La libertad
Madrid-España a 27/06/2025
Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.
Sabemos que uno de los problemas fundamentales en la actualidad, es la libertad. Es de suma preocupación que sólo “una pequeña fracción de las grandes masas humanas esté capacitada”, para responder a los retos del manejo responsable de la libertad. Porque “las poderosas ficciones de nuestro tiempo y las amenazas que irradian de ellas”, desean imponer la “coacción abstracta y automática”. Así que, ni los “poderes del presente” ni la libertad bastan para resistir a las potencias de las ficciones que ofrece el mundo técnico. Por un lado está “la reflexión, la reflexión crítica de la actualidad, es decir, el conocimiento de que ya no bastan los valores vigentes”; por otro, que debemos abandonar la morada de los cíclopes expertos en trabajar el hierro e instrumentos técnicos para la guerra, y dirigir la mirada hacia el ojo interior.
Immauel Kant sabía que la libertad no se encierra en las relaciones de un sistema. Y, Franz Rosenzweig creía que deberíamos valernos de la libertad como un “milagro en el mundo de los fenómenos”. Pensaba que para enfrentarnos como hombre de carne y hueso “al laberinto objetivante de las relaciones, el hombre exterior al sistema teórico-práctico”, deberíamos tener como punto de apoyo a la libertad. Se trata desde el umbral que ofrece ésta, ver el sentido de los objetos y la vida con otros ojos, los que moran en el interior del ser humano. Y quien puede verlo aquí y ahora –es el hombre de la acción libre e independiente. El que percibe la Antigua libertad vestida con el ropaje propio de la época. Es él quien se enfrenta a todo automatismo, al autoritarismo y contra la que fracasa el puro empleo de la violencia.
Y, con la antorcha de la palabra en la mano y la libertad, le hace frente al mundo del Titán y al colectivo del titanismo. Aquí y ahora -confrontar el Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo, es hacerle frente a los instrumentos técnicos, no sólo como ídolos, sino también a los espejismos que irradian de las “coacciones abstractas y automáticas”. Esto puede orientar las reflexiones del pensamiento y al individuo portador de experiencias, hacia “los padres, hacia los órdenes que nos fueron propios, hacia los órdenes que están más cerca del origen que nosotros”. Se trata de romper las redes de acero de las maquinas y los instrumentos técnicos, y desgarrar el misterio que encierra el velo del poder, y así desvelar la aureola con que se nos presentan. Y buscar la libertad en las profundidades de las fuerzas primordiales, esas que hacen frente a los puros poderes temporales.
De ahí que el misterio de la vida tenga siempre abierto el acceso al interior de las profundidades de las catatumbas, a la cripta, donde mora el lenguaje, la imaginación y las reflexiones del pensamiento. Porque estos poderes jamás podrán ser diluidos en las redes del puro movimiento o en las “relaciones de un sistema”. Esta cuestión no puede limitarse a “la conquista de puros reinos interiores” ni limitarse sólo a “objetivos reales”. Ocurre más bien, quien ha captado la situación mejor que todos los gobiernos y que todos los teorizantes –dice Ernst Jünger- es el hombre sencillo, el hombre de la calle, la persona con que nos encontramos todos los días y en todos los sitios. Esto se debe a que continúan estando vivos en ese hombre vestigios de un saber que llega más hondo que los lugares comunes de la actualidad.
Por eso, el hombre de carne y hueso “continua teniendo órganos en los que está viva”, una sabiduría y una experiencia, que trasciende los poderes temporales de los Gobiernos y las Corporaciones. Cuando el hombre de la calle “intenta averiguar dónde hay una salida, un camino para huir, se comporta de una manera que tiene en cuenta la magnitud e inminencia de la amenaza”. Cuando desconfía de los medios de comunicación de masas, la verborrea de los políticos, del capital financiero internacional, de las amenazas de la crisis, del militarismo, se atiene a objetos reales y al mundo donde se encuentra inmerso.
Por eso, sabe distinguir entre “lo que es al parecer”, de “lo que es”. Sabe distinguir el oro del latón que está a la orilla del camino; y “mirar cara acara a la catástrofe y enfrentase al modo en que uno puede verse envuelto en ella es algo útil en todo caso”. Porque deliberar sobre la catástrofe, sobre las crisis de los sistemas, las materiales o espirituales, es bueno para el espíritu; más si se hace al borde del abismo.
En los tiempos nublados que vivimos, se trata que la persona individual de acción libre e independiente, tome consciencia de la responsabilidad que le ha sido otorgada. Trátese de su vida privada o pública, para que “adquiera poder y figura una idea nueva de la libertad”. Y, de esta forma, hacerla posible en los tiempos que vivimos, en todos los puntos de la Tierra. Así, tendríamos que sacar al mundo nuevamente de sus goznes y hacer un giro copernicano, para que las energías desplegadas se pongan al servicio de los hombres. Y no de una “selecta minoría” que maneja los hilos de los “cuadros de mando” en las redes globales. No sólo será una revolución telúrica, sino también de dimensiones cósmicas.
En el escenario internacional, el comportamiento estratégico-político no se reduce ya a sólo dos fuerzas, sino que de los intersticios del espacio voluminoso del siglo XX, fluyeron una pluralidad de fuerzas que buscan su reconocimiento en el orden internacional. Se trata de reconocer que en la escala de valores, la libertad ocupa un lugar fundamental; así se constituye en el problema medular de nuestro tiempo. Por eso, el propósito de esta reflexión no se orienta a las fachadas políticas ni se agota en sus agrupaciones o movimientos; ya que son pasajeras y en las fauces del tiempo son como bombas de jabón. Es indistinto donde se ubique el poder; se trata de domeñar el miedo, el sufrimiento, el dolor, el odio y sólo se alcanza cuando el ser humano abjura de los fantasmas que lo atormentan y se yergue desde su interior soberano y libre, como el Cóndor de pico de estrella y alas de fuego, sobre las crestas de las montañas de los Andes.
En esta alta civilización abstracta, alcanzar la libertad exige de grandes sacrificios; “eso explica el ingente número de seres humanos que prefieren la coacción”. Porque es más fácil delegar la libertad que asumir la responsabilidad moral de las acciones humanas. Ahí está la iglesia, el sindicato, el partido, el movimiento, etc., para que asuman el peso que me corresponde en el manejo responsable de la libertad. Ernst Jünger piensa que “sólo los hombres libres pueden hacer autentica historia. La historia es la impronta que el hombre libre da al destino”.
Sólo desde el ámbito de la libertad, se puede hacer frente a lo técnico, lo típico, lo colectivo. Y, en esa medida la persona individual puede enfrentarse a sus sufrimientos, sus dolores, los fantasmas que atormentan su conciencia, y ha de valerse de sus conocimientos, su capacidad de juzgar, de sus experiencias. “Aquí las perspectivas cambian se tornan más espirituales y libres”. Cuando la persona individual se apropia de esas herramientas, “los peligros adquieren una claridad mayor”.
Debemos proporcionar a las personas que están amenazadas por el miedo, el sufrimiento, el dolor y los tormentos que provienen del mundo oscuro de la conciencia y la sociedad, “una descripción de la situación en la que se encuentran, y que ella misma conoce casi siempre mal, es útil sin duda”. Debemos proporcionarle las herramientas necesarias tanto de conocimientos, como del mundo del que hacen parte, para que puedan actuar. Quizá el miedo las paralice pero se trata de que adquieran seguridad en sí mismas. Porque cuando despejamos las ilusiones ópticas o auditivas que nos atormentan, se desvelan no tan fuertes ni feroces como parecen.
El sistema educativo, por ejemplo, debe ahondar el trabajo en el interior del alumno; que el ojo interior prime sobre los espejismos del mundo exterior. De ahí depende la seguridad y la libertad de la persona individual: del estudiante, del ciudadano, del trabajador, de la madre de familia, del padre, del médico, del profesor, etc. En fin de todas las personas de este mundo chato y horrible que vivimos. Pero es el único mundo posible que nos ha tocado vivir. Por eso, entre todos y con la ayuda de todos, debemos hacerle frente a los espejismos que nos atormentan, hacerlo mejor; más vivible y más humano.
Sí se dota a la persona individual de las herramientas necesarias para combatir el miedo, el sufrimiento o el dolor, “lo técnico, lo típico, lo colectivo”, se sitúan en la superficie y toman las configuraciones que le corresponden en el tiempo que es debido. No sólo con los sufrimientos, el dolor, el miedo, el ser humano hace frente a lo cotidiano y necesario, también ha de valerse de las experiencias, los conocimientos, los juicios de valor con los que actúa. No se trata de la libertad de las colectividades abstractas, sino del hombre de carne y hueso; en la época nuestra de alto desarrollo técnico, lo fundamental descansa en el interior de la persona individual.
Entonces, “las perspectivas cambian”; los objetos pierden su espíritu agresivo y “se tornan más espirituales y libres”. Cuando esto sucede la coacción no hay que verla como algo negativo, sino como el instrumento necesario para defender las instituciones, la democracia y la libertad. En una época de valores en entre dicho, “de convenciones destruidas, de lazos objetivos disueltos”, la libertad no puede ser el origen de la esterilidad. “La conquista de la libertad –dice Thomas Mann- ha sido siempre estimulada por la esperanza de poner en movimiento fuerzas productivas”.
Un quehacer natural de la libertad, desencadenar “fuerzas productivas” que trascienden las formas y los contenidos de lo cotidiano y necesario. Fuerzas que vayan más allá de los espejismos técnicos, el tópico y el lugar común, la homogenización y la superficialización de las colectividades. De ahí proviene la impronta, la dirección que “el hombre libre da al destino”. Aunque lo cotidiano se presente como terrible, caótico y el lugar donde las modalidades de los sufrimientos, el dolor, la violencia, la muerte, se configuren; la libertad no ha de ser un instrumento de coacción y disciplina de la sociedad. Porque la libertad es lo único de que el hombre sale garante cuando se enfrenta al poder Total. El que se despliega en el Estado, o en los “micro poderes” o, en “el sistema teórico-práctico”, diluidos en la sociedad; también el que sufre el hombre de carne y hueso; el desprotegido y solo, cuya desprotección es Total.
En este orden, el miedo, el sufrimiento o el dolor, desaparecen sí se encuentra un nuevo acceso a la libertad. Luchar, por ejemplo, contra la objetización del ser humano y sus articulaciones, es un objetivo de la libertad. Tambien, luchar contra los estados de alteración de la consciencia, que implementa el Gran Poder y las Corporaciones Tecnológicas, es un objetivo de la libertad. Que la persona individual no se diluya en los Sistemas ni en los conceptos generales, ni en los yermos Sistemas racionalistas y materialistas, sino que su condición de “hombre en tanto que Yo”, permanezca firme.
Porque son “las personas sencillas de las que todavía no se ha apoderado ni el odio ni el terror ni el automatismo de los lugares comunes”; los que no se dejan impresionar por el espejismo de la sociedad ni del poder; las que “saben resistirse a la propaganda”.
La libertad de la que hablo, significa, liberación del ser humano de todo constreñimiento objetivo o subjetivo. Ésta no puede estar al servicio de una ideología, dogma o mandamiento. Se es libre cuando se puede desplegar la mayor energía y no se puede desplegar tal cantidad de energía, sino se encuentra al servicio del hombre concreto de carne y hueso, “del hombre en tanto que Yo”. Se trata de restaurar, repito nuevamente los cimientos de “la antigua libertad, y vestirla con el ropaje propio de la época: es la libertad sustancial, la libertad elemental”, la que responde a los más sutiles procesos psicológicos y morales del ser humano.
La que posibilita cómo la distancia respecto a la antigua interpretación de la libertad, viene a ser una nueva cercanía al mito mismo de la libertad, “desde la cual ese sentido nuevo se ofrece, inagotable, a nuevas búsquedas. Por eso, el mito griego “como dice Andre Gide” es como la jarra de Filemón: “Ninguna sed la vacía cuando uno está bebiendo en compañía de Júpiter”. El instante correcto también es un Júpiter. En este apartado no hablo de la “libertad que se limita simplemente a protestar o a emigrar; es una libertad que está dispuesta a luchar”. Es la que encarna el hombre de acción libre e independiente; el hombre que se enfrenta al poder de Leviatán o, a las potencias de lo Atávico que se han levantado de su sueño invernal; este tipo de hombre desea imponer sus marcas, sus emblemas, sus señales, sus ritmos, para que se haga realidad “una libertad válida para una época venidera”.
En todas las épocas de la humanidad han existido personas que son capaces de asumir estas decisiones graves. Este tipo de hombre conoce la maldad del corazón de los hombres, pero también la crueldad de las energías que irradian de la ligazón entre el pensamiento racional y la tecnología. O, en otros términos, las potencias del sufrimiento, el dolor y la muerte, que provienen de la ciencia y las máquinas. Este entrelazamiento está configurando en el Espíritu de la Historia, órdenes nuevos para fenómenos nuevos.
Ernst Jünger en “Radiaciones I, Diarios de la segunda guerra mundial (1939-1943)”, se referencia a la libertad como experiencia interior y radical en lugares donde la vida se topa con la muerte. Buscando, en el trayecto que lleva del Pont Neuf al Pont des Arts, la salida a que antes he aludido - dice-, he comprendido de súbito con toda claridad que únicamente dentro de nosotros está lo laberíntico de la situación. De ahí que sería perjudicial el empleo de la violencia, destruiría muros, cámaras de nosotros mismos –el camino que lleva a la libertad no es ése. Las horas vienen reguladas desde el interior del reloj. Si movemos las agujas, modificamos las cifras, pero no la marcha del destino.
Desertemos donde desertemos –sigue diciendo-, con nosotros llevamos nuestro uniforme congénito; y ni siquiera en el suicidio logramos escapar de él. Es preciso que nos elevemos, que nos elevemos también a través del sufrimiento; entonces se vuelve más comprensible el mundo.
Así que, para alcanzar la libertad que es debida a la persona individual, no es necesario que ella participe de la masa, del partido, del movimiento, de la iglesia, de la corporación, etc., para que despliegue el vigor que contiene en sí. Las potencias de la libertad han de estar dirigidas a combatir el miedo, el dolor, el sufrimiento, las coacciones de la sociedad, pero desde la persona individual: el hombre de acción libre e independiente. Y ésta despliegue sus energías dinámicas en un proyecto colectivo.
Se trata, en última instancia, de adecuar todos los aspectos del carácter y de la personalidad, al despliegue de las potencias de la libertad. El siglo XIX y XX, subsumió la libertad de la persona individual al Estado, al Sistema, a la masa, al partido, a la ideología, a la economía, a la ciencia, a la técnica, ahora se trata que la libertad recobre el poder que es debido. Las potencias de la libertad fluyen del interior de la persona individual.
Se trata en todo caso de la libertad del ser humano que sufre, siente dolor, miedo, soledad y se encuentra coaccionado por la sociedad y los poderes que lo trascienden: el mundo dineral, la técnica, la ciencia, las relaciones de fuerza, que están al servicio de los “cuadros de mando” esparcidos en las redes del mundo global. Por tanto, el camino que lleva a la libertad, a la libertad sustancial, está dentro de nosotros mismos.
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