Antonio Mercado Flórez. Pensador y Ensayista.
En
la Edad Moderna cuando el hombre instrumentalizó la técnica al servicio del Gran Poder, negó su esencia. Porque la
voluntad de poder sólo es una manifestación del querer del hombre para dominar
a la naturaleza o, al otro hombre. Por eso la insaciabilidad del querer se
alimenta del dominio o la extinción del Otro. Una de las tareas del pensar es,
como resarce la esencia del hombre y la verdad del ser, en un mundo dominado
por las imágenes artificiales, lo pasajero y fugaz de la existencia humana.
Aquí
es donde tiene relevancia el pensar y el lenguaje, como modos de revelación de
la verdad del ser: pensado en el sentido de realidad absoluta. Que se
reconcilie consigo mismo de la escisión que ha establecido la historia de la
cultura y de la civilización, el conocimiento científico y la técnica.
La
Edad Moderna se basa en la peculiar dictadura de la opinión pública. Así, pues,
lo que se suele llamar “existencia privada” no es en absoluto el
ser-hombre-esencial, o, lo que es lo mismo, el hombre libre. Asimismo, el único
hacer de la existencia privada es, negar la esfera pública. Ya que lo público
oculta lo privado en las esferas que despliega: la política, la economía, la
educación, lo jurídico, lo técnico, lo religioso, lo científico o lo cultural.
Así,
la existencia-del-hombre-esencial es, la del hombre libre. En la Edad Moderna
lo que está en juego es la libertad. Parece que estuviéramos inmersos en un
dinamismo que induce a la extinción de ésta. Es comprensible la situación en la
que se encuentra el hombre de hoy, que entrega la libertad por la seguridad.
Sentirse seguro de la crueldad que se convierte en parte constitutiva de las
instituciones, del ejercicio del poder y los discursos que lo legitiman. Seguro
de los que rompen el pacto social, el radicalismo religioso, el extremismo
ideológico, el nacional-populismo intolerante y xenófobo, los paramilitares, la
guerrilla y los avatares de la existencia.
En
el Mundo Moderno la libertad se depositó en el Estado y sus instituciones
políticas, económicas, sociales, administrativas, religiosas, policivas,
militares, de seguridad y culturales. Y en su devenir diversas formas de
dominio y control se configuraron. Este mundo ha cambiado y sigue haciéndolo, y
lo hace por necesidad; más con ello ha cambiado también la libertad; no ha
cambiado en su esencia, desde luego, pero sí en su forma. (Ernst Jünger).
Vivimos
en unos tiempos en que resulta difícil distinguir la libertad de la seguridad,
la guerra de la paz. Los
matices han borrado las fronteras entre unas esferas y otras. Son tiempos en
que se han disminuido las fuerzas de la totalidad, es decir, los acuerdos de
paz (lo constata la guerra entre Rusia y Ucrania, la guerrilla, los
paramilitares y el Gobierno de Colombia), la justicia, la tolerancia, la
vivacidad plural y la convivencia, y los acrecentamientos en la vida humana y
sus generaciones. Como expresa Jünger: “Antes, al contrario, las fuerzas
quieren vivir de la totalidad; no son capaces de mantenerla y aumentarla
mediante una riqueza interior: mediante el ser”.
Parece
que ganara terreno cada día la extinción de la libre voluntad o del libre
albedrio. Se impone el querer de la voluntad que se quiere así misma, como
voluntad de poder y de saber. La voluntad que esconde el ser como voluntad de
poder. (Heidegger). En este orden, el automatismo parece quebrantar
con gran facilidad, como si lo hiciera jugando, lo que queda de libre voluntad.
Y, entonces hemos llegado a una concepción nueva del poder, a unas
concentraciones de poder inmediatas, sumamente vigorosas. Para poder plantarles
cara se necesita una concepción nueva de la libertad, una idea que no tiene
nada que ver con los desvaídos conceptos que hoy van asociados a esa palabra.
(Jünger).
La
libertad es hoy el gran tema de nuestro tiempo, ella es el poder que vence al
miedo, al sufrimiento y la muerte. Ella es la luz que ha de guiar al hombre
libre e independiente; y hacerla posible eficazmente y hacerla visible en la
resistencia, se convierte en principio fundamental en la actualidad. El mero
hecho de que el hombre libre sepa cuál es su papel en la actualidad hace
disminuir el miedo. En los sitios donde el hombre libre se decida a servir
romperá con la coacción, el autoritarismo, la violación de los Derechos Humanos
o, contra el crimen organizado.
Ese
es el legado que deja tras de sí a sus contemporáneos y a las generaciones por
venir, hacerle frente con la antorcha de la libertad a las crisis en la que no
se mantienen firmes ni el Estado de Derecho, ni la democracia, ni la ley ni la
moralidad. Las masas se dejarán llevar por la propaganda y lo que ofrecen los
medios y las redes sociales como verdadero, pero no el hombre libre que bebe
del pozo de los pensadores y se sostiene sobre el suelo de la experiencia, del
dolor y el sufrimiento. Que son fuentes de sabiduría y de saber estar y
enfrentar las adversidades que el mundo y su realidad le ofrecen. De ahí que
tenga consciencia que los sacrificios son importantes para alcanzar la
libertad, la justicia, la igualdad y el respeto a la vida y la dignidad humana.
Así,
por la técnica en el Mundo Moderno vivimos una época en que la libertad se ha
domesticado y diluido no sólo en el huero concepto de sí misma, sino en las
relaciones de fuerza –del Estado y sus instituciones, del Gran Poder o los big data,
las imágenes o los números. Cada vez gana terreno en las sociedades actuales,
la uniformidad y la estadística. Asistimos a una época de vigilancia constante
del Estado técnico absoluto. La libertad dejó de ser en el ámbito público, una
“Figura” del Ser y de la esencia del
hombre. Aquí deja de pertenecer a la esencia del hombre libre e independiente,
“autor” de su propia vida. Ese que Jünger llama en el texto La emboscadura: el emboscado.
El
ser humano ha de saber cuáles son aquellos puntos donde no le es licito
traficar con su decisión soberana. (Jünger). Estamos asistiendo por
la primacía del Estado técnico, el recorte de las libertades y el autoritarismo
en algunos países, a que haya un punto de inflexión en la vida privada y la
vida pública. Porque el populismo, el nacionalismo, el autoritarismo, el
racismo, la xenofobia, se correlacionan con la desaparición del “sujeto”, del
“Yo” como consciencia crítica de la sociedad y protagonistas de la historia
actual.
De
otra parte, el Sistema Capitalista Global desea romper los lazos comunitarios
de los valores de la vida en común. En países como Hungría, Polonia, Rusia, EE.
UU, están destruyendo los valores culturales y políticos del Humanismo y, la
modernidad ilustrada, que toman como principio fundamental al hombre de carne y
hueso: como individuo de acción y de reflexión crítica; con capacidad de
análisis y de teorización del mundo; y su poder para transformarlo. Esto es
sumamente grave en un Estado de Derecho
y un Sistema democrático en el
momento actual.
Así
que, la deriva de partidos autoritarios de extrema derecha, incrementan el
rechazo al Otro y a la inmigración, basados en principios falsos: la diversidad
de razas y de lenguas trae el caos y la violencia, el trabajo de los nacionales
se sustituye por la mano de obra extranjera, la educación y la salud universal
debe ser sólo para los nacionales, etc. Para hacerles frente se requiere un Estado democrático Social de Derecho que defienda la libertad de
prensa y de expresión, la independencia y la crítica de los medios de
información, la lucha contra la corrupción y un sistema judicial imparcial. De
esa forma se defiende la modernidad ilustrada y la democracia.
Estamos entregando la libertad a los instrumentos
técnicos y desnudos nos precipitamos a los brazos del Gran Poder. Así que, el gran peligro está en que el hombre confíe
demasiado en las ayudas de otros y, cuando faltan aquellas, quede desvalido.
Todas las comodidades hay que pagarlas. (Jünger). El hombre ha de
ser consciente que no ha de perder la esperanza que mora él y la fuerza intima
que destruye las barreras del tiempo. Esa impulsa allende de las murallas del
tiempo y del espacio, y así podamos asistir al lugar donde mora el Ser, los Dioses o las Musas.
En el Mundo Moderno el lenguaje cayó en un vacío profundo y oscuro que obstaculiza comunicar los contenidos espirituales que le corresponden. En este ámbito el lenguaje cae al servicio de la mediación de las vías de comunicación a modo de acceso uniforme de todos a todo, pasando por encima de cualquier límite. (Heidegger). En la actualidad la objetivación del lenguaje en la comunicación rápida y simultánea es lo único que perdura: efímero por sí mismo se sostiene sobre el sistema general de la información, que hace de las noticias conmensurables de acuerdo al interés que el sistema administra. Degradan la experiencia de cada uno de nosotros, la experiencia singular y concreta de cada ser humano. A la vez, degradan el tejido vivo de la existencia, de la percepción y participación en lo diferente de los acontecimientos, que se oponen a lo inefable y eterno de la verdad.
En este caso, la uniformidad del lenguaje posibilita la objetivación de la existencia. Entonces el ser humano se percibe como objeto o número. La “existencia privada” cae en los espejismos del sistema general de la información, que corrompe los contenidos espirituales del ser humano. La “opinión pública” es la que materializa la “existencia privada”. Así, el individuo deriva la existencia individual a la esfera de lo público.
En esta civilización de lo efímero los medios de comunicación o las redes sociales, le otorgan al individuo la objetivación de su existencia. Por eso la coherencia de la individualidad se quebrantó en nombre de lo efímero de la vida. La “opinión pública” decide lo “comprensible y lo desechable por incomprensible”. Así degrada no sólo la esfera privada, sino que sustituye los hechos por opiniones falaces y vacías.
De ahí que,
“Antes de poder actuar sobre un proceso es preciso haberlo comprendido”, al decir de Jünger.
Madrid-España
a 19/05/2023
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