Walter Benjamín
“Las Afinidades Electivas” de Goethe
Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.
La novela Las
afinidades electivas de Goethe, trata sobre las vicisitudes que viven
Eduard y Ottilie a lo largo de su matrimonio. Como, a la vez la lucha atroz
entre las fuerzas del destino y el libre albedrío. También la fatalidad que
contiene el sino en un matrimonio mal ávido y como la muerte y el sufrimiento
se configuran en la relación matrimonial. De ahí que Immanuel Kant define el
matrimonio como “el enlace de dos personas de distinto sexo para la mutua y
vitalicia posesión de sus propiedades sexuales. – El fin de engendrar hijos y
educarlos siempre puede ser un fin de la naturaleza, para lo cual implantó ésta
la inclinación reciproca de los sexos, pero para la legitimidad de ésta unión
suya no se exige que el hombre que se casa tenga que proponerse dicho fin; pues
de lo contrario, cuando la procreación cesara, el matrimonio se disolvería por
sí mismo”.1
Benjamín expresa que “el error más grande del
filósofo fue creer que a partir de esta definición de la naturaleza del
matrimonio podía establecer su posibilidad e incluso su necesidad moral por
deducción, y confirmar con ello de tal modo su necesidad jurídica […] A nadie
debería escapársele lo que en él hay de impuro, esa indiferencia hacia la
verdad en la vida de los esposos. En verdad la justificación del matrimonio
nunca está en el derecho, eso sería como institución, sino únicamente como
expresión de la sustancia del amor, la cual por naturaleza la buscaría en la
muerte antes que en la vida”.2
A Goethe, en esta obra, le resultaba indispensable
la estricta plasmación de la norma jurídica. Pero él no quería fundamentar el
matrimonio –dice Benjamín-, sino más bien mostrar aquellas fuerzas que surgen
desde él, en su caída. Pero estos son por supuesto los míticos poderes del
derecho, y el matrimonio en ellos no es sino el cumplimiento de una decadencia
que él mismo no impone. Pues su disolución tan sólo es perniciosa porque no la
producen potencias supremas. Y únicamente en esta ahuyentada desgracia consiste
lo inevitablemente atroz de la consumación.3
Por así decir, según Benjamín, “el objeto de Las afinidades electivas no es el
matrimonio, y en ninguna parte se podría buscar en ellas sus poderes morales.
Desde el principio están desapareciendo, como la playa bajo las aguas durante
la marea. El matrimonio no es aquí un problema moral, ni tampoco social. Y no
es una forma de vida burguesa. En su disolución todo lo humano se convierte en
fenómeno, mientras lo mítico permanece sólo como esencia”.4
Expresa Benjamín que “la bibliografía existente
sobre las obras literarias sugiere que la exhaustividad en semejantes
investigaciones debe cargarse en la cuenta de un interés filológico más que de
uno crítico. En esta obra Benjamín habla del “contenido de verdad”: la crítica.
Del “contenido objetivo”: el comentario. De una obra de arte. “La crítica busca
el contenido de verdad de una obra de arte, y en cambio el comentario su
contenido objetivo. La relación entre ambos la determina aquella ley
fundamental de la escritura según la cual el contenido de verdad de una obra,
cuanto más significativa sea ésta, tanto más discreta e íntimamente ligado se
encuentra a su contenido objetivo”.5
“Así surge de pronto un criterio inapreciable de
su juicio: sólo ahora puede plantear la pregunta crítica fundamental acerca de
si la apariencia del contenido de verdad se debe al contenido objetivo o la
vida del contenido objetivo al contenido de verdad”.6 Así, “en este sentido, la historia de
las obras prepara su crítica y por eso mismo incrementa su fuerza la distancia
histórica”. Pero para revelarlo Benjamín recurre a la labor del Paleógrafo.
Ahora bien, “los contenidos esenciales de la existencia, ¿pueden plasmarse en
el mundo de las cosas? ¿Pueden consumarse sin tal plasmación? Benjamín comenta
que no hubo un período más ajeno a tal plasmación que el de Goethe.7
Así, los contenidos esenciales de la existencia”:
el amor, la libertad, lo justo, la muerte, la vida, el tiempo, la eternidad,
Dios, etc. Benjamín nos indica que no sólo se pueden plasmar, sino que no
pueden consumarse sino en ellos. En la obra de arte, los contenidos materiales:
color, tierra, aire, forma, son absolutamente indispensables para plasmar la
condición humana. El arte necesita de materia para plasmar lo vivo de la existencia
y la naturaleza.
La orientación del clasicismo que trataba de
aprehender menos lo ético e histórico que lo filológico y mítico. Goethe “en
efecto no apuntaba su pensamiento a las ideas en devenir, sino a los contenidos
formados, según los conservaban el idioma y la vida”.8 Herder y
Schiller, primero; Goethe y Humboldt posteriormente acentuaron ese pensamiento.
Se descarta lo ético e histórico en nombre de lo filológico y mítico”.9
Expresa Benjamín
que,
“en Las
afinidades electivas no se puede definir con mayor seguridad la fatalidad.
Como aquella culpa que se hereda en la vida.10
Aquí aparece el problema moral de una obra de arte
y “los hombres mismos se vieron forzados a atestiguar el poder de la naturaleza”.
“Los personajes de una obra jamás pueden verse sometidos al enjuiciamiento
moral”.11 Así que, “el juicio moral sólo es aplicable a los seres
humanos”.12 “Lo que distingue a los hombres de los personajes de la
novela es que los últimos están cautivos por entero del poder de la
naturaleza”.13 En consecuencia, “lo que se impone no es juzgarlos
moralmente, sino comprender moralmente que sucede”.14
Tengamos presente que:
La enseñanza
de Goethe consiste en que el juicio moral sólo es factible en los hombres de
carne y hueso; más no, en los personajes de ficción. De ellos depende
comprender moralmente lo que sucede.
Siguiendo la traza de Las afinidades electivas dice Benjamín: “La educación sólo conserva
su valor donde es libre de manifestarse”.15 Las personas educadas se
encuentran prácticamente libres de superstición”.16 Por eso, las
personas ineducadas son presa fácil de la superstición y el dogma. El carácter
banal se deja arrastrar por la corriente de la vida cotidiana que como velo
cubre la luz de la sana razón instrumento y medio de conocimiento. La
superstición paraliza el pensamiento, la capacidad de juicio y de crítica. Ésta
no posibilita comprender desde una perspectiva histórica, literaria, estética o
filosófica, la concepción del mundo, del hombre y la realidad. Ella agita los
corazones, nubla el pensamiento y el autoconocimiento humano. Como también
induce al hombre a la caída y la muerte, en nombre del dogma y los elementos
irracionales de la vida humana.
De ahí la lucha contra la superstición en la
historia de la cultura y la civilización occidental, se convirtió en problema
filosófico, histórico, metafísico y lingüístico. Así que, en los contenidos del
pensamiento se entrelaza mito y religión, mito y filosofía. Aquí se revela la
relación entre “el mito piadoso” y el “temor supersticioso”.
Relata George Steiner en La barbarie de la ignorancia que “el escritor Arthur Koestler,
estaba convencido de que el cerebro consta de dos mitades: una pequeña parte
ética y racional (todavía muy pequeña) y una enorme trastienda cerebral,
bestial, animal, territorial, cargada de miedos, de irracionalidades, de
instintos asesinos, y que harían falta millones de años para que la condición
moral alcance nuestra condición, nuestras técnicas de agresión y de
destrucción”. Sabemos que en el devenir de la historia humana ha prevalecido la
trastienda bestial, animal, supersticiosa cargada de miedos ancestrales, que
han conducido y conducen a la violencia, la guerra y la muerte del ser humano.
La ética y la esfera racional sólo son una pequeña parte del poder de lo
instintivo y oscuro que mora y predomina en el interior del ser humano.
En Las
afinidades electivas Goethe dice: “Tanto más claramente habla del interior
de la tierra la fuerza magnética. La naturaleza en ninguna parte está muerta ni
muda; es más le ha otorgado al rígido cuerpo de la tierra un confidente, un
metal en cuyas partículas deberíamos percibir lo que sucede en la masa entera”.17
El símbolo de lo telúrico y del agua interesan a Goethe. El símbolo del lago,
por ejemplo, esconde “la metafísica de la naturaleza bajo la superficie muerta
del espejo”. Así que, en lo antediluviano se esconde tal fuerza destructora en
base muerta del espejo del lago. Y, esto es recurrente como figura del mito y
del destino en la vida del ser humano.
De ahí que el problema del destino lo simboliza
Goethe en Las afinidades electivas en
el elemento del agua. En la literatura de Goethe se concatena lo antediluviano,
lo elemental y mítico. Y el destino se configura en la calma elemental del
lago, es decir, “en la calma enigmática que lo deja sucumbir directamente”. En
este orden, “cuando se desdeña la bendición del fondo firme, quedan a merced de
lo insondable, que aparece antediluviano, en las aguas inmóviles”.18
Desde los tiempos primitivos “los hombres mismos se han vistos forzados a
atestiguar el poder de la naturaleza, pues en ninguna parte se han desprendido
de él”.19
Dos sentencias que Goethe tiene presente en Las afinidades electivas:
1. “Un acuerdo íntimamente espiritual entre los
seres”.
2. “La
armonía particular entre los estratos naturales más profundos”. En él
predomina la segunda sentencia.
Así que, en Goethe la naturaleza posee una armonía
interior entre todos los elementos que la componen. Y “los hombres se verán
forzados a atestiguar el poder de la naturaleza”, dice Benjamín en referencia a
Goethe. Asimismo, el hombre es el que da testimonio del poder telúrico,
enigmático de la naturaleza. Pero ésta no limita, ni cautiva al ser humano como
hace con los personajes de la novela. Ésta lo espolea para que trascienda libre
y espontaneo, el límite. Por ser fronterizo el hombre trasciende sus
limitaciones y a la naturaleza, con la capacidad de asombro, de imaginación, la
experiencia, el pensamiento y el lenguaje. Baudelaire dijo que la imaginación
era la ciencia por excelencia. De ahí el poema, la novela, el teatro, el cine,
la música, constatan la libertad y lo impredecible del ser humano.
Benjamín piensa que a la naturaleza no le sobra ni
le falta nada. Ella se basta a sí misma. Pero el hombre al transformarla y
conocerla, insufla el espíritu de alteridad y de destrucción. Goethe en su teoría de los colores dice que la naturaleza “en ninguna parte está muerta ni
muda; es más, le otorga al rígido cuerpo de la tierra un confidente, un metal
en cuyas partículas deberíamos percibir lo que sucede en la masa entera”.20
Para Goethe, en el hombre la bendición del fondo
firme, no funda a merced de lo insondable, que aparece ante diluviano, en las
aguas inmóviles. Así reina la vida y no sucumbe ante el destino. El “destino
demoniaco–espeluznante que se cierne en torno al lago del placer” y marca el
camino. El agua del lago “la colma enigmática que lo deja sucumbir
directamente”, se oscurece debajo del espejo. Esta imagen emblemática del mito
del destino se opone a la del agua como “elemento caótico de la vida”. Esa, no
es el emblema del mito del destino en la naturaleza de Goethe, sino “la armonía
particular de los estratos más profundos”. Así que, los elementos telúricos son
una armonía, sólo basta afinar el oído para escucharla.
Johann Herder percibe el Cosmos en el lenguaje. La
armonía de las palabras son una sinfonía, sólo basta afinar el oído interior
para escucharla. Existe entonces una relación interna entre las palabras y los
elementos de la naturaleza. Benjamín llega a decir que entre el espíritu
lingüístico de las cosas y el de los seres humanos, existen semejanzas. Ellos
se comunican a sí mismos como lenguas. Pero lo que los diferencia es, que en el
de los seres humanos existe la “voz”. Es decir, el logos (la palabra y el discurso). Porque cuando Dios crea al hombre
le insufla: Vida, Espíritu y Lengua.
Dice Benjamín al respecto: “Nada vincula tanto al ser humano con el lenguaje que su nombre”.21
En el lenguaje, el ser humano se reconoce a sí mismo, y a la vez, se
distingue. “Todos los nombres son aquí nombres de pila” […] En efecto, se le ha
de considerar (a Eduard) como un hombre cuyo amor propio impide hacer
abstracción de las sugerencias que parecen hallarse contenidas en su nombre y
que sin duda con ello lo degrada. Aparte del suyo, en la narración se
encuentran aún otros seis nombres. Eduard, Otto, Ottilie, Charlotte, Nanny y
Luciane. Pero, de todos éstos, el primero es por así decir inauténtico. Fue
escogido arbitrariamente en razón de su sonoridad. Al doble nombre se agrega
además un presagio, pues son sus iniciales E y O las que determinan finalmente
que uno de los vasos de la juventud del barón se concierta en la prenda de su
felicidad de enamorado.22
Hay que anotar que la novela está llena “de rasgos
premonitorios y paralelos en ésta. Ya desde hace tiempo se la considera lo
bastante apreciada en cuanto expresión evidente de su estilo”. Ahora bien, ¿qué
contienen esos rasgos premonitorios? “Un simbolismo de muerte. <<que
tiene que acabar en malas casas se ve desde el comienzo>>, dice Goethe
con expresión extasiada”. Lo que resalta el autor es la ruina moral de sus
personajes esenciales que recorre desde el comienzo toda la novela.
Así lo Expresa Benjamín: “También se nos informa
de la importancia que otorgaba Goethe a <<lo rápida e irrefrenablemente
que se había producido la catástrofe>>. “Toda la obra se halla
entretejida, hasta en sus rasgos más ocultos, por ese simbolismo”. En
consecuencia, la obra está impregnada sutilmente del halo de la catástrofe y la
muerte. “todos ellos se asocian con el episodio de aquella copa de cristal que,
destinada a estrellarse, es cogida al vuelo y conservada”. La construcción de
la casa presagia la tumba y la muerte; existe una correspondencia entre el
simbolismo de la tumba y de la muerte y la construcción del hogar.
En este orden de ideas y de imágenes, lo que
deberíamos percibir es la armonía particular de los estratos más profundos como
configuradores del destino humano; más no el movimiento caótico que
manifiesta. Según dice Goethe, el
destino o el sino se opone a la libre elección. “Considerada desde el sino toda
elección es “ciega” y conduce a ciega a la desgracia.23 Así, pues,
en el seno del sino, el libre albedrio se anula. Por eso, el mito prevalece
ante lo ético, lo moral e histórico. El personaje de la novela Ottilie vive
según Goethe en la esfera de la caída en calidad de “víctima del sino”; y cae
como víctima de expiación de los culpables. Ella representa simbólicamente
resarcir al hombre y la humanidad de la trasgresión según el mito
judeo-cristiano.
Esta idea se puede contrastar con lo vivido por Judas Iscariote en los Evangelios. El sino de entregar a Cristo Jesús, y al tiempo como víctima
de expiación de los culpables: la humanidad en general. Entrega su vida para
liberar al hombre de la culpa del pecado original. Tal como hace Cristo por
mandato divino. En esta simbología humana pero divina, observamos el mito de la
víctima del sino divino; y al tiempo el de la expiación del culpable. Preguntamos,
¿qué hubiera sucedido sí Judas no hubiera entregado a Cristo? El mito del
cristianismo no hubiera vivido el punto de inflexión fundamental. Judas es el
medio del destino divino; y también el medio por el que el hombre expía su
culpa. Visto desde el mito del destino, Judas no es un maldito, sino un
“escogido”, el facilitador del mandato divino en la Historia.
En las literaturas míticas de las religiones de la
humanidad, existe el mito del “médium”. Es el agente facilitador del
cumplimiento de éste y, al tiempo, de la revelación divina en el sacrificio del
ritual de la expiación. Esto confirma que el Profeta, el sacerdote, la persona
individual, se convierten en escogidos de Dios para revelar la Palabra a los seres humanos. Sabemos que
Cristo, Mahoma, Buda, son los
escogidos, pero ellos portan en sí mismos, la esencia de lo divino en el ritual
de la expiación en el sacrificio. Goethe habla en Las afinidades electivas del mito del “destino espeluznante que se
cierne en torno al lago del deseo”.24 Antígona quebranta la ley de
Creonte enterrando a su hermano, entonces la expiación de la culpa la paga con
su propia vida.
Así que, en el mito del destino de la culpa y la
expiación, inexorable se resalta el simbolismo de la muerte. Entregando la vida
se cortan las ataduras de la Historia y de la existencia y se establece un
dialogo con lo divino. Así el hombre alcanza esta dignidad para que lo
demoníaco-espeluznante que mora en él, no prevalezca ante lo bueno, lo bello,
la verdad y lo eterno. Que habita en todos y cada uno de nosotros. Es una lucha
atroz entre la vida y la muerte, la luz y la oscuridad, las fuerzas demoniacas
que moran en las profundidades del alma y la luz de las alturas celestes. Que
atraviesan, circundan, interrogan, juzgan y trascienden, la frágil vida humana.
Así que, en esta contradicción dialéctica se debate constantemente la vida
humana. En este devenir la tragedia humana se transforma en divina, pero
humana. En otras palabras, se convierte en problema filosófico, metafísico y
religioso.
Sí el ser humano no está cautivo del poder de la
naturaleza, como lo están enteramente los personajes de ficción, puede
levantarse como el Ave de Minerva al anochecer y no sólo alcanzar el conocimiento,
sino también la comunicación consigo mismo y con Dios. Por eso sus acciones se
someten al juicio moral; y el ámbito donde se debate es el devenir de la
historia y de la ética. De ahí que sobre sus hombros no sólo cae el peso de la
historia y de la cultura, sino también del juicio de la sana razón. La
filosofía moral expresa que el hombre es el único ser que responde por sus
actos; “el juicio moral sólo es aplicable a los seres humanos”. De ahí que
tienda por la reflexión del autoconocimiento humano, sondeando la condición que
lo define como humano. Porque asumir la “zozobra” que embarga al hombre, en su
libre y racional elección, es asumir el mundo y su realidad.
En el mismo orden expresó Isaih Berlin en una
entrevista que concedió Bryan Magee dice, que hay gente que se preocupa por
saber por qué vive, cómo está viviendo y porqué debe hacerlo así y no de otra
manera. Esta clase de argumentaciones son propias de la filosofía; “y estos son
problemas de principio, que han preocupado profundamente, y por mucho tiempo, a
los hombres; problemas por los que se han desatado guerras y revoluciones
sangrientas”. Por eso “el hombre tiene que aceptar su responsabilidad personal”
y hacer lo que considere correcto: su elección será racional si advierte conforme
a que principios elige, y será libre si pudo haber elegido de otra manera.
Tales opciones pueden ser muy angustiantes. Es más fácil obedecer órdenes, sin
reflexionar”. Bueno bien, no es lo mismo elegir bajo el mandato del destino o
de la divinidad, que hacerlo teniendo en cuenta los principios de la filosofía
moral, por ejemplo.
Así que, “el “eterno retorno de lo igual”, tal
como inflexiblemente se impone ante el sentido que en lo más íntimo difiere, es
sin duda el signo del destino, ya que sea que se asemeje en la vida de muchos o
que se repita en la de los individuos”.25 Desde el devenir histórico
el sentido de la existencia se contrapone al “signo del destino”. Por eso, en
Benjamín hay semejanza entre el “eterno retorno de lo mismo” y el “signo del destino”.
Entonces, por así decir, el motivo de ser presa del destino pone la vida en
manos de fuerzas inconmensurables. Que dan cuenta de la existencia y la muerte,
de la oscuridad y de la vigilia. En las esferas del destino parece que los
seres humanos cumplieran el mandato de los dioses que “encierran a las
naturalezas vivas en un único contexto de culpa y expiación”.26
Es en el ámbito de la literatura desde el griego
antiguo hasta la modernidad donde mejor se constata la lucha inexorable entre
las fuerzas del destino y las de la realidad. Benjamín se refiere a los
personajes de Las afinidades electivas
de Goethe. Esta imagen de la existencia la despliega el autor a lo largo de la
obra. El contexto físico medioambiental se compagina con la elección de los
personajes. Como dice Benjamín en otro aparte de la obra: “La filosofía moral
ha de mostrar estrictamente que la persona ficticia siempre es demasiado pobre
o demasiado rica para someterse al juicio moral. Este sólo es aplicable a los
seres humanos. Lo que distingue a los seres humanos de los personajes de la
novela es que los últimos están cautivos por entero del poder de la naturaleza.
Lo que se impone no es juzgarlos moralmente, sino comprender moralmente que
sucede”.27
Uno de los problemas fundamentales en la historia
de la cultura occidental es, el de la libertad. De ahí que la filosofía y la
literatura lo hayan convertido en objeto de análisis, de crítica y de juicio de
la existencia, del mundo y su realidad. Vemos que el sistema de la filosofía de
Kant, lo controvierte y lo ubica en el centro de sus reflexiones. Esto lo
constata “La Crítica de la Razón Pura”,
“La Metafísica de las Costumbres”, “¿Qué es la Ilustración?”. En sus obras se percibe un dialogo profundo con la
libertad; también con sus limitaciones, sus alcances, tanto en la vida pública
o privada. O, en otros términos, en la esfera del conocimiento, de la historia,
de la política, de la ética, de la moral o de la estética. En la historia de la
cultura occidental se convierte en uno de los problemas de la existencia en
general.
Así, comprendida la libertad en sus acepciones, el
mito del “eterno retorno de lo mismo” que desemboca en el destino, coartan el
devenir de la libertad. Ésta se prefigura en cada punto de la red que teje el
destino de los seres humanos. Desde la Antigüedad griega, la libertad ocupa el
centro del pensar y las deliberaciones de los que hacen parte de la Ciudad
Estado. En la Edad Media la libertad está diluida en los ritos y el dogma
cristiano.
Posteriormente en los Ilustrados y la revolución
francesa, la filosofía crítica de Kant, y la del Idealismo absoluto de Hegel le
dan en el siglo XVIII y XIX un tratamiento especial. Hegel en la “Fenomenología del Espíritu” o, en la “Dialéctica del Amo y del Esclavo”, el
concepto de libertad se considera casi un absoluto. En la “Fenomenología” su
consecución y despliegue se identifican con la verdad y el conocimiento
absoluto: Dios. En la filosofía de Kant, todo pensamiento crítico, creativo,
tiene como fundamento la libertad de pensar. De otra parte, la literatura
moderna la problematiza y se convierte en algo fundamental de la condición
humana. Preguntamos, ¿qué sería de la poesía, la ciencia, la filosofía, la
política, la economía, sin libertad? Sólo un agregado de principios dogmáticos
y de normas que cumplir. Por eso, la liberta es la “piedra del ángulo” de la
sociedad, de la política, de la economía, de la cultura y de la existencia del
ser humano.
Recordemos que “sólo la verdad está cargada de
esencia”. Así que, el destino “se despliega incontenible en la vida culpabilizada”.
“El destino es el contexto de culpa de lo vivo”. El signo de la fatalidad “como
aquella culpa que se hereda en la vida”. En la “Tragedia” el emblema de la fatalidad como el de la belleza pueden
estar cargados de esencia. La esencia no connota sólo lo bueno, lo bello, lo
normativo, sino también lo fatídico. En la naturaleza del ser humano ambigua y
contradictoria, infinita e insondable, el ámbito donde arraiga lo bueno y lo
malo, lo bello y lo feo, la esencia de la verdad se comprende bajo el prisma
artístico, como de ser presa del destino.
“La culpa de la muerte” deberá recaer en quienes
no han expiado mediante la auto abnegación su culpa por esa existencia
interiormente carente de verdad”.28 “Pero aquí no se habla de culpa
moral - ¿cómo podría contraerla el niño?, sino natural, en lo que los seres
humanos no incurren por acción y decisión, sino por omisión y negligencia”.29
“Cuando, desatendiendo lo propiamente humano, se entregan al poder de la
naturaleza, entonces la vida natural, que en el hombre ya no conserva su
inocencia sino se vincula a una superior, lo arrastra hacia abajo. Con la
desaparición de la vida sobrenatural en el hombre, su vida natural se convierte
en culpa, sin que en el obrar falte a la moralidad”.30
El problema filosófico-teológico de la culpa y la
expiación lo ubica Benjamín en el ámbito del destino. Es donde toda naturaleza
destinada, manifiesta la culpa y la expiación. Y, cuando la vida se convierte
en culpa, lo arrastra hacia las profundidades del dolor, del sufrimiento, del
miedo, del castigo, la enfermedad y, la degradación de la carne y del espíritu.
Así, la vida natural del ser humano que ha perdido su inocencia, sino se agarra
a lo sobrenatural y divino, lo trascendente y metafísico, lo arrastra a la
oscuridad donde reinan los demonios, la corrupción moral, ética y la muerte.
Las religiones monoteístas omiten el destino y le dan prioridad a la culpa y la
expiación. De hecho, la vida que envuelve el mito del destino no podrá escapar
del sino de la culpa. Mientras que, en el judaísmo, el cristianismo o el
islamismo, la culpa de la vida natural, del poder de la naturaleza, se
trasciende cuando el hombre alcanza la luz de la divinidad: a Dios.
En este orden, la contradicción entre elección y
destino, Goethe la observa como lucha que entabla la vida y toda elección que
acontezca en el ámbito del destino; ya que éste es “ciego y conduce a ciegas a
la desgracia”. El destino no deja liberar a la vida humana de la desdicha, del
dolor o la muerte que ha conjurado sobre ella. Que en el hombre se manifiesta
como culpa de la mera vida. Goethe muestra que cada acto, cada emoción, cada
elección, del que cae en las garras del destino, atrae hacia sí la culpa y la
expiación. La fuerza del destino es tan fuerte, que atrae hacia el hombre su
desgracia.
El hombre “cuando desatiende lo propiamente humano”, se entrega a las fuerzas oscuras de la naturaleza. Ernst Jünger dice en el texto “La emboscadura”, “siempre subsiste una diferencia, como la que se da entre la luz y las tinieblas. En el primer caso, el de la luz, el camino va ascendiendo hacia reinos que están en las alturas, hacia la muerte en sacrificio o hacia el destino de quien sucumbe con las armas en la mano; en el segundo caso, el de las tinieblas, el camino desciende hacia los hondones de los campos de esclavos y los mataderos, donde unos hombres primitivos se asocian criminalmente con la técnica. En este último caso no hay destino, lo único que hay son números. O bien poseer un destino propio o bien tener el valor de un número: esa es la disyuntiva que hoy nos viene impuesta a todos y a cada uno de nosotros, impuesta ciertamente a la fuerza; pero el decidirse por lo uno y por lo otro es algo que cada cual ha de hacer por sí solo.3
Ahora, “sí el destino es “ciego” y conduce a ciegas a la desgracia”, éste coarta la libertad.
“Estamos refiriéndonos a la persona libre –dice
Jünger-, tal como fue creada por Dios. Ese hombre no representa una excepción,
no es una minoría selecta. Antes, al contrario, se halla oculto en el interior
de todos y cada uno de nosotros”.32 “Cuando el hombre atiende a lo
específicamente humano, se vale de la libertad que le ha sido otorgada”.
(Jünger), o de la libertad que se ha tejido en compañía de los otros. (Arendt).
Y, con su espada flamígera en sus manos combate las ataduras del destino que le
han impuesto los dioses o, el peso del devenir de la historia. Jünger cree que
hay que prestarle ayuda al ser humano – “y se le ha de prestar con el
pensamiento, con el conocimiento, con la amistad, con el amor”.
Sí el hombre cae en la sombría profundidad de la naturaleza,
sí la vida natural prevalece sobre la sobrenatural -espiritual o divina-, la
existencia se quebranta y lo irracional, instintivo y oscuro de la existencia,
predomina sobre lo espiritual y divino. Entonces, el vínculo espiritual se
diluye en las “cosas” materiales. Dice Benjamín al respecto: “Sí el hombre
desciende hasta este nivel hasta la vida de las cosas aparentemente muertas
cobra su poder”.
En el mundo moderno el predominio de la ciencia y
la técnica, han cosificado la vida. Porque toda emoción, todo sentimiento, todo
estatus, toda amistad, lo mide el dinero y el poder. Este devenir histórico de
la existencia ha desencadenado el despilfarro de la materia y de la energía
vital. Con razón ha señalado Gundolf, nos recuerda Benjamín, la importancia de
lo cósico en lo que acontece. Este desmoronamiento de la estructura interior
del hombre, saca a la luz antiguas potencias atávicas que antes permanecían
dormidas y ahora se han despertado con sed de sangre y de muerte.
La lucha encarnizada entre la “elección” y el
“destino” que acertadamente señala Goethe en Las afinidades electivas”, por la esencia que la constituye, se
aplica a todo hombre. Y nos recuerda Benjamín, “se debe perseverar allí donde
nos ha puesto más el sino que la elección. Aferrarse a un pueblo, a una ciudad,
a un príncipe, a un amigo, a una mujer, a una esposa, referirlo todo a esto,
hacerlo todo, renunciar a todo y sufrir por esto, eso es lo que se valora”.33
Además, las fuerzas del sino se arraigan en las entrañas del ser humano, por
eso, absolutamente por eso, su poder es más profundo que el de la elección.
Esta atiende en su mayor parte al llamado de lo racional y superficial, por eso
se configura en las cosas del mundo. “Se debe perseverar allí donde nos ha
puesto más el sino que la elección”.34
Por lo que acontece en la vida de las personas, de
una comunidad, de un pueblo, de una nación, la elección se diluye en la
naturaleza del poder del destino. Por tanto, la decisión y la elección de las
personas se someten a las potencias del destino y los trasciende. La fuerza del
destino desgarra la naturaleza del sentido y de la realidad. El sino, en su
conducto, es concomitante con “el eterno retorno de lo mismo” y no con el
sentido, ni la historia, ni la ética. Cuando éste se pone en marcha arrasa todo
constructo humano; por eso, cobra valor la sentencia de Goethe: “Se debe
preservar allí donde nos ha puesto el sino […] Eso es lo que se valora”. En
fin, son las potencias irracionales que alimentan las fuerzas del destino, las
que determinan la existencia, no la acción y la elección.
Recordemos nuevamente que, “en el sino se cumple
por lo tanto el simbolismo de la muerte bajo la mítica forma originaria del
sacrificio”. Para el cristianismo, “la mítica forma originaria del sacrificio”
se cumple en el sino divino que contiene el simbolismo de la muerte del Hijo de
Dios, Jesús de Nazaret: la crucifixión. Predestinado a ello está Ottilie y el
Hijo del Hombre. Tanto en una como en el otro, se teje la red del destino de
entregar la vida en sacrificio: aquí el telos del destino se cumple. Para el
cristianismo significa que la vida natural, manchada por el pecado vuelve a
recobrar la inocencia que la vincula a lo sobrenatural y divino. Y, esta
restauración significa salvación y vida eterna. Para Ottilie, en cambio
significa expiar la culpa del matrimonio mal habido. “Ella es la verdadera hija
de la naturaleza, y al tiempo su víctima”. En efecto, “su propio poder interno
ella ya no puede sino aplicarlo a aniquilarse a sí misma” –al decir de Wilhelm
Solger.
En la historia de la cultura occidental la
literatura nos muestra la repetición de lo mismo en el tiempo y el espacio
diferente. Antígona es la heroína que espía su culpa con su muerte por
trasgredir la ley; Ottilie es la heroína del mito originario del sacrificio;
Jesús de Nazaret es el héroe del mito divino y, en el Gólgota expía la culpa
natural de la humanidad. En el caso de Ottilie su muerte aparece como “acto de
sacrificio” –al decir de Benjamín. En el de Jesucristo como acto de
crucifixión. Por lo tanto, el mito originario de la crucifixión es el símbolo
de la restauración de la inocencia perdida en la caída. Por eso se manifiesta
como una nueva alianza de la mera vida para que el telos humano no sea
solamente la sombría profundidad del Hades.
Tanto Ottilie y Jesús de Nazaret no sólo caen como
“victimas del sino”, sino también como víctimas “para expiación de los
culpables”. Por tanto, resarcir al culpable a través de la muerte, permite
inexorablemente el cumplimiento del sino. Así que, en el mito del monoteísmo
religioso, el desgarramiento de la carne y el derramamiento de la sangre,
posibilitan limpiar de la culpa y la expiación. Por consiguiente, restaurar la
antigua alianza con Dios y limpiar la mancha del pecado, son contenidos
fundamentales del mito del sacrificio. “La expiación, en efecto, es desde
siempre, en el sentido del mundo mítico, la muerte de los seres inocentes”.35
Por último, Antígona,
Mahoma, Jesús de Nazaret y Ottilie,
son inocentes. Pero la muerte se ensaña contra ellos, y por eso, justamente por
eso, se cumple el mito. Lo fundamental en la novela Las afinidades Electivas de Goethe confirma la estructura del mito
que es la misma para todos. Y, las transformaciones que cada cultura realiza
son superficiales y no afectan el sentido que los define. Aquí el “mundo
simbólico de la mitología” se corresponde con el mundo de la novela de Las afinidades electivas. De esta forma,
no obstante, lo divino permanece en lo humano.
Madrid-España a 02/11/2023
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