La capacidad lingüística del ser humano está en un proceso de degradación. Por la primacía de la técnica en la vida del
hombre, la sociedad actual vive un deterioro en la facultad de pensar, los
contenidos de la experiencia y el lenguaje. El <<logos>> se está situando en su parte material, utilitaria.
Así, la pobreza de experiencia se concatena con el deterioro mental de la
sociedad. Desconcertado y apesadumbrado el hombre actual asiste al vaciamiento
del fundamento del lenguaje; y en su conducto, al del pensamiento y la
experiencia. Sí el lenguaje deja de comunicar contenidos espirituales, es
decir, contenidos mentales e intelectuales. Las representaciones del mundo y de
la existencia se deterioran. Entonces es necesario ahondar en los contenidos de
la lengua y develar los de la memoria, el recuerdo, la tradición, para
confrontar el mundo actual que se deshace como hongos podridos en la boca.
En la década de 1930
del siglo XX, Walter Benjamín observó en <Experiencia y Pobreza>, <El
narrador> y <Del lenguaje en
general, al lenguaje del hombre en particular>, que el proceso de
empobrecimiento de la experiencia se radicalizaba con la industrialización, con
la transformación del artesano en obrero industrial, y culminaba en la guerra
de materiales y trincheras de la Primera Guerra Mundial. Pensaba que lo
lingüístico, lo espiritual y la experiencia, son lo nuclear, el corazón de la
cultura occidental. Por eso era necesario rescatarlos de los escombros de la
historia y el progreso. De esa forma puede configurarse un hombre y una
sociedad, que estén a la altura de las necesidades materiales y espirituales de
la actualidad.
Benjamín avizora la
destrucción de aquello <que permanece resguardado como tesoro entrañable en
la artesanía de la narración> por acción del <despliegue de la tecnología
en la modernidad, que tiene su culminación en la guerra>. Y dice: <Lo
cual no es tan raro como parece. Entonces se pudo constatar que las gentes
volvían mudas del campo de batalla. No enriquecidas, sino más pobre en cuanto a
experiencia comunicable>. No puede existir un tratamiento de la narración
separado de la experiencia y el pensamiento. Porque su entroncamiento es lo que
posibilita examinar <la catástrofe de la experiencia del mundo moderno>.
<El infierno de la modernidad>, del que habla Benjamín es Auschwitz. Este
simboliza el vaciamiento de los contenidos de la experiencia, del lenguaje y la
destrucción de la razón.
Somos parte de un
mundo que por la primacía de la técnica y la numerificación, la vida del ser
humano se objetiza y se degrada la
existencia individual. Se está extinguiendo la <experiencia que mana de boca
a oído>. Porque su lugar lo ocupa el lenguaje artificial, la imagen y la
técnica, ha evolucionado hasta el punto de convertirse en lenguaje mundial. Por
tanto <el mundo está transformándose en un ágora en el que –dice Ernst
Jünger-, los llamados <<medios>> anticipan la opinión. Los oyentes
se cuentan por millones, hablan muchos idiomas; de ahí que las imágenes no sean
ya simples ilustraciones, sino lo principal. Los poderosos aparecen in persona; son mostrados en sus actos y
en sus crimines>.
Se trata que la
educación y la cultura nos doten de una <caja de herramientas
conceptuales>, para hacerle frente al deterioro de la experiencia, la
narración y el pensamiento. <Desde luego está clarísimo: la pobreza de
nuestra experiencia no es sino una parte de la gran pobreza que ha cobrado
rostro de nuevo […] ¿Para que valen los bienes de la educación sino nos une a
ellos la experiencia? La pobreza de nuestra experiencia no es sólo en
experiencias privadas, sino en las de la humanidad en general. Se trata de una
especie nueva de barbarie>.
Esto configura en la
actualidad <una total falta de ilusión sobre la época>. Por eso un
artista, un músico, un filósofo, un historiador, que esté a la altura de la
actualidad, <rechaza la imagen tradicional, solemne, noble del hombre,
imagen adornada con todas las ofrendas del pasado, para volverse hacía el
contemporáneo desnudo que grita como un recién nacido en los pañales sucios de
esta época>. De ese hombre desprotegido y solo; el que sufre, tiene miedo o
dolor, y cuya desprotección e inseguridad es también total. Porque es del
miedo, el dolor y el sufrimiento, de lo que vive el gran despliegue del poder.
Y la coacción adquiere gran eficacia donde se ha intensificado la sensibilidad.
Pobreza de la
experiencia –dice Benjamín: no hay que entenderla como si los hombres añorasen
una experiencia nueva. No; añoran liberarse de las experiencias, añoran un
mundo entorno en el que puedan hacer que su pobreza, la externa y por último
también la interna, cobre vigencia tan clara, tan limpiamente que salga de ella
algo decoroso. No siempre son ignorantes o inexpertos. Con frecuencia es
posible decir todo lo contrario: lo han <devorado> todo, <la cultura>
y el <hombre>, y están sobre saturados y cansados.
Se trata de aunar en
una armonía nueva la libertad y el mundo. Para que <cada uno seda a ratos un
poco de humanidad a esa masa que un día se la devolverá con intereses, incluso
con interés compuesto>. Pero sólo se puede aunar la armonía si la educación,
la cultura, la experiencia, posibilitan activar los movimientos del pensar, la
imaginación, la creación, como fundamentos de la libertad y de la conciencia
crítica de la sociedad. Así, la pobreza de experiencia ha de confrontarse con
criterios críticos sobre la sociedad, la historia y la actualidad.
En las sociedades contemporáneas la pobreza
de experiencia se corresponde con la falta de libertad, de educación y de cultura.
La verdadera cultura –dice el escritor Gustavo Martín Garzo- no tiene que ver
con el deseo de éxito o de notoriedad, sino con el deseo de saber y de ser. O,
lo que es lo mismo, con el deseo de transformación que anima en el corazón del
ser humano. Por eso aunar la educación y la experiencia, posibilita que el
estudiante, el profesor, el profesional, el hombre común, conserve la capacidad
de asombro, de imaginación, de inquirir, innovar y desafiar.
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