viernes, 27 de junio de 2025

 

                                                        La libertad

                                                                  Madrid-España a 27/06/2025



Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.


Sabemos que uno de los problemas fundamentales en la actualidad, es la libertad. Es de suma preocupación que sólo “una pequeña fracción de las grandes masas humanas esté capacitada”, para responder a los retos del manejo responsable de la libertad. Porque “las poderosas ficciones de nuestro tiempo y las amenazas que irradian de ellas”, desean imponer la “coacción abstracta y automática”. Así que, ni los “poderes del presente” ni la libertad bastan para resistir a las potencias de las ficciones que ofrece el mundo técnico. Por un lado está “la reflexión, la reflexión crítica de la actualidad, es decir, el conocimiento de que ya no bastan los valores vigentes”; por otro, que debemos abandonar la morada de los cíclopes expertos en trabajar el hierro e instrumentos técnicos para la guerra, y dirigir la mirada hacia el ojo interior.

Immauel Kant sabía que la libertad no se encierra en las relaciones de un sistema. Y, Franz Rosenzweig creía que deberíamos valernos de la libertad como un “milagro en el mundo de los fenómenos”. Pensaba que para enfrentarnos como hombre de carne y hueso “al laberinto objetivante de las relaciones, el hombre exterior al sistema teórico-práctico”, deberíamos tener como punto de apoyo a la libertad. Se trata desde el umbral que ofrece ésta, ver el sentido de los objetos y la vida con otros ojos, los que moran en el interior del ser humano. Y quien puede verlo aquí y ahora –es el hombre de la acción libre e independiente. El que percibe la Antigua libertad vestida con el ropaje propio de la época. Es él quien se enfrenta a todo automatismo, al autoritarismo y contra la que fracasa el puro empleo de la violencia.

Y, con la antorcha de la palabra en la mano y la libertad, le hace frente al mundo del Titán y al colectivo del titanismo. Aquí y ahora -confrontar el Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo, es hacerle frente a los instrumentos técnicos, no sólo como ídolos, sino también a los espejismos que irradian de las “coacciones abstractas y automáticas”. Esto puede orientar las reflexiones del pensamiento y al individuo portador de experiencias, hacia “los padres, hacia los órdenes que nos fueron propios, hacia los órdenes que están más cerca del origen que nosotros”. Se trata de romper las redes de acero de las maquinas y los instrumentos técnicos, y desgarrar el misterio que encierra el velo del poder, y así desvelar la aureola con que se nos presentan. Y buscar la libertad en las profundidades de las fuerzas primordiales, esas que hacen frente a los puros poderes temporales.

De ahí que el misterio de la vida tenga siempre abierto el acceso al interior de las profundidades de las catatumbas, a la cripta, donde mora el lenguaje, la imaginación y las reflexiones del pensamiento. Porque estos poderes jamás podrán ser diluidos en las redes del puro movimiento o en las “relaciones de un sistema”. Esta cuestión no puede limitarse a “la conquista de puros reinos interiores” ni limitarse sólo a “objetivos reales”. Ocurre más bien, quien ha captado la situación mejor que todos los gobiernos y que todos los teorizantes –dice Ernst Jünger- es el hombre sencillo, el hombre de la calle, la persona con que nos encontramos todos los días y en todos los sitios. Esto se debe a que continúan estando vivos en ese hombre vestigios de un saber que llega más hondo que los lugares comunes de la actualidad.

Por eso, el hombre de carne y hueso “continua teniendo órganos en los que está viva”, una sabiduría y una experiencia, que trasciende los poderes temporales de los Gobiernos y las Corporaciones. Cuando el hombre de la calle “intenta averiguar dónde hay una salida, un camino para huir, se comporta de una manera que tiene en cuenta la magnitud e inminencia de la amenaza”. Cuando desconfía de los medios de comunicación de masas, la verborrea de los políticos, del capital financiero internacional, de las amenazas de la crisis, del militarismo, se atiene a objetos reales y al mundo donde se encuentra inmerso.

Por eso, sabe distinguir entre “lo que es al parecer”, de “lo que es”. Sabe distinguir el oro del latón que está a la orilla del camino; y “mirar cara acara a la catástrofe y enfrentase al modo en que uno puede verse envuelto en ella es algo útil en todo caso”. Porque deliberar sobre la catástrofe, sobre las crisis de los sistemas, las materiales o espirituales, es bueno para el espíritu; más si se hace al borde del abismo.

En los tiempos nublados que vivimos, se trata que la persona individual de acción libre e independiente, tome consciencia de la responsabilidad que le ha sido otorgada. Trátese de su vida privada o pública, para que “adquiera poder y figura una idea nueva de la libertad”. Y, de esta forma, hacerla posible en los tiempos que vivimos, en todos los puntos de la Tierra. Así, tendríamos que sacar al mundo nuevamente de sus goznes y hacer un giro copernicano, para que las energías desplegadas se pongan al servicio de los hombres. Y no de una “selecta minoría” que maneja los hilos de los “cuadros de mando” en las redes globales. No sólo será una revolución telúrica, sino también de dimensiones cósmicas.

En el escenario internacional, el comportamiento estratégico-político no se reduce ya a sólo dos fuerzas, sino que de los intersticios del espacio voluminoso del siglo XX, fluyeron una pluralidad de fuerzas que buscan su reconocimiento en el orden internacional. Se trata de reconocer que en la escala de valores, la libertad ocupa un lugar fundamental; así se constituye en el problema medular de nuestro tiempo. Por eso, el propósito de esta reflexión no se orienta a las fachadas políticas ni se agota en sus agrupaciones o movimientos; ya que son pasajeras y en las fauces del tiempo son como bombas de jabón. Es indistinto donde se ubique el poder; se trata de domeñar el miedo, el sufrimiento, el dolor, el odio y sólo se alcanza cuando el ser humano abjura de los fantasmas que lo atormentan y se yergue desde su interior soberano y libre, como el Cóndor de pico de estrella y alas de fuego, sobre las crestas de las montañas de los Andes.

En esta alta civilización abstracta, alcanzar la libertad exige de grandes sacrificios; “eso explica el ingente número de seres humanos que prefieren la coacción”. Porque es más fácil delegar la libertad que asumir la responsabilidad moral de las acciones humanas. Ahí está la iglesia, el sindicato, el partido, el movimiento, etc., para que asuman el peso que me corresponde en el manejo responsable de la libertad. Ernst Jünger piensa que “sólo los hombres libres pueden hacer autentica historia. La historia es la impronta que el hombre libre da al destino”.

Sólo desde el ámbito de la libertad, se puede hacer frente a lo técnico, lo típico, lo colectivo. Y, en esa medida la persona individual puede enfrentarse a sus sufrimientos, sus dolores, los fantasmas que atormentan su conciencia, y ha de valerse de sus conocimientos, su capacidad de juzgar, de sus experiencias. “Aquí las perspectivas cambian se tornan más espirituales y libres”. Cuando la persona individual se apropia de esas herramientas, “los peligros adquieren una claridad mayor”.

Debemos proporcionar a las personas que están amenazadas por el miedo, el sufrimiento, el dolor y los tormentos que provienen del mundo oscuro de la conciencia y la sociedad, “una descripción de la situación en la que se encuentran, y que ella misma conoce casi siempre mal, es útil sin duda”. Debemos proporcionarle las herramientas necesarias tanto de conocimientos, como del mundo del que hacen parte, para que puedan actuar. Quizá el miedo las paralice pero se trata de que adquieran seguridad en sí mismas. Porque cuando despejamos las ilusiones ópticas o auditivas que nos atormentan, se desvelan no tan fuertes ni feroces como parecen.

El sistema educativo, por ejemplo, debe ahondar el trabajo en el interior del alumno; que el ojo interior prime sobre los espejismos del mundo exterior. De ahí depende la seguridad y la libertad de la persona individual: del estudiante, del ciudadano, del trabajador, de la madre de familia, del padre, del médico, del profesor, etc. En fin de todas las personas de este mundo chato y horrible que vivimos. Pero es el único mundo posible que nos ha tocado vivir. Por eso, entre todos y con la ayuda de todos, debemos hacerle frente a los espejismos que nos atormentan, hacerlo mejor; más vivible y más humano.

Sí se dota a la persona individual de las herramientas necesarias para combatir el miedo, el sufrimiento o el dolor, “lo técnico, lo típico, lo colectivo”, se sitúan en la superficie y toman las configuraciones que le corresponden en el tiempo que es debido. No sólo con los sufrimientos, el dolor, el miedo, el ser humano hace frente a lo cotidiano y necesario, también ha de valerse de las experiencias, los conocimientos, los juicios de valor con los que actúa. No se trata de la libertad de las colectividades abstractas, sino del hombre de carne y hueso; en la época nuestra de alto desarrollo técnico, lo fundamental descansa en el interior de la persona individual.

Entonces, “las perspectivas cambian”; los objetos pierden su espíritu agresivo y “se tornan más espirituales y libres”. Cuando esto sucede la coacción no hay que verla como algo negativo, sino como el instrumento necesario para defender las instituciones, la democracia y la libertad. En una época de valores en entre dicho, “de convenciones destruidas, de lazos objetivos disueltos”, la libertad no puede ser el origen de la esterilidad. “La conquista de la libertad –dice Thomas Mann- ha sido siempre estimulada por la esperanza de poner en movimiento fuerzas productivas”.

Un quehacer natural de la libertad, desencadenar “fuerzas productivas” que trascienden las formas y los contenidos de lo cotidiano y necesario. Fuerzas que vayan más allá de los espejismos técnicos, el tópico y el lugar común, la homogenización y la superficialización de las colectividades. De ahí proviene la impronta, la dirección que “el hombre libre da al destino”. Aunque lo cotidiano se presente como terrible, caótico y el lugar donde las modalidades de los sufrimientos, el dolor, la violencia, la muerte, se configuren; la libertad no ha de ser un instrumento de coacción y disciplina de la sociedad. Porque la libertad es lo único de que el hombre sale garante cuando se enfrenta al poder Total. El que se despliega en el Estado, o en los “micro poderes” o, en “el sistema teórico-práctico”, diluidos en la sociedad; también el que sufre el hombre de carne y hueso; el desprotegido y solo, cuya desprotección es Total.

En este orden, el miedo, el sufrimiento o el dolor, desaparecen sí se encuentra un nuevo acceso a la libertad. Luchar, por ejemplo, contra la objetización del ser humano y sus articulaciones, es un objetivo de la libertad. Tambien, luchar contra los estados de alteración de la consciencia, que implementa el Gran Poder y las Corporaciones Tecnológicas, es un objetivo de la libertad. Que la persona individual no se diluya en los Sistemas ni en los conceptos generales, ni en los yermos Sistemas racionalistas y materialistas, sino que su condición de “hombre en tanto que Yo”, permanezca firme.

Porque son “las personas sencillas de las que todavía no se ha apoderado ni el odio ni el terror ni el automatismo de los lugares comunes”; los que no se dejan impresionar por el espejismo de la sociedad ni del poder; las que “saben resistirse a la propaganda”.

La libertad de la que hablo, significa, liberación del ser humano de todo constreñimiento objetivo o subjetivo. Ésta no puede estar al servicio de una ideología, dogma o mandamiento. Se es libre cuando se puede desplegar la mayor energía y no se puede desplegar tal cantidad de energía, sino se encuentra al servicio del hombre concreto de carne y hueso, “del hombre en tanto que Yo”. Se trata de restaurar, repito nuevamente los cimientos de “la antigua libertad, y vestirla con el ropaje propio de la época: es la libertad sustancial, la libertad elemental”, la que responde a los más sutiles procesos psicológicos y morales del ser humano.

La que posibilita cómo la distancia respecto a la antigua interpretación de la libertad, viene a ser una nueva cercanía al mito mismo de la libertad, “desde la cual ese sentido nuevo se ofrece, inagotable, a nuevas búsquedas. Por eso, el mito griego “como dice Andre Gide” es como la jarra de Filemón: “Ninguna sed la vacía cuando uno está bebiendo en compañía de Júpiter”. El instante correcto también es un Júpiter. En este apartado no hablo de la “libertad que se limita simplemente a protestar o a emigrar; es una libertad que está dispuesta a luchar”. Es la que encarna el hombre de acción libre e independiente; el hombre que se enfrenta al poder de Leviatán o, a las potencias de lo Atávico que se han levantado de su sueño invernal; este tipo de hombre desea imponer sus marcas, sus emblemas, sus señales, sus ritmos, para que se haga realidad “una libertad válida para una época venidera”.

En todas las épocas de la humanidad han existido personas que son capaces de asumir estas decisiones graves. Este tipo de hombre conoce la maldad del corazón de los hombres, pero también la crueldad de las energías que irradian de la ligazón entre el pensamiento racional y la tecnología. O, en otros términos, las potencias del sufrimiento, el dolor y la muerte, que provienen de la ciencia y las máquinas. Este entrelazamiento está configurando en el Espíritu de la Historia, órdenes nuevos para fenómenos nuevos.

Ernst Jünger en “Radiaciones I, Diarios de la segunda guerra mundial (1939-1943)”, se referencia a la libertad como experiencia interior y radical en lugares donde la vida se topa con la muerte. Buscando, en el trayecto que lleva del Pont Neuf al Pont des Arts, la salida a que antes he aludido - dice-, he comprendido de súbito con toda claridad que únicamente dentro de nosotros está lo laberíntico de la situación. De ahí que sería perjudicial el empleo de la violencia, destruiría muros, cámaras de nosotros mismos –el camino que lleva a la libertad no es ése. Las horas vienen reguladas desde el interior del reloj. Si movemos las agujas, modificamos las cifras, pero no la marcha del destino.

Desertemos donde desertemos –sigue diciendo-, con nosotros llevamos nuestro uniforme congénito; y ni siquiera en el suicidio logramos escapar de él. Es preciso que nos elevemos, que nos elevemos también a través del sufrimiento; entonces se vuelve más comprensible el mundo.

Así que, para alcanzar la libertad que es debida a la persona individual, no es necesario que ella participe de la masa, del partido, del movimiento, de la iglesia, de la corporación, etc., para que despliegue el vigor que contiene en sí. Las potencias de la libertad han de estar dirigidas a combatir el miedo, el dolor, el sufrimiento, las coacciones de la sociedad, pero desde la persona individual: el hombre de acción libre e independiente. Y ésta despliegue sus energías dinámicas en un proyecto colectivo.

Se trata, en última instancia, de adecuar todos los aspectos del carácter y de la personalidad, al despliegue de las potencias de la libertad. El siglo XIX y XX, subsumió la libertad de la persona individual al Estado, al Sistema, a la masa, al partido, a la ideología, a la economía, a la ciencia, a la técnica, ahora se trata que la libertad recobre el poder que es debido. Las potencias de la libertad fluyen del interior de la persona individual.

Se trata en todo caso de la libertad del ser humano que sufre, siente dolor, miedo, soledad y se encuentra coaccionado por la sociedad y los poderes que lo trascienden: el mundo dineral, la técnica, la ciencia, las relaciones de fuerza, que están al servicio de los “cuadros de mando” esparcidos en las redes del mundo global. Por tanto, el camino que lleva a la libertad, a la libertad sustancial, está dentro de nosotros mismos.



domingo, 22 de junio de 2025

 

 

 

                                 Imágenes Sobre la Guerra en la Actualidad

                                             Madrid-España a 17/06/2025

 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 

La inflexión de los tiempos actuales por la primacía de la técnica y su repercusión en el arte de la guerra, perfilan el declive de las batallas convencionales. La guerra propiamente dicha en la actualidad, se sitúa en el umbral de las tecnologías y las comunicaciones globales. La mecánica armamentística e industrial no se puede pensar sin las comunicaciones inmediatas y simultáneas, sin las redes sociales y la Inteligencia Artificial, el Chat GPT, la computación cuantitativa, que influyen en la naturaleza de los combatientes y el escenario político mundial.

El campo de batalla tradicional –dice Víctor Hanson– ahora puede cartografiarse hasta el último detalle. Las fotografías aéreas y las imágenes de vídeo actualizadas minuto a minuto hacen difíciles las sorpresas. Los enemigos potenciales pueden calcular de antemano sus probabilidades de victoria. Pueden descargar información pormenorizada sobre su adversario de Internet. Los generales pueden hacer grabaciones directas de sus preparativos para la batalla y calcular hasta cierto punto sus costes potenciales.

Somos parte de una época en la que la vigilancia continua es una realidad. Va de la vida privada a la profesional o pública. Además, la numerificación del ser humano expresa la transformación del hombre sentimental, espiritual, sensitivo y racional, en un ser objetivado que responde a los requerimientos del poder, o de los instrumentos técnicos. Si cada instante, cada día, cada hora, las vidas están vigiladas, ¿cómo podemos neutralizar estos instrumentos técnicos que hacen de nuestra existencia meros objetos o números?

Desde la perspectiva técnica –dice Hanson-, inhibiendo las conexiones por videos, destruyendo satélites o provocando cortocircuitos eléctricos a gran escala, de una parte; de otra, pienso, permitiendo que el hombre de carne y hueso tome a los instrumentos técnicos y les dé un giro en el tiempo, para que cumplan la función social que les corresponde y se pongan al servicio del hombre concreto.

Pensamos que, por el cambio radical de la tecnología para la guerra, que se ha experimentado en los últimos espacios de tiempo, en particular, por el avance en las ciencias de la información y sus aplicaciones prácticas en los frontispicios del siglo XXI, los principios de la guerra se han transformado. En la historia militar los diseños y las nuevas armas para la guerra están concatenados al avance de las tecnologías. De ahí que “los cinco años que duró la Segunda Guerra Mundial, el sonar, el radar, los misiles balísticos pasaron de ser meras hipótesis en realidades mortíferas y de probada eficacia en el campo de batalla”.

La tecnología no sólo cambia la naturaleza de los combatientes y el escenario político mundial, sino también las variables de las tácticas o las estrategias. Porque se está pasando del escenario de las guerras convencionales, al de contra-insurgencias, vigilancia y control, o de ganarse el corazón o la confianza de los nativos y de técnicas de interrogación “astutas”, que respondan a la logística y al fin de ganar la guerra. Estamos pasando, a otras formas de combate y en ese escenario es importante la interrelación de variables para ganarle la partida a la insurgencia, al narcotráfico, o al terrorismo internacional. Pero también a aquellos que desde el Estado y sus instituciones implementan la violencia, la guerra, el odio, el sufrimiento y el miedo, para ejercer el poder.

Así que, la guerra por el predominio de los lenguajes digitales y las imágenes en movimiento, está pasando del campo de batalla y del enfrentamiento entre combatientes, al ordenador, la ciencia de la computación y los algoritmos matemáticos.

Deseo resaltar que el conocimiento de las ciencias de la información y las técnicas al uso, están alterando el rostro de la guerra. Los instrumentos técnicos para la guerra pueden subvertir en cuestión de horas o de días el curso de una batalla, o la política de un país, o el destino de millones de seres humanos. Aunque no son las únicas variables que participan en el triunfo o derrota en una guerra, sino que, se convierten en decisivas para alcanzar las estrategias políticas o militares del combate. Nos preguntamos, “¿hay algo en la tecnología militar del siglo XXI, tanto en su letalidad como en su vertiginosa expansión, que haya alterado por completo el rostro de la guerra?”.

En el “núcleo” del movimiento de las guerras modernas existen dos factores fundamentales, el que tiene que ver con los ciclos continuos de desafío-respuesta al desarrollo de las armas; y el otro, el mundo global de las comunicaciones instantáneas. En los asuntos militares los cambios del “logos” humano se aplica a la Inteligencia Artificial e Informática, y a la globalización que incide en el comportamiento bélico. Es decir, la revolución en los asuntos militares, no se pueden desconcatenar de las revoluciones en las comunicaciones instantáneas e inmediatas. El paso del “logos” clásico al “logos” artificial se representa en los instrumentos bélicos para la guerra. De su lectura e interpretación depende comprender la cultura de la que somos parte. De ahí que, todo conflicto bélico en la actualidad hay que percibirlo en su cultura.

Aunque la literatura del griego Antiguo, de Homero, de Hesíodo, de Tucídedes, exalten la guerra como un mal necesario y recurran al mito y la configuración de la ciudades-Estado, y luego la Edad Media le dé un carácter divino, y la Edad Moderna un carácter secular –poder, riquezas, domino, técnica, ciencia, política, etc. La consciencia que se tiene es la representación de lo antinatural, absurdo, abominable, que atenta contra el verdadero sentido de Humanidad.

De ahí que la teoría de la cultura, la antropología, la historia de las ideas políticas, la filosofía, representadas por profesores, estudiantes, activistas cívicos, académicos, trabajadores sociales, profesionales de la medicina, la biología, escritores, periodistas, poetas, pintores, dramaturgos y políticos occidentales, y la sociedad civil en su conjunto, tengan la convicción que las batallas son algo retrógrado y primitivo.

Entonces, ¿qué es lo que está en juego en un mundo como el nuestro? ¿quién puede afirmar que la defensa del Sistema, del capital financiero internacional, de las empresas transnacionales, del poder político, compensan el dolor humano causado por la violencia, la guerra, el hambre, o por la muerte de un niño en medio de una conflagración? Además, ¿qué le queda al ser humano en un estado de postración espiritual y físico como éste? Hay que empezar avanzar en las tinieblas, un poco a ciegas, porque los espejismos de los instrumentos técnicos y las armas son tan fuertes, que no dejan vislumbrar otra salida que el dolor o la muerte. Por lo demás, hay que perseverar y optar por otros caminos que aún por un instante, desvelen el rostro de la jovialidad. Éste no es otro que el rostro de Dios transfigurado en el del Hombre.

Las personas que se alían criminalmente con la técnica, ignoran que “un mundo sin amor, es un mundo muerto”. El lenguaje del amor se pierde cuando no se lo ejercita. De ahí que, en el juego natural de los egoísmos, los sufrimientos y el dolor, graven más en el corazón de los hombres el entendimiento de la injusticia. Porque en un estado de postración espiritual y sensitivo como éste, cae como una angustia sorda sobre el hombre desprotegido y solo, el insaciable deseo de la carnicería. Ese tipo de ralea está poseída por el furor del crimen y no puede hacer otra cosa. Creen aceptar como buenos los principios y los actos que los originan. En los lugares de sudarios y de despropósitos humanos, juegan a ver quién mata más. No les importa la Vida, les importa el asesinato, su naturaleza descarnada, abominable y sufriente.

 De ahí que algunos “no tengan vergüenza, que no se mueran de vergüenza de haber sido, aunque desde lejos y aunque con buena voluntad, un asesino también”. Y, nos damos cuenta que, en la guerra, o, un estado de violencia generalizada, existen individuos que “no son capaz de abstenerse de matar o dejar de matar, porque está dentro de la lógica en que viven”. Y, en la vida civil tienen la desfachatez de ponerse la máscara de ciudadanos de “bien”.

Además, “en los sitios donde domina la canalla se notará que esta práctica la infamia más allá de lo necesario e incluso contra las reglas del arte de la política”. Por esto, en el mundo nuestro no se tiene afición por los santos ni por el heroísmo, sino por el hombre de carne y hueso, por el afligido, solo y desprotegido.

Entonces, ¿cuál es el gran sufrimiento de nuestra época? La soledad, el sentimiento de destierro, de exilio, de desprotección, de desolación, de miedo, de debilidad, de dolor y de muerte. En un estado de excitación violenta siempre se observa una atmósfera espesa y nauseabunda planear sobre las veredas, los pueblos y las ciudades. Ahora bien, ¿qué buscan los que planean las guerras o la violencia cotidiana? Naturalmente, que todo, absolutamente todo, se perciba con los cristales de la desgracia, la confusión, los lamentos o el sufrimiento.

Justamente por eso, el desastre de la guerra se convierte en hábito, porque el hábito del desastre es peor que el desastre mismo. Y, desean borrar la memoria y la esperanza de los seres humanos, porque quieren instalarnos en la monotonía del presente. Para que en el fondo del corazón de los hombres prime, “esa indiferencia distraída que se supone en los combatientes de las grandes guerras –nos recuerda Albert Camus-, agotados por el esfuerzo, pendientes sólo de no desfallecer de su deber cotidiano, sin esperar ni la operación decisiva ni el día del armisticio”.

En el mismo orden existen otras herramientas, la Palabra y la Razón, o la intuición, para evitar o acabar con un conflicto bélico. El ser humano cuenta con el Don de la Palabra y de la reflexión para llegar a acuerdos que interrumpan por un lapso de tiempo, el derramamiento de sangre. Ya que cuando se sueltan “los perros de la guerra” no hay poder humano que sacie la insaciabilidad de su deseo. Hay que tener en cuenta que la guerra expresa la degradación absoluta del ser humano, a través del egoísmo, la tortura, la venganza, el derramamiento de sangre, o el poder de la muerte.

Nunca hay que olvidar que una mirada donde se lee tanta bondad, será siempre más fuerte que la muerte. Los sentimientos humanos son más fuertes que el miedo a la muerte entre torturas. Ahí están los Desastres de la guerra de Goya, que expresan el estudio profundo de la naturaleza humana y sus problemas recurrentes, intemporales, sin resolver, como es el de la guerra. Goya percibe el Mal absoluto, que afecta a la Naturaleza, como inmanente al mecanismo natural, al Tiempo, y su configuración en la vida del ser humano.

domingo, 15 de junio de 2025

  

 

                                           ¿Qué está en juego en la Época Moderna?

                                                                    Madrid-España a 15/06/2025

 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 

Ernst Jünger pensó que la magnitud de las masas informes pasó de ser una dimensión moral y política a un mero objeto, número o cosa. La sociedad de masas y la cultura de masas, representan en la consciencia las relaciones inconexas de la Gran Ciudad, también la segunda consciencia donde éste se percibe como objeto. Así que, la Cultura del artificio posibilita la objetivación del individuo y sus articulaciones. Además, la zona de la sentimentalidad, el sentimiento de cercanía, del valor no simbólico, fundado en sí mismo, se desvanece y a cambio el movimiento de las unidades vivientes es dirigido a gran distancia. Por eso una única maniobra en el cuadro que los dirige a gran distancia conecta las articulaciones de la vida moderna –una red dotada de amplias ramificaciones y de múltiples venas– a la corriente de los lenguajes digitales.

La Gran ciudad es el ámbito donde prevalecen las relaciones inconexas de las sociedades de masas, el lujo, el consumo y el dinero. El lujo posibilita que los hombres amen lo visible, las bellas cosas, las bellas materias. Que el hombre se distancie de sí y de la esencia que lo constituye como tal; el lujo hace que el ser humano dependa de los objetos. Por eso “la existencia de un nuevo lujo que es el del tiempo, el del espacio y el de la distancia respecto a los objetos”, es fundamental para el hombre de hoy –al decir de Gilles Lipovetsky.

Además, la objetivación de las articulaciones humanas posibilita que el hombre responda a los requerimientos del Gran Poder. Estas ramificaciones y múltiples venas se entrelazan con “el orden técnico en sí, con ese gran espejo donde se revela con máxima claridad la objetivación de nuestra vida y se halla impermeabilizado de manera especial contra el acoso del dolor. La técnica es nuestro uniforme” –dice Jünger.

Desde esta perspectiva podemos percibir como el “carácter de confort de la técnica” se entrelaza con “un carácter instrumental de poder”. Es decir, de dominio, de control, de coacción, de vigilancia, de dolor y miedo. Un carácter que porta en sí, el rostro de la barbarie y de la muerte. La técnica y la razón se convierten en algo cruel. En esta época el poder no solo se relaciona con el saber, sino también con la técnica, el odio, el miedo y la crueldad.

Por eso en el espacio y el tiempo donde prevalece la racionalidad, la técnica y el poder, “hay quien se enfrenta a lo místico –y al misterio—sobre la base de la racionalidad. Su racionalidad es cuestionable – observa Kertész. Pero ¿Qué es lo místico? Se pregunta el escritor. “La totalidad universal que no es abarcable con el lenguaje, el gran curso inamovible detrás de los fenómenos, el gran acontecimiento oculto en las honduras de los acontecimientos, tal vez nuestra propia vida en sí, de la cual estamos excluidos debido al individuo y la racionalidad.

Dice Imre Kertész: Una de las formas más desalentadoras de la racionalidad: la racionalidad histórica, la que limita y se limita a la historia […] La mera razón, la árida llanura de lo “objetivo”; y la mera razón nunca es, en el fondo, razón, sino más bien defensa, síntoma de la incapacidad de emprender la aventura espiritual, rechazo. La –mera- racionalidad es carácter, como lo es la irracionalidad, la erotomanía o la cesaromanía”.

Por eso la aventura del espíritu no afluye a quien permanece inmerso en los espejismos de la razón y de la técnica. La crueldad de la razón se percibe en la cotidianidad del mundo: la práctica política, la economía, la ciencia o, los instrumentos técnicos para la guerra. Así la razón adolece de pulcritud espiritual; de ahí que sus hijos son pobres de espíritu. Porque no se hallan a la altura del poder que afluye a ellos. Son incapaz de penetrar en la profunda noche, en “la noche del mundo inconsciente de las pulsiones”, donde “Freud introdujo audazmente la mirada” (en palabras de Thomas Mann). Así que, el espíritu afluye al creador y como “el poema establece marcas que no son alcanzadas en la vida […] Semejantes a la capa de ozono, los misterios otorgan a la vida protección contra un ardor demasiado vivo. La visión directa de la belleza despojaría de lenguaje al espíritu, amenazaría con la muerte al cuerpo” -dijo Ernst Jünger.

Es algo evidente en la actualidad somos pobres de espíritu e incapaz de crear grandes obras como Thomas Mann, Goethe, Milton, Tolstoi, Cervantes o García Márquez, etc., espejos para que el hombre y la humanidad se miren y se conozcan así mismos. Observamos en el presente-ahora que el ethos de la técnica (la forma común de vida de la técnica, su costumbre, su conducta), se entrelaza al espíritu de la crueldad y la barbarie. Esto se expresa en las armas para la guerra. También en las Plataformas Digitales, Internet, redes sociales o, los medios de comunicación de masas.

Pero todavía somos capaces de ver las pérdidas; aún sentimos la aniquilación del valor, la superficialización y la simplificación del mundo”- intuyó Jünger.

Aunque la zona donde se ubica la sentimentalidad esté siendo atacada por el mundo heroico, el cultual o técnico, el dinero bancario o el poder político, la industria militar o la nueva voluntad de poder o las Plataformas Digitales, los valores que dieron forma y sentido a la Época Moderna y, a la cultura occidental, todavía están vivos. Son valores universalistas que dan sentido a la vida de los pueblos y sus generaciones.

Observamos en las Grandes ciudades como se defienden los valores de la Ilustración –el “estatus” de la persona individual, el “sujeto”, la racionalidad, los derechos fundamentales, la justicia social, la libertad individual, de hablar, de escribir, de pensar, la democracia, etc. Somos conscientes que devienen valoraciones nuevas, pero no impiden que bebamos del pozo de los pensadores, del arte o la poesía. Así mismo, se establezca el Estado de Derecho y el Sistema democrático, que instauren la libertad, la justicia social, el respeto a la vida y a la dignidad humana. Eso que nos posibilita dignificar la vida de los pueblos y de las personas.

Ahora observamos como las generaciones nuevas son hijos de la Cultura del artificio. Donde la revolución de los medios de información, la informática, las redes sociales, Internet, la Inteligencia Artificial generativa, hacen que sean nativos del mundo digitalizado. Pero no hay que olvidar que, el ser humano tiene un resto misterioso y divino, que la técnica es incapaz de disolver. Humberto Eco afirmó que: “Toda tentativa de averiguar el sentido último conduce al absurdo y le arrebata su misterio al mundo”.

El desarrollo de los procesos científicos y la técnica, sólo se sitúan en la fina capa que los cubre. La fuente del destino que administra Mímir, está cerrada para el mundo técnico y el colectivo técnico. Aunque se crea que se está evaporando la substancia de la Edad Moderna, es decir, la edad copernicana, por el primado del mundo del artificio, sus valores hay que buscarlos incluso por debajo de la moral y la política.

¿Somos parte del mundo que profetizó Nietzsche, sólo como voluntad de poder y nada más? Este mundo es la voluntad de poder - ¡y nada más! Y también ustedes mismos son esa voluntad de poder - ¡nada más!

En la actualidad el pensar está siendo sustituido por las imágenes; éstas son más fuertes que las palabras y el pensamiento. Asistimos a un nuevo analfabetismo en que las tertulias, la política, las finanzas nacionales e internacionales, la publicidad, el consumo, el lujo, reemplazan al ser, al lenguaje o, al pensamiento. Heidegger propone que hay que volver al ser para poder entender la humanista que ha quedado perdida en la historia de la metafísica. En otros términos, volver a esa realidad superior, a la totalidad que ha quedado perdida en los fenómenos. Por eso en Heidegger se da una Ontología fundamental porque vuelve a su fundamento: el ser. Además, trata de sacarlo del olvido en que ha caído y, así mostrar que el ser está en el abismo.

Se trata de trascender la metafísica occidental, que para él no es otra cosa que negar el sujeto, el Yo, la Ilustración y el Orden Burgués. Tanto él como Jünger creen que los principios de la revolución alemana, unifican lo mítico, lo histórico y lo político, como bandera nacional antijudía y anti-burguesa. Así que, el Estado técnico y el nacionalsocialismo desean un tipo de hombre coagulado en los engranajes de la ciencia y de la técnica; y el ser humano convertido en “obrero” al servicio del orden técnico. Ahí la libertad se expresa como un servidor del Estado técnico y del partido nacionalsocialista. De ahí que el totalitarismo nazi y toda forma de autoritarismo, convierte el espacio público y el tejido de sus relaciones, en uno político. El totalitarismo todo lo politiza, tanto la vida privada como pública.

En la época actual donde prevalece la Cultura de lo efímero, la vida, la mortalidad, la mundanidad, la pluralidad, el lenguaje y el pensar, pierden peso, el sentido que les corresponde. El hombre se aferra al fanatismo religioso o, a la estridencia ideológica o, a la economía o, a los nacionalismos-populistas autoritarios, mítico-rituales, porque no tiene respuesta a los interrogantes esenciales de la existencia. Por tanto, el hombre en la actualidad abandonó el ser en el juego de relaciones de la cuadratura del mundo. De ahí que uno de los lugares fundamentales de la ausencia de lenguaje es la angustia, en el sentido de ese espanto al que destina al hombre el abismo de la nada. La nada, como lo otro de lo ente, es el velo del ser –dijo Heidegger en “Carta sobre el <Humanismo> “.

Si el ser se aleja del elemento (del ámbito, del lugar), reemplaza su ausencia por la techne (las técnicas, las teorías), y se convierte en instrumento de formación, empresa cultural. La cultura en la actualidad, por ejemplo, no le importa la elevación del espíritu en la obra, o el análisis de la sociedad y del mundo, o, que el espíritu advenga al ser humano y lo colme de dicha y tranquilidad, sino percibirla como objeto de entretenimiento en el mercado de la circulación y la demanda. A la cultura y a sus agentes les concierne la Civilización del espectáculo, convertirla en “valor” de cambio.

Ahora, los medios de comunicación –Internet, WhatsApp, Twitter, T.V. Amazon, Baidu, Apple, X, etc. -, presentan un objeto cultural como se hace con un artículo de primera necesidad. Así que, en la sociedad de masas y la cultura de masas, o, en las sociedades individualistas actuales, el fin de los objetos manufacturados es el consumo. Asimismo, alejarse de su elemento significa distanciar el ser de las fuentes del pensar originario, lo que lo hace posible. Esa realidad superior que da sentido a los fenómenos. Por tanto, el ser no es un producto de la historia que permite a ésta realizarse. Sino que determina el movimiento de la historia, porque es independiente del tiempo y el espacio donde ella brota.

Desde el ámbito de la historia, del poder y del saber instrumentalizan la cultura, la educación, falsean el pensamiento y el hacer del hombre. Así, la educación se convierte en instrumento de homogenización, uniformidad, de control y dominio. En la educación se forma o deforma la individualidad para siempre. Porque en la época actual la empresa cultural antepone el “valor”, el dinero o la ganancia, a las verdaderas necesidades espirituales o mentales y, esperanzas humanas. Así el ser se oculta tras el querer de la voluntad de poder y del dinero. Se olvida que el pensamiento y el lenguaje posibilitan la revelación del ser y sus configuraciones en los procesos socio-históricos o, socio-antropológicos.

Por tanto, la existencia-del-hombre-esencial es, la del hombre libre. En la Época Moderna lo que está en juego es la libertad. La lucha por la libertad configura una idea nueva de ésta. En esta época se despliegan poderes que van más allá del hombre particular, “que sólo unas pocas potencias tienen capacidad de adoptar un comportamiento estratégico político que, apoyándose en los grandes medios de combate, están a la altura de unos objetivos planetarios”. La lucha por la libertad será posible, en cambio, en todos los lugares de la Tierra. Parece que estuviéramos inmersos en un dinamismo que induce inexorablemente a la extinción de ésta. Es comprensible la situación en la que se encuentra el hombre de hoy, entrega la libertad por la seguridad.

Sentirse seguro de la crueldad se convierte en parte constitutiva de las instituciones. Seguro de los que rompen el pacto social, del radicalismo religioso, del extremismo ideológico, del nacional-populismo, de los paramilitares, la guerrilla, del autoritarismo y de los avatares de la existencia. Ahora en la actualidad del poder tecnocrático y tecnológico de las Grandes Compañías Digitales, que no sólo manejan los relatos de información, sino que quieren hacer del mundo y de la vida humana, objetos de control, de vigilancia, coerción y dominio. Y, esto es grave para conservar y mantener sobre la tierra, la esencia del ser humano, del pensar y del existir.

Ahora vemos como cada instante el tejido estético de la existencia, su vida privada y su libertad, se convierten en “datos” algorítmicos que estas Compañías utilizan para ejercer el Poder Mundial. Desean destruir el Estado de Derecho, las Democracias representativas y la voluntad popular, para ejercer un poder autoritario en la vida privada o pública de los individuos.

Así que, no podemos olvidar que, en el Mundo Moderno, la libertad se depositó en el Estado y sus instituciones políticas, económicas, sociales, administrativas, religiosas, policivas, militares, de seguridad y culturales. En su devenir diversas formas de dominio y control, se configuraron. Este mundo ha cambiado y sigue haciéndolo, y lo hace por necesidad; más con ello ha cambiado también la libertad; no ha cambiado en su esencia, desde luego pero sí en su forma.                        

jueves, 5 de junio de 2025

 

 

 

                                                      Martín Heidegger

                                  La pregunta por el Hombre y el Humanismo

                                                    Madrid-España a 05/06/2025

 

                                                                   Con afecto a mi primo hermano:

                                                                          Audy Figueroa Flórez.

 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 

Martín Heidegger en “Carta sobre el <Humanismo>”, pregunta: ¿Qué es el hombre? Y responde,el hombre consiste en ser más que el mero hombre como ser vivo dotado de razón”. El “más” significa: de modo más originario y, por ende, de modo más esencial en su esencia. Los atributos de éste son más que el mero ser dotado de razón, de alma y de espíritu, porque trasciende los límites del cuerpo y de la subjetividad. “El hombre no es el señor de lo ente. El hombre es el pastor del ser”. Ni en su origen ni como fenómeno originario es el señor de lo existente. Así que, el hombre es el que cuida el ser en su morada: el lenguaje.

En este ámbito el hombre no pierde nada, sino que gana, gana la dignidad de ser llamado por el ser a ser su pastor: que guarda su verdad. El hombre es el ente entre los entes que mora en la proximidad del ser. Adviene al ser arrojado en el claro en el que devela la verdad del ser. El hombre es el vecino del ser. Asimismo, el hombre es lo que es, Daseyn (ser-hombre-en-el-mundo), que protege la verdad del ser.

En Heidegger, el hombre se opone a lo que dice el Génesis: “Dios crea el mundo para el hombre”. Aquí el pensar de Heidegger subsume al teológico o mesiánico en el del griego tardío. El ser humano en sentido histórico no es dador de nombres, ni reina en el mundo de lo existente (las plantas, los animales, los ríos, los mares, etc.). Sino el que se expresa y se configura en la verdad del ser.

Los umbrales en los que se manifiesta la esencia del hombre son: el hombre es el vecino del ser, uno; y el otro, el hombre es el pastor del ser. En fin, la esencia de la verdad del ser se relaciona con la esencia del hombre en el pensar; como el lenguaje es, la casa del ser. Se trata de liberar el lenguaje de las ataduras de la filología, la gramática y así ganar un “orden” esencial y originario, reservado al pensar y el poetizar. Así mismo, liberar el lenguaje de la teorización y de la técnica del pensar; para que advenga la verdad del ser y la esencia del hombre. Es decir, deje de ser instrumento, medio de comunicación.

Porque el lenguaje como medio, oscurece la esencia del ser y del hombre. El ser se esconde detrás del medio que comunica, como hace en la voluntad de poder.

En este orden, el logos (la palabra, el discurso) abandona la casa del ser, y se ubica en su habitad material -los medios de comunicación de masas, las imágenes en movimiento, las redes sociales, Internet, Facebook, Google, WhatsApp, Twitter, Instagram, Inteligencia Artificial, etc. Ahora, si se utiliza el lenguaje como medio de comunicación, se falsifica su cualidad y el ser humano lo convierte en instrumento de poder, de coacción, de exclusión o, de dominio. Porque ocultan la verdad del ser, la esencia del hombre y los movimientos del pensamiento. Entonces, el lenguaje no está a la altura de los verdaderos requerimientos del hombre. Que se refieren a las verdaderas necesidades morales, espirituales, éticas y materiales.

Como consecuencia, este ámbito diluye el tejido vivo de la existencia; ya que el lenguaje se sitúa en su parte material donde prevalece la abstracción, sobre la realidad. Además, el lenguaje no sólo aclara y oculta el advenimiento del ser; también el es, la existencia, ambigua, contradictoria, multifocal, infinita e insondable. De ahí que el arte, la poesía, la pintura, la escultura, la novela, la música o, la religión, etc., permitan la trascendencia del tejido vivo de la existencia. O, en otros términos, el encuentro de todos y cada uno de nosotros, consigo mismo o, con Dios. En este orden se pregunta Hannah Arendt, ¿cuál es la facultad peculiar de todos los objetos culturales? “La de captar nuestra atención y conmovernos”. Por eso, la estética es la madre de la ética.

Ahora, ¿en qué consiste la humanidad del hombre? Es el humanismo que piensa al ser humano desde la vecindad del ser. Pero, lo que está en juego no es el hombre, sino la esencia histórica del hombre. Que en su origen procede de la verdad del ser. Por eso define al ser como él mismo. Es lo que tiene que aprender a experimentar y a decir el pensar futuro. El ser no es ni Dios ni un fundamento del mundo. El ser “es” el mismo. En Heidegger, el ser está más próximo al hombre que Dios o, al entorno que lo rodea. Para él Dios no es el origen del hombre como fenómeno originario: ni creador del Hombre.

Así que, lo que le interesa no es el hombre en cuanto tal, sino la historia esencial del hombre. Historia que se puede representar, decir, leer, interpretar o pensar, en la esencia del ser. Por tanto, la representación de lo ente por el hombre se refiere a la verdad del ser. Aquí Heidegger deja abierta la pregunta por el ser. Pero también aparca al hombre que sufre, el que siente angustia, dolor, miedo u odio, por la esencia que lo constituye. Al hombre que, en su dimensión divina, pero humana va al encuentro de sí mismo o de Dios.

Ahora bien, ¿qué está en juego en la humanidad del hombre? El hombre en el horizonte del ser, también su existencia. Por eso es el arte y el pensar lo que puede salvar en esta alta civilización técnica donde prevalece la oscura barbarie. La barbarie de la experiencia, que entregamos por unas pocas monedas de lo actual; la barbarie del lenguaje, que exalta la noticia y la banalidad; la barbarie de la Cultura del artificio, que prioriza lo fugaz sobre lo inefable y eterno; la barbarie de la muerte, que pierde el aura de lo mítico y sagrado y oculta su rostro a lo colectivo y se pone la máscara de lo privado o comercial; la barbarie del desarrollo de las armas convencionales y atómicas; la barbarie de la Inteligencia Artificial generativa que sustituirá o acabará con la humanidad en pocos espacios de tiempo; la barbarie que cayó sobre la amistad, la confianza, o el amor, que despiertan la capacidad de asombro, la curiosidad, la sentimentalidad o, las cualidades meditativas de hombre.

Heidegger expresa en Carta, el humanismo no está en la razón, en la técnica, ni en la ciencia, ni en la economía, ni en la cultura, sino en la verdad del ser. En otros términos, en la esencia del hombre. Así que, tampoco está en el ser humano civilizado frente al homo barbarus. Sino en el advenimiento del ser y las esferas del lenguaje. El pensar sólo correlaciona los términos para que se devele la verdad y la esencia de ambos en la naturaleza del lenguaje. Además, el lenguaje dice en la palabra o las formas estéticas, la verdad del ser y la esencia del hombre. También significa el Daseyn (el hombre-en-el-mundo) y su experiencia en la historia. Pero todo, absolutamente todo, se realiza en las esferas del ser. No hay nada material, biológico o espiritual, que no devenga en los umbrales del ser, el pensar y el lenguaje.

En la historia de la cultura occidental (en la obra de arte o la literatura, por ejemplo), podemos percibir como lo arcaico se oculta en los pliegues del vestido de lo moderno. “No porque las formas arcaicas parecen ejercer en el presente una fascinación particular, sino porque la clave de lo moderno está oculta en lo inmemorial y lo prehistórico”.  Así, lo inmemorial se convierte en espejo de la modernidad, que refleja en claro oscuro las figuras de lo primitivo del presente-ahora, que da forma al rostro de la modernidad. En su defecto, “la vanguardia que se extravió en el tiempo, sigue a lo primitivo y arcaico”. En otros términos, “la vía de acceso al presente tiene la forma de una arqueología”.

Hay que tener presente que el hombre inmerso en la velocidad y lo efímero o, en la algarabía de los lenguajes digitales, las imágenes y el maquinismo, tal vez den la razón a Heidegger cuando dice: “El lenguaje reclama el justo silencio en lugar de una expresión precipitada.” Y prosigue: “Quizás sea más adecuado elevarse a la verdad del ser y mostrarla como aquello que hay que pensar”.   Si se eleva a la altura de los términos, se sustrae al hecho de opinar y suponer. Así, lo que prevalece en la actualidad es la opinión sobre los hechos. Somos parte de una época donde predomina la degradación del lenguaje y de los movimientos del pensamiento.

Entonces, el espíritu vive inmerso en los flujos de la información rápida e inmediata de la Cultura del artificio, y todos los días por la importancia de las imágenes sobre la palabra, se degrada la verdad del ser y la esencia de existir. En consecuencia, asistimos a marcha forzada a dar prioridad al Gran Poder, y en su defecto, a las imágenes sobre las palabras y a la opinión sobre la reflexión. De ahí que en la actualidad las reflexiones del pensar se encuentran en dique seco.

También somos contemporáneos de una indigencia espiritual que repercute en la cultura y la condición humana; y esto es sumamente grave para los valores fundamentales del hombre y su cultura. Porque la civilización actual no sólo desintegra la cultura y sus “monumentos duraderos” (las obras de arte, los edificios, la música, la poesía, la novela, etc.), sino que esta desintegración se convirtió en “un valor”, es decir, “un bien social que puede ponerse en circulación y convertirse en dinero a cambio de todo tipo de valores, sociales e individuales”- al decir de Arendt. En otras palabras, los objetos culturales se banalizan y se convierten en valor de uso, de cambio y de consumo; y, pierden la “facultad de captar nuestra atención y conmovernos”.

En este orden, se degradan los valores culturales y la capacidad de comprender e interpretar la existencia y el mundo. Ámbitos que niegan el principio que, el sentido de la vida no es inmanente a la historia; sino trascendente a ella.

Preguntamos, ¿es el umbral de la verdad del ser un espacio sin salida? ¿es el elemento donde la libertad conserva su esencia? ¿de qué modo podemos volver a dar sentido al humanismo? ¿ha perdido el humanismo la cualidad que proviene de los griegos y romanos, judíos y cristianos? Heidegger dice que se trata de ver el humanismo desde el umbral histórico más antiguo, que hasta el momento no ha proporcionado la historiografía, y tampoco el historicismo. La palabra “humanun” remite a humanitas, es decir, a la esencia del hombre.

 Su cualidad consiste en ser humano, no anti-humano; devolverle un sentido al humanismo, que sólo puede significar redefinir el sentido de la palabra. Cree que esto exige, por una parte, experimentar de modo más inicial la esencia del hombre, y mostrar en qué medida esa esencia se torna destino a su modo. En él la esencia se revela en el camino del ser. Éste posibilita el acontecer en cuanto existente en su verdad. Además, el hombre es guardián del ser. La palabra humanismo significa la esencia del hombre es esencial para la verdad del ser. Sin la esencia del hombre se oculta el ser; entonces, el lenguaje sería incapaz de dar sentido al mundo, a la historia y a la realidad.

Heidegger se pregunta, ¿se puede seguir llamando “humanismo” a este “humanismo” que se declara en contra de todos los humanismos existentes hasta la fecha, que al tiempo no se alza como portavoz de lo inhumano? ¿seguimos nadando en compañía de las corrientes reinantes, que se encuentran ahogadas por el subjetivismo metafísico y sumidas en el olvido del ser? A la vista de esa humanitas más esencial del homo humanus se abre la posibilidad de devolverle a la palabra humanismo un sentido histórico más antiguo que el sentido que historiográficamente se considera más antiguo. Si la historia no está apremiada en esa dirección, se podría despertar una reflexión que no sólo piense el hombre, sino también la “naturaleza” del hombre, y no sólo la naturaleza, sino de modo más inicial todavía, la dimensión esencial del hombre, determinada desde el ser mismo – al decir de Heidegger.   

Recordemos que está hablando después de la Segunda Guerra Mundial, donde la humanidad del hombre se degradó y se desgarró por completo. Y en su lugar invita a reflexionar la naturaleza del hombre, de modo más inicial, esto es, el hombre determinado por el ser. Es decir, que en la historia universal encuentre su lugar. Sabemos que la experiencia del siglo XX desgarró el humanismo que heredamos en la historia de Occidente, el de la razón clásica, el humanismo cristiano y renacentista. Humanismos que no estuvieron a la altura para contener la barbarie.

Heidegger olvida que son las condiciones morales, espirituales, subjetivas e históricas, las que dan sentido al humanismo. Y, no ubicarlo como hace en la verdad del ser, la esencia del hombre y el lenguaje. Lo que aquí hace es darle prioridad al ser en sí, a la esencia del pensar y del lenguaje, sobre el hombre de carne y hueso con sus generaciones históricas. Estos tres presupuestos prevalecen sobre el ser humano que tiene esperanza, sufre, ama, odia y va al encuentro de sí y del otro, para reconocerse a sí mismo como hombre.

Sabemos que la negación del “sujeto” atenta contra el sentimiento, el espíritu y el alma. Y, niega los presupuestos del humanismo, o, estar en el mundo y exaltar el en sí del ser humano.

Las monstruosidades en la historia de la cultura occidental, no en modo fecundas son para el Humanismo. Además, un mundo lleno de atrocidades, dolor, odios, sufrimientos, violencia y guerras, infunde temor en las almas de los hombres, para alcanzar el sentido de lo humano. Thomas Mann nos recuerda que, la piedad, el respeto, el decoro espiritual, la religiosidad, sólo son posibles en el hombre y por el hombre dentro del marco terrenal y humano.

Dice Thomas Mann: “Su fruto debiera ser puede ser y será un humanismo con ribetes religiosos, inspirado por el sentimiento del secreto trascendente del hombre, por la orgullosa consciencia que el hombre tiene de ser algo más que un fenómeno biológico, de estar ligado por una parte esencial de su ser a un mundo espiritual, de que la noción de lo absoluto le ha sido dada con las ideas de Verdad, de Libertad, de Justicia, de que le ha sido impuesto el deber de ir en busca de la perfección. En ese patetismo, en esa obligación, en esa veneración del hombre por sí mismo descubre a Dios. Pero soy incapaz de encontrarle en cien millones de vías lácteas”.

Es, además, preocupante y abominable cómo el humanismo en el mundo actual, se reemplaza por la técnica, la ciencia, la Inteligencia Artificial, el dinero o, el poder. Por la técnica que no responde a las necesidades materiales y espirituales del hombre. De ahí que la ciencia no sea enemiga del humanismo, sino que ésta debe responder a los requerimientos humanos. “Es imposible calificar de diabólicos los temas y objetos de la ciencia sin que la acusación alcance a la ciencia misma”. Que la técnica sustituya el antropocentrismo en esta época de masas y de cultura de masas, no es una mera evidencia, sino que ataca al Humanismo.

Lo que preocupa es que, la ciencia, la técnica, la estadística, sustituyan la Libertad, la Verdad o la Justicia en los asuntos humanos. Lo que llama la atención en las utopías de nuestro siglo es que se presentan con el estilo de la ciencia y son pesimistas. No hay en ellas magia; con la técnica basta. En Huxley y Orwell, el avance del cálculo y de su aplicación práctica hace imparable la transformación de la sociedad en puras cifras o números –dijo Ernst Jünger. Así que, el avance de la ciencia y la técnica sustituyen todo rasgo de Humanismo, de Justicia y de Trascendencia. De ahí que se instrumentalizan en nombre del Gran Poder. Y, en consecuencia, el planeta adquirió un aura nueva, una epidermis más sensible.

 

 

 

 

 

domingo, 1 de junio de 2025

 

 

 

                                                          Martín Heidegger

                                El lenguaje y la técnica en la actualidad

                                                                          Madrid-España a 01/06/2025

 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 

Martín Heidegger responde la pregunta sobre el Humanismo desde el lenguaje. El lenguaje es el órganon de su reflexión filosófica. El lenguaje es la casa del ser. Lo humano del hombre es el Habla. La cualidad que define al hombre es el leguaje. No es la razón como dice Aristóteles; como el único ente dotado de razón y lo distingue del animal irracional. Así que, ambas cualidades desembocan en el logos. Para el pensador alemán el logos pre-socrático rompe con la concepción tradicional del lenguaje; como instrumento, como medio de comunicación. Piensa que el lenguaje no es un mero objeto, un instrumento, y lo que busca es sacar al hombre de la objetivación del lenguaje.

Por eso hace un punto de inflexión desde el logos pre-socrático hasta la lengua alemana donde trata de llevar a cabo un acercamiento al ser. Su visión consiste en que el logos muestre caminos alternativos para guiar y dejar ver, caminos diferentes al de la metafísica lingüística tradicional. Se trata de estar a la escucha de la revelación del ser. Lo que al pensar filosófico le interesa no es la respuesta, sino la pregunta. Se interesa por el hacer del griego Antiguo, en la pregunta misma sin dejar que muestre lo interrogado.

Así lo importante del pensar de Heidegger está en el qué y el cómo del logos, algo que acontece y no sólo “está”. En la medida que el logoi (el nombre) acontece se muestra y se escucha el devenir del ser. De ahí que el decir mostrativo deviene de las manifestaciones más profundas del ser, sin quedarse en la presencia del ente. El logos muestra, manifiesta el ser y dicha manifestación dice lo que es.

Heidegger en Carta sobre el <Humanismo>, se dirige al lenguaje para mostrar la relación entre pensar y ser. Que la percibe desde las estructuras ontológicas de la vida, abstractas que desembocan en el ser; y se apartan de los procesos contingentes y concretos de la sociedad y de la historia. Una de las críticas que hacen a Heidegger consiste en que, su filosofía es esencialista y anti-cartesiana; esto es, da prioridad al es y no al estar. Un lugar donde los procesos históricos de la realidad, la vida y el mundo, pasan a segundo plano.

Por tanto, Heidegger en Carta expresa que estamos lejos de pensar la esencia del actuar de modo suficientemente decisivo. Sólo se conoce el actuar como la producción de un efecto, cuya realidad se estima en función de su utilidad. Además, para Heidegger, la esencia del actuar es llevar a cabo. Sólo se puede llevar a cabo lo que ya es. Lo que ante todo “es” es el ser. La utilidad del actuar la suscribe en la esfera de la causa y el efecto, no en su esencia ya que ésta se ubica en lo que es y, este no es otro, que el ser. Observamos ya desde el principio el interés que tiene Heidegger, por el ser y, no por la ubicación del ser en el mundo y la historia; lo mismo sucede con el lenguaje.

Se aparta de la posición universalista del sujeto, del Yo en la historia. No le interesa el hombre particular, sino el “tipo”, que expresa la raza de un territorio. Le incumbe lo que se puede llevar a cabo y este, no es otro, que el ser. En su defecto, el “es” es el ser. Así que, el ser es lo que hace posible todo lo “que” es; es decir, todo lo que existe.

Así pues, el problema del ser como el de la libertad, lo aborda Heidegger en El estudiante alemán como trabajador, y también como el concepto de libertad se fundamenta en la adhesión al bloque. Según Heidegger y Jünger en el texto El Trabajador, la libertad es el trabajo. Para Marcuse el texto expresa en la década del treinta del siglo XX, los rasgos esenciales de la nueva mentalidad alemana. Dice Marcuse que

Jünger muestra, además, que el ascenso del nacionalsocialismo significa la única verdadera revolución alemana contra el mundo burgués y su cultura (un mundo que según él también incluye al socialismo marxista y al movimiento obrero), revolución que reemplazará la burguesa por una nueva forma de vida, la del “obrero” que blande el poder perfecto sobre el mundo perfectamente técnico, cuya actitud es la del soldado, y cuya racionalidad, la de la tecnología totalitaria.

El libro de Jünger es el prototipo de la unión nacionalista entre la mitología y la tecnología, en el que “sangre y suelo” emergen como una empresa gigante, totalmente mecanizada y racionalizada, que moldea la vida de los hombres hasta tal grado que los hace hacer con precisión automática la operación correcta en el momento y lugares correctos, un mundo de sentido práctico bruto, sin espacio ni tiempo para “ideales”.

Pero este mundo totalmente tecnológico surge y se alimenta de una fuente supratecnológica que Jünger señala evocando los rasgos “antiburgueses” del carácter alemán.  

Así pues, libertad del trabajo es, la concepción aria de la libertad y la cultura; una concepción nada moderna, ni ilustrada, ni democrática o liberal, porque para nada cuenta el sujeto o el individuo o el Yo, ni la pluralidad, sino la comunidad de pertenencia. Un concepto de la cultura alemana racista y en permanente lucha por la existencia de la raza contra la modernidad. Que identifican con los judíos, la ciencia y la política al servicio del egoísmo, y la individualidad internacional.

Que busca en su expansión –ora liberal, ya marxista- la desaparición del ser. En este orden, Adolf Hitler dijo, la “circunscripción territorial determinada de un Estado supone una concepción idealista de la raza que lo constituye y, ante todo, tiene una noción cabal del concepto trabajo”. Así que, “el pueblo del trabajo” nazi coincide, en sus lineamientos geopolíticos más importantes, con “el pueblo metafísico”, “el pueblo espiritual”, “el pueblo histórico” de Heidegger.

Como expresa Julio Quesada: “Ahora podemos ver lo inconmensurable de la lucha por el ser, que tiene que ver con la lucha de las especies, la “autoafirmación” del pueblo alemán frente a los Derechos Universales del Hombre”. Se trata de exaltar el ultranacionalismo, el espíritu y la tierra alemana. Se trata de renovar el espíritu alemán para recuperar la grandeza del pueblo. O, en otras palabras, recuperar la grandeza destinada.

Desde otro umbral, la tarea del pensador está en que el hombre logre una relación satisfactoria con la esencia de la técnica. Que logre una relación explicita con lo que hoy acontece.

Observamos también como en las sociedades diversificadas se están dando articulaciones en el cuerpo social, político, cultural y científico, que responden al primado de la técnica en los asuntos humanos. Además, en la Cultura del artificio percibimos éstas obedeciendo a “órdenes superiores” que organizan las sociedades de masas en la uniformidad y la objetivación, que propugnan un poder autoritario, capaz de imponer programas de vigilancia masiva a los ciudadanos, y a los representantes elegidos democráticamente.

Eso que proponen los poderes digitales de Silicón Valley. Así pues, todas las situaciones se entrecruzan para dar lugar a la Figura -al decir de Jünger. Ve en la Figura una totalidad, una globalidad, también un tipo significativo. A la vez reacciona contra la razón disociadora y el pensamiento analítico y, precisa que constituye un conjunto dotado de propiedades que no se encuentran específicamente en ninguno de sus elementos, así la Figura posee un sentido.

La Figura “un conjunto que posee más que la suma de sus partes”. La noción de ésta se emparenta más con la monada de Leibniz que la idea platónica, más con la planta orgánica de Goethe que con la síntesis de Hegel. Jünger piensa que la Figura es un “tipo” y, por encima de toda una potencia constructora de tipos, que encarna el espíritu dominante de una época y concede al mundo su principal significación.

Por Figura, entendemos una realidad superior que da sentido a los fenómenos. Desde un punto de vista histórico, la Figura no es el producto de la historia como aquello que permite a la historia realizarse. La Figura determina el movimiento de la historia, una Figura histórica es, en lo más profundo, independiente del tiempo y las circunstancias de las que ella parece brotar. La historia no engendra Figura alguna, sino que se transforma en su contrario gracias a ésta. La historia revela así una metafísica del ser.

En el Tratado del Rebelde, Jünger dice que nuestra época es pobre en grandes hombres, pero rica en figuras. En otras palabras, somos parte de una época de hechos significativos y de actores insignificantes. Esto expresa la cultura de la futilidad, de lo pasajero, lo fugaz de la época actual. En lo político y social domina la Civilización del espectáculo, la publicidad sobre lo programático del partido; el entretenimiento y lo fugaz sobre la realidad y dador de sentido, por eso prevalece la aclamación y la estridencia en la vida pública.

Jünger piensa que la magnitud de las masas informes pasa de ser una dimensión moral y política a un mero objeto, número o cosa. La sociedad de masas y la cultura de masas, representan en la consciencia del hombre las relaciones inconexas de la Gran Ciudad, también la segunda consciencia donde éste se percibe como objeto. Así que, la Cultura del artificio posibilita la objetivación del individuo y sus articulaciones. Además, la zona de la sentimentalidad, el sentimiento de cercanía, del valor no simbólico, fundado en sí mismo, se desvanece y a cambio el movimiento de las unidades vivientes es dirigido a gran distancia.

Así, una única maniobra en el cuadro que los dirige a gran distancia conecta las articulaciones de la vida moderna –una red dotada de amplias ramificaciones y de múltiples venas– a la corriente de los lenguajes digitales. La Gran ciudad es el ámbito donde prevalecen las relaciones inconexas de las sociedades de masas, el lujo y el dinero. El lujo posibilita que los hombres amen lo visible, las bellas cosas, las bellas materias. Que el hombre se distancie de sí y de la esencia que lo constituye como tal; el lujo hace que el ser humano dependa de los objetos.

Por eso “la existencia de un nuevo lujo que es el del tiempo, el del espacio y el de la distancia respecto a los objetos”, es fundamental para el hombre de hoy –al decir de Gilles Lipovetsky. Además, la objetivación de las articulaciones posibilita que el hombre responda a los requerimientos del Gran Poder y las Tecnologías Digitales. Estas ramificaciones y múltiples venas se entrelazan con “el orden técnico en sí, con ese gran espejo donde se revela con máxima claridad la objetivación de nuestra vida y se halla impermeabilizado de manera especial contra el acoso del dolor. La técnica es nuestro uniforme”.

Desde esta perspectiva podemos percibir como el “carácter de confort de la técnica” se entrelaza con “un carácter instrumental de poder”. Es decir, de dominio, de control, de coacción, de vigilancia, de dolor y de miedo. Un carácter que porta en sí, el rostro de la barbarie y de la muerte. La técnica y la razón se convierten en algo cruel. En esta época el poder no solo se relaciona con el saber, sino también con la técnica, el miedo y la crueldad.