viernes, 24 de mayo de 2024

Imágenes sobre el “Humanismo” en la actualidad


 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 

Teniendo presente los avatares del mundo y de la existencia, preguntamos, ¿es el umbral de la verdad del ser un espacio sin salida? ¿es el elemento donde la libertad conserva su esencia? ¿de qué modo podemos volver a dar sentido al humanismo? ¿ha perdido el humanismo la cualidad que proviene de los griegos y romanos, judíos y cristianos? Heidegger dice que se trata de ver el humanismo desde el umbral histórico más antiguo, que hasta el momento no ha proporcionado la historiografía, y tampoco el historicismo. La palabra “humanun” remite a humanitas, es decir, a la esencia del hombre. (Heidegger).

Su cualidad consiste en ser humano, no anti-humano; devolverle un sentido al humanismo, que sólo puede redefinir el sentido de la palabra. Heidegger cree que esto exige, por una parte, experimentar de modo más inicial la esencia del hombre, y mostrar en qué medida esa esencia se torna destino a su modo. En él la esencia se revela en el camino del ser. Éste posibilita el acontecer en cuanto existente en su verdad. Además, el hombre es guardián del ser. La palabra humanismo significa la esencia del hombre es esencial para la verdad del ser. (Heidegger). Sin la esencia del hombre se oculta el ser; entonces, el lenguaje sería incapaz de dar sentido al mundo, a la historia y a la realidad.

Heidegger pregunta, ¿se puede seguir llamando “humanismo” a este “humanismo” que se declara en contra de todos los humanismos existentes hasta la fecha, que al tiempo no se alza como portavoz de lo inhumano? ¿seguimos nadando en compañía de las corrientes reinantes, que se encuentran ahogadas por el subjetivismo metafísico y sumidas en el olvido del ser? A la vista de esa humanitas más esencial del homo humanus se abre la posibilidad de devolverle a la palabra humanismo un sentido histórico más antiguo que el sentido que historiográficamente se considera más antiguo. (Heidegger). Si la historia no está apremiada en esa dirección, se podría despertar una reflexión que no sólo piense el hombre, sino también la “naturaleza” del hombre, y no sólo la naturaleza, sino de modo más inicial todavía, la dimensión esencial del hombre, determinada desde el ser mismo.  (Heidegger).  

Recordemos que está hablando después de la Segunda Guerra Mundial, donde la humanidad del hombre se degradó y se desgarró por completo. Y en su lugar invita a reflexionar la naturaleza del hombre, de modo más inicial, esto es, el hombre determinado por el ser. Es decir, que en la historia universal encuentre su lugar. Sabemos que la experiencia del siglo XX rompió el humanismo que heredamos del hilo de la historia de Occidente, el de la razón clásica, el humanismo cristiano y renacentista. Humanismos que no estuvieron a la altura para contener la barbarie.

Heidegger olvida que son las condiciones morales, espirituales, subjetivas e históricas, las que dan sentido al humanismo. Y, no ubicarlo como hace en la verdad del ser, la esencia del hombre y el lenguaje. Lo que propone es darle prioridad al ser en sí, a la esencia del pensar y del lenguaje, sobre el hombre de carne y hueso con sus generaciones. Estos tres presupuestos de Heidegger, prevalecen sobre el ser humano que tiene esperanza, sufre, ama, odia y va al encuentro de sí y del Otro, para reconocerse a sí mismo como hombre. Sabemos que la negación del “sujeto” atenta contra el sentimiento, el espíritu y el alma. Niega los presupuestos del humanismo, o, estar en el mundo y exaltar el en del ser humano.

Las monstruosidades en la historia de la cultura occidental moderna, no en modo fecundas son para el Humanismo. Así, un mundo lleno de atrocidades, dolor, odios, sufrimientos, violencia y guerras, infunde temor en las almas de los hombres, para alcanzar el sentido de lo humano.

Thomas Mann nos recuerda que, la piedad, el respeto, el decoro espiritual, la religiosidad, sólo son posibles en el hombre y por el hombre dentro del marco terrenal y humano. Su fruto debiera ser, puede ser y será un humanismo con ribetes religiosos, inspirado por el sentimiento del secreto trascendente del hombre, por la orgullosa consciencia que el hombre tiene de ser algo más que un fenómeno biológico, de estar ligado por una parte esencial de su ser a un mundo espiritual, de que la noción de lo absoluto le ha sido dada con las ideas de Verdad, de Libertad, de Justicia, de que le ha sido impuesto el deber de ir en busca de la perfección. En ese patetismo, en esa obligación, en esa veneración del hombre por sí mismo descubre a Dios. Pero soy incapaz de encontrarle en cien millones de vías lácteas. (Thomas Mann).

Es, además, preocupante y abominable cómo el humanismo en el mundo actual, se reemplaza por la técnica, la ciencia, la Inteligencia Artificial, el dinero o, el poder. Por la técnica que no responde a las necesidades materiales y espirituales del hombre. De ahí que la ciencia no sea enemiga del humanismo, sino que ésta debe responder a los requerimientos humanos. Es imposible calificar de diabólicos los temas y objetos de la ciencia sin que la acusación alcance a la ciencia misma. (Mann). Que la técnica sustituya el antropocentrismo en esta época de masas y de cultura de masas, no es una mera evidencia, sino que ataca al humanismo.

Lo que preocupa es que, la ciencia, la técnica, la estadística, sustituyan la Libertad, la Verdad o la Justicia en los asuntos humanos. Lo que llama la atención en las utopías de nuestro siglo es que se presentan con el estilo de la ciencia y son pesimistas. No hay en ellas magia; con la técnica basta. En Huxley y Orwell, el avance del cálculo y de su aplicación práctica hace imparable la transformación de la sociedad en puras cifras o números. (Jünger). Así que, el avance de la ciencia y la técnica sustituyen todo rasgo de Humanismo, de Justicia y Trascendencia. De ahí que se instrumentalizan en nombre del Gran Poder y de las selectas minorías. Y, en consecuencia, “el planeta adquirió un aura nueva, una epidermis más sensible”.  

El famoso elogio de la ciencia contenido en el “Ensayo sobre Bacon” de Macaulay, escrito en 1837, reza así:

“[La ciencia] prolongó la vida; mitigó el dolor; extinguió enfermedades; aumentó la fertilidad de los suelos; dio nuevas seguridades al marino; suministró nuevas armas al guerrero; unió grandes ríos y estuarios con puentes de formas desconocida para nuestros padres; guio el rayo desde los cielos a la tierra haciéndolo inocuo; iluminó la noche con el esplendor del día; extendió el alcance de la visión humana; multiplicó la fuerza de los músculos humanos; aceleró el movimiento; anuló las distancias; facilitó el intercambio y la correspondencia de acciones amistosas, el despacho de todos los negocios; permitió al hombre descender a las profundidades del mar; remontarse en el aire; penetrar con seguridad con los mefíticos recovecos de la tierra; recorrer países en vehículos que se mueven en caballos; cruzar el océano en barco que avanzan a diez nudos por hora contra el viento. Estos son sólo una parte de sus frutos, y se trata de sus primeros frutos, pues la ciencia es una filosofía que nunca reposa, que nunca llega a su fin, que nunca es perfecta. Su ley es el progreso”. (Steiner).

La exaltación que hace el positivismo científico de Auguste Comte, el cientificismo filosófico de Claude Bernard, la evolución de las especies de Charles Darwin, Charles Sanders Pierce, el historicismo de Hegel con la autorrealización del espíritu, el materialismo científico de Karl Marx, expresan confianza en el despliegue de los hechos y la historia. Ahora miramos con desconcertada ironía todas estas cosas. (Steiner).

El avance de la ciencia, la técnica y el cálculo en la vida humana, tiene que ver con profundas necesidades psicológicas, espirituales, morales, éticas, históricas y materiales. Pero en esta alta civilización técnica y de masas, la idea de Progreso está seriamente cuestionada porque en los siglos XIX y XX, vimos el desarrollo de las ciencias positivas, pero no el deterioro de las sociedades y la naturaleza. En la actualidad observamos la polución en las grandes ciudades, la arquitectura sin alma en la Gran ciudad, la contaminación de los mares y los ríos o, el cambio climático como consecuencia del progreso y la técnica en los asuntos humanos.

Desde otro umbral, el reconocimiento de la ciencia, del arte y del humanismo, también viene de Abraham Flexner, pedagogo estadounidense. Que en una conferencia que tituló La Utilidad de los Conocimientos Inútiles de octubre de 1939, dijo: ¿No es curioso que en un mundo saturado de odios irracionales que amenazan a la civilización misma algunos hombres y mujeres –viejos y jóvenes- se alejen por completo o parcialmente de la tormentosa vida cotidiana para entregarse al cultivo de la belleza, a la extensión del conocimiento, a la cura de las enfermedades, al alivio de los que sufren, como si los fanáticos no se dedicaran al mismo tiempo a difundir dolor, fealdad y sufrimiento? El mundo ha sido siempre un lugar triste y confuso; sin embargo, poetas, artistas y científicos han ignorado los factores que habrían supuesto su parálisis de haberlos tenido en cuenta.

Desde un punto de vista práctico, la vida intelectual y espiritual es, en la superficie, una forma inútil de actividad que los hombres se permiten porque con ella obtienen mayor satisfacción de la que pueden conseguir de otro modo. Mi pretensión es ocuparme hasta qué punto la búsqueda de estas satisfacciones inútiles se revela inesperadamente como la fuente de la que deriva una utilidad insospechada.

Un gran número de jóvenes se dedica a los estudios seguidos por sus padres y los dirige al estudio, igualmente importante y no menos urgente, de los problemas sociales, económicos y gubernamentales. No me quejo de esta tendencia. El mundo en el que vivimos es el único que nuestros sentidos pueden atestiguar. A menos que se construya un mundo mejor, un mundo más justo, millones de personas continuaran yendo a la tumba silenciosas, afligidas, llenas de amargura. Nuestras escuelas deberían prestar mayor atención al mundo en el que sus alumnos y estudiantes están destinados a vivir.

Podemos considerar esta cuestión desde dos puntos de vista: el científico, el humanístico o, espiritual. De una cosa podían estar seguros, teniendo presente los trabajos de Heinrich Hertz y Clerk Maxwell, de que habían realizado su trabajo sin pensar en la utilidad y de que a lo largo de la historia de la ciencia la mayoría de descubrimientos realmente importantes que al final se han probado beneficiosos para la humanidad se debían a hombres y mujeres que no se guiaron por el afán de ser útiles sino meramente por el deseo de satisfacer su curiosidad.

La curiosidad que puede conducir o no a algo útil es probablemente la característica más destacada del pensamiento moderno. No se trata de algo nuevo se remonta a Galileo, Bacon y sir Isaac Newton, y hay que darle total libertad. Las instituciones científicas deberían entregarse al cultivo de la curiosidad. Cuanto menos se desvíen por consideraciones de utilidad inmediata, tanto más probable será que contribuyan al bienestar humano y a otra cosa asimismo importante: a la satisfacción del interés intelectual, que se ha convertido en la pasión hegemónica de la vida intelectual de los tiempos modernos. (Flexner).

El interés del hombre por la curiosidad intelectual, no sólo llevó a Heidegger a pensar la historia del hombre y del mundo, sino también la esencia del tejido de la condición humana. Pensar cómo el lenguaje como casa del ser posibilita dar cuenta del hombre y del mundo. Desde la historia del hombre o, desde la biología, la cultura, la interpretación que se hacen de él todas son válidas. La que lleva a cabo Yunval Harari, por ejemplo, tiene como objeto la naturaleza del homo sapiens y los elementos históricos, materiales y culturales que lo determinan. Su evolución histórica desde los primeros tiempos (20.000 a.C.) hasta la actualidad.

En este orden, no significa que su visión no sea importante en la historia, sino que es un punto de vista con un “valor” interesante para comprender al ser humano. Heidegger, en cambio, centra su reflexión en la esencia del hombre, que se fundamenta en la verdad del ser. El ser del hombre consiste “ser-en-el-mundo”, que el hombre ha sido rebajado a un ser que sólo está acá, de este lado, con lo que la filosofía se hunde en el positivismo. (Heidegger). Esta visión de Heidegger, lo conduce a situarse aquende del tiempo, es decir, en el mundo de los fenómenos del Daseyn (el ser-ahí-del-hombre). Esa que afirma a éste en el saber y el mundo y no se preocupa por lo allende, no le interesa la trascendencia. O, mejor en la creencia en Dios. En Dios trascendente y revelado, tal como lo perciben los judíos y cristianos. 

Atreverse a pensar significa traer a la luz lo oscuro de la verdad del ser. De todo lo que existe en la realidad efectiva de la historia y el presente. El pensar futuro se vale de la imaginación, la memoria y la rememoración para que, desde el pasado del presente comprendamos la actualidad y el futuro. Observa Benjamín: “leer en la vida y las formas perdidas y aparentemente secundaria de aquella época, la vida y las formas de hoy”. En la historia del hombre han cambiado las formas de leer e interpretar la naturaleza y la existencia humana, no su sentido. El ser humano ha dicho las mismas cosas a través de la historia universal con palabras diferentes. Por eso el ser humano desde hace 20 o 30.000 años ha cambiado poco, con respecto al hombre actual. Estudiar al homo sapiens (desde la cognición, la experiencia y el lenguaje), posibilita comprender al hombre. Develar sus miedos, sus angustias, sus esperanzas, sus sufrimientos, las razones y sin razones de la existencia.

Por tanto, lo importante en la actualidad es repensar lo pensado y de esa manera, el pensar futuro posibilite un mundo más humano y vivible. Que el pensar se levante del polvo y se eleve a las esferas donde moran las Musas y los Dioses y, descienda cargado de sentido para la vida, el mundo y su realidad. Así que, el pensar futuro ha de pensar el logos y la esencia de la razón que funda. El pensar futuro debe mostrar que lo lógico y lo verdadero establecido por el Gran Poder, no es tan lógico ni verdadero, si reflexionamos sobre las razones en que se basan.

De ahí que lo irracional del Estado, de la religión, de la política, de la ciencia, de las financias internacionales, de la educación y de la cultura, develen la sin-razón de la que se originan. Porque el pensar crítico debe desnudar las cloacas del poder y del saber. Así se convierte en un pensar liberador de lo siempre-actual, de la homogenización, que trasfiere al hombre el miedo, la mentira, la desesperanza, el odio y el desamor. Heidegger comprendió que pensar consiste en pensar el ser y nada más. Significa pensar sin condiciones ni determinismos, para que la escritura se vuelva fecunda y se abra paso por sí sola.

Así pues, somos contemporáneos sin saber por qué lo somos. Incapaz de desandar lo andado y rememorar la historia, caímos en el hoyo profundo y oscuro de la desesperanza, el dolor y el sufrimiento. Vivimos una especie de desierto espiritual, mental y sentimental; ya que el hombre de la civilización, el hombre del movimiento y de los fenómenos históricos, dejó de tomar sus criterios de su esencia inmóvil y sobre temporal, la cual se pone de manifiesto y se modifica en la historia. (Jünger).

 Somos parte de una época de actores insignificantes y de hechos significativos, hay que abrirles paso a los espíritus fuertes. Porque son capaces de percibir en el borde del abismo, lo que oculta la oscuridad. En ese proceso lo heredado medita sobre aquello que está en el fondo de todas las herencias. (Jünger). Esto se constituye en una confrontación solitaria y en eso reside su encanto, porque el ser humano se enfrenta a sí mismo. Y ese desafío no necesita de juez, de sacerdote, de burócrata, de banquero, de político. En esa soledad el hombre es soberano a condición que tenga conocimiento de su rango. Así, el ser humano es: el Hijo de Dios y Redentor de los hombres.

En Heidegger,

pensar la verdad del ser es pensar la humanitas del homo humanus. Porque el pensar correlaciona la verdad del ser y la esencia del hombre. Y, se expresa ante todo en el lenguaje. De ahí que el lenguaje es la casa del ser; y el hombre su guardián.

                                       Madrid-España a 24/05/2024

jueves, 23 de mayo de 2024

La Técnica Moderna


 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 

Hannah Arendt en el texto En el presente. Ensayos políticos. Europa y América (1954). Visualizó la catástrofe del dominio de la técnica. En la Europa de hoy en día -dijo-, el desarrollo, la posesión y la amenaza del uso de armas atómicas por parte de los Estados Unidos es un hecho fundamental de la vida política. Los europeos, por supuesto, han participado durante años en los debates ahora cotidianos sobre el carácter desalmado de un país dominado por la tecnología moderna, sobre la monotonía de la máquina, la uniformidad de una sociedad basada en la producción en masa y asuntos similares. Pero hoy la cuestión va mucho más lejos: la conexión íntima entre la guerra contemporánea y la sociedad tecnificada se ha hecho obvia para todos, con el resultado de que amplios sectores de la población –no sólo intelectuales- temen y se oponen apasionadamente al progreso tecnológico y a la creciente tecnificación de nuestro mundo.

Así que, la tecnología y su transformación del mundo son parte esencial de la historia europea desde la Edad Moderna, por lo que, evidentemente, es absurdo culpar de sus consecuencias a América. Los europeos solían ver el progreso técnico de América del mismo modo que Tocqueville vio el progreso de la democracia americana, esto es, como algo que concernía de manera fundamental a la civilización occidental en su conjunto, aunque por ciertas razones especificas dicho progreso técnico hubiese encontrado su primera y más clara expresión en los Estados Unidos.

Esta actitud cambió desde el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima; desde entonces, ha habido una tendencia creciente a considerar que todo logro técnico es intrínsecamente perverso y destructivo, y a ver en América, principalmente, y a veces en Rusia el epítome de una tecnificación destructiva que es hostil y ajena a Europa. (Arendt). Esto expresó en la década del cincuenta, y ahora existen otros Estados que poseen la bomba atómica, como Israel, Corea del Norte, India, Paquistán, China, etc.; y también se convierten en peligro para extinguir toda vida sobre la Tierra.

Esta tendencia ve los desarrollos técnicos recientes como esencialmente no europeos; se miran desde fuera del devenir histórico contemporáneo. La potencialidad destructiva de las nuevas armas es tan grande, y la posibilidad de destrucción física de los países europeos es sentida como tan inminente, que el proceso de tecnificación ya no se ve fundamentalmente como algo que atenta contra el espíritu o el alma, sino como algo cargado con el peligro de la pura destrucción física. Así pues, las masas ya no consideran el desarrollo técnico como una fuente de mejora material. (Arendt).

Además, lo que caracteriza los desarrollos tecnológicos recientes más que los métodos de producción, es la liberación de fuerzas naturales. La reacción en cadena de la bomba atómica puede convertirse en símbolo de una conspiración entre el hombre y las fuerzas elementales de la naturaleza, las cuales, una vez desencadenadas por el saber del hombre, pueden tomar algún día su venganza y borrar toda vida de la superficie de la tierra, quizás incluso la propia Tierra. Por consiguiente, el poder político americano se identifica cada vez más con la fuerza aterradora de la tecnología moderna, con un supremo e irresistible poder de destrucción. (Arendt).

Esto lo pensó Arendt en 1954 durante la Guerra Fría entre Estado Unidos y la Unión Soviética; y en la actualidad la tecnología sigue rodeada de ese halo de misterio, de destrucción y barbarie. Más cuando la vida o la muerte dependen del dron, los misiles, los lenguajes digitales dominados a gran distancia o, de la Inteligencia Artificial. Aquí no es la vida ni la seguridad ni la saludad ni el bienestar, lo más sagrados, sino los intereses económicos, estratégicos o geopolíticos de los Estados, las Corporaciones, las finanzas internacionales, la industria militar, las empresas y las industrias multinacionales y el poder de las selectas minorías, etc. Se sacrifica la vida en nombre de la seguridad de los Estados, la técnica, la política y la economía. Dicho, en otros términos, en nombre del Gran Poder.

Sabemos que el desarrollo tecnológico tiene su origen en el conjunto de la historia de la cultura occidental y se concatena al conocimiento, al bienestar social, también al confort y la guerra contemporánea. Éste ha transformado al hombre-mortal-individual en un miembro consciente de la raza humana. Desde el momento en que llega a ser concebible que una guerra pueda amenazar la existencia del hombre en la tierra, la disyuntiva entre libertad y muerte pierde su antigua plausibilidad.  (Arendt). Se trata de desenmascarar que el desarrollo tecnológico no es indiferente a la guerra, al dominio, la coacción y el control del hombre. Tampoco a la libertad que sede la acción pública y privada, al ejercicio del poder tecnológico.

Walter Benjamín confirma lo que expresó Arendt: “Cuando la velocidad de los medios de transportes, o la capacidad de los aparatos con que se reproduce la palabra y la escritura, sobrepasan las necesidades. Las energías que la técnica desarrolla más allá de ese umbral son destructoras. En primera línea favorecen la técnica de la guerra y su preparación publicitaria. Del desarrollo, el hombre no fue consciente de las energías destructoras de la técnica”.

Ahora en la actualidad el progreso científico-técnico no solo hay que verlo desde el umbral de las armas para la guerra; también se cuestiona porque está deteriorando los Sistemas Ecológicos, los mares, los ríos, la Antártida, el Ártico. Y, en las selvas tropicales se pone en peligro la extinción de especies de animales y el ecosistema tropical. Entonces, observamos tristes y desencantados como el mundo de nuestros mayores se desase como hongos podridos en la boca.  

En la Civilización del artificio el hombre adquiere seguridad en el mundo de la técnica. A cambio entrega la voluntad y la libertad, a poderes que lo trascienden. El hombre masa determinado por los instrumentos técnicos adquiere coherencia interior y orden a sus actos, en los instrumentos técnicos. Este tipo de hombre entrega su “vida privada” y su “vida pública” a los instrumentos técnicos. Por eso la desdicha y la soledad, el miedo y los sufrimientos, son las figuras que toma en la actualidad.

Su lugar lo ocupan las plataformas de los lenguajes digitales: Facebook, Twitter, WhatsApp, Google, Apple etc. Medios desde donde se ejerce el Gran Poder: del Estado y sus instituciones, de las Corporaciones, del Capital bancario, de la Industria militar, etc. En este espacio el hombre de carne y hueso, el hombre común, es un grano de arena en el desierto. Porque está vigilado, interrogado, domesticado, coaccionado, homogenizado, uniformado, por fuerzas anónimas que están más allá de su comprensión.

Dejar que la técnica determine la vida del hombre es abandonarlo al Gran Poder. Que convierte la existencia humana en material de “existencias” para ser utilizados, sustituidos, desechados o, consumidos, en el Sistema del Capitalismo Global. O, en otros términos, en pieza de recambio en el engranaje del Gran Poder. En el Estado técnico el hombre abandonado a la masa, pierde sus límites como individuo. A este hombre no le interesa la esencia de la técnica, sino ésta como “instrumento de emplazamiento” –al decir de Jünger.

Asimismo, al hombre tecnificado se le niega la zona de la sentimentalidad, de la subjetividad y del espíritu, para dar prioridad a las máquinas y los lenguajes digitales. Así nos preguntamos, ¿en un mundo cómo éste existe el ser humano? o, ¿quién pasa por alto la situación de precariedad del hombre? Esta situación no exime a quienes ejercen el poder de sus responsabilidades éticas y morales ante la sociedad o, ante la consciencia mundial.

En el momento actual al asunto del pensar le corresponde la pregunta por la técnica. Como fenómeno originario de todo ente en el mundo de los entes. La pregunta por la técnica posibilita la pregunta por las figuras de lo ente. Partiendo de la esencia del ser y pensada de modo adecuado y conforme a su asunto, un día podremos pensar qué sea “casa” y qué “morar”. (Heidegger). En el texto La pregunta por la técnica, Heidegger tiene presente tres principios: la determinación especifica de la época, la carencia y la reorientación.

Desde una perspectiva metodológica, su reflexión no se reduce a la solución ni a la superación del problema de la técnica en la época actual. Se trata, por así decir, de confrontar la penuria, el peligro, la carencia. Hacer frente a la penuria de la experiencia, de la imaginación, de la capacidad de asombro, del lenguaje, del pensar o, de la condición humana. En este orden, el dominio de la técnica en esta época especifica coincide con la penuria, que es, a la vez, vecina del peligro. Quien vive en la penuria, no sólo está al borde del peligro, sino de dejarse llevar por los espejismos de ésta.

Se trata de reorientar el sentido de la técnica y ponerla al servicio de las necesidades del ser humano y que éste recupere su dignidad y los valores morales y éticos, que lo eleven sobre las limitaciones de la historia, de la vida cotidiana, de la economía y de la política.

Heidegger nos recuerda que el sentido original de la técnica no era el dominio, la coacción o, el ejercicio del poder técnico, sino una forma de conocimiento que fabricaba útiles al servicio de metas auténticas, verdaderas. La técnica en la actualidad, en cambio, perdió el impulso originario y se convirtió en “confort”, instrumento de poder, de coacción, de vigilancia o de dominio. La técnica reduce lo existente a mera funcionalidad en un sistema instrumental. Así, pues, la interpretación técnica del pensar provocó el olvido de su cometido esencial.

Como dijo Ernst Jünger:

Lo que llama la atención en las utopías de nuestro siglo es que se presentan con el estilo de la ciencia y que son pesimistas. No hay en ellas magia; con la técnica basta”.

Esto quiere decir que, no hay ningún misterio más allá de ella. A la época actual hay que percibirla en su cultura; y la cultura de la civilización habla el lenguaje de la técnica. Por eso el hombre se siente solo, desdichado, desamparado y gira alrededor de sí mismo como ser racional; y los poderes cargados de sentido, numinosos, sagrados, eternos, se remplazan por la futilidad y lo fugaz. Se olvidó que el verdadero sentido de la existencia no está en la razón, la técnica, la ciencia, el dinero o, el poder, sino en la estructura psíquica, los mitos, las religiones, los sueños, el inconsciente, los “arquetipos”, la memoria, la rememoración, la experiencia, el lenguaje, que han acompañado al individuo y los pueblos desde el alba de los tiempos.

La pregunta por la técnica supone “un pensar, un modo de sabiduría o, una episteme que devela la esencia de la verdad de ésta”. La pregunta por la técnica es lo que caracteriza la esencia de la técnica moderna como “estructura de emplazamiento”. La cual define Heidegger como el modo de salir de lo oculto que prevalece en la esencia de la técnica, un modo que él mismo no es nada técnico. Desde este umbral obtiene un carácter liberador. El ser humano se libera de la alienación de la técnica, de ésta como instrumento de homogeneización, de dominio, de coacción y control.

Se trata de pensar la técnica como un modo de sabiduría, pensarla develando la esencia de su verdad. También supone reflexionarla desde el umbral de los valores morales y éticos, desde las necesidades espirituales y materiales del ser humano. Así que, la develación de la esencia de la técnica obtiene su carácter liberador cuando se pone al servicio del hombre y de la libertad y, lo justo, lo bueno, lo bello, lo trascendente y divino, revelan su verdadero rostro.

En la actualidad el Gran Poder induce al ser humano a caminar por un desfiladero estrecho y funesto que lo conduce al vació total. También compele a vivir en la esfera de la consciencia, de las relaciones artificiales, y nos ocupamos de manera exagerada a pensar en la situación en que vivimos. Se trata, en última instancia, de arrebatar al hombre su halo misterioso y divino que mora en él, la capacidad de asombro, de soñar, de imaginar, de preguntar, de curiosidad, las experiencias compartidas y las memorias colectivas. También controlar o eliminar de la práctica política todo proyecto común que beneficie a los más necesitados de la sociedad. Por eso este tipo de hombre (el tecnificado y homogenizado), no se arriesga a desandar lo andado o, caminar por los caminos no transitados.

En este orden, Jünger pregunta, qué será lo que el Weltgeist, el Espíritu del Mundo, ¿tendrá reservado hoy para sus soñadores y durmientes? Se trata de crear la ilusión psicológica que la condición humana es soportable para todos; lo cual es mentira. Este es uno de los senderos que ha de transitar el pensar, develar las mentiras del poder. Así, “la esencia de la técnica se extiende por doquier, la política, la economía, la cultura, la ecología participan de esa esencia”. (Josep M. Esquirol). O, lo que es lo mismo, es el concepto cognitivo en lo que se basa toda fabricación y producción. Lo que interesa no es el movimiento de las manipulaciones de los instrumentos técnicos como actividad, sino entender los procedimientos técnicos. De ahí que la esencia de la técnica porta en sí la iluminación y la verdad del ser.

Por tanto, con la esencia de la técnica moderna nos encontramos en un camino, es una forma de revelación, y este camino nos abre la posibilidad de hablar de destino (geschick). En este orden Heidegger transita del lenguaje de la revelación, de lo que aparece, a la escucha; y la libertad se refiere a esta capacidad de escucha. De otra parte, las esferas de la esencia de la técnica no son indiferentes al arte, la literatura, la música, la poesía, al lenguaje, la filosofía y la cultura en general.

   De ahí que hay que percibir la técnica como instrumento y la esencia que la determina, en su cultura.

                                     Madrid-España a 123/05/2024