lunes, 18 de febrero de 2019

REFLEXIÓN SOBRE COLOMBIA.

 


                              



                                        La política de seguridad de Duque,
                                          una copia para cometer errores.
                                          (El País, 12 de Febrero de 2018).



Antonio Mercado Flórez.


Dice El País de Madrid-España, que el Presidente Iván Duque lanzó la Política de Defensa y Seguridad (PDS), un documento que refrenda lo que dijo en campaña electoral basado en el miedo y la inseguridad: una promesa de luchar contra el crimen y combatir todo aquello que transgreda la legalidad y la legitimidad del Estado, el quehacer político y social de los colombianos. Entre ellos el problema con Venezuela y la seguridad fronteriza en particular.

Así, dentro de las políticas de seguridad nacional están las del cambio climático y la política territorial del Estado; o, lo que es lo mismo, se entiende la seguridad más allá de la presencia militar y policial. De ahí que, las amenazas se aglutinen en sectores creadores de violencia: el ELN, el Clan del Golfo, las organizaciones criminales y las economías ilegales. Pero, a la vez, existe otro tipo de amenazas: la ciberseguridad, la protección de los sistemas de información y puntos vulnerables del país. También, incluye los crímenes trasnacionales y la amenaza que representan los regímenes no democráticos y la presencia de potencias que no son de la región.

Ahora, se contempla el Plan de Acción del Estado, que prácticamente es idéntico al Plan Consolidación que se creó en la administración Uribe (2002-2006 y 2006-2010). Dicho plan fracasó porque se constituyó en un instrumento de espiar a la población dirigido por los las Fuerzas Militares. Así, la población civil se excluyó del control y las tomas de decisiones. Como en un régimen totalitario se utilizaba a la población para sacarle información de la contraparte y así, controlar a la sociedad de lo que el poder consideraba políticamente incorrecto o ilegal.

Así, el PDS del Presidente Duque, es ambiguo y cuestionable, porque vulnera la libertad, y los principios fundamentales de la Constitución de Colombia. También los derechos humanos de los colombianos. Y si se crea la Red de Cooperación como se creó en la época de Uribe, sería un exabrupto. Ya que todos los colombianos sabemos que se extendió a los <falsos positivos>, a <ejecuciones extrajudiciales> y violaciones de los derechos civiles y políticos de las personas. Esto es sumamente grave en un Estado democrático Social de Derecho.

El PDS es un documento que no reconoce la reducción de los índices de violencia, por el Proceso de Paz del Presidente Juan Manuel Santos. Sino que da todos los méritos a los dos gobiernos de Álvaro Uribe. Es un documento tangencial y le falta objetividad histórica. Es importante recordar que, ya no vivimos en el plano inmanente de los instintos o de la sinrazón de la violencia o del odio, sino de acuerdo con los valores que consideramos condiciones básicas la existencia. De igual modo, se trata de eliminar al ser humano del centro de las cosas y extraerlo de las estructuras objetivas de poder, y desmontar al individuo y reducirlo a simples impulsos.

Se trata de tener consciencia que el mundo ya no nos pertenece. “Ni siquiera este tiempo transitorio, este terreno provisional, este cuerpo caduco en el cual y por el cual vivimos”. Entonces, ¿qué nos pertenece en la futilidad de la historia y de la vida? La objetivación del mundo y de la existencia como venganza y el destino de convertirnos en número o en objetos. El Gran Poder abre un abismo entre la razón humana y la vida humana que imposibilita tender puente, “pues la existencia misma del abismo y su naturaleza” coartan la libertad de actuar y de existir. Por tanto, el poder que trata de legitimarse mediante la masa, el Estado y las instituciones, elimina cualquier forma de existencia superior, de crítica y de reflexión de la realidad. Este es el fenómeno del siglo XXI.

En los últimos años en Colombia “no es el lamento lo que se perdió / Ni la nostalgia, sino la expresión de la propia perdida”. La expresión de la pérdida en su cultura como objeto de indagación. Por eso, no se trata de matarnos entre los colombianos, ni poner nuestro territorio como plataforma de guerra contra Venezuela, a favor de EE. UU. Sino de respetar la Constitución Nacional, el Derecho Internacional, el Orden Jurídico y la hermandad con el pueblo venezolano. Porque sabemos cómo empieza una guerra, pero no sabemos cómo termina. Más allá del Régimen o el Sistema de gobierno venezolano, lo que debe primar es la sensatez, el entendimiento, el dialogo entre las partes, para resolver el conflicto. Ora, tengamos presente a Iraq, Afganistán, Siria o Libia. ¿Es cierto que los seres humanos estamos destinados a repetir algunos hechos de la historia? Desde los griegos hasta la actualidad, lo que han arrastrado los pueblos tras de sí, son las desgracias, los sufrimientos, la sangre, el dolor y la muerte.

Dr. Iván Duque Márquez:

Los colombianos no tenemos ningún problema con los venezolanos; porque en tiempos de violencia y de guerra quien muere es, el pueblo desprotegido y solo. No los poderosos que juegan con la vida de la gente sin importarles el destino que les espera. En nombre de la democracia, la libertad, el hambre, la injusticia, no se puede devastar, arruinar, asesinar, y que la guerra que se viva deje solo un montón de ruinas humanas y materiales tiradas a la vera del camino. De este modo, tenga presente que la soberanía es una cuestión de dignidad de las personas y no solo cuestión de Estado y del ejercicio del poder. Ahora ¿cuál es el nombre de la impronta que deja el gobernante en la memoria de su pueblo? La ética. Ya que, esta es individual, ineludible y al mismo tiempo comunitaria y mítica. Cervantes dijo en El Quijote, que para un buen entendedor pocas palabras bastan.

sábado, 16 de febrero de 2019

POLÍTICA, VERDAD Y PERIODISMO.





                       A todos aquellos que buscan la verdad a través de la libertad.



Antonio Mercado Flórez


El periodismo en la actualidad tiene un problema fundamental, se concentra en acontecimientos particulares más que en las tendencias. Estas reúnen una cantidad de acontecimientos que hay que mirar en perspectiva. De esa manera podemos analizar, sintetizar, criticar y alcanzar la verdad. El problema esencial del periodismo en la actualidad es el de la verdad. Porque somos parte de un mundo donde prevalece la mentira, el odio y la servidumbre. Dice Kafka: <<La mentira se convierte en principio universal>>. 

Es imperativo del periodismo desvelar las mentiras del poder, de las instituciones y de la sociedad. Todos estamos destinados a llevar a cabo una tarea en el mundo. Al periodista responsable y comprometido con el devenir histórico, solo le interesa la verdad, una verdad que se ha convertido en el ingrediente activo en toda la estructura de la vida y el mundo: la catástrofe internacional del desempleo, la catástrofe de la guerra, de la violencia sistemática y planificada por poderes ocultos, la catástrofe de matarnos los unos a los otros, por el solo hecho de pensar, hablar o actuar, diferentes. De ahí que seamos unos damnificados por una catástrofe extrema ya sea causada por el hombre o la naturaleza. Ahora, la vida humana no puede ser indiferente ante aquellos que tienen una gran capacidad de destrucción. Sabemos por los hechos históricos que el ser humano vive ante esos poderes enormes de destrucción, las experiencias más terribles de desamparo y soledad. 

De ahí que sea uno de los pilares fundamentales de la democracia, la libertad, la justicia y la búsqueda de la verdad. Es una viva imagen del consenso, la libertad de expresión, de pensar, de escribir y de convivencia. Además, lucha desde la palabra para desgarrar la máscara del odio, la intolerancia, el autoritarismo, el tribalismo, el populismo, la servidumbre y posibilita en la consciencia colectiva, la búsqueda de la verdad sobre la falsedad, la verdad sobre la mentira, la verdad sobre la manipulación. Por eso se preocupa por el asesinato, la destrucción, la decadencia que se expresan en ámbitos históricos determinados. Bien representado en el escenario de la sociedad por actores insignificantes (en la política, la economía o social) y hechos significativos que los trascienden.

Así pues, el periodismo se convierte en guardián de la democracia, la convivencia, la justicia y el respeto a los derechos humanos. Por eso tiene que luchar contra las visiones distorsionadas del mundo y de la vida. Es obligación del periodista decir la verdad cuando intenta liberarnos de la mentira, la ilusión y la opinión. Además, no puede justificar las mentiras y las transgresiones en contra del individuo y la sociedad, si se pone en jugo la estabilidad y la supervivencia del Estado, las instituciones y la democracia. 

El periodista no debe ser indiferente a la realidad y a la historia, porque debe trabajar artesanalmente las formas tradicionales y los hechos actuales, para testificar sobre el miedo y el silencio que como una bruma oscura cubren las aldeas, pueblos y ciudades. Exponer que ese es el mismo silencio de los que observan impasibles a una anciana que pasa hambre, y que el silencio de los pájaros es el mismo silencio con el que la gente observa cómo es asesinado aquel que no quiso quedarse callado. 

En una sociedad libre y democrática, no hay motivos para considerar que la verdad y quienes la dicen, estén en contra de la política, de los políticos, del poder económico e institucional. Todo lo contrario, discernir y debatir los problemas de una sociedad enriquece la democracia y posibilita que se ahonde en la libertad. En la esfera del periodismo, la democracia es la única que permite pensar libremente y preparar una sociedad mejor.

Sabemos que toda la verdad no es bienvenida a todos los hombres. Hay verdades que escuecen e interrogan la ambición, el beneficio o la pasión del hombre. El periodismo debe estar alerta para que el poder político y económico, no inflija la verdad, tergiverse los hechos y los acontecimientos. Porque estos constituyen la textura misma de la esfera política, y es evidente que lo que más le interesa, es la verdad factual. La verdad de los hechos se verifica siguiendo reglas compartidas para sacar a la esfera pública lo que los poderosos ocultan a la sociedad.

 Como dijo Hannah Arendt: <<La posibilidad de que la verdad factual sobreviva al ataque del poder son de hecho muy reducidas; dicha verdad corre continuamente el riesgo de que la arrojen del mundo y no ya por un tiempo, sino potencialmente para siempre. Los hechos y los acontecimientos son cosas mucho más frágiles que los axiomas, descubrimientos y teorías, que produce la mente humana>>. Porque estos <tienen lugar en el campo de los asuntos siempre cambiantes de los hombres>. De ahí que, la indagación de la verdad de los hechos se convierte en fundamento de la democracia, y contribuye a que los ciudadanos sean más libres y autónomos. El periodismo ha de inquirir para que estos en una sociedad libre y democrática, no se tergiversen, se falsen, en nombre de las pasiones, la influencia de individuos relevantes, los Partidos y el Gobierno. Porque los periodistas se convierten en la consciencia critica de su tiempo y de la sociedad.

Además, el periodismo desde el punto de vista político se interesa por las verdades de hecho y la falsedad deliberada, la mentira llana o la organizada tal como la conocemos hoy en día. Porque desempeña su papel sólo en la esfera de las afirmaciones de hecho. De ahí que la mentira organizada cuyo terreno es la esfera pública, no sólo debilita la democracia, las instituciones y la libertad, sino que atenta contra la estructura y el funcionamiento de la sociedad.

En este orden, la mentira se convierte en un arma adecuada contra la verdad. Sea como fuere, el conflicto entre verdad y política está entre los prerrequisitos esenciales de todo poder. De ahí que la política y el Gobierno en la actualidad descansen en la opinión y no en los hechos que se pueden verificar o comprobar. En la esfera pública de la política la riqueza de la diversidad del discurso y del pensamiento, es más importante que la Verdad única. Las consideraciones de esta clase –dice Arendt- juegan un papel decisivo en la lucha por la libertad de pensamiento para la palabra hablada e impresa. Al decir de Immanuel Kant: <<El poder externo que priva al hombre de la libertad para comunicar sus pensamientos en público lo priva asimismo de su libertad para pensar>>.

Es deber ético del periodismo denunciar los que atentan contra la libertad de pensamiento, se <actuar> y <decir>. Y, en la esfera pública de la sociedad facilitar que comuniquemos nuestros pensamientos tal como los otros hacen los suyos. El conflicto entre la verdad y la política se evidencia en que, si la verdad se opone a los intereses, el provecho, del partido o movimiento, es recibido con hostilidad. Dice Arendt: <<Lo que parece aún más inquietante es que las verdades factuales incomodas, si bien se toleran en los países libres, son a menudo transformadas, de forma consciente o inconsciente, en opiniones>>. Porque lo que está <<en juego aquí es la propia realidad política y objetiva, y este sin duda es un problema político de primer orden>>. 

Por eso, la naturaleza de la esfera política no es negar o tergiversar cualquier clase de verdad, sino colaborar para desenmascar la corrupción, la mentira organizada y deliberada, que cuestionen al Gobierno, el partido o el movimiento. Y esto es sumamente grave en un Estado democrático Social de Derecho sino se hace. Por eso vislumbrar la verdad en medio del caos y la oscuridad de la vida que vivimos, significa luchar contra la mentira, el odio, la hipocresía y la pobreza; además contra la violencia sin sentido y la ridícula amabilidad de los individuos, que miran hacía otro lado ante el derramamiento de sangre inocente, el desempleo, el racismo, el hambre, el sufrimiento y la muerte, que imponen los poderes actuales. 

Ahora bien, la libertad periodística es una farsa si no se garantiza la información objetiva y, si no se aceptan los hechos mismos. Por eso, la verdad periodística es considerada en el terreno de lo público como una actitud anti-política. Esto es falso, lo que busca el periodismo de investigación, de reflexión o de análisis, es develar la verdad por el bien de la esfera social, la política y las instituciones. Se trata de robustecer las instituciones, en bien de la democracia, la libertad, la igualdad, el honor, el valor y la justicia social. En el mundo actual tener la convicción de que las experiencias y conclusiones de los hombres del siglo XX y principios del XXI, son prácticamente las mismas sin importar el lugar del que provengan, de que <toda criatura precisa la ayuda de todos> y de que este tomar prestado es una de las disposiciones necesarias para <preparar el terreno para la afabilidad> hasta que <el hombre sea un aliado para el hombre>. 

Sabemos que el periodismo y, la noticia en particular, está dirigida a informar a los sujetos receptores, determinando su interés, que a suministrar elementos para la conducción en la vida o la orientación en el mundo. Desde un punto vista temporal, la noticia no es otra cosa que su actualidad: efímera en sí misma, se sostiene sobre el sistema general de la información, lo único que es propiamente constante. Se trata que ese sistema devele la verdad de la noticia, para que el receptor pueda llevar a cabo un percepción de los hechos, un análisis y una reflexión, objetiva y critica sobre lo que acontece. No se trata de manipular la información para justificar la violencia, la guerra, el odio, la injusticia, en nombre de los poderosos. Todo eso es cierto: pero también lo es que todos esos horrores no son capaces de borrar el asombro auténtico y maravilloso del ser humano. 

 Dice Arendt: <<Lo que define la verdad factual es que su opuesto no es el error, la ilusión ni la opinión, sino la falsedad deliberada o la mentira>>. Somos parte de una época donde la mentira organizada y deliberada en el ámbito político, atenta contra la verdad factual o de hechos, que es la que maneja el periodismo responsable y objetivo. La política no puede convertirse en un castillo donde los seres humanos no puedan acceder con la palabra, el pensamiento y la verdad. El periodista ha de tomar la actitud de K, en El castillo, ser el enviado de la libertad y de la verdad, y que parece haber llegado a la política para romper el silencio, el miedo, la mentira y acceder al castillo.

lunes, 4 de febrero de 2019

¿Suenan tambores de guerra en Colombia?



                
                                                                             I

                A todos los vivos o muertos que sufrieron la violencia de Estado,                                                                                                      guerrillera y paramilitar.


Antonio Mercado Flórez.


En este momento que suenan las cornetas, los tambores y las botas de guerra en Colombia; cabe hacer una reflexión sobre la <acción> y el <decir> en el espacio público político. Es importante destacar la fuerza potencial que reside en la acción no violenta y en ese grupo de hombres y mujeres, que arriesgan su vida por lo que hacen o dicen. Y, lo importante que significa la resistencia ante un adversario que posee unos medios de violencia inmensamente superiores. Así, la fractura irrevocable con el hilo de nuestra tradición no fue deliberada, sino que empezó a manifestarse en la cadena de catástrofes del siglo XX. Una cadena que se puso la máscara del político, el banquero, la corrupción y la muerte; los guerrilleros, los paramilitares, los narcotraficantes, que han arrastrado un montón de escombros humanos y materiales tras de sí.

Bertolt Brech dijo: “La profunda rabia ante el rumbo que ha tomado el mundo y ante el hecho de que hayan sido siempre los vencedores los que han elegido qué es lo que debe registrar y recordar la humanidad”; es una especie de falsedad de la Historia. Así pues, Brecht “no escribe su poesía para los desfavorecidos, sino para aquellos hombres, vivos o muertos, cuya voz no ha sido nunca escuchada”. Se trata de desvelar lo que oculta el poder, el saber y los hombres poderosos. Para reevaluar y reinscribir los hechos históricos y poder narrarlos en perspectiva. Esta visión del mundo y la vida en la actualidad, posibilitará la búsqueda de la paz y la convivencia. Los hacedores de violencia y de guerra, se olvidan que somos habitantes de un mundo humano hecho por los hombres, que en cuyo seno hay espacio para desplazase y compartir perspectivas distintas. Que la libertad aparece con el intercambio con los demás y no con nosotros mismos. “La libertad es la impronta que el hombre libre da al destino”; dijo Ernst Jünger.

De ahí que, el destino de los colombianos no puede estar hipotecado a asesinarnos los unos a los otros. Sino a la búsqueda de un mundo donde podamos <actuar> y <hablar>, coexistir y transformarnos en la medida que lo hacemos. “Lo que en este espectáculo resulta irritante es que en él la mediocridad va asociada a un poder funcional enorme”. En este orden, los hombres mediocres y belicistas se unen para que en cuya presencia se pongan a temblar millones de seres humanos, son hombres de cuyas decisiones depende la vida de miles de personas. Se caracterizan en la esfera política en ser unos enérgicos empresarios de demoliciones. Ninguna de esas escenificaciones de la esfera política en el espacio público, contribuye ni a la cultura, ni arte, ni al carácter, ni a la coexistencia. Sino al despilfarro de la vida y la energía vital del pueblo colombiano.

Así pues, hemos construido una civilidad basada en la exclusión, el odio, el hambre, la pobreza y las desigualdades; y no en la solidaridad, la ternura, el amor, la justicia y la integración social. Y, esto posibilitó la fragmentación y el enfrentamiento entre los colombianos. Asimismo, la característica básica de este mundo común no radica en la palabra, el dialogo y la convivencia pacífica, sino en la exclusión y el poder del más fuerte. El espacio público que posibilita la <acción> y la <palabra>, se cerró a la mayoría de los colombianos. Por eso, se hace necesario repensar y revisar el contenido de lo político y las instituciones, y la acción en la esfera pública de forma no tradicional. “El objeto de la política está ligado precisamente a la preocupación por el mundo y, por ello, a los gestos dirigidos a estabilizar la convivencia de seres perecederos a través de una comunidad de diversos”. En este punto recordemos que el mundo hecho por el hombre es un espacio de libertad que posibilita el desarrollo de las <potencialidades> humanas. Y, no un ámbito de dolor, odio, sufrimiento y muerte, que implementan los poderes actuales. Así pues, en escenarios como estos, el sufrimiento crece hasta tal punto que se interioriza en la condición humana.

Como expresó Ernst Jünger: “Desde hace ya mucho está preparada la batida del ser humano, una batida que no deja escapatoria ninguna; y está preparada por teorías que aspiran a dar una explicación lógica y compacta del mundo y que corren parejas con el desarrollo técnico. Al adversario se lo cerca primero en el campo de batalla y luego, en la esfera publica de la política, y a esto se agrega, llegada la hora, su exterminio. No hay un destino más desesperanzado que caer en un proceso como ese, en un proceso en que el derecho se ha convertido en un arma”. Sabemos que en todo proceso de cambio se dan atrocidades e injusticias, pero el tiempo histórico es implacable con los verdugos. Causa desasosiego el hecho de que la crueldad, la injusticia, el dolor y la muerte, “se hayan convertido en elementos constitutivos, en una institución de las nuevas formaciones de poder, así como ver entregada inerme a ella a la persona individual”.

En este ámbito la población vive unas intromisiones horrorosas. “La vida se vuelve gris, pero aún puede parecerle soportable a quien divisa a su lado la oscuridad, el negro absoluto”. Es comprensible que en una atmósfera como ésta, la población tenga miedo y guarde silencio, es la que soporta las cargas de la guerra. No las <minorías selectas>, sus hijos o familiares, sino el hombre desprotegido y solo, que deja su vida en el campo de batalla sin saber por qué. Nosotros los colombianos nos encontramos en una situación “en la que todavía somos capaces de ver las perdidas; sentimos la aniquilación del valor, la superficialización y simplificación del mundo”. Pero nada exime de la responsabilidad. Una guerra que se halla apartada de la zona moral o de la justicia social, “excita los bajos instintos y los sentimientos de odio en el que es preciso sumergir a las masas para que ésta llegue a ser apta para el combate”.

Los que planifican la guerra de Gabinete o en los campos de Colombia, tratan de llevar a cabo en las personas una operación quirúrgica, extirpar como un tumor maligno la zona de la sentimentalidad, la libertad individual, de pensar, de juicio y de opinar. Porque se trata de expulsar la amistad, el amor, la solidaridad y excluirlos de la vida. Y, que ésta esté en todo tiempo dispuesta al encuentro del dolor y la muerte. “Desde luego un espíritu cuya falta de discernimiento se revela en que confunda la guerra con el asesinato, o el crimen con la enfermedad, elegirá necesariamente en la lucha […] el modo menos peligroso y más deplorable de matar”. En una atmósfera de violencia y odio, “en una situación dominada por leguleyos los únicos sufrimientos que llegan a los oídos son los de los acusadores, pero no los de los indefensos y silenciosos”.

Lo importante de la esfera pública política es, que nos enseña a no renunciar por completo a la capacidad de <juzgar> y <decir> –al igual que lo haría un verdadero cristiano-: <<¿Quién soy yo para juzgar?>>. Y, así, por una cuestión puramente personal e individual, me veo inclinado a coincidir con el poeta W. H. Auden, y decir:

             Los rostros privados en los lugares públicos
             Son más sabios y agradables
             Que los rostros públicos en lugares privados.

Que la esfera pública es el espacio adecuado para las apariciones del discurso y de la acción política; y no el de la violencia, el odio o la muerte. Digo esto porque los simples espectadores o aquellos que se sitúan a cierta distancia suelen tener una perspectiva más aguda y profunda que los mismos participantes. Saben que los que participan de una guerra –aun contra sus propios hermanos-, son parte de la irreversibilidad de los hechos históricos. “Es, en efecto, perfectamente posible entender y reflexionar acerca de la política sin por ello ser eso que se llama un animal político”.

El pensador y el político ocupan esferas diferentes en la sociedad, uno se deja seducir por lo inmediato, su vida hace parte de los fenómenos de la vida cotidiana; en cambio el pensador –en la política, la filosofía, la estética, entre otros-, “se diferencia de otras actividades humanas, es una actividad invisible, no se manifiesta hacia el exterior, y cuenta además con un rasgo característico: no tiene ninguna urgencia de aparecer ante los demás y su impulso por comunicarse con los otros es muy limitado”. Sabemos que la “filosofía es una ocupación solitaria y no debe extrañarnos que se haga más presente su necesidad en tiempos de transición, cuando los hombres dejan de confiar en la estabilidad del mundo y en el papel que juegan dentro de él, y cuando las cuestiones que hacen referencia a las condiciones generales de la vida humana […] cobran de nuevo una especial relevancia”.

En la primera mitad del siglo XX, la sociedad colombiana vivió unos atardeceres, unos oscurecimientos en la escena pública, que jamás tuvo lugar en silencio. Todo lo contrario, nunca estuvo el espacio público tan lleno de <<actores significativos>>, tanto a la derecha, al centro o a la izquierda. La esperanza y el pesimismo se mezclaban a los eslóganes propagandísticos de dos ideologías antagónicas que prometían futuros distintos; y que a las puertas del siglo XXI, no han estado a la altura para responder a los requerimientos humanos. Se trata, aun en contra de los que apuestan por el odio, la mentira, el dolor, el sufrimiento y la muerte, que en Colombia es posible la convivencia y la paz. Porque entre todos debemos componer los portillos de la historia y de la vida. Como dijo el poeta W. H. Auden:
                       
              Todas las palabras como Paz y Amor
               todo discurso afirmativo y cuerdo
               había sido mancillado, profanado, degradado
               hasta tornarse horrendo chirrido mecánico.

En una sociedad como la colombiana la palabra amor se ha degradado. <<No intentes decir tu amor / Amor no puede decirse>>; palabras de William Blake. Es cierto que ningún estrato social y los que ejercen el poder, son indiferentes a las esperanzas de solidaridad, los anhelos de convivencia, los propósitos de paz, porque el espacio público (el lugar de la acción y el decir) se balcanizó. Observamos una polarización de la sociedad, porque los intereses políticos, económicos, culturales, de una <<selecta minoría>>, priman sobre los de la mayoría de colombianos. Ahora, ¿quién soy yo para decir las cosas que digo o para reflexionar sobre la situación del pueblo colombiano? Nadie, absolutamente nadie, sólo un susurro que se escucha desde la lejanía.

No hay, sin embargo, exigencias más ciertas que las que el dolor, el sufrimiento y la muerta hacen a la vida. En los sitios donde se ahorran, el equilibrio se restablece de conformidad con las leyes de la economía de la vida. En lugares como esos, el espíritu se eleva a las alturas, al Mundo Superior donde moran los dioses y las estrellas; y baja a la Cripta, a las profundidades del Mundo Inferior donde moran los demonios y los ángeles, el lenguaje, los sueños y la imaginación; y, se eleva hacía el Mundo Visible, trayendo las obras de los hombres como un presente divino. Como dijo Jünger: “Y también el amor ha de aportar su contribución; él es el secreto de la maestría”.

Es más, “en el Estado moderno las sucesivas autoridades modifican los argumentos de la violencia, pero no su práctica. Si uno se desvía un poco de la norma, está expuesto en todos los casos a peligros. Los perseguidores se relevan, sí, pero siempre en las batidas a la caza”. Las llamas están consumiendo las últimas ramas secas de la esperanza y la paz. Asimismo ha quedado manifiesto la polarización y fragmentación de la sociedad. La etapa del miedo y el silencio es la etapa previa al mundo del fuego. Una sociedad donde la rutina de la vida se entronca con la de la violencia, podemos vislumbrar que en “las cosas visibles están todas las indicaciones relativas al plan invisible. Y en los diseños, en las muestras es donde es preciso demostrar que tal plan existe. A eso tienden los ensayos de fusionar el lenguaje jeroglífico con el lenguaje de la razón”.

En la modernidad se ha dado una paulatina fuga del mundo, de la pluralidad, hacia el yo, una fuga de la realidad -políticas nacionalistas, populistas, xenófobas, racistas, de extrema derecha- así lo confirman en Europa, Estados Unidos y países de Latinoamérica. Que en Colombia han tomado un cariz particular, la acción política en el espacio público no ha estado acompañada por la palabra (lexis), el discurso, y esto se debe a que el poder y sus agentes han negado que, en tanto que plurales y distintos, podamos conversar, debatir, comunicarnos. Así, Colombia posee una <democracia autoritaria> donde los poderes facticos, cierran todas las vías de participación ciudadana para debatir los asuntos públicos. Y, responden a sus peticiones con violencia, segregación o muerte. Si la característica de los humanos fuera la homogeneidad y no la pluralidad, la disciplina y no la libertad, nuestro lenguaje jamás podría revelar la realidad común ni lo que nos distingue a unos de otros. En la esfera de la política, es importante reconocer que la democracia posibilita la acción que es fundamentalmente inter-acción y, también a diferencia de la conducta, apunta a lo inesperado.

Existen sectores de la sociedad que exaltan la violencia, la guerra y la muerte, sobre el decir y la acción política en la esfera de lo público. Porque jamás han tenido un compromiso moral o ético, con un bios theoretikos, con la vida contemplativa, con el pensamiento, sino con el guerrero, el hombre de acción: el que se vale de la racionalidad para alcanzar fines utilitarios. En comparación con la violencia que unos hombres ejercen contra los otros: unos hombres quitan la vida a otros. Y, la ejercida contra la cultura degrada la experiencia, el lenguaje y los movimientos del pensamiento. O, en otras palabras, los preceptos, las ideas, los valores, las nociones, los principios y la cultura. Son símbolos que legitiman la crueldad, la irracionalidad, la violencia y la muerte.

El espacio público instituido y reservado para el discurso y la actuación política; se fue reduciendo a marcha forzada y lo único que se conserva en la actualidad, es un lamento que llega desde las profundidades de la honda noche. Por eso, las únicas palabras que se escuchan son los de los poderosos, más no los de los afligidos y menesterosos. La violencia, la discriminación, el odio, la intolerancia o la guerra, no puede sustituir la esperanza de vida y la paz. Sobre las armas que cortan o atraviesan, debe imperar la palabra, el dialogo y la razón comunicativa. Porque es lo único que nos salva que nos exterminemos los unos contra los otros; la guerra deja siempre tras de sí dolor, sufrimiento y muerte.

Asimismo, es <<imperativo>> moral y ético, político y social, excluir la violencia para recurrir a todos los medios al alcance para lograr el fin deseado. “Creer en la violencia de la política –dice Hannah Arendt-  no es un privilegio exclusivo de la brutalidad. La raíz de esa creencia puede provenir también de lo que los franceses llaman déformation professionelle, una aberración entre los productores y patrocinadores de la cultura que se genera a raíz de su tipo de trabajo”. Es más, en una esfera de violencia o de guerra, la política se decanta por el principio de que “el fin justifica los medios; y que unos fines enormemente atractivos pueden dar lugar a unos medios totalmente terroríficos y destructivos […] Esto significa que en política los medios son siempre más importantes que los fines”. Este pensamiento exalta la soberanía, el poder factico –de los ejércitos profesionales y armados, grupos de seguridad del Estado, instituciones, agentes sociales, partidos-, que justifican el empleo de medios  horrorosos y  bárbaros, para alcanzar un fin determinado.

Así pues, en los últimos espacios de tiempo en Colombia, no solo el derecho se convirtió en un arma, sino que se transformó en hybris (fuerza, desmesura), para justificar la violencia o la guerra. En una atmósfera como esta, para el Gobierno y el Estado democrático Social de Derecho, es obligación constitucional y jurídica, que no se violen los derechos humanos, no se torture, no desaparezcan a las personas, ni se lleven a cabo muertes selectivas de los líderes sociales, estudiantiles, profesores, obreros, campesinos y demás. De lo que se trata ahora después del proceso de paz con las FARC, es tender redes de diálogo y entendimiento. No espacios de odio, de sectarismo y de polarización política; que exalten el derramamiento de sangre, la violencia y la muerte.

Como dije en mi texto, <<Sobre el dolor, el miedo y la muerte. Aproximación cultural a la época actual>>: <<Puedo asegurar que la guerra que se libró en Colombia, en la segunda mitad del siglo XX destruyó generaciones de talentos morales e intelectuales. Y dejó a la vera del camino, como escombros humanos a muchas de las mejores personalidades del futuro del país. Sabemos entonces que <<reservas decisivas de inteligencia, de elasticidad y talento político quedaron aniquiladas>>. Ahora en los frontispicios del siglo XX, no se trata de revivir las heridas, los dolores y los sufrimientos, y caer en un pozo sin fondo donde la violencia, el miedo, el sufrimiento, prevalezcan sobre la acción política en la esfera pública, el discurso y la convivencia pacífica entre los colombianos. Se trata de superar entre todos, la involución social, y que de las cenizas del odio, del secuestro, de los desplazados, del dolor, de los vivos y de los muertos, como la Lechuza de Minerva al anochecer, renazca la Palabra, la tolerancia, la ternura, el dialogo y la paz.