Antonio
Mercado Flórez. Filósofo y Ensayista.
Walter
Benjamín se pregunta en Sobre el lenguaje
en cuanto tal y sobre la lengua del hombre,
¿Qué se considera lenguaje? A “toda
expresión que sea una comunicación de contenidos espirituales”. La lengua, en
particular, “es la expresión inmediata de todo cuanto en ella se nos comunica”.
El ser espiritual es lo que las cosas comunican, es decir, sus contenidos
espirituales. “Esto nos deja claro que el ser espiritual que se comunica en el
lenguaje no es el lenguaje mismo, sino algo a distinguir respecto de él […] La
idea de que el ser espiritual de una cosa consiste en su lenguaje es el gran
abismo en el que toda teoría del lenguaje amenaza caer, y la tarea de la teoría
del lenguaje consiste en mantenerse sobre él suspendida”.
Para
Benjamín la “distinción entre el ser espiritual y el ser lingüístico a través
del cual aquel se comunica es la distinción primordial en una teoría del
lenguaje”. Entonces, ¿qué comunica
el ser espiritual? Contenidos espirituales; o, en otros términos, la lengua
espiritual que le corresponde. Lo crucial es saber que este ser espiritual se
comunica sin duda en el lenguaje y no
mediante el lenguaje”. O, en otras palabras, el ser
espiritual se comunica en la esencia
del lenguaje y no mediante el
lenguaje.
A todo ser
espiritual le es inherente su
lenguaje, no es algo exterior a él.
“Que el ser espiritual se comunique en una lengua y no mediante la lengua,
visto desde el exterior el ser espiritual no es igual al ser lingüístico. El
ser espiritual es tan solo idéntico al lingüístico, en la medida que es comunicable. Lo que en un ser espiritual es
comunicable es su ser lingüístico”. El ser espiritual está contenido en el
lingüístico, por eso es comunicable.
Ahora bien,
“el lenguaje comunica el ser lingüístico propio de cada cosa, mientras que su
ser espiritual solo lo comunica en la medida en que está inmediatamente
contenido en el ser lingüístico”. Así que el ser espiritual comunica sus
contenidos espirituales, porque hace parte del ser lingüístico.
Por tanto,
“el lenguaje comunica el ser lingüístico de las cosas”. Ahora, “¿qué comunica
el lenguaje? “Cada lenguaje se comunica a sí mismo”. El lenguaje de la justicia, la poesía, la arquitectura, la
pintura, se comunica a sí mismo. Porque es algo inherente y no exterior a él.
Ahora bien, “el ser lingüístico de las
cosas es su lenguaje”. Esto quiere decir que, “lo que es comunicable en un
ser espiritual es su lenguaje. El
lenguaje de un ser espiritual es inmediatamente lo que en él es comunicable.
Todo lenguaje se comunica a sí mismo”. Además, “todo lenguaje se comunica en sí mismo”, porque “dado que él es, el
medio de la comunicación”.
De este
modo, “lo medial, que es la inmediatez de toda comunicación espiritual, es el
problema fundamental de la teoría del lenguaje”. Lo medial significa
inmediatamente de toda comunicación espiritual. Entonces, “el problema
primigenio del lenguaje es su magia”. Y esto “remite a otra cosa: a su
infinitud”. Y es que, “mediante el lenguaje no se comunica nada”, entonces “lo
que se comunica en el lenguaje no puede ser medido o limitado a partir de
fuera, por lo que todo lenguaje posee su única e inconmensurable infinitud”.
El problema fundamental del lenguaje es su magia, es decir, su
infinitud.
Ahora bien, “el
ser lingüístico del hombre es su lenguaje”. Así “el hombre comunica su propio
ser espiritual, y lo comunica en su lenguaje. Pero el hombre habla en
palabras”. Entonces, ¿cómo comunica el hombre su ser espiritual? “Al darle nombre a las cosas”. Es en el
nombre donde el hombre derrama su espíritu y le impregna de su hálito. El
lenguaje humano es un lenguaje denominador: dador de nombre.
El ser lingüístico del hombre consiste en que éste da nombre a las cosas.
Pues bien,
“¿para qué da nombre el hombre? ¿a quién se comunica el ser humano? ¿a quién se
comunican la lámpara, la montaña, o el zorro?”. Por supuesto, “al ser humano”. “El
hombre, en efecto, les da nombre, él
se comunica al darles nombre”. El ser
lingüístico del hombre se comunica con la naturaleza animada e inanimada, al
nombrarlas.
Benjamín se
pregunta, ¿a quién se comunica? El hombre se comunica a otro hombre; y “el ser
humano comunica una cosa a otras personas” mediante la palabra. Esta según
Benjamín es la concepción burguesa del lenguaje. “De acuerdo con ella, el
instrumento de la comunicación es la palabra; su objeto es la cosa; su
destinatario es un ser humano”. En la otra concepción del lenguaje, no se
conoce instrumento, objeto, ni destinatario.
En el nombre el ser espiritual del ser humano se comunica a Dios”.
Para
Benjamín “el nombre es la esencia más interior del lenguaje. El nombre es
aquello mediante lo cual nada más se
comunica, y en lo cual el lenguaje
absolutamente se comunica a sí mismo. El ser espiritual que se comunica en el
nombre es pues el lenguaje”. El lenguaje se comunica a sí mismo en
el nombre; con el lenguaje que nombra, el ser espiritual del hombre se comunica
a Dios. El nombre es la impronta de Dios a través del ser espiritual del
hombre.
Por tanto,
“el nombre, en cuanto patrimonio del lenguaje humano, garantiza que el lenguaje en cuanto tal es el ser
espiritual del hombre”. Aquí se produce el punto de inflexión del lenguaje
humano respecto al lenguaje de las cosas. Esto aclara que el hombre no se
comunica mediante el lenguaje, sino en el lenguaje. O, en otros términos,
inmediatamente o infinitamente en el lenguaje.
Así el
nombre garantiza que el lenguaje, el ser espiritual del hombre se comunique a
sí mismo. Por tanto, de los seres espirituales no todos se comunican
completamente, solo lo puede hacer el hombre. Porque el ser espiritual de las
cosas es incompleto, ya que le falta la “voz”. De ahí que, si el ser espiritual
del hombre es el lenguaje, no se puede comunicar mediante algo exterior a él,
sino en la naturaleza que lo constituye; y esta no es otra, que el ser
espiritual que es lenguaje.
Benjamín
dice al respecto: “El núcleo de esta totalidad intensiva del lenguaje, en tanto
que ser espiritual del hombre, es justamente el nombre. El hombre es el que da
nombre; esto nos permite comprender que desde él habla el lenguaje puro”. Si toda la naturaleza se comunica en
el lenguaje, “el hombre” se convierte en “el señor de la naturaleza, y por eso
puede dar nombre a las cosas”. Empero, el hombre conoce las cosas, lo que éstas
son, en el nombre. El ser lingüístico de las cosas, las conoce el hombre, en el
nombre.
Así pues,
“la Creación de Dios queda completa al recibir las cosas su nombre del hombre,
desde el cual, en el nombre sólo habla el lenguaje”. El nombre entonces es el
“lenguaje del lenguaje”, y “en este sentido el ser humano habla en el nombre,
es también el habla del lenguaje, su único hablante”. El hombre como ser
hablante, según la Biblia, es el que da nombre: “todos los seres vivos llevarían el nombre que el hombre les
diera”.
El nombre
devela la ley esencial del lenguaje, ésta contiene que hablar de uno mismo y
hacerlo de los demás, es lo mismo. El lenguaje, y en él un ser espiritual, se
expresa puramente donde habla en el nombre, en la denominación universal. En
otros términos, el lenguaje se expresa puramente en el nombre, esto es, en la
denominación universal. En su defecto, “sólo
el ser humano tiene el lenguaje perfecto de acuerdo con la universalidad y la
intensidad”. Así que, la total intensidad del lenguaje
culmina en el ser espiritual absolutamente comunicable; que, a la vez, es
universal. Es decir, el lenguaje perfecto se expresa en su universalidad e
intensidad.
Según
Benjamín el lenguaje es el ser espiritual de las cosas y, según la teoría del
lenguaje, el ser espiritual es idéntico al lingüístico. En efecto, “el ser
lingüístico de las cosas es idéntico a su ser espiritual en la medida en que
éste es comunicable”. De este modo, “no
hay pues contenido del lenguaje; en efecto, en cuanto comunicación, el lenguaje
comunica un ser espiritual, una comunicabilidad en cuanto tal”. En este
orden, el lenguaje de nombres que es el del ser humano, comunica un ser
espiritual, también en el lenguaje de las cosas, se comunica un ser espiritual.
Así, el ser espiritual del hombre y el ser espiritual de las cosas, son seres
lingüísticos.
“La equiparación
del ser espiritual con el ser lingüístico es tan relevante metafísicamente para
la teoría del lenguaje porque se relaciona con la filosofía de la religión”.
Por tanto, “cuanto más profundo (o más real y existente) venga a ser el espíritu,
tanto más decible y dicho es”. De ahí que la relación entre espíritu y
lenguaje, nos aclare que “lo más dicho es al tiempo lo puramente espiritual.
Benjamín
piensa que sólo el ser espiritual supremo, tal como aparece en la religión, que
reposa puramente sobre el hombre y sobre el lenguaje que hay en él, se
diferencia del lenguaje del arte, ya que reposa sobre el espíritu lingüístico
cosificado. Como dijo Johann Hamann: “La
lengua, madre de la razón, y de revelación, su alfa y omega”. En consecuencia,
“los lenguajes propios de las cosas son imperfectos, mudos. Y es que a las
cosas les está negado el principio formal lingüístico puro, a saber: el
sonido”.
Pero esto no
niega que las cosas tengan su magia y que se comuniquen mutuamente en una
comunidad inmediata e infinita; porque también existe la magia de la materia.
Ello la diferencia del lenguaje humano, que “su mágica comunidad con las cosas
es una comunidad inmaterial, puramente espiritual; y el símbolo de ello es el
sonido”. Este acto simbólico remite inexorablemente a lo manifestado en la
Biblia, que Dios insuflo al hombre el hálito: que es al mismo tiempo vida, y
espíritu, y lenguaje”.
Preguntamos,
“¿qué se desprende del texto bíblico en relación con la naturaleza del
lenguaje? La Biblia expresa que el lenguaje es realidad última, inexplicable y
mística, solamente accesible en su despliegue”. En la segunda historia de la
Creación la Biblia expresa que el hombre fue hecho a partir de la tierra. Esta
segunda historia de la Creación nos dice que el hombre no fue creado a partir
de la palabra (“dijo Dios”, y sucedió). Sino que al hombre Dios le concede el don del lenguaje, con lo cual se eleva
por encima de la naturaleza.
Este acto
confirma “la especial conexión establecida entre el ser humano y el lenguaje a
partir del acto de creación”. Benjamín
nos dice que según el Génesis el acto de la creación de la naturaleza expresa
lo siguiente: “Que exista […]; Él hizo (creo); Él llamó”. Y, continúa diciendo:
“En algunos actos de creación (I: 3 y 14) figura solamente ese “Que exista […]”
y “Él llamó”, al comienzo y al fin de cada acto, va apareciendo cada vez más la
profunda y clara relación del acto creador con el lenguaje”.
Además, “el
acto creador”, empero, “comienza de hecho con la omnipotencia creadora del
lenguaje; y al final el lenguaje se anexiona lo creado, a saber, le da nombre.
Así pues, el lenguaje es creador y consumador, es palabra y nombre. En Dios el
nombre es creador porque es palabra, y la palabra de Dios es a su vez conocedora
sin duda porque es nombre”. “Vio entonces Dios cuanto había hecho, y todo era
muy bueno”, es decir, Dios lo conoció mediante el nombre”
Desde un
punto epistémico, “la relación absoluta del nombre con el conocimiento tan sólo
se da en Dios: tan sólo ahí el nombre es medio puro del conocimiento. Es decir,
que Dios hizo las cosas como cognoscibles en sus nombres. Y el hombre por su
parte les da nombre en virtud del conocimiento”.
En este
orden, “Dios no creó pues al hombre en absoluto a partir de la palabra, y
además no le dio nombre. Porque no quiso subordinarlo al lenguaje, sino que
desplego en él libremente el lenguaje, el mismo que a él le había servido como
medio de la Creación. Dios al fin descansó cuando, en el hombre, abandonó lo
creativo a sí mismo”. Entonces lo creativo separado de lo divino, se convierte
en conocimiento. El hombre es el conocedor del lenguaje con el que Dios es
creador: y Dios hace al hombre a su imagen y semejanza.
Ahora, ¿por
qué el ser espiritual del hombre es el lenguaje? Porque su ser espiritual es el
lenguaje con el que tuvo lugar la Creación. O, en otros términos, “la Creación
tuvo lugar en la palabra, y el ser lingüístico de Dios es la palabra”. Es
importante tener presente que, “la infinitud del lenguaje humano es siempre
limitada y analítica si se compara con la infinitud absoluta, ilimitada y creadora
que caracteriza a la palabra de Dios”.
El ser espiritual del hombre es el lenguaje y el ser lingüístico de Dios
es la palabra.
Según la
teoría del lenguaje de Benjamín, “de todos los seres, el ser humano es el único
que da nombre a sus semejantes, y también el único al que no le ha dado nombre
Dios”. Según el Génesis el hombre da
nombre a los seres, “pero para el hombre ninguna ayudadora fue encontrada, para
que estuviera en torno a él”. Adán le da nombre a su mujer en cuanto la recibe
(la llama Varona en el capítulo
segundo; Eva en el tercero).
Así “el
nombre propio es palabra de Dios en sonidos humanos. Con él se garantiza a cada
persona el hecho de que ha sido creada por Dios, y, en este sentido, el nombre
es sin duda creador, según lo dice la sabiduría mitológica con la idea de que
el nombre ya es el destino de una persona. Así, el nombre propio es la
comunidad del ser humano con la divina palabra creadora de Dios”.
Por tanto,
la comunidad del ser humano y su destino está inscrita en el nombre. También
“mediante la palabra, el ser humano se encuentra conectado con lo que es el
lenguaje de las cosas. Dado que la palabra humana es el nombre mismo de las
cosas”. Por eso cuando se corrompe el lenguaje las cosas se falsifican y el
nombre pierde su halito espiritual. No hay correspondencia entre las palabras y
las cosas.
En este
orden, el resquebrajamiento de los pilares del lenguaje como consecuencia de la
animalidad política del siglo XX, el odio, el racismo, el populismo o el
nacionalismo en la actualidad, no son indiferentes a la sensibilidad, los
sentimientos, la experiencia, la reflexión, y la capacidad de asombro del
hombre actual.
Por eso el
alto grado de descomposición que ha alcanzado el lenguaje, no permite que en ocasiones
de cuenta del tejido vivo de la existencia. Porque en el lugar del logos clásico y el verbalismo, de los
contenidos de la experiencia que dan sentido a la vida, se instauró la balcanización
y la animalidad política. Entonces el análisis del lenguaje develó que hay una correlación
entre él y la política, la técnica y las nuevas modalidades de poder.
En la
actualidad el lenguaje que da sentido y posibilita la imaginación, la
concentración y la creación, se está remplazando por la imagen en movimiento,
la influencia de las redes sociales en la dependencia y la polarización de la
sociedad. Por eso la sociedad actual se ha vuelto una sociedad del cansancio,
cansancio de la información y de la política. Este momento de dependencia y polarización,
se convierte a la vez, el momento de la toma de consciencia individual y
colectiva, porque el lenguaje, el pensamiento y los sentimientos, son residuos
de la digitalización y de la pantalla.
Por eso el
ser espiritual del hombre que se expresa en el lenguaje como ser lingüístico, está
ubicado en su parte material: medios de información, redes sociales,
Plataformas Digitales, Zoom o Skype, etc. No posibilitan la comunicación del espíritu
lingüístico del hombre; porque responden al modelo económico de las redes
sociales o de los algoritmos que clasifican los mensajes según su eficacia económica.
De ahí que el espacio público que se construye en las redes, no es el reflejo
de nuestras sociedades sino el de nuestras emociones.
Desde un punto
de vista político en las democracias actuales no hay un debate de ideas o de
opiniones sino de emociones. La práctica política no posibilita el análisis, la
crítica del pensamiento y del lenguaje en la sociedad. De ahí que el espíritu lingüístico
del hombre no corresponda a los contenidos espirituales de la lengua y del
pensamiento. Por eso la crisis del lenguaje hay que captarla, analizarla,
criticarla o reflexionarla, en su cultura. Porque el mundo y su realidad, los
movimientos del pensamiento y la “forma” estética del tejido de la existencia,
son formas del lenguaje.
Madrid-España a 23/01/2023