lunes, 23 de enero de 2023

¿QUÉ SE CONSIDERA LENGUAJE?


 

 Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Ensayista.

 

 Walter Benjamín se pregunta en Sobre el lenguaje en cuanto tal y sobre la lengua del hombre, ¿Qué se considera lenguaje? A “toda expresión que sea una comunicación de contenidos espirituales”. La lengua, en particular, “es la expresión inmediata de todo cuanto en ella se nos comunica”. El ser espiritual es lo que las cosas comunican, es decir, sus contenidos espirituales. “Esto nos deja claro que el ser espiritual que se comunica en el lenguaje no es el lenguaje mismo, sino algo a distinguir respecto de él […] La idea de que el ser espiritual de una cosa consiste en su lenguaje es el gran abismo en el que toda teoría del lenguaje amenaza caer, y la tarea de la teoría del lenguaje consiste en mantenerse sobre él suspendida”.

Para Benjamín la “distinción entre el ser espiritual y el ser lingüístico a través del cual aquel se comunica es la distinción primordial en una teoría del lenguaje”. Entonces, ¿qué comunica el ser espiritual? Contenidos espirituales; o, en otros términos, la lengua espiritual que le corresponde. Lo crucial es saber que este ser espiritual se comunica sin duda en el lenguaje y no mediante el lenguaje”. O, en otras palabras, el ser espiritual se comunica en la esencia del lenguaje y no mediante el lenguaje.

 A todo ser espiritual le es inherente su lenguaje, no es algo exterior a él. “Que el ser espiritual se comunique en una lengua y no mediante la lengua, visto desde el exterior el ser espiritual no es igual al ser lingüístico. El ser espiritual es tan solo idéntico al lingüístico, en la medida que es comunicable. Lo que en un ser espiritual es comunicable es su ser lingüístico”. El ser espiritual está contenido en el lingüístico, por eso es comunicable.

 Ahora bien, “el lenguaje comunica el ser lingüístico propio de cada cosa, mientras que su ser espiritual solo lo comunica en la medida en que está inmediatamente contenido en el ser lingüístico”. Así que el ser espiritual comunica sus contenidos espirituales, porque hace parte del ser lingüístico.

 Por tanto, “el lenguaje comunica el ser lingüístico de las cosas”. Ahora, “¿qué comunica el lenguaje? “Cada lenguaje se comunica a sí mismo”. El lenguaje de la justicia, la poesía, la arquitectura, la pintura, se comunica a sí mismo. Porque es algo inherente y no exterior a él. Ahora bien, “el ser lingüístico de las cosas es su lenguaje”. Esto quiere decir que, “lo que es comunicable en un ser espiritual es su lenguaje. El lenguaje de un ser espiritual es inmediatamente lo que en él es comunicable. Todo lenguaje se comunica a sí mismo”. Además, “todo lenguaje se comunica en sí mismo”, porque “dado que él es, el medio de la comunicación”.

 De este modo, “lo medial, que es la inmediatez de toda comunicación espiritual, es el problema fundamental de la teoría del lenguaje”. Lo medial significa inmediatamente de toda comunicación espiritual. Entonces, “el problema primigenio del lenguaje es su magia”. Y esto “remite a otra cosa: a su infinitud”. Y es que, “mediante el lenguaje no se comunica nada”, entonces “lo que se comunica en el lenguaje no puede ser medido o limitado a partir de fuera, por lo que todo lenguaje posee su única e inconmensurable infinitud”.

  El problema fundamental del lenguaje es su magia, es decir, su infinitud.

 Ahora bien, “el ser lingüístico del hombre es su lenguaje”. Así “el hombre comunica su propio ser espiritual, y lo comunica en su lenguaje. Pero el hombre habla en palabras”. Entonces, ¿cómo comunica el hombre su ser espiritual? “Al darle nombre a las cosas”. Es en el nombre donde el hombre derrama su espíritu y le impregna de su hálito. El lenguaje humano es un lenguaje denominador: dador de nombre.

   El ser lingüístico del hombre consiste en que éste da nombre a las cosas.

 Pues bien, “¿para qué da nombre el hombre? ¿a quién se comunica el ser humano? ¿a quién se comunican la lámpara, la montaña, o el zorro?”. Por supuesto, “al ser humano”. “El hombre, en efecto, les da nombre, él se comunica al darles nombre”. El ser lingüístico del hombre se comunica con la naturaleza animada e inanimada, al nombrarlas.

 Benjamín se pregunta, ¿a quién se comunica? El hombre se comunica a otro hombre; y “el ser humano comunica una cosa a otras personas” mediante la palabra. Esta según Benjamín es la concepción burguesa del lenguaje. “De acuerdo con ella, el instrumento de la comunicación es la palabra; su objeto es la cosa; su destinatario es un ser humano”. En la otra concepción del lenguaje, no se conoce instrumento, objeto, ni destinatario.

      En el nombre el ser espiritual del ser humano se comunica a Dios”.

 Para Benjamín “el nombre es la esencia más interior del lenguaje. El nombre es aquello mediante lo cual nada más se comunica, y en lo cual el lenguaje absolutamente se comunica a sí mismo. El ser espiritual que se comunica en el nombre es pues el lenguaje”. El lenguaje se comunica a sí mismo en el nombre; con el lenguaje que nombra, el ser espiritual del hombre se comunica a Dios. El nombre es la impronta de Dios a través del ser espiritual del hombre.

 Por tanto, “el nombre, en cuanto patrimonio del lenguaje humano, garantiza que el lenguaje en cuanto tal es el ser espiritual del hombre”. Aquí se produce el punto de inflexión del lenguaje humano respecto al lenguaje de las cosas. Esto aclara que el hombre no se comunica mediante el lenguaje, sino en el lenguaje. O, en otros términos, inmediatamente o infinitamente en el lenguaje.

 Así el nombre garantiza que el lenguaje, el ser espiritual del hombre se comunique a sí mismo. Por tanto, de los seres espirituales no todos se comunican completamente, solo lo puede hacer el hombre. Porque el ser espiritual de las cosas es incompleto, ya que le falta la “voz”. De ahí que, si el ser espiritual del hombre es el lenguaje, no se puede comunicar mediante algo exterior a él, sino en la naturaleza que lo constituye; y esta no es otra, que el ser espiritual que es lenguaje.

 Benjamín dice al respecto: “El núcleo de esta totalidad intensiva del lenguaje, en tanto que ser espiritual del hombre, es justamente el nombre. El hombre es el que da nombre; esto nos permite comprender que desde él habla el lenguaje puro”. Si toda la naturaleza se comunica en el lenguaje, “el hombre” se convierte en “el señor de la naturaleza, y por eso puede dar nombre a las cosas”. Empero, el hombre conoce las cosas, lo que éstas son, en el nombre. El ser lingüístico de las cosas, las conoce el hombre, en el nombre.

 Así pues, “la Creación de Dios queda completa al recibir las cosas su nombre del hombre, desde el cual, en el nombre sólo habla el lenguaje”. El nombre entonces es el “lenguaje del lenguaje”, y “en este sentido el ser humano habla en el nombre, es también el habla del lenguaje, su único hablante”. El hombre como ser hablante, según la Biblia, es el que da nombre: “todos los seres vivos llevarían el nombre que el hombre les diera”.

 El nombre devela la ley esencial del lenguaje, ésta contiene que hablar de uno mismo y hacerlo de los demás, es lo mismo. El lenguaje, y en él un ser espiritual, se expresa puramente donde habla en el nombre, en la denominación universal. En otros términos, el lenguaje se expresa puramente en el nombre, esto es, en la denominación universal. En su defecto, “sólo el ser humano tiene el lenguaje perfecto de acuerdo con la universalidad y la intensidad”. Así que, la total intensidad del lenguaje culmina en el ser espiritual absolutamente comunicable; que, a la vez, es universal. Es decir, el lenguaje perfecto se expresa en su universalidad e intensidad.

 Según Benjamín el lenguaje es el ser espiritual de las cosas y, según la teoría del lenguaje, el ser espiritual es idéntico al lingüístico. En efecto, “el ser lingüístico de las cosas es idéntico a su ser espiritual en la medida en que éste es comunicable”. De este modo, “no hay pues contenido del lenguaje; en efecto, en cuanto comunicación, el lenguaje comunica un ser espiritual, una comunicabilidad en cuanto tal”. En este orden, el lenguaje de nombres que es el del ser humano, comunica un ser espiritual, también en el lenguaje de las cosas, se comunica un ser espiritual. Así, el ser espiritual del hombre y el ser espiritual de las cosas, son seres lingüísticos.

 “La equiparación del ser espiritual con el ser lingüístico es tan relevante metafísicamente para la teoría del lenguaje porque se relaciona con la filosofía de la religión”. Por tanto, “cuanto más profundo (o más real y existente) venga a ser el espíritu, tanto más decible y dicho es”. De ahí que la relación entre espíritu y lenguaje, nos aclare que “lo más dicho es al tiempo lo puramente espiritual.

 Benjamín piensa que sólo el ser espiritual supremo, tal como aparece en la religión, que reposa puramente sobre el hombre y sobre el lenguaje que hay en él, se diferencia del lenguaje del arte, ya que reposa sobre el espíritu lingüístico cosificado. Como dijo Johann Hamann: “La lengua, madre de la razón, y de revelación, su alfa y omega”. En consecuencia, “los lenguajes propios de las cosas son imperfectos, mudos. Y es que a las cosas les está negado el principio formal lingüístico puro, a saber: el sonido”.

Pero esto no niega que las cosas tengan su magia y que se comuniquen mutuamente en una comunidad inmediata e infinita; porque también existe la magia de la materia. Ello la diferencia del lenguaje humano, que “su mágica comunidad con las cosas es una comunidad inmaterial, puramente espiritual; y el símbolo de ello es el sonido”. Este acto simbólico remite inexorablemente a lo manifestado en la Biblia, que Dios insuflo al hombre el hálito: que es al mismo tiempo vida, y espíritu, y lenguaje”.

 Preguntamos, “¿qué se desprende del texto bíblico en relación con la naturaleza del lenguaje? La Biblia expresa que el lenguaje es realidad última, inexplicable y mística, solamente accesible en su despliegue”. En la segunda historia de la Creación la Biblia expresa que el hombre fue hecho a partir de la tierra. Esta segunda historia de la Creación nos dice que el hombre no fue creado a partir de la palabra (“dijo Dios”, y sucedió). Sino que al hombre Dios le concede el don del lenguaje, con lo cual se eleva por encima de la naturaleza.

 Este acto confirma “la especial conexión establecida entre el ser humano y el lenguaje a partir del acto de creación”. Benjamín nos dice que según el Génesis el acto de la creación de la naturaleza expresa lo siguiente: “Que exista […]; Él hizo (creo); Él llamó”. Y, continúa diciendo: “En algunos actos de creación (I: 3 y 14) figura solamente ese “Que exista […]” y “Él llamó”, al comienzo y al fin de cada acto, va apareciendo cada vez más la profunda y clara relación del acto creador con el lenguaje”.  

Además, “el acto creador”, empero, “comienza de hecho con la omnipotencia creadora del lenguaje; y al final el lenguaje se anexiona lo creado, a saber, le da nombre. Así pues, el lenguaje es creador y consumador, es palabra y nombre. En Dios el nombre es creador porque es palabra, y la palabra de Dios es a su vez conocedora sin duda porque es nombre”. “Vio entonces Dios cuanto había hecho, y todo era muy bueno”, es decir, Dios lo conoció mediante el nombre”

Desde un punto epistémico, “la relación absoluta del nombre con el conocimiento tan sólo se da en Dios: tan sólo ahí el nombre es medio puro del conocimiento. Es decir, que Dios hizo las cosas como cognoscibles en sus nombres. Y el hombre por su parte les da nombre en virtud del conocimiento”.  

En este orden, “Dios no creó pues al hombre en absoluto a partir de la palabra, y además no le dio nombre. Porque no quiso subordinarlo al lenguaje, sino que desplego en él libremente el lenguaje, el mismo que a él le había servido como medio de la Creación. Dios al fin descansó cuando, en el hombre, abandonó lo creativo a sí mismo”. Entonces lo creativo separado de lo divino, se convierte en conocimiento. El hombre es el conocedor del lenguaje con el que Dios es creador: y Dios hace al hombre a su imagen y semejanza.

Ahora, ¿por qué el ser espiritual del hombre es el lenguaje? Porque su ser espiritual es el lenguaje con el que tuvo lugar la Creación. O, en otros términos, “la Creación tuvo lugar en la palabra, y el ser lingüístico de Dios es la palabra”. Es importante tener presente que, “la infinitud del lenguaje humano es siempre limitada y analítica si se compara con la infinitud absoluta, ilimitada y creadora que caracteriza a la palabra de Dios”.  

El ser espiritual del hombre es el lenguaje y el ser lingüístico de Dios es la palabra.

Según la teoría del lenguaje de Benjamín, “de todos los seres, el ser humano es el único que da nombre a sus semejantes, y también el único al que no le ha dado nombre Dios”. Según el Génesis el hombre da nombre a los seres, “pero para el hombre ninguna ayudadora fue encontrada, para que estuviera en torno a él”. Adán le da nombre a su mujer en cuanto la recibe (la llama Varona en el capítulo segundo; Eva en el tercero). 

 Así “el nombre propio es palabra de Dios en sonidos humanos. Con él se garantiza a cada persona el hecho de que ha sido creada por Dios, y, en este sentido, el nombre es sin duda creador, según lo dice la sabiduría mitológica con la idea de que el nombre ya es el destino de una persona. Así, el nombre propio es la comunidad del ser humano con la divina palabra creadora de Dios”.  

Por tanto, la comunidad del ser humano y su destino está inscrita en el nombre. También “mediante la palabra, el ser humano se encuentra conectado con lo que es el lenguaje de las cosas. Dado que la palabra humana es el nombre mismo de las cosas”. Por eso cuando se corrompe el lenguaje las cosas se falsifican y el nombre pierde su halito espiritual. No hay correspondencia entre las palabras y las cosas.

En este orden, el resquebrajamiento de los pilares del lenguaje como consecuencia de la animalidad política del siglo XX, el odio, el racismo, el populismo o el nacionalismo en la actualidad, no son indiferentes a la sensibilidad, los sentimientos, la experiencia, la reflexión, y la capacidad de asombro del hombre actual.

Por eso el alto grado de descomposición que ha alcanzado el lenguaje, no permite que en ocasiones de cuenta del tejido vivo de la existencia. Porque en el lugar del logos clásico y el verbalismo, de los contenidos de la experiencia que dan sentido a la vida, se instauró la balcanización y la animalidad política. Entonces el análisis del lenguaje develó que hay una correlación entre él y la política, la técnica y las nuevas modalidades de poder.

En la actualidad el lenguaje que da sentido y posibilita la imaginación, la concentración y la creación, se está remplazando por la imagen en movimiento, la influencia de las redes sociales en la dependencia y la polarización de la sociedad. Por eso la sociedad actual se ha vuelto una sociedad del cansancio, cansancio de la información y de la política. Este momento de dependencia y polarización, se convierte a la vez, el momento de la toma de consciencia individual y colectiva, porque el lenguaje, el pensamiento y los sentimientos, son residuos de la digitalización y de la pantalla.

Por eso el ser espiritual del hombre que se expresa en el lenguaje como ser lingüístico, está ubicado en su parte material: medios de información, redes sociales, Plataformas Digitales, Zoom o Skype, etc. No posibilitan la comunicación del espíritu lingüístico del hombre; porque responden al modelo económico de las redes sociales o de los algoritmos que clasifican los mensajes según su eficacia económica. De ahí que el espacio público que se construye en las redes, no es el reflejo de nuestras sociedades sino el de nuestras emociones.

Desde un punto de vista político en las democracias actuales no hay un debate de ideas o de opiniones sino de emociones. La práctica política no posibilita el análisis, la crítica del pensamiento y del lenguaje en la sociedad. De ahí que el espíritu lingüístico del hombre no corresponda a los contenidos espirituales de la lengua y del pensamiento. Por eso la crisis del lenguaje hay que captarla, analizarla, criticarla o reflexionarla, en su cultura. Porque el mundo y su realidad, los movimientos del pensamiento y la “forma” estética del tejido de la existencia, son formas del lenguaje.

                                      Madrid-España a 23/01/2023

 

 

 

 

 

 

 

 

 

viernes, 20 de enero de 2023

DEL VERBO DE DIOS A LA LENGUA DE LOS HOMBRES

 

                 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Ensayista.

 

El filósofo de origen judío Walter Benjamín, escribe un ensayo que nomina Sobre el lenguaje en cuanto tal y sobre la lengua del hombre (1916). Donde trata el origen divino del lenguaje, la importancia del nombre, la lengua adánica y posadánica del hombre, la pluralidad de las lenguas y el anhelo de la lengua pura de Dios, en la traducción. La lengua del hombre que nomina a las cosas, a los seres del mundo; y ésta como aquella que se comunica a sí misma en su esencia lingüística. Y la lengua como medio, donde las palabras son convenciones socio-históricas-culturales espontáneos, signos arbitrarios que los hombres asignan a las cosas o a los objetos.

Benjamín dijo, que, El Génesis, pone en evidencia la relación del acto de creación de la lengua. La creación del mundo por Dios acontece en el verbo. Las cosas son creadas por el verbo de Dios. Así la lengua es la creadora y realiza, es el verbo y el nombre. La lengua pura y omnipotente de Dios se encarna y convierte en realidad lo que Dios nombra.

Así el nombre que Dios da a los seres es creador porque es verbo, éste es conocimiento porque es nombre. Dios hace que conozcamos las cosas en virtud del nombre. Sólo en Dios el nombre es idéntico al verbo creador y por medio de ello conocimiento. Además, sólo en Dios se da la relación absoluta entre el nombre y el conocimiento.

Benjamín advierte que Dios, no ha creado al hombre mediante el verbo ni tampoco lo ha nombrado, sólo “ha dejado surgir libremente la lengua” en él; no es otra mediante la cual ha ejercido su acción creadora. La lengua es un presente que Dios dona al hombre y lo eleva sobre todas las cosas. Dios ha otorgado al hombre su propia fuerza creadora, y ha posibilitado a éste la lengua con la que creo el mundo y su realidad, los seres animados e inanimados.

En su teoría del lenguaje, Benjamín se aparta de la concepción burguesa de la lengua, en la cual las palabras son convenciones socio-históricas-culturales espontáneos, signos arbitrarios que los hombres asignan a las cosas o a los objetos.

Así que, el hombre puede dar nombre a los diversos seres con palabras que encierran el conocimiento inmediato y concreto de ellos, mientras vive en el Edén, en el estado paradisiaco se halla en total comunidad y comunicación con las cosas. En este estado, todo lo que el hombre oye, ve o toca, todo aquello con lo que está en contacto es palabra viviente, palabra emanada de Dios, porque Dios es también palabra.

De esta manera si el hombre adánico está en contacto con la palabra divina creadora de todas las cosas y de ello tiene el conocimiento directo de ellas, así la lengua paradisiaca es conocedora. El conocimiento del verbo con el cual las cosas han sido creadas le posibilita al hombre primigenio darles un nombre, aquel que nombra y expresa el auténtico ser de las mismas, por eso el nombre que el hombre da a las cosas depende las formas en que las cosas se comunican con él.

Así que, el nombre es la resonancia en el hombre de lo que existe o vive, es el eco audible de las cosas en el ser del hombre. De ahí que, la palabra humana tenga un aspecto receptivo, que capta en mayor o menor medida la lengua de los seres a través de la cual “se irradia, sin sonido y en la muda magia de la naturaleza, la palabra divina”.

Por tanto, una vez que el hombre sale del estado edénico, donde habla una sola lengua, aparecen una pluralidad de lenguajes, los cuales diversifican el conocimiento originario, que posibilita una pluralidad de traducciones. Así el hombre posadánico abandona la contemplación de las cosas, se aparta de la íntima comunión con ellas que le posibilitaba escuchar su lenguaje sin palabras –como residuos del verbo de Dios.

Este acto humano que posibilita el cisma edénico con el verbo de Dios, permite surgir la lengua como palabra humana, diferente y distante de la lengua nominal que el hombre hablaba en el Paraíso. Este lenguaje de la “caída” actúa sólo como medio, como signo, que no expresa el nombre originario de los seres; el hombre que se ha apartado de Dios, que desobedeció su mandato y, se dejó seducir por la serpiente para conocer lo que es el bien y el mal, un conocimiento que no tiene nombre y es pura “cháchara”, pura “charla”.

           “El bien y el mal son […] como innominables, sin nombre, fuera de la lengua nominal, que el hombre abandona”, al decir de Benjamín.

El pecado original, según Benjamín, consiste en el acto de nacimiento de la palabra humana, la palabra de la abstracción y el juicio, que ocurre por el conocimiento del bien y del mal. Pero este conocimiento carece de valor y de existencia, ya que acarrea la ruina de la dicha del espíritu lingüístico originario y se expresa en una lengua exterior a él, como imitación del verbo creador, de la lengua pura de Dios.

La palabra posadánica, que se refiere a la inmediatez de lo concreto que habita en el nombre, “cae en el abismo de la mediatización de toda comunicación […] en el abismo de la charla”, se convierte en palabra vacía, y se manifiesta como palabra juzgadora, que da lugar a que el primer hombre sea expulsado del paraíso.

Aquí empieza el errar del hombre por el mundo y el “cisma” de la pluralidad de las lenguas y la añoranza de la lengua divina en la traducción. La pérdida de la capacidad creadora de la lengua humana es correlativa a la abstracción y al juicio, también a la lengua como “medio” y a la charla vana. En este contexto, el pensamiento o la palabra del hombre obtienen el poder creador de realidad como imitación pálida de la creación del verbo de Dios, que es conocimiento.

                                              Madrid-España a20/01/2023

 

 

 

 

                               

 

 

 

 

 

 

 

 

viernes, 13 de enero de 2023

EL PENSAR FUTURO EN LA ÉPOCA DE LA TÉCNICA

 

 

                                                                      A mi amigo el pintor:

                                                                   Juan Francisco Fermín. 

 “La cultura, como el amor, no posee la capacidad de exigir –observa Rob Riemen-. No ofrece garantías. Y, sin embargo, la única oportunidad para conquistar y proteger nuestra dignidad humana nos la ofrece la cultura, la educación liberal”.

                                          Nuccio Ordine: “La utilidad de lo inútil”.                                         

 Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Ensayista.               

 

Ernst Jünger pensó que la magnitud de las masas informes pasa de ser una dimensión moral y política a un mero objeto, número o cosa. La sociedad de masas y la cultura de masas, representan en la consciencia del ser humano las relaciones inconexas de la Gran Ciudad, también la segunda consciencia en la que el hombre se percibe como objeto. Así que, la cultura del artificio está posibilitando la conformación de la objetivación de la persona individual y de sus articulaciones. En este espacio la zona de la sentimentalidad, el sentimiento de cercanía, del valor no simbólico, fundado en sí mismo, se desvanece y a cambio el movimiento de las unidades vivientes es dirigido a gran distancia. (Ernst Jünger).

Una única maniobra en el cuadro que los dirige conecta las articulaciones de la vida moderna –una red dotada de amplias ramificaciones y de múltiples venas– a la corriente de los lenguajes digitales. La Gran ciudad es el ámbito donde prevalecen las relaciones inconexas de las sociedades de masas, el lujo, el dinero y el poder. Además, la objetividad de las articulaciones posibilita que el hombre responda a los requerimientos del Gran Poder. Estas ramificaciones y múltiples venas se entrelazan con el orden técnico en sí, con ese gran espejo donde se revela con máxima claridad la objetivación de nuestra vida y que se halla impermeabilizado de manera especial contra el acoso del dolor. La técnica es nuestro uniforme. (Jünger).

Desde esta perspectiva podemos percibir como el “carácter de confort de la técnica” se entrelaza con “un carácter instrumental de poder”. Es decir, de dominio, de control, de coacción, de vigilancia, de dolor y de miedo. Un carácter que porta en sí, el rostro de la barbarie y de la muerte. La técnica y la razón se convierten en algo cruel. En esta época el poder no solo se relaciona con el saber, sino también con la técnica y la muerte.

Por tanto, en el espacio y el tiempo donde prevalece la racionalidad, la técnica y el poder, “hay quien se enfrenta a lo místico –y al misterio—sobre la base de la racionalidad. Su racionalidad es cuestionable –dijo Imre Kertész. Pero ¿qué es lo místico? Se pregunta el escritor. La totalidad universal que no es abarcable con el lenguaje, el gran curso inamovible detrás de los fenómenos, el gran acontecimiento oculto en las honduras de los acontecimientos, tal vez nuestra propia vida en sí, de la cual estamos excluidos debido al individuo y la racionalidad.

Una de las formas más desalentadoras de la racionalidad: la racionalidad histórica, la que limita y se limita a la historia. La mera razón, la árida llanura de lo “objetivo”; y la mera razón nunca es, en el fondo, razón, sino más bien defensa, síntoma de la incapacidad de emprender la aventura espiritual, rechazo. La –mera- racionalidad es carácter, como lo es la irracionalidad, la erotomanía o la cesaromanía. (Kertész)

La aventura del espíritu no afluye a quienes permanecen inmersos en los espejismos de la razón, del dinero, del poder o, de la técnica. La crueldad de la razón se percibe en la cotidianidad del mundo actual: la práctica política, la economía, la ciencia o, los instrumentos técnicos para la guerra. La razón adolece de pulcritud espiritual; de ahí que sus hijos son pobres de espíritu. Porque no se hallan a la altura del poder que afluye a ellos. Son incapaz de penetrar en la profunda noche, en “la noche del mundo inconsciente de las pulsiones”, donde “Freud introdujo audazmente la mirada” (en palabras de Thomas Mann). Así que, el espíritu afluye al creador y como “el poema establece marcas que no son alcanzadas en la vida. Semejantes a la capa de ozono, los misterios otorgan a la vida protección contra un ardor demasiado vivo. La visión directa de la belleza despojaría de lenguaje al espíritu, amenazaría con la muerte al cuerpo” (dijo Jünger).

Es algo evidente en la actualidad que somos pobres de espíritu e incapaz de crear grandes obras como Thomas Mann, Goethe, Milton, Tolstoi, Cervantes, García Márquez; que son espejos para que el hombre y la humanidad se miren y se conozcan a sí mismos. Observamos en el presente-ahora que el ethos de la técnica (su forma común de vida, su costumbre, su conducta), se entrelaza al espíritu de la crueldad y de la barbarie. Esto se expresa en las armas para la guerra. También en las Plataformas Digitales, Internet, redes sociales o, los medios de comunicación de masas. Pero todavía somos capaces de ver las pérdidas; aún sentimos la aniquilación del valor, la superficialización y la simplificación del mundo. (Jünger).

Aunque la zona donde se ubica la sentimentalidad esté siendo atacada por el mundo heroico o cultual, el dinero bancario o el poder político, los valores que dieron forma y sentido a la Época Moderna y, a la cultura occidental, todavía están vivos. Observamos en las Grandes ciudades como se defienden los valores de la Ilustración –el “estatus” de la persona individual, el “sujeto”, los derechos fundamentales, la justicia social, la libertad individual, de hablar, de escribir, de pensar, la democracia, etc. Somos conscientes que devienen valoraciones nuevas, pero no impiden que bebamos del pozo de los pensadores, del arte o la poesía. Eso que nos posibilita dignificar la vida humana.

Observamos como las generaciones nuevas son hijos e hijas de la cultura del artificio. Donde la revolución de los medios de información, la informática, las redes sociales, Internet, hacen que sean nativos del mundo digitalizado. Pero no hay que olvidar que, el ser humano tiene un resto misterioso y divino, que la técnica es incapaz de disolver. Humberto Eco afirmó que, “toda tentativa de averiguar el sentido último conduce al absurdo y le arrebata su misterio al mundo”.

El desarrollo de los procesos científicos y la técnica, sólo se sitúan en la fina capa que los cubre. La fuente del destino que administra Mímir, está cerrada para el mundo técnico y el colectivo técnico. Aunque se crea que se está evaporando la substancia de la Edad Moderna, es decir, la edad copernicana, por el primado de la civilización del artificio, sus valores hay que buscarlos incluso por debajo de la moral y la política.

¿Somos parte del mundo que profetizó Nietzsche, sólo como voluntad de poder y nada más? Este mundo es la voluntad de poder - ¡y nada más! Y también ustedes mismos son esa voluntad de poder - ¡nada más!

En Carta sobre el <<Humanismo>>, Heidegger afirma: el ser está pensado como realidad absoluta; y comprendido como voluntad incondicionada que se quiere a sí misma. Y dice que en la voluntad se esconde también el ser como voluntad de poder. (Heidegger). Que la voluntad contiene tres esferas la del saber, la del amor y el querer. En esas esferas se devela el Ser, el pensar y el lenguaje. También los elementos que componen la condición humana: la vida, la natalidad, la mortalidad, la mundanidad, la pluralidad y la Tierra. (Hannah Arendt).

Es interesante observar que la subjetivación del valorar se objetiva en el Estado técnico absoluto, y lo valorado sólo es admitido como mero objeto del Estado, del poder, la ideología y la política. Porque en el Estado totalitario todo se politiza. Heidegger piensa que, aquello que es algo en su ser (su esencia), no se agota en su carácter de objeto y mucho menos cuando esa objetividad tiene carácter de valor. Para Heidegger, lo que es en su esencia, se piensa desde la verdad del Ser. Aun lo ente no es su ser, porque la objetivación del valor no lo permite en su quehacer.

Se trata de pensar el humanismo no desde la objetivación de la subjetividad o de las cosas, sino en el claro del Ser cuando se refiere a sí mismo. Heidegger omite la acción –es decir, la pluralidad, la política, las relaciones sociales, la tolerancia, la diversidad entre los hombres y mujeres y, el nacimiento de los seres humanos- y, así prioriza la vecindad, la escucha y el silencio del habitar en la proximidad del Ser.

La necesidad de objetivar el mundo y su realidad y, también la vida humana, proviene de la voluntad de poder. Del querer como voluntad de dominio, de coacción o de negación. Se trata de arrebatar al Estado técnico absoluto, al poder, la ideología y la política, la individualidad diluida en la Historia. Mediante la libertad que le es propicia, despertar la capacidad de asombro, la imaginación y someter al mundo que lo tiene sometido. La objetivación limita, determina el libre albedrío y la autonomía de la voluntad, en nombre de la disciplina o la homogenización. En este mundo hasta el lenguaje se objetiva y se vacía de sus contenidos espirituales.

Así que, la tarea del intelectual y del creador, aquí-ahora, consiste, en demoler con la reflexión, la imaginación y la creación, la superficie objetiva, metálica, de la voluntad de poder y de saber. Kertész corrobora lo dicho desde el umbral de la pseudocultura y la enfermedad intelectual: “La enfermedad intelectual de la época es el objetivismo, algo así como una pseudoobjetividad. La pseudocultura no se adquiere: se nace pseudoculto. Podríamos decir que la pseudocultura es una cuestión de inteligencia o, mejor dicho, de falta de inteligencia”. (Kertész).

Se trata de quitarles el vestido para que develen su esencia y el sujeto (el intelectual o el creador) vuelvan a ocupar el lugar del que fueron expulsados. Abraham Flexner: “El mundo ha sido siempre un lugar triste y confuso”; y, por otra parte, el mecanismo es tan complejo y perfecto como a la vez cuestionable: “convierte a los hombres en esclavos. Y los esclavos son imprevisibles, alevosos y proclives a la violencia. Resulta imposible calcular cuándo estallarán estas características” (Kertész).

Aquí se desvela lo que oculta el Estado técnico absoluto y el Gran Poder: el sentido “oculto” del capital financiero nacional e internacional, de las empresas y las fábricas transnacionales, los grupos de inversión, los lenguajes digitales, de la industria cultural, la industria militar, de la religión, los mitos, las narraciones, los discursos, que los legitiman ante los ciudadanos. Que en su quehacer posibilita la “estabilidad” del Sistema; pero a la vez el dominio y el control sobre el hombre y las humanidades históricas.

Se trata que el pensar futuro no sólo guie a los hombres a la proximidad del Ser, sino también que sus reflexiones posibiliten la libertad, la seguridad de las personas, la pluralidad y la autonomía de la voluntad. Que lo importante no se encuentra sólo en la tecnología y lo científico, la estadística y la numerificación, sino también en el tejido del Ser o, el devenir de la historia.

Que el pensar futuro posibilite en su cultura, la capacidad de pensar, de juicio y de acción de los individuos y colectivos. Que contribuya a la inclusión del individuo y los colectivos sociales, en la vida mental, espiritual, política o moral de la sociedad. Eso que se define como condición humana: la libertad, la dignidad del hombre, la justicia, los valores morales, la ética y la estética del ser humano.

 

                                                  Madrid-España a 13/01/2023