“El miedo es uno de los síntomas de nuestro tiempo”
Ernst Jünger
Antonio Mercado Flórez. Pensador y
Ensayista.
Existen situaciones que invitan a tomar decisiones morales y éticas, respecto a lo que sucede en la sociedad. Esto ocurre en aquellos países donde la corrupción, la inmoralidad, el crimen alcanzan cuotas muy altas. Donde la delación, el miedo y la delincuencia organizada, se entroncan con las instituciones del Estado y las autoridades competentes. En esos sitios los remolinos más hondos llegan esta las entrañas del cuerpo social, el espíritu de la nación y la vida cotidiana de la sociedad.
Esto siempre no ha sido así y no continuara
siendo por siempre. El problema surge en tanto que las instituciones y las
personas que ejercen el poder, responden a fuerzas oscuras y criminales al
margen de las normas y las leyes. “En terrenos como estos lo que es justo y lo
que es moral son cosas que están en el aire. Naturalmente que hay delitos, pero
también hay tribunales y policía”. (Ernst Jünger).
Esto se expresa cuando la propaganda, la
demagogia y los medios de información, reemplazan la moral y las instituciones
se truecan en armas para intimidar, desaparecer, detener y asesinar. Por eso
ellas no pueden ser indiferentes con lo que sucede en el cuerpo social y la
comunidad. En estos momentos la decisión le corresponde a la persona
individual; una decisión que ha de optar por callar o apoyar veladamente a los
delincuentes de cuello blanco y aquellos al margen de la ley y el orden
(paramilitares, guerrilleros o delincuentes comunes), o apoyarse en la libertad
sustancial que rompe las murallas del tiempo y del espacio.
Aquí
no cabe la neutralidad como conducta social, la que ha de adoptarse responderá
a las exigencias políticas y morales del tiempo y la sociedad.
“También los que ejercen el poder, acosan
ahora a la persona individual con su dilema. Es el telón del tiempo, el cual se
alza para dejar paso al espectáculo de siempre, al espectáculo que retorna otra
vez y otra. Los signos que en este telón aparecen no son lo más importante”.
(Jünger). Sino los que se ocultan tras ellos, quien conoce la historia del
ejercicio del poder y de las ordenes secretas sabe lo difícil que es determinar
el verdadero poder y su radio de acción. Quien trata de seguir su pista se
pierde en la espesura de sus laberintos.
Es importante tener presente que,
“Hay épocas de decadencia en las que se
desvanece la forma de vida profunda que en cada uno de nosotros está dibujada
de antemano” - expresa
elocuente Jünger).
Si perdemos sus “huellas, vacilamos y nos
tambaleamos como seres a quienes falta el sentido del equilibrio. Entonces
pasamos de las oscuras alegrías a los oscuros dolores. Y la conciencia de una
infinita pérdida hace que el pasado y el porvenir se nos aparezcan llenos de
atractivos, y mientras el instante huye para no volver más, nos balanceamos en
épocas remotas o en fantásticas utopías”. (Jünger).
En Colombia vivimos una época en que “nos
hemos entregado a la fuerza –al eterno péndulo- que indiferente al día y la
noche empuja hacia adelante las agujas”. Así comenzamos a soñar las cosas del
poder y de la fuerza y con “las formas que intrépidamente ordenadas marchan
unas junto a otras”, nos precipitamos al desastre, al triunfo o al combate de
la vida. Y existen personas que se valen del poder para que el individuo o la
comunidad pierdan el dominio de sí mismos y “los zarandean en remolinos como a
ciegos” al borde de un acantilado.
Quien se precipita en el abismo que ofrece
los que ejercen el poder, “ve las cosas de la manera más clara posible, como a
través de unos vidrios de aumento”. Y libres de temor descienden a las
profundidades de “los hondones de los campos de esclavos y los mataderos donde
unos hombres primitivos se asocian criminalmente” con las armas y la fuerza.
Aquí en estos lugares la existencia que la realidad propone es trágica, en
cuanto necesaria y no dramática, siendo los riesgos inmensos la persona
individual ha de jugársela por sí solo,
para la vida o para la muerte.
Entonces desde hace largos espacios de
tiempo, el pánico, el dolor, el sufrimiento y la muerte, se apoderó de nuestras
Grandes ciudades y de nuestros
campos, y ha dejado tras de sí un montón de ruinas materiales y humanas, que
claman Redención y Justicia. Así que, los que conocen el poder y la fuerza,
sólo esperan la hora de volver a implementar la tiranía, el miedo y el dolor
Que ellos desencadenan luchas “entre las
obras y los pensamientos, luchas entre los ídolos y el espíritu”. Más de un
hombre ha podido ver y leer en las disensiones las luchas más atroces que se
han llevado a cabo en la historia y el presente de Colombia. Quién hace parte
de la legión del poder, sabe de las “galerías secretas y las criptas hacia las
que ningún historiador nos sabría guiar”.
Más de uno ha perecido intentando con las
armas en la mano y las ideas, asaltar los laberintos donde se esconde el Gran Poder: el Estado y sus
instituciones, las corporaciones nacionales e internacionales, el Sistema, el
Capital financiero, el poder político, el poder militar, los gremios
económicos, los medios de comunicación de masas, etc. En Colombia todo
transcurre como de costumbre y, sin embargo, todo es diferente. Porque cuando
extendemos la mirada por las tierras altas y bajas del país, se percibe un
aliento secreto de fatiga, miedo y apatía con lo que sucede.
Esa guerra que se ha librado en Colombia ha nublado la sensibilidad hacia el Otro y, ha avivado el espíritu de la tiranía y la venganza, y exaltó la barbarie hasta no quedar sino el simple crimen. Entonces los que implementan el dolor, el sufrimiento y la muerte, se valen de la violencia para ponerla al servicio de extraños intereses. Por eso en Colombia hace tiempo se perdió el sentido de realidad; porque hemos sido víctima de la pura crueldad.
Pero más que todo esto, se da una circunstancia que revela la extrema gravedad del peligro: todos esos crímenes que soliviantan al país y que claman justicia, no son vengados por nadie y únicamente en voz baja se habla de ellos, hasta tal punto se hace evidente la debilidad de la gente, del Estado y sus instituciones frente al caos, la coacción y la muerte. La autarquía de esos grupos que implementan la violencia -en el campo, los pueblos y la Gran ciudad-, la Constitución, el derecho y la autoridad amenazan a mayor ruina.
Así que, el desorden, el sufrimiento y la violencia pueden ganar sólo en aquellos sitios donde las nuevas generaciones, las personas con sentido crítico del mundo y su realidad, las autoridades políticas, jurídicas o morales se quedan cruzados de brazos. Esas luchas que conducen a la caza del hombre y de la mujer, a las emboscadas y a las tomas de los pueblos, tanto de la izquierda y la derecha perdieron el sentido de la medida. Y su lenguaje espiritual, político y material, se convirtió “en expresiones que habitualmente sólo se emplean entre esa canalla que debe ser extirpada, destruida y pasada por el fuego”.
El lenguaje es el lugar donde se manifiesta la verdad, la falsedad o la violencia. Pero, como ya es sabido, el lenguaje presta curiosos servicios en aquellos países o lugares, donde la canalla se expande como campos en flor y clavan su veneno en el polvo y el corazón de los hombres en fuga. Pero también “el lenguaje forma parte de la propiedad del ser humano, de su modo propio de ser, de su patrimonio heredado, de su patria, de una patria que le toca en suerte sin que él tenga conocimiento de su plenitud y riqueza”. El lenguaje es el portador de los bienes más grandes y sublimes del hombre; también porta detrás de su recamara la insidia, el dolor, la ofensa, la discriminación, la demagogia y la violencia más atroz que se pueda infligir a un ser humano.
Ernst Jünger dijo en la novela Sobre los acantilados de mármol: “La palabra es, a la vez, como una reina y una bruja”. Quien porta el cetro de la palabra en la mano, avanza en el caos del reino animal y vegetal, tal como hizo Linneo. Su poder se puede extender por las tierras altas y las tierras bajas, en medio del caos y la violencia que implementan algunos; y también “constituir un reino mucho más hermoso que todos los imperios conquistados a punta de espada”.
En este orden de ideas,
“El lenguaje es también una de las grandes formas para todos los bienes en general. Es la llave que abre las puertas de los tesoros y secretos del mundo” – al decir de Jünger.
No olvidemos que “la ley y el dominio en los reinos visibles y aun en los invisibles comienzan con poner nombre a las cosas. La palabra es el material del espíritu y en su condición de tal sirve para tender puentes audaces: al mismo tiempo es el medio supremo de poder”. Sabemos que el mundo y su realidad concreta, las esferas del espíritu, todas las carreteras y edificios, todos los pactos nacionales o entre Estados, “van precedidos de revelaciones, planificaciones y conjuros en la palabra y el lenguaje, y van precedidos también del poema. Puede incluso decirse que hay dos especies de historia: una, en el mundo de las cosas; otra, en el mundo del lenguaje”.
Los que ejercen el poder y los que implementan la violencia desconocen que “la riqueza del país está en sus hombres y en sus mujeres, que han hecho experiencias extremas, experiencias como sólo una vez se allegan al ser humano en el transcurso de muchas generaciones. Esto hace modestas a las personas, pero les da también seguridad”. En el siglo XX se configuró en Colombia el desheredado, el proletario, el campesino, el jornalero, el comerciante, el propietario de la tierra, el empresario, el industrial, el banquero, el estudiante, el profesor, el intelectual, el político, el funcionario público, etc. Y sin darnos cuenta se consolido el Estado Moderno y las sociedades actuales.
Pero también se consolidó en los estratos sociales “los expulsados, los proscritos, los ultrajados, los despojados de su patria y de su terruño, los empujados con brutalidad a las simas más hondas. Ahí es donde están las catacumbas de hoy”; los lugares donde mora el asesino, el desollador, el delincuente, el paramilitar, el guerrillero; el lugar donde la canalla hace evidente el destino, la necesidad interior de las desigualdades más hondas de la sociedad. Entonces estos aconteceres traen aparejado a personas en el poder o fuera de él, que les fascina la pura violencia y sólo puede escapar quien asciende moralmente un estrato en la sociedad. Así nos pudimos dar cuenta que “existen otros muchos signos a través de los cuales se manifiesta la decadencia”.
“Ya tenemos suficiente con los horrores del presente”. En un tiempo como éste ya sabemos quiénes soportan las cargas. En este orden las personas han “de distinguir, por tanto, las cosas que no merecen ningún sacrificio de aquellas otras por las que hay que luchar. Estas últimas son las cosas inalienables, son la auténtica esencia de ellas”. Las cosas por las que se lucha son las que uno lleva consigo y nos acompañan hasta la muerte. Como dijo Heráclito: son el modo propio de ser de uno, modo propio de ser que es el demon del hombre. “Mi modo de ser es mi daimonion” –al decir de Heráclito. Entre ellas está también la patria, la patria que uno porta en el corazón y que es la de todos y de cada uno de nosotros, que ha sido mancillada, ensangrentada y violada, por unos pocos.
“Resulta difícil salvaguardar el modo propio de ser” –y resulta más difícil cuanto más somos expulsados de la riqueza interior: el Ser. “La riqueza que forma parte del modo propio de ser no sólo incomparablemente más valiosa; es el manantial del que brota cualquier riqueza visible”. Esa que nos enseña que los hombres somos hermanos, pero no iguales. Porque la búsqueda de la igualdad entre los hombres, desembocó en el siglo XX en diferentes formas de Totalitarismo, de Fascismo y de Autoritarismo –tanto al lado de la derecha y de la izquierda. Por eso hay que abogar por el Estado de Derecho, la democracia y la libertad, en todas sus acepciones.
Los que ejercen el poder e implementan la violencia en Colombia, no tienen consciencia que existen personas hacia “las que afluye la plenitud en la misma medida en que va creciendo el desierto. Esto conduce a poderes nuevos y a riquezas nuevas (materiales o espirituales), a repartos nuevos”. El hombre sin prejuicios, libre como el Cóndor de los Andes, hace patente que, en el dolor, el sufrimiento o la muerte, está oculto un poder quieto, benefactor, que le da sentido a la vida y a la realidad. De ahí que “el modo propio de ser del hombre no es, en efecto, únicamente creador, sino también destructor, es su daimonion”.
Se trata de destruir las amarras, las fronteras que envilecen y empobrecen, la vida y el espíritu de los pueblos. Entonces ese modo propio de ser se yergue y pone en movimiento fuerzas que configuran un nuevo poder, una sociedad nueva, nuevos discursos que hablan de oportunidades, de justicia, de moral, de convivencia plural y de paz. “También este espectáculo tiene sus límites propios, su tiempo propio”.
Sabemos por experiencia que el miedo como la esperanza, conducen al ser humano a trascender los límites del poder y la fuerza. Por ello los pueblos nunca pierden la esperanza de que aparezca un nuevo Hombre, que encarne sus limitaciones, sus frustraciones, sus dolores, sus miedos, sus sufrimientos; y posibilite ver debajo de las escamas de Leviatán los tesoros que han estado ocultos para ellos. Y que reposan directamente debajo de la historia, inmediatamente debajo del mito, por debajo del terreno medido por el tiempo, y posibilite un nuevo amanecer y una esperanza nueva para todos los colombianos.
En el siglo XX y principios del XXI en Colombia, los que han ejercido el poder y la violencia, han querido aniquilar la riqueza interior del pueblo colombiano. Llámese este poder espíritu, alma, mente, sensibilidad, moral, ética, poder cósmico o eterno que mora en el interior de todos. Tener presente que la agresión brota del interior oscuro y tenebroso de los abismos, donde moran los demonios. Sobre este abismo se levanta la inmoralidad, la corrupción, la indiferencia hacia las necesidades del Otro y, ante todo, las limitaciones de la libertad. Sólo un espíritu atrofiado y debilitado exalta la coacción y el miedo en nombre de la seguridad.
En los sitios donde hay inmoralidad, amenaza y muerte, existen seres humanos que se levantan sobre las adversidades materiales o humanas, y no pueden ser alcanzados ni menoscabados ni aniquilados por ningún poder de la Tierra. La expresión de un espíritu que ha empezado a corroerse y devaluar los más altos valores de la sociedad y la cultura, no pueden prevalecer sobre los que le dan cohesión y permanencia a la realidad y la sociedad. “Frente a esto es importante saber que el ser humano es inmortal y que hay en él una vida eterna, una tierra que aún está por explorar, pero que se halla habitada, un país que acaso el mismo niegue, pero que ningún poder terrenal es capaz de arrebatarle”.
Quizás muchos de los colombianos que “tienen acceso a esa vida, a esa tierra, a ese país, acaso sea parecido a un pozo en el que desde hace tiempo viene arrojándose escombros y desechos”. Si se retiran, se encontrará en el fondo no sólo manantiales de espíritus, sino también imágenes de viejos mitos que nos dan la coherencia como personas y sociedad. La riqueza de ser colombiano es “una riqueza que nadie puede despojarle y en el transcurso de los tiempos aflora una y otra vez a la superficie y se hace visible, sobre todo cuando el dolor ha removido las profundidades”. Por eso, el dolor y el miedo no es el mismo en todas las épocas. Se trata en la actualidad de enfrentarlo con la espada flamígera en las manos y sus apariencias en la realidad se esfumarán como pompas de jabón.
Una de las grandes esperanzas de los colombianos está en que los mediadores (el Presidente, los ministros, los políticos, el poder económico y cultural, la iglesia, la universidad, etc.), sean capaces de abrir el acceso a las fuentes de veneros espirituales. Ahora si se logra un auténtico acercamiento y contacto con la riqueza interior del colombiano en un punto, eso tendrá efectos inmensos para alcanzar la justicia, la libertad, la convivencia y la paz, en el cuerpo social.
Entonces no podemos dar la espalda al sufrimiento inaudito de millones de colombianos vejados, discriminados, desplazados, arrancados a la fuerza de su tierra, apartados del ritmo de la historia por el Gran Poder,
“No podemos limitarnos a conocer en el piso de arriba la verdad y la bondad mientras en el sótano están arrancando la piel a otros seres humanos como nosotros. También hoy existen poderes fuertes que llevan a alta mar al ser humano, que lo conducen al interior de los desiertos y a su mundo de máscaras. Tal viaje perderá su condición amenazadora si el ser humano vuelve en sí y recuerda la fuerza divina que posee”.
Ernst Jünger
Madrid-España a 22/05/2023
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