Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Ensayista.
El Libro del Génesis impregna la materia y la vida de lo trascendente y divino. Algo de eso se conserva en la actualidad, aunque su reflejo sea una débil copia. Se considera como el documento de un acercamiento incomparable. Que contiene fragmentos de textos primitivos trasmitido hasta nosotros como desde una Atlántida sumergida.
Imágenes de encuentros
numinosos que se desprendieron como chispas de historias que todavía hoy nos
dan que pensar. Diferenciaciones como las que se hacen entre el Árbol de Conocimiento y el Árbol de la Vida, es difícil que
procedan del Sinaí; lo que sin duda procede de él, en cambio, es la serpiente de bronce y la zarza en llamas. (Jünger).
Así que, el fallo del ser
humano se traspasa al mundo, a la Naturaleza, tal vez incluso al cosmos. La
razón principal de eso está en el humano afán de novedades, en la curiosidad,
que va seguida de petulancia. Desde la antigüedad el hombre quiere ser
semejante a los dioses o a los titanes, y sólo es un pasajero del mundo que no
sabe de dónde viene y para dónde va. En el frágil y diminuto cuerpo humano, el
espíritu, el alma y la mente, se asoma lo primitivo y bárbaro del ser humano.
Es necesario mirar la oscuridad del pasado, para entender la iluminación del
presente. Ahora bien, se trata de leer en la vida y en las formas perdidas y
aparentemente secundarias de aquella época, la vida y las formas de hoy –al
decir de Benjamín.
De ahí el sisma del Paraíso todavía nos afecta en las
diferentes esferas de la condición humana: la propia vida, la natalidad y la mortalidad,
la mundanidad, la pluralidad y la Tierra –nunca pueden <<explicar>>
lo que somos o, responder a la pregunta de quiénes somos por la sencilla razón
de que jamás nos condicionan absolutamente. (Arendt).
Esta trasmutación en el Paraíso afecta a las plantas, los
animales y a los hombres. A eso podría responderse que lo que adquirió eficacia
con la expulsión del Paraíso fue
únicamente una función del diente, a saber, su función de arma. También es
preciso tener en cuenta que tanto en la Naturaleza como en la técnica echan
dientes órganos e instrumentos extremadamente diversos. (Jünger).
En el Jardín del Edén se contenían todos los desarrollos posibles, tanto
si luego se efectuaron como si no. El catálogo de las cosas posibles está
siempre ahí –para que una posibilidad salga a escena es preciso que se la
acepte. La posibilidad de algo está
contenida <<en si>>, <<de suyo>>,
<<propiamente>>, en la naturaleza esencial de las cosas y de la
vida. Así que, todo lo que respira bajo el cielo y las estrellas, continúa
viviendo en el Paraíso. La lluvia,
los terremotos, el sufrimiento, la violencia o el amor, están contenidos en la
Naturaleza que les es propia. Sólo basta que rasquemos un poquito en la
superficie, tal como hace Aladino con la lámpara, y, de inmediato, el mago se
brinda generoso a lo que pidamos.
Así que, en el Árbol de la Vida estaba contenido el Árbol del Conocimiento y todas las formas posibles. Esto confirma la tesis
wolfiana de que <<la existencia es un complemento de lo posible>>,
podríamos sacar la conclusión de que también la vida tiene que ser aceptada.
(Jünger).
Lo que sucede es que la
existencia queda determinada, desterrada, a una de sus posibilidades. En la
esfera social o política la posibilidad se reduce casi siempre al determinismo
económico o del ejercicio del poder. Las posibilidades de que el ser humano
desarrolle sus potencialidades, son limitadas. De ahí que se piense que el
libre albedrío no existe, sino una red de determinismos que condicionan la
existencia. La existencia de lo existente, es parte de una Red sutiles e
imponderables determinaciones. Esto se observa en la familia, los pueblos, las
instituciones o, el Estado.
Lo posible es lo ignoto,
lo que viene al encuentro de los hombres desde lo atemporal, allende del
tiempo. El ser humano en las horas de soledad corre el riesgo de tener un
encuentro con lo luminoso y sagrado, el hombre aquí se enfrenta a un misterio
profundo y divino. En los que le asaltan pensamientos que lo inducen a obrar.
La creación de una obra de
arte, una partitura, una novela, un poema, contiene, si es buena, sus raíces en
la eternidad, o, en otros términos, en la atemporalidad. Por eso, resiste
aquende del tiempo-ahora, a la arena del desierto que cae en el reloj de arena,
al tiempo mecánico que marcan las manecillas del reloj, o, al tiempo abstracto
del presente-ahora. Existen lugares donde el ser humano siente que allí hubo un
encuentro con lo numinoso o lo demoniaco. Entonces, es licito sospechar que
hubo un extraordinario aflujo de fuerzas. (Jünger).
Aquende del muro del
tiempo la creación queda degradada y pasa hacer procreación, generación. Es una
rama que se separa del eros cósmico y
produce seres mortales. Así, visiones cósmicas, mágicas, demoniacas, totémicas,
heráldicas, fueron cambiando con el nivel del conocimiento, pero también se
conservan en el tiempo recuerdos de la veneración de antaño y los terrores
tempranos. (Jünger). De ahí que, la rememoración posibilite entender y
comprender, lo que acontece en el presente-actual. En el Libro del Génesis están contenidas todas las historias, los mitos,
las técnicas, los conocimientos, las experiencias y las lenguas, que han tomado
Figura en la actualidad.
Es evidente que el Libro del Génesis se apoya en versiones
más antiguas, trasmitidas por vía oral. En su texto está entretejida la
heterogeneidad de aquellos animales y plantas con respectos a los actuales,
pero también la heterogeneidad del ser humano. (Jünger).
Con el predominio de la cultura del artificio, del tiempo
abstracto y los lenguajes digitales, en la actualidad. El ser humano está
abocado a separase más y más, del logos
numinoso y divino, que reinaba en el Jardín
del Edén. Así, pues, la experiencia que mana de boca a oído, es,
sustituida, por la que ofrecen los medios de comunicación, Internet, y, las
plataformas digitales, esto produce en la naturaleza humana, una fractura
fundamental. Un horror inimaginable del hombre actual, ser incapaz de comunicar
los contenidos espirituales de la lengua humana.
Walter Benjamín en La tarea del traductor, en esa
introducción de 1923 para la traducción de los Tableaux parisiens de Baudelaire, pone en juego una posibilidad de
invertir la degradación del lenguaje en la actualidad. A partir de ahí, en su
opinión, el mundo ha conocido tres edades: la de una palabra divina creadora,
cuando el lenguaje coincidía perfectamente con las realidades que designa; la
de la lengua humana original mediante la cual Adán nombraba a los animales; por
último, la que sucede a la decadencia del estado paradisíaco a través de la
transformación de las palabras en vulgares signos de comunicación. Filtrada por
ese descubrimiento, la verdadera esencia de la traducción sería devolver el
recuerdo de la unidad perdida escrutando la presencia del Verbo tras la
diversidad lingüística de la humanidad. (Pierre Bouretz).
En el Jardín del Edén el sentido de las palabras está relacionado con lo
elemental, con la naturaleza esencial que comunica. Aquí ha de pensarse en una
comunicación que no ha menester ni de una lengua materna ni de un vocabulario. Por ende, toda verdad –dice Benjamín
en Las afinidades electivas-, tiene
su morada o palacio ancestral en la lengua, que ese palacio está hecho de los
más antiguos logoi y que, frente a
una verdad así fundada, las aspiraciones de las ciencias particulares siguen
siendo algo subalterno. (Bouretz). Aquí el pensamiento de Benjamín se concatena
al de Heidegger, ¿hasta qué punto tiene la verdad su morada en el lenguaje? La
música, pudo ser en el lenguaje del Edén, el último de la humanidad tras la construcción
de la Torre de Babel.
Por tanto, no hay arte más
intelectual que la música, en ella, forma y contenido se entrelazan como en
ningún otro; son, una y misma cosa. Quizá el deseo profundo de la Música es el
de no ser oída, ni tocada o vista, sino percibida y contemplada, en un más allá
de los sentidos y del alma misma. Pero
ligada al mundo de los sentidos, es natural que se anhele, su realización
sensorial, vigorosa y hasta apasionada. (Mann). El encuentro inmediato con las
cosas se da a través de los sentidos: vista, oído y tacto. Así como las
sensaciones provocadas por el calor, el sonido, la aspereza y la dureza, las
cosas se nos meten literalmente en el cuerpo. (Heidegger).
Lo elemental en la música
es lo original en el sentido de originario. Su estado primitivo nos acerca a la
comunicación primitiva del hombre. A la fuente de los más antiguos logoi. Está en el curso de los siglos,
por muy desarrollado que sea el edificio de su creación histórica, nunca se ha
desposeído de una piadosa inclinación a tener presente sus más rudimentarios
comienzos, a evocarlos con solemnidad, a celebrar, en suma, sus elementos. La
música conmemora su identidad con el cosmos. (Mann).
La música en su estado
primitivo, se hermana con la lengua Adánica. En ella se unifica el mito de la
música y el mito del mundo, tal como está descrito en el Libro del Génesis. La música se concatena a las cosas del mundo
exterior y estas, a la vez, a la música. Así, entre el mundo de las cosas y la
música existe un juego de espejos o de ecos que se escucha desde la eternidad.
Las revelaciones de lo elemental y primitivo que se comunica en la música,
responde a los más antiguos sentimientos de la humanidad.
Así, el ser humano en su
esencia intima es, ritmo, sonoridad, cadencia, voz, que expresa lo más
sencillo, lo más fundamental, de la naturaleza humana. Para ser digno de la
pureza, de la originalidad de la música, de lo que hay en ella de único, es
preciso que el corazón pueda llegar al estado de vacío absoluto de
predisposición que las Santas Escrituras
imponen como necesario a quien desee recibir el cuerpo de Dios. (Mann).
En la esfera intelectual
de la música, un arte que al margen de la época y de su propia corriente
histórica, es capaz de crear una manifestación particular como la descrita en
la música, y, provoca por secundarios caminos ocultos, tales explosiones de
espiritualidad, es ciertamente un arte de primera magnitud. (Mann). La música es para los hombres un
regalo celeste a la vida humana. ¿Puede el hombre vivir sin música? Creo que lo
más elevado del pensamiento y el sentimiento, se relaciona con la música y los
números. La palabra es música y la música es palabra en estado sublime y
trascendente. La palabra se entreteje con la música para darle forma y sentido,
a la vida y a las cosas del mundo.
En el arte, la palabra y
la música se entrelazan hasta el punto de ser imposible distinguir uno del
otro. Para algunas personas el principio de las cosas es, la música y, para
otros, los números como creían los pitagóricos. Para ningún ser humano la
música le es indiferente; porque el sentimiento que despierta es, como el amor
poseído de calor humano. La música hay que amarla como hace el hombre con el
ser que adora.
En un mundo como el
actual, el ser humano es incapaz de oír y escuchar, por estar inmerso en la
velocidad y el maquinismo. Ahora, los lenguajes digitales y las imágenes
pictóricas, no sólo degradan la naturaleza del ser, sino que, ruptura la
coherencia del Yo y disuelve en relaciones abstractas y artificiales, los sentimientos,
el lenguaje y el pensamiento. Esto trajo consigo en la civilización moderna, la
crisis del ser y el existir.
En El Libro del Génesis, materia y forma, espíritu y realidad, logoi y palabras, Dios y creación,
ruptura y desgarramiento del Edén, todas forman un todo, y conservan su
especificidad debida; son como una potencia extraña, un fenómeno maravilloso,
que se extiende más allá de aquende del tiempo y se conjuga con el cosmos.