jueves, 28 de noviembre de 2024

 

                                            Reflexión Sobre la Actualidad

                                                       Madrid-España a 28/11/2024

 

Palabras clave: Gran ciudad, Estado, técnica, pánico, Progreso, Steiner, Jünger y Benjamín.

 Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 En la Gran ciudad, la clara y profunda llama de la vida que arde en los corazones de los hombres, parece que se hubiera nublado. Porque en su lugar priman los grisáceos y negruzcos nubarrones que preceden las tempestades. En un ámbito como éste, en medio del sol más lúcido, las cosas son lúgubres y frías, y la vida se torna rutina y cifra. No podemos negar que la mayor parte de las veces, el dolor y el sufrimiento trascienden nuestras fuerzas. El habitante de la Gran ciudad le hace fintas y los esquiva, pero no prepara la vida para enfrentarlos como hace el torero con el toro. Esto tiene sus causas y una fundamental, es la pérdida de la libertad. Hemos ido entregando poco a poco el fuerte donde mora la libertad, al “Dragón de mil escamas”, el Estado, a cambio de la seguridad. Observamos anonadados y sorprendidos, que la seguridad que una vez nos brindó, se resquebraja. Porque se han despertado de su letargo sueño fuerzas míticas y atemporales, que creíamos con el desarrollo de la razón y los instrumentos técnicos que estaban dominadas. Y en forma de creencias atávicas, terrorismo islámico, ideológico, guerras nacionales o entre naciones, se abren camino en nuestras ciudades, pueblos y campos dejando tras de sí desolación y muerte.

Esto nos permite percibir que estamos viviendo en esta alta civilización técnica, de sociedad de masas y cultura de masas, una disminución del sentido de la existencia. Y el optimismo, la confianza y la consciencia de poder que genera la técnica, se resquebraja cuando aparecen las fuerzas de lo elemental y atemporal. No sólo hacen evidente el resquebrajamiento de los anillos de seguridad que garantiza el Estado, sino también una visible falta de libertad. En un ambiente así quedamos a merced de los espíritus fuertes y voluntad recia, los hombres que permanecen firme en medio de las tempestades y las tragedias. Cobra validez en este estado de cosas, que “lo automático no se torna terrible hasta que no se revela como una de las modalidades de la fatalidad, como su estilo, tal como fue descrito de manera insuperable por Jerónimo Bosco”.

El arte se ocupa de manera especial de la nueva situación del ser humano; el objeto de éste va más allá de la mera descripción. En éste campo se están realizando tales ensayos que trascienden las valoraciones vigentes, esto es, los “órdenes” de valores establecidos. El arte contemporáneo nos sugiere participar de la inminencia o del “aura” de las imágenes; tal como lo percibe Benjamín y Borges en el “hecho estético”. Pensar las imágenes de la realidad como la inminencia de una Revelación. Y captarlas en un campo donde se entrecruzan sus sentidos de diversas maneras. Por eso el arte contemporáneo nos revela que vivimos en un mundo de imágenes entrelazadas y buscamos descifrar el enigma de lo actual. Posibilita, entre otros, reflexionar sobre el presente-actual, los lugares comunes y la tarea de destruir las fronteras de lo cotidiano. Ya que el hombre es un ser fronterizo.                                                      

Además, la pérdida de la libertad es una de las cuestiones que hoy se halla detrás de todas las congojas del presente. El ser humano no sólo se está convirtiendo en cifra, sino también en un ser manipulado, vigilado, cercenado, atravesado y trascendido por fuerzas que no comprende ni domina. También podemos decir que el hombre se “cosificó”, se “objetivó” o se convirtió en un “almacén de existencias”, dando paso a un ámbito donde sólo moran los titanes y las personas de espíritus fríos. Parece que fuéramos parte de un mundo del que se apoderó un pánico que dice mucho de la época que vivimos. Un terror a lo desconocido, lo diferente, la alteridad –al color de la piel, al ritmo de lenguas diversas, a la religión, a la cultura diferente–, acrecienta la angustia y la debilidad de la persona que sufre, que tiene miedo y está completamente desprotegida, vulnerable ante el ejercicio del poder Total.

También se observa que, la coacción tiene especial eficacia en los desplazados, los desempleados, los inmigrantes, las prostitutas, los homosexuales y, por supuesto, en las minorías étnico-lingüísticas. Esto nos devela que el miedo es el que domina y controla a esos hombres y mujeres; y se ubica en el pálpito de lo azarosa y violenta en que han convertido sus vidas. Se observa “que esos hombres y esas mujeres se precipitan en su miedo cual si fueran unos posesos y que subrayan con franqueza y sin rubor los síntomas de ese miedo”. Naturalmente, el pánico, el miedo y el dolor, se están convirtiendo en característico de la época que vivimos. Con relación al desarrollo de los instrumentos técnicos, “el pánico se hará más compacto todavía en aquellos sitios donde el automatismo aumenta y está aproximándose a formas perfectas, como ocurre en Norteamérica. En esos sitios es donde encuentra el pánico su mejor alimento; es difundido a través de redes que compiten en rapidez con el rayo”.

Pero existen personas que en medio del caos o la violencia que vivimos, se levantan por encima de las adversidades. Y se dan cuenta que “hay épocas de decadencia en las que se desvanece la forma de vida profunda que en cada uno de nosotros está dibujada de antemano. Cuando perdemos sus huellas, vacilamos y nos tambaleamos como a seres a quienes les falta el sentido del equilibrio. Entonces, pasamos de las oscuras alegrías a los oscuros dolores. Y la consciencia de una infinita perdida hace que el pasado y el porvenir se nos aparezcan llenos de atractivos, y mientras el instante huye para no volver más, nos balanceamos en épocas remotas o en fantásticas utopías”. Esa capacidad de percibir la forma de vida profunda en medio del caos y los instantes únicos de la vida cotidiana, los Dioses y las Musas lo donan sólo a sus elegidos.

Son los que perciben el sentido de las cosas y de la existencia en general. Entonces, su ofrenda se traduce en obra de arte, música, teatro, literatura, teología, poesía o filosofía. Gracias a ellos, la vida es agraciada con una nueva y desconocida luz. Y nos damos cuenta que la existencia que vivimos con un espíritu lleno de prejuicios o anclados en el tópico y el lugar común, se libera de las ataduras. Entonces, se torna piedra preciosa que brilla en medio del camino y a la que todo el mundo toma como un trozo de vidrio. Y se trata de una piedra preciosa, que tenemos que pulirla correctamente. Por eso hay que trabajar primero en el interior de todos y cada uno de nosotros.

Por estar inmersos en los ritmos de la vida cotidiana, no nos damos cuenta que las personas son inestimables tesoros que están siempre a nuestro lado, a lo largo del viaje de nuestra existencia. Cada una de ellas forma parte de la aristocracia natural de este mundo –como la solía llamar el hermano Othón, uno de los personajes de la novela Sobre los acantilados de mármol de Ernst Jünger -, y que cada una de ellas, no obstante, puede hacernos un gran bien. Concebía a los hombres como depositarios de algo maravilloso y a todos les dispensaba un trato principesco. Por eso todas las personas que se acercaban a él se abrían como plantas que despertaran de un sueño invernal, y no porque se hicieran mejores de lo que eran, sino porque se acercaban más a sí mismas”. En los ritmos de la vida cotidiana no nos damos cuenta, que la existencia es algo sencillo, profundo y sublime, porque cada instante nos abre la comunicación consigo mismo, con el otro o, con Dios. En cualquier instante se puede dar la Revelación divina o, abrir las puertas del “hecho estético”, que nos posibilite alcanzar lo bello y sublime, que mora en todos y cada uno de nosotros.

En este orden de la existencia, la vida no puede ser arrojada en manos del primer postor. Aunque una doctrina afirme: la vida con todos sus placeres y dolores no es nada. “La vida -dice Ludwig Wittgenstein-  no está ahí para eso.  Tiene que ser algo mucho más absoluto. Tiene que tender a lo absoluto. Y lo único absoluto es defender victoriosamente la vida luchando como un bravo soldado por ella hasta la muerte. Todo lo demás es vacilación, cobardía, comodidad, miseria. Por ello debemos vivir de tal modo que podamos morir bien. Y sólo lo alcanza quien logra conocerse a sí mismo, confesarse a sí mismo, lo que “es”. También sabemos que “conocerse a sí mismo es terrible porque a la vez se conoce la exigencia vital, y que uno no la satisface. Pero no hay un medio mejor de conocerse a sí mismo que mirar al perfecto. Por eso el perfecto tiene que desatar una tempestad de indignación en los seres humanos; si no quieren humillarse completamente. Creo que las palabras: “Bienaventurado quien no se escandaliza de mí” quieren decir: “Bienaventurado quien sostiene la mirada del perfecto”.

La tarea de la filosofía, en este estado de cosas, es tranquilizar el espíritu con respecto a preguntas carentes de significado. Quién no es propenso a tales preguntas no necesita la filosofía. Esto no es una opinión cualquiera, tampoco una convicción, sino una visión frente a las cosas y la vida en particular.

Con la rapidez y lo fugaz con que se presentan los fenómenos, no nos detenemos a pensar que el mundo todo, las plantas, los animales, los insectos, las olas del mar, el lamento de la lengua del río, las cosas, las estrellas del cielo y las hechuras humanas, nos hablan. Pero para entender el sentido de las cosas y el lenguaje que comunican, es preciso poseer un espíritu lúcido. Distinguir, por ejemplo, que detrás del relampaguear de los fenómenos, la fugacidad de las imágenes y el estuche de las apariencias, se oculta algo eterno. Eso que posibilita que, en medio del dolor y la miseria humana, renazca la vida en la “figura” del amor. Se trata de rasgar el velo que encierra el misterio del mundo materialista y hedonista del que somos parte, para vivificar el espíritu. Y así, arda su llama con más intensidad en el corazón de los hombres. De esto depende que nuestros pensamientos y nuestras acciones tomen un curso nuevo. Entonces, la mirada ha de cambiar, mirar las cosas de la vida cotidiana con serenidad, absoluta serenidad; y el mundo se revelará en fragmentos de eternidad.

En estados como esos, la Gramática de la vida y la Gramática de la lengua, se entrelazan en un nuevo y resplandor brillo, que permiten ver el sentido de las cosas con los ojos de la jovialidad. De ahí que, “la palabra es, a la vez, como una reina y una bruja”. Ella posee el Don de dignificar o destruir la existencia. Con el cetro de la palabra en la mano se pueden destruir reinos y demoler los cimientos de las culturas; por eso los dioses la donan sólo a sus elegidos. El mundo cultual, el estético, la filosofía, lo saben desde tiempos inmemoriales; que existen seres humanos dotados para desvelar la magia de las cosas animadas e inanimadas. El duro hierro de los días en este orden de la existencia es más soportable y llevadero. Aquí el dolor y el miedo, la angustia y la fragilidad del ser humano, pierden la agresividad que los caracteriza.

Ahora bien, ¿qué está en juego en el mundo actual? Comprender que detrás de las apariencias, la fugacidad de los fenómenos, se oculta un profundo orden que gobierna a la naturaleza y la vida. Por eso el ser humano siente la necesidad de imitar con su débil espíritu el milagro de la Creación. Y para éste acto único y divino, se vale de la imaginación, el lenguaje y las reflexiones del pensamiento. Se trata de tener la convicción de que el orden y la ley están detrás de lo que nosotros llamamos, caos y azar. El umbral de la filosofía y el cultual lo constatan diariamente: “cuanto más ascendemos, más nos acercamos al misterio que el polvo oculta”.

Sólo cuando escapamos de las fuerzas del temor o del dolor, que nos acongojan y desorientan, se desvela que detrás de las esferas del cálculo y la fuerza del poder, está la estructura fundamental, el Absoluto. Así su resplandor ahuyenta los engañosos fantasmas que tratan de apoderarse de nuestras vidas. Esto posibilita que permanezcamos serenos y confiados en nosotros mismos, aun cuando las potencias del sufrimiento, el dolor o la muerte, se expandan por nuestras tierras y el miedo enrarezca el aire y sea malo de raíz. Se trata “que nos pongamos a la altura de esta imagen terrible. Sobre esa cumbre todo se confundirá y se igualará”, entonces “la verdad brotará de la aparente injusticia”.

En un mundo donde el misterio de la vida o de la muerte, se profana en nombre de la Cultura de lo efímero, se convierte en terreno apropiado para las nuevas utopías de lo inmediato. Y resulta fascinante para las vidas nuestras, en cuanto son insignificantes y están destinadas al olvido. Un tiempo donde el “presente sólo se proyecte a través de la música, las matemáticas, la poesía y el pensamiento de un número reducido de personas”, resulta preocupante. En su conducto, el despilfarro de la energía vital, es consecuente con la primacía de las nuevas utopías de lo inmediato. Somos habitantes de ámbitos donde los universales históricos cambian para dar paso al consumo, el lujo, el materialismo, la técnica, las redes digitales, la imagen pictórica en movimiento, la estadística. Esta transformación en el orden de la existencia, se aleja cada vez más de la consciencia del estado transitorio e inestable del tiempo, la identidad personal, la coherencia del “Yo” concreto, la distinción entre el “Yo” y “Tu” por la que el animal hablante entró en la historia. Existe la sensación que nos compelen a liberarnos de la consciencia histórica, la memoria verbal, como si se tratara de un gran peso. Porque en el ámbito de la Cultura de lo efímero, las relaciones de sentido se sustituyen a marcha forzada por relaciones artificiales.

Así que, la “retirada de la palabra” de la que nos habló Steiner, tiene su correspondencia en los códigos no verbales como las matemáticas y los signos, que controlan y definen gran parte de la realidad. Hoy en día –dice Steiner– es cada vez más difícil “ser uno mismo”, encontrar un espacio diferenciado para el idioma, el estilo y la sensibilidad.

En esta alta civilización técnica y de masas se trata que la estructura de la Gramática del habla, conserve la frescura que es debida. Porque con la rapidez con que se imponen los instrumentos técnicos, se está produciendo “una drástica disminución y estandarización del vocabulario y la sintaxis, acompañados por un increíble aumento de las jergas, los estereotipos, las muletillas y los clichés. Semejante reducción de la gramática (de las particularidades y posibilidades estructurales de la frase) está en la base de la retórica publicitaria y del periodismo”. Cuan grato resulta observar que en algunos círculos el lenguaje conserva la frescura que le es propia. Es grato observar, que el hombre a quien el miedo arrastra con sus espejismos seductores se levanta de los escombros de lo actual, como el Ave de Minerva al anochecer. Y es sumamente grato, que los seres humanos establezcan conversaciones a la usanza de nuestros antepasados. En un acto tan excelso, pero humano, el lenguaje se convierte en el instrumento adecuado para dignificar la vida y la memoria histórica de los pueblos. Sí se tiraniza el lenguaje se violenta el sentido profundo de las cosas y de la existencia. Así que, la vida pierde su “dymon” –su personalidad, su divinidad.

Parece que, en este mundo de alta civilización técnica, hubiésemos caído en el hoyo profundo y oscuro de la insolencia de la fuerza –la económica, la política, del desarrollo de los procesos, la militar, la terrorista, la de los ritmos de lo cotidiano, etc. Y, nos entregáramos a la excitación nerviosa que nos hace soñar con las cosas del poder y de la fuerza, con las formas que van tomando en el tiempo dispuestas tanto al desastre como al triunfo, al combate de la vida. Y, nos olvidamos que detrás de las apariencias de las cosas animadas e inanimadas permanecen las huestes celestiales. Así las fuerzas del mal, el terror o el miedo, se difuminan en presencia de hombres de espíritus libres. Por eso el ser humano no debe perder el dominio de sí, ya que el miedo se apodera de él y le domina, zarandeándole en molinos como un ciego. Y la fuerza que se necesita para dominar el miedo y el dolor, sólo, absolutamente sólo, proviene de las fuentes del espíritu. De ahí que la serenidad ante el dolor y el pánico, cuya sombra siempre se cierne sobre la persona desprotegida y sola, tiene su contra partida en los espíritus libres y fuertes. 

Deseo resaltar que la técnica como instrumento de ejercicio de la voluntad de poder, ha ido reemplazando poco a poco las esferas del espíritu, los contenidos de las experiencias compartidas y el sentido de las lenguas naturales. Esta mutación toma forma y se materializa en provecho del Titán y las fraguas de Vulcano, de una parte; de otra, la arena de la historia y de la vida configuran un “tipo” determinado de hombre, como consecuencia de la universalización de la ciencia y los instrumentos técnicos –Plataformas Digitales, Internet, redes sociales, Inteligencia Artificial-. En contrapartida Jünger piensa que sí se dota a la técnica de su sentido de aletheia, de Revelación, se restaura la esencia del Ser y de la Existencia. Ese lugar donde reposan las fuerzas míticas de la ciencia y la técnica que se entrelazan con la niñez. Por tanto, conectarnos con las fuentes de lo elemental y lo mítico de la ciencia y la técnica, significa, que el “ojo vea las cosas como debieron estar cuando su nacimiento, en su origen, llenas de novedad y de misterio”-al decir de Benjamín.

Benjamín, Jünger y Nietzsche, tratan de destruir a martillazos los viejos valores, los conceptos generales, el valor neutral que la sociedad moderna da a la técnica. Piensan que la técnica y la ciencia están ligadas a unas relaciones imperceptibles de saber y poder, de prácticas y usos, que estructuran el funcionamiento de un “tipo” de sociedad: “la felicidad del medio ocre”. De ahí que el mundo moderno haya entregado poco a poco la libertad, la autonomía de la voluntad, las reflexiones del pensamiento, los contenidos del lenguaje natural, a cambio de “unas pocas monedas de lo actual”. En esta época percibimos que se “aclimatan las asperezas para vivir en el domesticamiento, el sopor y la molicie”.

Desde esta perspectiva Jünger cree que la técnica, es un medio para concentrar la enseñanza que el dolor marca en la voluntad. Ha de ser un valor “heroizante”, y su telos, hacerse “épico”. Esta visión de la técnica se antepone a la del Sistema de Producción Global, que la concibe desde el umbral económico y utilitarista; vista como un medio para suprimir o dominar la naturaleza y al ser humano. Jünger cree en la necesidad de remontar el nihilismo porque los viejos valores están colapsados, y los nuevos no responden a las esperanzas y necesidades humanas. Una tarea que se opone a toda metafísica, y a las elucubraciones teóricas sin peso real. Se trata, entonces, del hombre de carne y hueso, su destino sobre la Tierra.

Es loable la reflexión de Jünger y Benjamín en cuanto se oponen a la maleabilidad del valor técnico, como fuerza despersonalizada. Piensan que allí brota el germen de la mediocridad y del servilismo. Que la técnica se “asocia a un poder funcional enorme”, que llega a convertirse en “fuente de penurias, de sin sentido y de nihilismo planetario”. En un tipo de sociedad como ésta se prioriza el cálculo, la cifra, la estadística, la numerificación de la sociedad, sobre los valores del espíritu y la cultura. La conservación de la naturaleza, los ecosistemas, y el “aura” de la vida en general, se transforman en valor de cambio. Benjamín tiene razón cuando afirma que en la técnica y la ciencia todo lo que sobrepase suplir las necesidades humanas, el resto se empleará inexorablemente para la propaganda de la guerra. De ahí se deduce que el desarrollo de los procesos y la técnica están ligados a la industria armamentística. Esto confirma cuan poderosos son los “perros de la guerra” cuando se sueltan. Con la ciega voluntad de poder, las pérdidas humanas adquieren una terrible dimensión.

En este orden de ideas, el valor técnico en sí “cargado de sentido”, en una dirección antagónica a la naturaleza humana, levanta un malestar esencial sobre el Progreso y la Ilustración. El hombre moderno decadente y engreído al negar la dimensión de lo sagrado, convierte a la técnica en un arma propiamente infernal. La cultura de la técnica, en su defecto, deja tras de sí un montón de escombros: el hambre, las guerras, la violencia, los dolores, el sufrimiento, el miedo, el pánico, la desolación, las enfermedades, las pandemias, el odio, y un grupo de poderosos que la ponen al servicio de los “cuadros de mando”, que hacen parte del Gran Poder. Así que, los poderosos del mundo crean un desierto y lo llaman paz. Además, la ciudad, la Gran ciudad contemporánea se convierte en un frente de batalla. Se libran allí los combates más atroces cada instante, cada hora, cada día, entre el ser humano y los poderes impersonales que desean apropiarse de la vida de los hombres.

Esta trastocación desde un punto de vista filosófico, se orienta hacia una nueva determinación del valor. Ya que está ligada a la “metafísica de la voluntad de poder”; que se sitúa más allá del bien y del mal. En este orden la técnica y la ciencia son indiferentes a la moral, la ética o al ethos (al carácter, la forma de vida), de la sociedad. Son ellos los que imponen el valor moral, los principios y los usos que determinan a la sociedad. Por eso el desenvolvimiento de la técnica en la sociedad moderna produce no sólo un desvelamiento del espíritu de la técnica, sino también un cierto constreñimiento. La técnica limita el libre desenvolvimiento de la personalidad. ¿De qué se trata realmente en un “tipo” de análisis como éste? ¿Dónde se ponen al descubierto la pluralidad de variables que tejen y destejen el sentido oculto de la técnica y las diversas relaciones de fuerza? Que detrás de los espejismos, las fantasmagorías del bienestar social y el desarrollo, la técnica obedece a su propia lógica interna. Y en el caso que nos ocupa percibir sus repercusiones en la vida psíquica, biológica y espiritual del ser humano; y su incidencia en el Estado, la política, los organismos internacionales, las comunidades, la naturaleza, los hombres y sus obras. Así que, develar que el fin implícito que porta no es otro que el dominio de los seres humanos y de la naturaleza.

Desde el mito las religiones Antiguas narran que en el origen de las civilizaciones hubo una lucha entre dioses y titanes. Durante milenios los dioses mantuvieron a raya a los titanes. Sin embargo, nos acercamos al crepúsculo de los dioses y al regreso de los titanes. Ellos imponen el mundo abyecto e indiferente de lo elemental. “Lo elemental retorna como consecuencia del predominio de unos instrumentos técnicos de extremado poder”. Se trata de un clima adverso a la naturaleza humana. Pero darle el valor que le corresponde, aún en medio de la atmósfera destructiva, de sin sentido que vivimos, le atañe al hombre de carne y hueso. Que el ser humano sea “capaz de afrontar activamente las destrucciones”.

Entonces, ¿qué le interesa realmente al hombre del colectivo técnico y al mundo de ese colectivo? No es la búsqueda de los fragmentos de felicidad, los instantes de solidaridad ni el amor ni el respeto a la dignidad humana, sino la riqueza, el poder, el consumo, la producción, el status, el lujo, el bienestar social y la rentabilidad que reportan los instrumentos técnicos. De ahí que Jünger diga: “Lo importante no es que vivamos, sino la posibilidad de llevar en la tierra una vida de gran estilo según elevados criterios”.

Ahora bien, “la verdadera razón de ser de la técnica no es “acelerar el progreso”, sino intensificar su poder; la técnica constituye “el más poderoso y el menos contestable de la revolución total”. Entre más intensifique su poder, la técnica abarca espacios nuevos en la economía de la existencia y la realidad. Pero el órgano que más mal parado sale, es el lenguaje. Son tan poderosos los instrumentos técnicos, que poco a poco sustituyen el sentido del lenguaje natural, por el contenido del lenguaje del artificio. Esta trastocación diluye la esencia de la gramática. Como dijo Wittgenstein: “la esencia es la gramática”.

Para Ernst y su hermano George Friedrich Jünger, la idea de Progreso es una quimera y sería un error creer que la técnica se desarrolla indefinidamente. Piensan que la técnica ha de alcanzar un punto de perfección que es la expresión máxima de sus posibilidades, esto anuncia la aparición de una ciencia simplificada. Jünger en Eumeswil señala: “¿Es “técnica” la palabra adecuada? Mejor sería hablar de “metatécnica”. Pero no entendida como un perfeccionamiento de los medios, sino como una transformación en una cualidad diferente”. Dice que no hay evolución que pueda extraer de la existencia más de lo que encierra. Es decir, la economía de la existencia no puede dar más de las potencias que contiene. Esta transformación de la cualidad de la técnica tiene su mayor exponente en la Inteligencia Artificial, las Plataformas Digitales y en el ramaje de los lenguajes digitales.

Ernst Jünger no cree en el mito del progreso indefinido, tampoco que la técnica sea “neutra”. Es decir, esencialmente liberadora u opresora. De ahí que exalta su carácter mediador, revelador, porque quien recurre a la técnica no puede terminar siendo su esclavo, sino que ella debe contribuir a su nueva forma de vida, a la “adecuación” del nuevo estilo de vida que impone la técnica. Ella ha de contribuir a encontrar los medios y los modos de expresión y acción específicos. Mirar la técnica desde esta perspectiva, significa, concebirla “positivamente”. Y en ese proceso instauran una nueva concepción de la existencia, del mundo y de la realidad. Por eso el predomino de la técnica en el mundo actual no hay que tomarlo como algo aparente y fugaz en el sentido de la vida, ya que tocan los filamentos más profundos y finos de la existencia humana.

Ahora bien, ¿puede la técnica en esta alta civilización abstracta convertirse en instrumento de liberación, o en un medio para restaurar la unidad del “¿Yo” perdida, o la coherencia de la personalidad? ¿se constituye la técnica en el instrumento adecuado para alcanzar la dignidad de persona? ¿responde la técnica en esta alta civilización de lenguajes artificiales a la Gramática de la vida, o a las Gramáticas de la creación? Creo que para que se cumplan estas exigencias de alto estilo, la técnica ha de cambiar la “esencia” y la “función” que la constituye. Porque en los últimos espacios de tiempo cumplió una función abyecta, distante, cuando la cultura se conjugó con la barbarie. Se trata entonces de desvelar la ligazón entre la técnica y la nueva naturaleza del poder, y percibir las perdidas en la civilización moderna. Cuando esto suceda lo elemental recobrará su rostro natural, libre, lleno de novedad y de misterio, y como fuentes de aguas cristalinas bañaran las inmundicias de los seres humanos.

Ernst Jünger compara la técnica a un lenguaje que todos pueden hablar -dice Marcel Decombis-, pero cuyos intérpretes serán sólo quienes lo hayan aprehendido maternalmente. El hombre nuevo que nace como constructo de la técnica, necesita ipso facto un nuevo “decir”. Ese lenguaje no es otro que, el “logos” del artificio. La lengua de las matemáticas, el signo, el símbolo, se adecuan a un Atlas lingüístico léxico-gráfico que responde sólo a la imagen y a los lenguajes digitales. En un tipo de análisis como éste se trata de desvelar lo que oculta la ligazón entre el confort técnico y la nueva voluntad de poder. De hecho, esto confirma que la técnica no es “neutra”, sino que está al servicio de quienes conocen sus requerimientos y manejan los “centros de poder”. En otras palabras, los valores técnicos que portan en sí un extremado poder, no sólo no responden a las necesidades y esperanzas humanas, sino que están al servicio de los poderosos; por ser instrumentos de coacción, dominio y control.

No olvidemos que la técnica es capaz de segregar un “tipo” humano que la “domina” y, le da la “función” que le corresponde. “Segrega una inteligencia precisa, de buena calidad. Existe en todos los asuntos de la práctica un cierto número de seres humanos que forman la pequeña y bien diseñada ruedecita que da impulso y trabajo a la obra”. En esta época de alto desarrollo técnico y científico, existen personas adecuadas para que cumplan la función que les corresponde –abarcan el ámbito que va desde el confort técnico, la lengua de la Gran ciudad, la lengua de la civilización, la voluntad de poder hasta el mundo dineral y militar–. El técnico, el poderoso y las redes del capital internacional, saben, por ejemplo, que “acceder al nivel de impersonalidad activa” significa hacerlo a los “cuadros de mando”. Por eso el desarrollo de los procesos y la técnica están cargados de misterio y oscuridad. Esto se percibe en la industria armamentística, la automovilística o en las empresas farmacéuticas, por ejemplo.

Sí la civilización de la Gran ciudad habla el lenguaje de la técnica y el progreso; y el espíritu sólo puede retirarse a un rincón...como si esperara una nueva encarnación (en una nueva cultura), como dijo Wittgenstein; la civilización que vivimos es la del hombre tecnificado. Configúrese en la historia como campesino, obrero, jornalero, chofer, talabartero, tecnócrata, político, hombre de las finanzas, militar, empresario, sacerdote o pastor evangélico, etc. Que su mecanismo tenga su propia “lógica” responde “a un orden bien definido, uniforme y necesario” Preguntamos, ¿estamos los seres humanos capacitados para realizar nuestra voluntad a través de ellos y no dejarnos arrastrar por el sufrimiento, el dolor o el miedo que nos reportan? En todo caso se trata, que las sociedades de masas –ni pedagógica ni culturalmente estén preparadas para hacerle frente a las “elites tecnológicas” ni a los poderosos del mundo que ejercen el poder político, económico y militar.

La técnica impone un estilo de vida, un estilo planetario; el mundo global conectado en Red habla la lengua de la técnica y la ciencia. Se impone una imagen de la realidad, unos medios y modos de lenguaje. En el mundo global que habitamos, por ejemplo, el gasto, la plusvalía o el interés comercial, están determinados por los instrumentos técnicos. La economía en su aprehensión histórica o sociológica responde a la dinámica de la técnica. La lengua de la técnica comunica contenidos “abstractos” que conciernen a los de las relaciones artificiales. Ahora, ¿quién reina realmente en el mundo actual? ¿quién impone las reglas de juego a los sujetos internacionales? Por supuesto, el que posee la economía (capitalismo financiero internacional, el valor de los bienes en bolsa, las compañías o empresas transnacionales, etc.); y el desarrollo de los procesos –la dynamis de la ciencia y la técnica–. De ellos depende en gran parte la vida de millones y decenas de millones de seres humanos. La producción, recolección y venta del 75 % de los productos agrícolas mundiales, por ejemplo, lo dominan tres empresas transnacionales; lo mismo sucede con las empresas farmacéuticas o de comunicación global, etc.

En este orden, se trata que toda macro estructura funcional, tenga un “cuadro de mando” –diluido, imperceptible y eficaz en las relaciones de fuerza–, que determinan la vida sobre la Tierra. Pero, lo más sorprendente es que cada punto y cada cuerda de la “Red del cuadro de mando” que se pone en movimiento, repercute en la Red total. Por paradójico y extraño que parezca, la nueva voluntad de poder y el confort técnico responden sólo, absolutamente sólo, a los requerimientos de los “cuadros de mando”.

Deseo resaltar que en el mundo que habitamos la ciencia y la técnica tratan de suprimir toda “cualidad”; toda búsqueda de excelencia humana. A la ligazón entre los instrumentos técnicos y la voluntad de poder no le interesa la “cualidad”, sino la eficacia y la eficiencia. Sabemos que la “cualidad” tiene que ver con el mundo subjetivo, el ámbito del lenguaje, la sensibilidad, los valores éticos y morales y, los movimientos del pensamiento. Este “tipo” de hombre se abre suelto y ligero de equipaje ante nuestros ojos, desprovisto de envidia y lujuria va al encuentro de las creaciones y los contenidos del espíritu. Son los que se enfrentan con ese “tipo” de ralea, mezquina de corazón y corta de razón; con ese “tipo” de hombre que mancilla la luz del espíritu con la sangre y el dolor del inocente. Por eso los contenidos del espíritu no afluye a ellos.

Este “tipo” de hombre suelto y ligero de equipaje, se levanta como el Cóndor de pico de estrella y alas de fuego, sobre los negros nubarrones cargados de lluvia y fuego de la sinrazón y la maldad; y cómo valientes guerreros trazan en el combate las fronteras de la libertad. De ahí que luchan tenazmente contra esa ralea, que trata de convertir las tierras habitadas en campos de sin sentidos y legiones de demonios; luchan por restaurar la dignidad humana con el “cetro” de la palabra en la mano y el pensamiento. ¿Para qué? Para que su poder se extienda como los prados en flor y su aroma embriague los corazones, y se instaure un reino mucho más hermoso que todos los imperios conquistados a punta de espada y armas de fuego.

Entonces, ¿de qué adolece la época actual? Que, frente al desafío de los instrumentos técnicos, la imagen gráfica en movimiento y los lenguajes digitales, tenemos que situarnos del lado de los hombres y lo que representa la vida para el ser humano. Porque el hombre de carne y hueso con sus sueños y pesadillas, esperanzas y quebrantos, es el único que puede hacerle frente al mundo de los titanes y del colectivo técnico. Se trata entonces de reorientar el valor de los lenguajes digitales y la imagen en beneficio del ser humano. Que el hombre no se convierta en esclavo, siervo, de la técnica y sus espejismos, sino que se restaure desde las esferas del espíritu, el verdadero sentido de humanidad. Jünger exalta el tiempo del rebelde donde propone a los hombres no aliarse con los titanes, sino apelar a ellos en beneficio de los hombres, como una vía para el advenimiento de los dioses, únicos capaces de encadenar nuevamente a los titanes.

La labor de los poetas se torna indispensable en una civilización que habla el lenguaje de las máquinas, velocidad y de las imágenes. Ya que el fin que se proponen desde los “cuadros de mando”, es convertir al ser humano en objeto y uniformizar su energía vital. En sus hallazgos hay “manantiales de agua y vida y la tierra se torna humanamente habitable”. En un mundo árido del espíritu de la palabra y de imaginación creadora de “forma”, la poesía otorga fuerza a las acciones humanas. Y “el mundo de la técnica podrá revitalizarse, si accede al reino de las Musas; la enorme superioridad de este reino del arte y de la veneración podrá proporcionar al mundo de la Técnica el milagro del Ser, y entonces que sorpresas nos estén deparadas”.

Sí el hombre se desliga de su obra –nos recuerda Jünger– que se ha convertido en autómata, y de la que cada vez es más difícil poder desasirse y suplirla; no queda más remedio que recurrir al reino de la poesía, del arte, la teología o, de la filosofía, para restaurar la unidad del “Yo” perdida y la “magia” de la materia animada e inanimada. Esto es, restaurar el universo del habla, la memoria verbal y el pensamiento.

Si la “fatalidad azarosa”, ciega, de la técnica y la voluntad de poder que gobiernan la vida y las potencias de la muerte, primarán sobre lo fundamental, el hombre se convertiría en apéndice de la técnica. Sí la fortaleza cae su caída será más devastadora que la que se produjo en la Segunda Guerra Mundial, cuando la poesía, el arte, la filosofía y los más altos ideales de la cultura occidental, se hermanaron con la barbarie. Y, la muerte en sacrificio de seis millones de judíos y otras minorías étnicas, permanecen en la memoria de la humanidad. No podemos olvidar que el pensamiento técnico, analítico y racionalista, no sólo es un pensamiento reduccionista, sino también que está cargado de crueldad y de maldad. En una época como la nuestra es grato recordar, que “la palabra es, a la vez, como una reina y como una bruja”. Nos sirve como antorcha para bajar a las profundidades más atroces donde reina la tiranía, el dolor o la muerte, y ver estupefactos y anonadados como unos hombres malvados se asocian criminalmente con la técnica; y, de otra, nos levanta del polvo de la tierra y nos ayuda alcanzar las alturas, los reinos donde moran los Dioses y las Musas. El hombre entonces siente en lo más profundo del corazón y del alma, la necesidad apremiante de “imitar con su débil espíritu el milagro de la Creación”.

 

                                        

 

 

 

 

viernes, 22 de noviembre de 2024

 

                              Los Instrumentos Técnicos y La Economía Bélica


Antonio Mercado Flórez. Filosofo y Pensador. 


En esta alta civilización abstracta donde vivimos, los instrumentos técnicos metamorfosean los contenidos del lenguaje natural. Posibilitan un decir nuevo, un “logos” que cumple un papel decisivo en las relaciones humanas. La concatenación que se establece entre las masas de la Gran ciudad y, los instrumentos técnicos transforman el mundo perceptivo, los contenidos de la existencia, del mundo y la realidad. Esa incidencia en la vida de las personas se constituye en irradiaciones tan sutiles e imponderables, que determinan el ámbito de la existencia humana. Es ahí, más no en las doctrinas ideológicas o los grandes dogmas, donde hay que buscar el auténtico factor moral de nuestro tiempo. Esta trastocación espacio-temporal, de la cualidad del ser y el existir, transforma la relación entre Palabra y Mundo.

El mundo se presenta oscuro y distante desde la prolongación que hacen los seres humanos de sus vidas en los instrumentos técnicos, o tal vez los paraliza para efectuar otras tareas, que tienen que ver con otros ámbitos de la existencia. Por ejemplo, tareas contemplativas o de simpatía psicológica con otros hombres. En ese sentido los instrumentos técnicos perfilan lenguajes que nada tienen que ver con el mundo de nuestros mayores. También los instrumentos técnicos cumplen tareas de dominio y control en el hombre actual.

No podemos desconocer que el espíritu lingüístico del hombre se concatena con el Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo. En nuestra época se representa así mismo en las diversas figuras del mundo técnico. Se constituyen en la expresión material de los contenidos y las formas del Espíritu de la Época. En cualquier caso, los medios y los modos que posibilita el lenguaje, están inferidos por los instrumentos técnicos. Esto representa para la Cultura de Occidente un punto de inflexión, de trastocación de los valores heredados. Así que, estamos a las puertas de una nueva ética, una nueva estética, unas referencias imaginativas y umbrales que darán cuenta de nuestro legado histórico. Por eso el mundo y la realidad que se configura en el horizonte inmediato, nada tiene que ver con el pasado de nuestra memoria verbal. Esto resulta desconcertante para el diminuto y frágil ser humano. “Cabe ir observando cómo la creciente transmutación de la vida en energía y la progresiva volatilización del contenido de todos los vínculos”1 en beneficio de la técnica, ponen en entredicho la herencia de la cultura occidental moderna. 

Esta disolución de los vínculos naturales y de las relaciones de sentido, inciden directamente en los contenidos de la experiencia y la memoria etno-lingüística del hombre contemporáneo. Una trastocación que no sólo es un fenómeno occidental, sino también del mundo en general. Toca de una u otra forma al crisol de culturas y civilizaciones actuales. Somos parte, entonces, de una época, donde no sólo se diluye el sentido de pertenencia, sino también los elementos materiales y espirituales que heredamos de la cultura judeocristiana y grecolatina. Ahora, cabe observar que la creciente transformación de la vida en energía o en relaciones artificiales, repercute en la mutación del lenguaje natural en lenguaje artificial. En pocos espacios de tiempo pudimos observar el tránsito de la sintaxis natural, a unas formas léxico-gramaticales nuevas. Por consiguiente, la energía potencial del ser humano que una vez estuvo ligada a la naturaleza del hombre, hoy día responde a los requerimientos de la Cultura de lo efímero.

Por tanto, el vaciamiento y la manipulación de la energía potencial, es uno de los principios fundamentales de la Cultura de lo efímero y de los “centros de mando” dispersos en las redes globales. Los mass-media, por ejemplo, se valen del mercado, la publicidad y el consumo, como improntas del confort técnico y la nueva naturaleza del poder, para dominar a los seres humanos. De ahí esas irradiaciones tan sutiles e imperceptibles que llegan hasta el tuétano más íntimo, el nervio vital más fino. Hacen del hombre de hoy, en consecuencia, un ser atravesado, circundado y trascendido, por fuerzas que golpean con la virulencia de la ola al romper. Se trata de develar que el desarrollo de los procesos, la técnica y la nueva voluntad de poder, configuran el mundo actual. “Un acto mediante el cual una única maniobra ejecutada en el cuadro de distribución de la energía conecta la red de la corriente de la vida moderna –una red dotada de amplias ramificaciones y de múltiples venas–“a una gran corriente de la energía bélica.2

Este devenir de la gran corriente de la energía bélica arrastra tras de sí, la revolución en las comunicaciones. En el caso que nos concierne, la red de la corriente de la vida moderna y los instrumentos técnicos de comunicación simultánea, las redes sociales y la Inteligencia Artificial, se concatenan a la gran corriente de la energía bélica. No existe un intersticio del espacio voluminoso de la cultura y la civilización de Occidente, que no tenga que ver con la economía bélica. De ahí que, en la historia de la civilización occidental moderna, los inventos técnicos se configuran como instrumentos para la guerra. La economía bélica se convierte en Occidente, en el umbral del desarrollo técnico y científico.

Ahora bien, la primacía de los instrumentos técnicos, la esfera dineral y el ejercicio del poder en la vida de las personas, configura un mapa nuevo para la cultura y la civilización de Occidente. Las relaciones que se tejen y destejen, la atmósfera que se respira son distantes y abyectas; pero en el fondo responden al espíritu lingüístico. No el de los requerimientos de las relaciones de sentido, sino de las relaciones artificiales. El mundo que vivimos, en consecuencia, nos aboca de una u otra forma, al reduccionismo técnico, a la cifra, o a la imagen gráfica en movimiento. Se trata de mantener el Control del cuadro de mando y la Distribución de la energía, suministrada en forma de imagen gráfica en movimiento, redes sociales, Inteligencia Artificial, relaciones de los sujetos internacionales, flujos de capitales y de finanzas internacionales, o la vida convertida en objeto, etc. Pero no debemos olvidar que el ámbito donde se planifica y se ejecuta la gran corriente de la energía bélica y la economía de la existencia, no es otro que, el ámbito del lenguaje y las reflexiones del pensamiento.

Así que, una sola incidencia en el Cuadro de distribución de la energía repercute en la red de la vida moderna y, por ende, en los contenidos espirituales que comunica el lenguaje. Si el mundo contemporáneo se configuró en el vestido de los lenguajes digitales y la imagen gráfica en movimiento, entonces, la economía de la existencia y la consciencia de la muerte, las necesidades y esperanzas humanas, responden sólo, a los requerimientos de la Cultura de lo efímero. Ahí está su campo, ahí su acción, a la uniformización de la sociedad le corresponde la homogenización del lenguaje: jergas, clichés, modismos, etc.; en cuanto son la forma superficial del espíritu lingüístico del hombre. Esto supone para la cultura occidental un quebrantamiento de la cualidad del ser y el existir. Una ruptura ontológica y epistemológica del espacio voluminoso de la cultura y la civilización occidental reciente.

Ahora, ¿dónde se encuentra el presupuesto de toda tecnología? En las catacumbas, las criptas, las profundidades de lo misterioso y lo profano, donde la indiferencia es lo característico. Como en las antiguas mitologías resulta tan grotesca y atractiva; las tecnologías reemplazan al mito en la modernidad. O, mejor dicho, la técnica es el nuevo rostro que ha encarnado el mito en la contemporaneidad. El mito del siglo XX y del XXI, se representará en el espejo de la tecnología. Entre ellos existe un juego de ecos y trasformaciones profundas, que la sensibilidad del hombre común es incapaz de percibir. Ellos movilizan ingentes batallones en un frenesí de irradiaciones tal sutiles e imperceptibles, que arrastran a miles de seres humanos al derramamiento de sangre, o a la muerte. Por la maquinaria de la gran corriente de energía y los lenguajes bélicos, la vida del ser humano se percibe como algo diminuto y frágil ante los despliegues de las grandes construcciones arquitectónicas, las máquinas, los cohetes, los aviones no tripulados, los satélites y el automatismo. Podemos observar, por ejemplo, cómo el confort técnico se concatena a la fatalidad en las grandes autopistas de la Gran ciudad, o en las carreteras comarcales y se presenta como accidente de tráfico. Esto verifica cómo las ilusiones técnicas cuando pierden el punto de seguridad que trasmiten, se convierten en algo trágico y mórbido para el hombre.

Somos parte de un mundo donde todo está dispuesto y presupuesto para que el campo magnético de la energía bélica, el ejercicio del poder y el mundo dineral, den cuenta de la vida humana. El problema de la existencia en el siglo XXI ha de pasar necesariamente por el filtro del lenguaje. No como un problema derivado, sino como el origen de los problemas del mundo. Se configure en la lengua de la tecnología, de la arquitectura, de la economía, de la ciencia, de la política, de la medicina, de la biotecnología, cibernética, etc.; el lenguaje se convierte en problema filosófico, histórico y antropológico. Es decir, en problema epistémico y ontológico. Por lo que toca a lo político, sí en los Estados Modernos no se platea el problema de los conflictos internacionales desde el lenguaje, desde las diversas formas del lenguaje, la comunicación y el diálogo darán paso en el decurso del devenir histórico actual –a una gran corriente de energía bélica donde el ser humano (por perder la vivacidad del pensamiento y los contenidos espirituales del lenguaje)–, a una disminución de humanidad.

Ahora bien, comprender los instrumentos técnicos para la guerra en su cultura, o desde el umbral del lenguaje, significa, contemplar las ametralladoras, las máquinas, los ventiladores, los aviones, los cohetes, los aviones no pilotados -drones-, las bombas, los satélites, las municiones, los diversos lenguajes digitales, la imagen gráfica en movimiento, como herramientas de “los cíclopes expertos en trabajar el hierro” y, a los que, “les falta el ojo interior”. Enfrentarse con ellos en las profundidades o en las alturas, es enfrentarse al “Zeitgeist”, el Espíritu del Tiempo, y verlo como un ídolo. Significa observarlo “desprovisto de la móvil aureola de los refinamientos técnicos”, y darse cuenta del poder que encierran en sí. Trátese en las culturas precolombinas del Sol, o en la Modernidad, de la inteligencia o la técnica, ambos se relacionan con la sangre y el poder de la muerte.

Por lo que les concierne a los elementos, con la instauración del titanismo y el mundo del Titán, los hombres se encuentran en el último grado de la abundancia -en los elementos y con los elementos-, esto en pocos espacios de tiempo, se convirtió en una tragedia fundamental. Nuestros antepasados cortaron “las primeras flores de la descomposición”. Así que, el desequilibrio de los ecosistemas, las catástrofes de los elementos, la guerra, la violencia, o la descomposición de las sociedades, son sólo un débil reflejo del Espíritu. Cuando la economía, la industria, la técnica, la moral, la política, la cultura, “se alejan de los elementos, y se sitúan por encima de ellos, se nutren más o menos de su sustancia”. En las guerras contemporáneas y el huso de los lenguajes artificiales, se llegó a un refinamiento tal del miedo, del dolor o la muerte, de proporciones jamás imaginadas. Entonces, ¿cuál es el legado del titanismo en la Época Moderna? Por supuesto, destruir el interior del ser humano e imponer sus relaciones de fuerza. F. G. Jünger y su hermano Ernst proponen que hay que retornar a los elementos, para llenar de sabia espiritual, el hálito de la Vida y la magia de la Naturaleza. Es loable anotar que el hombre se desvía hacia lo mecánico o lo demoniaco, y en la guerra o la violencia, es cuando más se pronuncian sus rasgos. Pero en su devenir se da una inversión dialéctica, regresa a las normas formando así un nuevo equilibrio. Observamos, entonces, que en el sufrimiento y el dolor el hombre genera fuerzas superiores, curativas.

En este orden de ideas, la civilización actual posee una ligazón más íntima con el Progreso que con la Cultura. Ésta se configura en mass-media donde la imagen gráfica en movimiento, o los lenguajes digitales, determinan el orden de la existencia. La técnica es capaz de hablar el lenguaje de las grandes urbes y apropiarse de los modos y los medios de decir; lo que para la cultura resulta una acción difícil y antagónica a la naturaleza que la constituye. De ahí que cuando la política trata de controlarla o manipularla –en las democracias parlamentarias, los regímenes autoritarios o totalitarios–, su actitud es repugnante y grotesca para la conciencia individual. No podemos olvidar que la cultura se levanta sobre las inmundicias, los escombros que la civilización deja tras de sí, como el Ave de Minerva hace con sus cenizas al anochecer. Dice Jünger en el texto, Sobre el dolor: “La civilización tiene con el progreso una ligazón más íntima que la que pose con la Kultur y que aquélla es capaz de hablar en grandes urbes su lenguaje natural y sabe manejar medios y conceptos a los que la cultura se enfrenta… La cultura no es algo que pueda ser aprovechado propagandísticamente, e incluso una actitud que quiera utilizarla en ese sentido es una actitud que se ha enajenado de ella”.3

Es de suma importancia anotar que el predominio de la técnica, del canon científico y el mercado, el consumo y el dinero, contribuyen con la primacía de lo abstracto en la vida de las personas. El carácter abstracto de la existencia individual y la crueldad en las relaciones humanas, son sólo dos de sus figuras más siniestras. Esto no es indiferente al desarrollo armamentístico ni a la economía bélica. Esta mutación en el orden de la existencia individual, trajo consecuencias desastrosas en la vida psíquica y espiritual de la civilización moderna. Disyunción que se concibe en la consciencia occidental contemporánea, como trágica y anómala a la naturaleza humana. Para el que participa en la guerra, nada vuelve a ser lo mismo. Entonces, ¿cómo es el hombre en la ciudad de la era fáustica? Ernst Jünger responde: “Un hombre despierto, activo, desconfiado, sin relación con las musas; será un denigrador nato de todos los tipos superiores y de todas las ideas superiores”.4 En la Gran ciudad contemporánea se verifica que, entre más abstractas son las relaciones humanas, más esconden la crueldad que las caracteriza. En el campo de batalla la vida se desnuda y se ofrece al otro lado de ella, cruel, violenta, sin esperanza, desdichada, sin pudor espiritual e insensible. En eso consiste también, después de todo, cuán solo y desgraciado es el hombre actual.

Podemos observar en esta alta civilización técnica y de masas, sin distinción de raza, religión, lengua, costumbres, ideológica o política, cómo aumenta la índole abstracta de la existencia individual. La Gran ciudad moderna se convirtió en el ámbito donde las personas toman rótulos jurídicos, económicos, políticos, que las define como tal. Pero es en el tejido de la Cultura de lo efímero, el umbral donde cada instante se tejen y se destejen relaciones abstractas, sin contenido de sentido. Y como consecuencia del desierto que crece en el pálpito de la Gran ciudad, toma rostro de nuevo “la peste, el dominio universal de la decadencia y del nihilismo, mediante la planetarización de la técnica”.5

El Gran sátiro ya está aquí entre nosotros y se ríe a carcajadas del mundo moderno, del orden económico internacional, del grupo de países desarrollados, de la arquitectura de la ciudad sin alma, del demagogo y del farsante político, de la distancia psicológica o, de los despropósitos humanos; porque sabe que no responden a los requerimientos morales e históricos del ser humano. Son muchos los sitios donde se percibe la figura del Gran satírico de nuestro tiempo. En los medios de comunicación de masas, los lenguajes digitales, las redes sociales, lo vemos tomando la forma de los poderosos al descubierto, con sus inmundicias y sus virtudes. O, también en la figura del hombre solo y desgarrado, con sus sueños y desdichas a cuesta. El satírico de nuestro tiempo nos grita en medio de carcajadas y alaridos en las calles y las plazas, que nos hemos desprendido de la máscara que por mucho tiempo portaron las grandes potencias mundiales, la iglesia, los partidos políticos, los sindicatos, los grupos de presión; y, ahora, con un rostro nuevo porta el terrorismo islámico e ideológico. Y en medio de estos hombres primitivos que se han aliado criminalmente con la técnica, nos recuerda que él representa un fetichismo medio grotesco, medio bárbaro de los instrumentos técnicos, un ingenuo culto a la muerte. “Y eso está ocurriendo –dice Ernst Jünger – precisamente en lugares, en que la gente no posee una relación directa y productiva con las energías dinámicas”. No olvidemos que “las palabras transportan la fuerza monstruosa del nihilismo”. Y, sólo, absolutamente sólo, en los lugares donde reina el espíritu, éstas se desvanecen.

Así pues, ¿dónde se está originando la fisura? ¿en qué ámbitos se está dando la ruptura? En los lugares escabrosos y abyectos de la superficie de las civilizaciones actuales. Donde se configura la idea de los procesos y la técnica. En los ideales, las tradiciones, los usos, los valores, que han sido cubiertos con el vestido de lo luminoso de la técnica, la ciencia, el mundo dineral, o la majestuosidad del poder. Con relación a la guerra, Jünger nos recuerda que “era de aguardar que en la edad de la técnica sufriesen los medios y los métodos de la conducción de la guerra unas modificaciones más rápidas y radicales que todas las observadas con anterioridad en las mudanzas de los encuentros hostiles habidos entre seres humanos”.6 En el transcurso del siglo XX, los instrumentos técnicos sufren una revolución profunda y radical, en los medios tecnológicos de la comunicación humana. Todos ellos en principio, son desarrollados como instrumentos de comunicación para la guerra. De ahí que, en esta alta civilización de las comunicaciones digitales y la imagen gráfica en movimiento, los métodos y los modos de la conducción de la guerra se supeditan a los medios tecnológicos de las comunicaciones guerreriles. Son muchos los ejemplos en el campo de batalla y fuera de él, donde los instrumentos técnicos influyen en la confrontación bélica. Se convierten en el medio fundamental para la guerra o para la paz.

Después de la Segunda Guerra Mundial, los medios y los métodos que condicionan la guerra, están basados fundamentalmente en los instrumentos técnicos de las comunicaciones humanas. Son los que condicionan las estrategias, los avances y las defensas de los combatientes. El escenario de las guerras del golfo en Irak, los Balcanes, Afganistán, Medio Oriente, o Colombia, lo constatan. Son los instrumentos técnicos los que dan cuenta de la importancia de las comunicaciones digitales en las guerras de fines del siglo XX y principios del XXI.

Si la guerra se convirtió en una empresa técnica, el uniforme de esa empresa son los mass-media: Internet, la imagen pictórica en movimiento, o todo el cúmulo de lenguajes digitales. Esta transformación técnica de la guerra, no es indiferente a la movilización total de la sociedad, o a la manipulación de las convicciones de los agentes civiles y militares que participan en ella. Pienso por la primacía de los medios y la logística técnica de la guerra, las fronteras entre lo militar y lo civil, entre combatiente y no combatiente, civil y militar; líneas que en el escenario de la guerra clásica permiten que cada uno ocupe el lugar que le corresponde; en la guerra como empresa técnica, en cambio, las líneas se diluyen. Ya no hay guerra o paz, sino combate global permanente, que sin distinciones moviliza a todos los hombres. Este proceso de movilización que surge de las entrañas mismas de la técnica, sobrepasa toda ideología. Es espiritual e ideológica. Se ha generado una disposición (Bereitschafe) a la movilización total, ¡que incumbe incluso a los pacifistas ¡

Ernst Jünger cree que “la vertiente técnica de la movilización total, no constituye su aspecto decisivo. El principio como presupuesto de toda técnica, es difícilmente detectable: lo definiremos como disponibilidad a ser movilizado”. De lo que si estamos seguros es, que de la relación de los combatientes con el progreso se desprende una atmósfera embriagadora que juega un papel decisivo en los asuntos humanos. Porque efectivamente es ahí donde hay que buscar también el auténtico factor moral de este tiempo. Un factor que trasciende las fronteras del Espíritu de la Época y sus juicios. Porque emana permanentemente más allá de los límites de las circunstancias accidentales; proviene de las fuentes de lo elemental, del núcleo substancial. De ahí que la estructura del progreso, el desarrollo económico, la Ilustración, o la dynamis de las ciencias, no son capaces de dar cuenta de las fuerzas elementales; las que impulsan a una voluntad orgánica, una nación, a hundirse más y más en las profundidades de la fragua de Vulcano y bañarse con el fuego abrasador de las máquinas y las armas que provienen del vientre de la técnica; y, extasiarse con el resplandor que abarca los contornos del mundo. En este ámbito Ares le gana la partida a las Musas.

En ninguno de los sitios donde el hombre se tope con esas condiciones especiales; en ninguno de ellos cabe la explicación reduccionista de la economía dineral, del materialismo histórico, del liberalismo político, del historicismo, del estructuralismo, del funcionalismo, o del vitalismo, por más esclarecedoras que sean para comprender el estrato elemental. En ese lugar enigmático de la existencia individual, se mezclan las pasiones más salvajes y las pulsiones más excelsas, para que presto el ser humano acuda al llamado de la guerra. Estas acciones rozan la superficie del proceso; enfrentados a un fenómeno de esta naturaleza sólo, absolutamente sólo, cabe dirigir la mirada a un fenómeno cultual.

Desde que el ser humano tomó al Progreso por la gran iglesia popular del siglo XIX y XX, se configura en los estratos más elementales que lo determina: “la llamada eficaz”. Una llamada que posibilita la parte de fe de la movilización total de las masas y de los ejércitos, que participan en la guerra. Son presa de un frenesí violento, que no puede sustraerse a su fuerza en cuanto se apela a las convicciones más profundas. Estas ponen la máscara que les facilita el ejercicio del poder y la técnica; y preñadas de unas irradiaciones tan sutiles e incomprensibles, arrastran a millones de seres humanos al dolor, el sufrimiento y la muerte. Enfrentados a un fenómeno de esta naturaleza sólo cabe dirigir la mirada a un fenómeno cultual: “de exceso, aventura en las profundidades de la existencia y pasión mística en la barbarie y la muerte”.

Esta trastocación histórica y del orden de la existencia individual, influyen en la confrontación bélica. Porque en un estado de excitación violenta el hombre pierde los contenidos de la experiencia, la capacidad de asombro, la sensibilidad y la razón, ante los avatares de la vida. Ya que en medio de la confrontación se volatizan los contornos, y todo lo que tenemos a nuestro alrededor se vuelve denso y embriagante. El estado de embriaguez y de excitación nerviosa al que llega el ser humano, es tan profundo, que no le importa dar la vida en sacrificio. Esa experiencia se relaciona con el azar y las fuerzas del destino, de hecho, se presenta a la consciencia común, excitante y embriagadora. Preñadas como están de energías dinámicas se agarran de lo que encuentran a su paso por la necesidad de vivir; y, son capaces de matar a otro semejante por no alejarse de esas irradiaciones tan sutiles e embriagantes.

Esta llamada al campo de batalla donde se entrecruza el mundo físico y psíquico del ser humano, trasciende la investigación de los procesos. Está ocurriendo, precisamente, que la gente no posee una relación directa y productiva con las energías dinámicas. Esto los aleja de los más altos ideales de humanidad. Y el punto de inflexión que ocasionó en el Espíritu de la Época, del mismo modo trajo aparejado no sólo el advenimiento de las masas y la Cultura de lo efímero, sino también una disminución del sentido de humanidad. La cultura de la urbe moderna, de otra parte, donde las masas se asientan y el público se configura, se convierte en factor decisivo para la política. Esos fogonazos son los que confirman que somos parte de la globalización de las comunicaciones simultáneas e inmediatas, y de la Cultura del espectáculo. Que en consecuencia desgarran la unidad del “yo” concreto y la memoria histórica de los pueblos.

La primacía de las masas en la Gran ciudad genera, de hecho, otro tipo de cultura; la que exalta el presente–ahora, lo fugaz y momentáneo. Un tipo de cultura que estructura el periodismo, la radio, la política, la economía dineral, la ciencia, la técnica, las redes sociales, la publicidad, el lujo y el consumo de masas. Como consecuencia de este proceso, las relaciones abstractas entre los seres humanos, están reemplazando a las relaciones preñadas de sentido. Y cuando esto acontece, el vaciamiento de las relaciones artificiales permite que broten las semillas de la indiferencia, la indolencia, el sufrimiento, la soledad, el miedo, o la insolidaridad en los asuntos humanos. Y efectivamente posibilitan que se estructure un tipo de sociedad, que obedece sólo a la nueva voluntad de poder. Esa que subrepticiamente entreteje el mundo dineral con el técnico. En realidad, habitamos lugares donde se alojan millones de seres humanos, que sólo tienen en común las relaciones dinerales, jurídicas, comerciales o de consumo; también la indiferencia psíquica y espiritual con el Otro. 

En una atmósfera como ésta el aprecio de las masas por lo público, se convierte en factor decisivo para la política de masas. El carácter abstracto de las sociedades modernas no es indiferente a la conversión del ser humano en objeto, o a la transformación de su vida en zona de emplazamiento. La Gran ciudad se vale de las máquinas, los instrumentos técnicos de la comunicación rápida y simultánea, de la publicidad, para imponer la impronta que necesita la nueva voluntad de poder. De ahí, el espíritu de lo actual abarque poco a poco los espacios de la Gran ciudad; el ámbito que habla el lenguaje de la civilización actual. Por la primacía del confort técnico y del mundo dineral en la Gran ciudad, observamos que se ofrece un producto de la canasta familiar como hace el marketing con un texto de creación poética, o una obra de arte. Además, en estos últimos espacios de tiempo, las leyes del mercado y el marketing determinan el orden de la existencia en general. Ese tránsito de la política “clásica” a la del marketing, por ejemplo, sitúa el fin de la política más allá de las verdaderas necesidades humanas. Así, en momentos contradictorios de los avatares humanos, la política se alía criminalmente con los instrumentos técnicos para la guerra.

Por eso cuando la política ubica su praxis fuera de las esferas de las verdaderas necesidades humanas, insofacto, falsifica el fin que le corresponde. Se devela, entonces, que el sentido de la política no está en los cambios circunstanciales ni en los accidentes espacio-temporales, sino en la estructura profunda de las verdaderas necesidades psicológicas y morales del ser humano. En este orden de ideas, los que se embriagan con las ilusiones ópticas y auditivas de las sociedades contemporáneas, no perciben el sentido de la animalidad política de los Estados Modernos. Como tampoco el lugar donde mora lo justo, lo bueno y lo bello, de la política.

De lo que se trata realmente, es de analizar el orden de los principios que configuran la época moderna. Porque “al quitarle al núcleo su cáscara lo que se pretende es liberar esa visión”. Frente a eso se tornan secundarias las múltiples figuras que toma el Zeitgeist, Espíritu del Tiempo y sus juicios; se trata realmente de romper el hueso para extraer el tuétano que vivifica a la época. Como diría Walter Benjamín, percibir la época en la cultura que le es propia. Pero la conciencia común no está formada para esos menesteres; y necesita de las personas formadas para pensar, del artista, el poeta, el teólogo, el filósofo, etc., para desvelar el contenido mágico e histórico, que contiene el mundo y la realidad.

Es de suma importancia recordar que a partir de 1914 los medios técnicos marcan el toque de corneta de la guerra. Se observa el cambio de rumbo que la técnica armamentística estaba imponiendo a la Historia, que influyen en la confrontación bélica. Pero creo recordar que los medios técnicos son un decorado creado por los hombres, y a quien le toca desgarrarlos para que develen el rostro siniestro o divino que escoden, es al propio hombre. De ahí que se ubiquen en un plano inferior frente a las atrocidades humanas. Benjamín los sitúa en el ámbito del lenguaje. Y elocuentemente nos recuerda. “Entonces se pudo constatar que las gentes volvían mudas del campo de batalla. No enriquecidas, sino más pobres en cuanto experiencias comunicables”.7 Esto constata que el órgano que más se afecta en una confrontación bélica, es el lenguaje.

Tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial, más que una alteración súbita de los instrumentos técnicos de guerrear, lo que hubo fue una mera evolución de los modos de combatir. En la guerra como en cualquier actividad humana, fluyen las fuerzas conservadoras al lado de las revolucionarias. En la gran mayoría de los combates los medios y los modos son indistintos; la diferencia viene marcada por un “saltito” que está contenido en los principios y las estrategias. La consciencia común y la sensibilidad ordinaria creen, que el peso de la victoria recae en la “magia” de las armas que lo lograron. Desconoce la conciencia común y un sector de los hombres en armas, que las corrientes subterráneas que movilizan a los hombres a empuñar las armas, son de una fuerza tal que trasciende las circunstancias accidentales. La experiencia de la guerra es de otro calibre, una sustancia diferente la anima y la proyecta; diferente a la experiencia del burgués en la arquitectura de la ciudad sin alma; la de la bolsa y el mercado; la del político en el parlamento; la del Presidente, o Jefe de Estado; la del mundo sicodélico de los fines de semana de la Gran ciudad; la de las serpientes de la usura con sus colmillos clavados en el corazón de los hombres en fuga; la de las masas hambrientas de la Gran ciudad; en el imaginario colectivo se cree que estos hombres están hechos de otra casta como la de los toreros. De ahí su atracción y repugnancia, ya que no encajan en el orden de los valores comunes.

En el ámbito de la guerra no es el tiempo ni el status el que determina la experiencia del combate, sino el destino. Entendido como vinculación no causal incalculable y trascendente, del individuo con su sangre y suelo, centro sobre el que gravita la historicidad de un pueblo. Ernst Jünger dice que no existe otro espacio en que la experimentación resulte tan peligrosa como en el espacio de la guerra, pues aquí el destino influye sobre la vida con más fuerza que en todos los demás sitios y otorga un significado decidido e irrevocable a cada uno de los pasos que se dan.8 La experiencia de la guerra representa en la consciencia individual y colectiva, uno de los horrores más espantosos al que se enfrenta el ser humano. En esos momentos la consciencia de la muerte y el valor de la vida, se hacen más evidentes y manifiestos en la conducta del hombre. El guerrero es capaz de descender a las profundidades más oscuras, donde los hombres primitivos se alían con la técnica, la sangre y el poder de la muerte; o ascender a las alturas, y no sólo dar la vida en el combate, sino también bañarse en la luz del espíritu de los dioses y de las musas. Pero en las civilizaciones modernas, el capital de la experiencia de la guerra se diluye en las redes del desarrollo social y cultural, técnico y científico, económico y político; y hacen de ella, que las pulsiones destructoras de los seres humanos se transformen algunas veces en bienestar y paz para las naciones.

En cuanto al desarrollo tecnológico de nuevas armas para la guerra, la prudencia y el secreto, son dos claves fundamentales para su experimentación en el combate. Así que, las modificaciones de las formas bélicas y sus consideraciones teóricas no son lanzadas al campo de batalla con impetuosidad, con la ligereza de los cambios de los materiales bélicos. Sino que las transformaciones de los medios técnicos de la guerra –tanto en las armas como en el lenguaje, o el pensamiento simbólico–, son atemporales a su época; salvo excepciones puntuales. Su incorporación es paulatina, condicionada a las circunstancias espacio-temporales e históricas.

En este orden, la guerra se define como una situación extraordinaria y la paz como interrupción del empleo de las armas. Pero, no obstante, se hacen progresos en los equipamientos bélicos y los diferentes lenguajes que arrastran tras de sí. En los últimos espacios de tiempo, pudimos observar el desarrollo armamentístico de las naciones girar alrededor de dos coordenadas: el desarrollo técnico de las armas y de los lenguajes digitales. Estos procesos son importantes en el arte de la guerra, pero no están acompañados necesariamente por la experiencia en el combate. Una experiencia que, para el guerrero, es la más viva de todas. Dice E. Jünger al respecto: “La experiencia bélica representa un capital y de él se nutre en tiempos de paz la noción que el soldado se forma de la guerra”.9 Entre más tiempo pase la consciencia sin las representaciones de las irradiaciones de la guerra, éstas tienden a desvanecerse. Un tiempo largo les imprime, escribe Jünger, el sello de lo fabuloso e inimaginable. La experiencia de la guerra, entonces, tiene que ver con lo demoníaco o divino que fluye en el interior del ser humano. Es tan desgarradora su vivencia que algunas veces alcanza lo trascendente; se desgarra el velo y se revela el rostro de la jovialidad. Ahora bien, ¿por qué la guerra o la violencia se alimentan de las fuentes de la luz o de la oscuridad? Porque este tipo de experiencia va más allá de todas las posibilidades de la persona humana. De ahí su relampaguear sea tan impactante en la consciencia representativa y la memoria verbal del individuo. Así que, el ser humano que la experimenta ya no vuelve a ser el mismo. Porque dicha vivencia daña los centros vitales de la persona humana y de la cultura en general. O, lo que es lo mismo, la coherencia interior del hombre.

De estas irradiaciones tan embriagantes e incomprensibles de la lengua de la guerra o de la paz, se genera un juego de ecos, de espejos. Los largos periodos de paz incuban desde el instante que se declara el armisticio, las posibilidades bélicas. George Steiner en el texto En el castillo de Barba Azul, describe elocuentemente los principios históricos-culturales que posibilitaron la Primera Guerra Mundial y su ruptura con el “imaginado jardín de la cultura liberal” o el “mito del siglo XIX “; y de otra parte, como la guerra y la paz son la doble cara de Jano, el haz y el envés de los asuntos humanos: “La conjunción de un extremado dinamismo económico y técnico –dice– con una gran medida de inmovilidad impuesta (conjunción de la que estaba constituido un siglo de civilización burguesa y liberal) representaba una mezcla explosiva. Esa mezcla provocó en la vida artística e intelectual ciertas respuestas específicas que en última instancia eran destructoras. Según me parece, dichas respuestas constituyen la significación del romanticismo. Partiendo de ellas se desarrolló la nostalgia del desastre”.10 Nos recuerda que nuestra experiencia del presente, los juicios tan frecuentemente negativos que hacemos sobre el lugar que ocupamos en la historia, contrastan con el fondo del “mito del siglo XIX”. Pero si nos detenemos a pensar nos damos cuenta, que los rasgos más sobresalientes de la ruptura con “el imaginado jardín de la cultura liberal”, los encontramos en el ámbito de la cultura: la literatura, la poesía, la música, el teatro, la pintura, la filosofía, etc., entre otros. Las obras de Dickens, Renoir, Nietzsche, Kierkegaard, Marx, Picasso, lo atestiguan.

La guerra no es una situación que está sujeta enteramente a leyes propias. Sino que es el otro lado de la vida, un lado que raras veces sale a la superficie. Pero que se haya estrechamente ligado a ella, a la vida.11 Un perfil de la existencia que descansa en los escombros del inconsciente, donde moran las pasiones más bajas y más excelsas del ser humano. En la declaración de guerra, la guerra misma, confluyen una serie de factores que determinan la conflagración. El mapa que se dibuja en el campo de batalla, configura la ligazón entre el progreso y la barbarie. Todo esto es manifiesto; lo sabemos en nuestros momentos racionales. Cuando esto sucede la metáfora se cristaliza y el lugar de los asuntos humanos se convierte en baile entre rosales. La consciencia occidental lo sabe, del vientre del desarrollo de los procesos y la técnica, se origina el dolor y las potencias de la muerte. 

La guerra no es una parte de la vida, sino que le otorga expresión a la vida en toda su violencia, dijo Jünger. De ahí que la naturaleza de la vida, la esencia que la constituye, es enteramente bélica en su fondo. En la historia de la humanidad la constitución de las comunidades, los pueblos, las naciones o los Estados, están estrechamente ligados a la guerra. El enfrentamiento entre dos culturas allende del Atlántico en 1492, fue en el fondo una actitud bélica. La Conquista de América Latina fue una confrontación bélica. De ahí que, en lo profundo de la vida humana, la existencia se defina como enteramente bélica. Preguntamos, ¿en qué se consolida la unidad de una nación? Sobre los ladrillos manchados de sangre. Sobre ellos recordamos nuestras desgracias y calamidades; también nuestros triunfos y alegrías. Eso permite la consolidación de los lazos compartidos y el pensamiento simbólico que generan la memoria histórica. Por eso toda violencia o guerra, tiene un componente cultural y simbólico. En la época contemporánea el simbolismo, la magia y la unidad de la nación, se representa, por ejemplo, en el deporte. La guerra es la expresión de las fuerzas violentas de la vida buscando saciar su deseo.

Se trata en este umbral de los espacios de tiempo que señalan los avances técnicos, que en consecuencia producen “un aumento extraordinario del efecto de fuego”. En el campo de batalla el “efecto de fuego”, las lenguas de fuego que se contraponen al movimiento, modifican las condiciones en que habría de producirse el enfrentamiento entre ejércitos. Esa trastocación en la economía de la guerra contemporánea a principios del siglo XX, incide en la “guerra de posiciones”: la característica de ésta consiste en que dos adversarios en posición de máximo fuego, son incapaces de moverse. En otras palabras, el desarrollo de los instrumentos técnicos para la guerra, condiciona las formas de movimiento. Pero en el frente de batalla donde la guerra se pone el uniforme de la vida en su expresión más violenta, los medios técnicos y las leyes que la posibilitan, se entrelazan en un abrazo indisoluble.

Se observa, en efecto, el traslado en el campo de batalla de la guerra de posiciones a la guerra de movimientos. ¿Qué produce éste punto de inflexión en el campo de batalla?  Que la potencia que contienen los materiales y las diversas formas técnicas consolidadas en el decurso de la historia reciente de Occidente, posibilitan un corte en el espacio voluminoso de la civilización occidental reciente. O, en otros términos, determina el paso de la guerra clásica a la guerra moderna. Unas confrontaciones que estarán localizadas en el desarrollo tecnológico de los Estados Modernos. El movimiento, de hecho, no sólo tiene que estar a la altura de los cambios técnicos, sino que la cualidad de su naturaleza no puede ser la misma. Los ejércitos, dice Jünger, no son ya capaces de rebasar la zona de llamas cada vez más densa y mortal que se les enfrenta.12

De lo que sí estamos seguro es que, en la Gran Guerra y la Segunda Guerra Mundial, o en la multiplicidad de guerras periféricas que se dieron en el transcurso del siglo XX, ruptura el “sentido de la historia”. Por la importancia de la técnica en la vida de las naciones, “surge de esa manera la imagen de la batalla de materiales, la imagen de un despliegue de energías técnicas enormes”; que trastocaron el sentido de la guerra clásica.13 Se acumula a partir de allí tanta potencia de energía, que va más allá de las posibilidades humanas. En ese mundo en llamas, ese ámbito cargado con el peso de la técnica, ¿qué significa para las fuerzas que se despliegan en el campo de batalla, el diminuto y frágil cuerpo humano? Nada, absolutamente nada, sólo un número y nada más, se susurra a lo lejos.

Las transformaciones que dibujó la economía bélica en el mapa del siglo XX, se concatenan a formas nuevas de las máquinas, al automatismo, los lenguajes digitales y las armas. El paso de la táctica a la estrategia aérea, repercute, por ejemplo, en la cualidad del movimiento. En efecto, lo que se percibe en el campo de batalla es “la mortal rivalidad entre la fuerza del hombre y la fuerza de la máquina –esa rivalidad en que la máquina, en todas las áreas en que hizo aparición, demostró tener más tesón que el ser humano”.14 Nos enfrentamos con un problema análogo respecto a los nuevos lenguajes digitales, que inciden en las técnicas y velocidades de la guerra. También sabemos que los nuevos lenguajes de la guerra, no sólo están demostrando más tesón que el ser humano, sino que introducen un ritmo distinto en las comunicaciones y la vida en general. A menudo, el nuevo ritmo de la guerra o de la vida, se anuncia del modo más insospechado en el lenguaje. Recurramos a la imagen de Benjamín sobre el “despertar”. “El momento prehistórico del pasado ya no queda encubierto, como antes, por la tradición de la iglesia y la familia. Esto es a la vez consecuencia y condición de la técnica… Los mundos perceptivos se descomponen velozmente, lo que tienen de mítico aparece rápida y radicalmente; se hace necesario erigir de manera veloz, un mundo perceptivo completamente distinto y contrapuesto al anterior. Así es como se ve bajo el punto de vista de la prehistoria actual, el ritmo acelerado de la técnica”.15 El ritmo de la técnica, el automatismo y el tiempo abstracto, en el momento actual, en realidad, desgarraron las cortinas que cubrían las tradiciones de familia, los usos, las costumbres y los ritos de la iglesia. Y ese desgarre los convierte en un cadáver que la tendencia del desarrollo de los procesos deja tras de sí, y sólo, absolutamente sólo, lo abyecto e indiferente del confort técnico y la voluntad de poder, ocupan su lugar. 

Jünger advierte que “la guerra se parece a Leviatán, del cual lo único que se asoma por encima de las aguas son unas pocas escamas o una aleta – la materia es demasiado compacta como para que la mirada pueda articularla y ello hace que la sensación que se produce sea la de irrealidad. Los seres humanos sienten cómo cerca de ellos se mueven grandes masas, pero no captan ni la dirección que llevan ni la meta a que se dirigen; también barruntan quizá que dentro de la cáscara de estos días hay escondidas otras cosas –espectáculos de índole nueva y desconocida”. De ahí se deduce que los seres humanos desnuden su existencia a estas irradiaciones tan sutiles y pesadas, entregando sus vidas a oscuros caminos que les traza el destino o el azar de la historia.

Así pues, los lenguajes digitales son la expresión en su cultura de una época nueva de la guerra. Las bombas atómicas, los satélites interespaciales, los aviones teledirigidos, son sólo la expresión de una época nueva del espíritu. Si hemos de comprender el sentido profundo de las guerras globales, ha de hacerse desde la expresión de la cultura que le corresponde. No se trata de exponer la génesis técnica de la cultura, sino la expresión de la técnica en su cultura. Se trata, en otras palabras, de intentar captar un proceso técnico como visible fenómeno originario de donde proceden todas las manifestaciones de los lenguajes digitales y las guerras globales. Esta investigación que en el fondo tiene que ver, con el carácter expresivo de las primeras máquinas, los primeros productos industriales, las primeras armas y las primeras formas de vida para la guerra moderna, etc., posee una importancia fundamental para entender el fenómeno de las guerras actuales. En los pliegues de los instrumentos técnicos, casi siempre se esconden, los escombros de esta alta civilización abstracta y la miseria de la condición humana.

Esta imagen de la guerra que se configura en los umbrales del siglo XXI, hay que comprenderla en el ámbito de los elementos que la estructuran y las relaciones internas que la constituyen. Se trata de analizar y percibir el mundo de las guerras contemporáneas, no sólo como expresión de su cultura; también como la expresión de un siglo en el que el número de las cosas “vaciadas” y el progreso técnico dejan fuera de circulación nuevos objetos de uso. Ellos se configuran en el proceso de producción y circulación de mercancías como objetos de consumo doméstico, o en instrumentos técnicos para la guerra. Ese proceso de guerra global es un reflejo de nuestra vida en general –el espíritu que se halla detrás de la técnica no sólo destruye los vínculos antiguos (las costumbres, los usos, los rituales y mitos de nuestros mayores), sino también los contenidos espirituales de la lengua humana. Se rompe el dialogo entre enemigos combatientes y ciudadanos de las naciones en conflicto.

Se trata en última instancia, de develar que detrás del confort técnico y los espejismos de los lenguajes digitales, no sólo se ocultan instrumentos de poder; sino también, el lado siniestro y demoníaco de los instrumentos técnicos. Percibir cómo se puede pasar de las “confortables comodidades” y del automatismo, a la pérdida de la libertad. Y cómo lo “automático no se torna terrible hasta que no se revela como una de las modalidades de la fatalidad, como su estilo”.16 Percibir cómo la potencia de la técnica se “cierne sobre el hombre de Occidente”, y se expresa como “el negativo de su libertad, la otra cara de su poder domeñador del espacio y el tiempo, uno de los grandes temas de sus mitos y de su arte “.17 En esta alta civilización tecnológica, es relevante anotar como los aviones, las bombas, los drones, los cohetes, los cañones, las ametralladoras, “los dispositivos para fijar el blanco y lanzar las bombas”, están ligados a relojes, cronómetros y “todas esas cosas van dirigidas, como por una orquesta invisible, por máquinas calculadoras, por autómatas que observan el blanco a gran distancia”. Este ámbito hace evidente como el técnico y el colectivo técnico, están sustituyendo al soldado. Esto se constituye en un grotesco, pero embriagante acontecer: “Lo único que a éste le queda es apretar el famoso “botón”, un acto que posee un fatal parecido con la ejecución de una persona. El soldado se lleva toda la animadversión de la gente, mientras que el técnico representa el papel de filántropo” –al decir de Jünger.18

Sabemos por este estado de cosas, que la ciudadela está sitiada y hemos ido entregando los fuertes uno a uno, en nombre de la seguridad, el bienestar social y el progreso. Uno ve en la Gran ciudad hombres robustos, sanos, con un cuerpo de atleta. Pero espiritual y mentalmente alienados, vacíos, donde los contenidos de la existencia, o el sentido del mundo, son algo anómalo para ellos. Son personas que corren como posesos detrás las máquinas, los video-juegos y el computador. Junto a la gran mayoría de la joven generación, son mendigos de los altos ideales del espíritu y de la existencia. Los nuevos espejismos de la Cultura del artificio, los “vacían” del sentido de humanidad y la conciencia que el ser humano, es un “ser fronterizo” y “trascendente”. Pero son arrojados al mundo sicodélico de la Gran ciudad y del progreso, donde el lenguaje del consumo y el despilfarro de la energía vital, dan cuenta de la existencia en general. Podemos percibir que las pérdidas son profundas, tanto en el ámbito de la guerra como en la vida civil.

En la memoria de los hombres ronronea que lo primero que un estado de violencia, sufrimiento o guerra, trae a la mente y a la vida del ser humano, es una especie de exilio. Sí, de exilio en su propio interior, de sus conciudadanos o de sus seres queridos; esto representa algo trágico para la consciencia individual. Que se experimenta aún con los enemigos y hace parte del sentimiento que todos comparten. Tanto el combatiente como el no combatiente siente una especie de vacío que llevan dentro de sí, y “el deseo irrazonado de volver hacia atrás o, al contrario de apresurar la marcha del tiempo”, se convierten en “dos flechas abrasadas en la memoria”. Porque saben que el espíritu de la guerra, o de la violencia, es tan fuerte, que impregna toda la naturaleza humana y las cosas, de sangre y muerte. En ese momento el derrumbamiento del valor y la voluntad, es tan brusco, que no le queda al combatiente otro remedio, que abrazar las armas, como única salida del destino que impone la vida. Un destino que lo lleva a convertir su cuerpo en zona de emplazamiento, o a asesinar a su semejante.

Así, la desdicha que alcanza el que participa de la guerra, no sólo trae un sufrimiento injusto, sino que lo lleva a ponerse en el lugar del otro y aún a compartir su dolor. Porque sabe que el temor y el sufrimiento que él siente, trasciende toda lógica y toda reflexión. De ahí que, en toda guerra, violencia u odio, se extienda un velo espeso sobre nuestros ojos, nuestros rostros y nuestros pensamientos. Para que el ser humano no perciba con claridad que cosas se ocultan detrás del espejismo de las armas. Es una de las maneras que esgrimen los poderosos para justificar el derramamiento de sangre y el poder de la muerte.

Además, los seres humanos que participan en la guerra o en la violencia, son sacados del seno de la familia, el calor de los amigos, el color de sus paisajes y arrojados a las fauces de un campo de explosiones, ametralladoras, bombas, aviones y, en medio de la conflagración se dan cuenta cuan frágil y deleznable, es la vida humana. Y a la vez son arrojados a un mutismo que paraliza la imaginación y el pensamiento, y lo único que les queda, es la conversación consigo mismos, o con los fragmentos de sus recuerdos. En un estado de excitación violenta como éste, algunos sólo llegan a conversar con las sombras y son habitantes de las profundidades más espantosas del silencio de la tierra. De ahí que el miedo y el dolor pesen sobre la moral del ser humano, y no hagan otra cosa que añadir confusión y malestar. Porque en un estado como éste, las tablas de valores se disuelven.

Sabemos que el desarrollo de la ciencia y la técnica, ha llegado a un estado de abstracción tal, que rompe los canales de la palabra y la conversación. Y, sobre pone a la existencia individual o colectiva, una excitación violenta que casi siempre desemboca en lamentos, sufrimientos, temor, derramamiento de sangre o muerte. Porque vivir en la abstracción, significa, olvidar los más elementales requerimientos de la existencia individual. Ahora bien, sí en la desgracia, el dolor y el miedo, existe un rasgo alquímico de abstracción, el mundo que vivimos se convierte en una red de irrealidades. Por eso, en esta alta civilización técnica y de masas, la abstracción ocupa el lugar del temple vital. Y, cuando éste se pone al servicio de las armas arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Ya que el frío espíritu de la abstracción y la técnica siguen su propia lógica, y las vidas humanas se convierten sólo en números. De ahí que, entre la abstracción, la técnica y la guerra, existe un juego de ecos, un juego de espejos que embriagan los sentidos, nublan la imaginación y destruyen todo vestigio de pensamiento. A esos ambientes febriles y de angustia que crea la abstracción y la técnica, hay que hacerles frente, frente con la fuerza del espíritu y las potencias de los movimientos del pensamiento, o con la amistad, o con el amor. Si no lo hacemos caeremos batidos por las lenguas del dolor y el miedo, y estaremos sordos a la voz de Dios.

Preguntamos, ¿dónde se ubica la cesura entre la guerra clásica y la contemporánea? ¿cuáles son las características que determinan a cada una de ellas? Las exégesis y los relatos bélicos clásicos –dice Víctor David Hanson– nos alejan de la política, del ruido y las modas del mundo contemporáneo. Nos permiten pensar con arquetipos más amplios, ideas abstractas y paradojas seculares sobre la guerra en general, que, a su vez, elevan y enriquecen el debate moderno sobre conflictos específicos recientes.17 Piensa que el estudio de los clásicos –la literatura y la historia de Grecia y Roma– nos brinda una percepción moral del mundo, así como una formación básica de gran valor en arte, literatura, historia y lenguaje. En la Antigüedad clásica la guerra era vista como una tragedia. Pero se trataba como tragedia inherente a la condición humana, recurrente y dolorosamente familiar. Los conflictos eran considerados plagas de la humanidad. La guerra se lamentaba el poeta Hesíodo era “una maldición de Zeus”, un asunto entre dioses que los hombres debían soportar. Heráclito, la concibe como “la madre, la reina de todos nosotros”. Los griegos nos advierten que mientras vivamos sobre la faz de la tierra, siempre habrá conflictos entre los seres humanos y, por tanto, no siempre racionales.19

Afirmaciones igualmente trágicas hacen los historiadores Polibio, Tucídedes y Jenofonte, que las guerras entre ciudades-Estado era algo que podía ocurrir en cualquier momento. El poeta Píndaro llegó a decir que la guerra podía ser algo aterrador, sin sentido, pero no antinatural ni siempre malvada al cien por ciento. En todo caso, para los griegos todas las guerras suponían una elección entre lo malo y lo peor, suponían que era algo trágico porque acababa con vidas de hombres jóvenes; los conflictos se consideraban más o menos funestos en función de sus causas, de la naturaleza del combate y de los costes y resultados definitivos. Pero los griegos, de hecho, también sabían como nosotros los modernos que las guerras son en sí mismas algo malo. Tucídedes demuestra que los Estados, como las personas, podían ser envidiosos, y también impredecibles y agresivos sin razón aparente. También probablemente obedezcan a la arrogancia, la envidia, la avaricia, la sed de riquezas, el honor mal entendido, al mal uso del lenguaje y a una pluralidad de emociones y sentimientos, que llevan a sus gestores a declarar la conflagración. Pero de lo que sí estamos seguros es que las guerras que los griegos libraban de forma periódica en un mundo pre-industrial, no se corresponden con las guerras modernas con armas nucleares como herramientas de destrucción masiva y sus consecuencias devastadoras para la humanidad.

Con la aceptación del espíritu de la Edad Moderna se estructuró un tiempo diferente, la preponderancia de las valoraciones técnicas. Estamos en una época de tránsito donde las pérdidas son cada vez más profundas y extensas, y sentimos la aniquilación del valor, la superficialización y simplificación del mundo. Aniquilación que hace parte del decurso histórico y cultural de los pueblos. La cosificación y objetización del ser humano, la “materialización del logos” y la preponderancia de la imagen y los lenguajes digitales, en la vida privada y profesional. Estamos asistiendo a cambios tan profundos y fugaces que están afectando la naturaleza del ser humano. Asistimos, entonces, a una transformación de los medios y los modos técnicos, y no a una mera transformación de los instrumentos técnicos para la guerra. Pero en el ámbito de la guerra son las máquinas, el automatismo, las redes sociales, la Inteligencia Artificial, o los instrumentos técnicos en general, los que le otorgan la expresión a la vida en toda su violencia. De una u otra forma los instrumentos técnicos para la guerra, afectan la vida privada y social del ser humano.  Es un “saltito” que “podemos imaginar cómo originario, no como parte de un proceso evolutivo –se trata de una autentica mutación”. La materialización del “logos” y su expresión violenta en el ámbito de la guerra, es la configuración del rango de la mutación. Por eso, se considera ontológica y epistémica, porque incide en la naturaleza del ser y el existir.

En el mundo moderno el decurso técnico –nos recuerda Ernst Jünger– que es en igual medida amoral y no caballeresco, reemplaza al rito. Hoy, de todos modos, el ethos de ese proceso aún es desconocido –y justamente el hecho de que el dolor pueda ser soportado en mayor medida apunta a ese ethos.20 Asistimos a transformaciones lingüísticas y gráficas que no sólo afectan a los sentidos, sino también a la naturaleza humana. La revolución técnica en los modos y los medios de comunicación, las redes sociales y la Inteligencia Artificial, abarcan situaciones que van desde la noticia, el aviso, a la amenaza que llega en pocos minutos a todas las consciencias. Pienso que la revolución técnica en las comunicaciones inmediatas y simultáneas, llevan a cabo una cesura, una inflexión en los modos y los medios de combatir. En las guerras contemporáneas son las comunicaciones artificiales las que condicionan las tácticas, las estrategias y los modos de combate. Son tan importantes los medios de comunicación para las labores guerreriles, que las máquinas, los cohetes, los aviones no tripulados, las bombas, los satélites, están condicionados muchas veces al buen funcionamiento de las comunicaciones artificiales. Es tan importante el fogonazo en la conciencia que dejan tras de sí los mass-media, que en el ámbito de las guerras se convierten en instrumentos de manipulación y dominio. Este proceso penetra de múltiples formas en la estructura psíquica y la conducta del ser humano. Del desarrollo de los instrumentos técnicos de la comunicación inmediata y simultánea, depende muchas veces la pérdida o ganancia de una guerra.

En los últimos espacios de tiempo, el perfeccionamiento en los medios técnicos para la guerra y las comunicaciones artificiales, alcanzaron su máxima potencia. Este proceso de la existencia en general, está introduciendo valoraciones nuevas y más poderosas tanto en la vida privada o pública, como en el ámbito de la guerra. Con la objetivación del ser humano y la importancia de los instrumentos técnicos, el espíritu de la crueldad se hace más evidente. Esta trastocación está desplazando la vida sentimental, y en su orden los máximos valores espirituales del ser humano. “Esto tiene varios motivos; el principal es que el pensamiento racional es cruel. Esa cualidad suya contagia todo plan humano”. 21 Con ello quedan al descubierto las relaciones intrínsecas entre los instrumentos técnicos y la voluntad de poder. Es de suponer que, en esta alta civilización técnica, “el automatismo quebranta con gran facilidad, como si lo hiciera jugando, lo que queda de la voluntad libre”; y los medios técnicos para la guerra convierten al hombre de hoy, en mero objeto de emplazamiento. Esta mutación en el orden de la existencia, vacía de sentido toda esperanza que se base en los valores espirituales del hombre.

Ahora bien, con relación al cuerpo se trata de someterlo al lugar de la disciplina, la obediencia, la instrucción, es decir, al lugar de la nueva voluntad de poder. Someter el cuerpo a la zona de los instrumentos técnicos, tratándolo como objeto, significa, no sólo desplazarlo de la zona de los sentimientos, de los valores éticos, morales, sino también del sentido trascendente de la vida. El cuerpo humano se convierte en un campo de batalla; un ámbito donde convergen relaciones de fuerza de índole diferentes, códigos, prescripciones fijas e impersonales, que decantan su objetivación. De ahí que el cuerpo del soldado, del deportista, tiende a estar sobre la zona del dolor, del miedo, del sufrimiento, o del ámbito sentimental, porque debe ser tratado como objeto.

Pero también en el mundo actual se configura en objeto de deseo y manipulacion. Aquí en este ámbito se entrelazan diversas variables, las de los medios técnicos de comunicación de masas con la publicidad y la industria del artificio; la cosmética, la moda, el lujo, la prostitución, que no sólo imponen un estilo de vida, sino que se entrelazan con el Sistema de Producción Global. Eso, que Guilles Lipovetsky llama “sociedad del rendimiento”. Por eso, el consumo masivo en esta alta civilización abstracta, no es indiferente a los costes y beneficios que genera la manipulación del deseo. Pero también el cuerpo, es objeto del ojo indiferente y frío de la fotografía, del arte, la literatura, el teatro, la poesía, la danza clásica, etc. El cuerpo en este ámbito trasciende el campo magnético de las energías bélicas, porque se contempla como “objeto” de belleza, de ritmos, cadencias y proporciones, donde es capaz de comunicar la lengua de las Musas y los Dioses.

Por tanto, “el resultado que es capaz de alcanzar el cuerpo humano como instrumento”, se torna absurdo cuando no logramos captarlo en su gesto simbólico. Así que, la instrumentación del cuerpo humano, de convertir al hombre en objeto se transparenta en el aspecto externo de las personas. “Es un rostro carente de alma, trabajado como metal, o tallado en maderas especiales, y posee sin la menor duda una autentica relación con la fotografía”.22 El cuerpo del soldado se sustrae no sólo de la zona de la sentimentalidad, sino que se presenta como amoral, donde no caben los valores humanistas y estéticos. En el combate se pone de manifiesto la disciplina, el trabajo, los códigos, las prescripciones abstractas y generales, la sincronización espacio-temporal del pensamiento y los movimientos, en suma, el cuerpo configura la imagen del autómata, del hombre-objeto. De ahí que sea “una carne disciplinada y uniformada por la voluntad”. Por eso, la percepción o la relación que se tiene con los heridos, y en particular con la muerte, ya no habitan nuestro cuerpo, es decir, nuestra existencia individual.

Lo relevante del decurso técnico es, que, no sólo transforma la existencia en objeto, sino que la sustrae de la zona del interior de sí misma, del ámbito del valor. El cuerpo convertido en objeto, es una “figura” de las relaciones artificiales, que determina a la civilización abstracta donde vivimos. De ahí que a la objetivación de la existencia individual le corresponde “soportar con mayor frialdad la visión de la muerte”. Despojarla de la aureola de la simbología mágica y del sentido de sus rituales, significa, encadenarla al frío hierro de las criptas y las tumbas; despojarla de su sentido trascendente. Por tanto, el espíritu que se ha ido configurando en pocos espacios de tiempo en la civilización moderna, es un espíritu cruel, que niega la semejanza entre los hombres, principio fundamental del Humanismo. De ahí que “elimine los lugares blandos, y endurezca las superficies de resistencias”.

El filósofo Michel Foucault en “Vigilar y Castigar”, nos dice que, el momento cuando se pasa de unos mecanismos históricos-rituales de formación de la individualidad a unos mecanismos-científicos disciplinarios. Se constituye un ámbito donde lo normal ha relevado a lo ancestral, y la medida al estatuto, sustituyendo así la individualidad del hombre memorable por la del hombre calculable, ese momento en que las ciencias del hombre llegan a ser posibles, es aquel en que se utiliza una nueva tecnología del poder y otra anatomía política del cuerpo. Además, desde el siglo XVII y XVIII –dice- existe una técnica para constituir a los individuos como “elementos correlativos de un poder y un saber”. Así, el individuo es el átomo ficticio de una representación “ideológica” de la sociedad; pero es también una realidad fabricada por la tecnología específica del poder, que se llama la disciplina. Por tanto, los efectos del poder no se pueden percibir sólo en términos negativos: “excluye”, “reprime”, “rechaza”, “censura”, “abstrae”, “disimula”, “oculta”.  Porque, de hecho, el poder produce; produce realidad; produce ámbitos de objetos y rituales de verdad. Que el individuo y el conocimiento que de él se puede obtener corresponden a esta producción.

De ahí se gestan los estudios de Foucault sobre la biopolítica, que es una forma específica de gobierno que aspira a la gestión de los procesos biológicos de la población. El biopoder se define como un conjunto de estrategias de saber y relaciones de poder, que se articulan en el siglo XVII sobre la vida en Occidente. Que aborda la realidad política del Estado y pone entre paréntesis las esferas jurídicas. Donde la realidad del Estado es una forma viviente. La biopolitica aspira a la gestión de los procesos biológicos de la población. Una tecnología que aspira a obtener cuerpos dóciles y fragmentados; y en función de esto se crean herramientas como la vigilancia, el control, el conteo del rendimiento y el examen de las capacidades. El cuerpo social deja de ser una simple metáfora jurídica-política (como lo vemos en el Leviatán de Hobbes), para expresarse como una realidad biológica y un campo de intervención médica.

Desde el umbral político y de la guerra en particular, como se administra la vida de la población para su control, seguridad y supervivencia en estado de conflagración. La biopolítica en el ámbito de la guerra se centra en cómo el poder y la política influyen y controlan la vida del ser humano. Un concepto que Foucault examina para observar como los gobiernos y las instituciones, utilizan el control biológico y socio-político para gestionar las poblaciones y, en particular, en situación de conflicto. 

Así que, en la guerra, la biopolítica puede manifestarse de varias formas, en la gestión de la seguridad, de la salud pública, la manipulación de la información y la propaganda, y el control de los cuerpos y las vidas de los soldados y civiles. La propaganda, por ejemplo, se utiliza para influir en la moral y la mente de los soldados y la población civil. También para reglamentar, disciplinar y controlar, el comportamiento de los civiles y los soldados. Si la biopolítica tiene por objeto el estudio de la incidencia del poder sobre la vida, en tiempos de guerra las estructuras de control y dominación se vuelven más opresivas. Porque el poder pone a las tecnologías de la información y la comunicación, las redes sociales y la Inteligencia Artificial, el ChatGPT, la computación cuántica, bajo el control y el manejo sobre los individuos y las poblaciones. Así, las estructuras de poder, la riqueza como estatus, como poder de persuasión, las relaciones de la autoridad con el gobierno sobre los individuos y los ciudadanos, se convierte para la biopolitica en objeto de estudio y de análisis.

Así que, en tiempos de guerra o de violencia, se trata de bloquear, aniquilar y reprimir, toda iniciativa de los seres humanos, de su subjetividad y su corporeidad. Se les requiere como fuerza de trabajo, como soldados y defensores de los valores patrios, ya que se impone la necesidad de normalizarlos, uniformarlos y disciplinarlos como individuos al servicio del Estado y del Gran Poder. Los cuarteles exigen una obediencia absoluta a los mandos militares y de la misma manera se castiga y penaliza la más mínima infracción a la autoridad. Se reproduce en la sociedad los mecanismos de mando y obediencia de los cuarteles, que conduzcan a los individuos y a la sociedad, a la obediencia de las tecnologías de poderes disciplinarios. Como expresa José Luis Tejada González (Profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana de México):

“El cuartel se extiende más allá de sus muros, cuando se imponen las políticas bélicas de combate real o supuesto al terrorismo, al narcotráfico y a otros enemigos por venir. La regimentación se extiende al resto de la sociedad y se solicita la conversión de los ciudadanos en soldados de los Estados en lucha. Los mecanismos de control y vigilancia tan comunes en cárceles y hospitales, salen a las calles, las avenidas, los centros comerciales, las carreteras y los aeropuertos. Todos se vuelven sospechosos, mientras en algunas latitudes el Estado se confunde con la delincuencia organizada y el hampa […] La faceta represiva de los Estados modernos sale a relucir en momentos excepcionales, como cuando se suprimen las garantías constitucionales, se implanta el estado de sitio y se militariza la sociedad y la vida entera. Aquí todo el mundo padece y sufre las implicaciones de la barbarie política elevada a razón de Estado. Es la política del Estado de excepción extendida y difundida, que ahora se vuelve más cotidiana y común de lo esperado y lo anhelado”.

Bueno bien, en los Estados Modernos y en particular, en tiempos de guerra o de violencia, los instrumentos técnicos se ponen al servicio de las autoridades y el Gobierno. Así que, el uso de los microchips, las cámaras de video y los aparatos de rastreo se realizan indistintamente para combatir al enemigo interior o exterior. Los mecanismos tecnológicos de los Estados Modernos, se amplifican en aras de combatir la delincuencia organizada, el terrorismo o el narcotráfico. Esta medida de control social se revierte contra los ciudadanos a quienes dice defender y terminan violando los Derechos Humanos, las libertades y la dignidad de la vida de las personas. Aquí se viola lo que dijo Vassili Grossman: “La vida puede definirse como libertad”.

Así que, una formación integral y universal, las inclinaciones naturales se van decantando para un desarrollo de las posibilidades y potencialidades de cada persona. Una sociedad militarizada, en cambio, está cargada de violencia y de coacción. Se exige a los integrantes convertirse en soldados-ciudadanos, donde la relación de mando, obediencia y autoridad que desciende desde las cúpulas, es abrumadora. La sociedad se va regimentando y se convierte en un cuerpo, en un todo único, en una exaltación máxima de la marcialidad y de la ritualidad. A manera de ejemplo, el desfile militar ofrece un congelamiento y una parada del orden social. (DaMatta, Roberto. 2002)

La individualidad y la libre elección resultan inexistentes y se actúa y se vive para el común. Las relaciones sociales están dadas por la belicosidad, por el trato de enemistad y hostilidad a quienes no participan del espíritu de cuerpo. Es por eso explicable que los espartanos practicasen la exclusión social y que siglos después los nazis pretendiesen alcanzar la perfección racial y física, experimentando con el comportamiento humano. “DaMatta, Roberto (2002). "Carnavales, desfiles y procesiones", Istor, año 2, núm. 9, verano, pp. 30-54).     

En última instancia, la biopolítica reflexiona sobre los mecanismos de control y dominio, que se ejercen tanto en un sistema democrático, autoritario o totalitario. Bien que vallan dirigidos al cuerpo o al alma de los individuos, bien a las almas, los espíritus o las ideologías de los individuos, para que el Sistema y el Estado funcionen. De ahí la universalización de los derechos humanos y las libertades condicionan las concepciones, las prácticas y métodos excluyentes, racistas y discriminatorias. En un Sistema democrático se le reconoce a cada cual la existencia digna, más allá de la apariencia física; como también las libertades y la seguridad personal. El consenso social y su reproducción en los medios de comunicación de masas, son indispensables para evitar el caos y la ruptura del orden social establecido. En un gobierno autoritario o en guerra los métodos de control y dominación se expresan de diferentes formas. Las torturas, las delaciones, el miedo, las ejecuciones individuales o masivas, son fundamentales para la perpetuación del régimen.

Por tanto, los teóricos de la economía bélica perciben el problema de la guerra desde diversos puntos de vista, pero exaltan que en tiempos de guerra los gobiernos niegan los derechos y las libertades fundamentales, y exaltan los valores y la violencia del Estado que posibilite el statu quo y el ejercicio del poder. Una ideología totalitaria o autoritaria desea individuos disciplinados y mentalizados para la acción social, como un comportamiento público predecible y controlable. De otra parte, el punto de vista individual se somete al a la ideología del partido o del Estado y, así obtienen sociedades ideologizadas aglutinadas y movilizantes, que responden al ejercicio del poder. De ahí que afirmar y legitimar la libertad civil por encima de cualquier instrumento de control y dominación que atente contra los Derechos Humanos y la dignidad del ser humano, se convierten en herramientas del Estado de Derecho y el Sistema democrático. Que contribuyen a revertir las tendencias antidemocráticas y autoritarias, que se exaltan hoy en día. Como expresa José Luis Tejada en “Biopolítica, control y dominación”, Espiral (Guadalajara), vol. 18 No. 52, 2011:

“Una opción democrática avanzada buscaría que los controles se reduzcan a lo indispensable para que la sociedad y el mundo funcionen […] Sin sistemas de dominación que nos hacen ver la presencia abrumadora de la biopolítica como incidencia e intromisión del poder sobre la vida humana”.

Jünger se pregunta: “¿estamos asistiendo a la inauguración de un espectáculo en el que la vida sale a escena como voluntad de poder y nada más?”. En un mundo como éste no vale mirar a los cielos estrellados, ni al entorno que nos rodea, ni el interior de sí mismos, ya que el valor de la existencia es una prolongación de los instrumentos técnicos. Entonces, ¿qué caracteriza a los actores de nuestro tiempo? Que llevan a cabo “la nivelación de los viejos cultos, la esterilidad de las culturas, la mezquina mediocridad”.23 Los instrumentos técnicos son una nueva expresión del Espíritu de la Época; una expresión que ocupa un lugar avanzado en la existencia, pero sus valores no han llegado del todo. Esta mutación se percibe diáfana y evidente en la civilización occidental reciente, con el paso del “logos” clásico al “logos” del artificio. Observamos como el Espíritu de la Época, lo configura en una multiplicidad de “figuras”: la aniquilación del valor, la simplificación, la superficialización del mundo y de la vida, la destrucción del oído interior que capta las grandes composiciones musicales, la relevancia de los éxitos políticos y económicos que aceleran el consumo y favorecen la exaltación de la técnica y la lengua de la civilización actual, el kitsch, la Cultura del espectáculo;  todos, absolutamente todos, se sobreponen a la pulcritud espiritual y al pensar, que beben de las fuentes de la cultura. Estas transformaciones en el orden de la existencia, no son ajenas a la conversión del cuerpo en objeto ni a la economía bélica ni a la ligazón entre los instrumentos técnicos y la nueva voluntad de poder.

 En éste punto del desarrollo, Jünger nos recuerda que se ha llegado a una concepción nueva del poder, a unas concentraciones de poder inmediatas, vigorosas. Para poder plantarles cara se necesita una concepción nueva de la libertad, una concepción que no tiene nada que ver con los desvaídos conceptos que hoy van asociados a esa palabra.24 En una época como la nuestra, la libertad, la democracia, la justicia, la seguridad, se esgrimen como instrumentos de dominio y de guerra; la palabra libertad necesita recuperar su verdadero sentido. La palabra libertad expresa algo temporalmente necesario, más cuando en una época de lazos comunitarios disueltos, “la libertad empieza a ser ruinosa para el talento y acusa signos de esterilidad”. Se necesita que la libertad recobre el brillo que le es propio y el significado propicio. De ahí que la conquista de la libertad ha sido siempre algo estimulante para los requerimientos morales o espirituales del hombre.

    Tiene tanta fuerza el poder de la libertad que nos es suficiente soñar con ella”- al decir de Jünger.

En el mismo orden Albert Camus escribió un artículo en defensa de la libertad de expresión para Le soir républicaine en 1939, cuando las elites políticas y periodísticas se disponían a entregar al III Reich la República de Francia. Aborda un alegato por la libertad de prensa y aboga por la libertad del periodista de informar en tiempos de guerra. Sostuvo el derecho de cada ciudadano a elevarse sobre las colectividades para construir su propia libertad, y estableció cuatro principios para el periodismo libre: la lucidez, la desobediencia, la ironía y la obstinación. Pensaba que, sin libertad de expresión en tiempos de guerra, no se puede ganar una conflagración. Que la libertad individual ha de prevalecer “ante la guerra y sus servidumbres”. ¿Por qué es importante la lucidez en el periodismo libre? Porque “supone la resistencia a los mecanismos del odio de la ira y el culto a la fatalidad”. Pensaba que un periodista “no publica nada que pueda excitar el odio o provocar desesperanza. Todo eso está en su poder”. Que “frente a la marea de la estupidez, es necesario también oponer alguna desobediencia”. Además, “todas las presiones del mundo no harán que un espíritu un poco limpio acepte ser deshonesto. Todo periodista ha de servir a la verdad en la medida humana de sus fuerzas; rechazar lo que ninguna fuerza le podría hacer aceptar: servir a la mentira”. En momentos de guerra o de violencia generalizada, la ironía es un arma arrojadiza al rostro de los poderosos. “Completa a la rebeldía en el sentido de que permite no solo rechazar lo que es falso, sino decir a menudo lo que es cierto”. De ahí que el periodista ha de tener “un mínimo de obstinación para superar los obstáculos que más desaniman; la constancia en la tontería, la abulia organizada, la estupidez agresiva”.

Asimismo, Thomas Mann en Doktor Faustus dice, que la libertad significa subjetividad y llega un día en que su virtud se agota; llega el momento en que pone en duda la posibilidad de ser creadora por sí misma y entonces busca seguridad y protección. Hay en la libertad una tendencia a la inversión dialéctica. Pronto llega el momento en que la libertad se reconoce a sí misma en la obligación, realiza su esencia en la sujeción a la ley, a la regla, a la coacción, al sistema. Realizar su esencia significa que no deja de ser libertad.25 En el mundo actual estar atento a la defensa de la libertad, significa, un deber moral por los derechos y las oportunidades de las personas. “Las corazas de los Leviatanes tienen sus brechas propias”, y ya se empiezan a palpar pliegues que antes no se percibían -por ejemplo, en el sector financiero, en los organismos internacionales, en las políticas económicas de los Leviatanes, en el desmantelamiento del Estado de Bienestar, etc.  La ofensiva contra la libertad individual no provine sólo de los que ejercen el poder en los escenarios actuales, en los de la violencia y la guerra, sino, ante todo y, sobre todo, de los poderes reales que están detrás de las cortinas. Poderes que tienen sus máscaras propias, y están diluidos en los “Centros de mando” del mundo global. En los momentos actuales no sólo se da una ofensiva contra la libertad individual, sino también contra el bienestar social, la enseñanza generalizada, y “el punto donde se torna evidente es aquel donde nos vemos forzados a negar la libertad de investigación”. Por tanto, un estado de guerra la única puerta que queja libre, es la del poder. Así, en momentos de guerra o de tiranía lo primero que se conculca es la libertad –de pensar, de locomoción, de asociación, de crítica, etc., - y en nombre de la seguridad se doméstica y se diluye en el huero concepto de sí misma.

La inflexión de los tiempos actuales por la primacía de la técnica y su repercusión en el arte de la guerra, perfilan el declive de las batallas convencionales. La guerra propiamente dicha en la actualidad, se sitúa en el umbral de las tecnologías y las comunicaciones globales. La mecánica armamentística e industrial no se puede pensar sin las comunicaciones inmediatas y simultáneas, sin las redes sociales y la Inteligencia Artificial, el Chat GPT, la computación cuantitativa, que influyen en la naturaleza de los combatientes y el escenario político mundial. El campo de batalla tradicional –dice Hanson– ahora puede cartografiarse hasta el último detalle. Las fotografías aéreas y las imágenes de vídeo actualizadas minuto a minuto hacen difíciles las sorpresas. Los enemigos potenciales pueden calcular de antemano sus probabilidades de victoria. Pueden descargar información pormenorizada sobre su adversario de Internet. Los generales pueden hacer grabaciones directas de sus preparativos para la batalla y calcular hasta cierto punto sus costes potenciales.26

Somos parte de una época en la que la vigilancia continua es una realidad. Va de la vida privada a la profesional o pública. Además, la numerificación del ser humano expresa la transformación del hombre sentimental, espiritual, sensitivo y racional, en un ser objetivado que responde a los requerimientos del poder, o de los instrumentos técnicos. Si cada instante, cada día, cada hora, las vidas están vigiladas, ¿cómo podemos neutralizar estos instrumentos técnicos que hacen de nuestra existencia meros objetos o números? Desde la perspectiva técnica –dice Hanson-, inhibiendo las conexiones por videos, destruyendo satélites o provocando cortocircuitos eléctricos a gran escala, de una parte; de otra, pienso, permitiendo que el hombre de carne y hueso tome a los instrumentos técnicos y les dé un giro en el tiempo, para que cumplan la función social que les corresponde y se pongan al servicio del hombre concreto.

Pensamos que, por el cambio radical de la tecnología para la guerra, que se ha experimentado en los últimos espacios de tiempo, en particular, por el avance en las ciencias de la información y sus aplicaciones prácticas en los frontispicios del siglo XXI, los principios de la guerra se han transformado. En la historia militar los diseños y las nuevas armas para la guerra están concatenados al avance de las tecnologías. De ahí que los cinco años que duró la Segunda Guerra Mundial –dice Hanson–, el sonar, el radar, los misiles balísticos pasaron de ser meras hipótesis en realidades mortíferas y de probada eficacia en el campo de batalla.27 La tecnología no sólo cambia la naturaleza de los combatientes y el escenario político mundial, sino también las variables de las tácticas o las estrategias. Porque se está pasando del escenario de las guerras convencionales, al de contra-insurgencias, vigilancia y control, o de ganarse el corazón o la confianza de los nativos y de técnicas de interrogación “astutas”, que respondan a la logística y al fin de ganar la guerra. Estamos pasando, por supuesto, a otras formas de combate y en ese escenario es importante la interrelación de variables para ganarle la partida a la insurgencia, al narcotráfico, o al terrorismo internacional. Así que, la guerra por el predominio de los lenguajes digitales y las imágenes en movimiento, está pasando del campo de batalla y del enfrentamiento entre combatientes, al ordenador, la ciencia de la computación y los algoritmos matemáticos.

Deseo resaltar que el conocimiento de las ciencias de la información y las técnicas al uso, están alterando el rostro de la guerra. Los instrumentos técnicos para la guerra pueden subvertir en cuestión de horas o de días el curso de una batalla, o la política de un país, o el destino de millones de seres humanos. Aunque no son las únicas variables que participan en el triunfo o derrota en una guerra, sino que, se convierten en decisivas para alcanzar las estrategias políticas o militares del combate. Nos preguntamos, “¿hay algo en la tecnología militar del siglo XXI, tanto en su letalidad como en su vertiginosa expansión, que haya alterado por completo el rostro de la guerra?”. Creo que en el “núcleo” del movimiento de las guerras modernas, existen dos factores fundamentales, el que tiene que ver con los ciclos continuos de desafío-respuesta al desarrollo de las armas; y el otro, el mundo global de las comunicaciones instantáneas. En los asuntos militares los cambios del “logos” humano se aplica cada vez más a la inteligencia artificial e informática, y a la globalización que incide en el comportamiento bélico. Es decir, la revolución en los asuntos militares, no se pueden des concatenar de las revoluciones de las comunicaciones instantáneas e inmediatas. El paso del “logos” clásico al “logos” artificial se representa en los instrumentos bélicos para la guerra. De su lectura e interpretación depende comprender la cultura de la que somos parte. De ahí que, todo conflicto bélico en la actualidad hay que percibirlo en su cultura.

Pero existen estudiosos de la historia militar como Frederick W. Kagan, Max Boot o Víctor David Hanson, que piensan que los avances tecnológicos modernos en comunicaciones por satélite, informática y nano-ciencia no han alterado de forma significativa la naturaleza de la guerra. Piensan que existen unos presupuestos materiales, psicológicos, espirituales, morales, históricos, etc., –el elemento personal e irracional–, que permanecen en el decurso de los conflictos bélicos, y algunas veces son más importantes que la tecnología punta para la guerra. Es decir, todas las guerras son cíclicas; la diferencia está en las variantes que las configuran. Se convierten en factores recurrentes en el espacio y el tiempo, y se encuentran presente en la literatura del griego Antiguo, el Medioevo, y la Época Moderna. La guerra no sólo se reduce al derramamiento de sangre –dicen–, sino que toda guerra esconde casi siempre un propósito político. Bott señala que los triunfos militares modernos dependen menos de la fuerza que de la capacidad de las naciones para ser “intelectualmente curiosas y tecnológicamente innovadoras”. Dice Hanson, la clave del éxito no reside sólo en disponer de armas avanzadas capaces de sustituir a los efectivos, sino en saber utilizar las tecnologías más punteras en el contexto estratégico adecuado.28

En un mundo global e interconectado en Red, pienso al contrario de Kagan, Boot o Hanson, que el nuevo modelo de guerra está determinado en su mayor parte, por las tecnologías de la información rápida y simultánea, la Informática y la Inteligencia Artificial; la revolución de la información, el teléfono móvil y los mensajes de texto, el uso de Internet y la televisión por satélite, son fundamentales en los conflictos bélicos modernos. Aunque no determinen el final de un conflicto, pero sí influyen de manera importante en la pérdida o el triunfo de una guerra. Así pues, hay que ver las guerras modernas en el ámbito de su “cultura”, y la que determina el tiempo actual, es, la del Titán y el titanismo, del técnico y los instrumentos bélicos. Por eso, asistimos sorprendidos y anonadados, al paso del “logos” espiritual, infinito, insondable, contradictorio y ambiguo, al “logos” material, artificial, gráfico, numérico y abstracto. A uno le corresponde el tiempo mítico, ritual, de recurrencia temporal o circular; al otro, el tiempo abstracto, mecanizado, lineal y plano. En este orden, ¿estamos asistiendo no sólo a unas inflexiones tecnológicas, sino también históricas y temporales? ¿está el ser humano capacitado para leer e interpretar las lenguas del dios Polemos y las fraguas de Vulcano? O, tal vez tenga razón Jünger cuando dice que, “ya sería hora que los dioses salgan alguna vez de su reserva”.

Por último, aunque la literatura del griego Antiguo, de Homero, Hesíodo, Tucídedes, exalten la guerra como un mal necesario y recurran al mito y la configuración de la ciudades-Estado, y luego la Edad Media le dé un carácter divino, y la Edad Moderna un carácter secular –poder, riquezas, domino, técnica, ciencia, política, etc. La consciencia que se tiene es la representación de lo antinatural, absurdo, abominable, que atenta contra el verdadero sentido de humanidad. De ahí que la teoría de la cultura, la antropología, la historia de las ideas políticas, la filosofía, representadas por profesores, estudiantes, activistas cívicos, académicos, trabajadores sociales, profesionales de la medicina, la biología, escritores, periodistas, poetas, pintores, dramaturgos y políticos occidentales, y la sociedad civil en su conjunto, tengan la convicción que las batallas son algo retrógrado y primitivo.

Entonces, ¿qué es lo que está en juego en un mundo como el nuestro? ¿quién puede afirmar que la defensa del Sistema, del capital financiero internacional, de las empresas transnacionales, del poder político, compensan el dolor humano causado por la violencia, la guerra, el hambre, o por la muerte de un niño en medio de una conflagración? Además, ¿qué le queda al ser humano en un estado de postración espiritual y físico como éste? Hay que empezar avanzar en las tinieblas, un poco a ciegas, porque los espejismos de los instrumentos técnicos y las armas son tan fuertes, que no dejan vislumbrar otra salida que el dolor o la muerte. Por lo demás, hay que perseverar y optar por otros caminos que aún por un instante, desvelen el rostro de la jovialidad. Éste no es otro que el rostro de Dios transfigurado en el del hombre.

Las personas que se alían criminalmente con la técnica, ignoran que “un mundo sin amor, es un mundo muerto”. El lenguaje del amor se pierde cuando no se lo ejercita. De ahí que, en el juego natural de los egoísmos, los sufrimientos y el dolor, graven más en el corazón de los hombres el entendimiento de la injusticia. Porque en un estado de postración espiritual y sensitivo como éste, cae como una angustia sorda sobre el hombre desprotegido y solo, el insaciable deseo de la carnicería. Ese tipo de ralea está poseída por el furor del crimen y no puede hacer otra cosa. Creen aceptar como buenos los principios y los actos que los originan. En los lugares de sudarios y de despropósitos humanos, juegan a ver quién mata más. No les importa la Vida, les importa el asesinato, su naturaleza descarnada, abominable y sufriente. De ahí que algunos “no tengan vergüenza, que no se mueran de vergüenza de haber sido, aunque desde lejos y aunque con buena voluntad, un asesino también”. Y, nos damos cuenta que, en la guerra, o en un estado de violencia generalizada, existen individuos que “no son capaz de abstenerse de matar o dejar de matar, porque está dentro de la lógica en que viven”. Y, en la vida civil tienen la desfachatez de ponerse la máscara de ciudadanos de “bien”. Además, “en los sitios donde domina la canalla se notará que esta práctica la infamia más allá de lo necesario e incluso contra las reglas del arte de la política”. Por esto, en el mundo nuestro no se tiene afición por los santos ni por el heroísmo, sino por el hombre de carne y hueso, por el afligido.

Entonces, ¿cuál es el gran sufrimiento de nuestra época? La soledad, el sentimiento de destierro, de exilio, de desprotección, de desolación, de miedo, de debilidad, de dolor y de muerte. En un estado de excitación violenta siempre se observa una atmósfera espesa y nauseabunda planear sobre las veredas, los pueblos y las ciudades. Ahora bien, ¿qué buscan los que planean las guerras o la violencia cotidiana? Naturalmente, que todo, absolutamente todo, se perciba con los cristales de la desgracia, la confusión, los lamentos o el sufrimiento. Y justamente por eso, el desastre de la guerra se convierte en hábito, porque el hábito del desastre es peor que el desastre mismo. Y, desean borrar la memoria y la esperanza de los seres humanos, porque quieren instalarnos en la monotonía del presente. Para que en el fondo del corazón de los hombres prime, “esa indiferencia distraída que se supone en los combatientes de las grandes guerras –nos recuerda Albert Camus-, agotados por el esfuerzo, pendientes sólo de no desfallecer de su deber cotidiano, sin esperar ni la operación decisiva ni el día del armisticio”.

Entonces, ¿podemos amar ésta Creación donde los pueblos son bombardeados o gaseados? ¿podemos amar ésta Creación donde los niños pasan hambre o son torturados hasta la muerte? ¿podemos amar ésta Creación donde una mujer es empujada a prostituirse sólo por dar de comer a sus hijos? ¿podemos amar esta Creación donde cientos de personas son desplazadas y obligadas por la fuerza a dejar su tierra natal? Un mundo como éste es una blasfemia. Pero, es el único mundo posible donde podemos vivir; hay que ver el otro lado de la Vida, porque en medio del sufrimiento, el dolor o la muerte, abunda la Gracia. Sabemos que en la Creación abunda el dolor y el mal, pero estamos juntos en este mundo para combatirlo y sufrirlo. En este estado se hace indispensable la Revelación y la Redención cósmica –la Shekinah: que según las categorías místicas acaba por unir las imágenes primordiales del mundo, el hombre y Dios. De modo que la captación del sentido último del ser coincida con las capas más profundas de la consciencia religiosa. Dado que lo “exclusivamente judío” se transfigura en la verdad que rescata el mundo. Como dijo Franz Rosenzweig: “En la más profunda estrechez del corazón judío brilla la Estrella de la Redención”.  Así, la vida como Don divino hay que defenderla con tenacidad, tesón, valentía, ya que en unos ojos tiernos se disuelve el dolor, la tortura y el miedo.

En el mismo orden existen otras herramientas, la Palabra y la Razón, o la intuición, para evitar o acabar con un conflicto bélico. El ser humano cuenta con el don de la Palabra y de la reflexión para llegar a acuerdos que interrumpan por un lapso de tiempo, el derramamiento de sangre. Ya que cuando se sueltan “los perros de la guerra” no hay poder humano que sacie la insaciabilidad de su deseo. Hay que tener en cuenta que la guerra expresa la degradación absoluta del ser humano, a través del egoísmo, la tortura, la venganza, el derramamiento de sangre, o el poder de la muerte. Nunca hay que olvidar que una mirada donde se lee tanta bondad, será siempre más fuerte que la muerte. Los sentimientos humanos son más fuertes que el miedo a la muerte entre torturas. Ahí están los Desastres de la guerra de Goya, que expresan el estudio profundo de la naturaleza humana y sus problemas recurrentes, intemporales, sin resolver, como es el de la guerra. Goya percibe el Mal absoluto, que afecta a la Naturaleza, como inmanente al mecanismo natural, al Tiempo, y su configuración en la vida del ser humano. Hörderlin tiene razón cuando en uno de sus poemas describe los padecimientos del hombre amigo de las Musas, y se pregunta: “¿Para qué poetas en tiempos de indigencia?”

                                                                  

                                                                  Bibliografía

 

1. Jünger, Ernst. Sobre el dolor. La movilización total y Fuego y movimiento. TusQuets Editores, Barcelona, 2003.pág. 96

2. Ib. pág. 98.

3. Ib. pág. 110

4. Alain de Benoist. Ernest Jünger y El Trabajador. Ediciones Barbarroja, Madrid, 1995. pág. 12.

5. Ib. pág. 13.

6.  Jünger. Sobre el dolor. pág. 127.

7. Benjamín, Walter. Experiencia y Pobreza. Taurus Editorial, 1980. pág. 168.

8. Jünger. Ib. pág. 128.

9. Ib. pág. 128.

10. Steiner, George. En el castillo de Barba Azul. Editorial Gedisa, 1998. pág. 37. 

11. Jünger. Ib. pág. 129.

12. Ib. pág. 132.

13. Ib. pág. 134.

14. Ib. pág. 140.

15. Benjamín, Walter. Libro de los Pasajes. Ediciones Akal, Madrid, 2005. pág. 465.

16. Jünger. La emboscadura. TusQuets Editores, Barcelona, 2002. p. 64.

17. Hanson, Víctor David. Guerra. Turner Publicaciones S. L., Madrid, 2011; págs. 55 y 56.

18. Jünger. El libro del reloj de arena; Tusquets Editores. pág. 142.

19.  Hanson. Guerra; pág. 76.

20. Ib. pág. 76.

21. Jünger. Sobre el dolor; pág. 76.

22. Jünger. La emboscadura; pág. 54.

23. Jünger. Ib. pág. 78.

24. Ib. pág. 84.

25. Ib. pág. 56.

26. Mann, Thomas. Doktor Fausto. Edesa, Barcelona, 1998. págs. 223 y 224.

27. Hanson. Guerra; pág. 158.

28. Ib. pág. 170

29. Ib. págs. 176 y 178.