Antonio Mercado Flórez. Filósofo y
Pensador.
En el transcurso del siglo XVIII se
perfiló, en un primer plano, la polémica entre los defensores del Espíritu,
y los de la Razón y la Lógica. Herder, Vico, Hamann o Goethe, entre
otros; se decantan por la esfera del Espíritu. Descartes, Leibniz y
Kant, por el ámbito de la Razón y la
Lógica. Estos creen que son el principio fundamental de todo conocimiento y
de toda experiencia. “La Crítica de la Razón Pura” de Kant, lo confirma
evidentemente. Creen que el mundo de los conceptos e ideas constituye el ámbito
primordial del ser humano. Descartes, por ejemplo, creía en la división de la
experiencia simple en entidades separadas: mente y cuerpo, materia y espíritu,
sujeto y objeto. Una concepción de la experiencia y del conocimiento, que se
perfila en preludio de la especialización.1
Así pues, distinciones del tipo sentimiento
y pensamiento, sensaciones físicas e intelectuales, provienen del pensamiento
claro y distinto. Son partidarios que la realidad ha de transformarse en una
colección de entes artificiales. Pensaban que el mundo y la realidad están
determinados por las matemáticas y la razón. Ellos sancionan las divisiones
rígidas entre facultades y tipos de experiencia. Descartes, Leibniz y Kant, se
convierten en los gestores del pensamiento que va a desembocar en la
clasificación, la especialización y las ciencias experimentales.2
Con este tipo de pensamiento el mundo moderno lleva a cabo un punto de
inflexión en la historia de la cultura y la civilización de Occidente. Y, como
consecuencia de este despliegue se entreteje una nueva relación: la del
desarrollo científico-técnico y de la nueva configuración de la voluntad de
poder. Esta concatenación, en consecuencia, incide directamente en la
naturaleza espiritual de la lengua. Pero también abre paso a una “nueva
estructura”, con códigos, vocabularios, símbolos, signos, que responden a un
Atlas lingüístico basado en las matemáticas y el pensamiento abstracto.
Podemos decir, que una Epísteme
nueva se estructuró en la cultura y la civilización reciente de Occidente. Todo
a partir del pensamiento de Descartes, Leibniz y Kant. En el primer plano, se
ubica el campo teórico, el Orden Burgués y la Ilustración; en el otro, el polo
práctico, la revolución técnico-científica y el liberalismo político. De ahí
que la indiferencia psicológica y social que consigo traen los instrumentos
técnicos, configuran redes sociales donde priman las relaciones artificiales.
Así pues, una característica de la modernidad: la técnica representa una de las
experiencias más directas y obvias del ser humano. Esto se corresponde en el
Mundo Moderno, con la primacía de las sociedades de masas y la cultura de
masas, de la ciencia y la técnica, del dinero bancario y las relaciones
inconexas de la Gran ciudad. Porque
entre ellos sólo se establecen relaciones artificiales, más no de pertenencia
ni de identificación. Además, el ámbito de la vida humana se concatena con un
acelerado proceso de objetivación de la existencia individual. Un espacio donde
el hombre se metamorfosea en cosa, en objeto alienado y dominado
por fuerzas que lo trascienden. Se observa como el trabajo se desprende de toda
cualidad, y se transforma en flujo abstracto y cuantificable, que sirve para
establecer el precio de toda mercancía.
Además, la Gran ciudad se
convierte en el lugar propicio de las transformaciones, donde “el sentimiento
de cercanía, del valor no simbólico, fundado en sí mismo, se desvanece y a
cambio de eso el movimiento de las unidades vivientes es dirigido desde una
gran distancia”.3 En esta
alta civilización abstracta, en efecto, son los instrumentos técnicos y la
voluntad de poder, los que están diluyendo las relaciones de pertenencia, la
identidad y la diferencia de la otredad. Así, podemos decir que el mundo
abstracto y cuantificable, se contrapone a la felicidad y al amor. Porque todo
lo humano se reduce a cifra
o a relaciones artificiales. He ahí que expresan una de las tragedias más
profundas del hombre contemporáneo; el vaciamiento del espíritu y de los contenidos de las lenguas naturales.
No podemos olvidar que la técnica forzosa y
necesariamente, otorga su impronta peculiar al mundo en el que nos encontramos.
En los últimos espacios de tiempo, hemos visto como la creciente objetivación
del ser humano, es consecuencia del predominio de la ciencia y la técnica.
Bien, por el carácter de la fría atmósfera que la envuelve; allende, por la
distancia psicológica y material ante el dolor, el sufrimiento; bien, por la
sangre y muerte que deja tras de sí, en los campos de batalla, o en las
carreteras, etc. La técnica se transforma algunas veces en una especie nueva de
demonismo. Así pues, ¿por qué la técnica se convirtió en una prolongación de
los sentidos? ¿por qué la técnica determina en gran manera la vida del hombre
actual? ¿por qué la técnica cumple una función aséptica e indiferente en la
actualidad? Porque el mundo que ha creado no corresponde a las esperanzas y
necesidades humanas, sino a las apetencias del poder y del dominio sobre el
hombre y la naturaleza. Este no es otro, que el ámbito de la persona
individual; el mundo del Titán y del colectivo del titanismo (del técnico y
del colectivo técnico). Somos parte de una época, que fusionó el carácter instrumental de la técnica con
el carácter instrumental de poder. De
ahí que el mundo de la técnica no sea neutral e indiferente, al destino de la
vida del hombre sobre la Tierra.
La sensación de seguridad, bienestar y
confort, que proporcionan los
instrumentos técnicos, se concatena con la representación como instrumentos de
poder. Por eso, el confort, no es ajeno a los instrumentos bélicos ni al poder
en sí y para sí del Estado, o los “cuadros de mando”, diluidos en las redes
globales. Por eso, la técnica al instrumentalizarse en armas bélicas, va más
allá de las meras necesidades humanas. Ernst Jünger fue uno de los escritores
contemporáneos, que reflexionó sobre la incidencia de la técnica en el nuevo
ejercicio del poder. Pero la percibe como algo que acontece en la vida de los
seres humanos positivamente. En su ensayo, La movilización total, de
1930 dijo: “La técnica es nuestro uniforme […] Nosotros consideramos, que una
característica de una prestación elevada es que la vida sea capaz de
distanciarse de sí misma, o, dicho con otras palabras, de sacrificarse. Eso no
ocurre en ninguno de los sitios donde la vida se reconoce a sí misma como el
valor normativo y no se contemple meramente como un punto avanzado. El hecho de
la objetivación de la vida, de su conversión en objeto, es ciertamente
común a sus situaciones significativas, pero en todos los tiempos la técnica
–es decir, la disciplina– de esa objetivación es especial”.4 Por
ende, la objetivación del ser humano y sus articulaciones, son síntomas
evidentes que la técnica otorga su peculiar impronta a los tiempos en que nos
encontramos. La Civilización de Occidente, habla el lenguaje de la técnica y la
ciencia. Por eso, la razón técnica determina el orden de la existencia.
Una de las manifestaciones de la
objetivación de la vida en la época actual, es la utilización como punto de
avanzada que le otorga el terrorismo internacional. La vida se configura en
este ámbito como objeto alienado,
coaccionado, manipulado y manipulable. Se somete a fuerzas dogmáticas que la circundan, la
atraviesan y la trascienden. Esto significa para la existencia humana, perdida
de la autonomía de la voluntad, la capacidad reflexiva y la libertad. Sometidos
como están a la potente fascinación de ilusiones dogmáticas, no tienen tiempo
para hacer un alto en el camino y percibir lo grato de la existencia
individual. Eso que permite aún en medio de las tragedias cotidianas, que la
vida merezca la pena vivirse. Entonces, importante reconocer que la existencia
no es un agregado como un grano de arena en el desierto, sino una cualidad del
ser. El hombre es el único ser sobre la tierra, que posibilita hacer saltar por
los aires las cadenas de la técnica, y desgarrar los decorados de teatro
colocados por las tinieblas del dogma. En este orden, podemos decir que los
antiguos relatos se oponen a la conversión del hombre en objeto; porque sirven
de puente entre el mundo divino y el humano, el del sueño y el real. Nos
recuerda Gustavo Martín Garzo que lo maravilloso,
es abandonar el mundo de los dogmas y habitar el tiempo del relato, que es el
tiempo de la contradicción y la libertad. En este apartado Benjamín en Fragmentos
Políticos–Teológicos, expresa. “El reino de Dios no es el telos de la dynamis histórica; no puede ser propuesto aquél como meta de ésta.
Visto históricamente no es meta, sino final. Por eso el orden de lo profano no
debe edificarse sobre la idea del Reino divino; por eso la teocracia no tiene
ningún sentido político, sino que lo tiene únicamente religioso”.5
En este orden de ideas, me refiero al orden
técnico en sí, ese gran espejo en el que se refleja con máxima claridad la
creciente objetivación de la vida, y cómo se haya desprotegida de manera
especial, contra el acoso del dolor. Para Jünger y Heidegger el orden técnico
en sí, está situado más allá de lo anecdótico y circunstancial, de la política
y su polémica. Una visión que desgarra las harapientas y viejas cortinas del
Orden Burgués y la Ilustración. De ahí que la técnica tiene para ellos una
dimensión ontológica y metafísica. Pienso, entonces, que es digno de admiración
y preocupación, que el ser humano de la Gran
ciudad y la joven generación, sitúen el llamado de la técnica en el “núcleo”
de la naturaleza humana. Como consecuencia, esta nueva requisición ha tomado
rostro de nuevo en el “logos” del artificio, y su expresión más evidente
se ubica en la revolución de las telecomunicaciones artificiales, las redes
sociales y la Inteligencia Artificial generativa. Su llamada se siente con
mayor intensidad cuando se la compara con el tiempo de las selvas tropicales de
Latinoamérica, de África y Asia. De ahí que el tiempo sea un lujo en las
sociedades de masas y de la tecnología. Eso ocurre tanto más cuanto que el
carácter de confort de la técnica, está fusionándose de un modo cada vez más
inequívoco con el carácter instrumental de poder.
Para Ernst Jünger el ámbito donde se reveló
con mayor claridad la ligazón del orden técnico en sí y su carácter
instrumental de poder, no es otro que, el de la Gran guerra de 1914 a
1918. Simbolizado en la guerra de materiales y el espectáculo de la batalla. Un
mundo perceptivo donde la estructura, organización y funcionamiento de los
instrumentos técnicos para la batalla, trastocan a los ejércitos en su
conjunto. Ellos adquieren cada vez más carácter de objeto, en lo que se refiere
a las armas, como en lo que les concierne a los combatientes. Se observa a
partir de allí, una creciente objetivación de la vida en general. Eso significa
una claridad y una limpieza mayor en las cosas del poder. En esta alta
civilización técnica, la conversión de la vida en objeto desgarra la coherencia
del “Yo” concreto, diluyendo en ondas y cifras la memoria verbal del ser humano. A la objetivación de la
existencia individual le corresponde, “soportar con mayor frialdad la visión de
la muerte”. El automatismo, por ejemplo, arrastra consigo a los hombres a
coartar sus propias decisiones en beneficio de las facilidades técnicas. Esto
significa para el manejo de la libertad algo sumamente peligroso. Porque el
confort técnico aumenta de manera necesaria la perdida de la libertad. Estamos
en los umbrales de la Ciudad del Futuro, donde
la tecnología basada en la electrónica, la cibernética y la informática tiende
a la uniformización, vigilancia y coerción de la libertad. Porque entre menos
libertad exista, más se devela el entrecruzamiento del poder y la técnica sobre
la vida de los hombres.
Se platea en el ámbito de las personas que
se preocupan por la pérdida de la libertad, que aumente el automatismo en tanto
vaya aproximándose cada vez más, como es previsible, a su perfección. ¿Es acaso
posible disminuir el miedo? ¿sería, pues, posible permanecer en la nave y
reservarse la decisión propia? Es decir, ¿sería posible no sólo conservar, sino
también fortalecer las raíces que aún siguen ligadas al fondo? Esta es la
verdadera cuestión de nuestra existencia.6 Preocupa que el hombre se despoje de sus vestiduras y desnude su
existencia a las comodidades técnicas. Que lo maravilloso de la vida se cosifique, se simplifique, entonces el
poder, el dinero y la técnica, degraden el asombro que significa vivir la vida
con los otros seres humanos. Sentir que las personas son “inestimables tesoros
que están siempre a nuestro lado, a lo largo del viaje de nuestra existencia.
Cada una de ellas forma parte de la aristocracia natural de este mundo”; solía
decir el hermano Othón uno de los personajes de la novela “Los acantilados de mármol”, de Ernst Jünger. Jünger cree que se ha
llegado a una concepción nueva del poder, a unas concentraciones de poder
inmediatas y universales, sumamente vigorosas. Y, para poder plantarles cara se
necesita, una concepción nueva de la libertad. Una concepción que nada tenga
que ver con el vaciamiento de los conceptos asociados a esa palabra. Para él
quien encarna el nuevo tipo de libertad, es el Trabajador, después el Anarca, y, por último, el Rebelde. Ellos no han perdido la ligazón
con el fondo primordial y las raíces de la libertad. Personifican que el
catálogo de las cosas posibles está siempre ahí –sólo basta soñarlas para
poseerlas en realidad.
“La libertad es un complemento de lo posible” –dijo Christian von Wolf.
Un nuevo orden se instaura y establece sus
reglas de juego, y da cuenta de la vida del hombre sobre la Tierra. Un orden
distante y frío ante las apetencias humanas. En el espacio voluminoso del
mundo, la realidad y la sociedad, no deja ningún intersticio donde la técnica y
el devenir de los procesos, el dinero y las relaciones de dominio, no
determinen la existencia en general. Estamos impregnados de técnica, como
estamos abocados a establecer y comprender el lenguaje que trae consigo. Ese
nuevo orden nos convierte en adictos de la técnica y los procesos; y permite
que vayamos entregando poco a poco la libre voluntad, la conciencia del tiempo,
de la muerte y del lenguaje. ¿A cambio de qué? De unas pocas monedas de lo
actual. Sabemos, por ejemplo, que el armamentismo es una de las figuras más
importantes de la revolución técnica. Porque somete al ser humano a una
profunda tensión psicológica y corporal de proporciones gigantescas. Y,
arrastra consigo, un distanciamiento material y espiritual que desgarra la vida
del hombre. El armamentismo no sólo transforma al ser humano en objeto, sino
que también lo aleja de la zona del sentimiento, lo ubica por encima del dolor,
del sufrimiento y del mundo interior. Creo que, la revolución de los lenguajes
digitales y la imagen gráfica en movimiento, y el armamentismo establecieron un
entrecruzamiento con los diversos órdenes de la existencia humana.
Por lo tanto, en el Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo, observamos el rostro de un nuevo
tipo de educación y de cultura, ya que han de responder a caminos dirigidos,
controlados y restringidos, en lo que le concierne a la educación libre y
libertaria, a la investigación libre. Pero también lo que incide en el sentido,
el ethos de las personas y la
sociedad. Sus rasgos más sobresalientes los encontramos en el nuevo tipo de
soldado y de hombre, que viene acompañado con un creciente proceso de
objetivación de la vida. Un cuerpo que expresa la religión del cuerpo –que es
la del no-cuerpo, la del cuerpo tachado o banalizado, objetivado-, del deporte,
la pornografía, la moda, la prostitución o, del soldado. Se trata de destruir o
controlar la “zona de la sentimentalidad”, es decir, el interior del ser
humano. O, en otros términos, convertir al ser humano en objeto. En éste umbral
se hace evidente la concatenación de los instrumentos técnicos y el ejercicio
del poder. Se trata de situar al hombre fuera de la zona del dolor. Ese tipo de
hombre se diferencia del que habita por largos espacios de tiempo, en la
atmosfera del espíritu e introduce en ellas, sus valoraciones peculiares.
En este umbral se constata que los
elementos del orden técnico están presentes en todos los ámbitos de la
existencia. La estructura de la técnica y la nueva naturaleza del poder, no
sólo establecen una relación de orden superior, sino que inciden también en la
sensibilidad, el lenguaje y las reflexiones del pensamiento. Esto permite
observar que las inflexiones que arrastra tras de sí la alta civilización
técnica, se concatenan con una nueva forma de coacción de la libertad. En los
frontispicios del siglo XXI se observa una atmósfera de oscuros nubarrones y de
tempestades de acero. De una parte, de sus tumbas se han levantado antiguos poderes míticos y desean
arrasar las civilizaciones actuales para imponer sus poderes ancestrales; de
otra, el desarrollo de los procesos y la técnica, generan el entrelazamiento
del confort técnico y el ejercicio
poder.
Ahora, por el predominio de las ilusiones
ópticas y auditivas, la imagen que tenemos del mundo y su realidad, es una
imagen distorsionada, hipertrofiada y vacía de contenidos espirituales. Un
ámbito donde las redes artificiales de la comunicación social simultánea e
inmediata, arremeten contra el lenguaje natural. Esta actitud ante la vida
posee un fin determinado: convertir al
ser humano en objeto. La revolución tecnológica en las comunicaciones
artificiales, sitúa al ser humano en un mundo perceptivo fuera de sí, de la
sensibilidad, de la intuición, de la imaginación, de la capacidad de asombro y
de la zona del dolor. Pero también implica alejarlo del mundo de la cultura,
del humanismo y las artes. O, en otras palabras, de la filosofía, la teología y
la poesía. Porque son las esferas de la existencia que dan cuenta del hombre
como ser histórico y trascendente a la vez.
Resulta evidente en esta alta civilización
abstracta, que los instrumentos técnicos se están convirtiendo en una
prolongación de los sentidos. Y, en algunos casos, los sustituyen. En la
neurociencia, por ejemplo, la importancia de la tecnología para conectar el
cerebro a una máquina, ya es una realidad. Se ha publicado últimamente en la
prensa internacional que los neurocirujanos han implantado un pequeño
dispositivo con 100 electrodotos del grosor de un cabello en el córtex motor de
los pacientes, la parte del cerebro que normalmente manda la señal de los
músculos para mover el cuerpo. Así mismo, la relevancia, por ejemplo, que
tienen los instrumentos técnicos en los procesos de trabajo y en el tiempo de
ocio, cambió la vida de las personas. De ahí que las personas que se dedican
ahondar en el autoconocimiento humano y la nobleza del espíritu, poseen en sí,
una importancia primordial en estos tiempos de tránsito. Son las que restauran
la unidad del Yo perdido, las que sancionan en nuestras sociedades algo
de la perdida visión de la concordia humana, los que fortalecen las raíces que
aún siguen ligadas al fondo primordial, los que aún conservan la frescura de la
libertad y se convierten en voz de aquellos que no tienen voz. Por tanto, en un
mundo desgarrado por la pobreza, el hambre, las enfermedades, las injusticias
sociales, la violencia, las guerras, etc., sus creaciones encarnan las fuentes
emotivas e inconscientes del lenguaje. Son con el genio colectivo, la lengua del pueblo que representan. Por eso se
oponen a toda homogenización y uniformización de la existencia, porque saben
que en la diversidad está el germen de la libertad y de toda creación.
Si los instrumentos técnicos sustituyen
poco a poco las “relaciones de
sentido” –lo maravilloso de la existencia, eso que permite que el
milagro del lenguaje sea posible en la vida de los seres humanos, ese resto que
hace que los viejos relatos hagan el mundo habitable y común, algo lleno de
significado en el tejido de la existencia individual-; entonces el mundo actual
se caracterizaría por el vaciamiento de los contenidos espirituales del
lenguaje y de la experiencia. Anonadados y sorprendidos observamos cómo la
lengua natural se sustituye por la imagen
“pictórica” en movimiento o la cifra.
El emblema de los signos y los lenguajes digitales, se sobreponen a los
contenidos espirituales de la lengua natural. El avance del cálculo, la
estadística y su aplicación práctica en la sociedad, convierten al hombre en
número. Si las personas se numerifican y se objetivan, preguntamos, ¿dónde
queda el legado de los antiguos escritores griegos, Platón, Aristóteles,
Pitágoras, Heráclito, Homero, Esquilo; y la herencia de los antiguos escritores
latinos? O, ¿la herencia de la cultura del pueblo del Libro, y el legado del cristianismo en la historia reciente de
Occidente? De ahí que el llamado de Thomas Mann, de George F. Jünger, de George
Steiner, sea de angustia y esperanza a la vez. Piensan que debemos volver a las
fuentes de las ideas de los clásicos griegos y latinos; beber de las corrientes
primordiales del humanismo cristiano y del judaísmo; volver a las fuentes de
Vico, de Herder, de Goethe, de Humboldt, de Vossler, de Hamann, de Shakespeare,
de Milton, de Hölderlin, y mirarnos como en espejo para encontrar el verdadero
sentido de Humanidad.
Sabemos que los cambios que la técnica
trajo consigo en la vida del ser humano, lo convierte en un ser huérfano de los
suyos y de la herencia de las Antiguas
culturas. Errante con su libertad a
cuesta, no sabe sacudirse la carga de los instrumentos técnicos y no tiene la
fuerza para enfrentar los tormentos que arrastra tras de sí. Incapaz de
enfrentarse al destino que le espera, no posee otra alternativa que entregar el
peso de la existencia a fuerzas que lo trascienden. De ahí que los instrumentos
técnicos y la nueva voluntad de poder, incrementan la indiferencia ante el
dolor, el miedo y las necesidades del otro. Esto condensa una atmósfera gris,
oscura, pestilente e inhumana, donde los fragmentos de Absoluto no responden ya, a los requerimientos humanos. Así que, la
libertad, la solidaridad, el amor, la moral, la ética, la dignidad de la
persona o Dios, son sólo palabras
huecas, sin sentido alguno. Entonces, se tiene la sensación de vivir en un
mundo sin memoria y sin esperanza, vivir instalados en el presente-actual.
Parece que hubiéramos olvidado, que la memoria es la manera de mirar o de
recordar. Es lo que “permite –dice Walter Benjamín- que rompamos con la
“actualidad” que nos repugna, y detener su avance catastrófico”. Posibilitando
que las artes plásticas, la música, la poesía, el teatro, el cine, o en sus
inicios, la fotografía, asistente de la memoria, se conviertan en una forma de
evitar el olvido. Pero ahora, la fotografía ayuda al olvido y a una amnesia
colectiva, que es demasiado peligrosa. Somos, por supuesto, habitantes de un
mundo angustiado y una de sus figuras es la de la pérdida de la memoria. Porque
se configura en angustia la perdida de la identidad, tanto colectiva como
individual. Por eso, se hace necesario recordar de dónde venimos y quiénes
somos, y saber para dónde vamos. En la época actual, se le quita al ser humano
la posibilidad de amar e incluso de la amistad. Pues el amor exige un poco de
porvenir, y para el ser humano no hay más que instantes.
Por su prevalencia en los asuntos humanos,
la Cultura de Occidente está convirtiendo a la técnica en una segunda
naturaleza. Una especie de ensimismamiento de los sentidos, que abarca cada vez
más el ámbito de la vida en general. Su hacer tiende a la manipulación,
vigilancia y objetivación de la existencia. Por eso la imagen que los seres
humanos tenemos del mundo y de la realidad, se convierte en una imagen
hipertrofiada, distorsionada y manipulada. Nos recuerda Wittgenstein que
vivimos en una cultura especial con relación al espíritu y los contenidos de la
experiencia. Pienso como lo creyó Nietzsche que nuestro tiempo, es realmente un
tiempo de transvaloración. Una época que perfila una cultura que responde a la dynamis de los procesos y a la técnica.
Pero la estructura sobre la cual se asienta, diluye el “logos” clásico,
multívoco y contradictorio, para dar lugar al “logos” artificial,
univoco y numérico. Esta mutación en el orden de la existencia, en algunos
ámbitos académicos e investigativos se observa como algo que se corresponde con
los tiempos que corren. Pero no se detienen a pensar que poco a poco se está
diluyendo la esencia que define a la cultura occidental. Nietzsche lo sabía y
su mérito consiste en que encontró una expresión para ello. Creo, en
consecuencia, que se está consolidando una “estructura” nueva, una
visión del arte, del ethos de la
realidad y de la cultura, que obedecen a la técnica y al desarrollo de los
procesos.
De ahí que Humberto Eco elocuente dijo: “Los hombres de hoy no sólo esperan, sino que
pretenden obtenerlo todo de la técnica”;
eso hace del hombre contemporáneo un ser desgarrado y alienado.
En un tiempo como este, ¿qué resalta el
carácter instrumental de la técnica? Que no sólo se limita a la zona propia del
instrumento, sino que intenta dominar el ámbito del cuerpo y del espíritu. Si
la zona del espíritu y de la psique está minada, el fuerte está que cae. Si la
técnica penetra los más sutiles procesos psicológicos y convierte al cuerpo en
un instrumento de batalla, ipso facto,
se diluye el verdadero sentido de humanidad. Aquí, en este umbral de combate,
no se trata de relaciones numéricas como cree la estadística, sino de la
naturaleza del Ser. Se trata, entonces, de condensaciones epistémicas y ontológicas.
No de un fenómeno de opinión como lo muestran los medios de comunicación de
masas y las redes sociales, sino con lo que le concierne al arte, a la
religión, a la historia, a la ética, a la música, a la literatura o, a la
filosofía. Por eso, la dynamis de los
procesos y la tecnología penetran en un orden diferente, un orden cósmico que
está dando cuenta de la vida humana. Ahí está su campo, ahí su acción, son
poderes que intentan colocarle al ser humano sus máscaras propias, poderes que
unas veces son totémicos, y otros mágicos, y otros técnicos. En este orden se
manifiesta crudamente, el entrelazamiento entre el confort técnico y la nueva
voluntad de poder.
En medio del relampaguear de ilusiones
ópticas y auditivas a las que estamos expuestos, la fastuosidad de las máscaras
no reside en los rostros, sino en el encantamiento que desvela. Se desvela como
una especie de narcótico que entorpece los sentidos, paraliza la imaginación y
las reflexiones del pensamiento. Desde los tiempos remotos el ser humano viene
luchando para que el peso del poder y su parafernalia, no lo anule o lo
trascienda. En los tiempos modernos, la libertad, la autonomía de la voluntad y
la memoria histórica, se convierten en herramientas fundamentales para
enfrentarlo. “Las artes se petrifican –dice Jünger–, el dogma se absolutiza.
Pero desde los tiempos más remotos viene repitiéndose una y otra vez el mismo
espectáculo: el hombre se quita la máscara y a ese acto sigue la jovialidad, la
cual es el reflejo luminoso de la libertad”.7 Lo importante en los
tiempos actuales, es que va dejando tras de sí, un montón de escombros, de
vidas atormentadas y deterioradas, ecosistemas destruido o arrasados, que
sirven a las conciencias despiertas para entender, comprender y conocer el
mundo del cual hacen parte. Creen que, del despojo del mundo técnico y la
política, del capital financiero y la ciencia, tiene que levantarse el nuevo
tipo de hombre que defienda la libertad, la verdadera libertad y la vida que la
sostiene. Lo cual no es tan fácil como parece. Ese hombre no sólo mirará hacia
las estrellas, sino que luchará al lado de los dioses contra la hegemonía de
los titanes. Es el tipo de hombre que hablará un nuevo lenguaje y con él,
anunciará el porvenir.
Resulta instructivo para la época que los
fenómenos que caracterizan los momentos actuales, no están sólo relacionados
con la técnica, sino que consigo traen una nueva cultura, la Cultura del
espectáculo. Un espacio donde se trivializa la identidad personal, la
visión transitoria e inestable del tiempo, la consciencia de la muerte, la
memoria verbal; en suma, lo que determina el tejido de la existencia
individual. Son cambios que inexorablemente influyen en la naturaleza del ser
humano, en las condiciones y posibilidades del lenguaje. De ahí que George
Steiner diga que, “si los universales históricos cambian, si las
estructuras sintácticas de la percepción se modifican, se modifican también las
formas de la percepción. El discutido papel de los medios electrónicos ocuparía
un lugar secundario”.8 Al mismo tiempo existen personas que no han
perdido la capacidad de asombro, la imaginación, la sensibilidad, la capacidad
de crítica y de juzgar, porque todavía son capaces de ver las pérdidas. Por eso
sentir la aniquilación del valor, de la esfera del sentimiento, la
superficialización y la simplificación del mundo, se convierte en algo
traumático para la consciencia individual. Entonces, el tránsito del “logos”
clásico al “logos” informacional, la disolución de la memoria histórica
y verbal, la concepción estética y trascendente de la vida, lo testifica.
En un mundo como éste no podemos olvidar la
invitación del poeta, del novelista, del músico, del pintor, del teólogo, del
dramaturgo, del filósofo, etc., que desandemos lo andado. Como dijo San
Agustín: “Andar es propio del que ama”. Nos sugieren que nos identifiquemos con
la naturaleza elemental, el fondo natural intacto, donde todo es posible. Son
fuentes que permiten el deslumbramiento de lo cotidiano, sugieren que lo maravilloso está siempre ahí, que nos
enfrentemos a la cosificación de la existencia individual y a la restitución de
la coherencia interior perdida. Por eso sorprendidos y anonadados asistimos en
esta civilización técnica, de sociedad de masas y de cultura de masas, a
procesos técnicos y a ejercicios de poder, que desean convertir las vidas de
las personas en algo sórdido, incoherente y fugaz. Vidas que obedezcan sólo a
funciones artificiales y, sus fragmentos existenciales hagan parte del
engranaje de las maquinas automatizadas, de la velocidad, de lo efímero; y en
su defecto se conviertan en apéndice de las redes de los “cuadros de mando”. En
esta perspectiva, una civilización que privilegia la automatización sobre las
relaciones de sentido, es una civilización que diluye las señales de identidad,
la consciencia temporal y los contenidos espirituales de la lengua. Hace
evidente, en su defecto, que la fuerza de la palabra cede su espacio a marcha
forzada, al automatismo y a la imagen gráfica en movimiento. Contemplándolo por
la frágil y diminuta rendija del ser humano, lo necesario, lo irrefutable, lo
eterno, se encuentran en entredicho. Lo cual resulta sumamente peligroso para
el triunfo de la vida sobre la muerte, del amor sobre la desdicha, de la
esperanza sobre los despropósitos humanos, de la libertad sobre el
autoritarismo; ya que la atmósfera que respiramos extiende un velo espeso,
denso, oscuro, y no permite visualizar el rostro, ni percibir las acciones y el
pensamiento de los demagogos y embaucadores.
En este orden de ideas a la técnica le
corresponde la velocidad y el automatismo; y a la concepción discontinua del
tiempo y de la vida, la máxima latina del siglo XVII, Festina lente:
apresúrate despacio. Por tanto, el lenguaje de la civilización actual, no sólo
privilegia a las matemáticas y a la razón instrumental de acuerdo a fines, sino
también al lenguaje de las computadoras y a la imagen gráfica en movimiento. De
ahí la sociedad esté impregnada en su totalidad por el espíritu de los
lenguajes digitales. Donde las estructuras utilitarias de la industria de la
información se convierten en ley general. El hombre de la cultura informacional
se interesa por la tecnología y escasamente por las repercusiones de ésta en el
tejido vivo de la existencia individual. El mundo actual, es el de la
esterilidad, la superficialidad, la uniformidad, la disgregación de la existencia
individual. “Allí donde no reina el espíritu, lo que la técnica hace es
multiplicar las cosas que separan –dijo Jünger. La dicotomía entre ser y tener,
entre ser y estar, entre saber y hacer, se hacen cada vez más palpables en la
época actual. Esta trastocación en el orden de la existencia individual,
sugiere que los contenidos espirituales de la lengua y las potencias de las
reflexiones del pensamiento, estén perdiendo una parte de su energía y el
hombre parezca menos humano. Porque es en la lengua donde los hombres comunican
el verdadero sentido de humanidad. Si la lengua no responde a las apetencias
humanas, no existe concatenación entre Palabra
y Realidad, Palabra y Mundo, Palabra y Verdad. Y esto se constituye
en una catástrofe cósmica, un terror inimaginable para el verdadero sentido de
humanidad.
Sabemos que el mundo que habitamos está
poseído por los espejismos de la tecnología y el desarrollo de los procesos.
Sus configuraciones son cada vez mayores y todas las resistencias abren paso a
su ley. “En el automatismo está el movimiento completo, el despliegue imperial,
la seguridad Total” –nos recuerda Jünger. ¿Para quién? Para los que ejercen el
poder y se valen de él para descargar su peso, su fuerza, su vigor, sobre el
hombre que sufre; sobre el hombre que se encuentra solo y desprotegido; y cuya
inseguridad también es total. Son conscientes de la concatenación que existe
entre el poder, la técnica y el miedo. Este tipo de poder cae con toda su fuerza
sobre el desamparado, el inmigrante, el negro, la prostituta, el blanco
empobrecido, el excluido, el desempleado, el lumpen; y en particular, sobre los
que luchan por la defensa de la libertad, la justicia social, los derechos
humanos; por el Estado de Derecho, la defensa de la vida, la libertad de
expresión, la libertad de creencias religiosas y la dignidad humana. Es del
miedo de lo que vive el despliegue del poder Total. Y su acción adquiere una
especial eficacia en aquellos campos donde se ha intensificado la sensibilidad.
Son insaciables como la loba que está a las puertas del Infierno
descrito por Dante en la Divina Comedia. Se alimentan del sufrimiento,
del terror y la desesperanza de los débiles que en el mundo que habitamos, son
siempre los muchos.
En los tiempos actuales vemos que el avance
de los procesos y la utilización de los instrumentos técnicos, en efecto, están
llegando hasta las profundidades de la naturaleza humana. Pero lo más dramático
se expresa en los caminos de las tinieblas, caminos que descienden hacia los
hondones de campos de esclavos y los mataderos, donde unos hombres primitivos
se asocian criminalmente con la técnica. Irak, Afganistán, Colombia, Oriente
Medio, Ucrania, entre otros, son la expresión vigorosa y tenaz de la estructura
técnica y la nueva tecnología del poder. “En este ámbito no hay destino, lo
único que existe son números. O bien poseer un destino propio o bien tener el
valor de un número –esa es la disyuntiva que nos viene impuesta a todos y cada
uno de nosotros, impuesta ciertamente a la fuerza; pero decidirse por lo uno o
por lo otro es algo que cada cual ha de hacer por sí solo”. Pero también existe
“el camino de la luz, el que asciende hacia reinos que están en las alturas,
hacia la muerte en sacrificio” o, al destino que tejen las musas o los dioses –como
expresó Jünger en el texto La
emboscadura.9 Este no es otro, que el camino del encuentro del
hombre consigo mismo, con la estructura esencial, lo trascendente; y sólo se
pueden alcanzar cuando nos conocemos más así mismos o, por la Revelación en el
interior del ser humano.
Ahora bien, ¿cómo se le puede plantar cara
al poder que encierra la técnica en los nuevos lenguajes digitales? Por supuesto, en la medida que gane
terreno la autonomía de la voluntad, el umbral de la libertad y la consciencia
reflexiva de los seres humanos. La consciencia de que somos seres lingüísticos
y que ahí descansan nuestras fragilidades; pero también, nuestras fortalezas.
Que el ser humano no es un agregado numérico, sino la expresión sublime de la
cualidad del Ser. Que la experiencia enriquecedora – de la palabra y el relato
- permitan que los hombres se preparen para la batalla. Los criminales que se
han asociado con la técnica saben que su poder no es tan fuerte y eficaz como
parece. Porque cuando se cuestionan los presupuestos sobre los que se asientan
sus creencias o ideas, se ponen demasiado molestos y furibundos; y se
convierten en seres intolerantes y no les queda otro camino que asociarse
criminalmente con los instrumentos técnicos. El mal que existe en el mundo
proviene casi siempre de la ignorancia de este tipo de ralea, que cree que la
maldad y la indiferencia, son potencias mucho más frecuentes en los actos
humanos, que las bellas acciones o la bondad. Desconocen el encanto de la
existencia o de la realidad. La categoría de anhelo o de esperanza le repugna a
este tipo de personas. “Ya que el vicio más desesperado es el vicio de la
ignorancia que cree saberlo todo y se autoriza entonces a matar – nos recuerda
Albert Camus-. El alma del que mata es ciega y no hay verdadera bondad ni verdadero
amor sin toda la clarividencia posible”.
Sabemos entonces que la seguridad que
brindan las máquinas y sus aparatos, son sólo espejismos con relación al peso
de la realidad y de la existencia en particular. Sometidos como estamos –dice
Jünger– a la fascinación de potentes ilusiones ópticas, nos hemos habituado a
ver en el ser humano un simple grano de arena, si se lo compara con sus
máquinas y sus aparatos. En esta alta civilización técnica los aparatos son y
no dejan de ser, decorados de teatro colocados por la imaginación inferior. El
ser humano es quién ha fabricado tales decorados y él es quien puede
desmontarlos, o bien darles un sentido nuevo.10 Por
eso es posible hacer saltar por los aires las cadenas de la técnica y quien
puede hacerlo, es el hombre de carne y hueso. De lo que aquí se trata, no es de
cifras ni del espejismo de
los nuevos lenguajes digitales; tampoco de la Cultura del espectáculo,
sino de la naturaleza del Ser, lo que constituye el espíritu de la realidad y
de la existencia humana.
Además, junto al desierto visual se abre
paso el infierno acústico. Pero el lugar donde más se siente el golpe virulento
de la ola al romper, es en el lenguaje. Las imágenes desplazan a las palabras y
las relaciones artificiales reemplazan a las relaciones de
sentido. En la civilización actual el efecto que las imágenes causan, es
más fuerte que el de las palabras. En consecuencia, el mundo no solo está
adquiriendo un “aura” nueva, sino también una epidermis más sensible.
Así pues, ¿cómo ha podido ocurrir esto en tan pocos espacios de tiempo y
extenderse al mundo en general? No podía darse sino en un mundo en tránsito. Donde
la atmósfera que reina es contradictoria e inextricable. Los nuevos valores no
están vigentes del todo; los viejos ya no están. Parece que el ser humano
estuviera suspendido sobre la epidermis de la realidad; y existieran fuerzas
que lo trascienden. Esta trastocación de los valores permite pensar que tenemos
una imagen distorsionada de la existencia y de la realidad. Porque el mundo que
habitamos se presenta fluido, sin peso y fugaz, ante el sentido de la vida. Por
eso reina la sensación que todo, absolutamente todo, se mueve bajo los pies.
Herder tenía razón cuando en su día nos
habló de la vida de la humanidad –al igual que Mill, Schopenhauer o Carlyle–
nos hablaron de las trivialidades y del pesimismo de la vida cotidiana. De esa
especie de entumecimiento de los sentidos, de la parálisis del pensamiento, de
la que está cargada la atmósfera del presente–ahora. Está representado
en los procesos refinados, precisos y abstractos de la técnica y la ciencia.
Procesos que poco a poco van minando la capacidad de asombro, los contenidos de
la experiencia individual, la memoria étnico-verbal que tanto han aportado a la
historia de la cultura occidental. Cuando el pensamiento racional está cargado
de maldad y esa cualidad suya contagia a todo plan humano, hay que dar un giro,
buscar otros caminos de experiencia y de saberes. De ahí que la vida en la Gran ciudad sea gris, sórdida, lúgubre y
agitada. Porque la condensación de la rutina cotidiana es tan densa y se
manifiesta en una especie de excitación rabiosa, que no permite visualizar el
negro absoluto. En la Gran ciudad, la
luz, el frescor de la naturaleza, la tranquilidad, se convierten en propiedad
de unos cuantos poderosos. En la Gran
ciudad, todo se compra y se vende, sólo basta poseer el mundo dineral. Se
compra la salud, el agua que bebemos, el sosiego, la soledad, el tiempo, la
educación, el sexo, la amistad, la cultura, etc. Pero también se escucha a lo
lejos la voz que dice: no es en el terreno de la economía ni de la política ni
de la técnica, tampoco de la ciencia, donde residen los fragmentos de Absoluto, sino en lo profundo de la
condición humana. Por eso en esta alta civilización técnica y de masas, vale la
pena mirar hacia el hombre concreto de carne y hueso, hacia su mundo interior.
En este mundo que habitamos, existe la
sensación que el ser humano no posee las herramientas necesarias para batirse
con la técnica y la nueva estructura del poder. Como si la vida fuera un grano
de arena en el desierto arrastrado por el viento sin fronteras. De ahí que
Walter Benjamín nos recuerde las novelas de Paul Scheerbart, que de lejos
parecen como de Julio Verne, como se ha interesado (a diferencia de Verne que
hace viajar por el espacio en los más fantásticos vehículos a pequeños
rentistas ingleses o franceses), por cómo nuestros telescopios, nuestros
aviones y cohetes convierten al hombre de antaño en una criatura digna de
atención y respeto. Por cierto, que esas criaturas hablan ya en una lengua
enteramente distinta. Y lo decisivo en ellas es un trazo caprichosamente
constructivo, esto es contrapuesto al orgánico. Resulta inconfundible en el
lenguaje de las personas o más bien en las gentes de Scheerbart; ya que
rechazan la semejanza entre los hombres, principio fundamental del humanismo.11
Como se indicó, el Mundo Moderno realizó la
concatenación entre el poder en sí y para sí, en el Estado. El liberalismo
político del siglo XIX creía que, “el individuo sólo accedía a la libertad por
y en el Estado”. Esta amenaza de tiranía se hace patente en el siglo XX, porque
configuró “una concepción de la razón incapaz de atajar su deriva en fuente” de
sin sentido y penuria, dolor y sufrimiento, violencia y muerte. Franz
Rosenzweig en Hegel y el Estado
(1920), se refiere a una concepción de la razón incapaz de contener la
violencia en la historia. En su defecto, intuye cómo la razón se pone al
servicio de la guerra y de unos hombres demoniacos, haciendo patente el trágico
destino del hombre sobre la Tierra. Vuelvo y repito: a partir de la fractura de
la razón y los despropósitos humanos, percibe que se “vuelve imposible pensar
que la aspiración última del hombre puede satisfacerse dentro de la historia”.
Que la vida obtiene su fundamento en el gobierno de la temporalidad histórica. Entonces,
recurre al concepto de Revelación,
“tal como Rosenstock se lo ha definido en su correspondencia: un acontecimiento
en virtud del cual existe en la naturaleza una “orientación”, un arriba y un
abajo, un antes y un después”. Esto constata la “fascinación que sentía hacía
mucho tiempo por el momento 1800 y el asco que le inspiraba, por el contrario,
la esterilidad intelectual de su propia época”. En cuanto a “un antes y un
después”, su nombre es, precisamente, “1800”, que Rosenzweig lo encarna en dos
personajes, “Hegel” y “Goethe”: Hegel, como “último filósofo, último cerebro
pagano”; Goethe como último cristiano, tal como quiso Cristo y, por tanto,
primer “hombre a secas”.12 Para Rosenzweig “1800” representó una
especie de “milagro de la historia
mundial”.
Este milagro alcanzó su máxima expresión
hasta el célebre verano sin nubes de 1914, cuando la guerra convierte la
existencia y la civilización occidental, en campos de sin sentido, de dolor y
muerte. Y a partir de ahí, el Estado Moderno se transforma en una gran máquina
de producción técnica e instrumentos de poder y dominio. Entonces, se pudo
observar que, en el transcurso del siglo XX, la nueva estructura de la técnica
no sólo afectó la naturaleza lingüística del hombre, sino también la estructura
de la razón y los valores de la cultura y la civilización occidental. La
primacía del lenguaje técnico en su deriva se metamorfosea en Cultura de lo
efímero, y los altos valores de la cultura de Occidente, se deterioran
en nombre del entrelazamiento de la técnica y la nueva estructura de poder. Así
que, no se trata sólo de una renovación técnica del lenguaje, sino de la
utilización del lenguaje y el pensamiento al servicio del poder, del colectivo
técnico y del mundo de ese colectivo.
Por tanto, “es un movimiento que hay que
atisbar más que demostrar”; las falacias ópticas y auditivas del progreso, por
ejemplo, se han convertido en una fuerza de índole cultual: “de exceso, aventura
en las profundidades de la existencia y pasión mística en la barbarie y la
muerte”. Por eso hay que situarlas en el pálpito de la civilización
contemporánea. En cualquier caso, al servicio de la “modificación” de la
realidad y no de su “descripción”. La prescripción llega de repente como un
rayo que cae de un cielo sereno; tú eres un rojo, un blanco, un negro, un ruso,
un alemán, un coreano, un sudaca, un judío, un jesuita, un masón; eres, en
cualquier caso, mucho peor que un perro. Sobre ellos cae el poder Total, sin
contemplación; el que teje y desteje el mundo del colectivo técnico, la nueva
voluntad de poder y las esferas del dinero. Esta mutación en el orden de la
existencia, ha llegado a concentraciones tan vigorosas, inmediatas y
universalistas, que no tiene parangón en la historia de la humanidad. En este
orden causa estupor imaginar, que la nueva estructura de poder convierta la
crueldad, el miedo, la inseguridad y el desasosiego de la vida cotidiana, en
elementos constitutivos de las nuevas formaciones de poder. Así que, la
indiferencia ante el dolor y el miedo, el sufrimiento y la soledad, se
convierten en una de las representaciones evidentes de las sociedades
contemporáneas. Esto hace del hombre de hoy, un ser sumamente desgraciado.
Sabemos que la razón técnica en esta alta
civilización abstracta, trastocó el sentido y la magia de las lenguas
naturales. Por eso se convierte en “imperativo”, que la razón trascienda los
límites donde está recluida, ya que los espejismos de la técnica son sólo
materializaciones de la especulación de los despliegues del” Yo” en la
historia. Sabemos también por el estado de cosas que han sucedido, que a la
deriva de la razón y a la historia reciente de la civilización occidental, le
pertenecen los escombros de la memoria y del recuerdo, tanto como el
relampaguear de las reflexiones del pensamiento, que han de hacerse cargo de
las preguntas de los humillados, excluidos y vencidos. Por tanto, re-pensar el
alcance de la razón técnica, es hacerlo bajo las exigencias de justicia
universal, propias del mesianismo. Re-pensar, por ejemplo, que la frescura de
lo elemental que una vez contenía el lenguaje y las categorías de la razón, no
responden con la misma energía a los requerimientos humanos. Esto resulta
sumamente preocupante para el hombre de hoy. Porque en algunas esferas del
saber y de la vida parece que la memoria verbal, los medios y los modos de la
comunicación humana, estén completamente batidos. La conversación, por ejemplo,
que ahonda y enriquece las vivencias espirituales, brilla por su ausencia. Esta
mutación en el orden de la existencia, configura una civilización donde las
redes de la comunicación simultánea e inmediata, pautan los ritmos de la vida.
Como consecuencia nunca en la historia de la humanidad, los hombres se han
sentido tan solos y desprotegidos como ahora. Por eso, en efecto, la estructura
de la técnica y el poder en sí y para sí, no tienen otro legado que cortar las
amarras con lo permanente, los mitos y los ritos, las tradiciones y las
costumbres, la memoria étnica y verbal de la Cultura, para imponer su impronta
en la actualidad. Desean que el individuo portador de experiencia o el hombre
vivo, que se enfrenta a la realidad cognoscible y a la experiencia histórica,
se diluya en las redes de la razón técnica y la nueva voluntad de poder. “Cada
vez más la palabra está subordinada a la imagen. Sectores cada vez mayores de
los hechos y las sensibilidades, especialmente en las ciencias exactas y las
artes no representativas, están fuera de la expresión verbal y de la
paráfrasis”.13
Esto constata que la preponderancia de la
razón técnica en los asuntos humanos, hace mella el mundo del espíritu
lingüístico. Eso no significa que la armoniosa lira de la cultura de la
palabra, no se escuche en momentos excepcionales; en el instante que la lengua
humana bebe de las fuentes de la divina o de lo elemental. De las canciones que
velaron nuestros sueños y pesadillas; de los ecos fragmentados de la lengua de
nuestros mayores; esa que posibilita las experiencias comunes compartidas; y,
que revela los sueños colectivos de una memoria ancestral, y aún en los
momentos más oscuros otorga sentido a la existencia.
Por eso la disolución del “Yo”
concreto, del sentido trascendente de la vida y la muerte, son síntomas de la
época que vivimos. Observamos, por ejemplo, que la muerte está perdiendo el
carácter mágico, ritual y trascendente, en el continuo del tiempo. La época
actual desvela la era del Infierno
tal como lo percibe el lema de Balzac. Porque nos revela –dice Walter Benjamín-,
“que este tiempo no quiere saber nada de la muerte y que la moda hace burla de
ella; que la aceleración que sufre el tráfico y el tempo a que se comunican las noticias –al ritmo de edición de los
periódicos-, se dirigen al hecho de eliminar toda interrupción, todo fin
abrupto y repentino, de modo que la muerte, como corte, sólo se da como
continuidad de lo rectilíneo del curso […] del tiempo”. Esta imagen de la realidad y de la vida
constata, como el hombre contemporáneo se aleja de la zona del dolor y de los
sentimientos. Como si hubiera olvidado que la verdadera fuerza del ser humano
proviene del interior de sí mismo. Que las máquinas, los cohetes, los aviones
no pilotados, las redes de información simultánea e inmediata, Internet, las
armas, son algo exterior a él. Así pues, la relación entre técnica y la nueva
estructura de poder, no sólo revela el aumento del miedo y la inseguridad, sino
también la impotencia ante los enigmas de la existencia. Quizá el Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo,
desempeñe un papel decisivo en los órdenes de la existencia en general y de la
historia actual. Y por eso, efectivamente, es en la atmósfera que respiramos
donde hay que buscar el auténtico factor moral de nuestro tiempo; o tal vez la
concatenación de los instrumentos técnicos y el ethos de la actualidad. El Zeitgeist,
el Espíritu del Tiempo, se presenta algunas veces con la máscara de
irradiaciones tan sutiles e imponderables, que logran trascender las esperanzas
y las necesidades humanas. Ahí está la algarabía de los lenguajes digitales o
la estridencia de la civilización técnica, que destruyen el silencio y el
recogimiento necesario, para la reflexión, la veneración o el amor.
Preguntamos, ¿qué posibilidades posee el
ser humano para trascender la banalización de los hechos, sí la realidad se
presenta como kitsch? ¿por qué el mundo uniformizado y objetivado atenta
contra la coherencia interior del individuo? ¿por qué los mass-media crean del mundo que vivimos, una imagen de desasosiego e
incertidumbre? Estas interrogaciones nos muestran a ojos vista, que somos
habitantes de una civilización donde prima la Cultura del artificio. Un
tipo de cultura que exalta la vulgaridad, glorifica lo banal y fugaz del
momento actual, y contradice toda excelencia permanente. Deseo resaltar, en
todo caso, que esto no es ajeno en el orden de la existencia, a la razón
técnica ni a la nueva voluntad de poder. En los pliegues del vestido de la Cultura del artificio, se esconden
relaciones de dominio y de saber.
Este proceso histórico de la cultura
occidental reciente, ha develado una forma nueva de deshumanización. Por tanto,
el desarraigo del pulso vital de la Madre-Naturaleza, la alienación de las
relaciones de sentido, la disolución de la memoria verbal, la objetivación del
ser humano, son sólo algunas manifestaciones de la ligazón del poder en sí y la
técnica. Por ende, hace tiempo ya, que el ser humano no está preparado para
retrotraerse a un pasado mítico ni sobreponerse a la fugacidad de un presente
perpetuo. Ahora bien, sí el ser humano no desanda lo andado ni bebe de las
cristalinas fuentes de agua viva de los orígenes, en pocos espacios de tiempo,
se convertirá en un ser incapaz de toda originalidad, de la libertad de
elección y de creación, como elementos divinos del hombre.
En este orden de ideas, el sociólogo alemán
George Simmel observa la cultura occidental moderna, como un estado de flujo
incesante. Las ideas de Simmel prefiguran sociológicamente hablando, la
Cultura del espectáculo y la globalización. Cree que los conceptos que
mejor expresan la fluida realidad son conceptos relacionales. En ellos los
agentes sociales adquieren su razón de ser. Cada día, cada hora –dice–, son
tejidos tales tramas, se les permite caer, se los reconoce de nuevo, se los
reemplaza por otros, se los entreteje con otros. Aquí estriban las
interacciones, –sólo accesibles al microscopio psicológico– entre los átomos de
la sociedad que soportan toda la tenacidad y elasticidad, el todo coloreado y
la unidad de esta vida tan evidente y confundente.14 Para Simmel las
partes se privilegian en las relaciones imperceptibles y complejas de las redes
sociales. En el mundo contemporáneo, esas relaciones tejen y destejen un ámbito
donde las tramas delicadas e invisibles devienen en forma de mundo cinético, mass-media, imagen gráfica en
movimiento, lenguajes artificiales, redes sociales y Cultura de lo efímero.
Son transformaciones que estructuran un mundo expresivo donde el lenguaje
natural, los recursos de la sensibilidad y la imaginación creadora, salen mal
parados. Se está configurando una cultura enteramente diferente a la de antaño
y como correlato, un tipo determinado de hombre.
En su
defecto, la Cultura de lo efímero está minando las células germinales
del lenguaje natural. Parece que se diluye la lengua, aquella con que nuestros
mayores evocaban a sus dioses e invocaban la magia de la naturaleza y el
misterio de la vida o la muerte. Pero también, el lenguaje con que cantaban sus
amores, contaban sus leyendas o lloraban sus tragedias. Se tiene la sensación
que la lengua que les permitió el sentido de pertenencia, la identidad o la
diferencia, la consciencia del límite o de la trascendencia, la percepción del
movimiento o la quietud, se disuelve a marcha forzada en las redes de
información virtual o los lenguajes digitales. En cambio, para la lingüística
transformacional de Noam Chomsky y para la teoría de la cultura de George
Steiner, existen principios estructurales y formales profundamente enraizados
que permanecen en el devenir del tiempo. Los elementos –dice Steiner-, los componentes
de toda creación artística preexisten sin lugar a dudas; o los espacios para
las transformaciones innovadoras son vastos y sin límites. El poeta Jorge Luis
Borges nos habló también de la estructura lingüística germinal, en la que se
encuentran latente todas las frases (las que contienen todas las posibilidades
y combinaciones posibles); ello lo denominó Biblioteca infinita.
Lo importante de los pensadores de los
siglos XVIII, XIX y XX como Herder, Vico, Hamann, Goethe, Simmel, Kierkegaard,
Schopenhauer, Nietzsche, Marx, E. Jünger, F. G. Jünger, Benjamín, Hölderlin,
Berlin, Wetgeistein, Steiner, entre otros; consiste, en que vislumbran la
mecanización creciente, la vulgarización del individuo y la enajenación de las
sociedades modernas. Vislumbran lo que caracteriza a nuestra época: la
nivelación de los viejos cultos; la esterilidad de las culturas; la mezquina
mediocridad. Ellos, por supuesto, encarnan las pesadillas de los momentos
actuales. Lo importante de sus reflexiones consiste en que de una u otra forma
vislumbraron la uniformidad pasiva de las sociedades de masas, el despilfarro
de la energía vital, la degradación de los contenidos espirituales de la
lenguas naturales, la preeminencia de la imagen gráfica en movimiento y del
signo en las comunicaciones humanas; como también, la crisis de las ideologías,
o la negación de la trascendencia; de otra parte, la configuración de la
irracionalidad del terrorismo internacional, el hambre y las enfermedades del
mundo subdesarrollado, el secuestro, la tortura y la violación de la dignidad
humana; así mismo, el creciente desempleo y el dispar reparto de la riqueza
social, la discriminación y la xenofobia en los países desarrollados, las
guerras periféricas y el riesgo que supone para la humanidad la carrera
armamentística atómica, las hegemonías unilaterales, las crisis económicas, los
nacionalismos y los populismos; son, en efecto, figuras que encarnan la crisis
de la Gramáticas de la vida.
Es grato recordar que la Cultura de
Occidente se levanta sobre tres pilares fundamentales: la filosofía, la ciencia
y la técnica; la cultura y la civilización greco-romana; la cultura y la
civilización judeo-cristiana. De este tejido deviene lo que Steiner llama Gramáticas
de la creación: la organización articulada de la percepción, la reflexión y
la experiencia; la estructura nerviosa de la conciencia cuando se comunica
consigo misma y con otros.15 Creo entonces que la prevalencia de la
técnica y de la Cultura de lo efímero en la vida de los seres
humanos, está debilitando el tejido de las Gramáticas de la creación. Lo
que significa, en consecuencia, un ataque a los cimientos de la “casa del
Ser” y del “logos” clásico. Esta trastocación no sólo afecta la
herencia de la cultura humanística occidental, sino también el legado material
y espiritual que heredamos de los autores griegos Homero, Píndaro, Heráclito,
Sófocles, Eurípides, Platón, Aristóteles; como también de Shakespeare, Blake,
Emerson, Tolstoi, Hölderlin, Cervantes, Borges y García Márquez, entre otros.
Parece que la cultura de masas y de lo efímero, nos conducen a
una nueva Caída, donde prevalece el ensimismamiento de los sentidos,
el despilfarro de la energía vital, y el cinismo de la vida ordinaria sobre la Nobleza
de Espíritu.
Como consecuencia de este proceso, el ser
humano se enfrenta en la cultura occidental reciente, a una especie de ausencia
de la “pregunta”, o de la “interrogación”. Entonces, ¿dónde se revela la
interrogación en la charlatanería vacua de la época actual? ¿acaso hemos
olvidado que el mundo está allí para preguntar? No es anómalo pensar, en esta
alta civilización técnica que la interrogación se diluye en la concatenación
del automatismo y lo sórdido de la vida cotidiana. De ahí el mundo que
habitamos se concatena con el deterioro del espacio vital, el despilfarro de
los recursos naturales, la disolución de la coherencia de la subjetividad, la
existencia convertida en cifra
o en signo, pero
ante todo y sobre todo, cómo el ser humano es circundado, atravesado y
trascendido, por la ligazón de la técnica y el ejercicio del poder. Esto
configura la caricatura del mundo que vivimos. Pero, sí sus espejismos
prevalecen sobre los pilares fundamentales de la Cultura de Occidente, es
necesaria una nueva estética, una nueva estructura y un sentido nuevo de
trascendencia. Por otra parte, la configuración del Atlas lingüístico de la
cultura occidental reciente, ha de ser fresco para evocar la resolución
lógico-lingüística, mediante la cual se abra vía y curso a la interrogación
esencial. De lo contrario, la mecanización creciente y la automatización, darán
cuenta de la teología, del arte, la filosofía, o de la experiencia del
individuo en la historia. Porque son la punta de una lanza que abre un nuevo
encuentro con lo Absoluto, con la
estructura de lo elemental. Todo eso se revela en el instante, en que
el “Yo”, el “Yo que es polvo y ceniza”, se entrelaza con la eternidad.
Por tanto, comprender el “corte” que
las tecnologías y las nuevas prácticas de poder han realizado en los últimos
espacios de tiempo, es comprender el umbral de la Cultura occidental reciente.
Para que las reflexiones del pensamiento y el lenguaje realicen la función que
les corresponde. La de asumir la experiencia y la consciencia histórica vigente
–dice José María Ortega–, y desde ahí, realizar su crítica como posibilidad
siempre presente a partir del hombre y la colectividad actual. De lo contrario,
no estaremos a la altura del sentido histórico-metafísico que fundamenta la
existencia y el mundo en general. Si esto acontece, en efecto, exaltemos lo que
Pascal intuyó como trascendencia: la posibilidad de entenderse los seres
humanos; la palabra como raíz donde puede germinar la comunicación y la
convivencia humana.
Bibliografía
1. Isaia Berlin. El Poder de las Ideas. Espasa Calpe, S. A., 2000, pág. 108.
2. Ib. pág. 108.
3. Jünger. Sobre el dolor. TusQuets Editores. Barcelona, 2003, pág. 57.
4. Ib. p. 58.
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7. Ib.
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George Steiner. Extraterritorial. Ediciones Siruela, S. A., 2002, pág. 111.
9. Jünger. Ib. pág. 68 y 69.
10. Ib. pág. 71.
11. Benjamín. Experiencia y Pobreza. Taurus Ediciones, Madrid, 1980., pág. 170.
12. Pierre Bouretz. Testigos del futuro. Filosofía y mesianismo. Editorial Trotta, S.A.,
2012, p. 163 y 164.
13. Steiner. En el castillo de Barba Azul. Aproximación a un nuevo concepto de
cultura. Editorial Gidesa, Barcelona, 1998., pág. 145.
14. David Frisby. “George Simmel: Primer sociólogo de la modernidad”, en Modernidad y postmodernidad. Editorial Alianza, S. A.; Madrid 1992: pág. 59 y
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15. Steiner. Gramáticas de la creación. Ediciones Siruela, S. A.; 2001. pág. 15.
Madrid-España a 02/07/2024