ALEJANDRO DURÁN: UN JUGLAR POPULAR
DEL MITO AL HOMBRE
A mis
amigos de Chinú-Córdoba:
Julio Betin López, Rafael Mercado Flórez,
Rafael A. Figueroa Flórez (Batonio).
<<Poéticamente habita el hombre sobre la
tierra>>.
Friedrich
Hölderlin
Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Ensayista.
Desde la antigüedad hace 30 o 20 mil años el
hombre viene expresando la relación con el entorno y el Yo valiéndose de
rituales funerarios, de mitos, de narraciones, de fabulas, del arte, la poesía,
el cantar y la música. De esa forma busca darle sentido al mundo, las
estrellas, la naturaleza y la vida. Son una manifestación de la existencia
espiritual que puede ser concebida como una especie de lenguaje. Don divino que
los dioses conceden a los hombres. Es el halito de la voz que comunica
contenidos espirituales. Por eso el único ser lingüístico es el hombre. Porque
tiene voz y habla; mientras la lengua de las cosas comunica un profundo
lamento. Porque carecen de voz; es decir, de palabras. Esto posibilita que el
hombre sea un ser simbólico por naturaleza. Un ser histórico y creador de
cultura.
El ser humano simboliza y al simbolizar fabula y
al fabular poetiza. De ahí que lo que tiene que ver con la espiritualidad
humana es histórico y temporal. Así que, la lengua tiene una dimensión social
que genera un tipo específico de palabras, palabra hablada o cantada. Un tipo
de lenguaje compartido por los miembros de una comunidad especifica. Por tanto,
la música no es sólo acompañamiento sonoro de las mudanzas históricas; también
capta su esencia, la naturaleza de un pueblo. Por ser movimiento puro, liberado
de los objetos, la música como tal no tiene una meta, un objetivo.
El oído interno es el que capta las grandes
composiciones musicales; llegan de otro mundo. La poesía y la música llevan a
un mundo de mayor libertad donde queda vencido lo imposible. El placer, el
dolor, el amor, la muerte, y la naturaleza –plantas, animales, el ritmo cósmico
del día (el amanecer o el atardecer), el canto de los pájaros, las olas del mar
o el agua de los ríos-, se sienten en una dimensión diferente. La música hecha
raíces en la vida cotidiana; y el canto crea una estructura común que responde
a las creencias, esperanzas, deseos, miedos y fantasías de una comunidad o, de
un pueblo.
Estas <<formas>>
estéticas las han creado los hombres para expresarse, para crear una estructura
común que responda a las apetencias materiales, éticas y espirituales de un
pueblo. Este <<tipo>> de
lenguaje otros hombres pueden comprenderlo a través de la empatía con la poesía
o la música. Así que, la música no es un mero adorno: es una voz que habla, un
esfuerzo para plasmar una visión inmaterial concreta. El mito contiene la
grandeza del hombre, de su alma y de su corazón. El mito del negro Alejo
es más fuerte que la historia; ésta lo repite en variantes.
Gilberto Alejandro Durán Díaz (El Paso,
Magdalena Grande, 9 de febrero de 1919 – Montería, Córdoba, 15 de noviembre de
1989), se conoce como el negro Alejo, fue un acordeonero,
compositor y cantante de vallenato de la Costa
Caribe de Colombia. En 1968 gana el primer Festival de la Leyenda Vallenata y, se convierte en el primer Rey Vallenato.
El juglar popular es un <<poseso>>, un
<<vate>>, un <<espabilado>>, de las cosas animadas o
inanimadas. Un poeta popular que encarna en universalidad la sensibilidad y el
espíritu de su pueblo. En él se revela lo profano y lo sagrado de su cultura.
En él se funda lo que queda. Como dijo el poeta alemán Hölderlin: <<Lo que queda lo fundan los poetas>>.
Alejandro
Durán al nombrar las cosas en la lengua de la música vallenata las
significa y las da a conocer. Una especie de incitación, de invitación a los
múltiples tonos de la vida: el amor, la muerte, lo sagrado, la amistad, lo
profano, la vaquería, la lengua de los ríos, el monte, la brisa del campo, el
amanecer, el atardecer, el grito del corralero. Alejo expresa la gran
<<epopeya>> del
sentimiento costeño.
Esta expresión cultural de los géneros literarios
según el predominio de los valores masculinos o femeninos, le atribuyen un
carácter a la música. Así que, la exclusión del sexo priva a la vida de más de
la mitad de su poesía, y a la mitología de su mayor riqueza, pero no las
destruye necesariamente. En nombre de todo cuanto existe el juglar establece
una conexión rítmica y poética con el mundo que lo rodea. Así con la música
vallenata le canta a la vida, a la mujer y a las cosas cotidianas que le dan
sentido a la existencia. Por eso el sentido de la existencia tiene su origen en
la palabra de la poesía cantada. No sólo hay un instinto de conservación vital,
también hay un instinto de conservación ideal, que el juglar los convierte en
<<inmortal>>.
El juglar conduce a la existencia histórica de su
comunidad, es decir, a la humanidad del ser humano, al ámbito donde brota su
poesía y su música. Así, la actividad del espíritu de la música del juglar es
como la del pensamiento y del juicio del pensador. Porque a través de la
actividad del espíritu y del pensar buscan darle <<significado>> al
mundo y a la vida. El mundo en el que no sólo estamos, sino que formamos parte
de él, el mundo de los hombres y sus generaciones históricas. Es la actividad
subyacente que se revela a las esferas del espíritu de la música y del
pensamiento. Porque somos seres dotados de sensibilidad, de razón y de
lenguaje. Así que, el ritmo de la música vallenata amplía e intensifica la
cadencia natural de la vida, en las notas sentidas de su acordeón.
El negro Alejo es el cronista, el narrador de historias y de anécdotas de los pueblos de
la Costa Caribe de Colombia. El
juglar, el coplero de la memoria colectiva, que rememora las historias en el
folclor de su música. Su pasado es absolutamente necesario para la memoria de
los pueblos, para el presente y el futuro de la música vallenata. Es el hombre
y el mito representados en una persona que trasciende los linderos del espacio
y del tiempo. Así que, después de su muerte su música y él se convierten en una
presencia atemporal.
Sí se comprende la relación de la música vallenata
respecto del lenguaje poético que la canta; se comprende la íntima correlación
del juglar con la tradición cultural de nuestros antepasados. La frecuencia con
que recurre a la memoria, a la niñez, a la familia, a la mujer, a los amigos, a
las fiestas populares, a los agüeros, a los ritos sagrados o seculares, al
trabajo en el campo –porque la mayoría son de extracción campesina-, sus
canciones parecen el anuncio de una promesa. De ahí que el en ramaje de la
lengua de su música es tejido de tonos y ritmos, que le dan sentido a su
historia y su razón de ser.
Así le canta a uno de sus
ideales amores <<Fidelina>>:
Voy a coger mi acordeón
pa´ que escuchen mi rutina
Y voy a hacer este son ayayayay
Es pa´que tu te diviertas Fidelina (bis)
Fidelina Fidelina…
Bella como flor del campo
miren que mujer tan linda (bis)
y te dedico mi canto ayayayay
escucha mi serenata Fidelina (bis)
El negro Alejo un hombre que dibuja en el
lienzo del amor sus notas de acordeón. Nos enseñó que la vida tiene que ser
aceptada y para soportarla debe ser poetizada y cantada. Fidelina una mujer que
atrapó en la rede de su corazón su amor. Como dice el periodista Juan
Rincón Vanegas: a ella le dedicó una de las canciones que más le gustaba,
porque llevaba impregnada la melancolía del aire de son en medio de los
arreboles del recuerdo. Pensaba llevarla al altar del sentimiento, donde las
palabras sobran y los cuerpos cabalgan al ritmo de la serenidad de la
noche.
El vallenato es una especie de canto a la
libertad; un cantar <<épico>>,
elemental del sentimiento. Por eso se hermana con la literatura y tratan desde
la palabra escrita y cantada, dar cuenta de los más sutiles procesos
psicológicos y del sentimiento de la condición humana. Así que, la literatura
de García Márquez y el vallenato se funden en un abrazo fraternal de una
cultura amerindia y negra amamantada por una lengua de millones de hombres a lo
largo de siglos. El novelista evoca la traza del acordeón y del canto
vallenato, al decir: cómo se podía saber de otros mundos y de otra gente a
través de una canción. Después descubrí la literatura y me di cuenta que el
procedimiento es el mismo. El acordeón y el canto vallenato se convierten para
García Márquez en un emblema que revela la magia de la materia animada e
inanimada.
En la música popular vallenata la literatura y el
arte captan algo distinto de la realidad física y mental de la Costa Caribe de Colombia. La música del
negro Alejo deshoja el árbol del paraíso de la poesía pura; en otras
palabras, que no está lejos de su experiencia de hombre mítico e histórico. Es
la gracia de la poesía pura, el aletear de la voz cadente y sonora que nace de
la raíz del sentimiento. Es la historia de unos pueblos que merecían ser
cantadas, ingresar en la memoria del espíritu humano, ser un rumor y una
música. No hay episodio trascendental de la historia que no haya dejado un eco
en la música verbal de su tiempo o de los tiempos ulteriores –al decir de
William Ospina.
Si hablamos de Alejo Durán nos referimos a la
canción Alicia adorada,
aunque su autoría es de otro juglar Juancho
Polo Valencia:
Como Dios
en la tierra no tiene amigos
como no tiene
amigos que lo quieran
tanto le
pido y le pido ¡ay hombe!
se
llevó a mi compañera.
¡Ay! pobre
mi Alicia. Alicia adorada
yo te recuerdo
en todas mis parrandas.
¡ay! pobre
mi Alicia. Alicia querida
yo te
recordaré toda la vida…
Alicia mi
compañera que tristeza
Alicia
mi compañera que dolor,
y
solamente a Valencia ¡ay hombe!
el guayabo le dejó.
Aya
en Flores de María
donde
todo el mundo me quiere,
yo reparo a
las mujeres ¡ay hombe!
y no veo Alicia la mía.
Donde
todo el mundo me quiere
Alicia murió solita,
donde quiera
que uno muera ¡ay hombe!
todas las tierras son benditas.
El mundo en el que emerge espontánea y libre la
música del juglar es, un mundo en estado naciente, todo pertenece a un orden
natural y mítico, y la vida transcurre en el campo o los pueblos de la Costa Caribe de Colombia de un modo
inmediato y vigoroso. En la poesía más antigua del vallenato se representa una
especie humana que en cuyo ánimo, presenta expresiones muy distintas de las
nuestras. Por ser más naturales, más cósmicas y universales; lo podemos
percibir en el origen de todas las culturas y civilizaciones del mundo. En este
ámbito las palabras hechas de música y poesía se entrelazan con los mitos y las
narraciones, deviniendo en lenguaje estético y folclor. De ahí que un hálito de
alegría o melancolía recorra desprevenido y libre las tierras altas, los
caminos, las sabanas, las calles polvorientas y encendidas de los pueblos y
veredas, cuando se escucha el acordeón de Alejandro Durán, Rafael Escalona,
Luis Enrique Martínez, Enrique Díaz, Juancho Polo Valencia, Colacho Mendoza,
Leandro Díaz, Alfredo Gutiérrez o Máximo Jiménez.
En la aurora de los tiempos en Magdalena Grande,
ya se escuchaba un <<son>>
que narra el acontecer cotidiano de su gente. Ese valor de eternidad que el
filósofo alemán de origen judío Walter Benjamín, asocia a la narración. Sobre
todos los acontecimientos se escucha un canto acompañado de guacharaca, caja y
acordeón. La vida de las personas se desenvuelve de un modo elemental, sencillo
y humilde, en un tono absolutamente terreno. Un modo de vida donde los hechos
son diáfanos, todas las afinidades inmediatas, todas las situaciones accesibles
y fáciles de abarcar.
De ahí que toda narración está, por así decir,
rodeada de un halo de arcaísmo, como si se tratara de una historia que se ha
venido contando desde siempre y para siempre. Este es el criterio que permite
reconocer la narración genuina que Benjamín llama el <<gran
narrador>>. El carácter aurático de la narración vallenata, es el sello de
una manera u otro anónimo de la historia que se narra. En otras palabras, es la
traza del <<gran narrador>>.
Del modo más natural el juglar narra las
aflicciones del alma, el amor a una mujer, el dolor o la alegría que ofrece la
vida cotidiana. Por eso es un testigo fiel de la memoria colectiva de su
pueblo, que la música simboliza en las vivencias compartidas que borran las
fronteras entre realidad y fantasía. El juglar se entrelaza con el mito y éste
en las leyendas sentidas y cantadas. Así pues, mito y juglar componen una
unidad indivisible en el ideario popular. Su música teje y desteje los hilos de
las palabras que dan sentido a la vida de una comunidad.
De ahí que trovadores populares recojan en sus
cantares, las tradiciones, la identidad, la lengua y los inventos de una legión
secular de creadores. El juglar posee el Don
de los dioses de considerar poéticamente en su canto y su música, las comunes
circunstancias de la vida y del mundo. Por eso es un labrador de la palabra en
la memoria viva de su gente. El negro Alejo es un verdadero cronista de la
música vallenata que canta las vicisitudes y las glorias de su pueblo.
También acerca del carácter aurático de la narración, observamos al juglar concatenando el
sentido de eternidad y del pensamiento en el factum de la vida y de la muerte, de la dicha y la desdicha, la
alegría y la melancolía. Que en la consciencia de la sociedad actual vive un
proceso de pérdida de comunicabilidad de la experiencia y el fin del arte de
narrar. <<La muerte es sanción de
todo lo que el narrador puede referir>> -al decir de Walter Benjamín.
Su música y su canto es, en cierto modo, la bisagra de la memoria colectiva.
¿Qué significa que la muerte sea tal sanción?
Una sanción es la confirmación o aprobación de una
ley, acto o costumbre. Tiene, por ello mismo, carácter de autoridad. Ello
confiere al juglar y a la índole aurática
de su narración un sello enteramente peculiar, en la medida que no puede ser
explicada sin más por su construcción ideológica, sino por la remisión al
fundamento de la comunicación y así, también, fundamento de comunidad. (Pablo
Oyarzun R.).
Podemos decir que, la narración del juglar atiende
como a su elemento más originario, a la callada interpelación que proviene del
morir: esa interpelación es la de lo
inolvidable. Sería lícito hablar de una vida o de instantes inolvidables,
aun cuando todos los hombres lo hubiesen olvidado. Su esencia exige no ser
olvidado, exigencia a la cual los hombres no corresponden, y al mismo tiempo
contendría una referencia hacia a la memoria y la rememoración de lo colectivo.
Cabría pensar que la narración del juglar concede a lo inolvidable, algo que
resiste al tiempo y a la muerte, que pareciera descansar en la posibilidad de
la memoria y la rememoración. Así que, he sugerido que el carácter aurático de la narración está
directamente vinculado al valor de eternidad, porque el juglar es la voz del
narrador anónimo, que existió antes de toda literatura –al decir de Leskov, en La Alejandría-.
Quiero también decir que el <<narrador
anónimo>>, anterior a toda literatura, es <<la voz de la
naturaleza>>. Esto es: la <<naturaleza del narrador>> es el
narrar de la naturaleza, el narrador del mundo de la criatura. Por eso la
fuente y la índole de la narración del juglar, es la oralidad. A su vez, el elemento inspirador es la memoria, que
trama la red ideal de todas las historias, es decir, la pura voz de aquel narrador primordial. <<No lo que habla por ella, lo que resuena en esa voz es lo inolvidable>>. (Oyarzun).
Aquí percibimos el carácter justiciero de la
narración del juglar, que consiste que ello da cuenta del acaecer cotidiano y
singular, da cuenta de lo particular en su acaecer. El juglar da importancia al
cuidado del detalle, lo prolijo, que caracteriza a la narración en sentido tradicional,
y que está asociado al espíritu de la crónica. Como dice Juan Gosaín en una
entrevista: <<El vallenato no es un género musical, el vallenato es un
género literario. Un género que sirve para echar el cuento, mezcla de crónica y
música>>.
Así que, la <<criatura>>, es el humano, el animal, la cosa, en su íntima
singularidad que es, a la vez, su imborrable alteridad. Criatura es todo, a
condición que se la perciba en su irreductible e irrepetible singularidad, y
esto quiere decir, a condición que se la repita
en su irreductible e irrepetible individualidad. (Oyarzun). Además, el narrador
juglar en su narración, no juzga a la criatura, al humano, sino que le da un
espacio de juego para que exprese los rasgos insustituibles de su
individualidad. Así, la justicia de la narración y del narrador juglar,
consiste precisamente en que ni éste emite un juicio ni ella es un dictamen.
El juglar popular de la Costa Caribe de Colombia, en
y con su música vallenata (acordeón,
guacharaca y caja), le canta a la criatura, al humano (hombre o mujer), a la
cosa, a la naturaleza, a los animales del campo, al tiempo y las estaciones, al
sol y a la lluvia, como una celebración y rememoración de la lengua del imaginario colectivo.
Joselina
Daza es
una de las canciones de Alejo Durán donde hace un
homenaje a la mujer, a la belleza y al amor:
En el pueblo
de Patillal, tengo el corazón sembrado
Y no lo he
podido arrancar, ay, Tanto como he batallado
Oye Joselina
Daza lo que dice mi acordeón Ay! Hombe
Oye Joselina
Daza lo que dice mi acordeón
Y yo no sé lo
que te pasa con mi pobre corazón
Ay! Oye
Joselina Daza por que no das tu amor Ay! Hombe
No se vayan
a extrañar, no les cause maravillas
Si me voy
pa´Patillal en busca de Joselina ay, Hombe
Si me voy
pa’Patillal en busca de Joselina ay! Hombe
Oye Joselina
Daza lo que dice mi acordeón
Y yo no sé
lo que te pasa con mi pobre corazón
Ay! Oye
Joselina Daza lo que dice mi acordeón ay! Hombe
Pobre
Alejandro Durán dejó su tierra querida
Y se va
pa´Patillal en busca de Joselina Daza Ay! Hombe
Las
mujeres colombianas son hermosas, son muy lindas
Por eso es que Joselina se ha
adueñado de mi alma
Oye
Joselina Daza lo que dice mi acordeón Ay! Hombe
Oye
Joselina Daza lo que dice mi acordeón
Y yo no
sé lo que te pasa con mi pobre corazón
Ay! Oye
Joselina Daza lo que dice mi acordeón Ay! Hombe
En las antiguas culturas –griega, babilónica,
hebrea, árabe, china, hindú, egipcia, precolombina, entre otras -, el poeta y
el profeta tienen acceso a la <<Verdad>>, no por sus propias
fuerzas sino por las potencias del espíritu de las lenguas de los dioses. En la
cultura popular de la Costa Caribe de
Colombia, las palabras tejidas de música las encarna el juglar popular. El
negro Alejo es un prototipo del folclor costeño: la música vallenata.
Donde palabra, poesía y canto, entretejen no la <<Verdad>> de los
dioses o de los grandes héroes, sino la condición humana del hombre común y
corriente.
Así que, el vallenato es una música de encuentros,
de diálogos y jolgorios, mediante el buen uso de la parranda; porque libera los
requerimientos más profundos del alma y del corazón. El vallenato en el
desarrollo de los procesos culturales de Colombia posee una identidad propia.
Unas veces critica a las leyes y da un carácter relativo a las normas morales y
éticas; otra, deifica los sueños fallidos del pueblo; otra, le canta a las tragedias
y a la felicidad humana; otra, manifiesta la magia de las cosas, de la vida y
de la muerte. El misterio y el encantamiento que rodea a Alejo, se convierte en
fuente de su inspiración artística. Su música es el anuncio de una promesa
–confirma lo que dijo Umberto Eco en un ensayo de 1988: toda tentativa de
averiguar el sentido último conduce al absurdo y le arrebata su misterio al
mundo.
Alejo es un asombrado del mundo, de la vida, del amor y
de la muerte. Porque en el centro de las relaciones vitales está la calma, la
amistad, el respeto, la libertad y la confianza espontanea. En este mundo
profano y profanador, la <<mirada mercantil>>, la
<<técnica>> o, las <<relaciones de poder>>, no
destruyen en el juglar la libertad reservada a la contemplación y la creación.
Él ve asombro donde otros ven costumbre. En Alejo el anhelo admitido
de una niñez y digna juventud, le posibilitan la condición primordial para
crear.
Como escribió el poeta romántico alemán Friedrich
Schiller: <<dígale usted/que cuando sea hombre /respete los sueños de su
juventud>>. Al juglar cuanto más le cuesta alcanzar algo grande, más
fácilmente encuentra el espíritu de la inspiración en el mundo que comparte con
los demás hombres. Zaratustra pensó: <<Uno siempre se vivencia sólo a sí mismo>>,
al final de su peregrinaje. Escribió Ciro Quiroz Otero: <<Tendría 23 años
cuando Alejo Durán descubre en ese entonces que la voz, el tono y los temas de
las canciones rusticas de aquellos vaqueros tienen el perfil de una realidad
imposible de contarse de manera diferente a como se escucha fresca y temprana
en la garganta de los guías de los caminos. Por eso tarde o temprano ocurriría
lo que sucedió. Por influencia familiar o razones tristemente laborales, dejó
de ser vaquero para quedarse haciendo cantos de los mismos que inicialmente oía
y le gustaban, sin saber tampoco por qué en su infancia los rechazaba. Sería
acordeonero>>. (Gaceta Nº 6.).
Alejo Durán solía visitar Chinú y parrandear con sus
amigos Don Rafael José Ordosgoitia, Don Julio Miger (El Vacano) y, el Currimbe (Fernán Marsiglia) a los que le compuso el disco Ron con Limón. Por sus memorias mis
recuerdos a sus hijos y nietos con mucho cariño y respeto:
Ron con Limón
Que me decía Julio Miger
tócame un porrocumbé
vamo’a visitar el Currimbe
y al compae’ Rafael José
Pero tómese ese trago de ron
gordolobo con limón
Pero tómese ese trago de ron
gordolobo
con limón
Pero tómese ese trago de ron
gordolobo con limón
Esto me decía el vacano
me gusta el porrocumbé
ya
que estamos parrandeando
va a
mandá el compae Rafael José
Pero
tómese ese trago de ron
gordolobo con limón
Pero
tómese ese trago de ron
gordolobo con limón
La música de Alejandro Durán proviene de los más
profundos requerimientos del alma y del corazón. Con ella vivencia el sentido
de la existencia o, la condición humana. Sólo el arte puede expresar la
angustia y la desesperación, la alegría y la tristeza, es la esfera que capta
la totalidad del espíritu y del sentimiento. La creación es parte del sentido
que hemos conquistado en tensión con la inmensidad de las cosas y de la vida.
De ahí que el negro Alejo esté lleno de sabiduría elemental y de prodigios. En su
música la rudeza y la ternura encuentran una expresión elocuente y vivaz. No se
dejó deslumbrar por lo <<moderno>>, ya que su música cantaba la
memoria y el espíritu de sus antepasados.
Así que, el punto focal para Alejo era la música. A
través de la sonoridad, el ritmo, el canto y el ritual, que comunican los
sueños, la tierra, el sexo, lo sagrado, la naturaleza y el sentimiento de
libertad. Cada una de las canciones va tejiendo la red de su microcosmo. Su
mundo le despierta la imaginación y la sensibilidad hacia la vida y lo
existente que lo rodea. Alejo es un hombre adherido a lo
elemental; tejido de palabras, de palabras de música donde encuentra su razón
de ser. Derramó sus cantares sobre el sentimiento de las gentes, cual lluvia
sobre la seca tierra. Es una obra divina, pero humana.
Su música concebida como un <<todo>> es fiel reflejo de la raza
y la cosmovisión de su pueblo: la lengua, las fiestas de corraleja, el arreo,
el ordeño, las zafras, las carreras de caballos, y la religión entroncamiento
sincrético: con sus rituales sagrados y profanos. En la vida de Alejo
componen una textura visual, de olores o colores que transforma en música. De
ahí que la música no se puede percibir desde el espejismo imaginativo de una
sola perspectiva. Porque no se puede reducir a una única sustancia, como fuente
ideal del ser musical. Ella es multifocal, ambigua, contradictoria e infinita
como la lengua que comunica. Además, como toda lengua viva no es estática sino
dinámica. Así que, la música vallenata alimentándose de la materia y del
espíritu, halito de vida de los pueblos de la Costa Caribe de Colombia.
Durán fue coherente en sus principios, y la única
verdad definitiva en su vida es la moral y la ética. Su prudencia era su virtud
suprema. Porque los sentidos lo pudieron engañar, pero su realidad moró en una
vida tejida de música vallenata. Así, toda acción o intensión estuvo acorde con
sus principios – como dice precisamente el filósofo alemán Johann Fichte:
<<La certeza, precisamente por ser moral, es absoluta>>. Alejo
se funde en la música vallenata y ésta expresa en poemas cantados su
visión estética y ética de la vida.
¡Porque la estética es la madre de la ética!
Bibliografía
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Dangoud Castro, Leonor. <<Raíces Vallenatas>>. Editorial
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Yourcenar, Margarita. <<Con los ojos abiertos>>. EMECE Editores. Buenos Aires,
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Revista <<Gaceta Nº 6>>; Marzo – abril de 1990. ¡Viva el Rey! Alejandro Durán
ha muerto. Ciro A. Quirós Otero.
Entrevista a Juan Gosaín.
Madrid-España a 11/05/2022