sábado, 8 de junio de 2013

LOS INTELECTUALES EN LA EPOCA ACTUAL.




           


Antonio Mercado Flórez  


 En la época actual es relevante para la conciencia crítica, que los medios y los modos del lenguaje, posibiliten la cultura y las reflexiones del pensamiento. Pero también que las personas formada para pensar posibiliten un análisis crítico del orden establecido. De las instituciones, los valores, las creencias comunes, las creaciones, las innovaciones tecnológicas, los lenguajes digitales, la clase política y las personas que ejercen el poder económico. Aunque las sociedades se valgan de sistemas de ajuste que permiten que las persones se adapten a vivir en estado de crisis permanente. Pregunto, ¿Está el intelectual presto para denunciar lo injusto y lo falso, la crisis moral, institucional y política de la sociedad? ¿Cumple el intelectual la función social que le corresponde en la actualidad? ¿Ha dejado de ser la conciencia crítica de la sociedad y los agentes adecuados para revelar las relaciones de poder? ¿No encarna ya el sentimiento de responsabilidad social y la orientación ética de cómo la sociedad ha de proteger al individuo?


Si en la actualidad se configura en voz de los que no tienen voz. Se trata de comprender y conocer a través de su aporte, el cómo y el porqué de esta época de tránsito. Pero también cómo las fuerzas políticas y la naturaleza del poder, se ejercen para dominar a los seres humanos.


Un ensayo publicado por El País, de Madrid, en agosto de 2009, <<El temor de los intelectuales a la política>>, del filósofo iraní Ramin Jahanbegloo decía que, el siglo XXI representa la separación de los intelectuales y la política. Pocas veces habían estado tan alejados los intelectuales y el mundo político. Los intelectuales críticos –insiste- son hoy una especie en vías de extinción. Temen a la política y ésta muestra una indiferencia absoluta por todo lo intelectual. Nos encontramos ante un declive de lo intelectual.
Pienso que la muerte de las ideologías y el ascenso de los tecnócratas, la prevalencia de la <<razón de acuerdo a fines>>, para solucionar los asuntos públicos y privados, están contribuyendo con la extinción del intelectual en la esfera pública. Pero no hay que olvidar que esto obedece a las estrategias de los neoconservadores y al pragmatismo del ejercicio del poder.


Si nos encontramos en un mundo de declive de lo intelectual, el técnico y el colectivo técnico, el político y el banquero, el empresario y el industrial, son los que determinan la sociedad global. Esto es: la automatización, la especialización, la máquina, la velocidad, los lenguajes digitales, la estadística, el poder, etc., prevalecen sobre el humanismo. Son cambios que traen consigo una forma nueva de percibir la realidad y la existencia en general.


La comodidad y la arrogancia de muchos intelectuales, revela la incapacidad de realizar sus funciones de una manera independiente y crítica. El poder los absorbe o son indiferentes ante las atrocidades humanas. <<El afán de ciertos intelectuales –dice Jahanbegloo– de aparentar que lo políticamente correcto y sensato es desestimar la importancia que tienen los imperativos morales en la esfera pública no es más que una forma de hacer coincidir las necesidades humanitarias urgentes del mundo en el que vivimos con las necesidades concretas de su carrera o su ascenso profesional>>.


Demuestra que los éxitos sociales y económicos de los intelectuales aceleran la superficialidad. La falta de conciencia crítica sobre los asuntos de la vida pública desvela la ausencia de pulcritud espiritual del intelectual. Si el pensador no es la conciencia crítica de los <<centros de poder y de las personas  donde se concentra y gasta la energía>>. El ser humano estará destinado a ser un número o un objeto. Cuando los intelectuales o las personas formadas para pensar, no están a la altura del Espíritu de la Época, se incrementa la animalidad política y la barbarie en la sociedad.


En esta alta civilización técnica y de masas, el sentido crítico de la sociedad se está transformando en <<cultura del espectáculo>>. Donde lo efímero de la vida, la frivolidad y el divertimento lúdico y, fugaz de la gran ciudad, priman sobre el debate y la reflexión. Por lo cual, la numerificación y la objetización del ser humano, van parejas a los éxitos económicos y políticos de las sociedades de masas.


La civilización global pos-industrial, la revolución electrónica y la imagen <gráfica> en movimiento, revela que detrás de la innovación y el desarrollo se esconde un nuevo analfabetismo político y cultural. Y, por otro lado, el predominio de los <<centros de poder>> en las redes globales. Esta realidad histórica y cultural, se concatena a los intereses del mercado, las compañías transnacionales, el capital financiero y las políticas neoliberales. Pero no a las necesidades psicológicas y materiales, de los pueblos y naciones del mundo.


En el estado de postración espiritual y mental donde nos encontramos, el intelectual tiene que comprometerse y ser la conciencia crítica del momento actual. Estar contra la injusticia, la intolerancia, el racismo, la pobreza, la xenofobia, la corrupción de las mafias en la administración pública, contra la conjunción del dinero bancario y los <<centros de poder>>, la violencia y la parapolítica. Se convierte en deber moral para el pensador y creador de <<formas>>.


Eso significa defender la Cultura, que en el fondo no es otra cosa, que el dinamismo del espíritu de la libertad. De ahí que uno de los fines del intelectual sea la búsqueda de la primacía del diálogo sobre la violencia. Que los instrumentos de poder no primen sobre la reflexión y la palabra enriquecedora. Por eso, se opone a la exclusión del ser humano por motivos ideológicos, religiosos, de raza o de lengua. Porque cree profundamente en el otro, que en sí mismo, es un nosotros.


La tarea del intelectual es la defensa de la libertad -de expresión, de pensar y de escribir-, el respeto a la vida, a la ternura, a la verdad, al dialogo y a la dignidad humana, etc. Para que se conviertan en armas arrojadizas a la cara de los que implementan las injusticias, la violencia o la muerte. En este orden posibilita los medios adecuados para que  la <<Gramática de la vida>> y la <<Gramática del habla>>, exalten la existencia vital sobre la muerte y posibiliten que el individuo se convierta en persona. Que se pase de una tabla de valores jerárquica y excluyente, a otra incluyente y horizontal.


Todo esto me lleva a plantearme lo siguiente: ¿Qué es la memoria, el recuerdo, la experiencia y el saber? Sino el ámbito donde las personas se trasforman así mismos durante toda su vida. Por eso, lo que allí se almacena nadie se lo podrá arrebatar. Lo que uno sabe de memoria le pertenece a uno mismo, a pesar de algunos indeseables que gobiernan el mundo, de la censura de la sociedad, la brutalidad de las costumbres o de la moral común. Constituye una de las grandes posibilidades de libertad, de resistencia a las relaciones de poder que nos trascienden.


Ernst Jünger en el texto <<La Tijera>>, hace la siguiente observación. Lo que llama la atención en las utopías de nuestro siglo –dice– es que se presentan con el estilo de la ciencia y son pesimistas. No hay en ellas magia. Siguiendo las investigaciones de Huxley y Orwell deduce que el avance del cálculo y de su aplicación práctica hace imparable la transformación de la sociedad en puras cifras o números.  Estas transformaciones hay que buscarlas incluso por debajo de la esfera del lenguaje y de la política. La técnica ha evolucionado hasta el punto de transformarse en un lenguaje mundial; ello hace que la participación de los individuos en la sociedad vaya convirtiéndose cada vez más en una participación estadística.


Estamos acostumbrados a percibir –dice Walter Benjamín-, el desarrollo de la técnica. Pero no los retrocesos de la sociedad. Ese encanto de la existencia y del mundo, que proporciona el mito, el ritual, la religión, la amistad, la costumbre, el uso, la música, el arte, la lengua, el pensamiento, etc. Se está remplazando por el <<número>>  o el <<signo>>. Por consiguiente, la responsabilidad moral del profesor, del artista, del pensador, del periodista, no es la misma que la de un tendero o la de un talabartero.


En esta alta civilización técnica y de masas, observamos el desierto espiritual y sensitivo, que se abre paso en nombre de los espejismos de la técnica, las finanzas internacionales y el ejercicio del poder. La liberación del individuo es importante, desde luego, pero es superficial. Así pues, la individualidad no es más que una de las posibilidades de la persona humana; ésta tiene más cosas que ofrecer. Nos hemos dado cuenta por lo sucedido en el siglo XX, que los cambios sociales no mejoran la posición de la persona individual, la agravan incluso. La sociedad deja a la persona individual en la estacada. Por otra parte comienza para el ser humano una nueva etapa de soledad, por cuanto padece cada vez más a causa de la sociedad; también ésta empieza a desmoronarse. ¿Qué desea el ser humano? Desea liberarse y dejar que fluyan de su interior las fuerzas del espíritu.  


En los frontispicios del siglo XXI, la persona formada para pensar ha de estar alerta para que no vuelva a suceder lo  acecido en el siglo XX. Cuando se pone en evidencia el terrible fracaso de la cultura humanista frente al horror de la barbarie. Porque muchas veces acudió en ayuda de la animalidad política y los desaciertos humanos. La conciencia política del pensador, se expresa en el dominio de la lengua  y su disposición a la madurez espiritual y su presencia política en la sociedad.


Por eso el intelectual ha de estar a la altura de la época. Porque su reflexión y el fundamento ético de su discurso, tienen que ver con vidas humanas. La defensa de los ecosistemas, la justicia social, la libertad, la degradación moral y material de la sociedad contemporánea, y en particular, con la permanencia de millones de seres humanos sobre la tierra. El pensador se convierte en los tiempos de ayuno de fantasía poética y de miseria espiritual, en conciencia viva de los más necesitados de la sociedad. De ahí que la libertad de expresión, de pensar y de ser, no se puede entregar a cambio de un leve bienestar social. Porque <<los centros de poder y los hombres poderosos donde se concentra y gasta la energía>>, desean convertir al ser humano en un trazo enteramente constructivo.


Así que, si la lengua que se habla en esta alta civilización técnica y de masas, no es la lengua de la Cultura. Sino del computador, del número, del signo,  que  tienden a convertir al ser humano en objeto. Esta mutación del <<ser>> y el <<existir>>, habla la lengua del progreso, más no la de la Cultura y el pensamiento.


Somos parte de una época de <<acontecimientos significantes>> y de <<actores insignificantes>>. Las llantas están al rojo vivo y echan humo. ¿Qué se estará cosiendo en los bajos fondo de la política, el mundo financiero y técnico? Las causas de lo que sucede, hay que buscarlas incluso por debajo del lenguaje y lo cultual. Porque se convierten en deber moral para el pensador y obligación para la sociedad. El intelectual sabe que hemos llegado después de la historia, pero disponemos de las ruinas. Así, toda reconstrucción es una forma de reconstruir desde las ruinas.

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