jueves, 6 de julio de 2023

Los Instrumentos Técnicos y la Economía Bélica en la Actualidad

 

                   

 Antonio Mercado Flórez. Pensador y Ensayista.

 

Después de la Segunda Guerra Mundial, los medios y los métodos que condicionan la guerra, están basados fundamentalmente en los instrumentos técnicos de las comunicaciones humanas. Son los que condicionan la geopolítica, las estrategias, los avances, los repliegues y las defensas de los combatientes. El escenario de las guerras del golfo en Irak, los Balcanes, Afganistán, Colombia, Ucrania, lo constatan. Así que, son los instrumentos técnicos los que dan cuenta de la importancia de las comunicaciones digitales en las guerras de fines del siglo XX y principios del XXI.

Si la guerra se convirtió en una empresa técnica, el uniforme de esa empresa son los mass-media: Internet, redes sociales, la imagen pictórica en movimiento, la Inteligencia Artificial, o el cumulo de lenguajes digitales. Esta transformación técnica de la praxis de la guerra, no es indiferente a la movilización de la sociedad o, a la manipulación de las convicciones de los agentes civiles y militares que participan en ella.

Pienso que, por la primacía de los lenguajes digitales, los medios y la logística técnica de la guerra, las fronteras entre lo militar y lo civil, el combatiente y no combatiente; líneas que en el escenario de la guerra “clásica” permiten que cada uno ocupe el lugar que le corresponde; en la guerra como empresa técnica, en cambio, las líneas se diluyen.

Ya no hay guerra o paz, sino combate global permanente, que sin distinciones moviliza a todos los hombres. Este proceso de movilización que surge de las entrañas de la técnica, sobrepasa toda ideología. Al mismo tiempo, es material, espiritual e ideológica. Se ha generado una disposición (Bereitschafe) a la movilización total, ¡que incumbe incluso a los pacifistas! (Alain De Benoist)

Ernst Jünger cree que la vertiente técnica de la movilización para la guerra, no constituye su aspecto decisivo. Su principio como presupuesto de toda técnica, es difícilmente detectable: lo definiremos como disponibilidad a ser movilizado. De lo que sí estamos seguros es, que de la relación de los combatientes con el progreso se desprende una atmósfera embriagadora que juega un papel decisivo en los asuntos humanos. Porque efectivamente es ahí donde hay que buscar también el auténtico factor moral de nuestro tiempo. Que trasciende las fronteras del Espíritu de la Época y sus juicios.

Porque emana más allá de los límites de las circunstancias accidentales; proviene de las fuentes de lo elemental, del núcleo substancial. De ahí que la estructura del progreso, el desarrollo económico, la Ilustración, o la dynamis de las ciencias, no son capaces de dar cuenta de las fuerzas elementales; las que impulsan a una voluntad orgánica, una nación, a hundirse más y más en las profundidades de la fragua de Vulcano y bañarse con el fuego abrasador de las máquinas y las armas que provienen del vientre de la técnica. Y, extasiarse con el resplandor que abarca los contornos del mundo.

 

En este ámbito Ares le gana la partida a las Musas. Porque la guerra representa la brutalidad, la violencia y los horrores de las batallas. Las Musas, en cambio, se relacionan con las ramas artísticas y del conocimiento.

 

En ninguno de los sitios donde el hombre se tope con esas condiciones especiales; en ninguno de ellos cabe la explicación reduccionista de la economía dineral, del materialismo histórico, del liberalismo político, del historicismo, del estructuralismo, del funcionalismo, o del vitalismo, por más esclarecedoras que sean para comprender el estrato elemental. En ese lugar enigmático de la existencia individual, se mezclan las pasiones más salvajes y las pulsiones más excelsas, para que presto el ser humano acuda al llamado de la guerra. Estas acciones rozan la superficie del proceso; enfrentados a un fenómeno de esta naturaleza sólo, absolutamente sólo, cabe dirigir la mirada a un fenómeno cultual.

Desde que el ser humano tomó al progreso por la Gran iglesia popular del siglo XIX y XX, se configura en los estratos más elementales que lo determina: “la llamada eficaz”. Una llamada que posibilita la parte de fe de la movilización de las masas, que participan en la guerra. Esa masa es presa de un frenesí violento, que no puede sustraerse a su fuerza en cuanto se apela a las convicciones más profundas. Un lugar enigmático y contradictorio de la existencia individual, que toman la máscara que les facilita la economía del poder y los instrumentos técnicos; y preñadas de unas irradiaciones sutiles e incomprensibles, arrastran a millones de seres humanos al dolor y a la muerte.

 

Enfrentados a un fenómeno de esta naturaleza sólo cabe dirigir la mirada a un fenómeno cultual: “de exceso, aventura en las profundidades de la existencia y pasión mística en la barbarie y la muerte”.

 

Esta trastocación histórica y del orden de la existencia individual, influyen en la confrontación bélica. En un estado de excitación violenta el hombre pierde los contenidos de la experiencia, la capacidad de asombro y la sensibilidad, ante los avatares de la vida. Ya que en medio de la confrontación se volatizan los contornos, y todo lo que tenemos a nuestro alrededor se vuelve denso y embriagante. Así, el estado de embriaguez y de excitación nerviosa al que llega el ser humano, es tan profundo, que no le importa dar la vida en sacrificio. Esa experiencia se relaciona con el azar y las fuerzas del destino, de hecho, se presenta a la consciencia común, excitante y embriagadora.

 

Preñadas como están de energías dinámicas se agarran de lo que encuentran a su paso por la necesidad de vivir; y, son capaces de matar a otros semejantes por no alejarse de esas irradiaciones tan sutiles e embriagantes.

 

Esta llamada al campo de batalla donde se entrecruza el mundo físico y psíquico del ser humano, trasciende la investigación de los procesos. Está ocurriendo, precisamente, que la gente no posee una relación directa y productiva con las energías dinámicas. Esto los aleja de los más altos ideales de humanidad. Y el punto de inflexión que ocasionó en el Espíritu de la Época, del mismo modo trajo aparejado no sólo el advenimiento de las masas y la cultura de lo efímero, sino también una disminución del sentido de humanidad.

La cultura de la urbe moderna, de otra parte, donde las masas se asientan y el público se configura, se convierte en factor decisivo para la política. Esos fogonazos son los que confirman que somos parte de la globalización de las comunicaciones simultáneas e inmediatas, y de la cultura del espectáculo. Que en consecuencia desgarran la unidad del “Yo” concreto y la memoria histórica de los pueblos.

La primacía de las masas en la Gran ciudad genera, de hecho, otro tipo de cultura; la que exalta el presente–ahora, lo fugaz y momentáneo. Un tipo de cultura que estructura el periodismo, la radio, la política, la economía dineral, la ciencia, la técnica, la publicidad, las redes sociales y el consumo de masas. Como consecuencia de este proceso, las relaciones abstractas entre los seres humanos, están reemplazando a las relaciones de sentido. Y cuando esto acontece, el vaciamiento de las relaciones artificiales permite que broten las semillas de la indiferencia, la indolencia, el sufrimiento, la soledad, el miedo, o la insolidaridad en los asuntos humanos.

Y efectivamente posibilitan que se estructure un tipo de sociedad, que obedece sólo a la nueva voluntad de poder. Esa que subrepticiamente entreteje el mundo dineral con el técnico. En realidad, habitamos lugares donde se alojan millones de seres humanos, que sólo tienen en común relaciones dinerales, jurídicas o comerciales; como también la indiferencia psíquica y espiritual con el Otro. 

En una atmósfera como ésta el aprecio de las masas por lo público, se convierte en factor decisivo para la política de masas. El carácter abstracto de las sociedades modernas no es indiferente a la conversión del ser humano en objeto, o a la transformación de su vida en zona de emplazamiento. La Gran ciudad se vale de las máquinas, los instrumentos técnicos de la comunicación rápida y simultánea, o de la publicidad, para imponer la impronta que necesita la nueva voluntad de poder.

De ahí, el espíritu de lo actual abarca poco a poco los espacios de la Gran ciudad; el ámbito que habla el lenguaje de la civilización actual. Por la primacía del confort técnico y del mundo dineral en la Gran ciudad, observamos que se ofrece un producto de la canasta familiar como hace el marketing con un texto de creación poética, o una obra de arte.

Además, en estos últimos espacios de tiempo, las leyes del mercado y el marketing determinan el orden de la existencia en general. Ese tránsito de la política “clásica” a la del marketing, por ejemplo, sitúa el fin de la política más allá de las verdaderas necesidades humanas. Así que, en momentos contradictorios de los avatares humanos, la política se alía criminalmente con los instrumentos técnicos para la guerra.

Por eso, cuando la política ubica su praxis fuera de las esferas de las verdaderas necesidades humanas, insofacto, falsifica el fin que le corresponde. Se devela, entonces, que el sentido de la política no está en los cambios circunstanciales ni en los accidentes espacio-temporales, sino en la estructura profunda de las verdaderas necesidades materiales, psicológicas y morales del ser humano. En este orden de ideas, los que se embriagan con las ilusiones ópticas y auditivas de las sociedades contemporáneas, no perciben el sentido de la animalidad política de los Estados Modernos. Como tampoco el lugar donde mora lo Justo, lo Bueno y lo Bello de la política.

De lo que se trata realmente, es de analizar el orden de los principios que configuran la Época Moderna. Porque “al quitarle al núcleo su cáscara lo que se pretende es liberar esa visión”. Frente a eso se tornan secundarias las múltiples figuras que toma el Zeitgeist, Espíritu del Tiempo y sus juicios; se trata realmente de romper el hueso para extraer el tuétano que vivifica a la época.

Como diría Walter Benjamín, percibir la época en la cultura que le es propia. Pero la conciencia común no está formada para esos menesteres; y necesita de las personas formadas para pensar, del artista, el poeta, el teólogo, el filósofo, etc., para desvelar el contenido mágico e histórico, que contiene la realidad.

                                              Madrid-España a 06/07/2023

 

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