Antonio
Rafael Mercado Flórez.
En esta alta
civilización abstracta que vivimos, los instrumentos técnicos transforman los
contenidos del lenguaje natural. Posibilitan, por así decir, un lenguaje, un
logos diferente que cumple un papel decisivo en las relaciones humanas. En
la relación del hombre con la naturaleza, con el otro y consigo mismo. Un tipo
de lenguaje que concatena las masas de la gran ciudad y los instrumentos técnicos, y así transforma el
mundo perceptivo, los contenidos de la existencia y la realidad. Esa incidencia en las personas se
constituye en irradiaciones tan sutiles e imponderables, que determinan el
ámbito de la existencia. Es ahí, más no en las doctrinas ideológicas o los grandes
dogmas, donde hay que buscar el auténtico factor moral de nuestro tiempo. Se
consideran transformaciones espacio-temporales que inciden en la cualidad del
ser y el existir, también en la relación palabra-mundo. Así, en este orden, el
mundo que vivimos se configura de acuerdo a los presupuestos de la ciencia, la
técnica, el poder y el dinero. De ahí que se presente a la conciencia oscuro y
distante, como El castillo de Kafka
simbolizan la servidumbre del consenso; el paradigma del orden mundial que
degrada la existencia, la naturaleza de la existencia individual. O, tal vez
los paralice para efectuar otras tareas que tienen que ver con otros ámbitos de
la existencia. Tareas contemplativas o de simpatía psicológica entre los
hombres. En ese sentido las tecnologías perfilan lenguajes que nada tienen que
ver con el mundo de nuestros mayores, ni con los verdaderos anhelos del hombre
de carne y hueso.
No podemos desconocer que el espíritu lingüístico del
hombre se concatena al Zeitgeist, el
Espíritu del Tiempo y sus juicios. En nuestra época se representa así mismo en
las diversas figuras del mundo técnico. Se constituyen como la expresión
material de los contenidos y las formas del Espíritu de la Época. En cualquier
caso, los medios y los modos que posibilitan el lenguaje, están determinados
por los instrumentos técnicos. Las nuevas tecnologías de la información, por
así decir, incentivan nuevos modelos de pensamiento, nuevas formas de
“expresión” económicas, políticas, sociales y culturales. Esto representa para
la cultura de Occidente un punto de inflexión, porque trastocan los valores heredados.
Entonces nos encontramos a las puertas de una nueva ética, unas referencias
imaginativas y unos umbrales diferentes que darán cuenta de nuestro legado
histórico. El mundo y la realidad que se configura en el horizonte inmediato,
nada tiene que ver con el pasado de nuestra memoria verbal. Esto resulta
desconcertante y paradójico para el diminuto y frágil ser humano. “Cabe ir
observando –dice Ernst Jünger- cómo la creciente transmutación de la vida en
energía y la progresiva volatilización del contenido de todos los vínculos”1
en beneficio de la tecnología, cuestiona la cultura occidental moderna.
Además, la disolución de los vínculos naturales y las
relaciones de sentido, inciden directamente en los contenidos de la experiencia
y la memoria etno-lingüística del hombre contemporáneo. Una trastocación que no
sólo es un fenómeno occidental, sino también del mundo en general. Toca de una
u otra forma al crisol de culturas y civilizaciones actuales. Somos parte de
una época donde no sólo se diluye el sentido de pertenencia, la identidad, las
relaciones naturales con las cosas, el misterio de la vida y la muerte, sino
también los elementos materiales y espirituales que determinan la existencia
individual. Cabe observar que la creciente transformación de la vida en energía
o en relaciones artificiales, la vida convertida en número, repercute en la
mutación del lenguaje natural en lenguaje artificial. En pocos espacios
de tiempo pudimos percibir el tránsito de la sintaxis natural, a formas
léxico-gramaticales enteramente nuevas. Por consiguiente la energía potencial
del ser humano que una vez estuvo ligada a la naturaleza del hombre, hoy día
responde a los requerimientos de la cultura de lo efímero. Estos es, a
la cultura de lo fugaz, accidental, sutil y pasajero. En un ámbito como éste se
relaciona lo eterno, lo poético, con lo grotesco, lo bárbaro, del mundo actual.
No se trata de negar lo transitorio, lo fugitivo, lo accidental y contingente,
de la cultura de lo efímero, sino que
en la época actual se entrelace con lo preñado de sentido, de experiencia y de
historia. Y, de esa forma el hombre se apropie del sentido, el destino del
mundo y de la existencia. Que el traje de la época, la ciencia y la tecnología,
que posibilita el desarrollo de la sociedad, no sustituya lo que permanece en
el tiempo y el espacio, en la historia de los pueblos. Se trata que se
entrelace lo histórico y el presente actual, en las diferentes formas y modos,
que lo determina la época en que permanecen. No para exaltar la mediocridad y
la brutalidad de la estructura, del Sistema, sino para exaltar la libertad y la
posibilidad de ser persona. No un número en la cadena temporal del trabajo
agotador de los días.
Ahora bien, sí el vaciamiento y la manipulación de la
energía potencial del ser humano, responde a los fundamentos de la cultura
de lo efímero. Entonces los “centros
de poder” en las redes globales revelan sus requerimientos. Así, la
tecnología de la información se vale del mercado y la publicidad como improntas
del confort técnico y la nueva
voluntad de poder. De esa manera se manipulan los sentidos y las referencias
imaginativas, y de insofacto se induce, se domina o, se coacta al ser humano.
De ahí que esas irradiaciones tan sutiles e imperceptibles lleguen hasta el
tuétano más íntimo, el nervio vital más fino. Por eso hacen del hombre de hoy,
un ser atravesado, circundado, trascendido, por fuerzas que golpean con la
virulencia de la ola al romper.
Se trata de develar que el desarrollo de los procesos,
la ciencia, la técnica y la nueva voluntad de poder, configuran el mundo
actual. Como dice Ernst Jünger: “Un acto mediante el cual una única maniobra
ejecutada en el cuadro de distribución de
la energía conecta la red de la corriente de la vida moderna –una red
dotada de amplias ramificaciones y de múltiples venas– a una gran corriente de
la energía bélica”.2 Ésta atmosfera de la vida moderna produce una
sensación de desasosiego e inseguridad; porque los grandes fines de la
existencia se entregan a los técnicos, a la esfera dineral y al ejercicio del
poder. Entonces el hombre no sólo se objetiza, sino que está destruyendo su
vida mental y sentimental, en nombre de la cultura artificial y la movilidad. Porque
apartan nuestros ojos, nuestra imaginación y nuestra mente de los destinos
personales. Configurando así un mapa nuevo para la cultura y la civilización de
Occidente. Así, de esa forma, responden a los requerimientos de las
relaciones artificiales, más
no a las relaciones de sentido.
Por tanto, vivimos abocados de una u otra forma, al
reduccionismo técnico, a la cifra,
o a la imagen gráfica en movimiento. Se trata de mantener el control del cuadro y la distribución de la
gran corriente de energía, suministrada en tecnologías de la información, relaciones
de los sujetos internacionales, flujos de capitales y finanzas internacionales,
para que se ejerza la nueva voluntad de poder sobre la vida de los hombres. El
nuevo orden mundial se concatena con la tecnología, el dinero bancario, la
voluntad de poder, que dejan tras de sí un montón de escombros. No podemos
olvidar que el ámbito donde se planifica y ejecuta la gran corriente de la
energía bélica y la economía de la existencia, es, el del lenguaje y las
reflexiones del pensamiento. En estas circunstancias, las redes sociales, los
contenidos audiovisuales, la difusión de la información a través de
dispositivos móviles, deben estar al servicio de la sociedad y la libertad de
información. Y, no como dispositivos para el embrutecimiento y la molicie. Porque
no deben ser instrumentos de manipulación, de coacción o dominio del ser
humano. Sino dispositivos que posibiliten conocimientos más libres y ciudadanos
más educados y cultos, para enfrentar los requerimientos del desafío digital.
Por eso, las nuevas tecnologías de la información son políticas. Porque los
antiguos monopolios de información se enfrentan a nuevas relaciones de fuerzas,
que desafían a los poderes establecidos. De ahí que los cambios del presente
nos proponen mirar por detrás del forro de los fenómenos, y darnos cuenta que
no son tan fuertes como parecen a primera vista.
Sí el mundo contemporáneo se vistió con el
traje de los lenguajes digitales, la ciencia, la técnica y la imagen gráfica en
movimiento. Entonces la economía de la existencia, los valores morales y
estéticos, la consciencia de la muerte, responden a los requerimientos de la cultura
de lo efímero. Ahí está su campo, su acción, a la uniformización de
la sociedad le corresponde la uniformización del lenguaje: jergas, clichés,
modismos, etc. En cuanto son la forma superficial del espíritu lingüístico se
concatenan con la cultura de lo efímero.
Esto supone para la civilización occidental contemporánea, un quebrantamiento
de la cualidad del ser y el existir. Una ruptura ontológica y epistemológica en
el espacio voluminoso de la cultura y la civilización occidental reciente.
Ahora bien, ¿dónde se encuentra el presupuesto de toda
tecnología? En las catacumbas, las criptas, las profundidades de lo misterioso
y lo profano, donde la indiferencia es lo característico. Como en las Antiguas
mitologías resulta tan grotesca y atractiva; las tecnologías remplazan al mito
en la modernidad. O, mejor dicho, la tecnología es el nuevo rostro que ha
encarnado el mito en la contemporaneidad. Así pues, el mito del siglo XXI se
representará en el espejo de la tecnología. Existe un juego de ecos y de
trasformaciones profundas, que la sensibilidad del hombre común es incapaz de
percibir. Por ellos se movilizan ingentes batallones en un frenesí de
irradiaciones tal sutiles e imperceptibles, que arrastran a millones de seres
humanos al derramamiento de sangre o, a la muerte. Así pues, la maquinaria de
la gran corriente de la energía bélica percibe al hombre como algo diminuto,
frágil, pasajero, ante los despliegues de las grandes construcciones
arquitectónicas, las máquinas, los cohetes, los aviones no tripulados, las bombas,
los satélites y el automatismo. Podemos observar, cómo el confort técnico se concatena a la fatalidad en las grandes
autopistas de la gran ciudad, o en
las carreteras comarcales y se presenta como accidente de tráfico. Así se verifica
cómo las ilusiones tecnologías al perder el punto de seguridad que trasmiten,
se convierten en algo mórbido para el hombre.
Por eso, el mundo donde vivimos es un ámbito dispuesto
para que el campo de la energía bélica, el ejercicio del poder y el mundo dineral,
determinen la vida de los seres humanos. De ahí que el problema de la
existencia en el siglo XXI, debe pasar necesariamente por el filtro de la
estética, del lenguaje y el pensamiento. No como un problema derivado, sino
como el origen de los problemas del mundo. Es en el umbral de las lenguas
naturales o artificiales, en los conocimientos y pensares, donde se configurará
el destino del hombre sobre la Tierra. En este orden, las transformaciones
lingüísticas y los movimientos del pensamiento, se concatenarán a la lengua de
la tecnología, la arquitectura, del dinero bancario, las finanzas
internacionales, la ciencia, la política, la medicina, la biotecnología, etc. Por
lo que toca al ámbito político, sí en los Estados modernos no se platea el
problema de los conflictos internacionales desde el lenguaje, desde las
diversas formas del lenguaje, la comunicación y el diálogo darán paso en el
decurso histórico –a una gran corriente de energía bélica donde el ser humano
(por perder la vivacidad del pensamiento, la imaginación, la apreciación
estética de las cosas y la existencia, los contenidos del espíritu de la lengua) –,
posibilitará una disminución de humanidad. Esto apunta a
una serie de indicios que afectan tanto al hombre común o a los ejércitos. Como
dijo Ernst Jünger: “Se apunta a la probabilidad de que los ejércitos vayan a
adquirir, cada vez más, un carácter de objeto, y ello tanto en lo que concierne
a las armas como en lo que se refiere a los combatientes. Eso significa una
claridad y una limpieza mayores en las cosas del poder”.3
Ahora bien, comprender la tecnología para la guerra en
su cultura, es hacerlo en el sistema de producción global, la ciencia, la
industria armamentística, el capital financiero, el ejercicio del poder y las
relaciones internacionales. Esto significa contemplar las ametralladoras, las máquinas,
los ventiladores, los aviones, los cohetes, los drones, las bombas, los satélites,
las municiones, los lenguajes digitales, la imagen gráfica en movimiento; como
herramientas de “los cíclopes expertos en trabajar el hierro”, a los que “les
falta el ojo interior”. Enfrentar estas fuerzas en las profundidades o en las
alturas, es enfrentarse al Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo, y
percibirlo como ídolo. Entonces podemos captarlo a sí mismo, “desprovisto de la
móvil aureola de los refinamientos técnicos”. Así nos damos cuenta del enorme poder
que encierran en sí. Trátese en las civilizaciones precolombinas del Sol, en la
modernidad del conocimiento, ambos se relacionan con la sangre y la potencia de
la muerte. En esos campos las cosas del poder o del destino, no tienen
miramientos con nadie.
Por lo que concierne a
los elementos, con la instauración del titanismo
y el mundo del Titán (del técnico y
del mundo técnico), los hombres se encuentran en el último grado de la
abundancia -en los elementos y con los elementos-. En pocos espacios de tiempo,
esto se podrá convertir en desierto, en
tragedia fundamental para la humanidad, sí el ser humano y los gobiernos
actuales no toman consciencia del deterioro de los ecosistemas. Nuestros
antepasados cortaron “las primeras flores de la descomposición”: así el desequilibrio
de los ecosistemas, la descomposición de las sociedades, son sólo un débil
reflejo del Mundo del Espíritu. Cuando la economía, la
industria, la técnica, la moral, la política “se alejan de los elementos, y se
sitúan por encima de ellos, se nutren más o menos de su sustancia”. Además, con
las guerras contemporáneas y el uso de los lenguajes artificiales, se llegó a
un refinamiento del miedo, del dolor o la muerte, de proporciones jamás
imaginadas. Entonces, ¿cuál es el legado del titanismo en la Época Moderna? Destruir el interior del ser humano
e imponer sus relaciones de fuerza. El Mundo Objetivo ocupa ahora el lugar del
Mundo del Espíritu.
F. G. Jünger y su hermano Ernst, proponen que hay que retornar a
los elementos, para llenar de sabia espiritual, el hálito de la vida y la magia
de la naturaleza. Es loable anotar que el hombre se está desviando hacia lo
mecánico o hacia lo demoniaco. Y la guerra, la violencia, el hambre, las
injusticias, la xenofobia, la discriminación, el paro, la inmigración, la violación
de la dignidad humana. Son reflejos fugaces de la descomposición general. No
podemos olvidar que el devenir de la historia posibilita la inversión
dialéctica, posibilita regresar a las normas formando así un nuevo equilibrio.
Observamos entonces el sufrimiento, el dolor, la desesperación, la soledad, el
miedo, tales fuentes en las que el hombre genera fuerzas superiores, curativas.
Dijo Simone Weil: “Que Dios donde más se manifiesta en ternura y amor es en el
sufrimiento”. Por este estado de cosas podemos darnos cuenta que la ética y la
estética de la cultura occidental, están en un proceso de descomposición.
En este orden de ideas, la civilización actual posee
una ligazón más íntima con el progreso
que con la cultura. Ésta se configura en tecnologías de la información donde
los lenguajes digitales determinan el orden de la existencia. Así entonces la
técnica es capaz de hablar el lenguaje de las grandes urbes y apropiarse de los
modos y los medios de decir. Esto resulta sumamente peligroso para la cultura occidental,
en los momentos actuales. Cuando la política trata de controlarla o manipularla
–en las democracias parlamentarias, los regímenes populistas o totalitarios–, su
actitud resulta repugnante y grotesca en la conciencia individual. Dijo Walter
Benjamín: “La cultura se levanta sobre las inmundicias, los escombros, los
desechos, los harapos que la historia deja tras de sí”, como el Ave de
Minerva hace con sus cenizas al anochecer. En el texto Sobre el dolor de Ernst Jünger podemos leer: “La civilización tiene con el progreso una ligazón más íntima que
la que posee con la Kultur y que
aquélla es capaz de hablar en las grandes urbes su lenguaje natural y sabe
manejar medios y conceptos a los que la cultura se enfrenta […] La cultura no
es algo que pueda ser aprovechado propagandísticamente, e incluso una actitud
que quiera utilizarla en ese sentido es una actitud que se ha enajenado de
ella>>.4
Es importa anotar que el predominio de la técnica, del
canon científico y del mercado de masas, contribuyen a la primacía de lo
abstracto, lo grotesco, lo rápido, de la actualidad. El carácter abstracto de
la existencia individual y la crueldad en las relaciones humanas, son sólo dos
de sus figuras más siniestras. Esto no es indiferente al desarrollo
armamentístico ni a la economía bélica, porque la corriente de energía bélica
trata de convertir al hombre en objeto y borrar todo vestigio de
sentimentalidad. Esta mutación en el orden de la existencia individual, trajo
consecuencias desastrosas en la vida psíquica y espiritual del hombre actual. Así
pues, una de las experiencias más desastrosas que dejó el siglo XX, fue que el
hombre que participó en las guerras, jamás volvió a ser el mismo. Entonces preguntamos,
¿cómo será el hombre en la ciudad de la era fáustica? Ernst Jünger responde: “Un
hombre despierto, activo, desconfiado, sin relación con las musas; será un
denigrador nato de todos los tipos superiores y de todas las ideas superiores”.5
En la gran ciudad contemporánea se verifica que entre más abstractas son las
relaciones humanas, más esconden tras de sí la crueldad que las caracteriza. Podemos
darnos cuenta que en el campo de batalla, la vida se desnuda y ofrece su otro
lado, cruel, violento, desdichado, sin pudor espiritual e insensible. El
demonismo se pone el rostro del hombre en el campo de batalla. Y como consecuencia
del desierto que crece en el corazón de los hombres, se configura de nuevo “la
peste, el dominio universal de la decadencia y del nihilismo, mediante la
planetarización de la técnica”.6 En eso consiste después de todo,
cuán sólo y desgraciado es el hombre actual.
El gran
sátiro de nuestra época ya está
aquí entre nosotros. Y se encarna en todos y cada uno de nosotros. Y se ríe a
carcajadas del mundo actual, del orden económico internacional, los gobiernos
de países desarrollados, la arquitectura de la ciudad sin alma, del demagogo y
del farsante político, la distancia psicológica que imponen los poderes
actuales, los despropósitos humanos. Sabe que no responden a los requerimientos
morales, éticos, materiales e históricos del ser humano. Son muchos los sitios
donde se percibe la figura del gran
satírico de nuestro tiempo: en
los medios de comunicación de masas, lo vemos en los tertulianos de los
partidos políticos, los programas del corazón mientras el mundo se deshace en
pedazos, los poderosos desnudando sus inmundicias y virtudes, los políticos y
empresarios indiferentes al dolor del hombre, en el sufrimiento del otro en la
gran ciudad. El satírico de nuestro tiempo nos grita en medio de
carcajadas y alaridos en las calles y las plazas públicas. Que nos hemos
desprendido de la máscara que por mucho tiempo portaron las grandes potencias
mundiales, la iglesia, los partidos políticos, los sindicatos, los grupos de
presión. Y ahora con un rostro nuevo porta el terrorismo islámico e ideológico,
la xenofobia o el racismo, el nacionalismo y la discriminación, el hambre y la
inmigración, el paro y la coerción de la libertad, la violencia y la guerra. Y
en medio de esos hombres poderosos que se han aliado criminalmente con la
técnica; nos recuerda que él representa un fetichismo medio grotesco, medio
bárbaro de los instrumentos técnicos, un ingenuo culto a la muerte. “Y eso está
ocurriendo –dice Jünger– precisamente en lugares, en que la gente no posee una
relación directa y productiva con las energías dinámicas”. Esto es: con
el Mundo del Espíritu. Además nos recuerda que hemos olvidado,
que “las palabras transportan la fuerza monstruosa
del nihilismo”. Y que sólo en los lugares donde reina el espíritu, éste se
desvanece.
Así pues, ¿dónde se está originando la fisura? ¿en qué
ámbitos se está dando la ruptura entre los hombres? En los lugares escabrosos y
abyectos donde no se tiene relación con los valores, ni con los sentimientos ni
con el calor del espíritu. En las redes sociales podemos ver como se pasa de
los valores de sentido a los efímeros. Estas están intensificando la
organización de la brutalidad y la vacuidad del ser humano. Sabemos que las
redes sociales en principio son instrumentos de comunicación para la guerra. De
ahí que en esta alta civilización de las comunicaciones digitales, los métodos
y los modos de la conducción de la guerra, se supeditan cada vez más a la
cultura digital. En el campo de batalla y fuera de él, los instrumentos
técnicos son fundamentales en la confrontación bélica. Se están configurando en
los modos y los medios de las civilizaciones contemporáneas tanto para la
guerra como para la paz.
Después de la Segunda Guerra Mundial el desarrollo de
los medios y los métodos de la guerra, se basan fundamentalmente en las
comunicaciones humanas. Son las que condicionan las estrategias, los avances y
las defensas de los combatientes. El escenario de las guerras del golfo en
Irak, los Balcanes, Afganistán o Colombia, lo constata. Son los instrumentos
técnicos los que dan cuenta de las comunicaciones digitales en las guerras
actuales. Ahora, si la guerra se convirtió en una empresa técnica, su uniforme
es la tecnología de la información: Internet, la imagen pictórica en
movimiento, los lenguajes digitales. Expresan la transformación técnica de la
guerra, por eso no son indiferentes a la movilización total de la sociedad, la
manipulación de las convicciones, usos y costumbres, de la sociedad civil y los
militares que participan en ella. Pienso que la primacía de los medios y la
logística técnica de la guerra, las fronteras entre lo militar y lo civil,
entre combatiente y no combatiente; líneas que en el escenario de la
guerra clásica permiten que cada
uno ocupe el lugar que le corresponde; en la guerra como empresa técnica en
cambio se diluyen. Ya no hay guerra o paz, sino combate global permanente, que
sin distinciones moviliza a todos los hombres. Este proceso de movilización que
surge de las entrañas mismas de la técnica, sobrepasa toda ideología. Es
espiritual e ideológica. Se ha generado una disposición (Bereitschafe) a la movilización total. ¡Que incumbe incluso a los
pacifistas!
Ernst Jünger cree que la vertiente técnica de la
movilización total, no constituye su aspecto decisivo. Su principio como
presupuesto de toda técnica, es difícil detectarlo: lo definiremos –dice- como
disponibilidad a ser movilizado. De lo que si estamos seguros es que de la
relación de los combatientes con el progreso se desprende una atmósfera
embriagadora. Atmósfera que juega un papel decisivo en los asuntos humanos. Ya que
efectivamente es ahí donde hay que buscar también el auténtico factor moral de
este tiempo. Un factor que trasciende las fronteras del Espíritu de la Época y
sus juicios. Porque emana más allá de los límites de las circunstancias
accidentales. Proviene por así decir, de las fuentes de lo elemental, del
núcleo substancial. De ahí que la estructura del progreso, el desarrollo
económico y social, la Ilustración, o la dynamis
de las ciencias, no son capaces de dar cuenta de las fuerzas elementales.
Esas que impulsan a una voluntad orgánica, a un individuo, una nación, un
Estado, a hundirse más y más en las profundidades de la fragua de Vulcano. Y bañarse en el fuego abrasador de las máquinas
y las armas que provienen del vientre de la técnica. Y, de esa forma, se
extasían con el resplandor de los contornos del mundo; entonces podemos
constatar que en este ámbito Ares le
gana la partida a las Musas.
En ninguno de los sitios donde el hombre se tope con
estas condiciones especiales; en ninguno de ellos cabe la explicación
reduccionista de la cultura del dinero, del materialismo histórico, del liberalismo
político, del historicismo, del estructuralismo, del funcionalismo, del vitalismo.
Por más esclarecedoras que puedan ser para comprender el estrato elemental y
primitivo del ser humano. En esos lugares enigmáticos y misteriosos de la
existencia individual, se mezclan las pasiones más salvajes con las pulsiones
más excelsas. Entonces podemos darnos cuenta que el ser humano está presto para
acudir al llamado de la guerra. Estas acciones tan sólo rozan la superficie del
proceso. Enfrentados a un fenómeno de esta naturaleza sólo cabe dirigir la
mirada a un fenómeno cultual: “De exceso, aventura en las profundidades
de la existencia y pasión mística en la barbarie y la muerte”. Como dijo elocuente Gershom Scholem: “Seguramente,
la historia puede ser una ilusión, pero sin esa ilusión es imposible comprender
el ser en su dimensión temporal”.
Desde que el hombre tomó
al progreso por la iglesia popular
del siglo XIX y XX, se configuró en los estratos más elementales: <<la
llamada eficaz>>. Esa que posibilita la parte de fe de la movilización de
las masas para que participen en la guerra. Por eso es presa de un frenesí
violento, que no puede sustraerse a su fuerza en cuanto se apela a las
convicciones más profundas. Un lugar enigmático y contradictorio de la
existencia individual, donde se mezclan las pasiones más salvajes con las
pulsiones más excelsas. Y, así de esa manera, impelen al ser humano a arrojarse
en el fuego abrazador de la sangre, el dolor y la muerte.
Además, la primacía de
las masas en la gran ciudad genera, de
hecho, otro tipo de cultura. Esa que exalta el presente–ahora, lo fugaz y momentáneo. Un tipo de cultura que
estructura el periodismo, la radio, la política, la economía dineral, la
ciencia, la técnica, la publicidad y el consumo de masas. Como consecuencia de
este proceso, las relaciones abstractas entre los seres humanos están remplazando
a las relaciones preñadas de sentido. Y cuando esto acontece en una sociedad,
el vaciamiento de las relaciones
artificiales permite que broten las semillas de la indiferencia, la
indolencia, el sufrimiento, la soledad, el miedo, la insolidaridad en los
asuntos humanos. Y efectivamente posibilitan que se estructure un tipo de sociedad, que obedece
sólo a la nueva voluntad de poder. Esa que subrepticiamente entreteje el mundo
dineral y técnico, con “el cuadro de distribución de la energía de la red de la
corriente de la vida moderna a la gran corriente de la energía bélica”.7
En esta atmósfera habitamos lugares donde se alojan millones de seres humanos,
que sólo tienen en común las relaciones dinerales, jurídicas o comerciales;
como también la indiferencia psíquica y espiritual. Como expresó Walter Benjamín
en el ensayo, Historia y Coleccionismo:
Eduard Fusch: “Las energías sobrantes
del capital y el comercio se emplearán inevitablemente en la propaganda para la
guerra”. Esto se constató en la Segunda Guerra Mundial cuando el nazismo y el
fascismo emplean los medios de comunicación de masas para seducir y justificar
la guerra. Y, cómo la economía mundial se pone al servicio de la industria
militar.
En una atmósfera como ésta el aprecio de las masas por
lo público, se convierte en factor decisivo para la política. Por eso el
carácter abstracto de las sociedades modernas no es indiferente a la revolución
en las comunicaciones globales. Tampoco a la conversión del ser humano en objeto,
o la vida en zona de emplazamiento. La civilización de la gran ciudad se vale
de las máquinas, los instrumentos técnicos de comunicación rápida y simultánea,
de la publicidad, para imponer la
impronta que necesita la nueva voluntad de poder. De ahí que el espíritu de lo
actual abarca poco a poco los espacios de la gran ciudad; el ámbito que habla
el lenguaje de la civilización actual. Por la primacía del confort técnico y del mundo dineral en la gran ciudad, observamos
que se ofrece un producto de la canasta familiar como hace el marketing con un texto de creación
poética, o una obra de arte. Además, en estos últimos espacios de tiempo, las
leyes del mercado, la tecno-ciencia y el marketing
determinan el orden de la existencia en general. Ese tránsito de la política
<<clásica>> a la del marketing,
por ejemplo, sitúa el fin de la política más allá de las verdaderas
necesidades humanas. En momentos contradictorios de los avatares humanos, la
política se alía criminalmente con los instrumentos técnicos para la guerra. De
esa alianza no está excluida un tipo de cultura dice Walter Benjamín: “La
barbarie se esconde en el concepto mismo de cultura, se considera ésta como un
tesoro de valores que, si bien no son independientes del proceso productivo del
que surgieron, lo son respecto de aquel del que perduran. Sirven así a la
apoteosis de este último por bárbaro que pueda ser”.8 Hay que
indagar cómo y porqué el concepto de cultura en la época actual, respondió a la
barbarie y al sinsentido de humanidad. Cuando se alío criminalmente con el
nazismo y el fascismo en el transcurso del siglo XX.
Además, cuando
la política ubica su praxis fuera de las esferas de las verdaderas necesidades
humanas, insofacto, falsifica el fin
que le corresponde. Se devela que el sentido de la política no está en los
cambios circunstanciales ni en los accidentes espacio-temporales. Sino en la
estructura profunda de las verdaderas necesidades materiales, psicológicas y
morales del ser humano. En este orden de ideas, los que se embriagan con las ilusiones
ópticas y auditivas en las sociedades contemporáneas, no perciben el sentido de
la animalidad política de los Estados modernos. Como tampoco el lugar donde
mora lo justo, lo bueno y lo bello de la política. Porque el hombre por naturaleza
como pensó el griego Antiguo es un animal político. Por tanto, el ámbito de la
vida privada y pública del ser humano es político.
De
lo que se trata realmente es de analizar el orden de los principios que configuran
la época actual. Porque “al quitarle al núcleo su cáscara lo que se pretende es
liberar esa visión”. Frente a esta tarea se tornan secundarios las múltiples
figuras del Zeitgeist, Espíritu del Tiempo
y sus juicios. Se trata realmente de romper el hueso para extraer el tuétano
que vivifica a la época. Como diría Walter Benjamín, percibir la época en la
cultura que le es propia. Pero la conciencia común no está formada para esos
menesteres. Y se necesita de las personas formadas para pensar, del
historiador, del artista, del poeta, del teólogo, del filólogo, del filósofo; para
poder desvelar el contenido mágico e histórico que contiene la realidad y la
vida en general.
Es de suma importancia recordar que a partir de 1914
los medios técnicos marcan el toque de corneta de la guerra. Se observa el
cambio de rumbo que la técnica armamentística estaba imponiendo a la Historia.
Los instrumentos y los medios técnicos para la guerra transformarán en el transcurso
del siglo XX, las comunicaciones humanas. Recordemos que los medios técnicos
son un decorado de teatro infernal y sublime creado por los hombres. Y a quien
le toca desgarrarlo para que devele su rostro siniestro, es al propio hombre.
De ahí que los instrumentos técnicos para la guerra, se ubican en un plano
inferior frente a las atrocidades humanas. Walter Benjamín los sitúa en el
ámbito del lenguaje, la cultura y el pensamiento. Y nos recuerda en el ensayo Pobreza y Experiencia, una imagen de la Gran Guerra: “Una generación que
había ido a la escuela en tranvía tirado por caballos, se encontró indefensa en
un paisaje en el que todo menos las nubes había cambiado, y en cuyo centro, en
un campo de fuerzas de explosiones y corrientes destructoras, estaba el mínimo,
quebradizo cuerpo humano”.9 Y reitera “una pobreza del todo nueva
había caído sobre el hombre al tiempo que ese enorme desarrollo de la técnica
[…] Lo cual no es tan raro como parece. Entonces se pudo constatar que las
gentes volvían mudas del campo de batalla. No enriquecidas, sino más pobres en
cuanto experiencias comunicables”.10 Esto
constató que el órgano que más se afecta en una confrontación bélica, es el
lenguaje.
Tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial,
más que una alteración súbita de los instrumentos técnicos para la guerra, lo
que hubo fue una mera evolución de los modos de combatir. Como dijo Ernst
Jünger: “En la guerra como en cualquier actividad humana, fluyen las fuerzas
conservadoras al lado de las revolucionarias”. En la gran mayoría de los
combates los medios y los modos son indistintos, la diferencia viene marcada
por un <<saltito>> que está contenido en los principios y las
estrategias. La consciencia común y la sensibilidad ordinaria creen que el peso
de la victoria recae en la <<magia>> de las armas. Pero la
consciencia común y un sector de los hombres en armas desconocen, que las
corrientes subterráneas que movilizan a los hombres a empuñar las armas, son de
una fuerza tal que trasciende las circunstancias accidentales. La experiencia
de la guerra es de otro calibre, una sustancia diferente la anima y la
proyecta. Diferente a la experiencia del burgués en la arquitectura de la
ciudad sin alma; la de la bolsa y el mercado; la del político en el parlamento;
la del Presidente o Jefe de Estado; la del mundo sicodélico de la gran ciudad; la
de las serpientes de la usura con sus colmillos clavados en el corazón de los
hombres en fuga; la de las masas hambrientas de la sociedad. Entonces el
imaginario colectivo cree que estos hombres están hechos de otra casta como la
de los toreros. De ahí su atracción y repugnancia, ya que no encajan en el
orden de los valores comunes.
En el ámbito de la guerra no es el tiempo ni el status el que determina la
experiencia del combate, sino el destino. Jünger dice: “No existe otro espacio
en que la experimentación resulte tan peligrosa como en el espacio de la
guerra, pues aquí el destino influye sobre la vida con más fuerza que en todos
los demás sitios y otorga un significado decidido e irrevocable a cada uno de
los pasos que se dan”. La experiencia de la guerra representa en la consciencia
individual y colectiva, uno de los horrores más espantosos al que se enfrenta
el ser humano. En esos momentos la consciencia de la muerte y el valor de la
vida, se hacen más evidentes para el ser humano. El guerrero es capaz de
descender a las profundidades más oscuras. Donde unos hombres primitivos se han
aliado con la técnica, la sangre y el poder de la muerte. Pero a la vez es
capaz de ascender a las alturas, y no sólo dar la vida en el combate, sino bañarse
en la luz del espíritu de los dioses. Sabemos que en las civilizaciones
actuales, el contenido de la experiencia de la guerra se diluye en el
desarrollo social y cultural, técnico y científico, económico y político. Por
eso hacen que las pulsiones destructoras de los seres humanos se transformen
algunas veces en bienestar y paz para las naciones.
En cuanto al desarrollo tecnológico de las nuevas
armas para la guerra, la prudencia y el secreto, son dos claves fundamentales
para su experimentación. Así que, las modificaciones de las formas bélicas y
sus consideraciones teóricas no son lanzadas al campo de batalla con
impetuosidad, con la ligereza de los cambios de los materiales bélicos. Sino
que las transformaciones de los medios técnicos –tanto en las armas como en el
lenguaje–, son atemporales a su época, salvo excepciones puntuales. Su
incorporación es paulatina, discreta, condicionada muchas veces a
circunstancias espacio-temporales e históricas. La experimentación de la bomba
atómica en Hiroshima y Nagasaki, lo constata.
La guerra se define entonces como una situación
extraordinaria y la paz como interrupción del empleo de las armas. Pero no
obstante, se hacen progresos en los equipamientos bélicos y los diferentes
lenguajes que arrastran tras de sí. En los últimos espacios de tiempo, pudimos
observar el desarrollo armamentístico de los Estados girar alrededor de dos
coordenadas: el desarrollo técnico de las armas y de los lenguajes digitales.
Estos procesos son importantes en el arte de la guerra, pero no están
acompañados necesariamente por la experiencia en el combate. Una experiencia
que para el guerrero, es la más viva de todas. Como expresó Jünger: “La
experiencia bélica representa un capital y de él se nutre en tiempos de paz la
noción que el soldado se forma de la guerra”.11 Entre
más tiempo pase la sensibilidad y la consciencia del hombre, sin las vivencias
de la guerra, éstas tienden a desvanecerse. Un tiempo largo les imprime, el
sello de lo fabuloso e inimaginable. Así pues, la experiencia de la guerra
tiene que ver con lo demoníaco o divino que mora en el interior del ser humano.
Es tan desgarradora su vivencia que algunas veces alcanza lo trascendente. Y sí
se desgarra la aureola del velo que la envuelve, entonces revela el rostro de
la jovialidad. Ahora bien, ¿por qué la guerra o la violencia se alimentan de
las fuentes de la luz o de la oscuridad? Porque este tipo de experiencia va más
allá de todas las posibilidades de la persona humana. O, lo que es lo mismo, de
la coherencia interior del hombre, la sensibilidad, el imaginario, el lenguaje
y los movimientos del pensamiento.
De estas irradiaciones tan embriagantes e
incomprensibles que emanan de la lengua de la guerra o de la paz, se genera un
juego de ecos, de espejos. Los largos periodos de paz incuban desde el instante
que se declara el armisticio, las posibilidades bélicas. George Steiner en el
texto En el castillo de Barba Azul, describe elocuentemente los
principios históricos-culturales que posibilitaron la Primera Guerra Mundial y
su ruptura con el <<imaginado jardín de la cultura liberal>> o el
<<mito del siglo XIX>>. De otra parte, cómo la guerra y la paz son
la doble cara del Jano, el haz y envés
de los asuntos humanos: “La conjunción de un extremado dinamismo económico y
técnico –dice Steiner– con una gran medida de inmovilidad impuesta (conjunción
de la que estaba constituido un siglo de civilización burguesa y liberal)
representaba una mezcla explosiva. Esa mezcla provocó en la vida artística e
intelectual ciertas respuestas específicas que en última instancia eran
destructoras. Según me parece, dichas respuestas constituyen la significación
del romanticismo. Partiendo de ellas se desarrolló la nostalgia del desastre”.12 Recuerda
que nuestra experiencia del presente, los juicios tan frecuentemente negativos
que hacemos sobre el lugar que ocupamos en la historia, contrastan con el fondo
del <<mito del siglo XIX>>. Pienso que sí nos detenemos a
reflexionar nos damos cuenta, que los rasgos más sobresalientes de la ruptura
con <<el imaginado jardín de la cultura liberal>>, los encontramos
en el ámbito de la cultura: la literatura, la poesía, la música, el teatro, la
filosofía, etc. Las obras de Dickens, Renoir, Nietzsche, Kierkegaard, Marx, Tolstoi,
Thomas Mann, García Márquez, lo atestiguan.
La guerra no es una situación que está sujeta
enteramente a leyes propias. Sino que es el otro lado de la vida, un lado que
raras veces sale a la superficie. Pero que se haya estrechamente ligado a ella,
a la vida.13 Es un perfil de la
existencia que descansa en los escombros del inconsciente, donde moran las
pasiones más bajas y más excelsas del ser humano. En la declaración de guerra, en
la guerra misma, confluyen una serie de variables que determinan la
conflagración. El mapa que se dibuja en el campo de batalla, configura la
ligazón entre el progreso y la barbarie. Todo esto es manifiesto, lo sabemos en
nuestros momentos racionales. Lo grotesco del progreso técnico consiste en que
no es indiferente a la sangre y las potencias de la muerte. Sino que estamos
acostumbrados a ver el lado positivo del desarrollo técnico, pero no sus
pérdidas: <<los retrocesos de la sociedad>>. Cuando sucede la
metáfora se cristaliza y el lugar de los asuntos humanos se convierte en baile
entre rosales. La consciencia occidental lo sabe, del vientre del desarrollo de
la ciencia y de la técnica, se origina el dolor y las potencias de la
muerte.
La guerra no es una parte de la vida, sino que le
otorga expresión a la vida en toda su violencia -dijo Jünger. De ahí que la
naturaleza de la vida, la esencia que la constituye, sea enteramente bélica. En
la historia de la humanidad la constitución de las comunidades, los pueblos,
las naciones o los Estados, están estrechamente ligados a la guerra. El
enfrentamiento entre dos culturas allende del Atlántico en 1492, fue en el
fondo una acción bélica. La Conquista de América Latina fue una confrontación
bélica. De ahí que en lo profundo de la vida humana, la existencia se defina
como bélica. Preguntamos, ¿en qué se consolida la unidad de una nación? Sobre
los ladrillos manchados de sangre. Sobre ellos recordamos nuestras desgracias y
calamidades, también nuestros triunfos y alegrías. Eso permite la consolidación
de los lazos compartidos. Así pues, en la época contemporánea el simbolismo, la
magia y la unidad de la nación, se representa algunas veces en el deporte. La
guerra en este orden, es la expresión de las fuerzas violentas de la vida buscando saciar su deseo.
Se trata en este umbral de los espacios de tiempo que
señalan los avances técnicos, que producen “un aumento extraordinario del
efecto de fuego”. En el campo de batalla las lenguas de fuego que se
contraponen al movimiento, modifican las condiciones en que habría de
producirse el enfrentamiento entre ejércitos. Esa trastocación en la economía
de la guerra a principios del siglo XX, incide en la “guerra de posiciones”: la
característica de ésta consiste en que dos adversarios en posición de máximo
fuego, son incapaces de moverse. En otras palabras, el desarrollo de los instrumentos
técnicos para la guerra condicionan las formas de movimiento. Es en el campo de
batalla donde la guerra se pone el uniforme de la vida en su expresión
violenta, allí los medios técnicos y las leyes que la posibilitan se entrelazan
en un abrazo indisoluble. La vida responde a “la agresión disfrazada de
máquina, que es la agresión más fría e insaciable de todas”. El Jardín de las delicias de El Bosco, representa como “el aspecto de
las maquinas provoca un género especial de espanto: son símbolos de la agresión
disfrazados de máquinas, que es la agresión más fría e insaciable de todas”.
Esto constata lo siguiente: en el campo de batalla la técnica le gana la
partida a la vida.
Se observa, en efecto, el traslado en el campo de
batalla de la guerra de posiciones a la guerra de movimientos. ¿Qué produce
éste punto de inflexión en el campo de batalla?
Que la potencia que contienen los materiales y las diversas formas
técnicas consolidadas en el decurso de la historia reciente de Occidente. Posibilitan
un corte en el espacio voluminoso de la civilización occidental reciente. O, en
otros términos, determinan el curso de la guerra clásica a la contemporánea. Unas confrontaciones que estarán
localizadas en el desarrollo tecnológico de los Estados Modernos. El
movimiento, de hecho, no sólo tiene que estar a la altura de los cambios
técnicos, sino que la cualidad de su naturaleza no puede ser la misma. “Los
ejércitos, dice Jünger, no son ya capaces de rebasar la zona de llamas cada vez
más densa y mortal que se les enfrenta”.
De lo que sí estamos seguro es que, en la Gran Guerra
y la Segunda Guerra Mundial, las guerras periféricas que se dieron en el
transcurso del siglo XX, ruptura el sentido de la historia. Por la importancia
de la técnica en la vida de las naciones, “surge de esa manera la imagen de la
batalla de materiales, la imagen de un despliegue de energías técnicas enorme”.14
Aquí se trastoca el sentido de la guerra clásica
al de la guerra global permanente. Se acumula a partir de allí tanta potencia de energía,
tanta capacidad bélica, que va más allá de las posibilidades humanas. En ese
mundo en llamas, ese ámbito cargado con el peso de la técnica, ¿qué significa
para las fuerzas que se despliegan en el campo de batalla, el diminuto y frágil
cuerpo humano? Nada, absolutamente nada, sólo un número y nada más. Esa es una
de las paradojas de la vida convertida en objeto.
Las transformaciones que
dibujó la economía bélica en el mapa del siglo XX, se concatenan a formas
nuevas de las máquinas, al automatismo y las armas. El paso que se dio de la
táctica a la estrategia aérea, repercute, por ejemplo, en la cualidad del
movimiento. En efecto, lo que se percibe en el campo de batalla es “la mortal
rivalidad entre la fuerza del hombre y la fuerza de la máquina –esa rivalidad
en que la máquina, en todas las áreas en que hizo aparición, demostró tener más
tesón que el ser humano”.15 Nos
enfrentamos con un problema análogo respecto a los nuevos lenguajes digitales,
que inciden en las técnicas y estrategias de la guerra. También sabemos que los
nuevos lenguajes no sólo están demostrando más tesón que el ser humano, sino
que introducen un ritmo distinto en las comunicaciones y la vida en general. A
menudo, el nuevo ritmo de la guerra, o de la vida, se anuncia del modo más
insospechado en los lenguajes artificiales.
Recurramos entonces a esta imagen de Benjamín sobre el
ritmo acelerado de la técnica: “El momento prehistórico del pasado –dice- ya no
queda encubierto, como antes, por la tradición de la iglesia y la familia. Esto
es a la vez consecuencia y condición de la técnica […] Los mundos perceptivos
se descomponen velozmente, lo que tienen de mítico aparece rápida y
radicalmente; se hace necesario erigir de manera veloz, un mundo perceptivo
completamente distinto y contrapuesto al anterior. Así es como se ve bajo el
punto de vista de la prehistoria actual, el ritmo acelerado de la técnica”.16
Se trata de percibir que el automatismo y el tiempo abstracto marcan el compás
del ritmo acelerado de la técnica en la época actual. En realidad desgarran las
cortinas que cubrían las tradiciones de familia, los usos, las costumbres y los
ritos de la iglesia. Y ese desgarramiento los convierte en un cadáver que la
tendencia del desarrollo deja tras de sí. Y sólo, absolutamente sólo, lo
abyecto e indiferente del confort
técnico y la voluntad de poder, ocupan su lugar.
Ernst Jünger advierte que la guerra se parece a Leviatán, del cual lo único que se
asoma por encima de las aguas son unas pocas escamas o una aleta –la materia es demasiado compacta como para
que la mirada pueda articularla y ello hace que la sensación que se produce sea
la de irrealidad. Los seres humanos sienten cómo cerca de ellos se mueven
grandes masas, pero no captan ni la dirección que llevan ni la meta a que se
dirigen; también barruntan quizá que dentro de la cáscara de estos días hay
escondidas otras cosas–espectáculos de índole nueva y desconocida.17
De ahí se deduce que los seres humanos no sólo desnudan su existencia a estas
irradiaciones tan sutiles y rápidas, sino que entregan sus vidas a oscuros
caminos que les traza el destino.
Así pues, los lenguajes digitales son la expresión de
una época nueva de la guerra. Las bombas atómicas, los satélites espaciales,
los aviones teledirigidos, los telescopios, el rayo de la muerte, son la
expresión de una época nueva del espíritu. Si hemos de comprender el sentido
profundo de las guerras globales, debemos hacerlo desde la expresión que le
corresponde. No se trata de exponer la génesis técnica de la cultura, sino la
expresión de la técnica en su cultura. Se trata de intentar captar un proceso
técnico como visible fenómeno originario de donde proceden todas las
manifestaciones de los lenguajes digitales y las guerras globales. Esta
investigación que en el fondo tiene que ver con el carácter expresivo de las
primeras máquinas, los primeros productos industriales, las primeras armas y
las primeras formas de vida para la guerra moderna. Posee una importancia
fundamental para entender el fenómeno de las guerras actuales. Por eso es necesario
develar que en los pliegues del vestido de los instrumentos técnicos, de la
ciencia y el progreso, se esconden los escombros de esta alta civilización
abstracta y la miseria de la condición humana.
Esta imagen nueva de la guerra que se configura en los
umbrales del siglo XXI, hay que comprenderla en el ámbito de los elementos que
la estructuran y las relaciones internas que la constituye. Se trata de
analizar y percibir el mundo de las guerras contemporáneas, no sólo como expresión
de su cultura. Sino también como la expresión de un siglo en el que el número
de las cosas <<vaciadas>> y el <<progreso técnico>>
dejan fuera de circulación nuevos objetos de uso. Ellos se configuran en el
proceso de producción y circulación de mercancías como objetos de consumo, o en
instrumentos técnicos para la guerra. Ese proceso de guerra global es un
reflejo de nuestra vida en general –el espíritu que se halla detrás de la
técnica no sólo destruye los vínculos antiguos (las costumbres, los usos, los
rituales y mitos de nuestros mayores), sino también los contenidos espirituales
de la lengua humana. El lenguaje de la tecnología no sólo se contrapone al
mundo del espíritu, sino a la vez a las esferas de la sentimentalidad, al
misterio de la vida y la muerte, a todas las cosas rítmicas que se oponen a la
velocidad y al automatismo.
Se trata de develar que detrás del confort técnico y
los nuevos espejismos de los lenguajes digitales, no sólo se ocultan
instrumentos de poder; sino también, el lado siniestro y demoníaco de éstos.
Percibir cómo se puede pasar de las <<confortables comodidades>>
que ofrece el automatismo, a la pérdida de la libertad. Y cómo lo “automático
no se torna terrible hasta que no se revela como una de las modalidades de la
fatalidad, como su estilo”.18 Percibir cómo
la potencia de la técnica se cierne sobre el hombre actual, y se expresa como “el
negativo de su libertad, la otra cara de su poder domeñador del espacio y el
tiempo, uno de los grandes temas de sus mitos y de su arte”.19 En
esta alta civilización tecnológica, es relevante anotar también cómo los
aviones, las bombas, los drones, los cohetes, los cañones, las ametralladoras,
“los dispositivos para fijar el blanco y lanzar las bombas”, están ligados a computadoras,
relojes, cronómetros y lenguajes digitales. Y “todas esas cosas van dirigidas,
como por una orquesta invisible, por máquinas calculadoras, por autómatas que
observan el blanco a gran distancia”. Este ámbito hace evidente como el técnico
y el colectivo técnico, están sustituyendo al soldado. Esto constituye un
grotesco, pero embriagante acontecer: “Lo único que a éste le queda es apretar
el famoso <<botón>> -dice Jünger-, un acto que posee un fatal
parecido con la ejecución de una persona. El soldado se lleva toda la
animadversión de la gente, mientras que el técnico representa el papel de filántropo”.19
Sabemos por este estado de cosas, que la ciudadela
está sitiada y hemos ido entregando los fuertes uno a uno, en nombre de la
seguridad, el bienestar social y el Progreso. Uno ve en la gran ciudad hombres
robustos, sanos, con un cuerpo de atleta. Pero espiritual y mentalmente
alienados, vacíos, donde los contenidos de la existencia, el sentido del mundo,
son algo anómalo para ellos. Son personas que corren como posesos detrás las
máquinas, los video-juegos y el computador. Son mendigos de los altos ideales
del espíritu y de la existencia. Constatan que los espejismos de la cultura del artificio nos vacían del
sentido de humanidad, la conciencia de ser fronterizo y trascendente. Entonces
somos arrojados al mundo sicodélico de las ciudades actuales y del progreso. Donde
el lenguaje del consumo y el despilfarro de la energía vital, dan cuenta de la
existencia en general. Además, percibimos que las pérdidas son profundas, tanto
en el ámbito de la guerra como en la vida civil. Por eso es necesario que en
esta alta civilización abstracta y cuantitativa, que se niega la individualidad
y la sentimentalidad, se trabaje en el interior del ser humano.
Esto constata que, en la memoria de los
hombres ronronea que lo primero que un estado de violencia, dolor, sufrimiento
o guerra, trae a la mente y a la vida del ser humano, es una especie de exilio.
Sí, de exilio en su propio interior, de sus conciudadanos, de sus seres queridos.
Esto es algo trágico para la consciencia individual. Que se experimenta aún con
los enemigos y hace parte del sentimiento que todos comparten. Tanto el
combatiente como el no combatiente siente una especie de vacío que llevan
dentro de sí, y “el deseo irrazonado de volver hacia atrás o, al contrario de apresurar
la marcha del tiempo”, se convierten en “dos flechas abrasadas en la memoria”.
Porque saben que el espíritu de la guerra o de la violencia, es tan fuerte, que
impregna la naturaleza humana y las cosas de sangre y muerte. En ese momento el
derrumbamiento del valor y la voluntad, es tan brusco, que no le queda al
combatiente otro remedio, que abrazar las armas, como única salida del destino
que impone la vida. Un destino que lo lleva a convertir su cuerpo en zona de
emplazamiento, o a asesinar a otro ser humano. Por eso el destino y el azar no
tienen miramientos con nadie, menos cuando una voluntad siniestra se ha aliado
criminalmente con las armas. Con esa gentuza que se complace a sí misma en el dolor
y el sufrimiento del otro, la vida pierde importancia y valor.
Asimismo, la desdicha que alcanza el que
participa de la guerra, no sólo trae consigo un sufrimiento injusto. Sino que
lo lleva a ponerse en el lugar del otro y aún a compartir su dolor. Porque sabe
que el temor y el sufrimiento que él siente,
trasciende toda lógica y reflexión. De ahí que en toda guerra, violencia u
odio, se extienda un velo espeso sobre nuestros ojos, nuestros rostros y
nuestros pensamientos. Para que el ser humano no perciba con claridad que cosas
se ocultan detrás de los espejismos de las armas. Es una de las maneras que
esgrimen los poderosos para justificar el derramamiento de sangre y el poder de
la muerte.
Además, los seres humanos que participan en
la guerra o en la violencia, son sacados del seno de la familia, el calor de
los amigos, el color de sus paisajes y arrojados a las fauces de un campo de
explosiones, ametralladoras, bombas, aviones y, en medio de la conflagración se
dan cuenta cuan frágil y deleznable, es la vida humana. Son arrojados a un
mutismo que paraliza la imaginación y el pensamiento, y lo único que les queda,
es la conversación consigo mismo, o con los fragmentos de sus recuerdos. En un
estado de excitación violenta como éste, algunos sólo llegan a conversar con
las sombras y se convierten en habitantes de las profundidades más espantosas
del silencio de la Tierra. De ahí que el miedo y dolor pesen sobre la moral del
ser humano, y no hagan otra cosa que añadir confusión y malestar. En un estado
como éste, los valores de la ética y de la moral son abrazadas por el fuego
purificador.
Preguntamos, ¿dónde se ubica la cesura entre la guerra clásica y la contemporánea? ¿cuáles son
las características que determinan a cada una de ellas? Las exégesis y los
relatos bélicos clásicos –dice Víctor David Hanson– nos alejan de la política,
del ruido y las modas del mundo contemporáneo. Nos permiten pensar con
arquetipos más amplios, ideas abstractas y paradojas seculares sobre la guerra
en general, que, a su vez, elevan y enriquecen el debate moderno sobre
conflictos específicos recientes.20 Piensa que el estudio de los
clásicos –la literatura y la historia de Grecia y Roma– nos brinda una
percepción moral del mundo. Así como una formación básica de gran valor en
arte, literatura, historia y lenguaje. En la Antigüedad clásica la guerra era
vista como una tragedia. Se trataba como tragedia inherente a la condición
humana, recurrente y dolorosamente familiar. Los conflictos eran considerados
plagas de la humanidad. La guerra se lamentaba el poeta Hesíodo era <<una
maldición de Zeus>>, un asunto entre dioses que los hombres debían
soportar. Heráclito así mismo la concibe como <<la madre, la reina de
todos nosotros>>. Los griegos nos advierten que mientras vivamos sobre la
faz de la tierra, siempre habrá conflictos entre los seres humanos y, por tanto
no siempre racionales.21
Afirmaciones
igualmente trágicas hacen los historiadores Polibio, Tucídides y Jenofonte, decían
que las guerras entre ciudades-Estado era algo que podía ocurrir en cualquier
momento. El poeta Píndaro llegó a decir que la guerra podía ser algo aterrador,
sin sentido, pero no antinatural ni siempre malvada al cien por ciento. En todo
caso, para los griegos todas las guerras suponían una elección entre lo malo y
lo peor, suponían que era algo trágico porque acababa con vidas de hombres
jóvenes. Los conflictos se consideraban más o menos funestos en función de sus
causas, la naturaleza del combate y los costes y resultados definitivos. Los
griegos también sabían cómo nosotros los modernos que las guerras son en sí
mismas algo malo. Tucídides pensaba que los Estados, como las personas, podían
ser envidiosos, impredecibles, agresivos sin razón aparente. Quizás obedezca a
la arrogancia, la envidia, la avaricia, la sed de riquezas, el honor mal
entendido, al mal uso del lenguaje, a emociones, sentimientos, que llevan a sus
gestores a declarar la conflagración. Pero de lo que sí estamos seguros es que
las guerras que los griegos libraban de forma periódica en un mundo pre-industrial.
No se corresponde con las guerras actuales con armas nucleares herramientas de
destrucción masiva, químicas, drones, satélites y sus consecuencias
devastadoras para la humanidad.
Con la aceptación del espíritu de la Edad
Moderna se estructuró un tiempo diferente, la preponderancia de las
valoraciones técnicas. Estamos en una época de tránsito donde las pérdidas son
cada vez más profundas y extensas. Además sentimos la aniquilación del valor,
la superficialización y simplificación del mundo. Aniquilación que hace parte
del decurso histórico y cultural de los pueblos. La cosificación y objetización
del ser humano, la materialización del logos,
la preponderancia de la imagen y los lenguajes digitales, lo testifican.
Estamos asistiendo a cambios tan profundos y fugaces que están afectando la
naturaleza del hombre. Asistimos entonces a una transformación de los medios y
los modos técnicos; transformación que afecta la existencia del hombre sobre la
Tierra.
En el mundo moderno el decurso técnico
–expresa Jünger– que es en igual medida amoral y no caballeresco, remplaza al
rito. Hoy, de todos modos, el ethos
de ese proceso aún es desconocido-- y justamente el hecho de que el dolor pueda
ser soportado en mayor medida apunta a ese ethos.22
En igual medida asistimos a transformaciones lingüísticas y gráficas que afectan
a la naturaleza humana. La revolución tecnológica en los modos y los medios de
comunicación, abarcan un espectro de situaciones que van desde la noticia, el
aviso, la amenaza que en pocos minutos informa lo acontecido. Que expresa que
vivimos en una aldea global interconectada a través de un cinturón eléctrico
que rodea a la tierra. Entonces la revolución digital se concatena a las
tecnologías de la información que transforman la vida de los hombres. En este
punto cabe anotar que, la revolución de las tecnologías de la información inmediata
y simultánea llevó a cabo una inflexión
en la guerra. Así pudimos darnos cuenta que las comunicaciones artificiales
condicionan las tácticas, las estrategias y los modos de combate. Son tan
importantes los medios de comunicación para las labores de la guerra, que las
máquinas, los cohetes, los drones, las bombas, los satélites. Están condicionados
al buen funcionamiento de las comunicaciones digitales y las imágenes. Su
fogonazo en la conciencia es importante que en el ámbito de la guerra, se conviertan
en instrumentos de manipulación y dominio. Este proceso penetra de múltiples
formas en la estructura psíquica y la conducta del ser humano. Por tanto, del
desarrollo de las tecnologías de la información
depende muchas veces la pérdida o ganancia de una guerra.
Se pudo constatar que el perfeccionamiento
en los medios técnicos para la guerra y las comunicaciones artificiales,
alcanzaron su máxima potencia. Este proceso de la existencia introduce
valoraciones nuevas y más poderosas. Nuevas valoraciones en la vida privada o
pública, y en el ámbito de la guerra. Además, con la objetización del ser
humano y la importancia de los instrumentos técnicos, el espíritu de la
crueldad se hace más evidente. Esta trastocación está desplazando la vida
sentimental, y en su orden los máximos valores espirituales del ser humano. “Esto
tiene varios motivos; el principal es que el pensamiento racional es cruel. Esa
cualidad suya contagia todo plan humano”.23 Con ello queda al
descubierto las relaciones intrínsecas entre el desarrollo tecnológico y la
nueva voluntad de poder. Es de suponer que en esta alta civilización técnica, “el
automatismo quebranta con gran facilidad, como si lo hiciera jugando, lo que
queda de la voluntad libre”. Y los medios técnicos para la guerra convierten al
hombre en mero objeto de emplazamiento. Esta mutación en el orden de la
existencia, vacía de sentido toda esperanza que se base en los valores
espirituales del hombre.
Ahora bien, con relación al cuerpo se trata
de someterlo a la disciplina, la obediencia, la instrucción, es decir, al lugar
de la nueva voluntad de poder. Someter el cuerpo a la zona de los instrumentos
técnicos, tratándolo como objeto significa no sólo alejarlo de la zona de los
sentimientos, del espíritu, sino también del sentido trascendente de la vida.
El cuerpo se convierte en un campo de batalla. Un ámbito donde convergen
relaciones de fuerza, códigos, prescripciones fijas e impersonales, que
decantan su objetización. De ahí que el cuerpo del soldado, del deportista,
tiende a estar sobre la zona del dolor, del miedo, del sufrimiento, los
sentimientos, del espíritu, ya que debe ser tratado como objeto.
Pero también en el mundo actual se configura
como objeto de deseo. Aquí en este ámbito se entrelazan diversas variables, las
de los medios técnicos de comunicación de masas con la publicidad, la moda, el
erotismo, la cosmética, la prostitución, con la industria global del artificio.
En otras palabras, con el sistema de producción global, la mercancía y el
deseo. Pero también el cuerpo es objeto del ojo indiferente y frío de la
fotografía, del arte, la literatura, el teatro, la poesía, la danza clásica,
etc. El cuerpo en este ámbito trasciende el campo magnético de las energías
bélicas, porque se contempla como objeto de belleza, de ritmos, cadencias y
proporciones, donde es capaz de comunicar la lengua de las Musas y los Dioses.
Por tanto, “el
resultado que es capaz de alcanzar el cuerpo humano como instrumento”, se torna
absurdo cuando no logramos captarlo en su gesto simbólico. Así que, la
instrumentación del cuerpo humano, de convertir al hombre en objeto se
transparenta en el aspecto externo de las personas. Para el soldado “es un
rostro carente de alma, trabajado como metal, o tallado en maderas especiales,
y posee sin la menor duda una autentica relación con la fotografía”.24
El cuerpo del soldado se sustrae de la zona de la sentimentalidad, también se
presenta como amoral, donde no caben los valores humanistas y humanizadores. En
el combate se pone de manifiesto la disciplina, el trabajo, los códigos, las
prescripciones abstractas, generales, la sincronización espacio-temporal del
pensamiento y los movimientos. Así pues, el cuerpo configura la imagen del
autómata, la figura del hombre-objeto. De ahí que sea “una carne disciplinada y
uniformada por la voluntad”. Entonces en esta vida tallada como en metal, la relación
que se tiene con los heridos y, con
la muerte, ya no habita el cuerpo, es decir, nuestra existencia individual.
Lo relevante del decurso técnico es, que, no
sólo transforma la existencia en objeto, sino que la sustrae de la zona del
interior de sí misma, del ámbito del valor. El cuerpo convertido en objeto, es
una <<figura>> de las relaciones artificiales, que determina a la
civilización abstracta donde vivimos. De ahí que a la objetización de la
existencia individual corresponde “soportar con mayor frialdad la visión de la
muerte”. Despojarla de la aureola de
la simbología mágica y del sentido de sus rituales, significa encadenarla al
frío hierro de las criptas y las tumbas. Despojar la muerte del sentido místico,
trascendente que le es propio, significa atarla a la civilización moderna,
cruel y antihumanista. Ya que la civilización occidental niega la semejanza
entre los hombres, principio fundamental del humanismo. Por eso “elimina los
lugares blandos, y endurece las superficies de resistencias”. Se trata de
resistir en una civilización que niega la vida, la libertad y la dignidad
humana.
El filósofo Michel Foucault en Vigilar y Castigar, nos dice que, en el
momento cuando se pasa de unos mecanismos históricos-rituales de formación de
la individualidad a unos mecanismos-científicos disciplinarios. Se constituye
un ámbito donde lo normal ha relevado a lo ancestral, y la medida al estatuto,
sustituyendo así la individualidad del hombre memorable por la del hombre
calculable. Es el momento en que las ciencias del hombre llegan a ser posibles,
aquel en que se utiliza una nueva tecnología del poder y otra anatomía política
del cuerpo.
Además, desde el siglo XVII y XVIII –dice-
existe una técnica para constituir a los individuos como “elementos correlativos
de un poder y un saber”. Es el átomo ficticio de una representación
<<ideológica>> de la sociedad. Pero es también una realidad
fabricada por la tecnología específica del poder, que se llama la disciplina.
Por tanto, los efectos del poder no se pueden percibir sólo en términos
negativos: <<excluye>>, <<reprime>>, <<rechaza>>,
<<censura>>, <<abstrae>>, <<disimula>>,
<<oculta>>. Porque, de hecho,
el poder produce; produce realidad; ámbitos de objetos y rituales de verdad. El
individuo y el conocimiento que de él se pueden obtener corresponden a esta
producción.
En este orden, Ernst Jünger pregunta: “¿Estamos
asistiendo a la inauguración de un espectáculo en el que la vida sale a escena
como voluntad de poder y nada más?”. En un mundo como éste no vale mirar a los
cielos estrellados, o en el interior de sí mismos, si el valor de la existencia
es una prolongación de los instrumentos técnicos. Entonces, ¿Qué caracteriza a
los actores de nuestro tiempo? Que llevan a cabo “la nivelación de los viejos
cultos, la esterilidad de las culturas, la mezquina mediocridad”. Sí la
tecnología de la información es una expresión del Espíritu de la Época, que
ocupa un lugar avanzado en la existencia, revela que sus valores no han llegado
del todo. Esta mutación se está percibiendo diáfana y evidente, en la
civilización occidental reciente, con el paso del logos clásico al logos
del artificio. Observamos como el Espíritu de la Época, se configura en una
multiplicidad de <<figuras>>: la aniquilación del valor, la
simplificación y la superficialización del mundo, la destrucción del oído
interior que capta las grandes composiciones; esas que llegan de otros mundos,
la relevancia de los éxitos políticos y económicos que aceleran el consumo y
favorecen la superfialización, la exaltación de la tecnología y la lengua de la
civilización actual, la lengua del mundo digital, el kitsch, la cultura del espectáculo. Entonces
observamos apesadumbrados y melancólicos, como todo se sobrepone a la pulcritud
espiritual, que bebe de las fuentes del espíritu de la cultura occidental. Estas transformaciones en el orden de
la existencia, no son ajenas a la conversión del cuerpo en objeto ni a la
economía bélica ni a la ligazón entre los instrumentos técnicos y la nueva
voluntad de poder.
En éste punto del desarrollo de los
procesos, la ciencia y las tecnologías de la información, Jünger nos recuerda
que se ha llegado “a una concepción nueva del poder, a unas concentraciones de
poder inmediatas, vigorosas. Que para poder plantarles cara se necesita una
concepción nueva de la libertad, una concepción que no tiene nada que ver con
los desvaídos conceptos que hoy van asociados a esa palabra.25 En una época
como la nuestra donde la libertad, la democracia, la justicia, se esgrimen como
instrumentos de dominio y de guerra. La palabra libertad necesita recuperar su
verdadero sentido. La palabra libertad expresa algo temporalmente necesario,
más cuando en una época de lazos comunitarios disueltos, “la libertad empieza a
ser ruinosa para el talento y acusa signos de esterilidad”. Se necesita que la
ésta recobre el brillo que le es propio y el significado propicio. De
ahí que la conquista de la libertad ha sido siempre algo estimulante para los
requerimientos morales o espirituales del hombre. Como dice Jünger: “Tiene
tanta fuerza el poder de la libertad que nos es suficiente soñar con ella”.
En el mismo orden Albert Camus escribió un
artículo en defensa de la libertad de expresión, para Le soir républicaine en 1939, cuando las elites políticas y
periodísticas se disponían a entregar al III Reich la República de Francia.
Aborda un alegato por la libertad de prensa y aboga por la libertad del
periodista de informar en tiempos de guerra. Sostuvo el derecho de cada ciudadano
a elevarse sobre las colectividades para construir su propia libertad, y
estableció cuatro principios para el periodismo libre: lucidez, desobediencia,
ironía y obstinación. Pensaba que sin libertad de expresión en tiempos de
guerra, no se puede ganar una conflagración. Que la libertad individual ha de
prevalecer “ante la guerra y sus servidumbres”. ¿Por qué es importante la
lucidez en el periodismo libre? Porque “supone la resistencia a los mecanismos
del odio de la ira y el culto a la fatalidad”. Un periodista “no publica nada
que pueda excitar el odio o provocar desesperanza. Todo eso está en su poder”.
Que “frente a la marea de la estupidez, es necesario también oponer alguna
desobediencia”. Además, “todas las presiones del mundo no harán que un espíritu
un poco limpio acepte ser deshonesto. Todo periodista ha de servir a la verdad
en la medida humana de sus fuerzas; rechazar lo que ninguna fuerza le podría
hacer aceptar: servir a la mentira”. En momentos de guerra, de violencia, la
ironía es un arma arrojadiza al rostro de los poderosos. “Completa a la
rebeldía en el sentido de que permite no solo rechazar lo que es falso, sino decir
a menudo lo que es cierto”. De ahí que el periodista ha de tener “un mínimo de
obstinación para superar los obstáculos que más desaniman; la constancia en la
tontería, la abulia organizada, la estupidez agresiva”.
Dice Thomas Mann en Doktor Faustus: la libertad significa subjetividad y llega un día
en que su virtud se agota; llega el momento en que pone en duda la posibilidad
de ser creadora por sí misma y entonces busca seguridad y protección. Hay en la
libertad una tendencia a la inversión dialéctica. Pronto llega el momento en
que la libertad se reconoce a sí misma en la obligación, realiza su esencia en
la sujeción a la ley, a la regla, a la coacción, al sistema. Realizar su
esencia significa que no deja de ser libertad.26 En el mundo actual defender la
libertad, significa deber moral por los derechos y las oportunidades de las
personas. Y, entonces permite indagar que “las corazas de los Leviatanes tienen
sus brechas propias”, y ya empezamos a palpar sus pliegues blandos -en el
sector financiero, los organismos internacionales, los modelos de desarrollo de
los Leviatanes, la guerra como botín, el desmantelamiento del Estado de
Bienestar, etc. En este orden, la ofensiva contra la libertad no provine sólo
de los que ejercen el poder en los escenarios actuales. Sino ante todo, y sobre
todo, de los poderes reales que están detrás de las cortinas. Poderes que
tienen sus máscaras propias, y están diluidos en los centros de mando del mundo global. En los momentos actuales no sólo
se da una ofensiva contra la libertad individual, sino también contra el
bienestar social, la enseñanza y, “el punto donde se torna evidente es aquel
donde nos vemos forzados a negar la libertad de investigación”. Por tanto, “en
un estado como éste la única puerta que queda libre es la del poder”. Así, en
momentos de guerra o de tiranía lo primero que se conculca es la libertad –de imaginar,
de pensar, de crear, de locomoción, de asociación, de crítica -, y en nombre de
la seguridad, la domestican y la diluyen en el huero concepto de sí misma.
Por tanto, la inflexión de los tiempos
actuales por la primacía de la técnica y su repercusión en la guerra, perfilan
el declive de las batallas convencionales. La guerra propiamente dicha se sitúa
en el umbral de la tecnología y las comunicaciones digitales globales. Así
pues, la industria armamentística de la defensa y la guerra, no se puede pensar
sino en relación a las comunicaciones inmediatas y simultáneas, ya que inciden
en la naturaleza de los combatientes y el escenario político mundial. El campo
de batalla tradicional –dice Hanson– ahora puede cartografiarse hasta el último
detalle. Las fotografías aéreas y las imágenes de vídeo actualizadas minuto a
minuto hacen difíciles las sorpresas. Los enemigos potenciales pueden calcular
de antemano sus probabilidades de victoria. Pueden descargar información
pormenorizada sobre su adversario de Internet. Los generales pueden hacer
grabaciones directas de sus preparativos para la batalla y calcular hasta
cierto punto sus costes potenciales.27 Con la revolución de la información inmediata
y simultánea, los dirigentes políticos y los generales pueden asistir al campo
de batalla virtualmente. Así podemos constatar que las tareas humanas, se
sustituyen por las del computador y las video charlas.
Somos parte de una época en la que la
vigilancia continua es una realidad. Ésta abarca la industrial, la
automovilística, la armamentística, la cibernética, la espacial, la vida
privada, profesional o pública. Además, la numerificación del ser humano
expresa la transformación del hombre sentimental, espiritual y sensitivo, en un
ser objetizado que responde a los
requerimientos del poder. Sí cada instante, cada hora, nuestras vidas están
vigiladas, ¿cómo podemos neutralizar estos dispositivos que hacen de nuestra
existencia meros objetos o números? Desde la perspectiva técnica –dice Hanson-,
inhibiendo las conexiones por videos, destruyendo satélites o provocando
cortocircuitos eléctricos a gran escala. A la vez permitiendo que el hombre de
carne y hueso tome a los instrumentos técnicos y les dé un giro copernicano en
el tiempo, para que cumplan la función social que les corresponde y se pongan
al servicio del ser humano. O, lo que es lo mismo, de las necesidades
materiales, espirituales y morales del hombre.
Además, por el cambio radical de la
tecnología para la guerra que se ha experimentado en los últimos espacios de
tiempo, en particular, por el avance en
las ciencias de la información y sus aplicaciones prácticas en los
frontispicios del siglo XXI, los principios de la guerra se han transformado.
En la historia militar los diseños y las nuevas armas para la guerra están
concatenados al avance de las tecnologías. De ahí que los cinco años que duró
la Segunda Guerra Mundial –dice Hanson–, el
sonar, el radar, los misiles balísticos pasaron de ser meras hipótesis a
realidades mortíferas y de probada eficacia en el campo de batalla.28 Además,
la tecnología no sólo cambia la naturaleza de los combatientes y el escenario
político mundial, sino también las variables de las tácticas o las estrategias.
Porque se está pasando del escenario de las guerras convencionales, al de
contra-insurgencias, vigilancia y control, o de ganarse el corazón, la
confianza de los nativos y de técnicas de interrogación
<<astutas>>, que respondan a la logística y al fin de ganar la guerra.
Estamos pasando a otras formas de combate, por eso es importante la
interrelación de variables para ganarle la partida a la insurgencia, la
delincuencia común, al narcotráfico, al paramilitarismo, al terrorismo
internacional.
Deseo resaltar que el conocimiento de las
ciencias de la información y las técnicas al uso, están alterando el rostro de
la guerra. Los instrumentos técnicos para la guerra pueden subvertir en
cuestión de horas o de días el curso de una batalla, o la política de un país, o
el destino de millones de seres humanos. Aunque no son las únicas variables que
participan en el triunfo o derrota de una guerra. En ésta época se convierten
en decisivas para alcanzar las estrategias políticas o militares del combate.
Preguntamos, “¿hay algo en la tecnología militar del siglo XXI, tanto en su
letalidad como en su vertiginosa expansión, que haya alterado por completo el
rostro de la guerra?” Creo que en las guerras modernas, existen dos factores
fundamentales, el que tiene que ver con los ciclos continuos de
desafío-respuesta al desarrollo de las armas; y otro, el del mundo global de
las comunicaciones instantáneas. Por eso en los asuntos militares el cambio del
logos natural, biológico y
espiritual, al artificial se aplica a
la inteligencia artificial e informática, y a la globalización que incide en el
comportamiento bélico. Es decir, la revolución en los asuntos militares en la
época actual, no se pueden desconcatenar de las revoluciones de las
comunicaciones instantáneas e inmediatas. El paso del logos clásico al logos artificial
se representa muy bien en los instrumentos bélicos para la guerra. De su
lectura e interpretación depende comprender una expresión de la cultura de la que somos parte.
Pero existen estudiosos de la historia militar
como Frederick W. Kagan, Max Boot o Víctor David Hanson, que piensan que los
avances tecnológicos modernos en comunicaciones por satélite, informática y
nano ciencia no han alterado de forma significativa la naturaleza de la guerra.
Piensan que existen unos presupuestos materiales, psicológicos, espirituales,
morales, históricos, –el elemento personal e
irracional–, que permanece en el decurso de
los conflictos bélicos. Y que algunas veces son más importantes que la
tecnología punta para la guerra. Es decir, todas las guerras son cíclicas; la
diferencia está en las variantes que las configuran. Así, se convierten en
factores recurrentes en el espacio y el tiempo, también se encuentran presente
en la literatura del griego Antiguo, del Medioevo y, ahora en la Época Moderna.
La guerra no sólo se reduce al derramamiento de sangre –dicen–, sino que toda guerra esconde casi siempre un
propósito político. Max Bott señala que los triunfos militares modernos
dependen menos de la fuerza que de la capacidad de las naciones para ser “intelectualmente
curiosas y tecnológicamente innovadoras”. Como dice Hanson: “la clave del éxito
no reside sólo en disponer de armas avanzadas capaces de sustituir a los
efectivos, sino en saber utilizar las tecnologías más punteras en el contexto
estratégico adecuado”.29
En un mundo global e interconectado en Red, pienso al contrario de Kagan, Boot
o Hanson, que el nuevo modelo de guerra está determinado en su mayor parte, por
las tecnologías de la información rápida y simultánea. La revolución de la
información, el teléfono móvil y los mensajes de texto, Internet y la
televisión por satélite, son fundamentales en los conflictos bélicos modernos.
Aunque no determinan el final de un conflicto, sí influyen de manera importante
en el triunfo o la perdida de una guerra. Por eso hay que ver las guerras
modernas en su cultura, y la que determina el tiempo actual, es la de los
titanes y los instrumentos bélicos. Asistimos sorprendidos y anonadados al paso
del logos espiritual, infinito,
contradictorio y ambiguo, al logos
material, artificial, gráfico, numérico y abstracto. A uno le corresponde el
tiempo mítico, ritual, de recurrencia temporal o circular; al otro, el abstracto,
mecanizado, lineal y plano. Así que, ¿estamos asistiendo no sólo a unas
inflexiones tecnológicas, sino también históricas y lingüísticas? ¿Está el ser
humano capacitado para leer e interpretar las lenguas del dios Polemos y las fraguas de Vulcano? O, tal vez tenga razón Ernst
Jünger cuando dice que, “ya sería hora que los dioses salgan alguna vez de su
reserva”.
Por último,
aunque la literatura del griego Antiguo, de Homero, Hesíodo, Tucídides, exalten
la guerra como un mal necesario y recurran al mito y a la configuración de la
ciudades-Estado, y luego la Edad Media le dé un carácter divino, y la Edad
Moderna uno secular –poder, riquezas, domino, técnica, ciencia, política. La
consciencia que se tiene de ella, es la representación de lo antinatural,
absurdo, abominable, que atenta contra el verdadero sentido de humanidad. De
ahí que la teoría de la cultura, la antropología, la historia de las ideas
políticas, la filosofía, el derecho, representadas por profesores, activistas
cívicos, académicos, trabajadores sociales, médicos, biólogos, escritores, periodistas, poetas, abogados,
pintores, dramaturgos, políticos occidentales, y la sociedad civil en su
conjunto, tienen la convicción que las batallas son algo retrógrado y
primitivo. Que la guerra no está a la altura del Espíritu de la Época ni de las
necesidades psicológicas y morales del hombre, de la libertad y el bienestar material y social de los pueblos. Por eso
son consideradas <<anti-natura>> a la condición humana.
Entonces, ¿qué es lo que está en juego en un
mundo como el nuestro? ¿quién puede afirmar que la defensa del Sistema, del
capital financiero internacional, de las empresas transnacionales, del poder
político, compensa el dolor humano causado por la violencia, la guerra, el
hambre, o aún por la muerte de un niño en medio de una conflagración? Además,
¿qué le queda al ser humano en un estado de postración espiritual y físico como
éste? Hay que empezar avanzar en las
tinieblas, un poco a ciegas, porque los espejismos de los instrumentos técnicos
y las armas, las razones que esgrimen los políticos y las elites económicas,
son tan fuertes que no dejan vislumbrar otra salida que el dolor o la muerte.
Por lo demás, hay que perseverar y optar por otros caminos que aún por un instante,
desvelen el rostro de la jovialidad; el rostro del ser humano escondido en el
de todos y cada uno de nosotros. No es otro que el rostro de Dios transfigurado
en el del hombre.
Por tanto, las personas que se alían
criminalmente con la técnica, ignoran que “un mundo sin amor, es un mundo
muerto”. El lenguaje del amor se pierde cuando no se lo ejercita. Que en el
juego natural de los egoísmos, los sufrimientos y el dolor, se grava más en el
corazón de los hombres el entendimiento de la injusticia. Porque en un estado
de postración espiritual y sensitivo como el de la violencia, cae como una
angustia sorda sobre el hombre desprotegido y solo, el insaciable deseo de la
carnicería. Ese tipo de ralea está poseída por el furor del crimen y no puede
hacer otra cosa. Creen aceptar como buenos los principios y los actos que los
originan. Por eso en los lugares de sudarios y de despropósitos humanos, juegan
a ver quién mata más. No les importa la Vida, les importa el asesinato en sí,
su naturaleza descarnada, abominable y sufriente. De ahí que algunos “no tengan
vergüenza, que no se mueran de vergüenza de haber sido, aunque desde lejos y
aunque con buena voluntad, un asesino también”. Y, nos damos cuenta que en la
guerra, o en un estado de violencia generalizada, existen individuos que “no
son capaces de abstenerse de matar o dejar de matar, porque está dentro de la
lógica en que viven”. Y, en la vida civil tienen la desfachatez de ponerse la
máscara de ciudadanos de <<bien>>. Además, “en los sitios donde domina la canalla se notará que esta práctica la infamia
más allá de lo necesario e incluso contra las reglas del arte de la política”.
Por esto, en el mundo nuestro no se tiene afición por los santos ni por el
heroísmo, sino por el hombre de carne y hueso, por el afligido.
Entonces, ¿cuál es el gran sufrimiento de
nuestra época? La soledad, el sentimiento de destierro, el exilio, la desprotección,
la desolación, el miedo, la inmigración, la debilidad o, el dolor, que generan
los poderes vigentes. En un estado de excitación violenta se observa una
atmósfera espesa y nauseabunda planear sobre las veredas, los pueblos y las
ciudades. Ahora bien, ¿qué buscan los que planean las guerras o la violencia
cotidiana? Naturalmente, que todo, absolutamente todo, se perciba con los
cristales de la desgracia, la confusión, los lamentos o el sufrimiento. Y
justamente por eso, el desastre de la guerra o de la violencia se convierte en
hábito, porque el hábito del desastre es peor que el desastre mismo. Y, desean
borrar la memoria y la esperanza de los seres humanos, porque quieren
instalarnos en la monotonía del presente. Para que en el fondo del corazón de
los hombres prime, “esa indiferencia distraída que se supone en los
combatientes de las grandes guerras –recuerda Albert Camus-, agotados por el
esfuerzo, pendientes sólo de no desfallecer de su deber cotidiano, sin esperar
ni la operación decisiva ni el día del armisticio”.
Entonces, ¿podemos amar este mundo donde los
pueblos son bombardeados o gaseados? ¿podemos amar éste mundo donde los niños
pasan hambre o son torturados hasta la muerte? ¿podemos amar ésta sociedad
donde una mujer es empujada a prostituirse sólo para dar de comer a sus hijos?
¿podemos amar esta sociedad donde cientos de personas son desplazadas y obligadas
a dejar su tierra natal? Un mundo como éste es una blasfemia. Pero es el único
mundo posible donde podemos vivir. Hay que ver el otro lado de la Vida, porque
en medio del sufrimiento, el dolor o la muerte, abunda la
gracia. Sabemos que en la
Creación abunda el dolor y el mal, pero estamos juntos en este mundo para combatirlo
y sufrirlo. Por eso es indispensable la Revelación y la Redención cósmica –la Shekinah: que según las categorías
místicas acaba por unir las imágenes primordiales del mundo, al hombre y a Dios.
De modo que la captación del sentido último del ser coincida con las capas más
profundas de la consciencia religiosa. Dado que lo <<exclusivamente judío>> se transfigura en la verdad
que rescata el mundo. Como dijo Franz Rosenzweig: “En la más profunda estrechez
del corazón judío brilla la Estrella de la Redención”. Por eso la vida como Don
divino hay que defenderla con tenacidad, tesón, valentía, ya que en unos ojos
tiernos se disuelve el dolor y el miedo.
Pero existen otras herramientas como la Palabra y la Razón, para evitar o acabar con un conflicto bélico. El ser humano
cuenta con el Don de la Palabra y la reflexión para llegar a acuerdos que
interrumpan por un lapso de tiempo, el derramamiento de sangre. Porque cuando
se sueltan <<los perros de la guerra>> no hay poder humano que
sacie la insaciabilidad de su deseo. Hay que tener en cuenta que la guerra
expresa la degradación absoluta del ser humano, a través del egoísmo, la
tortura, la venganza, los fusilamientos, las desapariciones, el derramamiento
de sangre o el poder de la muerte. Nunca hay que olvidar que una mirada donde
se lee tanta bondad, será siempre más fuerte que la muerte. Los sentimientos
humanos son más fuertes que el miedo a la muerte entre torturas. Ahí están los Desastres de la guerra de Goya, que
expresan el estudio de la naturaleza humana y sus problemas recurrentes,
intemporales, sin resolver, como es el de la guerra. Goya percibe el Mal
absoluto, que afecta a la Naturaleza, como inmanente al mecanismo natural, al
Tiempo, y su configuración en la vida del ser humano. Quizás Hölderlin tenga
razón cuando en uno de sus poemas describe los padecimientos del hombre amigo
de las Musas, y se pregunta: “¿Para
qué poetas en tiempos de indigencia?”.
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Thomas. Dr. Fausto. Ediciones Edesa,
Barcelona 2002. pág. 223 y 224.
27. Hanson.
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28. Ibídem.
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29. Ibídem.
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