jueves, 11 de diciembre de 2025

 

                                     LA BANALIDAD DEL MAL

                                                                    Madrid – España 09/12/2025

                     La libertad y la justicia son los principios básicos de la política”

                                                                          Hannah Arendt

                       Se trata de dejar el mundo mejor que como lo encontramos

¡Tener presente que las reflexiones del pensamiento, la bondad y el amor, son ofrendas de los dioses a los hombres!

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

Hace cincuenta años que, en Nueva York, murió Hannah Arendt (1906-1975). Filosofa alemana, politóloga, historiadora de las ideas políticas, escritora, socióloga, crítica de arte, de literatura, de poesía, etc. Trabajó iluminaciones de autores como Bertolt Brech, Herman Broch, Nathalie Sarraute y Rainer María Rilke, entre otros. Es considerada en la actualidad como una de las filosofas más influyentes del siglo XX. Escribió obras como Los orígenes del Totalitarismo (1951), La condición humana (1958), Eichmann en Jerusalén (1963), Sobre la violencia (1970), Sobre la revolución (1963), La vida del espíritu (1977), Crisis de la república (1972), Responsabilidad y juicio (2003), Hombres en tiempos de oscuridad (1968), ¿Qué es la política? (1963), La libertad de ser libres (2018), Escritos judíos (2007), Entre el pasado y el futuro (1954), entre otros.

Resalto que Arendt defendió la discusión política libre y el “pluralismo político. Porque generan las potencias de la libertad e igualdad política entre las personas. Que ha de incentivar la vida en común y la inclusión del otro, en acuerdos políticos, convenios y leyes. Desde otra perspectiva, es importante resaltar que la época en que escribe está marcada por el ascenso de la sociedad de masas, la cultura de masas, y el paso de la sociedad a la sociedad de masas, la técnica y la ciencia, que le posibilitan una reflexión sobre el papel del arte y la cultura en el Mundo Moderno. El arte en su pensamiento es fundamental, porque contribuye a entender el contexto histórico, político y cultural, en el que escribe. El arte y la cultura y, en general, la estética, son fundamentales en los movimientos de su pensamiento.

Ahora bien, Arendt en su obra Eichmann en Jerusalén reflexiona sobre la banalidad del mal para entender la ambigüedad del concepto de maldad. Por el cual algunas personas pueden ser manipuladas por conceptos vacíos, triviales, sobre lo bueno y lo malo. Así, cuya banalidad no excluye la crueldad de sus efectos. Acuñó la palabra banalidad del mal en referencia al juicio que en Jerusalén le hicieron a Eichmann. Que lejos de significar que el mal no tiene importancia, representa que empieza a tornarse banal cuando se considera que deriva de alguna “verdad”. Que proviene del Estado, del Führer, del partido o, la moral social aceptada. No se cuestiona porque viole lo legítimo y legalmente constituido como “verdad” ante la sociedad. Ya que todo en el Estado totalitario se politiza.

Las personas que cometen actos monstruosos, horrorosos, son individuos comunes y corrientes, insignificantes, superficiales, sin ningún fundamento teórico o practico, sobre la realidad y el mundo. Por eso, la banalidad del mal se enraíza en las instituciones sociales, políticas, jurídicas o culturales –el Estado, el ejército, la policía, los grupos de seguridad del Estado, la universidad, el Orden Jurídico, la administración pública o, en los ciudadanos de “bien”, etc. Que se valen de personas vacías y anodinas para que ruede la ruedecita del engranaje del Sistema.

Necesitan de una inteligencia precisa, de buena calidad. En este sentido, hay en todos los asuntos de la práctica un cierto número de seres humanos que forman la pequeña y bien diseñada ruedecita que da impulso y trabajo a la obra –dijo Ernst Jünger. En ellos se encarna cierta ironía y frialdad al impartir órdenes. Cada uno de los seres humanos encuentra en la vida el puesto que le resulta adecuado. Nacemos exactamente con el potencial social que haremos realidad. A estas personas el mundo se les presenta como una arquitectura confusa.

Así que, “hay un único factor que es terrible en todos los tiempos y que nunca deja de serlo –el ser humano; las armas son únicamente miembros que le han sido adosados y sentimientos a los que se les ha otorgado forma”. Así que, la banalidad del mal es la expresión de la “pura” maldad, en la ferocidad de los actos humanos. Heidegger señaló: “La esencia de la maldad no consiste en lo malvado de los actos humanos, sino en la “pura” maldad de la ferocidad”. Por eso se originan en la parte oscura e inconsciente del corazón y el cerebro humano. Quien lleva a cabo estos actos abominables, en su mayoría no son conscientes de lo que hacen, bien por falta de educación, de ilustración cultural o, de capacidad de pensar. Bien porque han extirpado del alma y del corazón la “zona de la sentimentalidad”.

Recordemos que el concepto de alma para los griegos psyché era el principio del movimiento interno que potenciaba la vida. Este tipo de hombre de gustos gruesos y barbaros activa la psyché para develar en sus acciones lo bestial y los instintos asesinos que moran en ella.

Cuenta George Steiner que el escritor Arthur Kloestler, estaba convencido de que “el cerebro consta de dos partes: una pequeña parte ética y racional (todavía muy pequeña y una enorme trastienda cerebral, bestial, animal, territorial, cargada de miedos, de irracionalidades, de instintos asesinos, y que harían falta millones de años para que la evolución moral alcance nuestra condición, nuestras técnicas de agresión y destrucción”.

Es evidente que el desarrollo científico, la técnica, la prosperidad, el confort, la paz, en la cultura occidental, no son indiferentes al mal, a la violencia o a la guerra, pero no exclusivamente. Walter Benjamín dijo: “Todo lo que abarca el arte y la ciencia tiene una procedencia que no podrá considerarse sin horror. Debe su existencia no sólo al esfuerzo de los grandes genios que lo han creado, sino en mayor o en menor grado a la prestación anónima de sus contemporáneos. Jamás se da un documento de cultura sin que lo sea al mismo tiempo de la barbarie. Si la ciencia es el fundamento de la técnica. Resulta patente que ésta no es un hecho puramente científico-natural. Al mismo tiempo es un hecho histórico”.

Así que, la técnica sirve al Estado totalitario no sólo para la producción de mercancías, sino también para producir armas, tanques, misiles, carreteras o cámaras de gas, entre otros. Las energías que la técnica desarrolla más allá de las necesidades de la sociedad. En primera línea favorecen la técnica de la guerra y su preparación publicitaria. El siglo pasado no fue consciente de las energías destructoras de la técnica. 

El Estado nazi la utilizó en los campos de exterminio y las cámaras de gas, para asesinar a millones de judíos y minorías étnicas y, éste los presentaba con el barniz de una muerte indolora. Es el colmo de la ironía y lo inhumano ante la dignidad y el respeto a la vida del otro. Sabemos que el demonio utiliza varias máscaras y éste utilizó la del sufrimiento, el dolor, la tortura y la muerte.

Según Arendt, le impresionó sobremanera la superficialidad del acusado, que hacía imposible vincular la maldad de sus actos a ningún nivel más profundo de motivación. Los actos fueron monstruosos, pero el responsable –al menos el responsable efectivo que estaba siendo juzgado- era totalmente corriente, del montón, ni demoníaco ni monstruoso. No había ningún signo en él de firmes convicciones ideológicas ni de motivaciones especialmente malignas, y la única característica notable que se podía detectar en su comportamiento pasado y en el que manifestó a lo largo del juicio y de los exámenes policiales anteriores al mismo fue algo enteramente negativo: no era estupidez, sino falta de reflexión.

En este sentido, ni el hombre civilizado hijo de la cultura greco-romana y judeo-cristiana, ni el hombre culto, ni el hombre creyente, ni el hombre común, pudo controlar o parar la bestialidad política de la banalidad del mal. El burócrata que la ejecuta era un ser humano “con las mismas cualidades de agresión, de brutalidad, de astucia y de inventiva estratégica”, que aquel que lucha en la guerra por conservar la vida. 

La banalidad del mal tomó máscaras nuevas en los Estados contemporáneos. Desveló que el estilo de vida burocratizada lleva en sí como un germen maligno, la deshumanización de los hombres. Benjamín piensa que, la cosificación no sólo hace opacas las relaciones entre los hombres; sino que además envuelve en niebla a los sujetos reales de dichas relaciones. Entre los que detentan el poder en la vida económica y los trabajadores se desliza todo un aparato de burocracias administrativas y jurídicas, cuyos miembros no son capaces de desempeñar funciones en cuanto sujetos morales plenamente responsables; su conciencia de responsabilidad no es otra cosa que, la expresión inconsciente de ese encanijamiento.

Preguntamos, ¿por qué Eichmann fue incapaz de sentirse culpable como si no tuviera consciencia? Porque la conciencia de la sociedad que le hablaba era una voz respetable. De ahí que actuaba amparado por las órdenes que recibía. Eran órdenes superiores que determinaban sus sentimientos, su conducta y acciones. Y, eran tan fuertes que su incapacidad de pensar y juzgar, le imposibilitaban cuestionar el “sentido” de sus acciones. Además, el pensamiento como la actividad espiritual de autorreflexión que busca el “significado” en el sentido Kantiano, brillaba por su ausencia.

Así, el burócrata sólo conoce una falta, trasgredir el orden, lo legítimo y legalmente constituido por el Gran Poder Totalitario. La lógica del burócrata expresa: si no lo hago yo, otro lo llevará a cabo. Existe entonces una relación entre la estadística y el criminal en el Estado totalitario. Pues, el genocidio es una matanza administrativa y estadística que responde a las apetencias del Estado Totalitario. Ellos son personas siniestras y abominables, su capacidad de pensar la sustituyen por el cumplimiento de las normas y las reglas.

Cuenta Viktor E. Frankl (1995), que en los campos de concentración había individuos dispuestos a torturar o matar. De ahí que la élite del partido nazi competía por el honor de llevar a cabo el dolor, el sufrimiento y la sangría, al otro ser humano. A Eichmann lo que le hacía sentir mal y culpable, era trasgredir el orden y las normas establecidas, no lo moralmente incorrecto. Así, cuando ordenaba gasear a miles de judíos, se sentía feliz y orgulloso, de haber cumplido con su deber.

Es posible afirma Steiner, que aún no hayamos podido encontrar al hombre una salida para su enorme energía animal que, en la rutina de la monotonía, de la mediocridad sexual de la mayor parte de las vidas, busca afirmarse. Como si la cultura para algunos fuera algo superficial y fugaz, un amontonar y no la cualidad del ser y la existencia que posibilita la experiencia, la imaginación, y “la posesión de un conjunto elásticos de sistemas que confieren la intuición, el dominio y la valoración de la realidad”, para la creación. Por eso, los filósofos la perciben como una cualidad del ser, que permite trascender la vida instintiva, animal y agresiva del ser humano.

Sigmund Freud creyó que, el estrato entre la civilización y la barbarie, la cultura y la animalidad política, era muy delgado. Que la cultura y la civilización, no podrían resistir a las pulsiones más profundas de destrucción y sadismo del ser humano. Como expresó Steiner: “El animal humano es muy perezoso, probablemente de gustos muy primitivos, mientras que la cultura es exigente, cruel por el trabajo que exige”.

Bueno, ¿qué buscan los que incrementan el miedo, el dolor y la muerte, en la sociedad? Que el hombre desista de sus sentimientos, de la libertad y de la autonomía de la voluntad, como del pensamiento crítico que los enfrenta a la realidad y a los requerimientos más profundos de la condición humana. Además, Eichmann representaba la ausencia de pensamiento –que es común en nuestra vida cotidiana, donde apenas tenemos el tiempo, y menos aún la propensión, de detenernos y pensar.

En el Estado absoluto tecnológico y totalitario, donde se es una pieza más del engranaje del Sistema, es imposible detenerse y pensar. Porque el capitalismo industrial y empresarial, el conocimiento y la técnica, el capital financiero, se politizan y, lo que desean es configurar en la sociedad un hombre banal, mediocre, frustrado, uniforme y con miedo, que no altere la función del Estado. Que no se atreva a actuar, hablar o pensar, ya que el peso de las imágenes, de las instituciones, de los modelos de conducta y del ejercicio del poder, lo paralizan. Porque lo que le espera es el exilio, la cárcel, la tortura o la muerte.

En este orden de ideas, “el miedo es uno de los síntomas de nuestro tiempo. La consternación causada por el miedo es tanto mayor cuanto que ese miedo viene a continuación de una época en la cual hubo una gran libertad individual”. Además, ¿qué buscan los que incrementan el miedo, el dolor, el sufrimiento, la tortura o la muerte? No es sólo la parálisis del pensamiento, sino también de actuar y soñar. Que el hombre desista de la imaginación, de la libertad y la deposite en el Estado y las instituciones, el partido y la hybris del progreso y las comodidades técnicas. Porque se proponen convertir a los seres humanos, en seres vacíos, pusilánimes, disciplinados, ante el gran despliegue del Gran Poder Total.

De hecho, en la actualidad, la estadistica, el maquinismo, el automatismo, la disciplina militar, la demagogia, los lenguajes digitales, son las esferas en las que se manifiesta el ejercicio del poder. Jünger dice, el automatismo y el miedo van estrechamente unidos, por cuanto el ser humano coarta sus propias decisiones en beneficio de las facilidades técnicas. Pero también aumenta, y ello de manera necesaria, la pérdida de la libertad.

La Época Moderna concatenó el progreso, la técnica y el automatismo, con la superficialidad de los hombres del común. Porque les falta la capacidad de reflexionar sobre los hechos de la vida cotidiana. Así que, esos hombres que incrementan el dolor, el miedo y la muerte, los define Arendt como hombres totalmente corrientes, del montón, ni demoníacos ni monstruosos.

Ahora bien, ¿qué está en juego en un Estado totalitario? Fundamentalmente el pensamiento y la libertad individual. Pero nuestra capacidad de pensar no está en juego; somos lo que los hombres han sido siempre –seres pensantes. Con esto se entiende, simplemente, que los hombres tienen una inclinación, una necesidad quizá, de pensar más allá de los límites del saber, de ejercer esta capacidad para algo más que ser un simple instrumento para hacer y conocer.

Así que, a los hombres banales no sólo les falta la reflexión, sino que ajustan sus vidas y conductas a estereotipos, expresiones estandarizadas, clichés, ya que cumplen la función social reconocida de protegerlos frente a la realidad; o, lo que lo mismo, frente a los requerimientos de nuestra atención del pensar que ejercen todos los hechos y acontecimientos en virtud de su misma existencia. “Si tuviéramos que ceder continuamente a estas solicitudes acabaríamos agotados; en cambio, Eichmann se distinguía del resto de nosotros únicamente en que ignoró del todo estos requerimientos”.

Por eso es necesario que nos desprendamos de ciertas creencias, conceptos y razonamientos; porque al examinarlos críticamente, resultan, en ocasiones, mucho menos firmes, y su significado e implicaciones, mucho menos claros y firmes que lo que parecían a primera vista. Al analizarlas y cuestionarlas, los filósofos amplían el autoconocimiento del hombre –dijo Isaiah Berlin.

Sí llegamos a desprendernos de ellos, quizá, nuestra capacidad de pensar nos eleve más allá de la realidad y de la vida, que responda a los requerimientos de la exigencia vital. Quizá esta capacidad como algo natural al hombre posibilite “exiliarse en esa sobre naturaleza”, que Eugenio Trías “llamó mundo, mundo humano, mundo de vida saturada de inteligencia lingüística, técnica y simbólica”.

No para huir de la banalidad del mal, individual, institucional o social, sino para encontrar las categorías fundamentales de la existencia y la realidad, que posibiliten enfrentarlo con tenacidad. Y ser seres conscientes que estos hombres superfluos, banales e irreflexivos, son instrumentos de “la pura maldad de la ferocidad”. Esa que, en los tiempos primitivos, mágicos o divinos, devela la inteligencia simbólica del hombre.

Los que llevan a cabo los actos de la “pura maldad de la ferocidad”, son en su mayoría hombres mediocres, anodinos, en la sociedad. Individuos incapaces de pensar y, su característica esencial, consiste, en adolecer de la capacidad de juzgar. De distinguir en términos racionales lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo y, donde se encuentran las líneas “rojas” que limitan el comportamiento humano. Expresó Arendt: “Los actos fueron monstruosos, pero el responsable era totalmente corriente, del montón, ni demoníaco ni monstruoso”.

El “puro” mal es uno de los síntomas de nuestro tiempo. Un fenómeno intrínseco a la naturaleza humana desde el Primer Adán. Ahora porta sus máscaras propias: los campos de internamiento, las matanzas de obreros, el exterminio de pueblos, la muerte de campesinos, las deportaciones masivas, los asesinatos selectivos o de estudiantes; también a los inmigrantes, los indigentes de las Grandes ciudades, etc. Y vemos cómo la crueldad se convirtió en elemento constitutivo de la banalidad del mal y de las nuevas formaciones del ejercicio del poder.

Así que, la banalidad del mal se hermana con la crueldad, y lo percibimos en la razón de acuerdo a fines, la esfera económica, geopolítica en hombres monstruosos y banales como Donald Trump o Vladimir Putin. Así que, todos los movimientos autoritarios y totalitarios se apoderan de las cosmovisiones e ideologías y, las convierten a través del terror, en nuevas formas de Estado. Es lo que pasa actualmente en Estados Unidos con los inmigrantes, los indocumentados y las minorías étnicas blancas y negras empobrecidas. Esto lo realizó el nazismo y el estalinismo en el siglo XX.

Y, lo más sorprendente es, que la banalidad del mal se convirtió en parte constitutiva de la vida cotidiana, de las instituciones, de los medios de comunicación, de las redes sociales y del Estado. Se trata de ver, por otra parte, que el pensamiento racional que está ligado a la ciencia y a la técnica, es un pensamiento cruel. Que responde a las apetencias del Gran Poder Tecnológico: político, económico y militar.

En un mundo como éste observamos como “el Estado permanentemente somete a una parte de su población a intromisiones horrorosas”. Deportaciones, saqueos, expropiaciones, violaciones, torturas, sufrimientos o muerte. Las nuevas formaciones de poder lo que buscan, no es sólo la distancia entre los seres humanos, sino incrementar la deshumanización entre ellos. Y sólo se puede revelar la banalidad de la crueldad, si nos valemos de la vida saturada de inteligencia lingüística, mágica y simbólica.

Por tanto, estas esferas del saber y de las experiencias compartidas, posibilitan que todavía haya en las sociedades modernas, personas capaces de ver las perdidas: la aniquilación del valor, de la “zona de la sentimentalidad”, la estandarización de la sociedad o, la parálisis de los movimientos espirituales del pensamiento.

Sabemos que la capacidad de distinguir, el bien del mal, está ligada a la de reflexionar, esto es, al pensar. Así, el hombre que vive inmerso en la vida cotidiana (el trabajo, el consumo, el sexo, el alcohol, la droga, las imágenes, las redes sociales, las plataformas digitales, el ocio vacío, el “Kitsch”, etc.), no tiene tiempo para detenerse y pensar. Porque hace parte de los movimientos y la velocidad que imponen los instrumentos técnicos de los que ejercen el poder mundial.

Además, la banalidad del mal no sólo se manifiesta en las instituciones y sus agentes de violencia, en los campos de concentración, en la guerra, sino también en la vida cotidiana que establece el Gran Poder Totalitario. Que no posibilita divisar la historia y la frontera del mundo, para distinguir en términos morales el bien del mal, lo aquende y allende de la historia.

Arendt ve a Eichmann de la siguiente manera: “Todo lo que “hace” o “dice”, está supeditado a “estereotipos, frases hechas, a códigos de conducta y de expresión estandarizadas que cumplen la función socialmente reconocida de protegerlo frente a la realidad, es decir, frente a los requerimientos del pensamiento que ejercen los hechos, en virtud de su existencia. 

Existe un abismo entre los hombres de concepciones brillantes y profundas y, los hombres de actos brutales y bestiales, que ninguna explicación intelectual puede resolver”. Este tipo de hombres extirpa como un tumor maligno las esferas de la sentimentalidad. El problema radica, no tanto en dormir su consciencia, como en eliminar la piedad meramente instintiva que todo hombre normal experimenta ante el espectáculo del sufrimiento físico.

El truco utilizado por Himmler consistía en invertir la dirección de estos instintos, o sea, en dirigirlos hacia el propio sujeto activo. Por esto, los asesinos, en vez de decir: ¡Que horrible es lo que hago a los demás!, decían: ¡Que horribles espectáculos tengo que contemplar en cumplimiento de mi deber, cuan dura es mi misión! (Sissi Cano Cabildo).              

Resulta comprensible que se haga del gusano el símbolo del dolor y que se compare con un gusano al hombre que sufre indefenso. Está en primer lugar la posición, completamente a ras de suelo, una posición en la que se encarna lo inferior y en la que no se disfruta, como en caso de las serpientes, ni de una marcha rápida ni de escamas ni de armas. Está en segundo lugar la piel desnuda, carente de pelo, falta de toda protección, y está además la ceguera, y está sobre todo la contorsión, que hace que el cuerpo entero se convierta en espejo de la sensación que se experimenta –expresó Jünger.

En los campos de concentración existía una amalgama de hombres brutales, horrendos y salvajes, y aquellos banales e insignificantes en el trabajo y la vida cotidiana. Que, siguiendo las prescripciones y los códigos de conducta establecidos por el Gran Poder Total, fueron capaces de cometer los crimines más horrendos de la humanidad. Ese abismo se ahonda, cuando el pensar, la imaginación, la sentimentalidad y la experiencia, no son capaces de contener eso que, George Steiner llamó: la Soha.

Ahora bien, ¿por qué el vacío conceptual, ideológico y de comportamientos antihumanos, lo llenaron los campos de concentración, la tortura, la mentira organizada y sistematizada, la demagogia, la supresión del pensamiento y del lenguaje? ¿por qué no fue suficiente los horrores del presente? Porque resultó difícil guardar el modo propio de ser. Porque la riqueza que forma parte de éste no es sólo incomparablemente más valiosa. Es el manantial que brota de las profundidades de cualquier riqueza visible. Olvidamos que los hombres somos hermanos, pero no iguales. Que existen dentro de las masas personas que por naturaleza son ricas de espíritu, bondadosas, felices o poderosas; que conducen a poderes nuevos y riquezas nuevas, a repartos nuevos. (Jünger).

Que el modo propio de ser del hombre no es, en efecto, únicamente creador, benefactor, sino también destructor, es su daimonion. Que existen tipos humanos que mantienen una relación especial con el sufrimiento, el dolor y la muerte. Sino tener presente que el hombre no representa una excepción, no es una minoría selecta. Antes, al contrario, se halla oculto en el interior de todos y cada uno de nosotros. También es posible dar al ritmo superior de la historia la interpretación siguiente: el ser humano se redescubre a sí mismo periódicamente. Desde los tiempos más remotos viene repitiéndose una y otra vez el mismo espectáculo: el hombre se quita la máscara y a ese acto sigue la jovialidad, la cual es el reflejo luminoso de la libertad. (Jünger).

De lo que se trata es, que, de lo único que el hombre sale garante hoy es de sí mismo. Y es ahora cuando se convierte en el antagonista del Estado, más aún, en su domeñador, en su vencedor. Se ha llegado a una concepción nueva del ejercicio del poder, se ha llegado a “unas concentraciones de poder inmediatas, vigorosas. Para poder plantearles cara se necesita una concepción nueva de la libertad, una concepción que nada tiene que ver con los desvaídos conceptos que hoy van asociados a esa palabra”

Tener consciencia que la libertad del ser humano se enfrenta a unos tipos de violencia que se han modificado en la actualidad. Dar el primer paso para salir del mundo dominado por la estadística, la vigilancia, la cosificación y el ejercicio del poder; y un segundo paso, que la libertad nos ayude a salir de las abstracciones, las funciones y las divisiones del trabajo. También para desgarrar las ataduras del autoritarismo, del totalitarismo o el populismo, que niegan la libertad y los derechos individuales de las personas.

En última instancia, ¿cuál es el objetivo del Estado totalitario? Diluir en las instituciones y el Gran Poder Total la base que se halla por debajo de lo individual, que irradia las individuaciones. En este sentido, desgarrar todo lazo común y solidario, que posibilite otra “forma” y “sentido” de convivencia. Romper las redes sociales de pertenencia, que el yo se reconozca en el otro. Es decir, el otro puede ser el hermano, el amigo, la amada, el amado, la persona sola que sufre, el desamparado, el indigente material o espiritual. Se trata de dispensarles ayuda, el yo, el tú, el nosotros, porque se favorecen en lo imperecedero y eterno. En todo ello se corrobora el orden fundamental del mundo y de la existencia humana.

Sabemos que los hombres hacen parte de una Gran Mecánica que se desvela como una realidad amenazante; por así decir, está presta para aniquilarlos. Ser conscientes que todo racionalismo de los Estados, institucional, económico, político, social, técnico, científico o cultural; llevan al mecanismo que conduce a la crueldad, al dolor, al sufrimiento y la tortura que es, su consecuencia lógica. Pero, la persona individual concreta se las ingenia para romper el cerco y alcanzar lo justo, lo bello y lo bueno para el hombre.

No podemos olvidar que, el milagro siempre está presente, porque en medio de la cosificación, la vida vacía, la indiferencia ante el sufrimiento del otro, la objetivación de la vida y la tecnificación, aparece el ser humano y dispensa ayuda. Esas cosas no pueden perderse, de ellas vive el mundo. 

Ahora, ¿qué buscaba el Estado Total nazi? La destrucción del tejido moral de la cultura y la civilización occidental.

jueves, 4 de diciembre de 2025

 

                                                                      George Steiner

         El Memorioso Europeo como Funes el Memorioso de Jorge Luis Borges

                                                              Madrid-España a 03/12/2025

“A todos aquellos que creen en la palabra y el pensamiento como instrumentos de entendimiento humano”.

 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

No solo en el siglo XX, también a principios de siglo XXI, prosigue el desgarramiento de los “centros vitales de la cultura occidental”. Que, en nombre del progreso, la ciencia, la técnica y, del nacionalismo, del populismo o, del autoritarismo, los valores de la cultura occidental se utilizan para incrementar el sadismo, la xenofobia y el racismo. Sabemos que el demonio tiene muchas máscaras y, las utiliza de acuerdo al tiempo y al espacio donde se encuentra. La guerra entre Rusia y Ucrania, Israel y Palestina, dan cuenta de ello. Respecto a Israel la victima toma el lugar del verdugo. Lo cual es sumamente grave para la coherencia intelectual, moral, ética y espiritual de la cultura occidental.

Somos parte de la época de la posverdad, de una cultura disminuida o, “poscultura”. Las grandes catástrofes generales que acosan a la humanidad actual, no solo minan el sentido del humanismo, también la convivencia en común y desgarran el mundo que se configuró después de la Segunda Guerra Mundial. Así, nos hemos dado cuenta que cuando el Sistema Capitalista entra en crisis (económica, política, social, militar o, cultural), incentiva la propaganda de la violencia, la guerra o la muerte. Y, esto no es tan raro en el mundo que vivimos.

                          Hemos olvidado que,

     la verdadera medida de la vida es el recuerdo, que atraviesa como un relámpago y, retrospectivamente, toda una vida” –expresó Walter Benjamín.

Después de la Gran Guerra y la Segunda Guerra Mundial, Europa quedó seriamente dañada en sus “centros vitales”. Donde reservas de inteligencia, de elasticidad intelectual, de talento político fueron aniquiladas. A principios del siglo XXI, observamos como un conjunto de potencialidades mentales y físicas, de nuevos elementos híbridos con sus variantes, demasiados numerosos para que podamos medirlos, se están perdiendo con el fin de preservar y que continúe evolucionando el hombre occidental y sus instituciones. (George Steiner).

Con el triunfo de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos, Vladimir Putin en Rusia y Xi Jinping en China, se rompen las reglas establecidas después de la Segunda Guerra Mundial, para evitar conflictos y atrocidades. Como el respeto a la autodeterminación de los pueblos, a los Estado-Nación, la creación de las Naciones Unidas (ONU), 1945, el multilateralismo, el Derecho Internacional Humanitario de los Derechos Humanos, consolidando normas como los Convenios de Ginebra, para limitar los efectos de los conflictos armados; se estableció el derecho a la protección de los civiles y la protección de crimines como el genocidio.

En la actualidad los pueblos y los Estados Modernos, viven en medio de una atmosfera espesa y nauseabunda, que planea sobre las ciudades y los campos del mundo. Como consecuencia de la polarización, la invasión de Estados, las guerras nacionales e internacionales. Que establecen gobiernos autoritarios, populistas o nacionalistas, basados en ideologías de derecha y de extrema derecha. Que incentivan la discriminación económica, racial, religiosa, lingüística, identitaria, educativa y cultural. También incrementan la xenofobia, el odio a lo diferente. Establecen una polarización en términos militares, económicos, políticos y culturales. Lo cual es sumamente grave para la convivencia y la paz mundial.

Que en algunos países se expresa en la violencia, el hambre, el desempleo, la inflación, el caos, el resentimiento y el despropósito en la sociedad, el Estado y las instituciones. Nada de lo que genere la cultura occidental reciente está exento de dolor, sufrimiento y muerte. Así que, el mito de la Caída y de la sangre primordial, predomina ante la cordura y la convivencia pacífica. Esa, que en sus posibilidades ofrece que, el hombre adquiera la cualificación de humano, la semejanza entre los hombres. “Estamos refiriéndonos a la persona libre, tal como fue creada por Dios. Ese hombre no representa una excepción, no es una minoría selecta. Antes, al contrario, se haya oculto en el interior de todos y cada uno nosotros. (Ernst Jünger).

Por tanto, el grado de disolución de las normas civilizadas, de la libertad, la democracia, la justicia, dan paso en la actualidad a una nueva forma de fascismo, de izquierda o de derecha. Esto posibilita que el capital financiero, la banca, la estructura militar, las Compañías Trasnacionales, las Compañías Tecnológicas, etc. Posibiliten un nuevo Estado Total, producto de la fusión entre técnica, ciencia y el Capitalismo Tecnológico. Como dijo Martin Heidegger: “Un movimiento universal que corresponde al estado tecnológico absoluto”.

                     El fascismo es un mundo en el que cada cual señala al otro

                      y todo el mundo se desentiende de todo”-dijo Walter Benjamín.

En un Estado Nacional-Populista, “la razón se malinterpreta como racional, y lo irracional en tanto que engendro de lo racional impensado, presta curiosos servicios” –dijo Heidegger en Carta sobre el “Humanismo”.

Es un Estado que le atañe poquísimo los requerimientos morales, espirituales y materiales del hombre actual. Un Estado que está determinado por la esencia de la técnica; y que frente a ella éste se convierte en su servidor. Es decir, la disponibilidad de la vida, al servicio de la técnica y la política. Son Estados donde prevalece el dolor, el sufrimiento, el exilio, la tortura y los campos de la muerte. Aquí la técnica está al servicio del dolor, la barbarie y la muerte.

Así que, no nos encontramos frente algún monstruoso accidente de la historia social moderna. Es el resultado de una patología meramente individual o, de las neurosis del Estado Tecnológico Moderno. Sino que existen paralelos entre la técnica y la lengua del odio. No ontológicamente, no en el nivel de la intención filosófica. Esa “intensión lleva al centro de ciertas inestabilidades manifestadas en las relaciones entre la vida instintual y la vida racional”.

Como le dijo Arthur Kloestler a George Steiner:

Que “estaba convencido de que el cerebro consta de dos mitades: una pequeña parte, ética y racional y una enorme trastienda cerebral, bestial, animal, territorial, cargada de miedos, de irracionalidades, de instintos asesinos, y que harían falta millones de años para que la evolución moral alcance nuestra condición, nuestras técnicas de destrucción y de agresión”.

En El castillo de Barba Azul, plantea el interrogante refiriéndose a los campos de concentración: “¿Por qué? Porque no basta con describir la cosa. Hay que intentar comprenderla. Comprender por qué la cultura centro europea, no sólo no la comprendió, sino que alentó y enmascaró los campos de la muerte. Reflexiona que una larga paz es un enorme aburrimiento, una larga prosperidad –creada a partir del mal. Una suerte de tedio, de miasma”. (Steiner).

Ahora vemos y lo sentimos en lo más profundo del alma y del corazón que, el instinto de agresión y de destrucción, de odio y discriminación, es innato a la naturaleza humana. Esas técnicas se expresan en la violencia, la guerra, el dolor, el sufrimiento y la muerte. Al ser humano le produce placer, satisfacción, hacer el mal al otro y causarle el sufrimiento y la muerte. Allí sale a la luz, la “trastienda cerebral, bestial, animal, territorial, cargada de miedos, de irracionalidades, de instintos asesinos”, de la que habló Arthur Koestler.

La Cultura y la Civilización Occidental y la China en la actualidad, se convierten en fuentes y expansión de la maldad y la crueldad en el siglo XXI. Así, ni la cultura, ni la religión, ni la moral, ni la ética occidental o China, pueden contener lo que realmente acontece. Y, Steiner plantea el problema de la siguiente manera: “Es posible que aún no hayamos podido encontrarle al hombre –al hombre sensual-, una salida para su enorme energía animal que, en la rutina de la monotonía, de la mediocridad sexual de la mayor parte de las vidas, busca afirmarse”.

Sabemos que el Estado Tecnológico Actual, producto de la tecnología, la ciencia, el progreso, la economía, la ideología y el partido, se pone al servicio del poder, el dolor, del odio, del sufrimiento y la muerte. También la barbarie del siglo XXI está posibilitando que la “luz” y la “dulzura” estén veladas por la oscuridad. Pero olvidamos que el hombre tiene un resto que la técnica es incapaz de disolver. Ernst Jünger dijo:

“Aun en el supuesto de la peor de las catástrofes, siempre subsiste una diferencia, como la que se da entre la luz y las tinieblas. En el primer caso, el camino va ascendiendo hacia reinos que están en las alturas, hacia la muerte en sacrificio o hacia el destino de quien sucumbe con las armas en la mano; en el segundo caso, el de las tinieblas, el camino desciende hacia los hondones de los campos de esclavos y los mataderos, donde unos hombres primitivos se asocian criminalmente con la técnica.

En este último caso no hay destino, lo único que hay son números. O bien poseer un destino propio o bien tener el valor de un número: ésa es la disyuntiva que hoy nos viene impuesta a todos y a cada uno de nosotros, impuesta ciertamente a la fuerza; pero el decidirse por lo uno o por lo otro es algo que cada cual ha de hacer por sí solo”.

Steiner piensa que “el concepto Kierkegaardiano de “posibilidad total”, de una estructura de la realidad abierta en todos sus puntos al grito del absurdo y del desastre ha llegado a ser para nosotros un lugar común. Hemos vuelto a adoptar una política de tortura y de rehenes. Así la violencia pública y privada corroe los fundamentos mismos de la sociedad, los mina, al producir su ácida marca como ocurre con las aguas oscuras de Venecia. Nuestro nivel de comprensión se ha visto enormemente rebajado”.

Lo que está acaeciendo en la actualidad en Estados Unidos y algunos países europeos, es una devastación de los valores de la cultura y la civilización occidental. Existe una especie de anti-humanismo, de negación del hombre individual. Del principio de la semejanza entre los hombres: el Humanismo. En épocas como estas el espíritu transita sólo y afligido por la arena del desierto. Entonces, es absolutamente necesario, recurrir a la trascendencia, a los linderos del desierto y el alba; como lo intuyó Pascal: “Existe la posibilidad de una trascendencia, la posibilidad de entendimiento humano”. Es necesario recurrir a ella para encontrar sentido a la vida, a la realidad y al mundo. De lo contrario, andaremos sobre la Tierra desnudos, solos y afligidos; indigentes ante los requerimientos de la condición humana.

Esto no se puede desligar del desarrollo de los procesos y la técnica. La técnica como instrumento de poder sirve para coaccionar y devastar comunidades enteras. De ahí que la barbarie hace parte de la ruptura del devenir de la historia y la confianza que se tiene en el desarrollo de los procesos y la técnica. La colocamos, por así decir, en el orden natural de los hechos. Entonces, “moral y psicológicamente es un hecho terrible el de nuestra incapacidad de asombro”.

En la Cultura y la Civilización Occidental estamos dispuesto a aceptar la arbitraria servidumbre y el arbitrario exterminio de esos hombres y mujeres, que lo único que anhelan es vivir con sus seres queridos, amigos y conocidos. Ya que el nacional-populismo, presenta lo antinatural como natural. Que, para la mayoría de los seres humanos ese anhelo es imposible; porque la animalidad política lo impide. Ahora sólo quedan esquirlas y sentimientos truncados, tirados a la vera del camino. Así, aunque haya acontecido lo que sucede, todavía tenemos la memoria y el recuerdo, la palabra y el pensar, para desandar lo andado y, comprender, la incertidumbre del presente y la esperanza del mañana. Se trata, por así decir, asimilar la historia de Occidente contemporánea, en su cultura.

Por la experiencia de lo acontecido en la actualidad, “hemos perdido el impulso característico, la capacidad metafísica y técnica de “soñar hacia adelante”. Steiner es consciente que el pesimismo de la cultura occidental, se concatena al de la ciencia y la técnica como modos y medios, para liberar a los hombres. Que la ideología de la educación liberal, del humanismo cristiano y cultural del siglo XIX, que corresponde a las expectativas de la Ilustración, han volado por los aires como una costra seca.

Los ilustrados creían en el cultivo del intelecto y los sentimientos para alcanzar una conducta racional beneficiosa para la sociedad. Algo que el devenir de la historia y del espíritu han dejado atrás. Que el hombre no tiende siempre a la perfección ética y moral, sino que muchas veces responde a las fuerzas del mal y la barbarie. Eso posibilitó una fractura fundamental en los centros vitales de la cultura occidental contemporánea.

Lo relevante de Steiner se expresa en la idea que, “extremos de histeria colectiva y de salvajismo pueden coexistir con una conservación paralela y, es más con el desarrollo de las instituciones, burocracias y códigos profesionales de una cultura superior”. Vemos que las instituciones y la burocracia no están exentas de la maldad, la crueldad, el odio y la muerte, que segrega el cuerpo social. Muchas veces éstas se convierten en el corredor que va de la sociedad a los agentes de violencia.

No es extraño que una cultura superior contenga en sí misma, la disolución de los valores éticos o morales, que la fundamentan. Steiner piensa lo vivido en Alemania, que “la palabra poética, las bibliotecas, las universidades, los centros de investigación, pueden prosperar en las proximidades de los campos de exterminio”. O, en otros términos, el individuo puede coexistir con la barbarie y la abyección. Esta experiencia individual de los bajos fondos, de la oscuridad, de la maldad, del sufrimiento y de la muerte, posibilitan que el hombre que estuvo allí, ya no vuelva a ser el mismo.

Se puede percibir que la cultura contiene en su seno contracorrientes y nostalgias de destrucción que le son innatos. Así que, las contradicciones entre cultura y sociedad, civilización y civilidad, civilización y fe; espoleadas por la creación en las artes, la educación generalizada y la ciencia, jamás se piensa que terminan en una tragedia para la humanidad. Además, por lo acaecido en la Segunda Guerra Mundial y lo que sucede en la actualidad, se demuestra que las humanidades no necesariamente humanizan, que un alto grado de alfabetización, de expresiones estéticas, de progreso en las ciencias, en las técnicas, no necesariamente terminan en Humanismo. Que el hombre sea más humano y ponga en el centro de sus relaciones, la semejanza entre los hombres.

Así, “confiar en la cultura supone una actitud orgullosa y ciega respecto de las contracorrientes y nostalgias de destrucción que la cultura tiene en su seno”. Vemos con nostalgia y preocupación que, en diversas partes del mundo, la cultura y la civilización, se ponen al servicio del desarrollo técnico y la muerte, la ideología y la religión. Demostrando la fragilidad de la creación estética y la condición humana.

Es evidente que, el desarrollo técnico contribuyó a crear el Infierno sobre la tierra, así que, el fracaso de la educación y de la moral establecidas sobre los valores cristiánanos y la Ilustración, se relacionan con la barbarie política. “El retorno del hombre ilustrado y tecnificado, al mito de la sangre y de la Caída. Demostró que la pérdida de la situación central, geográfica y psicológica, el abandono del axioma del progreso histórico, las graves deficiencias del conocimiento y del humanismo respecto de la acción social; significan el fin de una estructura de valores jerárquica y aceptada”.

Además, la ruptura con los valores de la Ilustración, del cristianismo y del humanismo laico, posibilitaron la poscultura. Ámbito en el que, el desarrollo de los procesos, la técnica, posibilitan un nuevo tipo de vida. El estilo de la ciencia y de la técnica se sustrae a la magia y a la capacidad de asombro, porque con ellas basta. Así que, el hombre se convierte en apéndice de la técnica y de la ciencia, en un mundo donde la objetivación del ser humano, determina, así mismo, la Cultura del artificio. En este umbral las relaciones artificiales predominan sobre las relaciones de sentido.

Se están dando cambios en la naturaleza de la vida y de la existencia. Cambios en la dieta alimentaria, en el clima, las selvas tropicales, los polos, los mares, los ríos, en la prolongación del promedio de vida, y, por el desarrollo de las ciencias médicas y biológicas y la ingestión de drogas psicotrópicas, se está alterando la personalidad tanto en su aspecto psíquico, espiritual y físico. No sólo se están generando metamorfosis psicosociales o socio-fisiológicas, sino que éstas constituyen una variante de la poscultura. En esta alta civilización técnica y de masas, constatamos por otra parte, que los narcóticos aletargan y aturden al hombre; de ahí su pereza mental y espiritual. Esto significa una claridad y limpieza en las cosas del poder. Que afectan los vasos comunicantes entre cultura y civilidad. Que perturban, por así decir, los focos de los centros vitales de la cultura occidental.

Estamos pasando por un desfiladero estrecho y funesto que tiende a la profundidad del abismo con respecto a lo que se conoce como cultura viva. Aquella que se alimenta de las grandes obras del pasado, “al menos sobre los más grandes jueces del mundo y del hombre, sobre un Shakespeare, un Dante o un Maquiavelo, que supieron medir la vida externa a partir de su propia vida interna, siempre causó una impresión seria y estricta”. (Benjamín).

Nos enseñaron que debíamos estar en todas las épocas a tono con los ideales generales del ser humano y de preocupación social. Ahora, ni el cristianismo, ni el materialismo, ni las ideologías nacionales, ni los populismos, puedan servir como fuentes de una restauración de la cultura occidental. No olvidemos que la nostalgia del Absoluto o, el dinamismo hacia delante de la ciencia y la técnica, no estuvieron a la altura para responder a la barbarie y la crueldad política del siglo XX.

Como Robert Graves dijo: “Nada puede detener la destrucción general de nuestras antiguas glorias, encantos y placeres”.

Preguntamos, ¿estamos a la espera de una nueva encarnación de los centros vitales de la cultura? ¿cómo los escombros que la historia deja tras de sí, posibilitan un nuevo “tipo” de hombre?

Para responder es necesaria la reconstrucción de un “tipo” que trascienda los instrumentos técnicos (artefactos para la guerra, los medios de comunicación de masas como medios totales, el lenguaje del artificio y las imágenes de las redes sociales), que diluyen o destruyen, la interrelación de la cuaternidad del mundo: Tierra y Cielo, Mortales e Inmortales. Sólo ella posibilitaría que el mundo se abra al ser humano y advenga el Ser.

El hombre es el ente cuyo ser, en cuanto existencia, mora en la cercanía del Ser. El hombre es el vecino del Ser. Que la reconstrucción de la cultura a partir de sus escombros, posibilite un nuevo hombre. Que supere las utopías de lo inmediato y la velocidad de los instrumentos técnicos, y la estructura y funcionamiento de la civilización, y no sean un apéndice de la ciencia y la técnica. Aunque el logos clásico no responda al llamado del Ser y el existir, algunas esferas de la gramática de la existencia, de la sintaxis y el vocabulario, quizá lo permitan

sábado, 29 de noviembre de 2025

 

                               Las Guerras Globales en la Época de las Tecnologías

                                                              Madrid-España a 29/11/2025

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

La inflexión de los tiempos actuales por la primacía de la técnica y su repercusión en el arte de la guerra, perfilan el declive de las batallas convencionales. La guerra propiamente dicha en la actualidad, se sitúa en el umbral de las tecnologías y las comunicaciones globales. La mecánica armamentística e industrial, no se puede pensar sin las comunicaciones inmediatas y simultáneas, sin las redes sociales y la Inteligencia Artificial, el Chat GPT o, la computación cuantitativa. Que influyen en la naturaleza de los combatientes y el escenario político mundial.

El campo de batalla tradicional –dice Víctor Hanson– ahora puede cartografiarse hasta el último detalle. Las fotografías aéreas y las imágenes de vídeo actualizadas minuto a minuto hacen difíciles las sorpresas. Los enemigos potenciales pueden calcular de antemano sus probabilidades de victoria. Pueden descargar información pormenorizada sobre su adversario de Internet. Los generales pueden hacer grabaciones directas de sus preparativos para la batalla y calcular hasta cierto punto sus costes potenciales.

Somos parte de una época en la que la vigilancia, es una realidad. Va de la vida privada a la profesional o pública. Además, la numerificación del ser humano expresa la transformación del hombre sentimental, espiritual, sensitivo y racional, en un ser objetivado que responde a los requerimientos del poder, o de los instrumentos técnicos. Si cada instante, cada hora, cada día, las vidas están vigiladas, ¿cómo podemos neutralizar estos instrumentos técnicos que hacen de nuestra existencia meros objetos o números?

Desde la perspectiva técnica –dice Hanson-, inhibiendo las conexiones por videos, destruyendo satélites o provocando cortocircuitos eléctricos a gran escala, de una parte; de otra, pienso, permitiendo que el hombre de carne y hueso tome a los instrumentos técnicos y les dé un giro en el tiempo, para que cumplan la función social que les corresponde y se pongan al servicio del hombre concreto.

Pienso que, por el cambio radical de la tecnología para la guerra, que se ha experimentado en los últimos espacios de tiempo, en particular, por el avance en las ciencias de la información y sus aplicaciones prácticas en los frontispicios del siglo XXI, los principios de la guerra se han transformado. En la historia militar los diseños y las nuevas armas para la guerra están concatenados al avance de las tecnologías. De ahí que los cinco años que duró la Segunda Guerra Mundial –dice Hanson–, el sonar, el radar, los misiles balísticos pasaron de ser meras hipótesis en realidades mortíferas y de probada eficacia en el campo de batalla.

La tecnología no sólo cambia la naturaleza de los combatientes y el escenario político mundial, sino también las variables de las tácticas o las estrategias. Porque se está pasando del escenario de las guerras convencionales, al de contra-insurgencias, vigilancia y control, o de ganarse el corazón o la confianza de los nativos y de técnicas de interrogación “astutas”, que respondan a la logística y al fin de ganar la guerra.

En la actualidad estamos pasando a otros medios y formas de combate. Y, en ese escenario es importante la interrelación de variables para ganarle la partida a la insurgencia, al narcotráfico o, al terrorismo internacional. Además, la guerra por el predominio de los lenguajes digitales y las imágenes en movimiento, está pasando del campo de batalla y del enfrentamiento entre combatientes, al ordenador, la ciencia de la computación y los algoritmos matemáticos.

Deseo resaltar que el conocimiento de las ciencias de la información y las técnicas al uso, están alterando el rostro de la guerra. Los instrumentos técnicos para la guerra pueden subvertir en cuestión de horas o de días el curso de una batalla o, la política de un país o, el destino de millones de seres humanos. Aunque no son las únicas variables que participan en el triunfo o derrota en una guerra, sino que, se convierten en decisivas para alcanzar las estrategias políticas o militares del combate.

Nos preguntamos, “¿hay algo en la tecnología militar del siglo XXI, tanto en su letalidad como en su vertiginosa expansión, que haya alterado por completo el rostro de la guerra?”. Creo que en el “núcleo” del movimiento de las guerras modernas, existen dos factores fundamentales, el que tiene que ver con los ciclos continuos de desafío-respuesta al desarrollo de las armas; y el otro, el mundo global de las comunicaciones instantáneas. En los asuntos militares los cambios del “logos” humano se aplica cada vez más a la Inteligencia Artificial e Informática, y a la globalización que incide en el comportamiento bélico.

Es decir, la revolución en los asuntos militares, no se pueden desconcatenar de las revoluciones de las comunicaciones instantáneas e inmediatas. El paso del “logos” clásico al “logos” artificial se representa en los instrumentos bélicos para la guerra. De su lectura e interpretación depende comprender la cultura de la que somos parte. De ahí que, todo conflicto bélico en la actualidad hay que percibirlo en su cultura.

Por último, aunque la literatura del griego Antiguo, de Homero, Hesíodo, Tucídedes, exalten la guerra como un mal necesario y recurran al mito y la configuración de la ciudades-Estado, y luego la Edad Media le dé un carácter divino, y la Edad Moderna un carácter secular –poder, riquezas, domino, técnica, ciencia, política, etc. La consciencia que se tiene es la representación de lo antinatural, absurdo, abominable, que atenta contra el verdadero sentido de humanidad.

De ahí que la teoría de la cultura, la antropología, la historia de las ideas políticas, la filosofía, representadas por profesores, estudiantes, activistas cívicos, académicos, trabajadores sociales, profesionales de la medicina, la biología, escritores, periodistas, poetas, pintores, dramaturgos y políticos occidentales, y la sociedad civil en su conjunto, tengan la convicción que las batallas son algo retrógrado y primitivo.

Entonces, ¿qué es lo que está en juego en un mundo como el nuestro? ¿quién puede afirmar que la defensa del Sistema, del capital financiero internacional, de las empresas transnacionales, del poder político, compensan el dolor humano causado por la violencia, la guerra, el hambre o, por la muerte de un niño en medio de una conflagración? Además, ¿qué le queda al ser humano en un estado de postración espiritual y físico como éste? Hay que empezar avanzar en las tinieblas, un poco a ciegas, porque los espejismos de los instrumentos técnicos y las armas son tan fuertes, que no dejan vislumbrar otra salida que el dolor o la muerte.

Por lo demás, hay que perseverar y optar por otros caminos que aún por un instante, desvelen el rostro de la jovialidad. Éste no es otro que el rostro de Dios transfigurado en el del hombre.

Las personas que se alían criminalmente con la técnica, ignoran que “un mundo sin amor, es un mundo muerto”. El lenguaje del amor se pierde cuando no se lo ejercita. De ahí que, en el juego natural de los egoísmos, los sufrimientos y el dolor, graven más en el corazón de los hombres el entendimiento de la injusticia. Porque en un estado de postración espiritual y sensitivo como éste, cae como una angustia sorda sobre el hombre desprotegido y solo, el insaciable deseo de la carnicería. Ese tipo de ralea está poseída por el furor del crimen y no puede hacer otra cosa. Creen aceptar como buenos los principios y los actos que los originan. En los lugares de sudarios y de despropósitos humanos, juegan a ver quién mata más. No les importa la Vida, les importa el asesinato, su naturaleza descarnada, abominable y sufriente.

De ahí que algunos “no tengan vergüenza, que no se mueran de vergüenza de haber sido, aunque desde lejos y aunque con buena voluntad, un asesino también”. Y, nos damos cuenta que, en la guerra, o en un estado de violencia generalizada, existen individuos que “no son capaz de abstenerse de matar o dejar de matar, porque está dentro de la lógica en que viven”. Y, en la vida civil tienen la desfachatez de ponerse la máscara de ciudadanos de “bien”. Además, “en los sitios donde domina la canalla se notará que esta práctica la infamia más allá de lo necesario e incluso contra las reglas del arte de la política”.

Por esto, en el mundo nuestro no se tiene afición por los santos ni por el heroísmo, sino por el hombre de carne y hueso, por el afligido, solo y desprotegido.

Entonces, ¿cuál es el gran sufrimiento de nuestra época? La soledad, el sentimiento de destierro, de exilio, de desprotección, de desolación, de miedo, de debilidad, de dolor y de muerte. En un estado de excitación violenta siempre se observa una atmósfera espesa y nauseabunda planear sobre las veredas, los pueblos y las ciudades. Ahora bien, ¿qué buscan los que planean las guerras o la violencia cotidiana? Naturalmente, que todo, absolutamente todo, se perciba con los cristales de la desgracia, la confusión, los lamentos o el sufrimiento.

Y justamente por eso, el desastre de la guerra se convierte en hábito, porque el hábito del desastre es peor que el desastre mismo. Y, desean borrar la memoria y la esperanza de los seres humanos, porque quieren instalarnos en la monotonía del presente. Para que en el fondo del corazón de los hombres prime, “esa indiferencia distraída que se supone en los combatientes de las grandes guerras –nos recuerda Albert Camus-, agotados por el esfuerzo, pendientes sólo de no desfallecer de su deber cotidiano, sin esperar ni la operación decisiva ni el día del armisticio”.

En el mismo orden existen otras herramientas, la Palabra y la Razón, o la intuición, para evitar o acabar con un conflicto bélico. El ser humano cuenta con el Don de la Palabra y de la reflexión para llegar a acuerdos que interrumpan por un lapso de tiempo, el derramamiento de sangre. Ya que cuando se sueltan “los perros de la guerra” no hay poder humano que sacie la insaciabilidad de su deseo. Hay que tener en cuenta que la guerra expresa la degradación absoluta del ser humano, a través del egoísmo, la tortura, la venganza, el odio, el derramamiento de sangre o, el poder de la muerte.

Nunca hay que olvidar que una mirada donde se lee tanta bondad, será siempre más fuerte que la muerte. Los sentimientos humanos son más fuertes que el miedo a la muerte entre torturas. Ahí están los Desastres de la guerra de Goya, que expresan el estudio profundo de la naturaleza humana y sus problemas recurrentes, intemporales, sin resolver, como es el de la guerra. Goya percibe el Mal absoluto, que afecta a la Naturaleza, como inmanente al mecanismo natural, al Tiempo, y su configuración en la vida del ser humano.

viernes, 28 de noviembre de 2025

 

 

                  

       La Crisis de la Cultura en la Sociedad de Masas del Capitalismo de Consumo

                                                             Madrid-España a 28/11/2025

                                          Quizá el poeta te haya vuelto tan locuaz y descarado

                                            como a mí”.

                                                                                           Hannah Arentd

 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

El predominio de la cuestión social durante los siglos XIX y XX, estuvo marcada por las críticas, las protestas y la insurrección revolucionaria contra los cinturones de miseria y explotación de la sociedad. Este proceso tubo tres esferas fundamentales: La corrupción, la hipocresía y la ideología. Que determinaron la insurrección social. Así que, en la actualidad la sociedad abarca todos los estratos de la sociedad, y, en consecuencia, se transforma en sociedad de masas. En este orden, el “filisteísmo” todo lo juzga sobre la utilidad inmediata y los valores materiales. 

“El filisteo, en su vocablo originario, es un hombre adherido a la banausía, a la vulgaridad; y ahora es una mentalidad exclusivamente utilitaria, porta una incapacidad de pensar y juzgar las cosas como no sea por su función y utilidad”.

De cuya dinámica hacen parte las cosas inútiles como la cultura y las obras de arte. El arte, la literatura, la música, la poesía, se convierten en el mundo del filisteo en símbolos de estatus y prestigio social. La utilización de la cultura como un bien de consumo, del mercado de la circulación y la demanda, como mercancía expresa la degradación de ésta. Porque el Capitalismo de Seducción todo lo convierte en mercancía y consumo. Así que, lo material y humano (las obras del espíritu y la mente), las transforma en “valor”. Esto es, en un bien social que puede ponerse en circulación y convertirse en dinero a cambio de todo tipo de valores, sociales o individuales.  

Bueno bien, “la condición objetiva del mundo cultural que, en la medida que contiene cosas tangibles –libros, cuadros, estatuas, edificios y música, etc.- es continente y da testimonio de todo un pasado conocido de países y naciones y de la humanidad misma”. Por tanto, el único criterio no social y auténtico para juzgar esos objetos específicos de la cultura es su relativa permanencia y su final inmortalidad. Entonces, todo lo que perdura en el tiempo obtiene el nombre de objeto cultural.

El problema aparece cuando el filisteo cultural y educado, cambia las obras de arte perdurables e inmortales en objetos de “valor” que posibilitan posición social y reconocimiento. Pero la cultura se vuelve sospechosa cuando sus obras connotan la “búsqueda de la perfección” o, el “arte por el arte”. Los artistas, los pensadores, los músicos, los arquitectos, los poetas, se dan cuenta que cuando el arte se transforma en “valor” de cambio, o, en instrumento de ascenso social, se degrada y entra crisis.

En estas esferas se observa la desconexión entre realidad y obra de arte; y, de otra parte, pierden la facultad peculiar de todos los objetos culturales: “La facultad de captar nuestra atención y conmovernos”- dijo Hannah Arendt.

En la década del treinta en Alemania y la del cuarenta en Francia, la “devaluación de los valores” toca a los “valores culturales”, que se liquidan a bajos precios.

En el siglo XX vimos como el hilo de la tradición se cortaba y el pasado lo descubría cada cual, y debía desandar lo andado como sí lo hiciera el primer Hombre. A pesar de los dilemas y las perturbaciones de la sociedad y la sociedad de masas, los objetos culturales se erigen como objetos donde el artista expresa su mundo interior y percibe el exterior y sus fundamentos. Es de anotar que Arendt capta la diferencia entre sociedad y sociedad de masas desde el umbral de la cultura: “Quizá la sociedad quería la cultura, valorizaba y desvalorizaba los objetos culturales como bienes sociales, usaba y abusaba de ellos para sus propios fines egoístas, pero no los “consumía”.

Por el contrario, “la sociedad de masas no quiere cultura sino entretenimiento, y la sociedad consume los objetos ofrecidos por la industria del entretenimiento como consume otro bien de consumo. Los productos necesarios para el entretenimiento son útiles para el proceso vital de la sociedad, aun cuando para la vida puedan no ser tan imprescindibles como el pan y la carne”. El tiempo del entretenimiento no es tiempo de ocio productivo, que reconforta la mente y el espíritu, sino tiempo vacío y fugaz, que responde a las necesidades del “valor”, del dinero, y no a las verdaderas necesidades humanas –espirituales, materiales, morales o éticas.

De ahí que la crisis de la condición humana se concatena con la crisis de la cultura.

En la sociedad de masas el entretenimiento es tan indispensable como el sueño y el trabajo en el proceso de la vida biológica. Un metabolismo que devora tanto la vida individual o social de la que es parte el hombre masa. Los productos de la industria del entretenimiento no son objetos culturales, sino bienes de consumo que tienen que ser agotados, como cualquier otro objeto de consumo. Desde el Imperio Romano los gobernantes saben que para mantener tranquila a la población y ocultar hechos controvertidos, que cuestionen el ejercicio del poder utilizan la locución latina “Panis et Circense”: pan y circo.  

“Ambos se desvanecen en el curso del proceso vital, es decir, hay que producirlos y ofrecerlos una y otra vez para que el proceso no se cierre para siempre”.

En la Época Moderna las normas que se aplican para juzgar la cultura del entretenimiento de masas, “han de ser la frescura y la novedad, y la medida en que hoy usamos esas normas para juzgar los objetos culturales y artísticos, cosas que deben permanecer en el mundo incluso después de que lo hayamos dejado”. Pone de manifiesto que el deterioro de la cultura en beneficio del entretenimiento, es expresión de la crisis de la cultura en la actualidad. En la Cultura del artificio, en efecto, los valores culturales de la tradición occidental, se degradan en beneficio de la Civilización del espectáculo.

En este orden, la amenaza para la cultura no se origina en “la sociedad de masas, al no querer cultura sino entretenimiento, es menos amenazante para la cultura que el filisteísmo de la buena sociedad”. A pesar del malestar de algunos artistas e intelectuales, son las artes y las ciencias, diferenciadas de todos los asuntos políticos, las que siguen floreciendo”. Como expresó Abraham Flexner: “No existe contradicción entre los saberes inútiles (las obras de arte, las novelas, una partitura musical o una sinfonía) y el conocimiento científico, ya que ejercen un papel fundamental en el cultivo del espíritu y la cultura de la humanidad. En este contexto, considero útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores”.

“La verdad es que todos tenemos necesidad de entretenimiento y diversión de una u otra clase, porque todos estamos sometidos al gran ciclo de la vida y, es pura hipocresía y esnobismo social negar que nos pueden divertir y entretener exactamente las mismas cosas que divierten y entretienen a las masas de nuestros congéneres”. El ser humano hace parte del decurso vital y como miembro de la sociedad de masas, de la cultura de masas y la civilización del espectáculo, se vale de las cosas que divierten y entretienen.

La cultura está menos amenazada por el entretenimiento como manifestación de la utilización del tiempo vacío, que la labor que lleva a cabo la industria de la cultura; o, en otros términos, la conversión de la cultura en “valor”. Porque ponen en circulación unos objetos culturales vacíos y sin sentido de lo que es la obra original. En este ámbito todo se convierte “en dinero a cambio de todo tipo de valores, sociales e individuales”.

Por tanto, la crisis de la cultura expresa la primacía de la Civilización de lo efímero, sobre el sentido y el momento oportuno. Entonces, por así decir, la productividad de la cultura debe luchar constantemente ante las tentaciones de la cultura de masas y el espejismo de un refinamiento cultural, que no responde a la esencia de la obra de arte, a las necesidades y esperanzas humanas.

La industria del entretenimiento de la sociedad de masas, ofrece bienes que desaparecen con el consumo y, ve la necesidad de ofrecer nuevos artículos constantemente. Walter Benjamín pensó que un espacio como éste “descompone velozmente los mundos perceptivos y, lo que tienen de mítico aparece rápida y radicalmente, rápidamente se hace necesario erigir un mundo perceptivo por completo distinto y contrapuesto al anterior. Así se ve, bajo el punto de vista de la prehistoria actual, el ritmo acelerado de la técnica”.

Por eso es necesario despertar de la industria del entretenimiento y de las iluminaciones técnicas. Porque no sólo rompen con la tradición de la familia, de la iglesia, sino también con el hilo de la tradición de la cultura. Entonces, se banaliza la cultura en nombre del “valor”, del dinero y el poder. Así, pues, los “que trafican con la cultura exploran todo el pasado y el presente de ésta con la esperanza de encontrar material adecuado”. Aquí entran en juego los medios de comunicación de masas y las plataformas digitales, que comunican un tipo de cultura que no sólo entretiene, sino que reproduce relaciones de dominio, de control, de seducción, de simulación, de poder y saber.

Además, el gran ciclo de la vida, el curso de su proceso vital necesita en la sociedad de masas de bienes de consumo cultural y material, que se ofrecen y producen una y otra vez para que el proceso permanezca abierto. Son objetos de cultura que han de ser producidos y consumidos constantemente en la sociedad de masas. Estos objetos que ofrecen a la sociedad de masas y a la cultura de masas entretenimiento, posibilitan la estabilidad del Sistema y la reproducción del Gran Poder. Se teje entonces un velo de maya que no permite percibir el sentido del mundo y de la existencia. En este ámbito podemos percibir, una vez más, la crisis de la cultura en el Mundo Moderna.

Ahora bien, “cuando la sociedad de masas se apodera de la cultura y la industria cultural se vale de ella, se destruye la cultura para brindar entretenimiento y convierten la cultura popular en objeto de venta y consumo”. Este es un tipo de intelectual, de persona formada culturalmente, que se vale de la cultura para organizar, difundir y cambiar los objetos culturales y, en esa medida, le da prioridad al entretenimiento y al espectáculo. Ellos no sólo falsean las fuentes de la cultura y las obras de arte, sino que ofrecen sus productos en el mercado de la circulación y la demanda, como hace el mercachifle con un producto de primera necesidad.

Por eso olvidan que “la cultura se relaciona con objetos y es un fenómeno del mundo; y el entretenimiento se relaciona con personas y es un fenómeno de la vida. Es en la medida que puede perdurar; y su durabilidad es la antítesis misma de la funcionalidad, la cualidad que lo hace desaparecer del mundo fenoménico una vez usado y desgastado”.

En este orden, la vida y la temporalidad se unen dialécticamente en el proceso vital de la existencia hasta la muerte; por eso, en última instancia, la vida humana contra quien lucha es, contra el tiempo. Una lucha que permanece en la historia, la memoria de los pueblos y las personas, en las obras de arte. La durabilidad de los objetos de cultura aún después de muerto quien los produce, constata que sólo no son un fenómeno del mundo, sino también trascendente a la vida del ser humano.

Por tanto, lo preocupante en la actualidad es que, las funciones de los objetos de cultura se vacíen de sus cualidades y respondan sólo a las necesidades de la vida biológica y, las apetencias del espíritu, del alma, de la mente y el lenguaje, queden anuladas por la primacía del mercado de la circulación y la demanda. Esta configuración de la crisis de la cultura se expresa en la social, política, económica, del ser humano.

En consecuencia, la crisis del mundo y su realidad, tenemos que percibirla en su cultura. Además, ésta no es ajena a la miseria material y espiritual del ser humano. Porque el hombre le da forma y la expresa en las obras de arte, la partitura musical, el poema, la novela o las narraciones de la cultura popular.