jueves, 17 de octubre de 2019

EL SIMBOLISMO DE LA MUERTE


                                


 Antonio Mercado Flórez.


Humberto Eco en Apostillas al Nombre de la Rosa, expresó: <<El hombre por naturaleza es un animal simbólico>>. Las culturas viven mientras viven sus símbolos. Así pues, la función de los símbolos es defendernos del terror –dijo Oswaldo Spengler en Decadencia de Occidente. Ni el movimiento trágico ni el movimiento técnico –si es licito emplear estos términos para distinguir los fundamentos de lo que es vivido- agotan la realidad del ser viviente. El hombre tiene más cosas que ofrecer que, la técnica, la economía, la política y que el pensamiento científico.

Estas esferas hacen parte de las formas del conocimiento; de otra parte, existe la necesidad orgánica –el decurso biológico propio-, que es un hecho de profunda intuición interior, un hecho que llena el pensamiento mitológico, religioso, artístico, histórico, y, no está en contradicción con las formas del conocimiento. Sino que interiormente se complementan; esto es, que existen relaciones internas entre el arte, la matemática y el cosmos. O, entre la técnica, la política y la economía. Que es necesario desvelar para comprender la relación entre Hombre-Mundo, Hombre-Cosmos, Hombre-Dios.

Así que, somos seres en constante movimiento; aun cuando las cortinas de la noche cierren los ojos y el espíritu y los sentidos duerman. De ahí que, todo movimiento propio tiene expresión, todo movimiento ajeno produce impresión; de suerte que todo cuanto se da en nuestra consciencia, sea cual fuere su forma –alma y mundo, vida y realidad, historia y naturaleza, ley y sentimiento, sino, Dios, futuro y pasado-, todo, para nosotros, encierra otro sentido, que es el más profundo. Y el único medio supremo para hacer comprensible lo incomprensible, consiste en una especie de metafísica, para lo cual todo, sea lo que fuere, tiene la significación de un símbolo.

Los símbolos son signos sensibles, impresiones últimas, indivisibles y, sobre todo, involuntarias, que poseen una significación determinada. Un símbolo es un rasgo de la realidad que, para un hombre con sus sentidos alerta, designa inmediata y evidente algo que no puede comunicarse por medio del intelecto. De este modo, todo lo que existe en la naturaleza y el mundo hecho por el hombre, es símbolo. Todo es impresión simbólica que el universo produce cuando estamos despiertos. De ahí, percibimos ese lenguaje en las horas de recogimiento y soledad. Por otra parte, Expresa Spengler: el sentimiento de una comprensión homogénea es el que, sobre la humanidad universal, reúne y destaca ciertos grupos, familias, clases, tribus y, finalmente, todas las culturas.

Tal es la idea del macrocosmos, de la realidad como conjunto de todos los símbolos de un alma. Nada puede eximirse de esta propiedad de ser significativo. Todo lo que existe es símbolo. Desde la apariencia corporal: rostro, estatura, gesto, porte de los individuos, de las clases sociales, de los pueblos –en donde siempre se ha reconocido el simbolismo-, hasta las formas del conocimiento, la matemática y la física, que se suponen eternas y universales, todo es símbolo, todo manifiesta la esencia de un alma determinada, con exclusión de cualquier otra. 

En el momento que el hombre empieza a reflexionar sobre la muerte, y la incluye en su espíritu, sus sentimientos, sus obras, previsiones, cesó la inmediata e instintiva vida animal, y nace lo que Spengler llamó: la Cultura. Desde el momento de la existencia, cuando el hombre se hace hombre y conoce su inmensa soledad en el universo, es cuando despunta en su corazón el terror cósmico, bajo la forma puramente humana del terror a la muerte. Spengler piensa que, toda religión, toda filosofía, toda ciencia natural, tiene aquí su punto de partida.

La muerte entonces posibilita un <<punto de inflexión>> en relación a la vida inmediata, instintiva y, la aparición de la Cultura se convierte en una <<forma>> de la muerte. Cuando el hombre se enfrenta a su soledad experimenta el terror cósmico, bajo la forma puramente humana del terror a la Muerte. Toma conciencia de su fragilidad y su finitud, en el devenir del tiempo. Así que, toda filosofía, todo arte, todo mito, toda religión, toda ciencia y toda técnica; tiene en la muerte su punto de partida. Entonces, el lenguaje simbólico va unido a la Muerte: al culto de la Muerte. O, en otras palabras, a la forma del enterramiento, a la tumba y sus adornos, a los rituales o mitos mortuorios.

Además, el terror primigenio es el origen de todo sentimiento histórico. La solicitud vigilante por la vida, que aún no ha pasado, es la que inspira la solicitud por el pasado. Un animal tiene futuro solamente; el hombre conoce también el pasado. Toda nueva cultura despierta también con una nueva <<intuición del mundo>>; esto es, con una súbita visión de la muerte. No existe cultura que no tenga en su intuición interior una percepción de la muerte. La cultura representa una forma simbólica de relacionarnos con la muerte. La esencia de todo simbolismo autentico -inconsciente e íntimamente necesario— se origina en el conocimiento de la muerte, que nos descubre el misterio del espacio.

Así, tomamos consciencia que todo producto es transitorio. Dentro de pocos siglos no habrá cultura y civilización occidental; y, no porque la serie de generaciones humanas se hubiese acabado, sino porque no existe ya la forma interior de un pueblo, la que había reunido a un gran número de generaciones en un gesto común. Cuando se diluye en sus contradicciones o se degrada el hálito de vida de un pueblo, desaparece la esencia que le da <<forma>> y <<contenido>>. Esa intuición interior posibilita la expresión de un pueblo, en las formas del conocimiento o en sus sentimientos: en el arte, la música, la arquitectura, la poesía, la novela, la técnica, la ciencia y el pensamiento en general. Y, la muerte se convierte en el vehículo que eleva el espíritu a lo trascendente y divino. 

Walter Benjamín en el texto El Narrador afronta el problema de la muerte desde la narración. Asocia la narración al valor de eternidad y, la opone en la actualidad a las noticias, al sistema general de información, que es lo único propiamente constante. La in-formación tiene interés en desdibujar la textura de los contenidos espirituales de la experiencia como percepción y participación en lo diferente de los acontecimientos; es lo contrario, al valor de eternidad que Benjamín asocia a la narración. Así que, toda narración está rodeada de un halo de antigüedad, como sí se tratará de una historia que se ha venido contando desde siempre de generación en generación.

También acerca de eternidad habla en El Narrador, como un pensamiento que extrae su sentido del factum de la muerte; y, que progresivamente desaparece para la consciencia del Orden Burgués: del sujeto burgués. Que en la modernidad se relaciona con la pérdida de comunicabilidad de los contenidos de la experiencia y con el fin del arte de narrar. Esta evanescencia dice Benjamín sólo puede explicarse por el cambio <<en el rostro de la muerte>>. Cambio que consiste en la ocultación de ese rostro, su retiro de la mirada colectiva, y, de otra parte, en lo que se podría en llamar la privatización del morir. Además, esta privatización del <<rostro de la muerte>> es, para Benjamín la clave para valorar la narración.

<<La muerte es la sanción de todo lo que el narrador puede referir>>. Ahora, ¿Qué significa que la muerte sea tal sanción? Una sanción es la confirmación o aprobación de una ley, acto o costumbre. Ahora bien, Benjamín concibe a la muerte como fuente de autoridad de la narración y que la misma narración no agota. Así, la muerte es la paradoja de la narración; porque marca el límite absoluto del lenguaje y el silencio. Asimismo, teniendo presente la muerte como sanción, Benjamín dice que las historias del narrador <<nos remiten a la historia natural>>. Lo que hace el narrador es reinscribir la historia humana (historia universal), en la historia natural; siendo la muerte en punto de encuentro, la bisagra, el acontecimiento en que se cruzan la una y la otra.

En este orden, según Benjamín la muerte posibilita la narración, el valor de eternidad y la opone a la actualidad, al presente-ahora como noticia e información. Y que la muerte pasa de ser un acontecimiento colectivo a convertirse en la época moderna en algo enteramente privado. Así, pierde el aura de arcaísmo (la aparición irrepetible de una lejanía por muy cercana que esta pueda hallarse) para transformarse en mercancía.

La muerte entonces nos sustrae del lenguaje y nos precipita al silencio. En la actualidad estos procesos de simbolización de la muerte la ubican tanto en la dimensión puramente natural en su incidencia histórica y, de la Cultura y la alejan cada vez más de su dimensión sagrada y divina. En la actualidad se hace un corte, un punto de inflexión respecto a la muerte y el morir. No sabemos que es la muerte y pensar en ello nos ayuda a saber lo que ésta es, por lo cual se convierte en lo imposible. En la disolución del límite, en la caída en el vacío, donde todo lo posible, lo que es posible ingresa en el no-saber. 

A partir de que el hombre se hace consciente de la muerte, la continuidad de la existencia se rompe, se desgarra y, en consecuencia, tiene una experiencia final de desaparición, porque conoce el tiempo y, por ende, es consciente de su propia muerte, que hay una experiencia final de desaparición. Ernst Jünger pregunta, ¿Qué es lo que queda del hombre una vez que le ha llegado la hora de la muerte? ¿Desaparecemos realmente o sólo nos esfumamos nos desvanecemos? ¿A dónde conduce el viaje y con qué equipaje? ¿Nos está permitido llevarnos el cerebro o es preciso hacer entrega de él?

domingo, 13 de octubre de 2019

REFLEXIÓN SOBRE LA ACTUALIDAD


                                       




Antonio Mercado Flórez.



Teniendo presente los acontecimientos socio-históricos y culturales del mundo actual, preguntamos, ¿cómo se abre paso el ser humano en un mundo pusilánime, donde prevalece la mediocridad y el vacío del espíritu? Sabemos que ellos se convierten en las formas de la <<cultura del artificio>>. Somos parte entonces de una época donde los lazos de la codicia, la violencia, la guerra, la corrupción, la xenofobia y el racismo; atan al hombre a la banalidad del presente actual. Así pues, cuando la vida se entiende como objeto de codicia, de rapiña, de saqueó, cualquier otra consideración se antoja secundaria. Pero afortunadamente en la actualidad existen personas que son capaces de ver las perdidas: la degradación del espíritu, de la moral y las injusticias sociales.

Sabemos que la hybris del progreso exalta la avidez, el saqueo y el despilfarro material y de la energía vital del ser humano. Como dice Rafael Argullol: <<Aprender sería aprender a desarticular la civilización de la hybris. Educar al hombre en un nuevo contrato existencial, con sus derechos y sus deberes, lejos de ser un objeto de saqueo, fuese un objeto de armonía. Claro que eso implicaría hacer una verdadera revolución espiritual, algo más delicado que cualquier revolución de otro tipo>>. Ahora, ¿qué significa aprender? Eso entrañaría un nuevo concepto de educación ligado a la experiencia, que desborde con mucho, el marco de las escuelas y universidades para transformar, directamente, la mente del hombre.

Una revolución que implicaría la forma esencial de la vida en su devenir histórico y en las funciones que le corresponden. Ver lo que acontece no con los ojos del partido, de la técnica, del conocimiento, de la ideología, desde el punto de vista particular, sino desde la altura intemporal donde la mirada domina al mundo de las formas históricas repartido por miles de años –si se quiere comprender realmente la crisis de la época actual. Esa mirada provee al hombre de las herramientas materiales, mentales, y espirituales, que posibilitan desandar lo andado para entender desde la altura intemporal lo que acontece en la actualidad. Pero primero es necesario tener en cuenta que al hombre hay que dejarlo que nazca primero dentro de sí.

Así que, el Gran Poder está convirtiendo en irrisorio todo lo que tiene valor. En el ámbito de la <<Inteligencia Artificial>>, lo que existe es aquello que puede ser representado. Lo que significa que la <<cultura del artificio>>, la representación de la representación, sustituye a las cosas que tienen sentido. Ontológicamente hablando, la representación de la naturaleza y la organización de la realidad, se sitúan en el ámbito de las <<relaciones artificiales>>. La <<civilización del espectáculo>> se corresponde con la frivolidad, lo veleidoso e insustancial; consiste esta civilización en invertir los valores, en la que la forma importa más que el contenido, la apariencia más que la esencia y en la que las imágenes hacen las veces de sentimientos e ideas. Esa es una manera de entender el mundo y la vida, según la cual todo es aparente, momentáneo y fugaz. Y, ello representa la expresión de la crisis de la época actual.

Existen personas que son incompatibles con el carácter y las exigencias de nuestra evolución histórica. Porque no responden a las exigencias materiales, espirituales y técnicas, de los pueblos con sus generaciones. Por eso las exigencias espirituales o mentales trascienden los <<ordenes establecidos>>. Ora, en momentos de crisis espiritual y de vaciamiento de los contenidos espirituales de la experiencia, hay que recurrir a la sabiduría razonadora. Aquella que posibilita que el hombre adquiera la jerarquía de persona y vaya al encuentro de lo trascendente y divino, que mora allende de las estrellas y, en todos y cada uno de nosotros.

Entonces, ¿cuál es problema fundamental del hombre moderno? <<La pérdida de la confianza en sí mismo>>. Por eso delega la libertad a una espalda más ancha: la Iglesia, el Estado, el partido, la moral del hombre común ordinaria; porque la pérdida de confianza en sí mismo, es, una expresión de pérdida de la libertad. Ahora bien, el florecimiento del hombre moderno, nuestra relación con los otros hombres y las cosas, se ha vuelto compleja, nadamos en problemas e incertidumbres. Porque somos habitantes de un mundo donde los valores establecidos ya no están y los nuevos no han llegado del todo.

Un mundo donde el hombre de carne y hueso, se está convirtiendo en objetos y prevalece la númerificacion sobre los contenidos espirituales y el pensamiento. Y, además, el hombre se ha convertido en un hombre tecnificado, porque inesperadamente ha caído sobre él, el enorme peso de la técnica. A la vez, estamos en los frontispicios del paso de la lengua natural, a la lengua artificial, la que está situada en su parte material. Una lengua que no responde a los requerimientos más profundos del ser humano: el amor, la solidaridad, el respeto a la dignidad humana, la fraternidad, que posibilitan que el individuo adquiera la dignidad de persona. Y, que prevalezca una escala de valores horizontal incluyente y solidaria, sobre una vertical excluyente y agresiva.

Así pues, en el mundo moderno profano y profanador, hay que tener presente que, en todo movimiento vital, las fuerzas demoníacas se ocultan detrás de las cualidades ordenadoras. Y para poder desvelarlas se necesita un hombre fuerte en el espíritu. Tener presente que éste se relaciona con la subjetividad y la mente del hombre. Así, el hombre moderno vive en medio de un mar impetuoso, desacralizado y mundano. <<Que antaño resultaba de la circunstancia de hallarse dentro del marco de un orden establecido, quiero decir dentro de un orden sagrado, ritual, que ejercía una acción internacional, definida, según la verdad revelada>>. –dijo T. Mann. Entonces, ¿qué función ejercía la iglesia? –según Mann-: <<Una institución para el mantenimiento de la vida objetiva […] Sin ella, nos hundiríamos en el extravió más subjetivo, la vida objetiva se convertiría en un mundo siniestro, y fantástico, en un mar de demonismo>>.

Ahora, como dice Walter Benjamín en el <<Libro de los Pasajes>>: <<El momento prehistórico del pasado ya no queda encubierto por la tradición de la iglesia y la familia. Esto es a la vez consecuencia y condición de la técnica>>. Para el hombre moderno el mundo de los padres ha quedado atrás, ya no está unido a él por tradición, sino por lo presente-actual, la técnica y las relaciones artificiales. En consecuencia, <<los mundos perceptivos se descomponen velozmente, rápidamente se hace necesario erigir un mundo perceptivo por completo distinto y contrapuesto al anterior. Así es como se ve, bajo el punto de vista de la prehistoria actual, el ritmo acelerado de la técnica>>. De ahí que la técnica en la modernidad se haya convertido en el mito de la actualidad.

Además, la pérdida de confianza en sí mismo del hombre actual, lo obliga a recurrir a un violento sentimiento subjetivo, llevándolo a apropiarse expresa Nuccio Ordine, de <<la utilidad de los saberes inútiles>> que se contraponen radicalmente <<a la utilidad dominante que, en nombre de un exclusivo interés económico, mata de forma progresiva la memoria del pasado, las disciplinas humanísticas, las lenguas clásicas, la enseñanza, la libre investigación, la fantasía, el arte, el pensamiento crítico y el horizonte civil que debería inspirar toda actividad humana>>. De ahí que, en el universo del utilitarismo, en efecto, <<un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo más que una poesía, una llave inglesa más que un cuadro: porque es fácil hacerse cargo de la eficacia de un utensilio mientras que resulta cada vez más difícil entender por qué pueden servir la música, la literatura o el arte>>.  

Somos parte del tiempo abstracto, las máquinas y la velocidad, se tiende a desdeñar todo lo que no responde a la filosofía utilitaria. Se trata en la actualidad, de develar <<la carga ilusoria de la posesión y sus efectos devastadores sobre la dignitas hominis, el amor y la verdad>>. Por eso el hombre actual, se ve en la necesidad de recurrir al sentimiento subjetivo, el espíritu y el pensamiento o a la experiencia, para restaurar los portillos del Yo interior, de la historia y de la vida, que han quedado tirados a la vera del camino. <<Pero hay algo más –dice Ordine-, puede desafiar una vez más las leyes del mercado. Yo puedo poner en común mis conocimientos sin empobrecerme. Puedo enseñar a un alumno la teoría de la relatividad o leer junto a él una página de Montaigne dando vida a un proceso virtuoso en el que se enriquece, al mismo tiempo, quien da y quien recibe.

En este orden, sí lo sublime y eterno se envilece, desaparece el sentido del humanismo que, no es otro que, la semejanza entre los hombres. Y, <<precipitándose en la parte baja de la rueda de la Fortuna, toca fondo. El hombre se empobrece cada vez más mientras cree enriquecerse: <<Sí diariamente defraudas, engañas, buscas y haces componendas, robas, arrebatas con violencia –advierte Cicerón en las paradojas de los estoicos-; si despojas a tus socios, si saqueas el erario […] entonces, dime: ¿significa esto que te encuentras en la mayor abundancia de bienes o que careces de ellos? 

Prosigue Ordine y ahora se refiere a las páginas finales del tratado Sobre lo sublime, una de las obras antiguas más importantes de crítica literaria que han llegado hasta nosotros, el Pseudo Longino distingue con claridad las causas que produjeron el declive de la elocuencia y del saber en Roma, impidiendo que nacieran grandes escritores después del fin del régimen republicano: <<Ese afán insaciable de lucro que a todos nos infecta […] es lo que nos esclaviza […] la avaricia es, ciertamente un mal que envilece>> (XLIV, 6). Siguiendo estos falsos ídolos, el hombre egoísta no dirige <<ya su mirada hacía lo alto>> y <<la grandeza espiritual>> acaba marchitándose (XLIV, 8). En esta degradación moral, cuando <<se cumple la paulatina concepción de la existencia, no queda espacio para ningún tipo de sublimidad (XLIV, 8). Pero lo sublime, nos recuerda todavía el Pseudo Longino, para existir requiere también libertad: <<La libertad, se dice, es capaz por sí sola de alimentar los sentimientos de las almas nobles, de dar alas a la esperanza>>. (XLIV, 12).

La historia entonces es una concatenación de formas de sueños, y todos en un instante de la vida expresan la historia universal. En cualquier caso, lo que cada hombre en particular hace es, anudar el hilo de su historia y llenarlo de contenidos de tiempo y de experiencias. De <<la necesidad orgánica del sino - Dice Oswaldo Spengler- lógica del tiempo-, que es un hecho de profunda certidumbre interior, un hecho que llena el pensamiento lógico, mitológico y artístico, un hecho que constituye el ser y núcleo de toda historia>>. Por tanto, las historias son formas que se muestran a los hombres en forma de ripios, escombros, que el historiador o el pensador ha de reconstruir. Son escombros que hay que mirar <<desde la altura intemporal en donde la mirada domina el mundo de las formas históricas repartido por miles de años. Si se quiere comprender realmente la gran crisis de la época actual>>.

Son escombros materiales o espirituales que, emergen de la memoria para dar sentido al presente-actual, que se configura en el devenir del tiempo. Ora, cuando un pueblo no tiene historia carece de memoria, y desde luego, de lengua. Ésta es el instrumento de que se vale la memoria para rememorar y dar contenido a la historia. Por tanto, un pueblo sin lengua es un pueblo sin memoria; ya que la lengua de los hombres nace en el seno espiritual del hombre. Si carece de lengua, de experiencias y de memoria, es, un pueblo muerto.

En los momentos actuales, es imprescindible conservar la memoria, la lengua y la historia, para entender quiénes somos, para dónde vamos y de dónde venimos. Lo que busca el Gran Poder es, vaciar al hombre y sus pueblos, de los contenidos espirituales, mentales, de sus mitos, rituales, tradiciones, de las lenguas naturales y de la capacidad de asombro. Así, se convierten en objetos y números, manejables y dominables, por las fuerzas del Gran Poder: las grandes corporaciones, el capital financiero, la bolsa de valores, el poder empresarial, los grupos de presión, el poder político, etc.

Sobre el hombre y el sueño –dijo Borges-: <<La mente que una vez lo soñó volverá a soñarlos; mientras la mente siga soñando, nada se habrá perdido>>. Schopenhauer pensó en la posibilidad de la mente humana como una y única, así que, donde la forma permanece, sólo cambia la máscara del tiempo histórico. Entonces, el rostro permanece, inalterable, en la forma de la historia. Que no es otra cosa que, la historia misma. Así que, no podemos despojarnos del pasado y dejarlo tirado a la vera del camino, porque <<el pasado es indestructible –dijo Borges-, tarde o temprano vuelven todas las cosas, y una de las cosas que vuelven es el proyecto de abolir el pasado>>. Aún en medio de los instantes de felicidad y desdicha en que viva el hombre, está condenado a soportar sobre sus hombros, el peso de la historia.

Las nociones de cultura y barbarie representan un papel tan extraño en Shakespeare –dice Thomas Mann: <<La primera es un monaquismo espiritual, un refinamiento erudito, profundamente desdeñoso de la vida y de la naturaleza, y ve precisamente la barbarie en la vida y la naturaleza; en lo inmediato, lo humano, el sentimiento>>.  Así, que, el espíritu erudito, culto, mira la vida y la naturaleza con indiferencia, con desprecio; y observa precisamente en la vida y la naturaleza, la barbarie del ser humano. Una barbarie que responde a lo inmediato, la necesidad, el <orden>, el sentimiento y la razón. Porque en los actos humanos, muchas veces, se oculta detrás de la razón: el demonismo.

La lucha entre la cultura y la barbarie toma forma en la confrontación entre la castidad y la impureza; el refinamiento espiritual monacal, la sobriedad de la vida, el refinamiento del espíritu; que se contrapone al libre desenvolvimiento de la naturaleza y de la vida. De ahí que niegue lo verdaderamente humano: las pasiones más profundas, el mundo heroico, lo inmediato, lo ambiguo y contradictorio de la existencia. Por eso en el fango de la ética impura, de la sucia moral, del vicio, en las aguas mal olientes de las alcantarillas de la existencia, los hombres han acuñado el piso movedizo de la moralidad y de la razón. Así, los valores que ayudan a caminar sobre el mundo moral, descansan en la impureza de los actos de los hombres. Debemos tomar consciencia que el espíritu puro, se levanta sobre la fetidez de la existencia, y así, los espíritus refinados encuentran razón a la existencia.

Empero, preguntamos, ¿cuál es el problema fundamental del hombre en la actualidad? El de la libertad. Porque hemos llegado a una concepción nueva del poder, llegado a unas concentraciones de poder inmediatas, vigorosas. Así, para poder plantearles cara se necesita una concepción nueva de la libertad. Una concepción que nada tiene que ver con los desvaídos conceptos que hoy van asociados a esa palabra. Hay que tener claro que no han quedado extinguidos los movimientos (del espíritu, del pensamiento, de las experiencias, del lenguaje, de las ideologías o de las creencias, etc.), en los Estados que disponen de una gran masa de policías, ejércitos, grupos de seguridad y confidentes, que expresan al hombre de la calle Tú o Yo, una ingente concentración de poder. En Estados como esos me atrevo a pensar que, existen aquí personas que están iniciando la lucha en favor de una libertad nueva, una lucha que requiere grandes sacrificios. Por ejemplo, sacrificios de estudiantes, profesores, líderes campesinos, obreros, de indígenas, políticos, líderes sociales, que afianzan en la conciencia de las personas alcanzar esa concepción nueva de la libertad.

Por eso, hay que dirigir la mirada a lugares y tiempos esforzados, tal como los describe Gabriel García Márquez en <<Cien años de soledad>>. Literatura que alimenta la imaginación y estamos viendo que a las élites dirigentes no les importa el lado negativo del desarrollo –contaminación de los mares y los ríos, contaminación de la atmósfera de la gran ciudad, destrucción de las selvas tropicales-, porque son ajenos al destructivo de la técnica. De este modo, son conscientes del <<lado positivo>> del desarrollo, más no del <<lado destructivo>> de la sociedad. Se trata de hacer saltar las cadenas del poder y de la técnica; y quien puede hacerlo es el hombre en particular. Hoy resulta difícil sostener la libertad y la libre voluntad; la oposición exige grandes sacrificios. Esto explica por qué un gran número de seres humanos prefieren la coacción. Además, confirma que la historia es la impronta que el hombre libre da al destino.