sábado, 24 de junio de 2017

FRAGMENTOS SOBRE LA VIDA, LA FELICIDAD Y LA MUERTE.

             
            






Antonio Mercado Flórez.



Desde la antigüedad hebraico-clásica la bendición de la vida como un todo, inherente a la labor, jamás se encuentra en el trabajo. La bendición de la labor consiste en que el esfuerzo y la gratificación se siguen de cerca como la producción y consumo de los medios de subsistencia. Así, la felicidad terrena incide en que el ser humano pueda laborar y tenga lo necesario para la subsistencia y la reproducción. Por eso el derecho a la búsqueda de la felicidad es tan innegable como el derecho a la vida; incluso son idénticos.

Lo sorprendente de esta reflexión es que nos muestra que el derecho a la vida y la felicidad, nada tienen que ver con la fortuna. Nada tiene en común la <<buena fortuna>>, que es rara, azarosa y fortuita, con lo que permanece en el interior del hombre; en la cripta, el seno del espíritu, el pensamiento y el lenguaje. De ahí que la fortuna dependa de la suerte y de lo que la oportunidad da y quita; aunque la mayoría de las personas, en la <<búsqueda de la felicidad>>, corren tras la fortuna que igualan a la acumulación de riquezas, de propiedades, al consumo masivo, a lo que se denomina <<cultura del espectáculo>>: […]. Y, lo paradójico consiste, en que, esas personas que corren tras la fortuna como posesos, se sienten desventuradas incluso cuando la encuentran. Porque la felicidad no se encuentra en el <<tener>>, el <<poseer>>, ni el <<consumir>>, sino en Ser; esto es, en el interior de todos y cada uno de nosotros.

De ahí que las personas que priorizan lo material sobre lo espiritual, desean conservar y disfrutar la suerte como si se tratara de una abundancia inagotable de <<buenas cosas>>. Y están equivocadas, porque lo que permanece son las corrientes espirituales que crean y dan forma al mundo. El hombre de la civilización actual, el hombre del movimiento y de los fenómenos históricos, ha de tomar sus preceptos, sus criterios, de la esencia inmóvil y sobretemporal, la cual se pone de manifiesto y se modifica en la historia. Y cuando esto acontece, se pone en relación con lo absoluto, la totalidad, y en ello experimenta un sentimiento de dicha.

Como expresa Hannah Arendt, en <<La condición humana>>: <<No hay felicidad duradera al margen del prescrito ciclo de penoso agotamiento y placentera regeneración, y cualquier cosa que desequilibre este ciclo  -la pobreza y la desgracia en la que el agotamiento va seguido por la desdicha en lugar de la regeneración, o las grandes riquezas y una vida sin esfuerzo alguno desde el aburrimiento ocupa el sitio del agotamiento y donde los molinos de la necesidad, del consumo y de la digestión, muelen despiadada e inútilmente hasta la muerte un imponente cuerpo humano –destruye la elemental felicidad de estar vivo>>.

El derecho a la vida instituido como un precepto universal del ser humano, corresponde a la búsqueda de la felicidad y la libertad. Montesquieu dijo en <<Sobre el espíritu de las leyes>>: <<La libertad consiste principalmente en no poder ser forzado a hacer una cosa que la ley no ordena; y nos encontramos en esta situación porque somos gobernados por leyes civiles; así pues, somos libres porque vivimos bajo leyes civiles […] La libertad de cada ciudadano es parte de la libertad pública>>. Un hombre sólo puede ser feliz cuando es libre y justo; la corrupción del hombre y de los gobiernos empieza siempre por la de los principios. Así pues, un gobierno corrupto y autoritario, no garantiza la libertad y ni la felicidad a los ciudadanos, sino el dolor, el sufrimiento y la injusticia.

Prosigue Arendt: <<La <<bendición o júbilo>> de la labor es el modo humano de experimentar la pura gloria de estar vivo que compartimos con todas las criaturas vivientes, e incluso es el único modo que los hombres permanezcan y giren contentamente en el prescrito ciclo de la naturaleza, afanándose y descansando, laborando y consumiendo, con la misma regularidad feliz y sin propósito que se siguen el día y la noche, la vida y la muerte>>. Por eso, la recompensa a la fatiga y la molestia que deja el laborar, es una porción de la naturaleza en el futuro de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos.

Esta reflexión sobre la vida, la labor, la felicidad o la muerte,  fue expuesta por los hebreos en el Antiguo Testamento: <<El Antiguo Testamento, que, a diferencia de la antigüedad clásica, sostiene que la vida es sagrada y, por lo tanto, ni la muerte ni la labor son un mal (y menos aún un argumento contra la vida), muestra en la historia de los patriarcas la despreocupación de éstos por la muerte, su no necesidad de inmortalidad individual y terrena, ni de seguridad en la eternidad de su alma, y cómo la muerte les llegaba bajo el familiar aspecto de sereno, nocturno y tranquilo descanso a una <<edad avanzada y cargada de años.  

>>Sigue siendo verdad que los dioses deparan una muerte temprana a sus favoritos, y los libran en recompensa de la vejez, no permiten que mueran <<viejos y artos de la vida>> […] La muerte sigue siendo lo que era en la juventud: una separación decisiva. Los favoritos de los dioses no crecen hacia ella como los patriarcas judíos, hasta que cuelga sobre su boca como los frutos maduros de la higuera bajo la cual están sentados esperando. Mientras viven están inmersos en proyectos vitales, son los únicos a los que sólo separa la muerte, no el peso de la vida vivida.

>>Es muy engañosa la contraposición usual entre muerte y vida, en la que la muerte se identifica en cierto modo con la naturaleza inorgánica. Lo inorgánico, las piedras, las montañas y los mares, no son ni muertos ni vivos; como enteramente terrestres, son de la tierra por toda la eternidad y le pertenecen. Todo lo vivo desaparece en la muerte. El hecho de que en el proceso de descomposición lo vivo se deshaga en lo carente de vida, sólo significa que desaparece como eso que ha sido en su individualidad única, mientras que la piedra permanece en su individualidad y perdura más que lo vivo. Por eso todo lo vivo, y no sólo el hombre, lleva inherente algo no terrestre; de acuerdo con ello quizá podemos definir la vida real mente como habitar […] Si la vida es ser, <<lo más vivo>> es lo que está dotado de mayor grado de ser. Si la vida es solamente una forma muy rara de lo muerto, entonces lo más raro es lo más vivo y lo más entitativo>>.

Martín Heidegger: <<La forma en que propiamente los hombres estamos en la tierra es…  el habitar. Estar en la tierra como mortal significa: habitar>>. Ser hombre   habitar la tierra   estar en la tierra como mortal; en eso se cifra la fugacidad de la relación humana con la tierra, el hecho de que <<el hombre no es de este mundo>>, de modo que está en él solamente en la forma de habitar. Esto implica su mortalidad. Es distinta la condición de los dioses, cuya in mortalidad acredita precisamente su condición terrestre. Ellos garantizan a los mortales la inmortalidad de la morada, en la que estos entran y de la que salen de nuevo. De ahí la doble relación del hombre: con los inmortales dioses terrestres en virtud por su gratitud por la tierra, y con el extraterrestre Dios eterno (¡no inmortal!), que se hace <<visible>> a los mortales sólo a causa de su mortalidad>>.

>>Cuando el hombre desdiviniza la tierra, le roba su inmortalidad y con ello se despoja a sí mismo de la morada para su mortalidad. Esto puede suceder por una tergiversación de Dios. En el cristianismo el hombre se ha hecho consciente casi apátrida de la tierra; es obvio que esto no se logró, pero si se realizó la desdivinización de la tierra, es decir la perdida de la patria inmortal de los mortales>>.

Así, el hecho de que el hombre sea mortal, <<capaz de la muerte>>, le confiere una superioridad con lo inorgánico y los otros habitantes de la tierra; y ésta le confiere una relación con algo no terrestre y, sea un ser desamparado por Dios. Un desamparo que sólo lo llena la <<promesa>> que confiere Dios. Así, también para cualquier vida humana, de nada vale la libertad del hombre en la muerte, sino la redención en la vida eterna.

En esta tierra desdivinizada, que no ofrecía ya ninguna morada, luego los hombres también se instalaron todavía sin Dios>>. La muerte entonces se convierte en el punto de inflexión para que los mortales tengan acceso a su verdadera morada. Porque en la tierra de los vivientes y de los dioses, el hombre es un ser de tránsito. De ahí que la muerte se constituye en puente entre Dios Uno y los hombres. Por tanto, la muerte no sólo libera de la promesa de la moral, sino también del contrato, que nace de la capacidad de prometer como el fenómeno central de la política. Aquí, y no precisamente en la <<historia universal>>, está también la auténtica conexión entre historia y política. Por eso, la promesa se constituye en la <<memoria de la voluntad>>, funda historia. La memoria de cara al futuro garantiza a éste el presente y el pasado en forma del no querer olvidar. [Hannah Arendt: Diario filosófico: 1959 – 1973].

Ahora, la muerte, en cambio, se ha profanado como se profana la vida como Don divino; y lo más espantoso es que los hombres se ofrecen para violentarla, ultrajarla, denigrarla y asesinarla, a cambio de unas devaluadas monedas. Somos parte de una época donde se encargan crimines y, se ha perdido la convicción que es un deber de la sociedad proteger al individuo.

Como dijo Georg Gottfried Gervinus: <<Que en la vida a grandes dimensiones, en la historia, no se aprende, aun con toda jovialidad de sentidos y espíritu, un gusto superficial por la vida; que al considerarla no se aspira un desprecio hostil por los hombres, pero sí una visión rigorosa del mundo y unos principios fundamentales serios acerca de la vida; que la sustancia del mundo, por lo menos de los grandes que la han juzgado, que juzgaron a los hombres y supieron medir en la propia vida interior la vida exterior, sobre un Shakespeare, un Dante, un Maquiavelo, produjo una impresión que los formó en la seriedad y el rigor>>.


Así que, la vida, la felicidad y la muerte, hacen parte de los humanos. El hombre edifica la vida y la muerte, sobre los pilares del lenguaje. La Palabra, el material del cual se vale el hombre para <<edificar>> su vida; y dar cuenta de los quehaceres de la existencia. De ahí que, de la Palabra, depende su acción, su moral y su ética, y también, el pensamiento que devela el misterio de la existencia individual. Ahora, si el <<hombre no es de este mundo>>, nuestro deber moral, es dejarlo mejor que como lo encontramos.

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