LA
BANALIDAD DEL MAL
Madrid – España
09/12/2025
“La libertad y la justicia son los principios básicos de la política”
Hannah Arendt
“Se trata de dejar el mundo mejor que como lo encontramos”
¡Tener presente que las reflexiones del
pensamiento, la bondad y el amor, son ofrendas de los dioses a los hombres!
Antonio
Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.
Hace
cincuenta años que, en Nueva York, murió Hannah Arendt (1906-1975). Filosofa
alemana, politóloga, historiadora de las ideas políticas, escritora, socióloga,
crítica de arte, de literatura, de poesía, etc. Trabajó iluminaciones de
autores como Bertolt Brech, Herman Broch, Nathalie Sarraute y Rainer María
Rilke, entre otros. Es considerada en la actualidad como una de las filosofas
más influyentes del siglo XX. Escribió obras como Los orígenes del
Totalitarismo (1951), La condición humana (1958), Eichmann en Jerusalén (1963),
Sobre la violencia (1970), Sobre la revolución (1963), La vida del espíritu
(1977), Crisis de la república (1972), Responsabilidad y juicio (2003), Hombres
en tiempos de oscuridad (1968), ¿Qué es la política? (1963), La libertad de ser
libres (2018), Escritos judíos (2007), Entre el pasado y el futuro (1954),
entre otros.
Resalto
que Arendt defendió la discusión política libre y el “pluralismo político.
Porque generan las potencias de la libertad e igualdad política entre las
personas. Que ha de incentivar la vida en común y la inclusión del otro, en acuerdos políticos, convenios y
leyes. Desde otra perspectiva, es importante resaltar que la época en que
escribe está marcada por el ascenso de la sociedad de masas, la cultura de
masas, y el paso de la sociedad a la sociedad de masas, la técnica y la
ciencia, que le posibilitan una reflexión sobre el papel del arte y la cultura
en el Mundo Moderno. El arte en su pensamiento es fundamental, porque
contribuye a entender el contexto histórico, político y cultural, en el que
escribe. El arte y la cultura y, en general, la estética, son fundamentales en
los movimientos de su pensamiento.
Ahora
bien, Arendt en su obra Eichmann en
Jerusalén reflexiona sobre la banalidad
del mal para entender la
ambigüedad del concepto de maldad. Por el cual algunas personas pueden ser
manipuladas por conceptos vacíos, triviales, sobre lo bueno y lo malo. Así,
cuya banalidad no excluye la crueldad de sus efectos. Acuñó la palabra banalidad del mal en referencia al
juicio que en Jerusalén le hicieron a Eichmann. Que lejos de significar que el
mal no tiene importancia, representa que empieza a tornarse banal cuando se
considera que deriva de alguna “verdad”. Que proviene del Estado, del Führer,
del partido o, la moral social aceptada. No se cuestiona porque viole lo
legítimo y legalmente constituido como “verdad” ante la sociedad. Ya que todo
en el Estado totalitario se politiza.
Las
personas que cometen actos monstruosos, horrorosos, son individuos comunes y
corrientes, insignificantes, superficiales, sin ningún fundamento teórico o
practico, sobre la realidad y el mundo. Por eso, la banalidad del mal se
enraíza en las instituciones sociales, políticas, jurídicas o culturales –el
Estado, el ejército, la policía, los grupos de seguridad del Estado, la
universidad, el Orden Jurídico, la administración pública o, en los ciudadanos
de “bien”, etc. Que se valen de personas vacías y anodinas para que ruede la ruedecita del engranaje del
Sistema.
Necesitan
de una inteligencia precisa, de buena calidad. En este sentido, hay en todos
los asuntos de la práctica un cierto número de seres humanos que forman la
pequeña y bien diseñada ruedecita que da impulso y trabajo a la obra –dijo
Ernst Jünger. En ellos se encarna cierta ironía y frialdad al impartir órdenes.
Cada uno de los seres humanos encuentra en la vida el puesto que le resulta
adecuado. Nacemos exactamente con el potencial social que haremos realidad. A
estas personas el mundo se les presenta como una arquitectura confusa.
Así
que, “hay un único factor que es terrible en todos los tiempos y que nunca deja
de serlo –el ser humano; las armas son únicamente miembros que le han sido
adosados y sentimientos a los que se les ha otorgado forma”. Así que, la
banalidad del mal es la expresión de la “pura”
maldad, en la ferocidad de los actos humanos. Heidegger señaló: “La esencia de
la maldad no consiste en lo malvado de los actos humanos, sino en la “pura” maldad de la ferocidad”. Por eso
se originan en la parte oscura e inconsciente del corazón y el cerebro humano.
Quien lleva a cabo estos actos abominables, en su mayoría no son conscientes de
lo que hacen, bien por falta de educación, de ilustración cultural o, de capacidad de pensar. Bien porque han
extirpado del alma y del corazón la “zona
de la sentimentalidad”.
Recordemos
que el concepto de alma para los griegos psyché
era el principio del movimiento interno que potenciaba la vida. Este tipo de
hombre de gustos gruesos y barbaros activa la psyché para develar en sus acciones lo bestial y los instintos
asesinos que moran en ella.
Cuenta
George Steiner que el escritor Arthur Kloestler, estaba convencido de que “el
cerebro consta de dos partes: una pequeña parte ética y racional (todavía muy
pequeña y una enorme trastienda cerebral, bestial, animal, territorial, cargada
de miedos, de irracionalidades, de instintos asesinos, y que harían falta
millones de años para que la evolución moral alcance nuestra condición,
nuestras técnicas de agresión y destrucción”.
Es
evidente que el desarrollo científico, la técnica, la prosperidad, el confort,
la paz, en la cultura occidental, no son indiferentes al mal, a la violencia o
a la guerra, pero no exclusivamente. Walter Benjamín dijo: “Todo lo que abarca
el arte y la ciencia tiene una procedencia que no podrá considerarse sin
horror. Debe su existencia no sólo al esfuerzo de los grandes genios que lo han
creado, sino en mayor o en menor grado a la prestación anónima de sus
contemporáneos. Jamás se da un documento de cultura sin que lo sea al mismo
tiempo de la barbarie. Si la ciencia es el fundamento de la técnica. Resulta
patente que ésta no es un hecho puramente científico-natural. Al mismo tiempo
es un hecho histórico”.
Así
que, la técnica sirve al Estado totalitario no sólo para la producción de
mercancías, sino también para producir armas, tanques, misiles, carreteras o
cámaras de gas, entre otros. Las energías que la técnica desarrolla más allá de
las necesidades de la sociedad. En primera línea favorecen la técnica de la
guerra y su preparación publicitaria. El siglo pasado no fue consciente de las
energías destructoras de la técnica.
El
Estado nazi la utilizó en los campos de exterminio y las cámaras de gas, para
asesinar a millones de judíos y minorías étnicas y, éste los presentaba con el
barniz de una muerte indolora. Es el colmo de la ironía y lo inhumano ante la
dignidad y el respeto a la vida del otro. Sabemos que el demonio utiliza varias
máscaras y éste utilizó la del sufrimiento, el dolor, la tortura y la muerte.
Según
Arendt, le impresionó sobremanera la superficialidad del acusado, que hacía
imposible vincular la maldad de sus actos a ningún nivel más profundo de
motivación. Los actos fueron monstruosos, pero el responsable –al menos el
responsable efectivo que estaba siendo juzgado- era totalmente corriente, del
montón, ni demoníaco ni monstruoso. No había ningún signo en él de firmes
convicciones ideológicas ni de motivaciones especialmente malignas, y la única
característica notable que se podía detectar en su comportamiento pasado y en
el que manifestó a lo largo del juicio y de los exámenes policiales anteriores
al mismo fue algo enteramente negativo: no era estupidez, sino falta de reflexión.
En
este sentido, ni el hombre civilizado hijo de la cultura greco-romana y
judeo-cristiana, ni el hombre culto, ni el hombre creyente, ni el hombre común,
pudo controlar o parar la bestialidad política de la banalidad del mal. El
burócrata que la ejecuta era un ser humano “con las mismas cualidades de
agresión, de brutalidad, de astucia y de inventiva estratégica”, que aquel que
lucha en la guerra por conservar la vida.
La
banalidad del mal tomó máscaras nuevas
en los Estados contemporáneos. Desveló que el estilo de vida burocratizada
lleva en sí como un germen maligno, la deshumanización de los hombres. Benjamín
piensa que, la cosificación no sólo hace opacas las relaciones entre los
hombres; sino que además envuelve en niebla a los sujetos reales de dichas
relaciones. Entre los que detentan el poder en la vida económica y los
trabajadores se desliza todo un aparato de burocracias administrativas y
jurídicas, cuyos miembros no son capaces de desempeñar funciones en cuanto
sujetos morales plenamente responsables; su conciencia de responsabilidad no es
otra cosa que, la expresión inconsciente de ese encanijamiento.
Preguntamos,
¿por qué Eichmann fue incapaz de sentirse culpable como si no tuviera
consciencia? Porque la conciencia de la sociedad que le hablaba era una voz
respetable. De ahí que actuaba amparado por las órdenes que recibía. Eran
órdenes superiores que determinaban sus sentimientos, su conducta y acciones.
Y, eran tan fuertes que su incapacidad
de pensar y juzgar, le imposibilitaban cuestionar el “sentido” de sus acciones.
Además, el pensamiento como la actividad espiritual de autorreflexión que busca
el “significado” en el sentido Kantiano, brillaba por su ausencia.
Así,
el burócrata sólo conoce una falta, trasgredir el orden, lo legítimo y
legalmente constituido por el Gran Poder Totalitario.
La lógica del burócrata expresa: si no lo hago yo, otro lo llevará a cabo.
Existe entonces una relación entre la estadística y el criminal en el Estado
totalitario. Pues, el genocidio es una matanza administrativa y estadística que
responde a las apetencias del Estado Totalitario.
Ellos son personas siniestras y abominables, su capacidad de pensar la sustituyen por el cumplimiento de las normas
y las reglas.
Cuenta
Viktor E. Frankl (1995), que en los campos de concentración había individuos
dispuestos a torturar o matar. De ahí que la élite del partido nazi competía
por el honor de llevar a cabo el dolor, el sufrimiento y la sangría, al otro
ser humano. A Eichmann lo que le hacía sentir mal y culpable, era trasgredir el
orden y las normas establecidas, no lo moralmente incorrecto. Así, cuando
ordenaba gasear a miles de judíos, se sentía feliz y orgulloso, de haber
cumplido con su deber.
Es
posible afirma Steiner, que aún no hayamos podido encontrar al hombre una
salida para su enorme energía animal que, en la rutina de la monotonía, de la
mediocridad sexual de la mayor parte de las vidas, busca afirmarse. Como si la
cultura para algunos fuera algo superficial y fugaz, un amontonar y no la
cualidad del ser y la existencia que posibilita la experiencia, la imaginación,
y “la posesión de un conjunto elásticos de sistemas que confieren la intuición,
el dominio y la valoración de la realidad”, para la creación. Por eso, los
filósofos la perciben como una cualidad del ser, que permite trascender la vida
instintiva, animal y agresiva del ser humano.
Sigmund
Freud creyó que, el estrato entre la civilización y la barbarie, la cultura y
la animalidad política, era muy delgado. Que la cultura y la civilización, no
podrían resistir a las pulsiones más profundas de destrucción y sadismo del ser
humano. Como expresó Steiner: “El animal humano es muy perezoso, probablemente
de gustos muy primitivos, mientras que la cultura es exigente, cruel por el
trabajo que exige”.
Bueno,
¿qué buscan los que incrementan el miedo, el dolor y la muerte, en la sociedad?
Que el hombre desista de sus sentimientos, de la libertad y de la autonomía de
la voluntad, como del pensamiento crítico que los enfrenta a la realidad y a
los requerimientos más profundos de la condición humana. Además, Eichmann
representaba la ausencia de pensamiento –que es común en nuestra vida
cotidiana, donde apenas tenemos el tiempo, y menos aún la propensión, de detenernos y pensar.
En
el Estado absoluto tecnológico y
totalitario, donde se es una pieza más del engranaje del Sistema, es
imposible detenerse y pensar. Porque
el capitalismo industrial y empresarial, el conocimiento y la técnica, el
capital financiero, se politizan y, lo que desean es configurar en la sociedad
un hombre banal, mediocre, frustrado, uniforme y con miedo, que no altere la
función del Estado. Que no se atreva a actuar, hablar o pensar, ya que el peso
de las imágenes, de las instituciones, de los modelos de conducta y del
ejercicio del poder, lo paralizan. Porque lo que le espera es el exilio, la
cárcel, la tortura o la muerte.
En
este orden de ideas, “el miedo es uno de los síntomas de nuestro tiempo. La
consternación causada por el miedo es tanto mayor cuanto que ese miedo viene a
continuación de una época en la cual hubo una gran libertad individual”.
Además, ¿qué buscan los que incrementan el miedo, el dolor, el sufrimiento, la
tortura o la muerte? No es sólo la parálisis del pensamiento, sino también de
actuar y soñar. Que el hombre desista de la imaginación, de la libertad y la
deposite en el Estado y las instituciones, el partido y la hybris del progreso y las comodidades técnicas. Porque se proponen
convertir a los seres humanos, en seres vacíos, pusilánimes, disciplinados,
ante el gran despliegue del Gran Poder
Total.
De
hecho, en la actualidad, la estadistica, el maquinismo, el automatismo, la
disciplina militar, la demagogia, los lenguajes digitales, son las esferas en
las que se manifiesta el ejercicio del poder.
Jünger dice, el automatismo y el miedo van estrechamente unidos, por cuanto el
ser humano coarta sus propias decisiones en beneficio de las facilidades
técnicas. Pero también aumenta, y ello de manera necesaria, la pérdida de la libertad.
La
Época Moderna concatenó el progreso, la técnica y el automatismo, con la
superficialidad de los hombres del común. Porque les falta la capacidad de reflexionar sobre los
hechos de la vida cotidiana. Así que, esos hombres que incrementan el dolor, el
miedo y la muerte, los define Arendt como hombres totalmente corrientes, del
montón, ni demoníacos ni monstruosos.
Ahora
bien, ¿qué está en juego en un Estado totalitario? Fundamentalmente el
pensamiento y la libertad individual. Pero nuestra capacidad de pensar no está en juego; somos lo que los hombres han
sido siempre –seres pensantes. Con esto se entiende, simplemente, que los
hombres tienen una inclinación, una necesidad quizá, de pensar más allá de los
límites del saber, de ejercer esta capacidad para algo más que ser un simple
instrumento para hacer y conocer.
Así
que, a los hombres banales no sólo les falta la reflexión, sino que ajustan sus
vidas y conductas a estereotipos, expresiones estandarizadas, clichés, ya que
cumplen la función social reconocida de protegerlos frente a la realidad; o, lo
que lo mismo, frente a los requerimientos de nuestra atención del pensar que
ejercen todos los hechos y acontecimientos en virtud de su misma existencia.
“Si tuviéramos que ceder continuamente a estas solicitudes acabaríamos
agotados; en cambio, Eichmann se distinguía del resto de nosotros únicamente en
que ignoró del todo estos requerimientos”.
Por
eso es necesario que nos desprendamos de ciertas creencias, conceptos y
razonamientos; porque al examinarlos críticamente, resultan, en ocasiones,
mucho menos firmes, y su significado e implicaciones, mucho menos claros y
firmes que lo que parecían a primera vista. Al analizarlas y cuestionarlas, los
filósofos amplían el autoconocimiento del hombre –dijo Isaiah Berlin.
Sí
llegamos a desprendernos de ellos, quizá, nuestra capacidad de pensar nos eleve
más allá de la realidad y de la vida, que responda a los requerimientos de la
exigencia vital. Quizá esta capacidad como algo natural al hombre posibilite
“exiliarse en esa sobre naturaleza”, que Eugenio Trías “llamó mundo, mundo humano, mundo de vida
saturada de inteligencia lingüística, técnica y simbólica”.
No
para huir de la banalidad del mal, individual, institucional o social, sino
para encontrar las categorías fundamentales de la existencia y la realidad, que
posibiliten enfrentarlo con tenacidad. Y ser seres conscientes que estos
hombres superfluos, banales e irreflexivos, son instrumentos de “la pura maldad
de la ferocidad”. Esa que, en los tiempos primitivos, mágicos o divinos, devela
la inteligencia simbólica del hombre.
Los
que llevan a cabo los actos de la “pura maldad de la ferocidad”, son en su
mayoría hombres mediocres, anodinos, en la sociedad. Individuos incapaces de
pensar y, su característica esencial, consiste, en adolecer de la capacidad de juzgar. De distinguir en
términos racionales lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo y, donde se
encuentran las líneas “rojas” que limitan el comportamiento humano. Expresó
Arendt: “Los actos fueron monstruosos, pero el responsable era totalmente
corriente, del montón, ni demoníaco ni monstruoso”.
El
“puro” mal es uno de los síntomas de nuestro tiempo. Un fenómeno intrínseco a
la naturaleza humana desde el Primer Adán. Ahora porta sus máscaras propias:
los campos de internamiento, las matanzas de obreros, el exterminio de pueblos,
la muerte de campesinos, las deportaciones masivas, los asesinatos selectivos o
de estudiantes; también a los inmigrantes, los indigentes de las Grandes ciudades, etc. Y vemos cómo la
crueldad se convirtió en elemento constitutivo de la banalidad del mal y de las
nuevas formaciones del ejercicio del poder.
Así
que, la banalidad del mal se hermana con
la crueldad, y lo percibimos en la razón de acuerdo a fines, la esfera
económica, geopolítica en hombres monstruosos y banales como Donald Trump o
Vladimir Putin. Así que, todos los movimientos autoritarios y totalitarios se
apoderan de las cosmovisiones e ideologías y, las convierten a través
del terror, en nuevas formas de
Estado. Es lo que pasa actualmente en Estados Unidos con los inmigrantes, los
indocumentados y las minorías étnicas blancas y negras empobrecidas. Esto lo
realizó el nazismo y el estalinismo en el siglo XX.
Y,
lo más sorprendente es, que la banalidad del mal se convirtió en parte
constitutiva de la vida cotidiana, de las instituciones, de los medios de
comunicación, de las redes sociales y del Estado. Se trata de ver, por otra
parte, que el pensamiento racional que está ligado a la ciencia y a la técnica,
es un pensamiento cruel. Que responde a las apetencias del Gran Poder Tecnológico: político, económico y militar.
En
un mundo como éste observamos como “el Estado permanentemente somete a una
parte de su población a intromisiones horrorosas”. Deportaciones, saqueos, expropiaciones,
violaciones, torturas, sufrimientos o muerte. Las nuevas formaciones de poder
lo que buscan, no es sólo la distancia entre los seres humanos, sino
incrementar la deshumanización entre ellos. Y sólo se puede revelar la banalidad de la crueldad, si nos valemos
de la vida saturada de inteligencia lingüística, mágica y simbólica.
Por
tanto, estas esferas del saber y de las experiencias compartidas, posibilitan
que todavía haya en las sociedades modernas, personas capaces de ver las
perdidas: la aniquilación del valor, de la “zona
de la sentimentalidad”, la estandarización de la sociedad o, la parálisis
de los movimientos espirituales del pensamiento.
Sabemos
que la capacidad de distinguir, el bien del mal, está ligada a la de
reflexionar, esto es, al pensar. Así, el hombre que vive inmerso en la vida
cotidiana (el trabajo, el consumo, el sexo, el alcohol, la droga, las imágenes,
las redes sociales, las plataformas digitales, el ocio vacío, el “Kitsch”,
etc.), no tiene tiempo para detenerse y pensar. Porque hace parte de los
movimientos y la velocidad que imponen los instrumentos técnicos de los que
ejercen el poder mundial.
Además,
la banalidad del mal no sólo se manifiesta en las instituciones y sus agentes
de violencia, en los campos de concentración, en la guerra, sino también en la
vida cotidiana que establece el Gran
Poder Totalitario. Que no posibilita divisar la historia y la frontera del
mundo, para distinguir en términos morales el bien del mal, lo aquende y
allende de la historia.
Arendt
ve a Eichmann de la siguiente manera: “Todo lo que “hace” o “dice”, está
supeditado a “estereotipos, frases hechas, a códigos de conducta y de expresión
estandarizadas que cumplen la función socialmente reconocida de protegerlo
frente a la realidad, es decir, frente a los requerimientos del pensamiento que
ejercen los hechos, en virtud de su existencia.
Existe
un abismo entre los hombres de concepciones brillantes y profundas y, los
hombres de actos brutales y bestiales, que ninguna explicación intelectual
puede resolver”. Este tipo de hombres
extirpa como un tumor maligno las esferas de la sentimentalidad. El problema
radica, no tanto en dormir su consciencia, como en eliminar la piedad meramente
instintiva que todo hombre normal experimenta ante el espectáculo del
sufrimiento físico.
El
truco utilizado por Himmler consistía en invertir la dirección de estos
instintos, o sea, en dirigirlos hacia el propio sujeto activo. Por esto, los
asesinos, en vez de decir: ¡Que horrible es lo que hago a los demás!, decían:
¡Que horribles espectáculos tengo que contemplar en cumplimiento de mi deber,
cuan dura es mi misión! (Sissi Cano Cabildo).
Resulta
comprensible que se haga del gusano el símbolo del dolor y que se compare con
un gusano al hombre que sufre indefenso. Está en primer lugar la posición,
completamente a ras de suelo, una posición en la que se encarna lo inferior y
en la que no se disfruta, como en caso de las serpientes, ni de una marcha
rápida ni de escamas ni de armas. Está en segundo lugar la piel desnuda,
carente de pelo, falta de toda protección, y está además la ceguera, y está
sobre todo la contorsión, que hace que el cuerpo entero se convierta en espejo
de la sensación que se experimenta –expresó Jünger.
En
los campos de concentración existía una amalgama de hombres brutales, horrendos
y salvajes, y aquellos banales e insignificantes en el trabajo y la vida
cotidiana. Que, siguiendo las prescripciones y los códigos de conducta
establecidos por el Gran Poder Total,
fueron capaces de cometer los crimines más horrendos de la humanidad. Ese
abismo se ahonda, cuando el pensar, la imaginación, la sentimentalidad y la
experiencia, no son capaces de contener eso que, George Steiner llamó: la Soha.
Ahora
bien, ¿por qué el vacío conceptual, ideológico y de comportamientos
antihumanos, lo llenaron los campos de concentración, la tortura, la mentira
organizada y sistematizada, la demagogia, la supresión del pensamiento y del
lenguaje? ¿por qué no fue suficiente los horrores del presente? Porque resultó
difícil guardar el modo propio de ser. Porque la riqueza que forma parte de
éste no es sólo incomparablemente más valiosa. Es el manantial que brota de las
profundidades de cualquier riqueza visible. Olvidamos que los hombres somos
hermanos, pero no iguales. Que existen dentro de las masas personas que por
naturaleza son ricas de espíritu, bondadosas, felices o poderosas; que conducen
a poderes nuevos y riquezas nuevas, a repartos nuevos. (Jünger).
Que
el modo propio de ser del hombre no es, en efecto, únicamente creador,
benefactor, sino también destructor, es su daimonion.
Que existen tipos humanos que
mantienen una relación especial con el sufrimiento, el dolor y la muerte. Sino
tener presente que el hombre no representa una excepción, no es una minoría
selecta. Antes, al contrario, se halla oculto en el interior de todos y cada
uno de nosotros. También es posible dar al ritmo superior de la historia la
interpretación siguiente: el ser humano se redescubre a sí mismo
periódicamente. Desde los tiempos más remotos viene repitiéndose una y otra vez
el mismo espectáculo: el hombre se quita la máscara y a ese acto sigue la
jovialidad, la cual es el reflejo luminoso de la libertad. (Jünger).
De
lo que se trata es, que, de lo único que el hombre sale garante hoy es de sí
mismo. Y es ahora cuando se convierte en el antagonista del Estado, más aún, en
su domeñador, en su vencedor. Se ha llegado a una concepción nueva del
ejercicio del poder, se ha llegado a “unas concentraciones de poder inmediatas,
vigorosas. Para poder plantearles cara se necesita una concepción nueva de la
libertad, una concepción que nada tiene que ver con los desvaídos conceptos que
hoy van asociados a esa palabra”
Tener
consciencia que la libertad del ser humano se enfrenta a unos tipos de violencia que se han modificado
en la actualidad. Dar el primer paso para salir del mundo dominado por la
estadística, la vigilancia, la cosificación y el ejercicio del poder; y un
segundo paso, que la libertad nos ayude a salir de las abstracciones, las
funciones y las divisiones del trabajo. También para desgarrar las ataduras del
autoritarismo, del totalitarismo o el populismo, que niegan la libertad y los
derechos individuales de las personas.
En
última instancia, ¿cuál es el objetivo del Estado totalitario? Diluir en las
instituciones y el Gran Poder Total la base que se halla por debajo de
lo individual, que irradia las individuaciones. En este sentido, desgarrar todo
lazo común y solidario, que posibilite otra “forma” y “sentido” de convivencia.
Romper las redes sociales de pertenencia, que el yo se reconozca en el otro. Es
decir, el otro puede ser el hermano, el amigo, la amada, el amado, la persona
sola que sufre, el desamparado, el indigente material o espiritual. Se trata de
dispensarles ayuda, el yo, el tú, el nosotros, porque se favorecen en lo
imperecedero y eterno. En todo ello se corrobora el orden fundamental del mundo
y de la existencia humana.
Sabemos
que los hombres hacen parte de una Gran
Mecánica que se desvela como una realidad amenazante; por así decir, está
presta para aniquilarlos. Ser conscientes que todo racionalismo de los Estados,
institucional, económico, político, social, técnico, científico o cultural;
llevan al mecanismo que conduce a la crueldad, al dolor, al sufrimiento y la
tortura que es, su consecuencia lógica. Pero, la persona individual concreta se
las ingenia para romper el cerco y alcanzar lo justo, lo bello y lo bueno para
el hombre.
No
podemos olvidar que, el milagro siempre está presente, porque en medio de la
cosificación, la vida vacía, la indiferencia ante el sufrimiento del otro, la
objetivación de la vida y la tecnificación, aparece el ser humano y dispensa
ayuda. Esas cosas no pueden perderse, de ellas vive el mundo.
Ahora, ¿qué buscaba el Estado
Total nazi? La destrucción del tejido moral de la cultura y la civilización
occidental.