Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Ensayista.
Reconozcamos que una época como la actual, es, un tiempo de tránsito, paradójico y preñado de zozobra. Las innovaciones en el “canon” científico-tecnológico y el ámbito de las comunicaciones, nos compelen a procesos discontinuos, fragmentados. Procesos donde los signos vitales y las formas léxico-gramaticales se están dilatando. Estas transformaciones inciden en el espíritu del lenguaje y los contenidos semánticos de la Gramática de la vida. En este estado de cosas, las presiones que ejerce la tecnología, la comunicación rápida y simultánea -los modelos computacionales, la teoría de los juegos, la concepción cognitiva de la psicología y de la lingüística- sobre la naturaleza del Ser, están erosionando la vivacidad de las gramáticas heredadas.
De ahí que los algoritmos que se crean, se desarrollan y se acumulan, brindan la posibilidad de aplicarse en diferentes áreas de la inteligencia artificial. Así, usando los “algoritmos de aprendizaje forzado”, posibilitan, entre otros, estudiar la fusión nuclear, las predicciones meteorológicas observando el movimiento de las nubes y entender las consecuencias del cambio climático.
Lo importante de estos algoritmos es que son una metaciencia: que se puede aplicar a la física, la biología, las matemáticas, etc. La metaciencia tiene una pluralidad de aplicaciones y multimodalidades que se utilizan en los diversos algoritmos de inteligencia artificial.
Es tan compleja la estructura y la función del cerebro, que no entendemos en su totalidad nuestra inteligencia a pesar de los avances neurocientíficos. Por eso, la filosofía, la sociología, la politología, la historia, la antropología, el arte, las humanidades, etc., se implican en las investigaciones sobre IA. Por tanto, los avances epistemológicos, técnico-científicos hay que percibirlos en su cultura. Porque las consecuencias a corto o largo plazo de la IA en la naturaleza humana, hay que analizarlos, criticarlos, pensarlos, desde diversos umbrales, desde la experiencia, el saber y el lenguaje.
En este orden, la filosofía de la historia descansa en los brazos de la ética, y proporciona el fundamento de que Dios es el redentor de la humanidad. Como expresó Herman Cohen: “El redentor de Israel ha llegado ser el redentor de la humanidad”. Entonces nos embarga un intenso sentimiento de dicha. Se trata de restaurar el rango de la naturaleza humana, a condición de que se eleve sobre sus miserias, las limitaciones de la técnica, lo automático y lo estadístico. Ese rango sólo lo alcanza quien gira sobre sí mismo y, no alberga “la posibilidad de verse hipnotizado por el rostro del poder, que monstruoso o maquillado, es siempre temporal”.
Para comprender lo que sucede en la actualidad, es necesario
organizar el Mundo Inferior de
acuerdo al Mundo Superior.
Así que, el concepto de progreso aplicado al desarrollo de los lenguajes digitales y, en particular, al de las ciencias particulares, lo que deja a la vera del camino, es un montón de ruinas materiales y lingüísticas. Somos propenso en esta sociedad tecnológica y de masas, a ver el desarrollo de las ciencias particulares y de los lenguajes digitales y no el deterioro de las sociedades y de las lenguas naturales. El concepto de progreso encierra el de “catástrofe” y el de “destrucción”. Donde el hombre inmerso en la vigilia de la vida cotidiana ve “progreso”, el hombre que sueña ve “catástrofe”. “El hombre que sueña y soñando se acerca a un nuevo despertar” – al decir de Benjamín.
Entonces el mundo de la vigilia es tocado por las imágenes del sueño y, presto se abre a vivencias, interpretaciones y conocimientos. Sabemos que no existe contradicción entre las ciencias del espíritu, las humanidades, las artes y la filosofía y las ciencias positivas, cuando lo que prima es el bien social. Porque las primeras, han de contribuir a no percibir “el mundo como un lugar triste y confuso”, sino también lleno de matices multicolores y discontinuos, de amor y felicidad, solidaridad y fraternidad. Así el mundo es más soportable y vivible. Y, las segundas, que contribuyan en esta época materialista y hedonista en que vivimos, a la búsqueda “de un interés más amplio de distribución de los bienes y oportunidades materiales”.
Que los problemas sociales, económicos y gubernamentales, sean
asumidos desde lo político, humanístico y científico-técnico, para alcanzar la
justicia social, el bienestar de la humanidad, la paz, el dialogo entre
generaciones y naciones. Por eso, la educación ha de prestar mayor atención “al
mundo en que vivimos”, porque estamos destinados a la muerte. Hay que dejarlo
mejor que como lo encontramos.
Como dijo Abraham Flexner: “Ninguna de estas actividades necesita otra justificación que el simple hecho de que sean satisfactorias para el alma individual que persigue una vida más pura y elevada”. En esta época interconectada en Red y de imágenes en movimiento, importantes es, develar las relaciones de poder y el sentido del saber que ocultan tras de sí. El asunto que estoy reflexionando presenta hoy en día una relevancia interesante. Porque no sólo está en juego la libertad espiritual e intelectual del individuo, sino también de la sociedad en general.
Estamos entregando poco a poco las posibilidades de reflexionar, la capacidad de crítica, los contenidos de las experiencias, la sensibilidad estética de la existencia; aquello que eleva y dignifica la vida del hombre sobre la tierra, por unas pocas monedas de lo actual. Sabemos que en ciertas áreas del mundo y en determinados países se está efectuando una “caza de brujas” sobre la libertad del espíritu humano (libertad de expresión, libertad de pensar, libertad de escribir, libertad de movimiento, libertad de culto, etc.), que presionan a millones de seres humanos a migrar, a pasar necesidades materiales y espirituales, a sufrir xenofobia, racismo y hambre.
El enemigo real de la libertad y del espíritu humano es, quien lo quiere someter a unos principios ideológicos, religiosos, de control y vigilancia, en su vida privada y pública. Que se sitúe en un nivel irreflexivo e instintivo que responda al llamado de la voluntad y a las relaciones de poder.
En esta época de alto desarrollo técnico, de cultura de masas y de sociedad de masas, la justificación de la libertad espiritual, sin embargo, no se puede desconocer o abolir en nombre de las tecnologías de la información (la informática más telecomunicaciones). Tener consciencia que la tecnología de los procesos de datos y las telecomunicaciones eléctricas informatizadas hacen inevitable la conjunción entre el poder y el saber. El filósofo Michel Foucault dijo: “el poder crea saber y el saber crea poder”.
Estos elementos estructuran un tejido de relaciones de fuerza, que se distribuyen en las redes sociales y las instituciones. En suma: el espíritu de la lengua responde a la economía del poder. De ahí que las personas formadas para pensar se convierten en algo incómodo para los que ejercen el poder. El filósofo, el artista, el poeta, el escritor, el músico, el dramaturgo, el pensador, entre otros, son la voz de los que no tienen voz. Son la conciencia crítica del mundo y de la realidad, frente a los “centros de poder” distribuidos en las redes globales. Son seres política y socialmente repudiados por el Sistema y los guardianes del “status quo”. Por esa razón, considerar la preocupación por la condición actual y la vitalidad futura del lenguaje, como algo coyuntural –dice Steiner– equivale sencillamente a no comprender lo que sucede.
Como consecuencia de la barbarie política de siglo XX y principios del XXI, del mal uso del lenguaje, la manipulación de los medios masivos de comunicación, de las redes sociales, al servicio de los políticos y las Grandes Corporaciones –se tiraniza el lenguaje, se viola la intimidad, se manipula la autonomía de la voluntad o, se coarta la libertad. Estas transformaciones del espíritu lingüístico del ser humano, intensifican los procesos de falsificación en los asuntos públicos y privados, que siempre forman parte de las difíciles relaciones entre el lenguaje y el poder.
Madrid-España a 25/03/2023