miércoles, 10 de septiembre de 2014

La pobreza de experiencia del hombre actual

       

   En las sociedades contemporáneas asistimos al paso del lenguaje natural al lenguaje artificial. La capacidad lingüística del ser humano está en un proceso de degradación.  Por la primacía de la técnica en la vida del hombre, la sociedad actual vive un deterioro en la facultad de pensar, los contenidos de la experiencia y el lenguaje. El <<logos>> se está situando en su parte material, utilitaria. Así, la pobreza de experiencia se concatena con el deterioro mental de la sociedad. Desconcertado y apesadumbrado el hombre actual asiste al vaciamiento del fundamento del lenguaje; y en su conducto, al del pensamiento y la experiencia. Sí el lenguaje deja de comunicar contenidos espirituales, es decir, contenidos mentales e intelectuales. Las representaciones del mundo y de la existencia se deterioran. Entonces es necesario ahondar en los contenidos de la lengua y develar los de la memoria, el recuerdo, la tradición, para confrontar el mundo actual que se deshace como hongos podridos en la boca.
   En la década de 1930 del siglo XX, Walter Benjamín observó en <Experiencia y Pobreza>, <El narrador> y <Del lenguaje en general, al lenguaje del hombre en particular>, que el proceso de empobrecimiento de la experiencia se radicalizaba con la industrialización, con la transformación del artesano en obrero industrial, y culminaba en la guerra de materiales y trincheras de la Primera Guerra Mundial. Pensaba que lo lingüístico, lo espiritual y la experiencia, son lo nuclear, el corazón de la cultura occidental. Por eso era necesario rescatarlos de los escombros de la historia y el progreso. De esa forma puede configurarse un hombre y una sociedad, que estén a la altura de las necesidades materiales y espirituales de la actualidad.
  Benjamín avizora la destrucción de aquello <que permanece resguardado como tesoro entrañable en la artesanía de la narración> por acción del <despliegue de la tecnología en la modernidad, que tiene su culminación en la guerra>. Y dice: <Lo cual no es tan raro como parece. Entonces se pudo constatar que las gentes volvían mudas del campo de batalla. No enriquecidas, sino más pobre en cuanto a experiencia comunicable>. No puede existir un tratamiento de la narración separado de la experiencia y el pensamiento. Porque su entroncamiento es lo que posibilita examinar <la catástrofe de la experiencia del mundo moderno>. <El infierno de la modernidad>, del que habla Benjamín es Auschwitz. Este simboliza el vaciamiento de los contenidos de la experiencia, del lenguaje y la destrucción de la razón.
   Somos parte de un mundo que por la primacía de la técnica y la numerificación, la vida del ser humano se  objetiza y se degrada la existencia individual. Se está extinguiendo la <experiencia que mana de boca a oído>. Porque su lugar lo ocupa el lenguaje artificial, la imagen y la técnica, ha evolucionado hasta el punto de convertirse en lenguaje mundial. Por tanto <el mundo está transformándose en un ágora en el que –dice Ernst Jünger-, los llamados <<medios>> anticipan la opinión. Los oyentes se cuentan por millones, hablan muchos idiomas; de ahí que las imágenes no sean ya simples ilustraciones, sino lo principal. Los poderosos aparecen in persona; son mostrados en sus actos y en sus crimines>.
   Se trata que la educación y la cultura nos doten de una <caja de herramientas conceptuales>, para hacerle frente al deterioro de la experiencia, la narración y el pensamiento. <Desde luego está clarísimo: la pobreza de nuestra experiencia no es sino una parte de la gran pobreza que ha cobrado rostro de nuevo […] ¿Para que valen los bienes de la educación sino nos une a ellos la experiencia? La pobreza de nuestra experiencia no es sólo en experiencias privadas, sino en las de la humanidad en general. Se trata de una especie nueva de barbarie>.
   Esto configura en la actualidad <una total falta de ilusión sobre la época>. Por eso un artista, un músico, un filósofo, un historiador, que esté a la altura de la actualidad, <rechaza la imagen tradicional, solemne, noble del hombre, imagen adornada con todas las ofrendas del pasado, para volverse hacía el contemporáneo desnudo que grita como un recién nacido en los pañales sucios de esta época>. De ese hombre desprotegido y solo; el que sufre, tiene miedo o dolor, y cuya desprotección e inseguridad es también total. Porque es del miedo, el dolor y el sufrimiento, de lo que vive el gran despliegue del poder. Y la coacción adquiere gran eficacia donde se ha intensificado la sensibilidad.
  Pobreza de la experiencia –dice Benjamín: no hay que entenderla como si los hombres añorasen una experiencia nueva. No; añoran liberarse de las experiencias, añoran un mundo entorno en el que puedan hacer que su pobreza, la externa y por último también la interna, cobre vigencia tan clara, tan limpiamente que salga de ella algo decoroso. No siempre son ignorantes o inexpertos. Con frecuencia es posible decir todo lo contrario: lo han <devorado> todo, <la cultura> y el <hombre>, y están sobre saturados y cansados.
   Se trata de aunar en una armonía nueva la libertad y el mundo. Para que <cada uno seda a ratos un poco de humanidad a esa masa que un día se la devolverá con intereses, incluso con interés compuesto>. Pero sólo se puede aunar la armonía si la educación, la cultura, la experiencia, posibilitan activar los movimientos del pensar, la imaginación, la creación, como fundamentos de la libertad y de la conciencia crítica de la sociedad. Así, la pobreza de experiencia ha de confrontarse con criterios críticos sobre la sociedad, la historia y la actualidad.
      En las sociedades contemporáneas la pobreza de experiencia se corresponde con la falta de libertad, de educación y de cultura. La verdadera cultura –dice el escritor Gustavo Martín Garzo- no tiene que ver con el deseo de éxito o de notoriedad, sino con el deseo de saber y de ser. O, lo que es lo mismo, con el deseo de transformación que anima en el corazón del ser humano. Por eso aunar la educación y la experiencia, posibilita que el estudiante, el profesor, el profesional, el hombre común, conserve la capacidad de asombro, de imaginación, de inquirir, innovar y desafiar.

   

jueves, 4 de septiembre de 2014

La tragedia del mundo espiritual

                    
                    


   Decía Thomas Mann en <<Doktor Fausto>>, que la tragedia del mundo reside precisamente en la discordia espiritual, en la estúpida falta de comprensión que mantiene separadas sus esferas unas de otras. En este ámbito las esferas del espíritu se contraponen a las sensuales, las intelectuales  a la experiencia, la estética a la moral. El Mundo Espiritual es antagónico al Mundo Material. Entonces los poderes actuales convierten la vida en objeto y la existencia en numerificación. Tratan que los seres humanos olviden, que a ambos mundos sólo los separa una delgada línea, que algunas veces se diluye. Así, las esferas del espíritu ocupan el lugar de las materiales y éstas el ámbito de las espirituales. Nada de lo que tiene que ver con los seres humanos es puro, y menos que nada el lenguaje y el cuerpo humano.
   
   Se trata de ordenar las cosas visibles de acuerdo con su rango invisible. Toda obra y toda sociedad deberían estar ordenadas según ese principio. Si procuramos hacerlo realidad en la palabra, en el juego de las imágenes que la vida cotidiana trae consigo, en la decadencia de las formas simbólicas y el agotamiento cultural. Entonces la trama de la vida revelará su carácter agresivo, tosco, oscuro y decadente.  Se trata que en las relaciones del hombre con la comunidad, del hombre con la autoridad y el entorno que lo rodea, la vida recobre el valor debido.
   
   En la actualidad el hombre desconoce, por estar inmerso en los ritmos de la vida cotidiana, que la fortaleza de la existencia no reside en la posesión inmediata de las cosas. Sino en el interior de todos y cada uno de nosotros. Por eso es necesario trabajar primero en el interior del hombre. Dentro del ser humano es donde es menester que se desarrolle un nuevo fruto, no en los sistemas. Esta forma de aprendizaje, incide en la consciencia de los hombres y su experiencia histórica, esto es política.
   
   Desgraciadamente la tragedia del mundo se expresa en la miseria espiritual y el decaimiento moral de la sociedad. La existencia individual cada vez más pobre y más sórdida, se refleja en las formas como los hombres soportan su dolor y asisten desconcertados a su propia decadencia. Esta fría insensibilidad ante el miedo y el sufrimiento, teje un destino que arrastra la vida a las potencias de la sangre y de la muerte.
    
   Los que ejercen el poder no les importa el lado negativo del desarrollo, porque son ajenos al lado destructivo de la sociedad. Pasan por alto que dicho desarrollo está condicionado por el capitalismo global.  Pero no por las necesidades materiales y espirituales de la humanidad. Esto crea una especie de zozobra, incertidumbre, dolor y temor, ante el destino que determina la existencia individual.
   
   Asimismo, le hemos dado la espalda a los valores de la cultura, de la educación, del humanismo, es decir, a los valores ligados a la noción de individuo, la verdad, la libertad, el derecho y la razón. Porque en esta alta civilización abstracta y automática, técnica y de valores del mercado, pierden su contenido teórico para entrar en ligazón con la soberana violencia, la autoridad, la xenofobia, la corrupción, la injusticia, el cohecho, la dictadura de la fe o de la ideología. Se trata que los fragmentos de Absoluto: el amor, la fraternidad, la amistad, la solidaridad, el respeto, la libertad, contribuyan a encontrar la salida del laberinto del mundo actual.
   
   El investigador de la teoría social y del conocimiento, Eduardo Maura Zorita, en la introducción al texto de Walter Benjamín, <<Crítica de la violencia>> decía: “El proceso de decadencia de las formas simbólicas que se da en épocas de agotamiento cultural tiene algo de desnaturalización, de conversión en reliquia del ser histórico. Las formas simbólicas en decadencia, en cuanto pierden su vis obligandi, se vacían y convierten, según Benjamín, en jeroglíficos que siguen vigentes pese a que desconocemos las claves de su lectura: la escritura no comprendida coincide con la vida. La historia natural es el nombre que recibe esta eterna repetición de emergencia y decadencia de una trama de formas simbólicas”.
  
   No somos parte de un tiempo preñado de energías, embriagado, desbordante de <formas> estéticas, de experiencias histórico-naturales que hagan frente a la actualidad. Sino de <<actores insignificantes>> y de <<acontecimientos significativos>>. De ahí que Benjamín en <<El Libro de los Pasajes>>, habla de la tarea del historiador dialéctico, y afirma que éste contempla la historia como una constelación de peligros que debe seguir, que él, en reflexivo seguimiento, trata en todo momento de evitar: <<La exposición materialista de historia –dice- lleva al pasador a colocar al presente en una situación crítica>>. La crítica de la <<actualidad>> que nos repugna, ha de valerse del recuerdo y la memoria, para detener su avance catastrófico. En eso radica su importancia en una época de ayuno espiritual.
   
   Ahora se trata que la tragedia del mundo moderno, la decadencia inmanente al proceso histórico-natural, posibilite el nacimiento de una época nueva. Un tiempo donde <<el curso de la historia –dice Benjamín-, representado bajo el concepto de catástrofe, no pueda reclamar más del pensador que el caleidoscopio en las manos de un niño, que destruye mediante cada giro lo ordenado para así instaurar un orden nuevo. La imagen– prosigue Benjamín- tiene fundamentados sus derechos; los conceptos de los que dominan han sido siempre sin duda los espejos gracias a los cuales ha nacido la imagen de un “orden”. El caleidoscopio debe ser destruido>>.
   
   Esta cita de Benjamín, ofrece por su parte, las claves de la actualidad: <<Lo artificialmente ruinoso aparece como el último legado de una Antigüedad que en el suelo moderno ya no se ve sino en su realidad de pintoresco terreno de escombros>>. Percibir como carencia la imagen del viejo orden, que no responde a las verdaderas necesidades materiales y espirituales  de la sociedad. Porque lo que deja tras de sí son ruinas, escombros, fragmentos, que se convierten en noble materia de creación. Y, el lugar donde germina ese nuevo fruto, no se encuentra en la barbarie de la soberana violencia, las armas, el miedo y el dolor, sino en la conversación. Entonces el único lugar donde la violencia no llega es en el <puro> lenguaje. Donde el ser humano comunica contenidos espirituales que trascienden lo anecdótico, necesario y circunstancial. Así, se podrá edificar un orden, donde las esferas del espíritu alcancen las capas más profundas de la sociedad contemporánea.
   
   En la actualidad no es una revolución política lo que hace falta, sino más bien profundamente cultural. Porque la <superioridad con que la historia cultural suele presentar sus contenidos –dice Benjamín- es una apariencia que deviene en una falsa consciencia>>. Los conceptos de los que dominan pueden ser destruidos desde la educación y la cultura. Ora, ¿Qué valor tiene toda la cultura –se pregunta Benjamín- cuando la experiencia no nos conecta con ella? Se trata de destruir los espejos gracias a los cuales ha nacido la imagen de un “orden”, que no está a la altura de la experiencia y los verdaderos requerimientos humanos.
   
   Se trata de tener presente que cada sociedad, cada cultura, desarrolla su propio camino. Cada época es diferente y cada una posee en sí misma el centro de su felicidad o de su desgracia. <<Las luces por sí solas –dijo Herder- no alimentan a los hombres>>. Y, el orden y las riquezas no bastan, si los logros técnicos, la ciencia, el desarrollo económico y social, sólo llegan a manos de unos cuantos que son los que piensan y actúan por los demás.
   
   No podemos olvidar que existen muchas formas de vida y muchas verdades, porque creer que cada cosa es verdadera o falsa es una lamentable ilusión de nuestra avanzada época. La educación y la cultura posibilitan el verdadero <<avance>>, que contempla a los seres humanos como conjuntos integrados en comunidades o sociedades, que buscan el bien común, la paz y la convivencia civilizada. Este ideal de humanidad no lo proporciona la violencia, las armas, el sufrimiento, la intimidación, la sangre y la muerte.