sábado, 11 de noviembre de 2017

EUROPA Y EL NACIONALISMO POPULISTA.





Antonio Mercado Flórez.


En Europa se está agitando el espíritu del nacionalismo y el problema identitarios, que a la vez se le está dando un tinte político. De ahí se agitan miedos y fantasmas de identidad, que responden a políticas que exaltan la xenofobia, el racismo y la exclusión social. Por eso el filósofo francés François Jullien en su último texto de ensayos: <<La identidad cultural no existe>>, plantea que no hay que hablar de identidad cultural. Hay que hablar de recursos culturales. Porque el término <<identidad>> excluye, levanta fronteras y crea espacios de confrontación. Es necesario hablar de <<recursos>>, porque es un término que incluye, que abre fronteras y propone el dialogo, como encuentro entre diferentes. Esto posibilita en su dynamis histórica el enriquecimiento del ser humano y las culturas. Este tipo de análisis es un aporte intelectual para Europa y el mundo.

Jullien piensa que existe en el mundo una reacción a la globalización, la uniformización y la estandarización de la vida. Que nos ubica en el palpito de lo que Hannah Arendt llamó la <<futilidad de la vida>>; que otros pensadores llaman la <<cultura del artificio>>. Un espacio donde las <<relaciones artificiales>> reemplazan a las <<relaciones de sentido>>. En esta civilización técnica y de comunicación rápida y simultánea, el cliché y la banalidad del lenguaje, no expresan el sentido de la vida. Sino la futilidad del presente actual. Esto trajo consigo la crisis de la experiencia, del lenguaje y el pensamiento; y con ello, la crisis de los contenidos espirituales que comunica.

Ahora bien, lo que el poder desea es, quebrantar la confianza en la realidad de la vida y en la realidad del mundo. Lo que busca el nacionalismo y el populismo es, que no tengamos confianza en la realidad de la vida y en la realidad del mundo. Porque la confianza en la vida <<depende casi de modo exclusivo de la intensidad con que se sienta la vida, con la fuerza que ésta se deje sentir>>. De ahí que deseen sustituir la vitalidad y la viveza de la vida; o, en otras palabras, estar dispuesto a tomar sobre si la carga, la fatiga, el dolor, y el sufrimiento de la vida; y, sustituirla por la banalidad de la existencia y el vaciamiento del espíritu y el pensamiento. Así pues, por la numerificación y la coseidad del ser humano, llegaran a primar los utensilios, la maquinas, el robot y los números, sobre la vida del hombre; y de insofacto, se produciría una fractura fundamental en la unicidad de la existencia. Se produciría una fractura de los principios fundamentales de la vida: el amor, la fraternidad, la solidaridad, la convivencia, el respeto, la paz, la libertad, el lenguaje y el pensamiento. Eso que Hannah Arendt llama la Condición Humana.

Desde otra perspectiva, Jullien  dice que existe un sentimiento de aplastamiento de la diversidad cultural bajo el poder opresor de la mundialización, que estandariza y uniformiza a la sociedad. Así mismo, Europa ya no tiene tanto poder en el mundo y vive un repliegue identitarios. Y esto está ocurriendo también en Estados Unidos. Defiende que hay que dejar de hablar de identidad cultural para hablar de recursos culturales. Porque los recursos culturales –expresa- no son valores. Los valores tienden a excluirse los unos a los otros y se predican; los recursos no. Unos recursos se unen a otros, alumbran a otros, no se excluyen, sino que incluyen posibilitando alumbrar los caminos de la vida. Y, se pregunta ¿Defender la cultura qué es? No es otra cosa que activar esos recursos. Hay que activar – prosigue- los recursos culturales, para que emerja un espacio común. No es un común de esencias, ni de pertenencias, sino un común de recursos compartidos, de convivencia y tolerancia.  De ahí que el primer recurso cultural, político y social, sea  la lengua.

Giambattista Vico dijo en el siglo XVIII, que <<la evolución de una lengua no es una mera evidencia, sino parte de la esencia de la evolución de la conciencia de la que la lengua es una expresión y con la que forma un todo. Lo mismo se puede decir de la historia de los mitos, del arte, de la historia y la religión>>. […]. De igual forma dice Jullien: <<La tolerancia está en la lengua. Y el sectarismo también se refleja en ella. La lengua es aquello a través de lo cual se articula el pensamiento; no es neutra. Pensar es explotar los recursos del lenguaje>>. Porque el lenguaje es una forma del pensamiento. De ahí que no se escriba como habla, sino como se piensa.

En el mismo orden, expresa George Steiner: <<Todo lenguaje, está en relación activa y eventualmente creadora con la realidad […] Lo mejor del hombre se relaciona con el milagro del lenguaje; y hasta ahora la humanidad y ese milagro han sido indivisibles. Si el lenguaje perdiera una parte de su energía, el hombre se volvería menos humano>>. Esto se expresa en la guerra, la violencia, el odio, el secuestro, las matanzas, el asesinato selectivo, entre enemigos y generaciones. Entonces, <<muestra de manera inquietante lo que significa esa disminución de humanidad>>. Como escribió el poeta Wallace Stevens de manera premonitoria:

[Las hojas susurran. No es un susurro de advertencia divina,/ Ni el hálito de héroes sin aliento, ni un susurro humano./ Es el susurro de hojas que no trascienden a sí mismas./ / Carentes de imaginación, sin significar más/ De lo que son al encontrarse con el aire, en la cosa misma,/ Hasta que finalmente el susurro no le interesa a nadie.]

El neo-nacionalismo populista de Europa y Estados Unidos, exalta la violencia, el odio a la cultura, al inmigrante, a las minorías raciales, a la convivencia y la tolerancia. Como digo en mi texto <<Sobre el dolor, el sufrimiento y la muerte. Aproximación cultural a la época actual>>: <<De esto se deduce que desde hace ciento cincuenta años <<viene dando forma a nuestro paisaje, de ello no cabe duda, un espíritu cruel>>. La crueldad y el dolor responden a la <<estructura>> de la violencia, la tortura, la guerra y la muerte; pero también a la <<estructura>> que funciona independiente de la voluntad de los individuos. Aquella que se interioriza en la sociedad, las instituciones, el trabajo, la política y la cultura. La violencia estructural se ejerce directamente de hombre a hombre: unos hombres quitan la vida a otros. La otra es muda, silenciosa, se ejerce con tal virulencia sobre los seres humanos como hace la ola al romper […] El concepto moderno de violencia estructural pone de manifiesto que se puede matar sin recurrir a la violencia directa. Se mata a través de negar la cobertura de la salud, la educación, el trabajo, el hambre, la seguridad y la cultura a millones de seres humanos. Y esto se convierte en algo sumamente grave para el sentido de humanidad>>. Son símbolos que legitiman la violencia en nombre del Estado, el Sistema,  la religión, la lengua o la raza. Así pues, el poder y los grupos al margen de la ley y el orden constitucional, elaboran mitos legitimadores y justificaciones pseudorracionales.

Así mismo, el populismo nacionalista Europeo y Norte Americano, utiliza valores, ideas, mitos y preceptos, para justificar las injusticias socio económicas, la xenofobia, el racismo, las deportaciones, los muros, la guerra, el hambre y los refugiados. Entonces estos tipos de violencia tejen una red social con la que se relacionan, y compelen a los seres humanos a caminar por un desfiladero estrecho y funesto que tiende inexorable al dolor, el sufrimiento o, la muerte. Porque <<la mentira nunca ha sido –dice Sándor Márai- una fuerza tan creadora de historia>> como en los últimos cien años. Se trata de encontrar modos de viabilidad históricos inteligibles. Porque en política el discurso pobre se vuelve demagógico; el discurso político se ha empobrecido porque los políticos no leen y son incultos; demagogia y deterioro del lenguaje van de la mano.


Por eso, lo que hace falta es libertad, libertad de pensamiento, porque el poder no quiere que pensemos. Sino que seamos parte de una <<estructura>> donde estemos determinados por las nuevas <<utopías de lo inmediato>>, que exaltan el trabajo, la publicidad, el consumo y la banalidad de la personalidad y la cultura. Quizás <<hoy sea cada vez más difícil <<ser uno mismo>>, encontrar un espacio diferenciado para el idioma, en estilo y la sensibilidad>>. Así pues, aunque los medios de comunicación, las redes sociales, Internet, la publicidad, sean herramientas del populismo nacionalista para uniformar hasta nuestros sueños; el ser humano posee un rasgo alquímico que el poder es incapaz de disolver.

jueves, 27 de julio de 2017

¿QUE SIGNIFICA HOY LA SEGURIDAD EN EL MUNDO?



Versión completa de la intervención de apertura de la sesión de trabajo sobre cooperación en seguridad y defensa en la XV Reunión Interparlamentaria España-México, Baiona (Pontevedra), el 10 de julio de 2017
MARCELO EXPOSITO.

SENADO DE LA REPÚBLICA
20 DE JULIO DE 2017
Principio del formulario

Final del formulario


Queridos amigos y amigas: como miembro de la Mesa del Congreso de los Diputados me sumo a daros la bienvenida a este encuentro interparlamentario y a recordar los estrechos vínculos políticos, culturales y afectivos que han unido históricamente a nuestros pueblos. Sobre todo, no olvidamos el apoyo que México dio durante el siglo pasado a nuestros exiliados y emigrantes en momentos muy difíciles de nuestra historia.

Para cerrar este encuentro nos hemos propuesto dialogar en torno a cuestiones de seguridad y defensa. Ya que tendremos muchas aportaciones detalladas sobre cómo nuestros países podrían cooperar en estos asuntos, prefiero facilitar como introducción apenas un par de reflexiones de fondo a nuestro debate. A nadie se le escapa que en un mundo que se encuentra en una situación muy compleja, los peligros que acechan a la seguridad de nuestros pueblos son muchos, pero uno no siempre está seguro de si las decisiones que a veces adoptan nuestros gobiernos mejoran o empeoran la seguridad del mundo. Precisamente porque he empezado celebrando la generosidad histórica de México con nuestros refugiados y emigrantes, quiero sumarme a denunciar una infamia: la amenaza que ha proferido el presidente Donald Trump de construir un muro que impida la circulación de los mexicanos y las mexicanas hacia Estados Unidos, un muro que cerraría la frontera que se ve atravesada por uno de los flujos migratorios más densos del planeta.

Se construya o no, el muro de Trump no es una mera ocurrencia sino un signo de los tiempos. Se corresponde en todos los sentidos con el muro a veces invisible erigido por las políticas fronterizas de la Unión Europea para controlar los flujos migratorios que provienen principalmente de Latinoamérica y África, con un mar Mediterráneo convertido en una abismal fosa común. Según la Organización Internacional para las Migraciones, sólo hasta la fecha de hoy se han contabilizado aproximadamente 2.300 muertes en el Mediterráneo, y claro está que el número sigue creciendo. Esta cifra sirve para indicarnos el descomunal desastre que suponen las políticas basadas en un enfoque fundamentalmente securitario y punitivo de los flujos migratorios. Los muros se erigen hoy día  evocando precisamente razones de seguridad para quienes quedamos protegidos dentro, pero proyectan la inseguridad hacia quienes son empujados extramuros. Numerosas organizaciones de la sociedad civil han denunciado por ejemplo el acuerdo de la Unión Europea con Turquía que externaliza la gestión de la última gran crisis de refugiados, acuerdo que España también ha suscrito. Las relaciones de cooperación internacional en materia de seguridad y defensa no siempre atienden a criterios de justicia global ni se basan en una comprensión recíproca y multipolar de la seguridad mundial.

EL MOVIMIENTO GLOBAL DE LAS PERSONAS SE VE FORZADO EN MUCHAS OCASIONES JUSTAMENTE POR LA MANERA EN QUE NUESTROS PAÍSES CONDUCEN EL PROCESO DE GLOBALIZACIÓN ECONÓMICA

Parecería que en el mundo vivimos hoy una paradoja. En la sesión de trabajo sobre cooperación económica y comercial, la mayoría de sus señorías han hecho hincapié en la necesidad de abrir las fronteras y ampliar la interacción económica entre nuestros países y respectivos continentes en un mundo globalizado. Se diría que esta imagen de un planeta cada vez más integrado se contradice con aquella otra de un mundo partido por enormes vallas fronterizas. Pero en realidad se trata de la doble cara de una misma moneda. La libertad de los capitales, las inversiones económicas y las grandes empresas se dan la mano con el control sobre la circulación de las poblaciones más empobrecidas y desprotegidas. El movimiento global de las personas se ve forzado en muchas ocasiones justamente por la manera en que nuestros países conducen el proceso de globalización económica. Baste pensar por ejemplo en la actuación de las grandes multinacionales extractivas en Latinoamérica, que provoca oleadas de refugiados socioambientales y afecta al derecho de comunidades enteras sobre sus territorios de origen. Se trata de uno de los aspectos más visibles de la indisociable relación entre la globalización económica y el desplazamiento masivo sobre el que vienen advirtiendo desde hace ya muchos años incontables organizaciones independientes, de entre las cuales me permito ahora llamar su atención sobre los informes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y del Observatorio Latinoamericano de Geopolítica de la UNAM en México. No es un dato menor que Berta Cáceres, coordinadora del Consejo de Pueblos Indígenas de Honduras (COPINH), cuyo asesinato estremeció a la opinión pública de todo el mundo, haya sido sólo uno de los alrededor de 200 activistas medioambientales asesinados en todo el continente latinoamericano en apenas estos tres últimos años. 

Existe entonces también una relación estrecha entre el diálogo sobre la globalización económica y este otro que ahora comenzamos sobre seguridad y defensa. Porque en la situación actual del mundo, un debate como éste requiere poner en contraste las diferentes percepciones sobre qué significa seguridad y cuál es la mejor manera de proteger a nuestros pueblos. Esta mañana, sin ir más lejos, pensaba cómo resultaría necesario traducir los lugares comunes de nuestro lenguaje institucional para captar qué imágenes provocan nuestras palabras en la gente común. Cuando decimos competencia y liberalización, estoy seguro de que hay quienes piensan en la frontera sur europea, con la separación entre África y las ciudades españolas de Ceuta y Melilla reforzada por una valla fronteriza coronada por cuchillas y donde se ejecutan lo que se llaman “devoluciones en caliente”, que están incomprensiblemente permitidas por la legislación española aunque atentan claramente contra la legislación internacional en materia de derechos humanos. O piensan también en el endurecimiento de los controles españoles y europeos sobre los emigrantes latinoamericanos: según el Informe CIE 2016 del Servicio Jesuita a Emigrantes, España ejecuta una media diaria de 25,66 expatriaciones forzosas, y 7.597 personas, por supuesto que muchas de ellas provenientes de América Latina, fueron internadas en Centros de Internamientos de Emigrantes por una situación de irregularidad administrativa que no está tipificada como delito. De la misma manera, cuando nosotros decimos reformas estructurales, inversiones extranjeras o tratados de libre comercio, tendríamos que preguntarnos cómo se sienten esos conceptos si se escuchan en Ciudad Juárez Ayotzinapa

A la vista de estos datos y de estas imágenes que he evocado, resulta comprensible que las mayorías sociales se pregunten cada vez más para qué les sirven sus gobiernos y para qué valemos nosotros, sus legisladores. Aumenta el descreimiento de nuestros pueblos frente a las instituciones que deberían protegerlos. Y eso explica que se inclinen por opciones políticas de castigo, que en foros institucionales como éste se califican de equivocadas, populistas, antidemocráticas. Tenemos que preguntarnos seriamente de dónde proviene y adónde conduce esa desafección e incluso esa indignación. Qué responsabilidad tenemos como instituciones que se dicen democráticas.

El borrador de acuerdo que se nos ha facilitado pone en el centro las “amenazas para la paz y la estabilidad en el mundo”. He mencionado al comienzo que se trata de una preocupación insoslayable. Pero a tenor de las problemáticas y los casos que acabo de citar, sorprende que el documento propuesto no mencione en ningún lado, además de los programas de cooperación militar y policial, el grave deterioro internacional en materia de derechos humanos. Defender los derechos de nuestros pueblos debería figurar en el centro mismo de las políticas de seguridad. Derechos humanos debería ser un concepto que figurara en el encabezado mismo de nuestros acuerdos sobre seguridad y defensa. No se trata de una cuestión opcional o debatible por diferencias políticas. El informe 2016–2017 de Amnistía Internacional sobre la Situación de los Derechos Humanos en el mundo dedica algunas páginas a nuestros respectivos países que deberían hacernos reflexionar seriamente en un foro como el nuestro sobre qué significa hoy la seguridad en el mundo.

Les quedo muy agradecido por su atención.
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Marcelo Expósito es secretario tercero del Congreso de los Diputados y vocal en la Comisión de Interior por el Grupo Parlamentario Confederal de Unidos Podemos – En Comú Podem – En Marea.


sábado, 24 de junio de 2017

FRAGMENTOS SOBRE LA VIDA, LA FELICIDAD Y LA MUERTE.

             
            






Antonio Mercado Flórez.



Desde la antigüedad hebraico-clásica la bendición de la vida como un todo, inherente a la labor, jamás se encuentra en el trabajo. La bendición de la labor consiste en que el esfuerzo y la gratificación se siguen de cerca como la producción y consumo de los medios de subsistencia. Así, la felicidad terrena incide en que el ser humano pueda laborar y tenga lo necesario para la subsistencia y la reproducción. Por eso el derecho a la búsqueda de la felicidad es tan innegable como el derecho a la vida; incluso son idénticos.

Lo sorprendente de esta reflexión es que nos muestra que el derecho a la vida y la felicidad, nada tienen que ver con la fortuna. Nada tiene en común la <<buena fortuna>>, que es rara, azarosa y fortuita, con lo que permanece en el interior del hombre; en la cripta, el seno del espíritu, el pensamiento y el lenguaje. De ahí que la fortuna dependa de la suerte y de lo que la oportunidad da y quita; aunque la mayoría de las personas, en la <<búsqueda de la felicidad>>, corren tras la fortuna que igualan a la acumulación de riquezas, de propiedades, al consumo masivo, a lo que se denomina <<cultura del espectáculo>>: […]. Y, lo paradójico consiste, en que, esas personas que corren tras la fortuna como posesos, se sienten desventuradas incluso cuando la encuentran. Porque la felicidad no se encuentra en el <<tener>>, el <<poseer>>, ni el <<consumir>>, sino en Ser; esto es, en el interior de todos y cada uno de nosotros.

De ahí que las personas que priorizan lo material sobre lo espiritual, desean conservar y disfrutar la suerte como si se tratara de una abundancia inagotable de <<buenas cosas>>. Y están equivocadas, porque lo que permanece son las corrientes espirituales que crean y dan forma al mundo. El hombre de la civilización actual, el hombre del movimiento y de los fenómenos históricos, ha de tomar sus preceptos, sus criterios, de la esencia inmóvil y sobretemporal, la cual se pone de manifiesto y se modifica en la historia. Y cuando esto acontece, se pone en relación con lo absoluto, la totalidad, y en ello experimenta un sentimiento de dicha.

Como expresa Hannah Arendt, en <<La condición humana>>: <<No hay felicidad duradera al margen del prescrito ciclo de penoso agotamiento y placentera regeneración, y cualquier cosa que desequilibre este ciclo  -la pobreza y la desgracia en la que el agotamiento va seguido por la desdicha en lugar de la regeneración, o las grandes riquezas y una vida sin esfuerzo alguno desde el aburrimiento ocupa el sitio del agotamiento y donde los molinos de la necesidad, del consumo y de la digestión, muelen despiadada e inútilmente hasta la muerte un imponente cuerpo humano –destruye la elemental felicidad de estar vivo>>.

El derecho a la vida instituido como un precepto universal del ser humano, corresponde a la búsqueda de la felicidad y la libertad. Montesquieu dijo en <<Sobre el espíritu de las leyes>>: <<La libertad consiste principalmente en no poder ser forzado a hacer una cosa que la ley no ordena; y nos encontramos en esta situación porque somos gobernados por leyes civiles; así pues, somos libres porque vivimos bajo leyes civiles […] La libertad de cada ciudadano es parte de la libertad pública>>. Un hombre sólo puede ser feliz cuando es libre y justo; la corrupción del hombre y de los gobiernos empieza siempre por la de los principios. Así pues, un gobierno corrupto y autoritario, no garantiza la libertad y ni la felicidad a los ciudadanos, sino el dolor, el sufrimiento y la injusticia.

Prosigue Arendt: <<La <<bendición o júbilo>> de la labor es el modo humano de experimentar la pura gloria de estar vivo que compartimos con todas las criaturas vivientes, e incluso es el único modo que los hombres permanezcan y giren contentamente en el prescrito ciclo de la naturaleza, afanándose y descansando, laborando y consumiendo, con la misma regularidad feliz y sin propósito que se siguen el día y la noche, la vida y la muerte>>. Por eso, la recompensa a la fatiga y la molestia que deja el laborar, es una porción de la naturaleza en el futuro de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos.

Esta reflexión sobre la vida, la labor, la felicidad o la muerte,  fue expuesta por los hebreos en el Antiguo Testamento: <<El Antiguo Testamento, que, a diferencia de la antigüedad clásica, sostiene que la vida es sagrada y, por lo tanto, ni la muerte ni la labor son un mal (y menos aún un argumento contra la vida), muestra en la historia de los patriarcas la despreocupación de éstos por la muerte, su no necesidad de inmortalidad individual y terrena, ni de seguridad en la eternidad de su alma, y cómo la muerte les llegaba bajo el familiar aspecto de sereno, nocturno y tranquilo descanso a una <<edad avanzada y cargada de años.  

>>Sigue siendo verdad que los dioses deparan una muerte temprana a sus favoritos, y los libran en recompensa de la vejez, no permiten que mueran <<viejos y artos de la vida>> […] La muerte sigue siendo lo que era en la juventud: una separación decisiva. Los favoritos de los dioses no crecen hacia ella como los patriarcas judíos, hasta que cuelga sobre su boca como los frutos maduros de la higuera bajo la cual están sentados esperando. Mientras viven están inmersos en proyectos vitales, son los únicos a los que sólo separa la muerte, no el peso de la vida vivida.

>>Es muy engañosa la contraposición usual entre muerte y vida, en la que la muerte se identifica en cierto modo con la naturaleza inorgánica. Lo inorgánico, las piedras, las montañas y los mares, no son ni muertos ni vivos; como enteramente terrestres, son de la tierra por toda la eternidad y le pertenecen. Todo lo vivo desaparece en la muerte. El hecho de que en el proceso de descomposición lo vivo se deshaga en lo carente de vida, sólo significa que desaparece como eso que ha sido en su individualidad única, mientras que la piedra permanece en su individualidad y perdura más que lo vivo. Por eso todo lo vivo, y no sólo el hombre, lleva inherente algo no terrestre; de acuerdo con ello quizá podemos definir la vida real mente como habitar […] Si la vida es ser, <<lo más vivo>> es lo que está dotado de mayor grado de ser. Si la vida es solamente una forma muy rara de lo muerto, entonces lo más raro es lo más vivo y lo más entitativo>>.

Martín Heidegger: <<La forma en que propiamente los hombres estamos en la tierra es…  el habitar. Estar en la tierra como mortal significa: habitar>>. Ser hombre   habitar la tierra   estar en la tierra como mortal; en eso se cifra la fugacidad de la relación humana con la tierra, el hecho de que <<el hombre no es de este mundo>>, de modo que está en él solamente en la forma de habitar. Esto implica su mortalidad. Es distinta la condición de los dioses, cuya in mortalidad acredita precisamente su condición terrestre. Ellos garantizan a los mortales la inmortalidad de la morada, en la que estos entran y de la que salen de nuevo. De ahí la doble relación del hombre: con los inmortales dioses terrestres en virtud por su gratitud por la tierra, y con el extraterrestre Dios eterno (¡no inmortal!), que se hace <<visible>> a los mortales sólo a causa de su mortalidad>>.

>>Cuando el hombre desdiviniza la tierra, le roba su inmortalidad y con ello se despoja a sí mismo de la morada para su mortalidad. Esto puede suceder por una tergiversación de Dios. En el cristianismo el hombre se ha hecho consciente casi apátrida de la tierra; es obvio que esto no se logró, pero si se realizó la desdivinización de la tierra, es decir la perdida de la patria inmortal de los mortales>>.

Así, el hecho de que el hombre sea mortal, <<capaz de la muerte>>, le confiere una superioridad con lo inorgánico y los otros habitantes de la tierra; y ésta le confiere una relación con algo no terrestre y, sea un ser desamparado por Dios. Un desamparo que sólo lo llena la <<promesa>> que confiere Dios. Así, también para cualquier vida humana, de nada vale la libertad del hombre en la muerte, sino la redención en la vida eterna.

En esta tierra desdivinizada, que no ofrecía ya ninguna morada, luego los hombres también se instalaron todavía sin Dios>>. La muerte entonces se convierte en el punto de inflexión para que los mortales tengan acceso a su verdadera morada. Porque en la tierra de los vivientes y de los dioses, el hombre es un ser de tránsito. De ahí que la muerte se constituye en puente entre Dios Uno y los hombres. Por tanto, la muerte no sólo libera de la promesa de la moral, sino también del contrato, que nace de la capacidad de prometer como el fenómeno central de la política. Aquí, y no precisamente en la <<historia universal>>, está también la auténtica conexión entre historia y política. Por eso, la promesa se constituye en la <<memoria de la voluntad>>, funda historia. La memoria de cara al futuro garantiza a éste el presente y el pasado en forma del no querer olvidar. [Hannah Arendt: Diario filosófico: 1959 – 1973].

Ahora, la muerte, en cambio, se ha profanado como se profana la vida como Don divino; y lo más espantoso es que los hombres se ofrecen para violentarla, ultrajarla, denigrarla y asesinarla, a cambio de unas devaluadas monedas. Somos parte de una época donde se encargan crimines y, se ha perdido la convicción que es un deber de la sociedad proteger al individuo.

Como dijo Georg Gottfried Gervinus: <<Que en la vida a grandes dimensiones, en la historia, no se aprende, aun con toda jovialidad de sentidos y espíritu, un gusto superficial por la vida; que al considerarla no se aspira un desprecio hostil por los hombres, pero sí una visión rigorosa del mundo y unos principios fundamentales serios acerca de la vida; que la sustancia del mundo, por lo menos de los grandes que la han juzgado, que juzgaron a los hombres y supieron medir en la propia vida interior la vida exterior, sobre un Shakespeare, un Dante, un Maquiavelo, produjo una impresión que los formó en la seriedad y el rigor>>.


Así que, la vida, la felicidad y la muerte, hacen parte de los humanos. El hombre edifica la vida y la muerte, sobre los pilares del lenguaje. La Palabra, el material del cual se vale el hombre para <<edificar>> su vida; y dar cuenta de los quehaceres de la existencia. De ahí que, de la Palabra, depende su acción, su moral y su ética, y también, el pensamiento que devela el misterio de la existencia individual. Ahora, si el <<hombre no es de este mundo>>, nuestro deber moral, es dejarlo mejor que como lo encontramos.

martes, 10 de enero de 2017

SOBRE EL SUFRIMIENTO Y EL DOLOR QUE LA GUERRA DEJA TRAS DE SÍ.


      



Antonio Rafael Mercado Flórez.


Después de la firma por la paz en Colombia entre el Gobierno y la guerrilla, y el varapalo del Referéndum, el Premio Nobel de la Paz al Presidente Juan Manuel Santos, deseo reflexionar sobre la crueldad, el dolor, el sufrimiento y el sentido de la existencia en el mundo actual. Así, pienso que la crueldad de la guerra,  consiste en que, los verdugos del Estado, la guerrilla y los paramilitares, no reconocen la barbarie, los horrores y los dolores de las víctimas. Así mismo, acontece con los que ejercen el poder, las corporaciones, la estructura, la economía y el capital financiero, la educación y la cultura como un bien de consumo. ¿Saben por qué? Porque la muerte se convirtió en un pretexto para el control social, el dominio y la exclusión de la sociedad. Pero, a la vez, en la redistribución social del PIB y las oportunidades de los necesitados.

Los colombianos se dieron cuenta de lo insoportable de la existencia, porque el Gran Poder, el Estado y los hombres poderosos, imponen lo colectivo, la estructura, el sistema, sobre el individuo y la personalidad. Crearon un mundo con <<un mecanismo que funcionaba bien, con sus correspondientes impulsos eléctricos e instintos, una estructura cerrada, hecha para comer, nacer y reproducirse>>. Y no les importó el individuo, la sociedad, los desplazados, los campesinos, los jornaleros, los desaparecidos, los obreros, los explotados, los discriminados, los hambrientos y las madres que tenían que vender su cuerpo para alimentar a sus hijos. Entonces Colombia se convirtió en una Tierra tomada por el demonismo.

Ahora se trata de resarcir a los que han vivido el sufrimiento, el dolor, el miedo y la muerte; y el objeto de la historia sean los olvidados del Estado, del sistema y del poder. Como dice Imre Kertész: <<El derrumbamiento ha alcanzado tales dimensiones  que ya no queda nada para adornar entre las ruinas>>. No podemos olvidar, que el sentido de la historia y la realidad del presente, la memoria y el recuerdo, son un acto vital, una función vital del ser humano. Para así de esa manera, no olvidar lo que acaeció en la sociedad. De ahí que los narradores, los poetas, los pintores, los dramaturgos, los músicos, los filósofos, los historiadores, los periodistas, tienen que dar testimonio de lo ocurrido. Es un deber moral dar testimonio de lo que verdaderamente aconteció.

Ahora bien, lo que aconteció fue una degradación del individuo, de la persona individual, de la sensibilidad, de la experiencia de la vida y del conocimiento. Porque afectó los centros vitales de la cultura, los valores éticos y morales y la subjetividad del ser humano. Este es el mundo donde nacimos y crecimos generaciones de colombianos. Lo bárbaro y atroz como movimiento político, lo insoportable de la existencia en un mundo en llamas. Porque ávidos de limpieza (física, psíquica, intelectual, ideológica, política y espiritual), instauraron el Infierno dentro de nuestras fronteras. Entonces, ¿qué es la vida? Según Charles Sumner, <<consiste únicamente en conservar la existencia, en <<intereses>>, en <<placer>>, en evitar el sufrimiento y el tormento>>. Ahora, si el individuo tiene algún valor, <<lo alcanza enfrentando lo colectivo, la muerte. Porque éste sufre, dice Kertész, incluso en el pensamiento bajo el yugo de la determinación por la especie, el género, lo colectivo, las <<costumbres populares>>. Sólo existe una salida de lo colectivo, igual que del individuo: la muerte […] en nombre de ésta podemos oponernos a lo colectivo y enfrentarnos a nosotros mismos>>. Y así podemos alcanzar ser <<verdaderos individuos en cuyo lugar nadie vive, en cuyo lugar nadie muere>>. En este estado de cosas el individuo da paso a la persona individual que tiene muchas más cosas que ofrecer. La persona individual no se reduce a la individualidad, la supera incluso.

Por eso, el Gran Poder o los que trafican con la muerte, no admiten la tarea individual, aquella que se opone a lo colectivo, a lo establecido, y son capaces de hacer un punto de inflexión en su vida y en la sociedad. Quizás, <<por el momento, las normas de comportamiento sintonizan con los objetivos individuales, pero tan sólo por un período transitorio, porque si mañana las normas cambian de tal modo que el individuo y la masa, la sociedad, ya no coinciden, el individuo se adaptará y renunciará a sus objetivos individuales>>. Ahora bien, <<si se puede sacar, a pesar de todo, una conclusión, expresa Kertész basado en el pensamiento de Sumner: la vida es para unos pocos. La mayoría no sabe qué hacer con ella, ni siquiera sabe que vive, por así decirlo>>.

En un mundo como el nuestro el ser humano se vale de las fuerzas creativas para seguir existiendo, para conservar la vida, <<no es un don divino venido de afuera, sino una función vital, el instrumento necesario para quedar con vida>>. De lo contrario, el Gran Poder, el Estado, el sistema, la estructura o, las personas que trafican con la vida y la muerte, se convierten en una aplanadora que arrasa todo lo que encuentra a su paso. Se trata de existir, de conservar la vida, a costa de la determinación, de entregar los valores morales y éticos, la subjetividad, los ideales de la vida, al Estado para poder subsistir. Porque lo que desean es, extirpar la capacidad de asombro, la sensibilidad, el sentido estético de la realidad y de la vida; y entonces, por así decir, te convierten en objeto o, en número.

Los hombres poderosos detestan la voluntad libre y a la personalidad, porque lo que buscan es que la vida pierda la alegría de vivir, la audacia, como dice Kertész: <<asesinan de manera circunspecta, cobarde, con los ojos cerrados, por así decirlo>>. Ya que no quieren cargar con el peso de la culpa, la inquina de la consciencia, contaminan al individuo y la masa, la sociedad, con palabras huecas e imágenes que son más fuerte que la propia vida. Se trata de dominar al otro, su vida, su existencia, pero el ser humano tiende a conservarla en la atmósfera de odio, dolor, sufrimiento y muerte, en que se desenvuelve. Es un fenómeno desconcertante y, a la vez obvio, para el que ejerce el poder: <<Aplastar a cualquiera con el único fin de no sucumbir>>.

Ahora, ¿Estamos los seres humanos ávidos de redención? En una sociedad como la colombiana, ¿Qué significa este fenómeno? En el saber filosófico, en el saber psicológico, en el saber en torno a la muerte, en el saber en torno a lo trascendente y divino, que significa la economía, las relaciones de producción, el capital financiero, el dinero bancario, el <<progreso>>, la revolución de la imagen y los lenguajes digitales, algo que sólo se ubica en la capa exterior del ser del hombre. En la esfera de la subjetividad, de la moral y de la ética, no se vive ninguna revolución racional, porque estas ayudan a precisar la condición humana. Aquello que tiene que ver con el dolor, el sufrimiento, el amor, el odio, la muerte, la solidaridad, la paz, la guerra, la convivencia, el respeto a la vida y a la dignidad del hombre. Eso que posibilita en medio del horror y la barbarie, alcanzar la categoría de persona. 

De ahí que en la guerra, la muerte pierde su carácter sagrado y divino, el misterio que encierra. Porque se objetiza en nombre de la patria, la ideología, la religión, el partido, la sociedad y el ejercicio del poder. Durante cincuenta años se nos privó de soñar, de tener ternura, de respetar al otro, de amar y solidarizarnos con el necesitado; y en su lugar, primó el dolor, la muerte y el sufrimiento. En esta atmósfera nauseabunda y repugnante en la que vivimos, << ¿existe la carga que podamos soportar, existe la responsabilidad que podamos asumir? La vida privada, la muerte privada. Hay en ello una miseria que no se puede decir. Hemos sido despojados y vejados; vivimos y lo que nos han quitado no es más que la vida. ¿Quién nos la ha quitado?>>. El Gran Poder, el Estado, la guerrilla, los paramilitares, los narcotraficantes, y lo paradójico consiste que, en su nombre hemos sido humillados y ultrajados, despojados por la violencia del derecho a vivir, a vivir dignamente como seres humanos. Y en lugar de la vida y de la alegría de vivir, si miramos atrás, vemos un montón de ruinas humanas y materiales tirados a la vera del camino. Ahora se trata de reconstruir desde lo destruido, reconstruir desde los tormentos sufridos, o, por así decir, reconstruir un mundo más humano para las nuevas generaciones de colombianos.

En el mundo que vivimos es <<lícito buscar salidas, escapatorias, refugio, alivio, y abandonar el sufrimiento>>. Pero buscamos ayuda en lugares y personas inadecuadas, y no nos damos cuenta <<que no es ésa la verdadera ayuda>>. Si nos ponemos a pensar la verdadera ayuda está dentro de nosotros, en nuestro corazón, en nuestra alma, en nuestro espíritu, en nuestra sensibilidad, en nuestra imaginación, en nuestra mente.  Desperdiciamos nuestra vida porque queremos encontrar el sentido de ella, fuera de nosotros. Y se trata realmente, es, de mirar en nuestro interior y ordenar las cosas de debajo de acuerdo al orden de arriba. Así, podemos leer en la historia reciente de Colombia que la guerra, la violencia, el hambre, el odio, el dolor, el sufrimiento, la muerte, se tejen a manera de un destino. De un destino que garantiza la destrucción.

La maldad, la crueldad y la fraternidad son parte de la naturaleza humana. Es fácil desatender el llamado de una imagen, de una voz trémula o el grito del que está atrapado en una guerra, atrapado por el dolor, el miedo y la crueldad, más si se encuentra lejos. La situación cambia cuando nos toca de cerca, por medio de un familiar o un amigo; entonces somos incapaz de asimilar el dolor, el sufrimiento o la crueldad. Así, en un estado de violencia, guerra o convulsión social, la pasividad embota los sentidos. De la misma manera que el miedo y el dolor, paraliza los sentimientos y las reflexiones del pensamiento. Sabemos que en un estado mental y sensitivo de violencia y muerte, sufrimiento y dolor, el Gran Poder y los hombres poderosos que lo ejercen, buscan paralizar a las personas para ejercer el dominio y el control social. En esa medida entran en juego una serie de relaciones de fuerzas y de poder, que presentan un orden natural de las cosas como irremediable y un destino común que tiende a la destrucción.

De ahí que los medios de comunicación de masas no solo denotan la atención del oyente o del observador, sino que las imágenes crean un mundo en que cada vez somos más insensible al dolor, al sufrimiento y la muerte, del Otro. Somos parte de un mundo donde las imágenes están sustituyendo a las palabras, donde somos cada vez más insensibles a la barbarie y al llamado del Otro. Entonces los medios neutralizan la fuerza moral del ser humano frente a las atrocidades. Esto es sumamente peligroso para el sentido de humanidad, la subjetividad y la ética del ser humano. Porque implementan el totalitarismo, el autoritarismo, el desprecio al Otro y se atenta contra la libertad. Como expresó el escritor Javier Marías: <<Demasiadas personas no entienden ya la libertad, o no la desean para los demás […] La libertad está hoy rodeada de enemigos, y no son los únicos los miembros del DAES y los talibanes>>.

Para confrontar estos poderes temporales y terrenales el ser humano se vale del espíritu. Porque <<la riqueza del ser humano es infinitamente mayor de lo que él presiente. Es una riqueza de que nadie puede despejarlo y que en el transcurso de los tiempos aflora una y otra vez a la superficie y se hace visible, sobre todo cuando el dolor ha removido las profundidades>>. El Gran Poder y los hombres poderosos que lo ejercen, lo que desean es, despojar al ser humano de esa riqueza enorme e inconmensurable que posee, y convertirlo en esclavo del Estado, del sistema y las colectividades. Pero el hombre porta en sí, aunque no sea consciente de ello, veneros de aguas espirituales, que como espadas flamígeras en sus manos lucha contra el materialismo, el odio, el racismo, el hambre, la discriminación, la numerificación y la objetización del ser humano. Por tanto, <<el modo propio de ser su daimonion>>, al decir de Heráclito, habita en las profundidades, en la cripta del alma. Encima de ella se alza la bóveda del mundo de las apariencias, el presente-ahora, que responde a las relaciones de poder. En la época actual, lo vemos en las sociedades, en la acción y el saber, lo <<difícil>> que resulta <<salvaguardar el modo propio de ser […] En cambio, la riqueza que forma parte del modo propio de ser no es sólo incomparablemente más valiosa; es el manantial del que brota cualquier riqueza visible>>.  

Es necesario que, el hombre actual empiece a edificar un mundo nuevo sobre las ruinas humanas y materiales, que la historia deja tras de sí. Para llevar a cabo esa labor, se necesita, una voluntad libre, un espíritu libre, que posibilite el movimiento hacia lo Superior en detrimento de lo Inferior. Entonces, el ser humano podrá ordenar <<las cosas visibles de acuerdo con su rango invisible. Toda obra y toda sociedad deberían estar estructuradas según ese principio>>. No podemos olvidar que, pese a las atrocidades del mundo actual, del miedo, el dolor y la crueldad, el ser humano porta en sí una esperanza, de que surja un hombre nuevo de los escombros de la historia y que <<cuyo cometido se anuncie en el cielo por una constelación. Presiente que el mito, lugar donde se guarda el tesoro, reposa directamente debajo de la historia, inmediatamente por debajo del terreno medido por el tiempo>>.

Desde la antigüedad sabemos que la parte numinosa del espíritu está ahí. Existen poderes cósmicos, poderes telúricos, que desean acabar con el alma, la parte eterna del ser humano. <<Siempre será evidente que la agresión a él brota necesariamente del más tenebroso de los abismos>>. Sólo un espíritu batido, debilitado, inerme, entrega el ser del hombre a estos poderes devastadores. En la actualidad los conceptos dominantes captan la superficie del proceso, y no se sumergen en las profundidades de todos y cada uno de nosotros. Espíritus que se dejan seducir por las apariencias de los fenómenos temporales e históricos; que dejan tras de sí un montón de ruinas. La <<cultura del espectáculo>> o la <<la cultura de lo efímero>>, son sólo expresiones degradadas del espíritu de la cultura y del sentido de realidad. Son espíritus que desagradan a aquellos que poseen una noción de eternidad, de inmortalidad, del ser en el hombre. Sabemos que existen ámbitos en que el ser humano no puede ser alcanzado por ningún poder de la Tierra. <<Frente a esto –dice Ernst Jünger- es importante saber que el ser humano es inmortal y que hay en él una vida eterna, una tierra que aún está por explorar, pero que se halla habitada, un país que acaso él mismo niegue, pero que ningún poder terrenal es capaz de arrebatarle>>.

Además, la violencia y la guerra contribuyen para que el lenguaje pierda una parte de su energía y el hombre se convierta en menos humanos. Lo que busca el dolor, el sufrimiento y el miedo, causado por la violencia y la guerra o aquel que se interioriza en las instituciones. Es paralizar al ser humano y entregar la autonomía de la voluntad, la libertad y el pensamiento, a poderes que lo trasciende: la Iglesia, el Partido, el Estado, el Gran Poder o la moral ordinaria del hombre común. Se trata en un mundo como el nuestro de <<exponer la Vida en su significación intemporal>>, para que no quede subsumida sólo en la historia que <<la describe en su decurso temporal. De ahí que la protohistoria sea siempre la historia que más próxima nos queda, sea la historia del ser humano en sí>>. Este tipo de historia se opone al sufrimiento y al dolor, porque nos acerca a <<las cosas rítmicas que son las que luchan contra el tiempo; y contra él es contra quien luchamos en el fondo>>. Ahora, sí <<el ser humano lucha siempre contra el poder del tiempo>>, lucha contra el dolor, el sufrimiento y la muerte. Como dice Kertész al respecto: <<En la vivencia y la realización del estado del mundo […] sólo se ofrece la catástrofe, a falta de la fe, de la cultura y de otros recursos solemnes>>.