Con
afecto a:
Edgar Bonett Villareal.
<<Cuando uno logra la independencia interior, no tarda en conseguir también la exterior>>.
I. Kertész
Antonio Mercado Flórez
Imre Kertész, escritor húngaro, Premio Nobel de Literatura de 2002, dice que su “experiencia negativa” de Auschwitz y su ser judío, lo induce a tener conciencia de una iniciación más profunda en el conocimiento del ser humano y la situación del hombre en la época actual. Considera que el acontecimiento más grave y quizá no del todo valorado en el siglo XX, es el del lenguaje. Se contagió de las ideologías y se convirtió en un instrumento sumamente peligroso. Señalaba que Wittgenstein, en sus apuntes publicados bajo el título de Cultura y valor, consideraba que en tales casos conviene retirar una u otra expresión de la lengua y “mandarla a limpiar” antes de usarla de nuevo. Como dijo Paul Celan en su discurso de concesión del Premio Literario de Bremen: la lengua “tuvo que atravesar las miles de oscuridades del discurso mortifico”. Así que, los gobiernos totalitarios de izquierda o, de derecha del siglo XX, utilizaron el lenguaje como instrumento de persuasión, dominio y control. Crean una lengua artificial falsa, que no sólo niega la realidad sino la existencia misma de la sociedad.
Saben del poder de
seducción del lenguaje para convertir las masas en algo amorfo y abstracto. Son
conscientes que el lenguaje se apropia de la mente y del espíritu del hombre. Sí
eso sucede, éste “sólo muestra una caricatura de nuestros pensamientos”. En un
Estado autoritario somos marionetas manejadas por un poder abstracto, preciso y
frío, como el viento no se sabe de dónde viene y para donde va. Además, Kertész
en un momento de postración absoluta, toma consciencia de su situación: fue
como una caída inesperada –dice- al pozo sin fondo del sometimiento, del miedo,
del desprecio, de la condición de extranjero, del asco y de la exclusión.1
Durante el siglo XX,
los gobiernos totalitarios se valen del lenguaje, del concepto de nación, de la
cultura, la raza, la patria, del enemigo interno o externo, para
legitimar el horror y la barbarie. El Estado y el poder son como un espejo de
varias lunas, donde la realidad se percibe sólo por imágenes. “El Estado nunca puede
ser nuestro […] El Estado –dice Kertész-, es un poder que guarda en su seno
posibilidades secretas y terribles, que a veces más, a veces menos, se
disimulan o se moderan, un poder que en raras ocasiones y por breve tiempo
puede desempeñar incluso un papel saludable, pero que ante todo y sobre todo
sigue siendo un poder al que hemos de enfrentarnos, que –cuando el sistema
político lo permite- hemos de civilizar, controlar, tener a raya e impedirle en
todo momento que sea lo que debe ser por su naturaleza: puro poder, poder
estatal, poder estatal total”.2
Si la lengua
posibilita independencia intelectual y libertad de autodeterminación. Pensar la
época actual en su cultura, permite sondearla desde el umbral del arte,
la religión, la música, la filosofía; también trascender las barreras
idiomáticas y, el exilio en otra lengua extranjera. “El hecho de que la
política y la cultura sean opuestas –llega a decir Kertész-, es un fenómeno del siglo
XX. Si la política se desvincula de la cultura llega a alcanzar dimensiones de
poder, casi absolutos, que conducen a destrucciones nunca antes vista: en vidas
humanas, bienes materiales y el interior del ser humano”. Donde el poder más
daño hace es en el espíritu del hombre. Porque allí descansan las fuentes
primordiales del lenguaje y el pensamiento. Por eso, la política trastoca la
cultura por un instrumento horroroso y servil, la ideología. Como expresa Imre
Kertész, “en el siglo XX, el terrible siglo de la pérdida de valores, se
convirtió en ideología todo en cuanto un día tuvo valor. Pero más peligroso
para el hombre, fue que la masa moderna, que nunca participo de la cultura,
absorbe las ideologías como si fueran cultura”.3 Los motivos son
diversos, la “masa surgió precisamente en el transcurso
de una de las más profundas crisis de valores de la civilización occidental”.4
Piensa que el
protagonista de su novela no vive su propio tiempo en los campos de
concentración, porque no posee ni su tiempo ni su lengua ni su personalidad. No
recuerda, sino que existe. Por tanto, el pobre debía permanecer en la monótona
trampa de la linealidad y no podía liberarse de los detalles penosos.5
Al fin y al cabo, la técnica del horror en los campos de concentración vuelve
la naturaleza del hombre contra la propia vida. Entonces el hombre se denigra
así mismo, por la supervivencia. Por lo acaecido en el siglo XX, “es
como sí mirásemos el mundo derrotados y desorientados después de una noche de
pesadillas". Kertész decide "elevarse a través del sufrimiento:
así se vuelve más comprensible el mundo”. Ahí están las palabras del poeta
católico húngaro János Pilinszky, que confirma lo que expresa Kertész: "Lo
vivido en el transcurso de los últimos sesenta años es una especie de “escándalo”,
porque se produjo en un ámbito cultural cristiano y, por tanto, resulta
insuperable para el espíritu metafísico".
Como dice Ernst
Jünger: “El espíritu que desde hace más de cien años viene dando forma a
nuestro paisaje es, de ello no cabe duda, un espíritu cruel. Deja sus huellas
también en los seres humanos, en los que elimina los lugares blandos y endurece
las superficies de resistencia. Nosotros nos encontramos en una situación en la
que todavía somos capaces de ver las perdidas; aún sentimos la aniquilación del
valor, la superficialización y simplificación del mundo”6. En consecuencia, el mundo
del horror segrega “una inteligencia precisa, de buena calidad. Hay en todos
los asuntos de la práctica un cierto número de seres humanos que forman parte
de la pequeña y bien diseñada ruedecita que da impulso y trabajo a la obra”.7
Y, ésta funcionó cabalmente, en el totalitarismo de izquierda y de derecha. En
el nazismo y el estalinismo funcionaron a destajo y con la precisión del reloj. En un mundo como este, “el mero sobrevivir representa ya un mérito”.
Las palabras de Ilse
Aichinger parecen tomadas de la ficción kafkiana, pronunciadas durante la
concesión del Premio Nacional Austriaco: “La inseguridad ante el Estado
–cualquier Estado-, la inseguridad ante los departamentos y oficinas de la
administración pública, ante los edificios siempre oscos y clasicistas que
albergan ministerios y autoridades y los correspondientes negociados y
despachos –y en caso de guerra incluso las oficinas de registro civil-, esa
inseguridad surgió en mi muy temprano. Como casi todos los niños preguntaba
mucho. Pero nunca pregunté nada respecto al Estado; tenía la sensación de que
el Estado posee demasiadas caras, que una cara tapa a la otra y que cada órgano
estatal se mantiene alerta para defender al otro. Así las cosas, la persona difícilmente
saca algo en claro”.
Kertész piensa que
el autoritarismo, el poder Total, visto desde fuera, es un absurdo y desde
dentro, la perspectiva que ofrecen las víctimas. “Porque sólo estas dos
actitudes, la de la utopía rechazadora y sobre todo la de la existencia de las
víctimas, superan el mundo cerrado del totalitarismo y vincula este mundo mudo
e insalvable al mundo eterno de los seres humanos”.8 El poder
produce cierta pasión, cierto placer, una atracción fascinante y hay que estar
preparado, psicológica y culturalmente, para no caer en sus espejismos. En un
mundo atroz y espeluznante como el totalitario, ¿Qué espera la existencia de
las víctimas? ¿Un lugar donde refugiarse, aún del asedio de sus pensamientos y
fantasmas? ¿Un lugar donde refugiarse de la expiación y la culpa, tal como los
personajes de la ficción kafkiana? En este ámbito atroz y maligno, ¿Dónde queda
la influencia del arte, la religión, la música, la civilización, en los asuntos humanos?
Aquello que llaman Cultura, o sea, la creatividad universal de una comunidad más
o menos grande, y el esfuerzo del hombre por ser mejor y más perfecto parecen
simplemente abolidos.
Así, la ausencia de
espíritu queda reflejada en una terrible falta de alegría, el lamento mudo del
ser humano que luego busca expresarse a través de frenéticos excesos. Y, Kertész
reitera desde lo hondo de su corazón: “Formo parte de quienes participaron en
las experiencias históricas y humanas más graves de este siglo”. Una
experiencia que asocia a la necrología. Para Ernst Jünger, la técnica sustituye
el mito en la modernidad; en cambio, en Kertész, la mitología moderna empieza
con un punto negativo: Dios creó el mundo y el ser humano creó Auschwitz.
Kertész nos enseña
que en un Estado Total, ¿Quién no ha sentido la indefensión y la soledad, la
depresión y la angustia, el miedo y el dolor, cuando el espíritu se contrita?
La ausencia de espíritu refleja una terrible falta de alegría y cuando una
persona llega a una postración espiritual radical, lo invade la oscuridad absoluta;
y la nada se apodera de la vida. Entonces reina la apatía y la desesperanza. Se
trata que el espíritu se postre, se denigre y las fuerzas del destino lo
empujen cuan trapo sucio, al vientre de la sociedad y del Sistema. El lamento
mudo del espíritu trata de expresarse en un frenesí de excesos, que expresa las
fuerzas primitivas que moran en el interior del hombre.
Donde el
totalitarismo ideológico golpea con más fuerza es en el espíritu creativo del
ser humano. Se trata de arrancar de cuajo la sensibilidad, la capacidad de
asombro, de análisis y de crítica. “Es precisamente a la luz de la creatividad
donde mejor se manifiesta su carácter de absurdo”. Como dijo Theodor W. Adorno:
Hay que subrayar especialmente esa idea de que el tardío habitante de la ciudad
es un nuevo nómada. Esa idea no expresa sólo temor y extrañeza, sino también la
latente ahistoricidad de un estado en el cual los hombres no se encuentran sino
como objetos de incomprensibles
procesos, sin ser ya capaces de una continua experiencia del tiempo, sometido
como están al violento choque de aquellos procesos y al inmediato olvido de los
mismos. Spengler ha visto la conexión que existe entre la atomización y el tipo
humano regresivo, tal como se ha manifestado en las explosiones totalitarias
subsiguientes: ‘Una miseria espantosa, una barbarización de todas las
costumbres de la vida, que están criando ya, entre altillos y bohardillas, en
sótanos y patios, un nuevo hombre primitivo, se encuentran en todas esas
lujosas ciudades de masas’.10
En un Estado
totalitario se trata de negar la experiencia del tiempo y los procesos vitales,
que dan coherencia a la existencia. Que el olvido prime sobre el espíritu, la
memoria, la sensibilidad y los movimientos del pensamiento. En un estado de
postración espiritual, los que ejercen el poder no solo buscan negar la
creatividad, sino también afirmar la objetización y la banalización de la
existencia. El trabajo intelectual se considera algo absurdo y entra en las
artes de la distracción y la relajación. El juego de las relaciones de poder, de fuerza, el
ensimismamiento vital, el placer y la embriaguez ideología, priman sobre la
creatividad. La frivolidad y el absurdo cultivado conscientemente,
niegan la tensión dialéctica del espíritu y la realidad, en provecho de los
juegos de azar, la excitación nerviosa de la conciencia y la pura lógica del
trabajo cotidiano.
El poder de
la “sociedad cerrada”, es único y absoluto. Que impele al hombre a entregarse
desnudo y desamparado, en los pañales sucios del poder Total. Pero, en el
fondo, se trata de liberarlo del manejo responsable de la libertad. Por eso,
entrega el cuerpo y el espíritu, al poder Total. Y, esperan que el ser humano
diga: entrego lo que tengo, mi cuerpo, mi espíritu, mis pensamientos, mis
sueños, mi esperanza, la autonomía de mi voluntad, al partido y al Estado.
Pero, ante todo y sobre todo, entrego mi libertad. Así entonces empieza la
transformación: “Quién sale de este mundo, pierde su hogar. Pierde el
escondrijo, la protección amenazada, la seguridad rodeada de alambradas”.11
El principio del Internamiento y la disciplina de la sociedad, es la pérdida del “ser” y el “existir”. De
hecho, el miedo y la seguridad van estrechamente unidos, por cuanto el ser
humano coarta sus propias decisiones en nombre de la ideología y el Estado. En
un estado de postración espiritual y mental, hay que recordar las palabras de
Ernst Jünger en Radiaciones I: “La
historia del hombre se desvía hacía lo mecánico o también hacia lo demoníaco,
pero regresa a las normas, formándose así un nuevo equilibrio. El secreto de
esto está en que el sufrimiento genera fuerzas superiores, curativas”.
Además, para
liberarnos del dominio, del dolor, del miedo, del sufrimiento, hay que vivirlos
en su “esencia”, por así decir, porque en la “experiencia negativa” de la
existencia, está implícita su regeneración. O, en otras palabras, en la
naturaleza del miedo y la esclavitud, encontramos la libertad. Como afirma
Walter Benjamín en el libro de relatos Sombras
Breves, ¿En qué reconoce uno su fuerza? En las propias derrotas.
¿Reconoceríamos nuestra fortaleza en la victoria y en la fortuna? ¿Quién no
sabe que nada como precisamente ellas nos revelan nuestras debilidades más
hondas? […] Otra cosa son las series de derrotas en las que aprendemos las
fintas para ponernos en pie y en las que, avergonzados, nos bañamos como en la
sangre del dragón. Ya sea la fama, el alcohol, el dinero, el amor –allí donde
uno se siente fuerte, no conoce ni honra, ni miedo a ponerse en ridículo, ni
contención alguna […] Tales hombres viven en su fortaleza. Terrible y peculiar
modo de vivir desde luego, pero ese es el precio de toda fuerza. Existencia en
un tanque. Si vivimos dentro, nos hacemos estúpidos e inaccesibles, caemos en
todas las fosas, tropezamos con todos los obstáculos, hozamos en la inmundicia,
deshonramos la tierra. Pero sólo cuando estamos bien embadurnados, resultamos
imbatibles.
Ahora bien, después
de la caída del muro de Berlín y el desmembramiento de la URSS, existe la
sensación en la atmósfera que respiramos que viviéramos en un mundo sin
alternativas. Salvo la del economicismo, el capitalismo global. Un mundo sin
principios e ideales. “Da la impresión de que los grandes principios que
constituyeron el motor de la creatividad europea, la libertad y el individuo,
ya no son valores inamovibles”.12 Se ha instaurado la civilización
de la Hybris, del saqueo vital y la
posesión inmediata de las cosas. “La existencia está ahí para ser tomada –dice
Rafael Argullol-, para ser consumida, y no para llegar a un compromiso con ella”.
“Auschwitz demostró que debemos cambiar de forma radical la visión del hombre
creada por el humanismo del siglo XVIII y XIX; la dinámica productiva de
nuestro mundo, que ha barrido todo, y los correspondientes métodos e
instrumentos de dirección de masas parecen arrasar, a su vez, con los restos de
la libertad individual. Se ha instaurado un Sistema atroz y abominable, que no
responde a los requerimientos del ser humano. Sino a los “centros de gravedad y
hombres poderosos en los que se concentra y gasta la energía. La primacía la
tiene un elevado nivel de conocimiento, anónimo y desconsiderado, que vencerá
las resistencias políticas o sociales allí donde tropiece con ellas”.13
Kertész piensa que
existe, sin embargo, otro lenguaje, más racional o, digamos, más pragmático: el
de la economía. Este lenguaje habla de la Unión Europea, de los fenómenos
globales, de la política monetaria, de la concentración de fuerzas […] El
lenguaje espasmódico de los imperativos económicos se separó de forma natural,
por decirlo así, de la religión de Estado, de la ideología, creando de esta
manera la religión del cinismo, que a los países del entorno les parecía, para
colmo, digna de envidia.14 Se tejió un mundo global conectado en
Red, que trastocó la existencia individual, diluyó las fronteras del Estado
Nacional e instituyó la técnica como lenguaje mundial. Un mundo que responde al
capitalismo global, la técnica, el
mercado, la banca y las financias internacionales. Como expresa Kertész: “Este
mundo se ha vuelto pos-moderno, y sus valores son relativos; son meras palabras
también, como las otras, pero en el mercado de la nueva gerencia occidental, de
la globalización cosmopolita, poseen sus sellos y sus cotizaciones y se pueden
vender y comprar. Son palabras que escapan al control; a través de ellas el
gran valor de la nación se escurre del país, como otrora el uranio va para el
extranjero. Hay que enfrentarse a ellas con un Estado fuerte, popular, nacional
y cristiano, que restablezca el sistema de valores y devuelva los roles o, para
ser exactos, los cree de nuevo y elija a sus incuestionables interpretes
garantes”.15
Se está dando en la
pos-modernidad una trastocación del espíritu lingüístico del ser humano. El logos multivoco, ambiguo, divisorio, contradictorio
e infinito; el antiguo legado de Babel, ubicado en lo profundo de la naturaleza
lingüística del hombre. Está dando paso al logos situado en su parte material y pragmática: el alfabeto electrónico de la comunicación
global y simultánea. Donde prima la imagen, el icono y el número. En la palabra está implícita la imaginación, la memoria, el recuerdo y la creatividad. Por eso, tiene un poder de seducción para los que ejercen el poder en las democracias modernas y para los dictadores. Como expresó
George Steiner, En el castillo de Barba Azul, son modos de
comunicación autónomos que expresan por sí mismo un creciente campo de tareas
activas y contemplativas. Las palabras están deterioradas por las falsas
esperanzas y mentiras que han proclamado […] Cada vez más la energía de la
información necesaria a una sociedad de consumo masiva se trasmite en imágenes
pictóricas. Las proporciones de la distribución entre el margen y el artículo
impreso se están invirtiendo. Estamos retrocediendo hacía una disposición de
los “espacios de significación” en la cual la imagen pictórica lo va invadiendo
todo.16
Esta trastocación
lingüística responde a los requerimientos de la sociedad global y al
capitalismo internacional. Así, toda una historia de la lengua, la memoria, el
pensamiento y la cultura, está dando paso al lenguaje en Red y a las imágenes.
Las imágenes –dice Ernst Jünger, en el texto La Tijera-, son más eficaces que las palabras, no necesitan ser
traducidas y actúan de manera directa […] La enorme afluencia de imágenes
favorece un nuevo analfabetismo. La escritura es sustituida por signos; es
observable una decadencia de la ortografía. La consecuencia que de ello se
sigue es una vulgarización de la gramática […] Por otra parte los “escribas”,
los expertos en la escritura, por escaso que sea su número, se vuelven aún más
indispensable de lo que fueron en la Antigüedad y hasta los tiempo de Lutero
[…] En cada uno de los niveles es posible una mutación, igual que en cada
momento es posible la muerte.17
La construcción del
discurso clásico, el carácter central de la palabra, da paso a las imágenes
pictóricas en movimiento. Como escribe Denis de Rougemont en su libro La part du diablo: “Ay, ¡qué hemos hecho
de la palabra! En algunas bocas no sirve ni para mentir, se ha hundido a más
profundidad que la mentira”. Además, el resentimiento, la caótica mezcolanza
que bulle bajo las palabras, es real. Por un lado, se alimenta del miedo, la
incertidumbre existencial: muchos intelectuales que lucharon a su manera por la
libertad (o por lo que prefiguraban como ella) se dieron cuenta de pronto de
que les habían movido el terreno bajo los pies. De hecho, sólo se vino abajo el
sistema de valores en que desempeñaban cierto papel. La velocidad vertiginosa
con se derrumbó ese sistema los conmocionó. Cuando se levantaron del estruendo
de la caída y lograron salir arrastrándose de la nube de polvo del
derrumbamiento, el mundo a su alrededor hablaba el lenguaje de las bolsas, los
capitales y las mafias.18
Así pues, el Estado
Moderno convierte a la víctima en una pieza que funciona correctamente y tiene
como medida destruir, el "Yo", que protesta dentro de él. Llega
el momento en que las personas no sólo se sienten apáticas, sin fuerzas sin
esperanzas. “Sino que creen que todo está perfectamente ordenado”. No necesitan
cuestionar sus preocupaciones, interrogar el mundo, ni el lugar que ocupan en
la sociedad, preguntarse sobre su destino y la realidad. Y, entonces la
realidad que le presentan, es la más lógica y segura para sus necesidades. De
igual modo, la alteridad se percibe como algo anti-natura, porque va contra el Sistema y el orden establecido.
Entonces argumenta que renuncia a su libertad en interés del “pueblo” y que su
vida se sacrifica por la “nación”, por la “patria”, aunque lo empujen al borde
del abismo. Sin embargo, el intelectual, el pensador, el escritor, en un Estado
autoritario, lo único que conserva es la “casa”, la lengua, esa que mamó desde
la niñez. Donde amasó su juventud y pubertad, conoció el “Nombre” y
el significado de las cosas. El lugar donde sueña, tiene pesadillas o
esperanza. Sabemos que la lengua nos proporciona los instrumentos para
explorar el mundo y la existencia humana; y de esa manera, dar forma estética al
horror y el dolor. De esa manera, la realidad irreparable del dolor y el
sufrimiento, posibilitan la reparación del mundo y de la existencia. Así, nos
permite aprender que el dolor y el sufrimiento, no solamente guardan amargura,
sino también reservas morales extraordinarias.
El Holocausto nos
recuerda Kertész, es un nombre casi sacro que encubre el asesinato colectivo
cotidiano, la rutina del gaseamiento y de las ejecuciones, la solución final,
el exterminio de seres humanos.19 Esta visión de la historia
reciente de Occidente, rompe con la humanista del siglo XVIII y XIX. Pero “rota
en un único instante histórico por la barbarie inconcebible”. Se pudo constatar
que el concepto de vida y el lenguaje, habían perdido el sentido que les
correspondía. Los que ejercían el poder en los Estados totalitarios,
trastocaron lo fundamental de la existencia por lo accesorio y lo ruin. Olvidaron
que lo decisivo de un ser humano, era “la relación entre la vida y su ‘finalidad’;
con mayor precisión, el hecho de que todos los ‘fenómenos vitales dotados de
finalidad’ son orientados hacía la manifestación de una esencia o la expresión
de una significación, siendo el lenguaje el lugar por excelencia donde cada
singularidad apunta a su propio rebasamiento”.20 Sin embargo, “preservar
en el mundo una instancia critica de la cultura y de la historia tal como son”
–dijo Hermann Cohen- se convierte para el hombre en responsabilidad ética. En
este orden, preservar los tres principios que Dios insufló al hombre: vida,
espíritu y lengua. Se convirtió en el siglo XX, en necesidad metafísica. “Y en
este punto cero de la ética, en la oscuridad moral y espiritual se presenta
como único punto de partida aquello que creó tales tinieblas”: el Holocausto y
la barbarie.
Después del Holocausto,
recuerda Kertész, la dictadura no sólo le sirvió para mantenerse con vida, sino
que le ayudó a encontrar el lenguaje en el que debería escribir. Cuenta que en
ninguna parte resulta tan evidente que el “lenguaje no es ni para ti ni para mi”
como en una dictadura totalitaria, donde no existe ni el Yo ni el Tu, y cuyo
pronombre preferido es el místico y amenazante nosotros, aunque nadie sepa
quien se oculta tras él.21 El Holocausto es un valor espiritual y
moral y, en consecuencia, cultural, puesto que, a costa de sufrimientos
inconmensurables, condujo a un saber inconmensurable, y por tanto lleva
implícito un contenido moral igualmente inconmensurable.22 Por
tanto, quien inflige dolor, sufrimiento o muerte a un judío, carga sobre sí
mismo, la expiación y la culpa, porque él es hijo del Primer Adán. Se trata, por
cierto, que “el superviviente, el nuevo tipo humano de la historia, aquel que,
según las palabras de Nietzsche, miró a lo hondo del ‘abismo dionisíaco’, se consuma impotente en este proceso”.23 Aunque los que ejerzen el
poder no lo quieran, “sin embargo hasta en la desesperación total se vislumbra,
si estamos atentos, una promesa lejana, esa esperanza más allá de toda
esperanza que mencionó Kierkegaard y que tal vez se oculta en el destino común
o, para ser exactos, en el despojamiento del destino.24 En estos
casos, la esperanza es la impronta que el hombre libre da al destino.
Kertész cree que la palabra Holocausto
tiende a sustraer cada vez más a los judíos del mundo de experiencias del
Holocausto y convertirlos, al mismo tiempo, en propiedad espiritual internacional.25 Nos recuerda que “el Holocausto es una experiencia universal y un
trauma europeo. Auschwitz no se produjo en el vacío, sino en el marco de la
cultura occidental, de la civilización occidental, y esta civilización es una
superviviente de Auschwitz, igual que esas pocas decenas o miles de hombres y
mujeres esparcidos por el mundo que aún vieron las llamas de los crematorios e
inhalaron el olor de carne humana que ardía; y en ese punto cero de la ética,
en la oscuridad moral y espiritual se presenta como único punto de partida
aquello que creó tales tinieblas: el Holocausto.26 En el texto La lengua exiliada, Kertész manifiesta,
que el Holocausto no tiene ni puede tener lengua. Porque la lengua en que lo
narra es una lengua prestada, una lengua europea, que no es la suya ni la de la
nación que ha pedido prestada para el relato.27 Pero reconoce que, “toda
lengua, todo pueblo, toda civilización tiene un Yo dominante que registra,
domina y describe el mundo. Este Yo colectivo que permanece activo es un sujeto
con el que el gran público –nación, pueblo o cultura- puede identificarse por lo
general, con mayor o menor éxito”.28 Además, reitera, “se puede
pensar en las últimas consecuencias sin caer en la tentación de creer en un
orden sobrenatural, en la providencia o la justicia metafísica: es decir, sin
caer en la trampa del autoengaño y acabar encallado, destruyéndose, perdiendo
el contacto profundo y atormentador con los millones que murieron y nunca
pudieron conocer la historia […] Somos una excepción, el destino así lo ha
querido, por eso tenemos que reconciliarnos con el orden absurdo de los azares,
que con el capricho de los pelotones de fusilamiento, gobierna nuestras vidas
sometidas a poderes inhumanos y a dictaduras terribles.29
Así pues, el Estado
autoritario exalta las colectividades en detrimento del individuo, la libertad
y la cultura. Ya que convierte la discriminación y el genocidio, en
instrumentos de control y dominio. Toda forma de autoritarismo ideológico o, de
Estado, lleva implícito la discriminación y ésta las masacres. De ahí que “los
ideológos inhumanos lo que desean es eliminar precisamente la esencia humana”.
Penetrar hasta los átomos del cerebro y hacer del hombre un objeto. El
automatismo no solo responde a la técnica, sino también a la disciplina
ideológica del partido y el Estado. Somos parte entonces de una civilización donde
el odio y el dolor, son como una segunda naturaleza para el hombre. Así, “el
odio se ha cristalizado y convertido en forma de concebir el mundo, y el objeto
del odio es un pueblo que, a mi entender, de ningún modo está dispuesto a
desaparecer de la Tierra”.30 Además, el odio “emerge del pantano del
subconsciente como si fuese una irrupción de lava con olor a azufre”. Pero el
que más daño hace a los seres humanos, es el religioso o político. Son las dos
caras de la moneda de Jano, donde el dolor y el sufrimiento, se apoderan de la
vida humana. Sí el odio es una energía que oscurece las relaciones humanas y
las vuelve harapos. Dice Kertész: “Es una forma de vida interior basada en la
experiencia negativa”.
El odio y la envidia cargan la
atmósfera de una risa frívola y destructiva. Hacen que la realidad sea
ininteligible y la sociedad no esté a la altura para proteger al individuo. Los
fenómenos pasan delante de nuestros ojos como un espectro fantasmagórico y
crean en la consciencia y el alma del ser humano, una especie de desasosiego y
desesperanza. Una sociedad amedrentada, vive en una atmósfera oscura
y cargada de secretos. Está acompañada por las imágenes, las palabras vacías,
sin sentido, que se escurren por la boca. La sensación del odio, el sufrimiento y el dolor, es,
como si estuviéramos suspendidos sobre la Tierra. Manipulados a gran
distancia por fuerzas invisibles y demoníacas. La impresión que se tiene es de estar dirigidos, por energías destructivas que emanan de los centros de poder. Poderes demoníacos donde se concentra y gasta la energía. Cuando sucede comprendemos “el espanto puro de los hechos o, para ser más preciso, su
facticidad simple, misteriosa e insondable”.
Aunque el dolor y el
miedo intensifiquen la sensibilidad y mengüen el espíritu. Hemos nacido para
vivir, para recordar y para saber, ya que el recuerdo nos libra no sólo del
olvido, sino ante todo, de la numerificación y la objetización. Nos libra de la
nada absoluta en que quieren convertir nuestras vidas. Esto es una obligación
moral. No podemos olvidar nuestra historia, de dónde venimos y quiénes somos,
es decir, nuestra razón de ser. Porque esto nos salva de la abstracción y la
objetización a que está sometido el mundo. Mis recuerdos consagrados y
santificados en los fragmentos de sueños truncados e ilusiones perdidas,
emitirán voces duras y guturales, que retumbaran como el estruendo del fin del
mundo. Por eso, “es estúpido la afectación generalizada de la supervivencia o
las desgracias humanas, sino vienen acompañadas por la acción”. Y, la acción
emana como una fuente de agua fresca de la experiencia y el saber. Es
necesario recordar las palabras de T. S. Eliot: “Tuvimos la experiencia pero
perdimos el sentido, y acercarse al sentido restaura la experiencia”.
La experiencia negativa
que nos dejó el siglo XX, nos recuerda Walter Benjamín, “no es sino una parte
de la gran pobreza que ha cobrado rostro de nuevo […] La pobreza de nuestra
experiencia no es sólo pobre en experiencias privadas, sino en las de la
humanidad en general. Se trata de una especie nueva de barbarie”.31
Una barbarie que tuvo su máxima expresión en el Holocausto, las cárceles de las
dictaduras de Latinoamérica y, de pronto, el hombre “se encontró indefenso en
un paisaje en el que todo menos las nubes había cambiado, y en cuyo centro, en
un campo de fuerzas de explosiones y corrientes destructoras, estaba el mínimo,
quebradizo cuerpo humano.32 Así, la tortura, el atentado, el
secuestro, las masacres y la barbarie, convierten el cuerpo y el alma del ser
humano, en campo de batalla. Después de lo acaecido en el siglo XX, se hace
necesario hacer tabula rasa y
constructores nuevos, posibiliten un mundo más humano y vivible. Porque la galvanización de las ideas y del espíritu, no pueden primar sobre la
posibilidad de la vida y la esperanza.
Esos lugares
sombríos y demoníacos no sólo están en nuestra memoria, sino “en el aire desde
hace mucho tiempo, como un fruto oscuro que ha madurado bajo los rayos de
innumerables infamias y espera el momento oportuno para caer sobre la cabeza de
los hombres”. Hay que estar alerta con los sentidos despiertos, los movimientos
del pensar y el espíritu, para que esto no vuelva a repetirse. Porque “cuando
un loco criminal –expresa Kertész- no acaba en un manicomio o en la cárcel,
sino en la cancillería o en cualquier residencia propia de un gobernante,
enseguida se ponen a buscar en él lo interesante, lo original, lo
extraordinario e incluso, aunque no se atrevan a decirlo, pero sí, en secreto:
la grandeza para no tener que verse como enanos y no tener que ver la historia
universal como algo inconcebible”.33 ¿De qué se trata realmente en la
actualidad? De ver el mundo racionalmente, para que éste nos devuelva una
mirada racional y estética de las cosas. Se trata de “restablecer un orden
universal racional, o sea, vivible, y los desterrados del mundo vuelvan a
entrar entonces a hurtadillas por estas puertas grandes y pequeñas, […] los que
creen que a partir de ahora el mundo será un lugar para los hombres”.34
Después de lo dicho,
podemos hablar que en el siglo XX, se instauró una cultura de la violencia y el
crimen. Que se coló en lo más hondo de la condición humana, y ahora renace con la máscara del fundamentalismo religioso. Es recurrente que el “eterno
retorno” devuelva a los hombres a un estado primitivo, donde se relaciona con
la sangre, con el poder de la muerte. En estos estados el talento y la experiencia,
se sustituyen por la barbarie y la muerte. El hombre se convierte en un
número en el gran engranaje del mundo. Así, de esa manera, tratan de borrar “las
huellas de sus días sobre la tierra”. Es
necesario, “que cada uno ceda a ratos un poco de humanidad a esa masa que un
día se la devolverá con intereses, incluso con interés compuesto”.
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