miércoles, 21 de agosto de 2019

LAS SECUELAS DE LA VIOLENCIA EN COLOMBIA









Antonio Mercado Flórez


En 1950 Hannah Arendt reflexionó sobre las secuelas del régimen nazi en Alemania. Expresó que, en menos de seis años, Alemania arrasó con las estructuras morales de la sociedad occidental, cometiendo crímenes que nadie hubiese creído posible. Después de la guerra, a la tierra devastada y minada, exhausta y desmoralizada por las penurias de la guerra, afluyen millones de personas de las provincias del este, de los Balcanes y de Europa Oriental, añadiendo al cuadro general de la catástrofe el toque peculiarmente moderno de la expatriación, el desarraigo social y la carencia de derechos políticos.

El caso colombiano posee unas caracteristas similares con lo que narra Hannah Arendt en el texto El presente. Ensayos políticos. Las secuelas del régimen nazi: Un reportaje desde Alemania (1950). Donde expone las secuelas que dejó la guerra en el tejido de la nación. Aquí trato de hacer una especie de literatura comparada entre las secuelas que deja tras de sí la guerra en Alemania y las de la guerra en Colombia.

A la catástrofe se añade también la visión de las ciudades alemanas destruidas y la noticia de los campos de concentración y de exterminio que han extendido sobre Europa una atmósfera lúgubre. La guerra fue una pesadilla de horror y destrucción de personas, de infraestructuras productivas, de ciudades, pueblos y aldeas. Pero en Alemania cayó un manto de silencio sobre ello. La reacción ante las ruinas –materiales o humanas-, consistió en una evasiva a todo a lo que le concierne en cuanto alemanes.

En Colombia los hacedores de la guerra arrasan todo lo que encuentran a su paso, porque necesitan espacio para destruir. Destruyen pueblos y aldeas en nombre de la ideología y la justicia social, masacran a personas inocentes, torturan y desaparecen a los individuos, para justificar los principios que sirven como basamento del horror y la barbarie. El Estado y sus instituciones sociales y administrativas –Ejercito, policía, políticos, terratenientes, industriales, empresarios-, son tan culpables como la guerrilla por lo que aconteció.

Devastaron y minaron a miles de colombianos empujándolos a abandonar sus tierras, como también a desplazarse como parias en el interior de su propio país. A engrosar los cinturones de pobreza y miseria de las grandes ciudades de Colombia: Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Cartagena, y, empujados por el hambre, el dolor y el desarraigo, venden su cuerpo al mejor postor, se dedican a la drogadicción y el trapicheo, el raponismo y la delincuencia común. Y, a la vez, llegan a engrosar los cinturones de miseria, dolor y sufrimiento, de dichas ciudades. Todo ante la mirada indiferente de los poderosos y de las élites gobernantes.

El propósito era destruir la esperanza y la justicia social, de la mayoría de los colombianos. Primero fue la violencia entre el partido conservador y el liberal, después vino la guerra ideológica en nombre del comunismo o del socialismo, que arrastra tras de sí un montón de ruinas materiales y humanas, ríos y charcas de sangre, que atormentan el alma y el corazón de quienes la sufrieron.

Para quienes conocieron en profundidad la Europa de entreguerras ha debido de suponer una conmoción el ver con qué rapidez los mismos pueblos que hace solo unos años se desinteresaban por completo de las cuestiones de estructura política descubren ahora las condiciones básicas para la existencia futura del continente europeo. Bajo la opresión nazi no solo han reaprendido el significado de la libertad, sino que además han recuperado el respeto por sí mismos y el apetito por la responsabilidad.

Así pues, la huida de la realidad es también, por supuesto, una huida de la responsabilidad. En la historia reciente de Colombia, se tiene el hábito de culpar de sus desdichas a fuerzas que están fuera de su alcance; el problema económico internacional, a Venezuela; al castro-chavismo y una serie de eufemismo que la derecha se inventa para justificar la guerra y el ejercicio del poder.  Ante todo, para destruir los Acuerdos de Paz.

Pero en la actualidad lo que está en juego es de suma importancia, el repudio a la vieja casta política y al viejo centralismo gana terreno; la búsqueda de alguna nueva forma de gobernar, que en la vida pública de las personas otorgue al ciudadano mayores deberes, así como derechos y libertades, es característico de la mayoría de los colombianos.

Las élites gobernantes siempre han eludido la responsabilidad que les corresponde. Pero donde mejor se capta la falta de responsabilidad de lo sucedido en los últimos sesenta años, es, en los medios masivos de comunicación de masas. Que expresan deliberadamente las mentiras del poder, las convicciones de una <<selecta minoría>> cuidadosamente cultivada para justificar el sistema general de la información, lo único que es propiamente constante. Así pues, el tiempo de la información es el presente-actual, que se determina por el interés de los que ejercen el poder. Y, no para suministrar elementos para la conducción de la vida o la orientación en el mundo. Entonces la evasión de la realidad viene acompañada de la destrucción y la desidia ante los hechos.

Dice Arendt que las personas con un alto grado de conocimientos, los intelectuales comprometidos con el nazismo, se valieron de la violencia cultural que se ejerce con el conjunto de ideas, de preceptos, de valores, de principios, de imágenes, del lenguaje y la cultura, para justificar el régimen nazi. Son símbolos que legitiman la violencia, la crueldad, el horror, la exclusión o la muerte, en nombre del Estado, el Sistema o del Führer –líder- de Alemania. O, en otros términos, de los empresarios, los banqueros, los industriales y los intereses del partido que manejan la educación y la cultura.

El ejercicio del poder en Colombia elabora mitos legitimadores y justificaciones pseudorracionales. Han utilizado los valores, los principios o las ideas, para justificar las injusticias socioeconómicas, los desplazamientos, las masacres, la xenofobia, los exilios, el hambre, el desempleo, la pobreza o la muerte. Entonces quienes manejan estos valores se valen de las redes sociales para polarizar a la sociedad y el enfrentamiento entre los colombianos.

Encuentran ahora un placer positivo en las tensiones internas, que los evaden de los errores del ejercicio de gobernar. Además, la consciencia de la huida de la responsabilidad no cambiará el destino que el Gran Poder impuso a la sociedad. Porque es imposible trasladar este estado de animo a una política racional, justa y tolerante.

En cualquier caso, la realidad de los crimines nazis, de la guerra y la derrota, ya se asuma o se evada, aún domina todo el tejido de la vida alemana, y los alemanes han desarrollado distintos mecanismos para escapar a la conmoción de su impacto. Esos mecanismos en Colombia, tratan de evadir la responsabilidad de la Guerrilla y el Estado –Generales del ejército, oficiales, suboficiales, policías, paras, narcotraficantes-, que secuestraron, asesinaron, cometieron masacres y desapariciones.

En una atmósfera de violencia, de odio, de descalificaciones, de mentira, que niega la importancia de los hechos en general. Todos los hechos pueden ser cambiados y, todas las mentiras pueden ser convertidas en verdad. La realidad ha dejado de ser inexorablemente la suma de los crudos e indiscutibles hechos, y se ha convertido en un conglomerado de sucesos, chismes y anécdotas, siempre cambiantes en que la misma cosa puede ser hoy verdad y mañana falsa. La política se explica como una eficaz campaña de venganza, odio y descalificaciones, que son consecuencia de sesenta años de mentira, de falsedad, violencia y muerte.

En Alemania sucedió durante el nazismo, lo que ahora acontece en Colombia, que la transformación de los hechos en opiniones trastoca la realidad. Las opiniones se convierten en el manto que cubre la realidad. Lo que se escucha o trasmite en la superficie de la sociedad, no es ver dad, sino las opiniones que falsean la realidad.
Así, las opiniones se expresan como la columna vertebral de la nación; como lo que posibilita la coherencia del Estado, las instituciones, la moral y el espíritu de la sociedad. Desde un punto de vista temporal, es completamente falso, porque las redes sociales, la noticia o la opinión, son otra cosa, la reproducción artificial de la realidad: se sostienen por el sistema general de la información, lo único propiamente constante.

Esta constancia que allana las diferencias entre noticias u opiniones, que tejen el tejido de las redes sociales, las hacen conmensurables en función del interés que el sistema administra: de los gremios económicos, del capital financiero, partidos políticos, iglesia, colegios, universidades, terratenientes, empresarios o industriales. Que diluyen la textura de la experiencia, la percepción y la participación, en las tomas de decisiones. Porque lo que tenemos ante nuestros ojos es la incapacidad o la falta de voluntad de distinguir entre hechos y opiniones. 
                                                                                                                                                  
El fenómeno del poder y la democracia, no es la instrumentalización de la voluntad ajena para alcanzar los propios fines. Sino la formación de una voluntad común que busca una comunicación orientada al entendimiento. Así que, esta pone en el centro de las relaciones sociales al dialogo y el consenso. El poder se deriva de la capacidad de actuar en común. O, en otros términos, este surge allí donde las personas se juntan y actúan concertadamente.

El peligro para la vida democrática en Colombia consiste en que, los que defienden la libertad, la diversidad de ideologías, de creencias, de visión del mundo y de la realidad, se enfrentan a aquellos que poseen una sola e infundada opinión, que ha de adquirir el monopolio sobre las demás. Y, entonces ignoran los hechos y la realidad y tratan de establecer sus opiniones, como únicamente válidas. Parafraseando a Ernst Jünger en sus Diarios sobre la Segunda Guerra Mundial, <<Radiaciones>>, 1949: <<A menudo se tiene la impresión que las élites y los que ejercen el poder en Colombia, están poseídos por el Diablo>>.

La experiencia de sesenta años de violencia, exclusiones e injusticias sociales, ha privado a los colombianos de la capacidad espontanea de expresión y comprensión, de forma que ahora, nos hemos quedado sin palabras, sin la capacidad de articular pensamiento y realidad, voluntad y sentimiento, espíritu y lengua. El problema del lenguaje es traumático, porque ha de comprender y expresar lo que verdaderamente aconteció, y, de otra parte, comunicar los contenidos espirituales de la esperanza, los sueños y las utopías de los colombianos.

En una atmósfera de violencia, de guerra, el lenguaje entra en un estado de somnolencia y de atrofia, y, es incapaz de comunicar los contenidos espirituales que le corresponden. Porque la violencia daña la esfera de la imaginación, las raíces del lenguaje y del pensamiento, que son esferas donde adquiere el hombre la razón de ser. Una cosa está clara: en una atmósfera de violencia o de guerra, la lengua se enmudece o se atrofia, y es incapaz de comunicar los contenidos espirituales de la experiencia humana. La experiencia que mana de boca a oído. Como expresó Walter Benjamín: Se trata de una especie nueva de barbarie.

Dan ganas de gritar que lo que vivimos no es real, que las ruinas no son reales, que el horror no es real, que los desaparecidos no es real y que la muerte no es real, pero desafortunadamente los hechos y el sentido de realidad, lo confirma. Ellos se han convertido en fantasmas vivientes que afectan las palabras, los argumentos, los sentimientos, la mirada de los humanos, el ardor del corazón y del alma. Aquello que compone la condición humana. Eso, que nos distingue de los animales, las plantas, los ríos, los mares, la tierra o las piedras. Porque somos seres racionales y reflexionamos, sentimos y amamos u odiamos, que imaginamos y no perdemos la capacidad de asombro; somos seres que no renunciamos a nuestros sueños, no perdemos la esperanza y asumimos con optimismo las utopías.

Y, el Gran Poder desea que nos olvidemos de lo que verdaderamente aconteció, y nos refugiemos en la fugacidad de la vida cotidiana, el consumo, el alcohol, la droga, el sexo, lo siempre igual, y así, que entreguemos el peso de la realidad, a una espalda más ancha: el Estado, las instituciones, la iglesia, los partidos políticos tradicionales, la moral común ordinaria; y, nos liberemos del tormento de la consciencia, las atrocidades, del dolor y del manejo irresponsable de la libertad. Ya que existen pueblos, que, en medio de la más horrenda destrucción física y humana, conservan el sentido del honor, de la estética y de la integridad moral. Colombia es uno de ellos.

No sé a qué se debe, pero las costumbres, los más pequeños detalles, las tradiciones, las formas de hablar y de sentir y de trato, son tan diferentes de todo lo que se ve y se tiene que soportar. Cuando un pueblo conserva esos valores, el espíritu que lo anima, la lengua y la imaginación, expresa en sus gestos, en las palabras y pensamientos. Que aún en medio de la barbarie y el horror, de la muerte y la desesperanza, es capaz de volar alto como el Cóndor de pico de estrellas y alas de fuego.

Porque la experiencia les ha regalado como un Don Divino, la alegría, el sentido del humor, la solidaridad y la cordialidad. En estados como esos expresa Jünger: el hombre es soberano a condición de que tenga conocimiento de su rango. El ser humano es en este sentido el Hijo del Padre, es el Señor de la Tierra, es la Criatura creada por un milagro. Kant dijo: Lo más sagrado que Dios tiene en la tierra es el derecho de los hombres […] La mentira (“procedente del padre de las mentiras, por el que han llegado al mundo todos los males”) es la auténtica mancha podrida en la naturaleza humana.

Después de seis décadas de guerra y violencia que causaron más de doscientos cincuenta mil muertos y miles de desplazados, así como atrocidades, horrores y barbaries cometidas por los principales actores del conflicto: Fuerzas Militares, guerrilleros, paramilitares; el gobierno del Expresidente Juan Manuel Santos llega a un acuerdo con las FARC: Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

Un acuerdo cuyo texto describe la hoja de ruta: introducir las demandas de la oposición, la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) -un tribunal encargado de regular desde el Orden Jurídico, lo establecido en el acuerdo: se encarga de juzgar con reglas claras y especiales, a todos los protagonistas del conflicto: guerrilleros, militares y otros participes. Entonces el Centro Democrático, el partido del Expresidente Álvaro Uribe se abstiene.

Sin embargo, tres años después, la derecha con el Centro Democrático a la cabeza, arremete contra la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), las Altas Cortes: Corte Suprema, Corte Constitucional, Consejo de Estado. Y, esto ha provocado una crisis de consecuencias incalculables. Una crisis institucional, política y social, de la que muchos colombianos no son conscientes. Esta deriva ha desencadenado un enfrentamiento entre las fuerzas políticas, sociales, culturales, educativas y económicas del establecimiento y la oposición. Han creado un escenario desde las redes sociales, los medios de información, espacios privados o la plaza pública, donde todo vale: insultos, descalificaciones, mentiras, que expresan a ojos vista, la incapacidad de los dirigentes para buscar las soluciones adecuadas para el bien de los colombianos. En síntesis, el poder de la derecha y la filigrana que utiliza tiene un objetivo: destruir las Altas Cortes.

El Centro Democrático con Uribe a la cabeza lo que desea es, forzar una Asamblea Constituyente que tenga como meta, remodelar las Altas Cortes, reducir su número o crear una sola, y ponerla al servicio del poder político, económico y cultural de una <<selecta minoría>>. O, en otras palabras, de los poderes facticos del país. La estrategia de la extrema derecha y la punta de lanza del Centro Democrático, busca romper el orden institucional y constitucional, para cambiar las esferas de la sociedad. Imponer sus propuestas, aun valiéndose de la mentira, la calumnia, el odio, la falsedad y, si es el caso, de la fuerza.

Para el centro derecha, la extrema derecha y el ejército, Alemania no fue derrotada en el campo de batalla. Sino traicionada por los judíos y los socialistas alemanes. Se vivieron motines y episodios de violencia que terminan con el asesinato de dirigentes carismáticos como Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo. Son años en que la derecha y la extrema derecha fomentan la cultura de la violencia y agitan el antisemitismo. La izquierda simboliza la revolución bolchevique y el ejército apoya a los paramilitares, que se enfrentan a las fuerzas progresistas.

En 1919 se proclama la Constitución de Weimar y los graves problemas a los que tiene que enfrentarse la República, posibilitan que superen la capacidad de los dirigentes demócratas y socialistas, para forjar un consenso y alcanzar la mayoría. Así, el paro, la hiperinflación, el desorden social y el caos institucional, allanan el terreno para que una fuerza política marginal, el nacionalsocialismo y la dictadura presidencial de Paul von Hindenburg, vacíen de contenido la República de Weimar.

Entonces los nazis aprovechan las libertades políticas, el Estado de Derecho, el orden jurídico y la práctica política o el sistema electoral republicano, para hacerse con el poder. Un partido político que se apoya en el ejército y la policía, y una organización de militantes fanáticos que ejercen la violencia contra los demócratas, los comunistas, los socialistas, los judíos y los socialdemócratas.

En 1932 después de las segundas elecciones del año, Hitler y las fuerzas de la extrema derecha se unen en una cruzada anti-Weimar. Aquí se inicia una contra revolución que acaba con las conquistas conseguidas desde 1918 y crea un nuevo Estado basado en la pureza de la sangre, el ario, prototipo del hombre alemán y se basa en valores reaccionarios. La República de Weimar había llegado a su fin y empieza la época del racismo, la xenofobia, el exilio, el dolor, el miedo, y los campos de concentración, la muerte y la Segunda Guerra Mundial.

A veces los hechos y la historia son irónicos, contradictorios y aplican el principio del eterno retorno. El centro derecha, la extrema derecha y un sector del ejército y la policía, se unen en Colombia para no dar paso a las fuerzas progresistas. Piensan que Colombia fue traicionada por el Expresidente Juan Manuel Santos por llegar a un acuerdo de Paz con las FARC –Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-. En la historia reciente de Occidente la literatura comparada nos ayuda a comprender y a analizar lo que acontece en el presente-ahora. Como el caso alemán y colombiano que he tratado hilvanar.

En Colombia se están llevando a cabo en la actualidad, desapariciones, asesinatos de líderes sociales, de políticos, ajustes de cuentas. Donde la derecha y la extrema derecha fomentan la cultura de la violencia, el odio, la mentira y la falsedad, contra las fuerzas progresistas; tal como hicieron en Alemania después de la Primera Guerra Mundial. Desean cubrir con el manto oscuro de la indiferencia y la desidia, lo que verdaderamente sucede en Colombia. Pero, olvidan que todavía hay personas que en medio del caos o del horror, del miedo y la muerte, son capaces de ver las perdidas.

El hombre gasta cantidad de energías en tratar de romper la sofocante atmósfera que lo rodea, pero olvida las cosas fundamentales de la vida: el amor, la solidaridad, la amistad, la fraternidad, la paz, la familia, el fundamento de la existencia. Eso que Huxley llama: <<El conocimiento unitivo de la realidad espiritual>>. En todo tiempo y lugar, el Estado, las instituciones sociales, el poder, tratan de destruir el encanto de la vida y de la realidad. Tratan de convertir al ser humano, en número u objeto. Que se convierta en un hombre disciplinado, desdichado, amargado, solo y ensimismado, por el peso de la vida cotidiana.

No desean que el ser humano se refiera a ciertos presupuestos, en los que se fundamentan una gran cantidad de creencias generalizadas. Porque saben que cuando se examinan críticamente, resultan, mucho menos firmes de lo que son a primera vista. Ya que, al analizarlos y cuestionarlos, el ser humano amplia el autoconocimiento de sí mismo, del mundo y de la realidad. Por eso, no desean que los seres humanos recuerden lo que Platón hace decir a Sócrates: <<Que una vida sin examen no merece la pena vivirse>>.

El tránsito desde la entrega de armas por parte de las FARC hasta ahora, se está convirtiendo en un viacrucis para muchos colombianos. Unos son asesinados o desaparecidos, sumidos muchos en la incertidumbre del miedo y la desesperanza; otros, en tiempos de posguerra viven una experiencia descorazonadora respecto a la seguridad, la supervivencia, la pedagogía política, la tolerancia hacia el otro recién insertado a la vida civil; y prevalece una atmósfera de incomprensión hacía aquellos que bajaron del monte, de desconfianza mutua entre autoridades civiles y militares o sociedad civil y exguerrilleros, que ponen en peligro los Acuerdos de Paz.  Porque fuerzas oscuras en el ámbito militar, político o económico, desean desgarrar el tejido vivo de los Acuerdos. Para ellos es más rentable la violencia o la guerra, que la Paz.

Así que, la derecha, la extrema derecha y el Centro Democrático con Álvaro Uribe Vélez a la cabeza, son reacios a que se sepa la Verdad. Evitar a toda costa que la verdad salga a la luz. Porque los testimonios de los Generales, oficiales o suboficiales, ante la JEP, pone en peligro el poder, el honor y el estatus de las Fuerzas Militares, políticos, industriales, empresarios o terratenientes. Porque este testimonio, es, sumamente grave, para el establecimiento y los que ejercen el poder. La verdad sobre los guerrilleros, en cambio, todos los colombianos la conocen, como la lista de atrocidades y horrores de la que son culpables.

La otra esfera que tiene que ver con la verdad, se centra en la Tierra. En Colombia el setenta por ciento de las tierras cultivables están en manos de terratenientes. Los terratenientes que muchos están en el Congreso de la Nación, son gobernadores o alcaldes de Colombia, se oponen a una reforma de la tenencia de la tierra. Este es el caballo de Troya de la práctica política. Porque entre los grandes terratenientes de Colombia, está Álvaro Uribe.

El problema consiste en que mucho de los títulos de propiedad de las tierras no está legalizado y, por tanto, arrastran la estela de la duda y la oscuridad. Porque están ligados al dolor, el sufrimiento, la muerte y los desplazamientos. Por eso, se oponen a revisar los títulos de propiedad y regular el catastro implica cuestionar dichos títulos. Ahora, si esto llega a suceder la reacción de los terratenientes suele ser violenta. No queda títere con cabeza. Porque ellos utilizan la amenaza, la violencia y la muerte, para defender lo que presumiblemente es suyo. El problema surge del propio Acuerdo de Paz: ya que su aplicación exige una reforma agraria en profundidad. Los terratenientes, con Álvaro Uribe a la cabeza no lo van a tolerar.

El sector más radical del Centro Democrático se opone a reconocer los derechos políticos y sociales y deberes individuales de determinados sectores –Indígenas, comunidad afrocolombiana, colectivo LGTB, etc.- El Presidente Iván Duque se convierte en un rehén del Centro Democrático y, en particular de su mentor, Álvaro Uribe Vélez. Porque sus propuestas de centro y de unidad nacional, están siendo boicoteadas por su propio partido. Colombia necesita soluciones de Estado, pero la intransigencia de la extrema derecha y el uribismo, le impiden al Presidente sacar a delante proyectos y leyes, que así lo requiere. Hay que reconocer que, al Presidente Iván Duque, los de su propio partido lo están abandonando y lo están dejando solo ante la oposición y la sociedad colombiana.

Preguntamos, ¿Qué alternativas le quedan al Presidente Iván Duque para salvar su gestión de gobierno? Tener el carácter de poner a Uribe en su sitio y al sector radical del Centro Democrático y, además abrirse a las fuerzas democráticas y a la oposición, para llegar a consensos y cumplir con lo que propuso en su Programa de Gobierno. Esta apertura pondrá furibundos a la extrema derecha, los radicales de su partido y al propio Uribe; y tendrá un coste político que estas personas no lo van a tolerar. Entonces el Presidente se encuentra entre la espada y la pared, entre la involución o acometer las reformas que el país necesita. De ello depende su credibilidad y la gestión de su Gobierno.

El tercer umbral de la verdad consiste en que, la extra derecha, el Centro Democrático con Álvaro Uribe a la cabeza, tratan de concentrar todas las miradas en la JEP –Justicia Especial para la Paz-, y así conseguir que los otros puntos del Acuerdo pasen a segundo plano: sustitución voluntaria de cultivos ilícitos, la reforma agraria integral, etc. Entonces, ¿Cuál es el objetivo central de la extrema derecha colombiana? Posibilitar que los Acuerdos vuelen por los aires como una costra seca. Así de esa manera, utilizar las redes sociales, los medios de comunicación, la esfera pública y el Parlamento, para decir que el Acuerdo con las FARC fue un fracaso. Y, así pregonar que el Expresidente Juan Manuel Santos engañó a todos los colombianos con dicho Acuerdo. Lo cual es completamente falso, porque la realidad dice todo lo contrario tanto a nivel nacional como internacional.

Si el Acuerdo de Paz no funciona las consecuencias son impredecibles. Se reactivará el monstruo de la guerra y haremos parte del espectáculo del derramamiento de sangre y de muertes. Es crear en la mente de los colombianos, el artificio de la imagen de la necesidad del Caudillo, que nos rescatará y nos protegerá de los males del presente y del futuro. Tal como hizo Alemania en la década del treinta con Hitler y la cura será peor que la enfermedad. Y, Álvaro Uribe será no sólo el Caudillo, sino el Mesías que nos salvará de los males del presente y del porvenir. Y, por supuesto, se silenciará la Verdad.

Un país que lleva seis décadas matándose los unos y los otros, la Paz con las FARC es una bendición de Dios para toda la nación. El desarme de los espíritus y la no-violencia deben ir acompañados por la tolerancia, la convivencia y el respeto a la Vida. Esta es una oportunidad para que podamos vivir como personas civilizadas y estar a la altura del Mundo Moderno.

Decía el Expresidente Juan Manuel Santos en El País, en un artículo que titula Dejar la paz en paz (Madrid 11 de agosto de 2019), que la Paz se va a enfrentar con muchos problemas y contradicciones. Y, se pregunta, ¿Problemas? Por supuesto, y muchos. Nadie dijo que sería fácil ni que Colombia sería un paraíso al día siguiente de firmar la paz. Todo lo contrario. Se advirtió que el camino sería largo y culebrero, y que requeriría el concurso de todos. No es la paz de Santos como dicen algunos, es la paz de todos.

Una guerra –prosigue Santos- de más de cincuenta años, atravesada por la flecha venenosa del narcotráfico, genera todo tipo de intereses macabros que se benefician con la violencia y el desorden. Y, por supuesto, a los intereses políticos que se nutren del miedo y de la guerra tampoco les interesa la normalidad. Necesitan enemigos. Por eso hicieron todo lo posible para que fracasara la paz y muchos siguen tratando de sabotearla. Por fortuna no han podido ni podrán.

Expresa Santos en el mismo Artículo de Opinión: El tren de la paz no se detiene: ya pasó el punto de no retorno y los intentos de descarrilarlo seguirán fracasando. La esperanza de los pueblos acaba derrotando el miedo. La reconciliación, por más difícil que sea, se acaba imponiendo sobre el odio.

Ahora, sin el apoyo de los militares, los empresarios, los industriales, los banqueros, los funcionarios y nobles, Hitler jamás habría alcanzado el poder. Solo hubiera sido un extravagante en medio de una época convulsa y caótica. Así, el partido nacionalsocialista hubiera seguido siendo un partido marginal, en el espectro político alemán. De ahí que, una de las lecciones de Weimar es alertar sobre los peligros que acechan a las democracias occidentales, cuando los partidos y los grupos de presión que las defienden, no alcanzan los consensos en las cuestiones fundamentales.

La lección de Weimar consiste en que las amenazas contra la democracia y la libertad, no sólo provienen de los enemigos externos. Sino ante todo de aquellos que desde adentro, utilizan las libertades democráticas y sus ventajas constitucionales para destruir su estructura y funcionamiento. Colombia se encuentra en la misma deriva que la alemana de los años treinta, por eso, más allá de los intereses de los partidos y del poder económico, lo fundamental consiste en la defensa de los Acuerdos de Paz, el Estado de Derecho, las Altas Cortes, las libertades y la democracia.

jueves, 8 de agosto de 2019

REFLEXIÓN SOBRE EL TOTALITARISMO EN EL MUNDO MODERNO


 



           
      A todos los judíos y minorías étnicas que murieron en los campos de                                                                                            concentración.



Antonio Mercado Flórez


Ante la crisis de la política y la filosofía de la historia, Hannah Arendt cree que es necesario percibir los valores del ser humano: la vida, el amor, el dolor, la libertad, la fraternidad, ya que hacen parte de la esfera política y la historia. De ahí que se pregunte, ¿Cómo es posible vivir en el mundo, amar al prójimo –o incluso tú mismo- y no aceptas quién eres? El totalitarismo es un fenómeno histórico y político de principal importancia, así se convierte en objeto de reflexión filosófica. Pone en la esfera social, el protagonismo de las masas; el surgimiento de un nuevo sujeto histórico y su relación con las élites. De ahí que porte en sí unos rasgos que lo determinan: en él todo se presenta como político -el orden jurídico, el económico, la esfera científico-técnica, la educación o la cultura. En el totalitarismo todas las cosas se vuelven públicas. Para comprender su fenómeno en la sociedad, hay que hacerlo en su cultura.

Además, la experiencia en que se funda el totalitarismo es la soledad. Porque ésta brota en la ausencia de las demás personas; la soledad es ausencia de identidad, porque ésta se manifiesta en relación con los demás. La soledad que caracteriza a la vida humana encuentra en la política totalitaria su complemento en el aislamiento. Con el totalitarismo empieza para el hombre una nueva etapa de soledad, porque <<padece cada vez más a causa de la sociedad; también esta empieza a desmoronarse>>. En fin, lo que <<desea la persona individual es liberarse>>.

Así, el totalitarismo tiene como objeto destruir la vida privada e incrementar el desarraigo del hombre respecto al mundo, ya que anula el sentido de pertenencia a éste. De ahí que profundiza la experiencia de la soledad. Exalta el individualismo gregario que <<comprime los unos contra los otros, y cada uno está absolutamente aislado de los demás>>. Se convierte en una característica fundamental de organizar a las masas. Lo que caracteriza a las masas es, ser puro número, mera agregación de personas incapaces de integrarse en ninguna organización basada en el término común: <<Las masas […] carecen de esa clase especifica de diferenciación que se expresa en objetivos limitados y obtenibles>>.

Ahora bien, ¿De qué instrumentos se sirve el poder totalitario? La mentira, la ignominia, la delación, el odio, la discriminación, el miedo, la xenofobia, el racismo, la inseguridad, la violencia, la guerra y la falta de novedad. Entonces, ¿Cuál es la lógica profunda del totalitarismo? Posibilitar pensar tales dimensiones como efectos. Si se accede a ellas se revela el mal radical; el mal absoluto que invade la totalidad de la vida humana. En el totalitarismo el catálogo de las cosas posibles está siempre ahí –para que una posibilidad salga a escena es preciso que se la acepte. En él todo puede ser destruido, todo es posible. Como dijo David Rousset: <<Los hombres normales no saben que todo es posible>>. Así que: <<El totalitarismo deja a la persona singular en la estacada>>.

El totalitarismo aísla a las personas para que se incapaciten para actuar, las sume en un vacío existencial, un desgarramiento de la voluntad, de pensamiento, de fuerza y de poder. Por eso <<busca no la dominación despótica sobre los hombres, sino un sistema en que los hombres sean superfluos>>. Busca un hombre solo, aislado, insolidario, desprotegido, sustituible, vacío, gregario, numerificado u objetivado. Que responda a la norma, la ley, el orden, la publicidad, la ideología, el sistema, la estructura, los ideales del Estado fascista. Se centra en la superficialidad de los actos humanos, sin conexión alguna con la profundidad de sus motivaciones.

En el totalitarismo no existe la individualidad, ni el proyecto común, ni el telos plural. Porque estas acepciones necesitan de la esfera social, esto es, de las relaciones políticas, económicas, sociales o culturales. Que en el totalitarismo el ser humano es incapaz de alcanzar, porque todo está mediado por el Estado, las instituciones, la ideología, la masa, que niega los principios de la Ilustración: la libertad, la solidaridad, la fraternidad y la otredad. Por eso, el totalitarismo se contrapone al Estado democrático Social de Derecho. Él representa la estructura y la función del Estado Total.

En el totalitarismo <<el hombre del montón es un hombre de la masa, y la característica principal del hombre-masa no es la brutalidad ni el atraso, sino su aislamiento y su falta de relaciones sociales>>. El poder no consiste en la instrumentalización de la voluntad plural o social, para alcanzar unos fines determinados, sino en la formación de una voluntad común orientada al entendimiento. Una voluntad que pone en el centro de las relaciones comunitarias al dialogo. 

En una sociedad democrática <<el poder se deriva de la capacidad de actuar en común>>. También en la voluntad de dialogar en común. <<El poder surge allí donde las personas se juntan y actúan concertadamente>>. La política en tanto que disciplina contiene en su telos un fin práctico: la conducción de una vida buena y justa en la esfera social.

Hannah Arendt dice:<<La dominación totalitaria como un hecho establecido, que en su carácter sin precedentes no se puede aprehender mediante las categorías habituales del pensamiento político y cuyos <<crimines>> no se pueden juzgar según las normas de la moral tradicional ni castigar mediante la estructura legal de nuestra civilización, rompió la continuidad de la historia de Occidente [...] La ruptura de nuestra tradición es hoy un hecho consumado>>. 

Sabemos que <<la ruptura nació de un caos de incertidumbres masivas en la escena política y de opiniones masivas en la esfera espiritual, que los movimientos totalitarios, merced al terror y la ideología, hicieron cristalizar en una nueva forma de gobierno y dominación>>. La ruptura se manifiesta en la historia de Occidente como catástrofe. Catástrofe de la cultura y la civilización, las categorías políticas, la moral y la ética, el orden jurídico de la civilización occidental, consuman la ruptura con nuestra tradición.

 <<El hecho real de la dominación totalitaria va mucho más allá de las ideas más radicales o más aventuradas>> de los pensadores modernos, como Marx, Kierkegaard o Nietzsche. Ellos <<desafiaron las premisas básicas de la religión, del pensamiento político y de la metafísica tradicionales>>; sin embargo, no ocasionaron la ruptura en nuestra historia. <<La dominación totalitaria como un hecho establecido […] rompió la continuidad de la historia de Occidente>>. 

Rompe con la tradición del pensamiento político occidental y las normas de la moral, la cultura y la civilización. El propio hecho marca la división entre la época moderna y la estructura del siglo XX. <<Que llegó a la existencia a través de la cadena de catástrofes ocasionadas por la Primera Guerra Mundial>>. El totalitarismo no sólo rompe con <<el hilo de la continuidad de la historia, sino también con la autoridad y las creencias del pasado>>.

Ni Marx, ni Kierkegaard, ni Nietzsche; que se rebelan contra la tradición no son responsables <<de la estructura y las condiciones del siglo XX>>. Además de ser un juicio irresponsable, injusto y peligroso, no responde a la realidad histórica. La grandeza de ellos consiste en que <<percibieron su mundo como un ámbito invadido por nuevos problemas e incertidumbres que nuestra tradición de pensamiento era incapaz de enfrentar>>. Sin embargo, rompen el orden de las cosas, los valores y los rasgos que nos identifican como cultura y civilización.

Según Arendt, el nazismo no debe nada a ninguna parte de la tradición occidental, sea germana o no, sea católica o protestante, sea cristiana, griega o romana. Nos gusten más o menos Tomás de Aquino, Maquiavelo, Lutero, Kant, Hegel o Nietzsche […], lo cierto es que ninguno de ellos tiene la más mínima responsabilidad por lo ocurrido en los campos de exterminio. En términos ideológicos, el nazismo comienza sin ninguna base en la tradición, y convendría tomar conciencia del peligro que entraña esta negación de toda tradición, que fue el rasgo principal del nazismo desde su comienzo. 

Arendt cree que el nazismo no tiene ningún basamento en la tradición del espíritu alemán ni europeo. <<Las propias atrocidades del régimen nazi deberían habernos puesto sobre aviso de que aquí nos enfrentamos a algo inexplicable incluso en relación con los peores períodos de la historia. Y es que nunca antes ni en la historia antigua ni en la medieval ni en la moderna, se había desarrollado semejante programa explícito de destrucción, jamás dicha destrucción se había ejecutado mediante un proceso altamente organizado, burocratizado y sistematizado>>. 

<<Muchos signos premonitorios anunciaban la catástrofe que amenazaba la cultura europea desde hacía más de un siglo, y que Marx previó, aunque no la describió correctamente, en sus famosas palabras sobre la disyuntiva entre socialismo y barbarie>>. Una catástrofe que no sólo destruyó las obras más insignes del espíritu europeo, la tradición y la cultura, sino que <<se hizo visible en forma de la más violenta de la destructividad jamás experimentada por las naciones europeas. En ese momento, el nihilismo cambió de significado>>. 

El nazismo se basa en <<la embriaguez de la destrucción como experiencia real, cayó en el estúpido sueño de producir el vacío. La devastadora experiencia se reforzó enormemente en la posguerra, cuando la inflación y el desempleo arrojaron a la misma generación de la guerra a la situación opuesta de completo desamparo y pasividad en el marco de una sociedad aparentemente normal>>. 

Además, existen varias causas para el surgimiento del nazismo, entre otras, el Estado-nación, que había sido el símbolo del pueblo alemán, ya no representaba a ese pueblo, se había vuelto incapaz de salvaguardar la seguridad interna o externa. Que los pueblos europeos habían sobrepasado la organización de sus Estados nacionales y no respondían a las expectativas de esos Estados. A la disgregación de los Estados nacionales, los nazis responden con la mentira y el odio, basados <<en la complicidad en el crimen y regida por una burocracia de gásteres. Se trataba de una respuesta con la que los desclasados podían simpatizar>>.  

Si los pueblos europeos creyeron las mentiras de los nazis, fue porque <<las mentiras de estos aludían a ciertas verdades fundamentales […] Pero al menos esos pueblos han aprendido una gran lección: ninguna de las antiguas fuerzas que produjeron el Maelstrom de vacío es tan terrible como la nueva fuerza surgida del propio Maelstrom, cuyo propósito es organizar a los pueblos de acuerdo con la ley de esta corriente trituradora –que es la destrucción en sí misma>>. 

 <<Los nacionalistas de todo pelaje y los predicadores del odio>>, en la historia reciente de Occidente, han sido colaboracionistas del fascismo. Y estas acciones han quedado registradas y <<probadas a ojos de poblaciones enteras>>. Ahora, con el desmembramiento del Estado-nación y lo que simbolizaba para los europeos, la lucha contra el fascismo se convierte en <<piedra angular>>, para la consecución de la libertad. 

Europa <<bajo la opresión nazi no sólo no han reaprendido el significado de la libertad, sino que además han recuperado el significado por sí mismos y el apetito por la responsabilidad>>. Además, la resistencia y los diferentes sectores de la sociedad que hicieron frente al nazismo, abogan por una Europa federativa y Estados federados, porque el <<Estado centralista, está abocado a volverse totalitario>>.

De igual forma las exigencias económicas, sociales o culturales, son de importancia para todas las sociedades que componen los Estados de Europa. <<Todos quieren un cambio en el sistema económico, control de la riqueza, nacionalizaciones y propiedad pública de los recursos básicos y las grandes industrias>>. Políticas que de una u otra forma se llevan a cabo en Europa de posguerra con el Keynesianismo. De ahí que los franceses en boca de Louis Saillant digan, no deseamos <<una reedición de algún programa socialista o de otro tipo>>, les importa principalmente <<la defensa de esa dignidad humana por la que los hombres de la resistencia combatieron y se sacrificaron>>. 

En mi texto Sobre el dolor, el sufrimiento y la muerte, expreso que, después de la Segunda Guerra Mundial, Europa y la civilización occidental, vivió una época de prosperidad y seguridad relativa. El Estado de Bienestar en Europa posibilitó que gran parte de la población tuviera una vida digna. Se extendió la cobertura de la educación, la saludad universal y la asistencia social a gran parte de la población. De esa forma, el dolor, el sufrimiento, la discriminación y la inseguridad, fueron trasladados a la periferia de los barrios de la gran ciudad. Ahora bien, los problemas fundamentales del ser humano que componen el tejido vivo de la existencia no se tocaron ni resolvieron. Además, ¿qué tipo de felicidad, de bienestar espiritual o material trajo el Estado de Bienestar?

Los problemas que surgen como productos intelectuales del estado particular de las tecnologías de su tiempo, de las relaciones de propiedad y, por tanto, de las relaciones sociales permanecen sin resolver. Es más, los conceptos fundamentales del hombre –la justicia y la injusticia, lo bueno y lo malo, la dicha y la desdicha, la percepción estética de la realidad, la moral y la ética, como los propósitos de la existencia-, nos acompañan como preguntas sin resolver. 

Desde hace cuatro décadas se vienen implementando políticas neoliberales que han desmontado el Estado de Bienestar. Posibilitando la quiebra de los valores heredados, el hilo de tradición, la pobreza, el desempleo, el desamparo, la privatización del Estado y el Modelo de Desarrollo del capitalismo global. Este Modelo de Desarrollo trajo políticas de austeridad extensivas, de recortes en educación, salud y bienestar social, que degradan la dignidad del ser humano.

Detrás de las políticas neoliberales, se esconden mecanismos de poder y de dominio que responden a los intereses del capital bancario, de las empresas multinacionales y del poder político, y a los requerimientos de las élites que gobiernan el mundo. Estos son los cimientos donde descansan las políticas populistas, el nacionalismo-neofascista, que actualmente recorre las calles y los campos de Europa, Estados Unidos y Latinoamérica.