Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.
Sabemos que la crítica del lenguaje en el siglo XX surgió de una situación de crisis política, social y cultura. No es ajena a los medios técnicos ni a las condiciones y modalidades del lenguaje. La relación contradictoria entre lenguaje y política, permite observar que en esta civilización tecnológica y de masas, continúa siendo un instrumento de manipulación y opresión del ser humano. No nos extraña que la crítica del lenguaje en el transcurso del siglo XX, provenga en su mayoría de escritores y pensadores judíos. Perciben lo que acaeció entre 1915 y 1945, estupefactos y desconcertados, en un mundo que se desmoronaba como un castillo de naipes. Por entereza moral y necesidad histórica, dan cuenta del “grado de disolución de las normas civilizadas y las esperanzas humanas”.
Son
conscientes que las políticas autoritarias y totalitarias de la primera mitad
del siglo XX, no sólo degradaban la condición humana, sino que además destruían
los cimientos del lenguaje natural. En una atmósfera como esta “las palabras,
esos guardianes del sentido, no son inmortales, no son invulnerables”, escribió
Arthur Adamov en su cuaderno de notas correspondiente a 1938; “algunas quizás
sobrevivan, otras son incurables”.
Cuando la guerra estalló, se limitó a añadir: “Agotadas, roídas, las
palabras se han vuelto esqueletos de palabras, palabras fantasmas; todos rumian
y eructan sus sonidos entre dientes”.
En
tiempos de violencia o de guerra controlar el lenguaje y las imágenes,
significa no sólo el control de los medios y los modos de comunicación de
masas, sino a la vez se controla el cerebro, el cuerpo y la subjetividad del
ser humano. Esto genera un tipo de experiencia y vivacidad que permiten
vislumbrar su “telos” siniestro.
Desde el umbral político, el que ejerce el poder se preocupa por el pensador,
el poeta, el narrador, el artista, el dramaturgo, el cantautor, etc. Porque son
los que cuestionan la realidad y reflexionan sobre la naturaleza humana. Como
la policía se preocupa por el hombre de carne y hueso, más no por sofismas
deliberados.
La
economía del poder es consciente que un modelo autoritario y uniforme de
sociedad, aspira a dominar el cuerpo y el alma de las personas. En un tipo de
sociedad como ésta se tiranizan, se manipulan y se vacían deliberadamente las
palabras, de sus significados esenciales. Estos cambios permiten que se
transforme el orden de la existencia individual -la libertad en esclavitud, la
esperanza en desesperanza, la paz en guerra, el amor en odio, la libertad de
expresión y de prensa en miedo, la tolerancia en xenofobia, la vida en muerte.
Sabemos,
el mundo global con una estructura tecnológica automatizada, las
telecomunicaciones y la informática, permiten navegar con millones de palabras
e imágenes vacías de significado. Como consecuencia traen consigo el
desgarramiento de la comunicación verbal. Es un tiempo en que las personas no
se han sentido tan solas y desprotegidas como ahora. Se percibe en la atmósfera
del mundo actual, que la gran mayoría de los seres humanos conectados en Red, viven en medio de la mendacidad
del significado. Esta indigencia se concatena al vaciamiento de la subjetividad
humana.
En
una atmósfera como ésta la algarabía verbal y el despilfarro de la energía
vital, se relacionan con un modo de vida. Pero también el silencio y la soledad
creativa, se han convertido en privilegio de unos pocos “iluminados”. En este
orden de cosas, la pobreza del vocabulario y la sintaxis, por el increíble
aumento de las jergas y los clichés, posibilitó la pobreza del pensamiento, de
la imaginación y del lenguaje. Al respecto George Steiner nos advierte que, “es
probable que, en la civilización de la radio, la televisión y el cine oigamos
más y escuchemos menos”.
En
pocos espacios de tiempo, el mundo global conectado en Red, viene estructurando un nuevo “tipo” de hombre. Una revolución
que afectó la vida privada y pública de las personas. La política “clásica”,
los instrumentos de persuasión y participación, por ejemplo, dan paso a la
publicidad y el marketing. De ahí que, en pocos espacios de tiempo, la política
programática -que responde a las esperanzas y apetencias humanas-, esté
cediendo su espacio a la imagen en movimiento y a la publicidad. Porque
responde a los requerimientos de un nuevo “logos” –unitario y binario–:
a la informática, la cultura y la civilización digital. Ello, por supuesto,
afectó la práctica política, la estructura y el funcionamiento del Estado con
sus instituciones.
Así que, podemos visualizar que esta alta
civilización tecnológica, concatena inflación verbal con la falta de
credibilidad en la política de masas. Porque un mundo donde prima el
vaciamiento de la memoria verbal y la historia, se convierte necesariamente en
un mundo adverso a la naturaleza humana. Estamos viviendo una reducción de la “Gramática
de la vida”, que
incide en la gramática verbal. O ¿cómo las particularidades y posibilidades de
la frase que despiertan la magia de la imaginación y la creación poética, dan
paso a otras formas y posibilidades de lenguaje? No olvidemos que, la retórica
política entonces descansa en la estructura profunda del lenguaje y la
imaginación poética.
Sabemos
por este estado de cosas, que las transformaciones en el ámbito del lenguaje
posibilitan en la época contemporánea, la revolución en los mass-media, en la
publicidad y en las nuevas tecnologías de la información. Por consiguiente,
traen consigo una concepción nueva de la existencia y del mundo global. Pero no
significa, entre otros, que la magia de la palabra haya perdido el lugar que le
corresponde en la creación literaria y el genio poético popular.
No
podemos olvidar que en un mundo tan controvertido y paradójico como el que
habitamos, las transformaciones que anuncian los sociólogos de la información y
sus acólitos, son legión. Son trasformaciones que abren una multiplicidad de
debates que van desde la academia hasta los medios masivos de comunicación. Sí
han roto con el mundo de nuestros mayores, la concepción que tenemos de la vida
y la muerte, los sueños y las vigilias, las pesadillas y las esperanzas, los
mitos y las tradiciones, la historia y el recuerdo, nos encontramos entonces a
las puertas de una nueva estética, una nueva ética, una nueva concepción del
mundo y de la realidad.
Sorprendidos
y anonadados en esta alta civilización tecnológica, de masas y de cultura de
masas, nos enfrentamos a marcha forzada, al predominio de los instrumentos
técnicos, las máquinas y el automatismo. También a la disolución del “Yo”
concreto, de los contenidos espirituales y al sin sentido de la trascendencia.
Son manifestaciones de la existencia que expresan la disyunción entre la
realidad y la significación de la Vida. En las sociedades contemporáneas, este
tipo de contradicción se expresa como problema histórico, político, epistémico
y lingüístico. Porque toca la esencia del Ser: el lenguaje y el pensamiento.
Si
éstos se sustituyen por gramáticas artificiales, la esencia del hombre no
responderá a los requerimientos fundamentales de la existencia. Esto es: al
verdadero sentido de humanidad –el amor, la solidaridad, la fraternidad, la
libertad, la verdad, la religión, al espíritu; al respeto a la dignidad del
hombre, o a la otredad, etc. Porque son categorías esencialmente lingüísticas.
Ya que el mundo del que somos parte, es un mundo lingüístico. Porque lo que
comunica la lengua de las cosas y de los hombres, son contenidos espirituales.
De ahí la relación entre los fenómenos de la naturaleza, la política y el
lenguaje.
Si
las palabras encarnan el mundo y la vida de los hombres, y no son ajenas a los
medios técnicos, a la política de masas, la ciencia, las artes, la música, al
teatro, etc. Las condiciones y posibilidades del lenguaje, responden a las
necesidades y esperanzas humanas. Por eso los desaciertos y las atrocidades de
los hombres, no son indiferentes al lenguaje, la experiencia y el pensamiento.
La barbarie, por así decir, que vivió centro Europa a mediados del Siglo XX,
afectó profundamente los órganos vitales de la cultura occidental. Y demostró
cuan la frágil y deleznable es la vida humana. Esto supuso no sólo la ruptura
entre los hombres, sino además la destrucción del sentido de Humanidad.
Se
demostró que la relación entre lenguaje y política, algunas veces se trivializa
convirtiéndolo en instrumento de opresión y dominio. Más cuando en nombre de la
nación, del partido, la ideología, la religión o la cultura, se discrimina, se
desprecia, se humilla y se asesinan al ser humano. Lo cual significa, una vez más, que la
relación entre lenguaje y política se convierte en referente para evaluar el
estatus de la dignidad humana.
Esto
constata que no es anómalo que la crítica del lenguaje provenga de escritores e
intelectuales judíos. Porque perciben lo que acaeció entre 1900 y 1945, como la
disolución de las normas civilizadas y las esperanzas humanas. Y observan como
la razón se pone al servicio de las potencias de la muerte-: lo que se
configuró en centro Europa, como “el
eclipse de lo mesiánico”: la Shoah.
Hannah Arendt lo considera como una derrota de todo el pueblo judío. Es algo
así como una fractura fundamental de la existencia humana.
Somos
parte de un mundo donde el deterioro moral, político y económico de las
sociedades, se concatena con la degradación de la política de masas. Esta
transformación en las prácticas sociales, aumenta la separación entre las
verdaderas necesidades de los pueblos y sus dirigentes. Porque cada vez es más
evidente la separación entre las necesidades y esperanzas humanas, con el
ejercicio del poder. Desde una perspectiva lingüística podemos decir que, sí
las palabras o las acciones de los políticos se degradan se convierten en
verborreas vacías e instrumentos de demagogia y engaño. Desde otro umbral se
percibe el entrelazamiento entre los instrumentos técnicos y la nueva voluntad
poder, los medios de comunicación de masas y la “Cultura de lo efímero”.
Esto
posibilita percibir el análisis de la política, a través de las corrientes
espirituales del lenguaje. Por esto nos damos cuenta que “las palabras no son
sólo palabras; las palabras expresan ideas. Estas no son fichas en un juego
filológico; las palabras se refieren a la experiencia, la expresa y la
transforma” –al decir de Isaiah Berlin.
Ninguna
otra figura es tan viva para este tipo de análisis como la del lenguaje. Éste
no es indiferente al sentido de la práctica política. Porque contiene la
memoria verbal de una nación, la historia, los mitos, las técnicas, las
instituciones y la maquinaria jurídico-política del Estado. Pero también los
ideales, los sueños, las pesadillas, los triunfos y las derrotas de un pueblo.
Lo que muestra a ojos vista, la importancia que tiene la política para la
cultura, la historia y el lenguaje. Se confirma que el análisis de las palabras
se concatena con la crítica de las sociedades. El análisis crítico del lenguaje
en el fondo es político.
En
esta civilización técnica y de masas, se trata que la política sea un decorado
más de los “centros de poder” y sus
ramificaciones globales. Pero a quien le toca desgarrarlos es al hombre de
carne y hueso, al hombre vivo, el que calla y sufre; el que sueña y soñando se
acerca a un nuevo despertar. El que no ha perdido la conexión con lo primitivo
y las fuentes de la libertad. Así podrá extirpar el tumor de los vicios
inveterados, la lengua ponzoñosa del miedo, el dolor y el sufrimiento. Entonces se abrirá para él un horizonte de
tornasoles de colores y un tiempo fuerte, laborioso, imaginativo, que responderá
a las esperanzas y necesidades humanas.
Sabemos
que la revolución técnica se ha embarcado en la laboriosa tarea de imaginar y
construir un “hombre nuevo”, un “pueblo nuevo” para articularlo política y
socialmente, a los designios de los instrumentos técnicos. O, en su defecto, a
las nuevas relaciones de fuerza de los “centros
de poder” y del Gran Poder. Así que, en este tiempo de
alta civilización técnica y abstracta, se cree firmemente estar inaugurando una
nueva época de la historia de la humanidad. Un Zeitgeist, Espíritu del Tiempo, que se concatene con la “cultura del espectáculo”: de lo frívolo
y pasajero del mundo actual. Un ámbito donde la política no es la discusión
sobre lo que debería ser bueno, justo y ético para la sociedad.
El
filósofo holandés Rob Riemen pregunta: “¿Qué podemos esperar de la política, ya
sea como ciencia o como búsqueda de la buena sociedad? ¿Con qué clase de ideas
nos encontramos aquí? En general, la política democrática se encuentra en
estado de negación. Alexis de Tocqueville ya nos había advertido sobre la
transformación de la política en administración burocrática concentrada en la
economía, la estabilidad, la aplicación de la ley, la representación del
interés, en pocas palabras, en mantener el poder y garantizar el statu quo”.
La
política democrática es mucho más que los intereses del “establishment” o la protección del “statu quo”. Es mucho más que
las palabras vaciadas de sus contenidos esenciales -como libertad, justicia, fraternidad, igualdad, derecho, legitimidad,
seguridad nacional, justicia social, terrorismo, corrupción, guerra, progreso,
violencia, fundamentalismo, etc. Cómo Kenneth Burke y George Orwell
mostraron en relación con el vocabulario del nazismo y el estalinismo, éstos
saquean y descomponen la lengua común. En el idioma fascista o comunista,
populista o nacionalista, paz, libertad, progreso, voluntad popular
son palabras tan importantes como en la democracia representativa. Pero es
cruel la diferencia del sentido. Las palabras del adversario son expropiadas y
azuzadas en su contra. Cuando a una misma palabra le son impuestos por la
fuerza significados antitéticos, cuando el alcance conceptual y el poder de
evaluación de una palabra pueden ser alterados por decreto político, la lengua
pierde crédito. (George Steiner).
De
ahí que, el esclarecimiento de las confusiones lingüísticas se convierta en las
sociedades democráticas y autoritarias, en esclarecimiento de las palabras y
las acciones humanas. El examen de las palabras es el examen del pensamiento; y
también de todas las perspectivas; de todas las formas de vida. Ciertas
palabras en la actualidad tienen que recuperar su verdadero sentido, y sólo
puede provenir de la poesía, la literatura, el análisis, la crítica, o las
fuentes de la “sátira política”. Porque cuando hablamos de democracia
parlamentaria, no nos ubicamos en el plano de eufemismos lingüísticos, sino en
el de la democracia real: de lucha contra la injusticia, la pobreza, el
sufrimiento, el atentado político, el secuestro, la corrupción, el dolor, la
violencia, el racismo, la xenofobia, etc.
Creemos
que la democracia pasa por el filtro del respeto a la dignidad humana, a la
libertad de movimiento, de expresión, de escribir o pensar, porque la verdadera
libertad proviene del pathos: el sentimiento
de la vida y la experiencia del hombre. En las sociedades democráticas, la
justicia, la verdad, la igualdad, el amor, la amistad, el perdón, el
reconocimiento de la otredad, el respeto a la vida y a la dignidad humana, son
cualidades del “Ser” y del “existir”. Porque provienen de la sensibilidad, la
imaginación, el espíritu y los movimientos del pensamiento.
El
pathos que atraviesa la concepción de
la historia contemporánea es el pathos
de la tecnología informacional, la ciencia y del capital bancario. “Lo decisivo
es aquí la relación entre la vida y su finalidad”. El hecho de que todos los
“fenómenos dotados de finalidad” son orientados hacia la manifestación de una
esencia o la expresión de una significación, siendo el lenguaje el lugar por excelencia
donde cada singularidad apunta a su propio rebasamiento” –al decir de Walter
Benjamín. Pero si la vida tiende a la objetivación y a la numerificación “no
sólo hacen opacas las relaciones entre los hombres; sino que además envuelven
en niebla a los sujetos reales de dichas relaciones”.
Desde
el umbral en el que se proyecta la política, los valores espirituales y
morales, se sustituyen por la inversión y el beneficio, la publicidad y el
marketing. La política se convierte entonces en un apéndice de la publicidad,
los mass-media e Internet. Son
valores vacíos sin proyecto colectivo, sin conciencia crítica y capacidad de
juicio sobre el mundo y la existencia. En las democracias de las sociedades
modernas, las ideas, los principios, las ideologías, que configuraban la
estructura de la sociedad y del Estado, fueron vaciadas de sus contenidos.
A
finales del siglo XX y principios del XXI, la historia de las sociedades
occidentales adopta rasgos deterministas y utilitaristas. Su análisis teórico y
su práctica en la sociedad, se rigen por el neoliberalismo político y
económico. Por eso, el pathos que
atraviesa la concepción de la historia, es el pathos de la democracia liberal. Esta transformación de la historia
trajo como consecuencia un mundo fluctuante, evanescente y fugaz,
desestructurado y plural donde la esencia de la democracia, se encuentra en
entredicho. Es decir, pierde sentido y realidad en relación a las necesidades
fundamentales de las sociedades modernas.
Estamos
asistiendo en las sociedades contemporáneas como la ignorancia, el
analfabetismo político, la falta de cultura política, la corrupción, la
inmoralidad, implementan inexorablemente la apatía y la dejadez en los asuntos
públicos. De ahí que la política de masas por la importancia de los instrumentos
técnicos y la publicidad, se transforma en espectáculo: visual, insustancial y
fragmentado. El lugar de las ideologías, los principios, los programas, los
ideales, lo ocupa ahora la escenificación. En el mundo de la “Cultura del artificio”, la representación de la representación remplaza el
lugar del sentido. El “parecer” es más importante que el “Ser”. Los conflictos
y las contradicciones sociales se banalizan, ya que la realidad se presenta
fragmentada, sin unidad y sin telos
colectivo.
Así
lo percibe Noam Chomsky: “Este sistema no debe permitir que la gente se
encargue de sus propios asuntos, sino que los deje en manos de esa clase
especializada que son los únicos capaces de arreglarlos. En toda democracia se
producen dos grupos: por un lado, la clase especializada, formada por personas
que analizan, toman decisiones, ejecutan, controlan y dirigen los procesos que
se dan en los sistemas ideológicos, económicos y políticos, es la que ejerce la
función ejecutiva; por otro, “el rebaño desconcertado” que son los espectadores
del sistema, no participan de forma activa en el proceso”.
En
la época actual es más cómodo delegar el manejo de la libertad, la autonomía de
la voluntad, los sentimientos, la actitud ética o moral, y la apreciación
estética de la realidad, a la iglesia, el partido, el sindicato, la ONG, el
gobierno, etc., que asumir responsabilidades. Porque ésta actitud ante el mundo
y la vida crea angustia, zozobra, por el manejo responsable de la libertad. Ya
que se vive mejor y más cómodo sin preocupaciones, sin responsabilidades, sin
angustia, y así, el ejercicio del poder nos despolitiza, nos simplifica, nos
convierte en número o en objeto. Y la vida en consecuencia se presenta fluida,
sin peso, fugaz, en los espejismos de las imágenes y los lenguajes digitales.
Así pues, por el cúmulo de placer sensible y espiritual que despliegan, crean
una atmósfera de alegría superficial sobre la vida y la historia. Por lo cual,
es indispensable trabajar en el interior del ser humano.
Así
que este mundo en tránsito no da tiempo para el recogimiento, la soledad, la
introspección o la veneración, fundamentales para la creación poética y los
movimientos del pensamiento. En el mundo de la “Cultura del artificio”, la vida se convierte en una “broma
incoherente”. Como afirma E. Morán en “La
mente bien ordenada”: “La reforma
del pensamiento es una necesidad democrática clave: formar ciudadanos capaces
de hacer frente a los problemas de su tiempo y frenar el deterioro democrático
que suscita la expansión de la autoridad de los expertos, que restringe
progresivamente la competencia de los ciudadanos. Estos están condenados a la
aceptación ignorante de las decisiones de aquellos que son estimados como
sabedores”.
Dicho
esto, la revolución en las telecomunicaciones y el primado de la Red en la vida de las personas, es, en
su naturaleza, política y económica. Porque esta transformación responde no
sólo a las técnicas de reproducción de la palabra, la escritura y las imágenes,
sino además a las posibilidades del desarrollo tecnológico y a las necesidades
de la época. No hay desarrollo material de una sociedad que no esté
condicionado a las necesidades de ésta, y a las relaciones de poder que
esconden tras de sí. Por eso el desarrollo técnico y científico responde a las
necesidades del sistema de producción global. Es decir, a la lengua de los
mercados y del poder financiero internacional.
Pero
no hay que ignorar que, aunque estos procesos se den en la superficie de las
civilizaciones actuales, inciden directamente en la naturaleza del ser humano.
Por tanto, toda transformación material o espiritual, es en el fondo una
transformación lingüística. La revolución no incruenta, no violenta, no
abrupta, que se está llevando a cabo en las
“redes globales”, penetra hasta los átomos del cerebro. Esta se ubica en el
orden y la idea de los procesos, y responde a las apetencias de los “centros de poder”. Eso que Hegel llamó:
“El poder casi inconmensurable sobre los espíritus”.
En
este orden de ideas, el Mundo Moderno está librando una batalla con sus
estrategias y tácticas propias, entre la palabra y la imagen, la lengua natural
y la del artificio. Este tipo de conflagración, en sí mismo se manifiesta como
una batalla léxica. Porque el dominio de las palabras y de las imágenes, es el
dominio del hombre y su cerebro. Estamos en los umbrales de un nuevo alfabeto y
una nueva “Gramática de la vida”, que
responde a los requerimientos de la técnica, la ciencia, el capital bancario y
los mercados. Se están generando ideas, hábitos, modas, representaciones,
iconos, estilos de vida, que alteraron la de nuestros mayores. Nos damos cuenta
que el abuso de las palabras o de las imágenes, están deteriorando las
significaciones lingüísticas.
Por
eso hay que hacerles frente con la restitución del “sentido” y la crítica
“semiótica” del signo. Porque los requerimientos de la verdad responden sólo a
las matemáticas, lo empírico y material. Además, la cualidad del Ser y el
existir se toman como un fenómeno estadístico, de organización y planificación,
ejecución y control, de los tecnócratas de la administración pública o privada.
Los problemas sociales no se plantean y se buscan soluciones racionales y
objetivas, sino que se resuelven rápidamente. Esto supone que vivimos inmersos
en la velocidad y la vida se desliza imperceptible en las redes globales.
En
el mundo actual la significación de las palabras o las imágenes como
instrumentos políticos, responden a las necesidades de los instrumentos técnicos y las tecnologías de poder. En este orden,
los poderosos ostentan el “poder de lenguas”, el derecho de expresar las nuevas
realidades políticas. De este modo la civilización de alta tecnología prioriza
los instrumentos técnicos ante las necesidades materiales y espirituales de la
sociedad. La lengua de las imágenes, en su defecto, responde a las apetencias
de poder. Además, el “poder de lenguas” instituye derecho, legítima y legaliza,
el ejercicio del poder político.
Como
dice Walter Benjamín en cuanto a la Administración Pública: “Entre los que
detentan el poder en la vida económica” y el pueblo llano “se desliza todo un
aparato de burocracias administrativas y jurídicas, cuyos miembros no son
capaces de desarrollar funciones en cuanto sujetos morales plenamente
responsables; su conciencia de responsabilidad no es otra cosa que la expresión
inconsciente de ese encajamiento”.
Madrid-España a 26/08/2023