Después
de la Segunda Guerra Mundial, los medios y los métodos que condicionan la
guerra, están basados fundamentalmente en los instrumentos técnicos de las
comunicaciones humanas. Son los que condicionan la geopolítica, las
estrategias, los avances, los repliegues y las defensas de los combatientes. El
escenario de las guerras del golfo en Irak, los Balcanes, Afganistán, Colombia,
Ucrania, lo constatan. Así que, son los instrumentos técnicos los que dan
cuenta de la importancia de las comunicaciones digitales en las guerras de
fines del siglo XX y principios del XXI.
Si
la guerra se convirtió en una empresa técnica, el uniforme de esa empresa son
los mass-media: Internet, redes
sociales, la imagen pictórica en movimiento, la Inteligencia Artificial,
o el cumulo de lenguajes digitales. Esta transformación técnica de la praxis de
la guerra, no es indiferente a la movilización de la sociedad o, a la
manipulación de las convicciones de los agentes civiles y militares que
participan en ella.
Pienso
que, por la primacía de los lenguajes digitales, los medios y la logística
técnica de la guerra, las fronteras entre lo militar y lo civil, el combatiente
y no combatiente; líneas que en el escenario de la guerra “clásica” permiten que cada uno ocupe el lugar que le corresponde;
en la guerra como empresa técnica, en cambio, las líneas se diluyen.
Ya
no hay guerra o paz, sino combate global permanente, que sin distinciones moviliza
a todos los hombres. Este proceso de movilización que surge de las entrañas de
la técnica, sobrepasa toda ideología. Al mismo tiempo, es material, espiritual
e ideológica. Se ha generado una disposición (Bereitschafe) a la movilización
total, ¡que incumbe incluso a los pacifistas! (Alain De Benoist)
Ernst
Jünger cree que la vertiente técnica de la movilización para la guerra, no
constituye su aspecto decisivo. Su principio como presupuesto de toda técnica,
es difícilmente detectable: lo definiremos como disponibilidad a ser
movilizado. De lo que sí estamos seguros es, que de la relación de los
combatientes con el progreso se desprende una atmósfera embriagadora que juega
un papel decisivo en los asuntos humanos. Porque efectivamente es ahí donde hay
que buscar también el auténtico factor
moral de nuestro tiempo. Que trasciende las fronteras del Espíritu de la
Época y sus juicios.
Porque
emana más allá de los límites de las circunstancias accidentales; proviene de
las fuentes de lo elemental, del núcleo substancial. De ahí que la estructura
del progreso, el desarrollo económico, la Ilustración, o la dynamis de las ciencias, no son capaces
de dar cuenta de las fuerzas elementales; las que impulsan a una voluntad
orgánica, una nación, a hundirse más y más en las profundidades de la fragua de Vulcano y bañarse con el fuego
abrasador de las máquinas y las armas que provienen del vientre de la técnica.
Y, extasiarse con el resplandor que abarca los contornos del mundo.
En este ámbito Ares le gana la partida a las Musas. Porque la guerra representa la
brutalidad, la violencia y los horrores de las batallas. Las Musas, en cambio, se relacionan con las
ramas artísticas y del conocimiento.
En
ninguno de los sitios donde el hombre se tope con esas condiciones especiales;
en ninguno de ellos cabe la explicación reduccionista de la economía dineral,
del materialismo histórico, del liberalismo político, del historicismo, del
estructuralismo, del funcionalismo, o del vitalismo, por más esclarecedoras que
sean para comprender el estrato elemental. En ese lugar enigmático de la
existencia individual, se mezclan las pasiones más salvajes y las pulsiones más
excelsas, para que presto el ser humano acuda al llamado de la guerra. Estas
acciones rozan la superficie del proceso; enfrentados a un fenómeno de esta
naturaleza sólo, absolutamente sólo, cabe dirigir la mirada a un fenómeno
cultual.
Desde
que el ser humano tomó al progreso
por la Gran iglesia popular del siglo
XIX y XX, se configura en los estratos más elementales que lo determina: “la llamada eficaz”. Una llamada que
posibilita la parte de fe de la movilización de las masas, que participan en la
guerra. Esa masa es presa de un frenesí violento, que no puede sustraerse a su
fuerza en cuanto se apela a las convicciones más profundas. Un lugar enigmático
y contradictorio de la existencia individual, que toman la máscara que les
facilita la economía del poder y los instrumentos técnicos; y preñadas de unas
irradiaciones sutiles e incomprensibles, arrastran a millones de seres humanos
al dolor y a la muerte.
Enfrentados a un fenómeno de
esta naturaleza sólo cabe dirigir la mirada a un fenómeno cultual: “de exceso,
aventura en las profundidades de la existencia y pasión mística en la barbarie
y la muerte”.
Esta
trastocación histórica y del orden de la existencia individual, influyen en la confrontación
bélica. En un estado de excitación violenta el hombre pierde los contenidos de
la experiencia, la capacidad de asombro y la sensibilidad, ante los avatares de
la vida. Ya que en medio de la confrontación se volatizan los contornos, y todo
lo que tenemos a nuestro alrededor se vuelve denso y embriagante. Así, el
estado de embriaguez y de excitación nerviosa al que llega el ser humano, es
tan profundo, que no le importa dar la vida en sacrificio. Esa experiencia se
relaciona con el azar y las fuerzas del destino, de hecho, se presenta a la
consciencia común, excitante y embriagadora.
Preñadas como están de
energías dinámicas se agarran de lo que encuentran a su paso por la necesidad
de vivir; y, son capaces de matar a otros semejantes por no alejarse de esas
irradiaciones tan sutiles e embriagantes.
Esta
llamada al campo de batalla donde se entrecruza el mundo físico y psíquico del
ser humano, trasciende la investigación de los procesos. Está ocurriendo,
precisamente, que la gente no posee una relación directa y productiva con las
energías dinámicas. Esto los aleja de los más altos ideales de humanidad. Y el
punto de inflexión que ocasionó en el Espíritu de la Época, del mismo modo
trajo aparejado no sólo el advenimiento de las masas y la cultura de
lo efímero, sino también una disminución del sentido de humanidad.
La
cultura de la urbe moderna, de otra parte, donde las masas se asientan y el
público se configura, se convierte en factor decisivo para la política. Esos
fogonazos son los que confirman que somos parte de la globalización de las
comunicaciones simultáneas e inmediatas, y de la cultura del espectáculo. Que
en consecuencia desgarran la unidad del “Yo”
concreto y la memoria histórica de los pueblos.
La
primacía de las masas en la Gran ciudad
genera, de hecho, otro tipo de cultura; la que exalta el presente–ahora, lo fugaz y momentáneo. Un tipo de cultura que
estructura el periodismo, la radio, la política, la economía dineral, la
ciencia, la técnica, la publicidad, las redes sociales y el consumo de masas.
Como consecuencia de este proceso, las relaciones abstractas entre los seres
humanos, están reemplazando a las relaciones de sentido. Y cuando esto
acontece, el vaciamiento de las relaciones artificiales permite que broten las
semillas de la indiferencia, la indolencia, el sufrimiento, la soledad, el
miedo, o la insolidaridad en los asuntos humanos.
Y
efectivamente posibilitan que se estructure un tipo de sociedad, que obedece
sólo a la nueva voluntad de poder. Esa que subrepticiamente entreteje el mundo
dineral con el técnico. En realidad, habitamos lugares donde se alojan millones
de seres humanos, que sólo tienen en común relaciones dinerales, jurídicas o
comerciales; como también la indiferencia psíquica y espiritual con el Otro.
En
una atmósfera como ésta el aprecio de las masas por lo público, se convierte en
factor decisivo para la política de masas. El carácter abstracto de las
sociedades modernas no es indiferente a la conversión del ser humano en objeto,
o a la transformación de su vida en zona de emplazamiento. La Gran ciudad se vale de las máquinas, los
instrumentos técnicos de la comunicación rápida y simultánea, o de la
publicidad, para imponer la impronta que necesita la nueva voluntad de poder.
De
ahí, el espíritu de lo actual abarca poco a poco los espacios de la Gran ciudad; el ámbito que habla el
lenguaje de la civilización actual. Por la primacía del confort técnico y del
mundo dineral en la Gran ciudad,
observamos que se ofrece un producto de la canasta familiar como hace el marketing con un texto de creación
poética, o una obra de arte.
Además,
en estos últimos espacios de tiempo, las leyes del mercado y el marketing determinan el orden de la
existencia en general. Ese tránsito de la política “clásica” a la del marketing, por ejemplo, sitúa
el fin de la política más allá de las verdaderas necesidades humanas. Así que, en
momentos contradictorios de los avatares humanos, la política se alía
criminalmente con los instrumentos técnicos para la guerra.
Por
eso, cuando la política ubica su praxis fuera de las esferas de las verdaderas
necesidades humanas, insofacto,
falsifica el fin que le corresponde. Se devela, entonces, que el sentido de la
política no está en los cambios circunstanciales ni en los accidentes
espacio-temporales, sino en la estructura profunda de las verdaderas
necesidades materiales, psicológicas y morales del ser humano. En este orden de
ideas, los que se embriagan con las ilusiones ópticas y auditivas de las
sociedades contemporáneas, no perciben el sentido de la animalidad política de
los Estados Modernos. Como tampoco el lugar donde mora lo Justo, lo Bueno y lo
Bello de la política.
De
lo que se trata realmente, es de analizar el orden de los principios que
configuran la Época Moderna. Porque “al quitarle al núcleo su cáscara lo que se
pretende es liberar esa visión”. Frente a eso se tornan secundarias las
múltiples figuras que toma el Zeitgeist, Espíritu
del Tiempo y sus juicios; se trata realmente de romper el hueso para extraer el
tuétano que vivifica a la época.
Como
diría Walter Benjamín, percibir la época en la cultura que le es propia. Pero
la conciencia común no está formada para esos menesteres; y necesita de las
personas formadas para pensar, del artista, el poeta, el teólogo, el filósofo,
etc., para desvelar el contenido mágico e histórico, que contiene la realidad.
Madrid-España
a 06/07/2023
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