Antonio Mercado Flórez
En la época actual es relevante para la
conciencia crítica, que los medios y los modos del lenguaje, posibiliten la
cultura y las reflexiones del pensamiento. Pero también que las personas formada
para pensar posibiliten un análisis crítico del orden establecido. De las
instituciones, los valores, las creencias comunes, las creaciones, las
innovaciones tecnológicas, los lenguajes digitales, la clase política y las
personas que ejercen el poder económico. Aunque las sociedades se valgan de
sistemas de ajuste que permiten que las persones se adapten a vivir en estado
de crisis permanente. Pregunto, ¿Está el intelectual presto para denunciar lo
injusto y lo falso, la crisis moral, institucional y política de la sociedad? ¿Cumple
el intelectual la función social que le corresponde en la actualidad? ¿Ha
dejado de ser la conciencia crítica de la sociedad y los agentes adecuados para
revelar las relaciones de poder? ¿No encarna ya el sentimiento de
responsabilidad social y la orientación ética de cómo la sociedad ha de
proteger al individuo?
Si en la
actualidad se configura en voz de los que no tienen voz. Se trata de comprender
y conocer a través de su aporte, el cómo y el porqué de esta época de tránsito.
Pero también cómo las fuerzas políticas y la naturaleza del poder, se ejercen
para dominar a los seres humanos.
Un ensayo
publicado por El País, de Madrid, en agosto de 2009, <<El temor
de los intelectuales a la política>>,
del filósofo iraní Ramin Jahanbegloo decía que, el siglo XXI representa la
separación de los intelectuales y la política. Pocas veces habían estado tan
alejados los intelectuales y el mundo político. Los intelectuales críticos –insiste-
son hoy una especie en vías de extinción. Temen a la política y ésta muestra
una indiferencia absoluta por todo lo intelectual. Nos encontramos ante un
declive de lo intelectual.
Pienso que
la muerte de las ideologías y el ascenso de los tecnócratas, la prevalencia de
la <<razón de acuerdo a fines>>, para solucionar los asuntos
públicos y privados, están contribuyendo con la extinción del intelectual en la
esfera pública. Pero no hay que olvidar que esto obedece a las estrategias de
los neoconservadores y al pragmatismo del ejercicio del poder.
Si nos
encontramos en un mundo de declive de lo intelectual, el técnico y el colectivo
técnico, el político y el banquero, el empresario y el industrial, son los que
determinan la sociedad global. Esto es: la automatización, la especialización,
la máquina, la velocidad, los lenguajes digitales, la estadística, el poder,
etc., prevalecen sobre el humanismo. Son cambios que traen consigo una forma
nueva de percibir la realidad y la existencia en general.
La comodidad y la arrogancia de muchos intelectuales,
revela la incapacidad de realizar sus funciones de una manera independiente y
crítica. El poder los absorbe o son indiferentes ante las atrocidades humanas. <<El
afán de ciertos intelectuales –dice Jahanbegloo– de aparentar que lo
políticamente correcto y sensato es desestimar la importancia que tienen los
imperativos morales en la esfera pública no es más que una forma de hacer
coincidir las necesidades humanitarias urgentes del mundo en el que vivimos con
las necesidades concretas de su carrera o su ascenso profesional>>.
Demuestra
que los éxitos sociales y económicos de los intelectuales aceleran la superficialidad.
La falta de conciencia crítica sobre los asuntos de la vida pública desvela la
ausencia de pulcritud espiritual del intelectual. Si el pensador no es la
conciencia crítica de los <<centros
de poder y de las personas donde se
concentra y gasta la energía>>.
El ser humano estará destinado a ser un número o un objeto. Cuando los
intelectuales o las personas formadas para pensar, no están a la altura del Espíritu
de la Época, se incrementa la animalidad política y la barbarie en la sociedad.
En esta
alta civilización técnica y de masas, el sentido crítico de la sociedad se está
transformando en <<cultura del
espectáculo>>. Donde lo efímero de la vida, la frivolidad y el
divertimento lúdico y, fugaz de la gran
ciudad, priman sobre el debate y la reflexión. Por lo cual, la
numerificación y la objetización del ser humano, van parejas a los éxitos
económicos y políticos de las sociedades de masas.
La civilización
global pos-industrial, la revolución electrónica y la imagen <gráfica> en
movimiento, revela que detrás de la innovación y el desarrollo se esconde un
nuevo analfabetismo político y cultural. Y, por otro lado, el predominio de los
<<centros de poder>> en
las redes globales. Esta realidad histórica y cultural, se concatena a los
intereses del mercado, las compañías transnacionales, el capital financiero y
las políticas neoliberales. Pero no a las necesidades psicológicas y materiales,
de los pueblos y naciones del mundo.
En el
estado de postración espiritual y mental donde nos encontramos, el intelectual
tiene que comprometerse y ser la conciencia crítica del momento actual. Estar
contra la injusticia, la intolerancia, el racismo, la pobreza, la xenofobia, la
corrupción de las mafias en la administración pública, contra la conjunción del
dinero bancario y los <<centros de
poder>>, la violencia y la
parapolítica. Se convierte en deber moral para el pensador y creador de
<<formas>>.
Eso
significa defender la Cultura, que en el fondo no es otra cosa, que el
dinamismo del espíritu de la libertad. De ahí que uno de los fines del
intelectual sea la búsqueda de la primacía del diálogo sobre la violencia. Que
los instrumentos de poder no primen sobre la reflexión y la palabra
enriquecedora. Por eso, se opone a la exclusión del ser humano por motivos ideológicos,
religiosos, de raza o de lengua. Porque cree profundamente en el otro, que en
sí mismo, es un nosotros.
La tarea
del intelectual es la defensa de la libertad -de expresión, de pensar y de
escribir-, el respeto a la vida, a la ternura, a la verdad, al dialogo y a la
dignidad humana, etc. Para que se conviertan en armas arrojadizas a la cara de
los que implementan las injusticias, la violencia o la muerte. En este orden
posibilita los medios adecuados para que la <<Gramática
de la vida>> y la <<Gramática
del habla>>, exalten la existencia vital sobre la muerte y posibiliten
que el individuo se convierta en persona. Que se pase de una tabla de valores jerárquica
y excluyente, a otra incluyente y horizontal.
Todo esto me lleva a plantearme lo siguiente: ¿Qué es la
memoria, el recuerdo, la experiencia y el saber? Sino el ámbito donde las
personas se trasforman así mismos durante toda su vida. Por eso, lo que allí se
almacena nadie se lo podrá arrebatar. Lo que uno sabe de memoria le pertenece a
uno mismo, a pesar de algunos indeseables que gobiernan el mundo, de la censura
de la sociedad, la brutalidad de las costumbres o de la moral común. Constituye
una de las grandes posibilidades de libertad, de resistencia a las relaciones
de poder que nos trascienden.
Ernst
Jünger en el texto <<La Tijera>>,
hace la siguiente observación. Lo que llama la atención en las utopías de
nuestro siglo –dice– es que se presentan con el estilo de la ciencia y son
pesimistas. No hay en ellas magia. Siguiendo las investigaciones de Huxley y
Orwell deduce que el avance del cálculo y de su aplicación práctica hace
imparable la transformación de la sociedad en puras cifras o números. Estas transformaciones hay que buscarlas
incluso por debajo de la esfera del lenguaje y de la política. La técnica ha
evolucionado hasta el punto de transformarse en un lenguaje mundial; ello hace
que la participación de los individuos en la sociedad vaya convirtiéndose cada
vez más en una participación estadística.
Estamos
acostumbrados a percibir –dice Walter Benjamín-, el desarrollo de la técnica.
Pero no los retrocesos de la sociedad. Ese encanto de la existencia y del
mundo, que proporciona el mito, el ritual, la religión, la amistad, la
costumbre, el uso, la música, el arte, la lengua, el pensamiento, etc. Se está
remplazando por el <<número>>
o el <<signo>>. Por consiguiente, la responsabilidad moral
del profesor, del artista, del pensador, del periodista, no es la misma que la
de un tendero o la de un talabartero.
En esta
alta civilización técnica y de masas, observamos el desierto espiritual y
sensitivo, que se abre paso en nombre de los espejismos de la técnica, las
finanzas internacionales y el ejercicio del poder. La liberación del individuo
es importante, desde luego, pero es superficial. Así pues, la individualidad no
es más que una de las posibilidades de la persona humana; ésta tiene más cosas
que ofrecer. Nos hemos dado cuenta por lo sucedido en el siglo XX, que los
cambios sociales no mejoran la posición de la persona individual, la agravan incluso.
La sociedad deja a la persona individual en la estacada. Por otra parte
comienza para el ser humano una nueva etapa de soledad, por cuanto padece cada
vez más a causa de la sociedad; también ésta empieza a desmoronarse. ¿Qué desea
el ser humano? Desea liberarse y dejar que fluyan de su interior las fuerzas
del espíritu.
En los
frontispicios del siglo XXI, la persona formada para pensar ha de estar alerta
para que no vuelva a suceder lo acecido
en el siglo XX. Cuando se pone en evidencia el terrible fracaso de la cultura
humanista frente al horror de la barbarie. Porque muchas veces acudió en ayuda
de la animalidad política y los desaciertos humanos. La conciencia política del
pensador, se expresa en el dominio de la lengua y su disposición a la madurez espiritual y su
presencia política en la sociedad.
Por eso el
intelectual ha de estar a la altura de la época. Porque su reflexión y el
fundamento ético de su discurso, tienen que ver con vidas humanas. La defensa
de los ecosistemas, la justicia social, la libertad, la degradación moral y
material de la sociedad contemporánea, y en particular, con la permanencia de
millones de seres humanos sobre la tierra. El pensador se convierte en los
tiempos de ayuno de fantasía poética y de miseria espiritual, en conciencia
viva de los más necesitados de la sociedad. De ahí que la libertad de
expresión, de pensar y de ser, no se puede entregar a cambio de un leve
bienestar social. Porque <<los
centros de poder y los hombres poderosos
donde se concentra y gasta la energía>>,
desean convertir al ser humano en un trazo enteramente constructivo.
Así que,
si la lengua que se habla en esta alta civilización técnica y de masas, no es
la lengua de la Cultura. Sino del computador, del número, del signo, que tienden a convertir al ser humano en objeto.
Esta mutación del <<ser>> y el <<existir>>, habla la
lengua del progreso, más no la de la Cultura y el pensamiento.
Somos
parte de una época de <<acontecimientos
significantes>> y de <<actores insignificantes>>. Las
llantas están al rojo vivo y echan humo. ¿Qué se estará cosiendo en los bajos
fondo de la política, el mundo financiero y técnico? Las causas de lo que
sucede, hay que buscarlas incluso por debajo del lenguaje y lo cultual. Porque
se convierten en deber moral para el pensador y obligación para la sociedad. El
intelectual sabe que hemos llegado después de la historia, pero disponemos de
las ruinas. Así, toda reconstrucción es una forma de reconstruir desde las
ruinas.