Filosofía Política: De Isaiah
Berlin a Ernst Jünger
Antonio Rafael Mercado Flórez
Somos parte de un mundo donde la vida
se está convirtiendo en <<cifra>> o en <<imágenes>>. Un
ámbito donde las palabras se sustituyen por <<signos>> o lenguajes
digitales. Donde los valores supremos de la existencia individual se están
sustituyendo por los que ofrece la <<cultura de lo efímero>> y los <<medios
de comunicación de masas>>. Por eso, el análisis de las palabras y la
reflexión del pensamiento se convierten en algo fundamental. Ya que ciertos
supuestos, principios, ideas, experiencias, en las que se fundamentan una gran
cantidad de creencias ordinarias, generalizadas, de sentido común; se transforman
en objeto de análisis filosófico. Preguntamos, ¿en qué se fundamentan las
creencias de sentido común, las ideas, las
ideologías, las prácticas sociales, las experiencias de una comunidad
determinada? Si se cuestionan, las personas que creen en ellas se sienten incomodas,
molestas, furibundas: a saber, porque sus principios han sido puestos en
entredicho.
Si la filosofía analiza los presupuestos
económicos, ideológicos, religiosos o políticos de una sociedad, quiénes se
sienten aludidos se ponen sumamente molestos. De ahí que la reflexión crítica
del pensamiento que abarca a la sociedad en su conjunto, las bases teóricas o
practicas donde se asientan, se manifiestan mucho menos firmes, mucho menos
oscuras de lo que aparecían a primera vista. Porque al analizarlas y
cuestionarlas, los filósofos amplían el autoconocimiento del hombre y del mundo.
Posibilitan un conjunto elástico de sistemas de pensamientos que les confiere
la intuición, el dominio y la valoración de la realidad. Esa posesión les
permite ser luz en medio de las ilusiones ópticas y auditivas, que ofrece el
mundo contemporáneo.
Ahora bien, ¿por qué la filosofía se
convierte en una disciplina importante para comprender la época actual? Porque
sondea e interroga las creencias generalizadas, de sentido común de la sociedad.
Ahí está su campo, su acción, por eso resulta incomoda a ciertos políticos,
embaucadores y demagogos. Ella, pues, cuestiona y examina los presupuestos, y
al hacerlo, profundiza y amplía el conocimiento de la sociedad. Entonces, ¿por
qué es importante la filosofía en el ámbito político? Porque desvela las
mentiras del poder, y así proporciona una visión de conjunto del Espíritu del Tiempo,
la libertad y el Estado, las instituciones democráticas y los derechos civiles,
políticos y sociales. Ella nos proporciona las herramientas necesarias para
analizar o cuestionar la <<gramática
política>> de la que somos parte. Por eso, se convierte en algo
sumamente peligroso para las <<verdades>> establecidas: incuestionables
e inamovibles de la sociedad. En consecuencia, la filosofía política contribuye
a formar conciencia crítica del mundo donde vivimos. Esta disciplina no es un dogma, es reflexión pura
y simple. Ahora bien, si la filosofía política se convierte en crítica de la
sociedad y la Cultura, entonces, se transforma en crítica del pensamiento, las
experiencias y las prácticas sociales. Esto es: de la estructura y el espíritu del
lenguaje que le dan sentido a la sociedad.
En este orden de ideas, la filosofía
no es ajena a las transformaciones históricas o sociológicas de la sociedad.
Sobre ella recae una gran responsabilidad moral. Debe posibilitar los medios conceptuales,
los conocimientos y las experiencias, para que las personas se enfrenten a la
realidad. Si una persona, por ejemplo, se enfrenta a un problema de la vida
real, debe posibilitar las herramientas teóricas para que ésta piense el
problema y pueda resolverlo por sí misma. El analfabetismo, la carencia de
cultura política, el gamonalismo, la domesticación ideológica, religiosa o
moral; por costumbre, casi siempre, le trasladan la responsabilidad al Estado, a
la Iglesia, al partido, al sindicato, a las instituciones sociales, a las ONG, a
la empresa privada, o al código moral de la gente decente ordinaria. Esta
actitud ante el mundo resulta más fácil que, asumir el trabajo de pensar, dar
razones a los presupuestos que asumimos como verdaderos y las consecuencias que
acarrean, en la vida de la persona humana. Por eso, pensar por sí mismo y asumir
el peso de la historia y la vida sobre los hombros, aún en medio de la barbarie
más tenaz, resulta sumamente peligroso para el ejercicio del poder y la
coacción. Y esto para la persona común no es tan fácil como parece.
En el siglo XVII, por ejemplo,
pensadores como Voltaire y los Ilustrados, exaltaron la Razón y, en términos
políticos, creyeron que una sociedad educada, ilustrada y secularizada,
acabaría con las edades primitivas e irracionales. Que las bestialidades y las
torturas que infligimos a nuestros semejantes eran cosas del pasado. Pensaban
que era el dogmatismo religioso el que exaltaba las pasiones y el corazón hacia
la violencia y la guerra. Decían que con la primacía de la razón y lo
razonable, el ser humano entraba en la luz de las sociedades civilizadas. Que
la Iglesia y el Estado, el fanatismo y el salvajismo sobre hombres y mujeres
desvalidos y desprotegidos, eran cuestiones del pasado. Creían, a pie
juntillas, que la declinación de los odios humanos, estarían ligados a una
primacía en los negocios humanos de la Ilustración y la secularización. Porque
la indiferencia crea tolerancia, pensaban.
En el siglo XIX hubo escritores como Dostoievski,
Tolstoi, Pasternak, Gorki, Víctor Hugo, o los románticos; filósofos, como
Nietzsche y Kierkegaard, que pensaban y tenían una concepción del mundo y la
realidad, completamente diferente a los que apostaron por el pensamiento
positivista. No creían que la razón y el pensamiento científico, eran el
conducto adecuado para resolver los problemas que acarrea la existencia. Por
eso hubo escritores, poetas, pensadores, artistas, que exaltaban la vida
interna del hombre, el espíritu y el mundo oscuro, la intuición y la
imaginación, que determinan en gran medida la existencia humana. Creían que el
mundo intricado de irracionalidades, mitos, creencias, pesadillas, historias,
costumbres, era más importante para la vida del hombre, que la razón, la
técnica y la ciencia. Eso que denominaron <<Progreso>>.
Eran conscientes que los problemas del espíritu o de la sensibilidad, nada
tenían que ver con la razón y el progreso humano. Sino con la <<estructura>>
profunda del lenguaje, los movimientos del pensamiento y los fragmentos de
Absoluto. Una labor que desde una perspectiva estética y política, en el siglo
XX viene a cumplir el Surrealismo.
Pero lo que se percibió en el
transcurso del Siglo XX, con los fascismos de izquierda y derecha. No sólo fue
el quebrantamiento de las ideas de Voltaire y los Ilustrados, la idea de Progreso,
el liberalismo político y económico, la ciencia y la técnica como vectores de
desarrollo y oportunidades para las personas y los pueblos. Sino ante todo y
sobre todo, el quebrantamiento de los valores de la cultura y la civilización
occidental. Porque la Shoah representa
en la historia occidental reciente, la disolución del sentido de humanidad. Una
evidencia ontológica: de <<ser>> o <<no ser>>, para el
pueblo judío y otras minorías etnolingüísticas de Europa. Por eso, debe quedar
grabado en la conciencia de los hombres, como un crimen de lesa humanidad para
que no se vuelva a repetirse.
Ahora bien, ¿por qué es importante la
filosofía en el ámbito sociológico e histórico? Porque la moderna filosofía
política o moral nos enseña, que su objeto de análisis o de examen de la realidad,
los presupuestos o las ideas de que se vale la sociedad, no son tan fuertes, ni
verdaderos, como creemos a primera vista. Ya que las tomas de decisiones o los
puntos de referencia para actuar, casi siempre están determinados por ellos.
Como dijo el filosofo ingles de origen Judío Isaiah Berlín: <<Sí los
presupuestos no se examinan y se dejan al garete, las sociedades corren el
riesgo de osificarse; las creencias endurecerse y convertirse en dogmas;
distorsionarse la imaginación, tornarse estéril el intelecto >>. La
filosofía entonces ha de estar a la altura para responder a los requerimientos políticos,
morales y éticos del ser humano.
Isaiah Berlín nos recuerda que sí ha de despertase la imaginación; sí ha
de trabajar el intelecto, sí no ha de hundirse la vida mental, y no ha de cesar
la búsqueda de la verdad (o de la justicia, o de la propia realización), es
preciso cuestionar las suposiciones; poner en tela de juicio los presupuestos;
al menos lo bastante para conservar en movimiento a la sociedad. El pensamiento
de Berlín se convierte en instrumento fundamental para examinar o analizar el eclecticismo,
el mercantilismo, el neo-liberalismo económico, el capital financiero
internacional, el pensamiento único, las hegemonías unilaterales, el autoritarismo
político, la corrupción política, la soberbia militar, el dogmatismo ideológico
o religioso.
Por eso resulta preocupante que en ésta
alta civilización técnica, gran parte de la inteligencia mundial esté
comprometida con las nuevas tecnologías de la información, las tecno
burocracias de las instituciones públicas o privadas, la industria
armamentística, las finanzas internacionales, las guerras nacionales o
regionales, los neo-nacionalismos trasnochados; que desembocan en un profundo
malestar moral y psicológico para la sociedad global. Porque lo que está en
juego no sólo tiene que ver con el bienestar o la pobreza de gran parte de la
población mundial, sino fundamentalmente con la permanencia de millones de seres
humanos sobre la faz de la tierra. Lo que significa para los que ejercen el
poder una gran responsabilidad ética. De lo que se trata en última instancia,
es que la inteligencia mundial ha de tener un compromiso moral con los más
débiles de las sociedades actuales. Su voz ha de ser indignación moral ante ese
rostro nuevo que ha encarnado la barbarie y la injusticia social. Por eso, la
filosofía se erige como un instrumento crítico de los <<centros de mando>>, distribuidos
en las redes globales.
Así que, en esta alta civilización
abstracta las personas que trafican con ideas, no deben ser indiferentes con el
mundo que les rodea. <<No hay duda de que el deber de aquellos que tratan
con ideas – nos recuerda Berlín – es ser racional y adecuar la acción a la
palabra, vivir vidas integradas, no divorciar sus pensamientos de sus actos y
no decirse a sí mismo que ser un profesor y un artista es una profesión tal y
como lo son la de un herrero o un contable, que no implican responsabilidades
sociales especiales >>. En cualquier caso, los que así piensan son amigos
de la humanidad y fervientemente desean que el ser humano se quite la máscara
del progreso, la técnica, el dinero, el poder, con sus ilusiones ópticas y
auditivas; y, se ponga al servicio del hombre de carne y hueso. De la persona
individual, el hombre que calla y sufre, y que se encuentra desprotegido y solo
ante las potencias del poder Total. Estas personas formadas para pensar han de
desvelar una nueva dirección de los propósitos humanos, que tanta falta hace a
la humanidad.
No es extraño que en esta alta
civilización abstracta, contra la idea de progreso, el orden económico internacional,
la técnica, la política, se dirija un sordo y creciente malestar que quisiera
detener su marcha, detenerla en ciertos puntos aislados, específicos y amenazadores.
Y la sociedad civil recobre la palabra y la libertad que le es propia. También
estas cosas en la historia de la humanidad han sido precedidas de grandes
sueños –los hombres se han levantado sobre las atrocidades que los atormentan,
contra el miedo, el sufrimiento, la inseguridad o el dolor y, han alcanzado la
cima del mundo. En ellos permanecen vivos los instintos naturales, la
sensibilidad, la imaginación y el espíritu creador de <<formas>>, y,
a la vez, posibilitan alcanzar la
jerarquía de persona. Por eso, y sólo por eso, se convierten en espejo de la
humanidad.
En tiempos de crisis o de transito como
en la que nos encontramos, los filósofos, los poetas y artistas, encarnan para
las sociedades, los ideales más excelsos, pero también las pesadillas y
esperanzas humanas. De ahí que a los ojos de las naciones del mundo, son espíritus
hozados y atrevidos, que sí se lo proponen alcanzan la cima del universo. Son
siempre espíritus donde están vivas las leyes de un nuevo tiempo del mundo, lo
elemental y trascendente de la
existencia. Personas que se valen de sí mismas para alcanzar lo que se
proponen; esos son los verdaderos hombres de la humanidad -verdaderos
humanistas que tanta falta hacen en esta alta civilización técnica y de masas.
La importancia de la filosofía,
estriba en que, nos enseña que debemos apropiarnos de un conjunto elástico de
sistemas de pensamiento, que confiere la
intuición, el dominio y la valoración de la realidad. Esto permite tener
conciencia que el ser humano no es una <<cifra>>, un voto, una
pieza del engranaje de la sociedad, sino una cualidad del <<Ser>> y
el <<existir>>. Por eso nos permite saber cómo vivimos, por qué
vivimos, y por qué debemos hacerlo así y no de otra manera. Posibilita
teóricamente hablando que el ser humano conozca, trasforme o trascienda el
mundo y la realidad que vive. Así que, en esta alta civilización técnica y de
masas, la filosofía se convierte en algo fundamental para el buen hacer
político y la búsqueda de lo justo, lo bello y lo bueno, como pensó Platón. O,
tal vez acercarnos al calor de su espíritu.
Somos parte de un mundo donde el
deterioro moral y político de las sociedades, se concatena con la degradación
de los recursos verbales de la política de masas. Estas trasformaciones en la práctica
política aumentan la disyunción entre las verdaderas necesidades de los pueblos
y el interés de sus dirigentes, del partido o el movimiento. Porque cada vez es
más evidente, la separación entre las necesidades y esperanzas humanas y el
ejercicio del poder. Desde una perspectiva lingüística, podemos decir, que sí
las palabras o las imágenes que los políticos utilizan se degradan; sí no
comunican las necesidades y esperanzas humanas, se convierten en verborreas
vacías e instrumentos de demagogia y engaño. Dicho de otro modo, en los últimos
espacios de tiempo no sólo se percibió una trasformación en los modos y los
medios de hacer política, sino también en lo que le concierne a los asuntos
públicos y privados. Como también, en el entrelazamiento cada vez más estrecho
entre el ejercicio del poder y los instrumentos técnicos, de una parte; los
medios de comunicación de masas y la <<cultura de lo efímero>>, de otra.
Esta reflexión nos permite percibir el lugar
que ocupa el lenguaje en la sociedad desde una perspectiva política. Nos damos
cuenta que las palabras no son sólo palabras; las palabras expresan ideas.
Estas no son fichas en un juego filológico; las palabras se refieren a la
experiencia, la expresa y la transforma. De ahí que el lenguaje no sea indiferente
al sentido de la práctica política. Porque el lenguaje contiene y da sentido a
la memoria verbal de una nación, a sus recuerdos, su historia, sus mitos, sus
ritos, sus técnicas, sus instituciones y su Estado. Y también, a sus ideales, sus
sueños, sus pesadillas, sus triunfos y derrotas. Lo que muestra, a ojos vista,
la importancia que tiene la filosofía política para la teoría de la cultura, el
lenguaje o la historia. Esto confirma que el análisis de las palabras se
concatena con la crítica de las sociedades. Por así decir, el conocimiento y el
buen uso del lenguaje posibilitan precisar la condición humana. Desde una
perspectiva política, el análisis crítico del lenguaje, es política.
En las sociedades contemporáneas sí
los derechos y las libertades fundamentales son la piedra angular del Estado democrático
de Derecho; sí la lógica interna de la producción de mercancías, es el consumo
de la sociedad de masas; sí los modelos de pensar, sentir, actuar, configuran
un <<tipo>> de hombre y de sociedad; sí la manipulación del gusto,
la sexualidad; sí el hambre, el desempleo, el analfabetismo, la xenofobia, el
racismo; sí la guerra como botín político o económico; son objeto de análisis crítico
de la filosofía, el fin que se propone no es otro que, la búsqueda de un mundo
vivible, justo y humano. El humanismo de la filosofía política sitúa a la ética
y la participación ciudadana en los asuntos públicos, en el centro del quehacer
político.
El mapa político que se dibuja en las relaciones
internacionales en los comienzos del siglo XXI, deja tras de sí los escombros
de dos Guerras Mundiales, una pluralidad de guerras nacionales o
regionales, y, un polivalente
desgarramiento del sentido de humanidad. Se está pasando, de una parte, a un
nuevo modelo de relaciones globales que trascienden las viejas delimitaciones
Norte-Sur, Este-Oeste. Porque se hace necesario un mundo multipolar, que tenga
como prioridad buscar la solución de los problemas de la política mundial, bajo
vigilancia y supervisión de la ONU. Para evitar de esa forma, que se use la
ONU, y en primera instancia el Consejo de Seguridad, para violar el Derecho Internacional, incluido los
derechos humanos y el Estado de Derecho. O, en otros términos, que no se utilicen
la Naciones Unidas, para encubrir políticas de derrocamientos de regímenes
incomodos e imponer la fuerza unilateral para resolver las situaciones de
conflicto. De ahí que se hace necesario,
un nuevo Orden Económico Internacional, que contribuya a un mecanismo pleno de
cooperación estratégica, de desarrollo y bienestar para las naciones del mundo.
Un mecanismo de cooperación internacional, que vaya más allá de las políticas
económicas y financieras del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.
Decía recientemente en el periódico El País, de España, Javier Valenzuela en un ensayo que titulaba:
<<Guerra de tronos 2030>>:
<< ¿Qué saldrá de todo esto? ¿Cuál será el mapamundi económico y
geopolítico de las próximas décadas? Puestos a avanzar, es razonable imaginar
que, de mantenerse las actuales tendencias, Estados Unidos, China e India serán
los principales señoríos de la Guerra de
Tronos, los que competirán en lo que
será su principal escenario: el asiático. Y tampoco es descabellado predecir
que, liderando sus respectivas regiones y su cuota de influencia global,
Brasil, Suráfrica, Turquía, los países árabes del golfo y Rusia serán
relevantes en el gran juego.
En cuanto a Europa, Reino Unido parece
destinada a culminar su tendencia a convertirse en una pintoresca provincia de
Estados Unidos, y Alemania, a convertirse en la cabeza de un pequeño club
continental fuerte en lo financiero y económico, pero no tanto en lo político y
militar. Para los hispanos, el premio de consolación es que serán un gran actor
humano, lingüístico y cultural en todas las Américas. A mediados de este siglo,
constituirán un cuarto o un tercio de la población del territorio comprendido
entre el Río Bravo y Canadá, convirtiendo a Estados Unidos en un país bilingüe.
De modo que la latinidad estará presente en tres de las primeras economías del
planeta>>.
En este orden, se está pasando, de
otra parte, del enfrentamiento de dos ideologías excluyentes y la Guerra Fría, el
derrumbamiento del Muro de Berlín y la disolución de URSS, al control y la
derrota de un enemigo común para todos los Sujetos Internacionales: el
terrorismo islámico o ideológico. El terrorismo entonces se convierte en un
instrumento de manipulación del miedo y la inseguridad, que vive la sociedad
civil y los Estados modernos. Expresa el grado de rebajamiento de la dignidad
humana, de la libertad; en nombre de principios atávicos, religiosos o
políticos. Parece que se respirara nuevamente el viento oscuro de la muerte; y,
como un vaho toxico embriagara los corazones y espíritus de los seres humanos.
De ahí que quebranten el milagro del lenguaje y la vida, la política y la libertad,
el derecho y la ética. Entonces, el lugar del espíritu, la lengua o el amor, lo
ocupa ahora una especie nueva de balcanización interior del ser humano. Porque
el quebrantamiento del lenguaje, la imaginación y el pensamiento, se
corresponden con la disminución del sentido de humanidad.
La filosofía nos enseña que la
condición actual y la vitalidad futura de la sociedad, o de la ética política,
no es algo <<coyuntural>>. Porque equivale sencillamente a no
comprender lo que sucede. El <<fracaso de la política>> se
concatena con la burocracia, la corrupción, el autoritarismo, pobreza y
deshumanización que forman parte de las difíciles relaciones de la sociedad
civil y el Estado. Darse cuenta de éste complejo y amplio fenómeno debería ser
un lugar común. Ahora bien, lo que quiero destacar es la incidencia de la crisis
del lenguaje político y de la ética, en la gobernanza de los asuntos públicos y
privados.
Estas elucubraciones teoréticas
permiten pensar que la filosofía política, o la filosofía moral, no son un
cuerpo de doctrinas, un dogma, una ideología, una tabla de valores jerárquica,
para el buen funcionamiento de la sociedad. Su tarea consiste en explicar cuáles
son las cuestiones y valores que están en juego; examinar y juzgar los
argumentos a favor y en contra de diversas conclusiones; esclarecer que formas
de vida se encuentran en conflicto, los fines de la vida, y, quizá los costes
en los que tiene que elegirse. La elección será racional sí advierte conforme a
que principios elige, y será libre sí pudo haber elegido de otra manera. El
hombre tiene que aceptar su responsabilidad personal. Tales posiciones suelen
ser muy angustiosas. Porque el esclarecimiento de las confusiones lingüísticas,
se convierte para la filosofía en esclarecimiento de las palabras y las
acciones humanas. Desde otro punto de vista, el examen de las palabras es el
examen del pensamiento; y, también de todas las perspectivas; de todas las
formas de vida.
Ahora bien, sí el lenguaje condesa la memoria
verbal de una comunidad, o de una Nación; la lengua expresa la razón de su
existencia, el <<ethos>> del ser humano. Es en la naturaleza
lingüística del hombre, más no, en las instituciones políticas, morales o
económicas, donde el hombre alcanza su razón de ser. Es sumamente peligroso para la democracia que
las confusiones lingüísticas – denotaciones, connotaciones, adjetivos, significaciones,
descalificaciones, etc. -, desencadenen la irracionalidad política. Esto es: la
violencia, la discriminación, el miedo, la xenofobia, el dolor, el atentado, el
secuestro o la muerte. Por eso, cuando en nombre del mal uso de la palabra se
dilapida, se tortura, se encarcela, se asesina, etc. La palabra no comunica el
espíritu que le corresponde. Así que, las palabras expresan la corrupción en
las instituciones, la inmoralidad de los dirigentes y la animalidad política de
la sociedad. Es en el lenguaje donde ha de buscarse la descomposición moral de
la sociedad, los desaciertos, las imposturas, los improperios; pero también, el
<<aura>> que envuelve su misterio, su cadencia y su magia.
Si se quebranta la valía de la palabra
para el hombre, se quebrantan los más altos ideales políticos y morales de la
sociedad. Porque la democracia, la libertad y la ética, se asientan sobre el
lenguaje. No olvidemos, es en el ámbito del lenguaje y la ética, donde el ser
humano adquiere la jerarquía de persona. Por eso, la política y las acciones humanas no son indiferentes a la filosofía. La
filosofía, tal y como ahora se le entiende, se convierte en una disciplina fundamental
para generar democracia y libertad.
Desde la perspectiva de la crítica del
lenguaje se desvela que, en todas las épocas de la humanidad, han existido
embaucadores, demagogos, los que en nombre de la verdad, la justicia y de Dios; se convierten en falsarios de la
Historia y el lenguaje. O, en falsarios de la memoria verbal de los pueblos y
naciones. En una época, se ponen la máscara del revolucionario, o del conservador;
en otra, la del progresista o reformista de la sociedad. Pero en nombre de
estos principios o ideales, se han cometido las atrocidades más espantosas de
la humanidad. De ahí que distinguir entre pedagogía política y demagogia
política, es un presupuesto de pulcritud espiritual; como lo es asimismo
distinguir entre corrupción y ética política. La vida social se convertiría en una tragedia si no se hace tal distingo.
Sabemos que el mundo contemporáneo adquirió
un <<aura>> nueva, una
epidermis más sensible. Como no podía ser menos en las postrimerías de una
época, la atmósfera que reina es contradictoria e inexplicable –en unos sitios
es prometeica, con grades fuegos y manos tendidas hacia las estrellas; en otros
es apocalíptica, con sentimientos de culpa que remuerden la conciencia. Unos
son optimistas, que ven en la pedagogía política y la ética el relampaguear de
un nuevo amanecer; y, otros son pesimistas, que ven parcialmente la fatalidad
en el acabamiento normal de la vieja cultura política. En estos tiempos tan
secos y ayunos de imaginación, no podemos olvidar, que toda época sueña con la que viene y soñando
anuncia un nuevo despertar.
Bibliografía
Ernst Jünger.
La Tijera. TusQuets Editores. Barcelona 1997.
George
Steiner. Extraterritorial. Ediciones Siruela S. A., 2002.
Isaiah
Berlin. El Poder de las Ideas. Editorial Espasa Calpe. Madrid 2000.
Ernesto Sábato.
Entre la letra y la sangre. Seix Barral. Bogotá 1989.
Walter Benjamín.
Libro de los Pasajes. Ediciones Akal, S. A., 2005.
Madrid-España, Marzo de 2013