viernes, 24 de abril de 2015

IMRE KERTÉSZ: LA PALABRA COMO DOLOR Y LLAMA QUE CONSUME.


                                               Con afecto a:
                                                                      Edgar Bonett Villareal.



<<Cuando uno logra la independencia interior, no tarda en conseguir también la exterior>>.
                                                                                             I. Kertész



Antonio Mercado Flórez
 
    
   Imre Kertész, escritor húngaro, Premio Nobel de Literatura de 2002, dice que su “experiencia negativa” de Auschwitz y su ser judío, lo induce a tener conciencia de una iniciación más profunda en el conocimiento del ser humano y la situación del hombre en la época actual. Considera que el acontecimiento más grave y quizá no del todo valorado en el siglo XX,  es el del lenguaje.  Se contagió de las ideologías y se convirtió en un instrumento sumamente peligroso. Señalaba que Wittgenstein, en sus apuntes publicados bajo el título de Cultura y valor, consideraba que en tales casos conviene retirar una u otra expresión de la lengua y “mandarla a limpiar” antes de usarla de nuevo. Como dijo Paul Celan en su discurso de concesión del Premio Literario de Bremen: la lengua “tuvo que atravesar las miles de oscuridades del discurso mortifico”. Así que, los gobiernos totalitarios de izquierda o, de derecha del siglo XX, utilizaron el lenguaje como instrumento de persuasión, dominio y control. Crean una lengua artificial falsa, que no sólo niega la realidad sino la existencia misma de la sociedad.
  
   Saben del poder de seducción del lenguaje para convertir las masas en algo amorfo y abstracto. Son conscientes que el lenguaje se apropia de la mente y del espíritu del hombre. Sí eso sucede, éste “sólo muestra una caricatura de nuestros pensamientos”. En un Estado autoritario somos marionetas manejadas por un poder abstracto, preciso y frío, como el viento no se sabe de dónde viene y para donde va. Además, Kertész en un momento de postración absoluta, toma consciencia de su situación: fue como una caída inesperada –dice- al pozo sin fondo del sometimiento, del miedo, del desprecio, de la condición de extranjero, del asco y de la exclusión.1

   Durante el siglo XX, los gobiernos totalitarios se valen del lenguaje, del concepto de nación, de la cultura, la raza, la patria, del enemigo interno o externo, para legitimar el horror y la barbarie. El Estado y el poder son como un espejo de varias lunas, donde la realidad se percibe sólo por imágenes. “El Estado nunca puede ser nuestro […] El Estado –dice Kertész-, es un poder que guarda en su seno posibilidades secretas y terribles, que a veces más, a veces menos, se disimulan o se moderan, un poder que en raras ocasiones y por breve tiempo puede desempeñar incluso un papel saludable, pero que ante todo y sobre todo sigue siendo un poder al que hemos de enfrentarnos, que –cuando el sistema político lo permite- hemos de civilizar, controlar, tener a raya e impedirle en todo momento que sea lo que debe ser por su naturaleza: puro poder, poder estatal, poder estatal total”.2

   Si la lengua posibilita independencia intelectual y libertad de autodeterminación. Pensar la época actual en su cultura, permite sondearla desde el umbral del arte, la religión, la música, la filosofía; también trascender las barreras idiomáticas y, el exilio en otra lengua extranjera. “El hecho de que la política y la cultura sean opuestas –llega a decir Kertész-, es un fenómeno del siglo XX. Si la política se desvincula de la cultura llega a alcanzar dimensiones de poder, casi absolutos, que conducen a destrucciones nunca antes vista: en vidas humanas, bienes materiales y el interior del ser humano”. Donde el poder más daño hace es en el espíritu del hombre. Porque allí descansan las fuentes primordiales del lenguaje y el pensamiento. Por eso, la política trastoca la cultura por un instrumento horroroso y servil, la ideología. Como expresa Imre Kertész, “en el siglo XX, el terrible siglo de la pérdida de valores, se convirtió en ideología todo en cuanto un día tuvo valor. Pero más peligroso para el hombre, fue que la masa moderna, que nunca participo de la cultura, absorbe las ideologías como si fueran cultura”.3 Los motivos son diversos, la “masa surgió precisamente en el transcurso de una de las más profundas crisis de valores de la civilización occidental”.4

   Piensa que el protagonista de su novela no vive su propio tiempo en los campos de concentración, porque no posee ni su tiempo ni su lengua ni su personalidad. No recuerda, sino que existe. Por tanto, el pobre debía permanecer en la monótona trampa de la linealidad y no podía liberarse de los detalles penosos.5 Al fin y al cabo, la técnica del horror en los campos de concentración vuelve la naturaleza del hombre contra la propia vida. Entonces el hombre se denigra así mismo, por la supervivencia. Por lo acaecido en el siglo XX, “es como sí mirásemos el mundo derrotados y desorientados después de una noche de pesadillas". Kertész decide "elevarse a través del sufrimiento: así se vuelve más comprensible el mundo”. Ahí están las palabras del poeta católico húngaro János Pilinszky, que confirma lo que expresa Kertész: "Lo vivido en el transcurso de los últimos sesenta años es una especie de “escándalo”, porque se produjo en un ámbito cultural cristiano y, por tanto, resulta insuperable para el espíritu metafísico".

   Como dice Ernst Jünger: “El espíritu que desde hace más de cien años viene dando forma a nuestro paisaje es, de ello no cabe duda, un espíritu cruel. Deja sus huellas también en los seres humanos, en los que elimina los lugares blandos y endurece las superficies de resistencia. Nosotros nos encontramos en una situación en la que todavía somos capaces de ver las perdidas; aún sentimos la aniquilación del valor, la superficialización y simplificación del mundo”6. En consecuencia, el mundo del horror segrega “una inteligencia precisa, de buena calidad. Hay en todos los asuntos de la práctica un cierto número de seres humanos que forman parte de la pequeña y bien diseñada ruedecita que da impulso y trabajo a la obra”.7 Y, ésta funcionó cabalmente, en el totalitarismo de izquierda y de derecha. En el nazismo y el estalinismo funcionaron a destajo y con la precisión del reloj. En  un mundo como este, “el mero sobrevivir representa ya un mérito”.

   Las palabras de Ilse Aichinger parecen tomadas de la ficción kafkiana, pronunciadas durante la concesión del Premio Nacional Austriaco: “La inseguridad ante el Estado –cualquier Estado-, la inseguridad ante los departamentos y oficinas de la administración pública, ante los edificios siempre oscos y clasicistas que albergan ministerios y autoridades y los correspondientes negociados y despachos –y en caso de guerra incluso las oficinas de registro civil-, esa inseguridad surgió en mi muy temprano. Como casi todos los niños preguntaba mucho. Pero nunca pregunté nada respecto al Estado; tenía la sensación de que el Estado posee demasiadas caras, que una cara tapa a la otra y que cada órgano estatal se mantiene alerta para defender al otro. Así las cosas, la persona difícilmente saca algo en claro”.

   Kertész piensa que el autoritarismo, el poder Total, visto desde fuera, es un absurdo y desde dentro, la perspectiva que ofrecen las víctimas. “Porque sólo estas dos actitudes, la de la utopía rechazadora y sobre todo la de la existencia de las víctimas, superan el mundo cerrado del totalitarismo y vincula este mundo mudo e insalvable al mundo eterno de los seres humanos”.8 El poder produce cierta pasión, cierto placer, una atracción fascinante y hay que estar preparado, psicológica y culturalmente, para no caer en sus espejismos. En un mundo atroz y espeluznante como el totalitario, ¿Qué espera la existencia de las víctimas? ¿Un lugar donde refugiarse, aún del asedio de sus pensamientos y fantasmas? ¿Un lugar donde refugiarse de la expiación y la culpa, tal como los personajes de la ficción kafkiana? En este ámbito atroz y maligno, ¿Dónde queda la influencia del arte, la religión, la música, la civilización, en los asuntos humanos? Aquello que llaman Cultura, o sea, la creatividad universal de una comunidad más o menos grande, y el esfuerzo del hombre por ser mejor y más perfecto parecen simplemente abolidos.
   
   Así, la ausencia de espíritu queda reflejada en una terrible falta de alegría, el lamento mudo del ser humano que luego busca expresarse a través de frenéticos excesos. Y, Kertész reitera desde lo hondo de su corazón: “Formo parte de quienes participaron en las experiencias históricas y humanas más graves de este siglo”. Una experiencia que asocia a la necrología. Para Ernst Jünger, la técnica sustituye el mito en la modernidad; en cambio, en Kertész, la mitología moderna empieza con un punto negativo: Dios creó el mundo y el ser humano creó Auschwitz.
  
   Kertész nos enseña que en un Estado Total, ¿Quién no ha sentido la indefensión y la soledad, la depresión y la angustia, el miedo y el dolor, cuando el espíritu se contrita? La ausencia de espíritu refleja una terrible falta de alegría y cuando una persona llega a una postración espiritual radical, lo invade la oscuridad absoluta; y la nada se apodera de la vida. Entonces reina la apatía y la desesperanza. Se trata que el espíritu se postre, se denigre y las fuerzas del destino lo empujen cuan trapo sucio, al vientre de la sociedad y del Sistema. El lamento mudo del espíritu trata de expresarse en un frenesí de excesos, que expresa las fuerzas primitivas que moran en el interior del hombre.

   Donde el totalitarismo ideológico golpea con más fuerza es en el espíritu creativo del ser humano. Se trata de arrancar de cuajo la sensibilidad, la capacidad de asombro, de análisis y de crítica. “Es precisamente a la luz de la creatividad donde mejor se manifiesta su carácter de absurdo”. Como dijo Theodor W. Adorno: Hay que subrayar especialmente esa idea de que el tardío habitante de la ciudad es un nuevo nómada. Esa idea no expresa sólo temor y extrañeza, sino también la latente ahistoricidad de un estado en el cual los hombres no se encuentran sino como objetos de  incomprensibles procesos, sin ser ya capaces de una continua experiencia del tiempo, sometido como están al violento choque de aquellos procesos y al inmediato olvido de los mismos. Spengler ha visto la conexión que existe entre la atomización y el tipo humano regresivo, tal como se ha manifestado en las explosiones totalitarias subsiguientes: ‘Una miseria espantosa, una barbarización de todas las costumbres de la vida, que están criando ya, entre altillos y bohardillas, en sótanos y patios, un nuevo hombre primitivo, se encuentran en todas esas lujosas ciudades de masas’.10

   En un Estado totalitario se trata de negar la experiencia del tiempo y los procesos vitales, que dan coherencia a la existencia. Que el olvido prime sobre el espíritu, la memoria, la sensibilidad y los movimientos del pensamiento. En un estado de postración espiritual, los que ejercen el poder no solo buscan negar la creatividad, sino también afirmar la objetización y la banalización de la existencia. El trabajo intelectual se considera algo absurdo y entra en las artes de la distracción y la relajación. El juego de las relaciones de poder, de fuerza, el ensimismamiento vital, el placer y la embriaguez ideología, priman sobre la creatividad. La frivolidad y el absurdo cultivado conscientemente, niegan la tensión dialéctica del espíritu y la realidad, en provecho de los juegos de azar, la excitación nerviosa de la conciencia y la pura lógica del trabajo cotidiano.

   El poder de la “sociedad cerrada”, es único y absoluto. Que impele al hombre a entregarse desnudo y desamparado, en los pañales sucios del poder Total. Pero, en el fondo, se trata de liberarlo del manejo responsable de la libertad. Por eso, entrega el cuerpo y el espíritu, al poder Total. Y, esperan que el ser humano diga: entrego lo que tengo, mi cuerpo, mi espíritu, mis pensamientos, mis sueños, mi esperanza, la autonomía de mi voluntad, al partido y al Estado. Pero, ante todo y sobre todo, entrego mi libertad. Así entonces empieza la transformación: “Quién sale de este mundo, pierde su hogar. Pierde el escondrijo, la protección amenazada, la seguridad rodeada de alambradas”.11 El principio del Internamiento y la disciplina de la sociedad,  es la pérdida del “ser” y el “existir”. De hecho, el miedo y la seguridad van estrechamente unidos, por cuanto el ser humano coarta sus propias decisiones en nombre de la ideología y el Estado. En un estado de postración espiritual y mental, hay que recordar las palabras de Ernst Jünger en Radiaciones I: “La historia del hombre se desvía hacía lo mecánico o también hacia lo demoníaco, pero regresa a las normas, formándose así un nuevo equilibrio. El secreto de esto está en que el sufrimiento genera fuerzas superiores, curativas”.  

   Además, para liberarnos del dominio, del dolor, del miedo, del sufrimiento, hay que vivirlos en su “esencia”, por así decir, porque en la “experiencia negativa” de la existencia, está implícita su regeneración. O, en otras palabras, en la naturaleza del miedo y la esclavitud, encontramos la libertad. Como afirma Walter Benjamín en el libro de relatos Sombras Breves, ¿En qué reconoce uno su fuerza? En las propias derrotas. ¿Reconoceríamos nuestra fortaleza en la victoria y en la fortuna? ¿Quién no sabe que nada como precisamente ellas nos revelan nuestras debilidades más hondas? […] Otra cosa son las series de derrotas en las que aprendemos las fintas para ponernos en pie y en las que, avergonzados, nos bañamos como en la sangre del dragón. Ya sea la fama, el alcohol, el dinero, el amor –allí donde uno se siente fuerte, no conoce ni honra, ni miedo a ponerse en ridículo, ni contención alguna […] Tales hombres viven en su fortaleza. Terrible y peculiar modo de vivir desde luego, pero ese es el precio de toda fuerza. Existencia en un tanque. Si vivimos dentro, nos hacemos estúpidos e inaccesibles, caemos en todas las fosas, tropezamos con todos los obstáculos, hozamos en la inmundicia, deshonramos la tierra. Pero sólo cuando estamos bien embadurnados, resultamos imbatibles.

   Ahora bien, después de la caída del muro de Berlín y el desmembramiento de la URSS, existe la sensación en la atmósfera que respiramos que viviéramos en un mundo sin alternativas. Salvo la del economicismo, el capitalismo global. Un mundo sin principios e ideales. “Da la impresión de que los grandes principios que constituyeron el motor de la creatividad europea, la libertad y el individuo, ya no son valores inamovibles”.12 Se ha instaurado la civilización de la Hybris, del saqueo vital y la posesión inmediata de las cosas. “La existencia está ahí para ser tomada –dice Rafael Argullol-, para ser consumida, y no para llegar a un compromiso con ella”. “Auschwitz demostró que debemos cambiar de forma radical la visión del hombre creada por el humanismo del siglo XVIII y XIX; la dinámica productiva de nuestro mundo, que ha barrido todo, y los correspondientes métodos e instrumentos de dirección de masas parecen arrasar, a su vez, con los restos de la libertad individual. Se ha instaurado un Sistema atroz y abominable, que no responde a los requerimientos del ser humano. Sino a los “centros de gravedad y hombres poderosos en los que se concentra y gasta la energía. La primacía la tiene un elevado nivel de conocimiento, anónimo y desconsiderado, que vencerá las resistencias políticas o sociales allí donde tropiece con ellas”.13  

   Kertész piensa que existe, sin embargo, otro lenguaje, más racional o, digamos, más pragmático: el de la economía. Este lenguaje habla de la Unión Europea, de los fenómenos globales, de la política monetaria, de la concentración de fuerzas […] El lenguaje espasmódico de los imperativos económicos se separó de forma natural, por decirlo así, de la religión de Estado, de la ideología, creando de esta manera la religión del cinismo, que a los países del entorno les parecía, para colmo, digna de envidia.14 Se tejió un mundo global conectado en Red, que trastocó la existencia individual, diluyó las fronteras del Estado Nacional e instituyó la técnica como lenguaje mundial. Un mundo que responde al capitalismo global,  la técnica, el mercado, la banca y las financias internacionales. Como expresa Kertész: “Este mundo se ha vuelto pos-moderno, y sus valores son relativos; son meras palabras también, como las otras, pero en el mercado de la nueva gerencia occidental, de la globalización cosmopolita, poseen sus sellos y sus cotizaciones y se pueden vender y comprar. Son palabras que escapan al control; a través de ellas el gran valor de la nación se escurre del país, como otrora el uranio va para el extranjero. Hay que enfrentarse a ellas con un Estado fuerte, popular, nacional y cristiano, que restablezca el sistema de valores y devuelva los roles o, para ser exactos, los cree de nuevo y elija a sus incuestionables interpretes garantes”.15

   Se está dando en la pos-modernidad una trastocación del espíritu lingüístico del ser humano. El logos multivoco, ambiguo, divisorio, contradictorio e infinito; el antiguo legado de Babel, ubicado en lo profundo de la naturaleza lingüística del hombre. Está dando paso al logos situado en su parte material y pragmática: el alfabeto electrónico de la comunicación global y simultánea. Donde prima la imagen, el icono y el número. En la palabra está implícita la imaginación, la memoria, el recuerdo y la creatividad. Por eso, tiene un poder de seducción para los que ejercen el poder en las democracias modernas y para los dictadores. Como expresó George Steiner, En el castillo de Barba Azul, son modos de comunicación autónomos que expresan por sí mismo un creciente campo de tareas activas y contemplativas. Las palabras están deterioradas por las falsas esperanzas y mentiras que han proclamado […] Cada vez más la energía de la información necesaria a una sociedad de consumo masiva se trasmite en imágenes pictóricas. Las proporciones de la distribución entre el margen y el artículo impreso se están invirtiendo. Estamos retrocediendo hacía una disposición de los “espacios de significación” en la cual la imagen pictórica lo va invadiendo todo.16

   Esta trastocación lingüística responde a los requerimientos de la sociedad global y al capitalismo internacional. Así, toda una historia de la lengua, la memoria, el pensamiento y la cultura, está dando paso al lenguaje en Red y a las imágenes. Las imágenes –dice Ernst Jünger, en el texto La Tijera-, son más eficaces que las palabras, no necesitan ser traducidas y actúan de manera directa […] La enorme afluencia de imágenes favorece un nuevo analfabetismo. La escritura es sustituida por signos; es observable una decadencia de la ortografía. La consecuencia que de ello se sigue es una vulgarización de la gramática […] Por otra parte los “escribas”, los expertos en la escritura, por escaso que sea su número, se vuelven aún más indispensable de lo que fueron en la Antigüedad y hasta los tiempo de Lutero […] En cada uno de los niveles es posible una mutación, igual que en cada momento es posible la muerte.17

   La construcción del discurso clásico, el carácter central de la palabra, da paso a las imágenes pictóricas en movimiento. Como escribe Denis de Rougemont en su libro La part du diablo: “Ay, ¡qué hemos hecho de la palabra! En algunas bocas no sirve ni para mentir, se ha hundido a más profundidad que la mentira”. Además, el resentimiento, la caótica mezcolanza que bulle bajo las palabras, es real. Por un lado, se alimenta del miedo, la incertidumbre existencial: muchos intelectuales que lucharon a su manera por la libertad (o por lo que prefiguraban como ella) se dieron cuenta de pronto de que les habían movido el terreno bajo los pies. De hecho, sólo se vino abajo el sistema de valores en que desempeñaban cierto papel. La velocidad vertiginosa con se derrumbó ese sistema los conmocionó. Cuando se levantaron del estruendo de la caída y lograron salir arrastrándose de la nube de polvo del derrumbamiento, el mundo a su alrededor hablaba el lenguaje de las bolsas, los capitales y las mafias.18

   Así pues, el Estado Moderno convierte a la víctima en una pieza que funciona correctamente y tiene como medida destruir, el "Yo", que protesta dentro de él. Llega el momento en que las personas no sólo se sienten apáticas, sin fuerzas sin esperanzas. “Sino que creen que todo está perfectamente ordenado”. No necesitan cuestionar sus preocupaciones, interrogar el mundo, ni el lugar que ocupan en la sociedad, preguntarse sobre su destino y la realidad. Y, entonces la realidad que le presentan, es la más lógica y segura para sus necesidades. De igual modo, la alteridad se percibe como algo anti-natura, porque va contra el Sistema y el orden establecido. Entonces argumenta que renuncia a su libertad en interés del “pueblo” y que su vida se sacrifica por la “nación”, por la “patria”, aunque lo empujen al borde del abismo. Sin embargo, el intelectual, el pensador, el escritor, en un Estado autoritario, lo único que conserva es la “casa”, la lengua, esa que mamó desde la niñez. Donde amasó su juventud y pubertad, conoció el “Nombre” y el significado de las cosas. El lugar donde sueña, tiene pesadillas o esperanza. Sabemos que la lengua nos proporciona los instrumentos para explorar el mundo y la existencia humana; y de esa manera, dar forma estética al horror y el dolor. De esa manera, la realidad irreparable del dolor y el sufrimiento, posibilitan la reparación del mundo y de la existencia. Así, nos permite aprender que el dolor y el sufrimiento, no solamente guardan amargura, sino también reservas morales extraordinarias.

   El Holocausto nos recuerda Kertész, es un nombre casi sacro que encubre el asesinato colectivo cotidiano, la rutina del gaseamiento y de las ejecuciones, la solución final, el exterminio de seres humanos.19 Esta visión de la historia reciente de Occidente, rompe con la humanista del siglo XVIII y XIX. Pero “rota en un único instante histórico por la barbarie inconcebible”. Se pudo constatar que el concepto de vida y el lenguaje, habían perdido el sentido que les correspondía. Los que ejercían el poder en los Estados totalitarios, trastocaron lo fundamental de la existencia por lo accesorio y lo ruin. Olvidaron que lo decisivo de un ser humano, era “la relación entre la vida y su ‘finalidad’; con mayor precisión, el hecho de que todos los ‘fenómenos vitales dotados de finalidad’ son orientados hacía la manifestación de una esencia o la expresión de una significación, siendo el lenguaje el lugar por excelencia donde cada singularidad apunta a su propio rebasamiento”.20 Sin embargo, “preservar en el mundo una instancia critica de la cultura y de la historia tal como son” –dijo Hermann Cohen- se convierte para el hombre en responsabilidad ética. En este orden, preservar los tres principios que Dios insufló al hombre: vida, espíritu y lengua. Se convirtió en el siglo XX, en necesidad metafísica. “Y en este punto cero de la ética, en la oscuridad moral y espiritual se presenta como único punto de partida aquello que creó tales tinieblas”: el Holocausto y la barbarie.

   Después del Holocausto, recuerda Kertész, la dictadura no sólo le sirvió para mantenerse con vida, sino que le ayudó a encontrar el lenguaje en el que debería escribir. Cuenta que en ninguna parte resulta tan evidente que el “lenguaje no es ni para ti ni para mi” como en una dictadura totalitaria, donde no existe ni el Yo ni el Tu, y cuyo pronombre preferido es el místico y amenazante nosotros, aunque nadie sepa quien se oculta tras él.21 El Holocausto es un valor espiritual y moral y, en consecuencia, cultural, puesto que, a costa de sufrimientos inconmensurables, condujo a un saber inconmensurable, y por tanto lleva implícito un contenido moral igualmente inconmensurable.22 Por tanto, quien inflige dolor, sufrimiento o muerte a un judío, carga sobre sí mismo, la expiación y la culpa, porque él es hijo del Primer Adán. Se trata, por cierto, que “el superviviente, el nuevo tipo humano de la historia, aquel que, según las palabras de Nietzsche, miró a lo hondo del ‘abismo dionisíaco’, se consuma impotente en este proceso”.23 Aunque los que ejerzen el poder no lo quieran, “sin embargo hasta en la desesperación total se vislumbra, si estamos atentos, una promesa lejana, esa esperanza más allá de toda esperanza que mencionó Kierkegaard y que tal vez se oculta en el destino común o, para ser exactos, en el despojamiento del destino.24 En estos casos, la esperanza es la impronta que el hombre libre da al destino.

   Kertész cree que la palabra Holocausto tiende a sustraer cada vez más a los judíos del mundo de experiencias del Holocausto y convertirlos, al mismo tiempo, en propiedad espiritual internacional.25 Nos recuerda que “el Holocausto es una experiencia universal y un trauma europeo. Auschwitz no se produjo en el vacío, sino en el marco de la cultura occidental, de la civilización occidental, y esta civilización es una superviviente de Auschwitz, igual que esas pocas decenas o miles de hombres y mujeres esparcidos por el mundo que aún vieron las llamas de los crematorios e inhalaron el olor de carne humana que ardía; y en ese punto cero de la ética, en la oscuridad moral y espiritual se presenta como único punto de partida aquello que creó tales tinieblas: el Holocausto.26 En el texto La lengua exiliada, Kertész manifiesta, que el Holocausto no tiene ni puede tener lengua. Porque la lengua en que lo narra es una lengua prestada, una lengua europea, que no es la suya ni la de la nación que ha pedido prestada para el relato.27 Pero reconoce que, “toda lengua, todo pueblo, toda civilización tiene un Yo dominante que registra, domina y describe el mundo. Este Yo colectivo que permanece activo es un sujeto con el que el gran público –nación, pueblo o cultura- puede identificarse por lo general, con mayor o menor éxito”.28 Además, reitera, “se puede pensar en las últimas consecuencias sin caer en la tentación de creer en un orden sobrenatural, en la providencia o la justicia metafísica: es decir, sin caer en la trampa del autoengaño y acabar encallado, destruyéndose, perdiendo el contacto profundo y atormentador con los millones que murieron y nunca pudieron conocer la historia […] Somos una excepción, el destino así lo ha querido, por eso tenemos que reconciliarnos con el orden absurdo de los azares, que con el capricho de los pelotones de fusilamiento, gobierna nuestras vidas sometidas a poderes inhumanos y a dictaduras terribles.29

   Así pues, el Estado autoritario exalta las colectividades en detrimento del individuo, la libertad y la cultura. Ya que convierte la discriminación y el genocidio, en instrumentos de control y dominio. Toda forma de autoritarismo ideológico o, de Estado, lleva implícito la discriminación y ésta las masacres. De ahí que “los ideológos inhumanos lo que desean es eliminar precisamente la esencia humana”. Penetrar hasta los átomos del cerebro y hacer del hombre un objeto. El automatismo no solo responde a la técnica, sino también a la disciplina ideológica del partido y el Estado. Somos parte entonces de una civilización donde el odio y el dolor, son como una segunda naturaleza para el hombre. Así, “el odio se ha cristalizado y convertido en forma de concebir el mundo, y el objeto del odio es un pueblo que, a mi entender, de ningún modo está dispuesto a desaparecer de la Tierra”.30 Además, el odio “emerge del pantano del subconsciente como si fuese una irrupción de lava con olor a azufre”. Pero el que más daño hace a los seres humanos, es el religioso o político. Son las dos caras de la moneda de Jano, donde el dolor y el sufrimiento, se apoderan de la vida humana. Sí el odio es una energía que oscurece las relaciones humanas y las vuelve harapos. Dice Kertész: “Es una forma de vida interior basada en la experiencia negativa”.

   El odio y la envidia cargan la atmósfera de una risa frívola y destructiva. Hacen que la realidad sea ininteligible y la sociedad no esté a la altura para proteger al individuo. Los fenómenos pasan delante de nuestros ojos como un espectro fantasmagórico y crean en la consciencia y el alma del ser humano, una especie de desasosiego y desesperanza. Una sociedad amedrentada, vive en una atmósfera oscura y cargada de secretos. Está acompañada por las imágenes, las palabras vacías, sin sentido, que se escurren por la boca. La sensación del odio, el sufrimiento y el dolor, es, como si estuviéramos suspendidos sobre la Tierra. Manipulados a gran distancia por fuerzas invisibles y demoníacas. La impresión que se tiene es de estar dirigidos, por energías destructivas que emanan de los centros de poder. Poderes demoníacos donde se concentra y gasta la energía. Cuando sucede comprendemos “el espanto puro de los hechos o, para ser más preciso, su facticidad simple, misteriosa e insondable”.

   Aunque el dolor y el miedo intensifiquen la sensibilidad y mengüen el espíritu. Hemos nacido para vivir, para recordar y para saber, ya que el recuerdo nos libra no sólo del olvido, sino ante todo, de la numerificación y la objetización. Nos libra de la nada absoluta en que quieren convertir nuestras vidas. Esto es una obligación moral. No podemos olvidar nuestra historia, de dónde venimos y quiénes somos, es decir, nuestra razón de ser. Porque esto nos salva de la abstracción y la objetización a que está sometido el mundo. Mis recuerdos consagrados y santificados en los fragmentos de sueños truncados e ilusiones perdidas, emitirán voces duras y guturales, que retumbaran como el estruendo del fin del mundo. Por eso, “es estúpido la afectación generalizada de la supervivencia o las desgracias humanas, sino vienen acompañadas por la acción”. Y, la acción emana como una fuente de agua fresca de la experiencia y el saber. Es necesario recordar las palabras de T. S. Eliot: “Tuvimos la experiencia pero perdimos el sentido, y acercarse al sentido restaura la experiencia”.

   La experiencia negativa que nos dejó el siglo XX, nos recuerda Walter Benjamín, “no es sino una parte de la gran pobreza que ha cobrado rostro de nuevo […] La pobreza de nuestra experiencia no es sólo pobre en experiencias privadas, sino en las de la humanidad en general. Se trata de una especie nueva de barbarie”.31 Una barbarie que tuvo su máxima expresión en el Holocausto, las cárceles de las dictaduras de Latinoamérica y, de pronto, el hombre “se encontró indefenso en un paisaje en el que todo menos las nubes había cambiado, y en cuyo centro, en un campo de fuerzas de explosiones y corrientes destructoras, estaba el mínimo, quebradizo cuerpo humano.32 Así, la tortura, el atentado, el secuestro, las masacres y la barbarie, convierten el cuerpo y el alma del ser humano, en campo de batalla. Después de lo acaecido en el siglo XX, se hace necesario hacer tabula rasa y constructores nuevos, posibiliten un mundo más humano y vivible. Porque la galvanización de las ideas y del espíritu, no pueden primar sobre la posibilidad de la vida y la esperanza.
  
   Esos lugares sombríos y demoníacos no sólo están en nuestra memoria, sino “en el aire desde hace mucho tiempo, como un fruto oscuro que ha madurado bajo los rayos de innumerables infamias y espera el momento oportuno para caer sobre la cabeza de los hombres”. Hay que estar alerta con los sentidos despiertos, los movimientos del pensar y el espíritu, para que esto no vuelva a repetirse. Porque “cuando un loco criminal –expresa Kertész- no acaba en un manicomio o en la cárcel, sino en la cancillería o en cualquier residencia propia de un gobernante, enseguida se ponen a buscar en él lo interesante, lo original, lo extraordinario e incluso, aunque no se atrevan a decirlo, pero sí, en secreto: la grandeza para no tener que verse como enanos y no tener que ver la historia universal como algo inconcebible”.33 ¿De qué se trata realmente en la actualidad? De ver el mundo racionalmente, para que éste nos devuelva una mirada racional y estética de las cosas. Se trata de “restablecer un orden universal racional, o sea, vivible, y los desterrados del mundo vuelvan a entrar entonces a hurtadillas por estas puertas grandes y pequeñas, […] los que creen que a partir de ahora el mundo será un lugar para los hombres”.34

   Después de lo dicho, podemos hablar que en el siglo XX, se instauró una cultura de la violencia y el crimen. Que se coló en lo más hondo de la condición humana, y ahora renace con la máscara del fundamentalismo religioso. Es recurrente que el “eterno retorno” devuelva a los hombres a un estado primitivo, donde se relaciona con la sangre, con el poder de la muerte. En estos estados el talento y la experiencia, se sustituyen por la barbarie y la muerte. El hombre se convierte en un número en el gran engranaje del mundo. Así, de esa manera, tratan de borrar “las huellas de sus días sobre la tierra”.  Es necesario, “que cada uno ceda a ratos un poco de humanidad a esa masa que un día se la devolverá con intereses, incluso con interés compuesto”.


                                                    Bibliografía
     
1. Kertész, Imre. Un Instante de silencio en el paredón. Editorial Herder, S.A., Barcelona 2002. pág. 20.
       2.    Ib. pág. 20.
      3.    Kertész. La lengua exiliada. Editorial Taurus, Madrid 2007. pág. 116.
        4.   Ib. pág. 116.
        5.   Ib. pág. 152.
     6.  Jünger, Ernst. Sobre el dolor. Tusquets Editores, S.A., Barcelona 2003. Págs. 81 y 82.
     7.   Jünger. Radiaciones I. Diarios de la segunda guerra mundial (1939 – 1943). pág. 176.
       8. Kertész. Un instante de silencio en el paredón. Pág. 23.
        9.   Ib. pág. 18.
10. Adorno, W. Theodor. Prismas. La crítica de la cultura y la sociedad. Ediciones Ariel, Barcelona., 1962. Pág. 28.
11. Kertész. Ib. pág. 24.
12. Ib. pág. 27.
13. Jünger. La Tijera. Tusquets Editores, S.A., Barcelona 1997. Pág. 198.
14. Kertész. La lengua exiliada. pág. 60.
15. Ib. pág. 61.
16. Steiner, George. En el casillo de Barba Azul. Aproximación a un nuevo concepto de cultura. Editorial Gedisa, S.A., Barcelona 1998. págs. 45 y 46.
17. Jünger. Ib. pág. 159.
18. Kertész. La lengua exiliada. pág. 60.
19. Ib. pág. 94.
20. Bouretz, Pierre. Testigos del futuro. Filosofía y mesianismo. Editorial Trotta 2012. págs. 271 y 272.
21. Kertész. La lengua exiliada. págs. 98 y 99.
22. Ib. pág. 101.
23. Ib. pág. 93.
24. Ib. pág. 98.
25. Ib. pág. 100.
26. Ib. pág. 101.
27. Ib. pág. 121.
28. Ib. pág. 123.
29. Ib. pág. 106.
30. Ib. pág. 131.
31. Benjamín, Walter. Experiencia y Pobreza. Editorial Taurus, Madrid 1980. Pág. 168 y 169.
32. Ib. pág. 168.
33. Kertész. Ib. pág. 50.
34. Ib. pág. 50.



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