lunes, 21 de agosto de 2023

Oswaldo Spengler: La importancia del símbolo en la cultura de un pueblo

 Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 

Estamos en las postrimerías de un tiempo, y de una forma de la historia que contiene en sí el nacimiento y la muerte, la novedad y lo viejo. La cultura y la civilización occidental están llegando a su fin como forma de vida. De este modo, todo lo que existe es frágil y transitorio. Los pueblos, las naciones, los Estados, las instituciones, las lenguas, las religiones, las artes, en su cultura. Porque la forma interior de un pueblo se desvanece con sus generaciones. Como desaparecieron un día las Grandes culturas (la babilónica, la persa, la egipcia, la hebrea, la griega, la romana, etc.), también lo hará la civilización y la cultura occidental. Desaparecerá el espectáculo de historia universal y el hombre y con él la vida animal y vegetal sobre la Tierra. Y, también el sol con sus sistemas solares. Todo es transitorio.

Llegará un día en que habrá cesado de existir el último retrato de Rembrandt y el último compás de Mozart, aun cuando siga habiendo todavía lienzos pintados y partituras grabadas; ese será justamente el día en que hallan desaparecidos los últimos ojos y los últimos oídos capaces de entender el lenguaje de esas formas. Transitorio es todo pensamiento, todo dogma, toda ciencia, que dejan de existir tan pronto como se extinguen las almas y los espíritus en cuyos mundos sus “eternas verdades” parecieron necesariamente verdaderas.

Transitorios han sido los mundos estelares, que contemplaban los astrónomos del Nilo y del Éufrates; en efecto, eran mundos para aquellos ojos, y los ojos nuestros –también transitorios- son harto diferentes. Sabemos eso. Un animal no lo sabe, y lo que no sabe no existe en la intuición de un mundo circundante. Pero cuando desaparece la imagen del pasado, desaparece asimismo el anhelo de dar a lo transitorio un sentido más profundo. Así puede expresarse la idea del macrocosmo humano con las palabras a que toda nuestra exposición ulterior ha de estar dedicada: Todo lo transitorio es un símbolo. (Spengler). 

El hombre por naturaleza es un animal simbólico. Las culturas viven mientras viven sus símbolos. La función de los símbolos es defendernos del terror. Ni el movimiento trágico ni el movimiento técnico –si es licito emplear estos términos para distinguir los fundamentos de lo que es vivido- agotan la realidad del ser viviente. Somos seres en constante movimiento; aun cuando las cortinas de la noche cierran los ojos y el espíritu y los sentidos duerman.

De ahí que, todo movimiento propio tiene expresión, todo movimiento ajeno produce impresión; de suerte que todo cuanto se da en nuestra conciencia, sea cual fuere su forma –alma y mundo, vida y realidad, historia y naturaleza, ley y sentimiento, sino, Dios, futuro y pasado-, todo, para nosotros, encierra otro sentido, que es el más profundo. Y el único medio, el medio supremo para hacer comprensible lo incomprensible, consiste en una especie de metafísica, para lo cual todo, sea lo que fuere, tiene la significación de un símbolo. (Spengler).

En este orden, los símbolos son signos sensibles, impresiones últimas, indivisibles y, sobre todo, involuntarias, que poseen una significación determinada. Un símbolo es un rasgo de la realidad que, para un hombre con sus sentidos alerta, designa inmediata y evidentemente algo que no puede comunicarse por medio del intelecto. De este modo, todo lo que existe en la naturaleza y el mundo hecho por el hombre, es símbolo. Todo es impresión simbólica que el universo produce cuando estamos despiertos. Percibimos ese lenguaje en las horas de recogimiento. Por otra parte, el sentimiento de una comprensión homogénea es el que, sobre la humanidad universal, reúne y destaca ciertos grupos, familias, clases, tribus y, finalmente, todas las culturas. (Spengler).

Tal es la idea del macrocosmos, de la realidad como conjunto de todos los símbolos de un alma. Nada puede eximirse de esta propiedad de ser significativo. Todo lo que existe es símbolo. Desde la apariencia corporal: rostro, estatura, gesto, porte de los individuos, de las clases sociales, de los pueblos –en donde siempre se ha reconocido el simbolismo-, hasta las formas del conocimiento, matemática y física, que se suponen eternas y universales, todo es símbolo, todo manifiesta la esencia de un alma determinada, con exclusión de cualquier otra. (Spengler).

En el momento que el hombre empieza a reflexionar sobre la muerte, y la incluye en su espíritu, sus sentimientos, sus obras, previsiones, manipulaciones, cesó la inmediata e instintiva vida animal, y nace lo que Spengler llamó: la Cultura. Desde el momento de la existencia, cuando el hombre se hace hombre y conoce su inmensa soledad en el universo, es cuando despunta en su corazón el terror cósmico, bajo la forma puramente humana del terror a la muerte. Toda religión, toda filosofía, toda ciencia natural, tiene aquí su punto de partida.

El lenguaje de todo gran simbolismo va unido al culto de los muertos, a la forma del enterramiento, al adorno de la tumba. Así que, el terror primigenio es el origen de todo sentimiento histórico. La solicitud vigilante por la vida, que aún no ha pasado, es la que inspira la solicitud por el pasado. Un animal tiene futuro solamente; el hombre conoce también el pasado. Toda nueva cultura despierta también con una nueva “intuición del mundo”; esto es, con una súbita visión de la muerte. (Spengler).

En este orden, las cosas no son realmente reales en el mundo; tienen también un sentido, que depende de cómo nos aparecen en nuestra intuición. Todo lo que existe se convierte para el hombre en una magnitud simbólica. Por tanto, la esencia de todo simbolismo auténtico -inconsciente e íntimamente necesario— tiene su origen en el conocimiento de la muerte, que nos descubre el misterio del espacio. Todo producto es transitorio.

Dentro de pocos siglos no habrá cultura y civilización occidental; y no porque la serie de generaciones humanas se hubiese acabado, sino porque no existe ya la forma interior de un pueblo, la que había reunido a un gran número de generaciones en un gesto común. (Spengler). Cuando se diluya en sus contradicciones o se degrada el halito de un pueblo, desaparece la esencia que lo determina. Esa forma interior que posibilita la expresión de una comunidad tanto en las formas del conocimiento o en sus sentimientos: en el arte, la música, la arquitectura, la poesía, la literatura, la técnica, la ciencia, la religión. etc.

Bueno bien, Spengler comprende la era fáustica, la esfera política, económica, social, artística, religiosa, mitológica, y la ciencia y la técnica, por el espíritu de los siglos precedentes. Así, poder comprender, analizar y criticar, la Época Moderna y sus diversas formas de expresión, en el ámbito de la civilización occidental. Comprendió que un problema político o social, no puede entenderse partiendo de la política o lo social, en sí mismo; hay muchos rasgos esenciales que actúan en las profundidades y que sólo se manifiestan en el arte y aún en la forma de pensamientos científicos y puramente filosóficos. Efectivamente, la imagen histórica, como la imagen natural del mundo, no contiene nada que no sea la encarnación de las más profundas tendencias. (Spengler).

Sabía que, con los ojos de Antiguas culturas y civilizaciones, podíamos comprender los avatares del presente-actual. A partir de aquel momento aparecieron ante sus ojos, una multiplicidad de relaciones que no se perciben en la superficie de los hechos actuales. Nos cuenta la afinidad que existe entre las formas de las artes plásticas y la guerra y la administración del Estado. Comprendió la profunda entre las formas políticas y las matemáticas, la música y la plástica, entre las formas económicas y del conocimiento. Las relaciones internas que unen las más modernas teorías de la física y la química a las representaciones mitológicas de nuestros antepasados germánicos. (Spengler).

Era consciente que el mundo simbólico de la mitología se corresponde con el mundo simbólico de la técnica. Así pues, todas las formas de cultura y de civilización, tienden a seguir la misma tendencia espiritual; todos los grupos de afinidades morfológicas, expresan simbólicamente una índole humana en el conjunto de la historia, tienen una estructura rigurosamente simétrica. Esta perspectiva es la que descubre el verdadero concepto de la historia. Y como ella, es síntoma y expresión de una época. (Spengler).

Si el hombre es un ser simbólico por naturaleza, lo que existe en las esferas materiales, mentales y espirituales, son símbolos. Son los que establecen una relación de identidad con la realidad, a la que evocan o representan. Mejor dicho, una realidad o concepto de carácter espiritual se expresa por medio de una realidad o concepto diferente. De ahí se establece una relación de correspondencia, al nombrar el concepto simbólico se sugiere el real. Por tanto, la correspondencia simbólica establece, por ejemplo, desde la filosofía o la religión, que el mundo de abajo ha de estar ordenado de acuerdo al de arriba. Que existe correspondencia entre el simbolismo terrestre y el simbolismo divino. Y, sus interpretaciones han tenido ocupada a la humanidad durante miles de años. He ahí su magia y su halo de divinidad.

 

                                           Madrid-España a 20/08/2023

 

 

 

 

 

 

 

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